Ocho
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Claudio Colina Pontes. Ocho
Sinopsis
Agradecimientos
Datos de autor
Отрывок из книги
Ocho- Dos viejos amigos se reencuentran quince años después de separarse abruptamente y deciden salir de viaje al interior del país para visitar a su antiguo jefe, al que daban por muerto. Durante el trayecto se va desvelando un pasado conjunto de alcohol, traición y conspiraciones. Claudio Colina construye un relato caleidoscópico en el que se van intercalando, casi estroboscópicamente, secuencias de distintas etapas de la vida de Víctor, un periodista aficionado a la pintura cuya vida queda marcada por su breve amistad con un excompañero de facultad, Óscar Jaramillo. Este lo introduce en una turbia trama de tejemanejes políticos que cambiarán el rumbo apacible de su vida: una mezcla de alcohol, sexo y desapego junto a una renombrada pintora veinte años mayor que él, quien lo ha tomado como pupilo.
Unos cigarrillos en aquel gran aparcamiento, donde los charcos empezaban a evaporarse como en un cuadro de Constable. Una pausa de humo en la que barajé todos los significados de la palabra «dentro». ¿De dónde saldría aquel olor a aceite quemado? Jaro con su maletín colgando de la mano y yo con una mochila pequeña al hombro. Nada más. Se puede decir que no llevábamos equipaje. Se puede decir, casi, que no íbamos de viaje. Pero sí. Miré atrás. Allí quedaba el coche de mi amigo como una máquina vetada, entre otros cientos de vehículos con motor de explosión.
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¿Vamos?, preguntó Miranda. ¿Adónde?
En el Violante Miranda encontró una mesita cerca de la barra y pidió cubalibres para ambos. Pregunté a la camarera, que intercambiaba miraditas con la pintora: ¿Tienen algo de comer? Sí, respondió: Nuestra famosa tortilla. Ella bebió un trago largo. Advirtió que le miraba las manos. Dijo: Manos de currante. Juntó los dedos y las movió delante de mi cara como si asiera un pincel en cada una. Repliqué: Ya sé que en esto hay que currar, ya me he dado cuenta de eso; no me asusta el trabajo. Soltó una carcajada rasposa, de loro, y por segunda vez aquel día paseó por todo mi rostro sus ojos duros, aunque en aquella ocasión enrojecidos por el hachís. Quise brindar por el arte, por el éxito, pero Miranda no me dejó. Bebió por su cuenta. Iba a decirle ¿Qué pasa, que en Berlín no está de moda brindar? ¿Y en las galerías de Nueva York? Pero llegó la tortilla y nos abalanzamos sobre ella.
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