Читать книгу "El amor no procede con bajeza" (1 Co 13, 5) - Claudio Rizzo - Страница 5
Оглавление2ª Predicación: “La histeria II”
“No te prives de un día agradable
ni desaproveches tu parte de gozo legítimo”.
Eclesiástico 14, 14
Aprender a detenernos. El horizonte al cual debemos direccionar nuestra mirada es la Paternidad de Dios. Nos ofrece belleza, luminosidad, paz, bienestar… Al mismo tiempo, vivenciar la Paternidad del Altísimo, la vida se simplifica. La Paternidad de Dios nos marca el límite máximo y absoluto. A su vez, poder y esplendor se imponen en nuestra vida. Al simplificar la vida, dejamos de embrollarnos en vericuetos que no llevan a ninguna parte.
Cuando logramos detenernos, alcanzamos un verdadero encuentro, una fusión, una unión casi perfecta, aunque sea por algunos minutos… Esta experiencia la podemos aplicar a personas cuya presencia nos hace mucho bien y a cosas, como es el caso de practicar un deporte, comer una rica comida, participar de un retiro.
La categoría de “padre” para designar a Dios no es específica de la tradición bíblica. La consideración de otras formas de hablar del “padre” es un contexto cultural algo más amplio y ayuda a entender lo peculiar del mensaje de Jesus.
Platón llama “padre de todas las cosas” al demiurgo o creador de la realidad material. El diálogo “Timeo” recurre al mito creador, para expresar la diferencia ontológica que distingue los distintos estratos de la realidad sensible, de la realidad inteligible, es decir, de las cosas en sí. El “padre” representa en este caso el poder de generar la realidad en forma análoga al padre terrestre que genera los hijos. En este modo de comprensión de la imagen, el aspecto más relevante de la relación entre el “padre” y los “hijos”, es el de la generación. Más tarde surgirá también la concepción de una “prónoia”, es decir, de una “providencia”, pero ésta no es mucho más que el cuidado para que ese orden se mantenga. O, mirado desde otra perspectiva, un reflejo de ese mismo orden. De ninguna manera, se trata de una providencia salvífica.
El Señor Jesús nos anuncia su acción salvadora como acción de gracia. Su decisión de reinar en el mundo, no es otra cosa, en el fondo, que una imagen de salvación. Porque quiere decir que de él proviene la iniciativa, y de que al hombre no le corresponde más que reconocer su necesidad de salvación y aceptar en sí la acción de Dios.
Desde esta visión es posible reconocer que Jesús no es un apocalíptico preocupado por el fin del mundo, que busca adivinar los signos de la catástrofe final. Su saber acerca del fin es mucho más fundamental, y no está marcado por las especulaciones propias de este tipo de temas. El elemento temporal que hace a toda espera real del fin y que está también presente en la esperanza del Señor, está subordinado a la imagen del Dios que viene, que no es el juez implacable, sino el Padre… que ya en el presente, en el simple anuncio de su poder, quiere salvar al hombre.
La Histeria cercena psicológicamente la acción salvadora de Dios. De ahí nuestra reflexión para poder llegar a liberarnos de estas maniobras psíquicas, muchas veces, inadvertidas.
Conviene recordar tres rasgos psíquicos que delinean la histeria: a) una exagerada emotividad, b) un aumento de sugestionabilidad y c) una hipersensibilidad del yo.
Los invito a encontrarnos con dos puntos destacados sobre la Histeria.
1. Aquello que está constituido por lo que puede llamarse aspecto de conjunto de la enfermedad.
2. Los síntomas que más frecuentemente se presentan.
En relación al primer punto, tengamos en cuenta que “la histeria es un modo anormal de reacción ante las exigencias de la vida”. En este sentido es que podemos referirnos a la autoexigencia como madre de las frustraciones. Cuando los niveles de autoexigencia superan nuestras capacidades, límites, talentos (en el orden carismático-espiritual), allí irrumpe la “anormalidad ante las exigencias de la vida”. Algo se torna anormal cuando no condice con la realidad subjetiva. Cada cual tiene sus capacidades y sus límites, o de otro modo, sus luces y sus sombras, sus virtudes y sus concupiscencias (poder-tener y placer desordenados), sus cualidades y sus apetitos (en el orden concupiscible, irascible y sensible).
La autoexigencia en sí es siempre buena porque nos da cada día la posibilidad de ser un poco mejor como personas. Ahora, cuando ésta se eleva por encima de los niveles normales llama a “una amiga íntima” que es la frustración.
En relación al segundo punto, los síntomas: Los niveles de normalidad dependen de cada persona, ya que cada uno es uno y único. No se miden milimétricamente, en términos matemáticos, sino por la intensidad del síntoma. Los síntomas que en breve trataremos, producen agresión, un sentimiento peyorativo hacia los demás y hacia uno mismo. Esto nos da la pauta del carácter de anormalidad.
La intensidad del síntoma de la frustración (espiritual, psicológico, espiritual) nos lleva a evaluar el nivel de autoexigencia que estamos teniendo. Así como alguna vez sostuvimos si una persona está angustiada (la angustia vital, mundana-existencial o intrapsíquica), en los tres tipos, intentemos bajar la ansiedad para disminuir los niveles de angustia. Por lo tanto, la intensidad del síntoma también disminuye. La persona se va liberando de la angustia
El primer paso es ver qué nos sucede, luego, evaluar lo que nos sucede y actuar para liberarnos.
Compartamos algunos breves comentarios sobre cada uno de estos tres tipos de angustia.
La angustia vital consiste en el abandono de un refugio para realizarse como persona. Se da normalmente cuando se cambia de etapas en la vida, o en cualquier situación que implique cambio (directa o indirectamente es un traslado psicoemocional hacia algo no experimentado).
La angustia mundana-existencial tiene que ver con la capacidad de desraizarse. Hay cosas que debemos sacar de raíz. No es simple desprenderse para dar. No es lo mismo, “no me queda otra posibilidad” que “dar por voluntad propia”; esto es fruto de la reflexión. En vez, las personas trabajadas en su interioridad sienten placer al desprenderse.
La angustia intrapsíquica es aquella alteración del ritmo interior. Se suscita una discrepancia interna. Por eso, cuesta conciliar el ritmo interior cuando al alterarse va cambiando, singularmente cuando se cortan las costumbres.
Todo es paulatino, todo lleva un tiempo. Somos seres temporales, necesitamos de espacio y tiempo. De lo contrario, se puede generar una “mente dividida”. En el tiempo podemos lograr liberar muchas cosas. Para que la mente logre una cohesión, necesita pasar por estas experiencias; darse cuenta para poder crecer.
Así como es necesario bajar los niveles de ansiedad para poder disminuir la angustia e incluso erradicarla definitivamente, para bajar las frustraciones y no sentir esa experiencia de caída de la personalidad, es necesario regular los niveles de autoexigencia.
A la base de todo hay una “situación irritante” o “episodios desagradables” que originan frustración. Por ende, la aceptación o rechazo dependerá del “nivel de tolerancia de las frustraciones”. Hay personas que se anulan no auto adjudicándose el espacio necesario para tolerar la frustración (a nivel afectivo, social, espiritual, económico, ético-existencial, religioso). El poder de Cristo es el que debe salir victorioso.
Si el nivel de la frustración es elevado, sepamos que debemos pasar por un estadio llamado abatimiento, que por cierto es una experiencia. Lo nodal se halla siempre en la posibilidad de descubrir que en la vida acaecen cosas (condiciones imprevistas) y que hay que aceptarlas con humildad. La persona que se pone en manos de Dios reconoce su finitud.
La frustración es el producto de cosas malogradas. Hacemos, a menudo, castillos en el aire con nuestra imaginación y agredimos a otros con gestos, palabras y actitudes.
Muchas veces, observamos una discordancia entre lo que la imaginación elaboró y lo que la realidad es. La realidad es lo que es, no tal cual nosotros la imaginamos. Por eso, es importante no darle prevalencia a nuestra imaginación casi como ensombreciendo la realidad. La imaginación puede ser útil en tanto Don de Dios, pero puede ser destructiva en tanto genera fantasmas, los cuales son imágenes irreales. Cuando surgen ciertas expectativas en las personas, desean que las cosas se realicen según sus mentes le ordenan. Esto no es bueno. Conviene evaluar si lo imaginado se adecua a la realidad o no. Tratemos de estar en consonancia con la realidad, aunque ésta sea dura. Dios mitiga todas las asperezas de la vida…
Al elevar el nivel de tolerancia de la frustración (aceptamos nuestros límites) vamos a salir airosos.
Desde una óptica de la espiritualidad católica, es recomendable someterse a la disciplina. La disciplina interior ayuda a elevar el nivel de tolerancia, ayuda a confrontarse con las realidades tal cual son, ayuda a que las frustraciones no salgan victoriosas. Si no aprendemos a aceptar las frustraciones diarias que muchas veces son el efecto de una imaginación que obró mucho con fantasmas y no con realidades, descubramos que estamos en un error. Lo primero que hay que hacer es leer la realidad, no nuestra imaginación que muchas veces está insuflada por el ego.
La disciplina interior hace que uno se adiestre en relación a cómo poder vivir estas limitaciones.
Resguardemos la mente conforme al Evangelio de Jesucristo. Con su ayuda, en el Nombre de Jesús, lograremos la voluntad de Dios, tal como nos lo propone en el Padre nuestro.
Nos preguntamos, nos respondemos:
En la sintomatología histérica se halla implícita una tendencia, una voluntad de enfermedad, una “huida en la enfermedad”, “una intención de enfermedad”, una “simulación”, un “defecto de la conciencia de la salud”.
¿Qué modalidades histéricas bajo estos posibles nombres adviertes en tu conducta?
Denominaremos histéricas preferentemente aquellas formas de reacción psicógena en las cuales hay una tendencia a la ficción, que utiliza mecanismos instintivos, reflejos y otros preformados biológicamente. ¿Cuáles son tus tendencias a la ficción, hoy, a la edad que tienes?
“Que descienda hasta nosotros la bondad del Señor;
que el Señor, nuestro Dios, haga prosperar
la obra de nuestras manos”.
Salmo 90, 17