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1ª Predicación:

“El sentimiento de culpa I”

¿Culpable o inocente?

“Porque yo reconozco mis faltas

Y mi pecado está siempre ante mí…

Tú amas la sinceridad del corazón

Y me enseñas la sabiduría en mi interior”.

Salmo 51, 5.8

En verdad, sería casi imposible y aún equívoco contestarnos esta pregunta en la vida, que este peso, clásicamente llamado en la Escritura “culpa” está entrelazado con cosas concretas, circunstancias concretas, personas concretas. Todos vamos a coincidir, en mayor o menor grado, que la culpa es el sentimiento de auto condena que experimentamos tras haber hecho algo que creemos que está mal. Es imposible experimentar sentimiento de culpa sin estar previendo nuestro castigo o, en el caso de que la culpa haya sido proyectada, el de los demás. Aunque tal vez no seamos conscientes de ello, el sustrato básico de nuestra culpa siempre es la creencia de que hemos “pecado” y el miedo de que Dios nos atacará y castigará por nuestra indignidad.

Cuando describimos la esencia misma de Dios, decimos lo que da a luz la Escritura en 1 Jn y es que Dios es Amor.

Los creyentes nos apoyamos en la esencia de la misma Palabra que es viva y eficaz. Por tanto, advirtamos que no nos es posible coexistir la culpa y el miedo con el amor. Mientras mantengamos los sentimientos negativos de culpa y miedo, no nos será posible experimentar la paz y la presencia de Dios.

Podemos avizorar una profundización de la palabra que remarco en estas líneas y se torna recurrente. Me refiero a la palabra sentimientos… Tengamos en cuenta que los sentimientos son el resultado de la evolución de las emociones y se presentan de manera mucho más compleja. Existen dos tipos de sentimientos: aquellos que reciben el nombre de sensoriales: los que están unidos a lo pulsional e instintivo y los extrasensoriales que son una especie de reflejos condicionados del ser humano ante los influjos del amor de Dios. Son posibles, gracias a la presencia de la imagen de Dios en la naturaleza humana.

Evidentemente la culpa es un hecho psicológico al que debemos mirar con perspicacia, dado que el “click” en la mente lo lograremos sin tomamos la decisión de erradicarla.

Atendamos al ego debido a que intenta mantenernos atados a la culpa y es el modo de mantenernos atrapados en el pasado condenándonos a nosotros mismos y los demás. Así los anacronismos son reincidentes y la depresión patológica sigue siendo nuestro huésped…

La atracción del ego por la culpa puede ser plenamente comprendida siempre y cuando consideremos y entendamos bien la naturaleza de aquello que se denomina la percepción. Ante ella, podemos vislumbrar el mundo que nos rodea (lo circundante). Según la perspectiva, reaccionaremos de un modo o de otro. Por eso, los invito a acudir a un concepto antropológico y filosófico que nos permitirá entender en detalle la percepción: “el es acto por el cual un sujeto, organizando sus sensaciones presentes, interpretándolas (la inteligencia es la que guía las asociaciones) y completándolas con imágenes (imaginación) y recuerdos (que se los da la memoria, por ejemplo, uno se imagina que determinado árbol es grande por el tronco que tiene) capta un objeto que considera espontáneamente como distinto de sí (o sea, otra cosa que no soy yo) real (que permite captar el sentido de la realidad) y actualmente conocido (es decir, soy consciente)”.

Por lo expuesto, nos damos cuenta que a través de la percepción, que es un modo de conocimiento, podemos realizar dos juicios claramente distinguibles: el juicio de identificación, el cual consiste en reconocer el objeto, en nuestro caso la “culpa” y el juicio de realidad, el que consiste en ver si el objeto es o no es real, en nuestro caso si la culpa es tal o no y su grado de intensidad.

Para poder comenzar un trabajo más hondo, les propongo recordar una especie de prolegómeno que se presente a mi mente, por sentido común y es que “todo lo que nosotros tenemos está puesto por Dios”. Eso es pensar, actuar, usar nuestros sentidos. Por tanto, hagamos uso de nuestras capacidades.

Convengamos que cada uno de nosotros, a pesar de que profesamos la misma fe, ve el mundo de manera distinta, según cuáles sean nuestras necesidades individuales, nuestros deseos, nuestras experiencias pasadas, y nuestras creencias actuales.

A pesar de lo descrito en cuanto a la percepción, lo cierto es que son en realidad proyecciones de pensamientos que se originan en nuestra propia mente.

Ahora bien, el que la percepción es una elección, aunque tal vez no seamos conscientes de ello y no un hecho, viene demostrado por las variadas interpretaciones que la gente hace de los acontecimientos cotidianos de su vida. Además, nuestras percepciones son fragmentadas, sólo vemos minúsculas porciones de cualquier situación, y nunca la totalidad. Para eso se necesita estar crecidos en la virtud de la humildad.

Tengamos muy presente que la humildad no consiste en un voluntario desprecio de uno mismo, lo cual se llama abyección, sino en la aceptación de la propia realidad delante de Dios y de los hombres.

Al enfrentarnos a la culpa, lo que creemos que es verdad sólo es nuestra propia interpretación y evaluación de lo que percibimos. Y esto se debe a que nos basamos egocéntricamente en la naturaleza tan altamente individualizada de nuestras percepciones.

Tener esto en claro es fundamental para poder continuar esta sanación que a la luz del Espíritu Santo intentamos hacer.

No podemos vivir en el mundo sin tomar decisiones y para hacerlo, es preciso que escuchemos y que sigamos los consejos de una de dos voces: la voz del ego, que habla de nuestras percepciones cambiantes, o la voz de Dios que es la voz del Amor. Recordemos al Señor Jesús quien nos dice: “Estoy a la puerta y llamo… si me abres entraré en tu casa y cenaremos juntos”.

Siempre advirtamos que nuestro ego dispone de un buen conjunto de imágenes mentales que se basan en nuestras percepciones pasadas de culpas y miedo que determinan lo que pensamos que queremos en el momento presente. Esta atracción que el ego experimenta por la culpa produce el miedo correspondiente al amor, pues es imposible que el amor y el miedo coexistan. La búsqueda constante de la culpa como base para la toma de decisiones nos deja sintiéndonos cada vez más y más asustados y desprovistos de amor. Una vez que la mente de nuestro ego es el piloto automático, superponiendo constantemente el pasado sobre el presente, no hay modo de que nuestros problemas puedan encontrar una solución duradera.

Es un hecho psicológico que cuando mantenemos la culpa, tratamos de manejarla ya sea atacándonos a nosotros mismos, lo que se suelo expresar en forma de síntomas de depresión on enfermedad física o proyectando la culpa en los demás. A través del mecanismo de la proyección rechazamos las responsabilidades y externalizamos los pensamientos o sentimientos de culpa haciendo que alguien sea responsable.

Cuando se detecta la “culpa de hechos” seamos reconocer que el cerebro percibe la sensación de inmovilidad, como si tomáramos somníferos o analgésicos.

La culpa es la herramienta más eficaz que tiene el “ego” para asegurarse de que permaneceremos desesperanzadamente atados a nuestro pasado y sin reconocer, por consiguiente, todas las oportunidades de liberación que Cristo, el Señor, pone a nuestro alcance. Sólo hay un antídoto conocido frente a la culpa y es el perdón completo, comenzando por nosotros mismos y extendiéndolo a todos los que comparten el mundo con nosotros. Sin embargo, démonos cuenta que el “ego” mira el perdón de modo ambivalente. El consejo que suele darnos es que “perdonemos, pero no olvidemos”. La falta de perdón es la razón de ser del ego. Quiero significar que el ego continúa justificando el que hagamos juicios condenatorios porque su supervivencia depende de que tengamos una creencia más firme en la realidad de la culpa que en la del perdón.

Por eso esclarezcamos amplia y detalladamente los “efectos” de la culpa, es decir, vivir atado a la culpa, tiene las siguientes garantías:

 Hace que nos sintamos atacados.

 Justifica nuestros sentimientos de ira hacia nosotros mismos o hacia los demás.

 Destruye nuestra autoestima y nuestra confianza en nosotros mismos.

 Hace que nos sintamos deprimidos, huecos, vacíos…

 Desmorona nuestra sensación de paz con Cristo.

 Hace que nos sintamos desamparados, sin amor.

Como ocurre con la mayoría de las virtudes, la comprensión y la tolerancia comienzan por uno mismo. De un modo u otro, la gran mayoría ¿tenemos que llegar a un punto crítico de desesperación antes de dispensarnos a nosotros mismos una comprensión benévola?


Nos preguntamos, nos respondemos:

 ¿Cómo hacer realidad la humildad en nosotros?3 En el reconocimiento de la gracia de Dios, Rom 12, 3.3 En los esfuerzos por guardad la unidad en la comunidad, Flp 2, 1-4.3 Deponer toda actitud de autosuficiencia, Rom 12, 16.

 ¿Dónde estoy? ¿Con Dios o sólo?

 ¿He dejado de dar vueltas a mi pasado culpógeno?

 ¿Tolero mis fracasos y remordimientos?

 ¿Somos conscientes de que nuestro “viejo yo” ha enseñado muchas cosas a nuestros “nuevo yo”?

 ¿Qué peso tiene la divina misericordia de Cristo?

 ¿La pasión de Cristo implica redención, curación, liberación?

 Cristo y yo, ¿somos uno?

 La adhesión a Cristo implica a su amor divino que sobrepasa todo tipo de amor. Dio su vida por Amor.

 ¿Qué hago, en concreto, para no seguir hostigado por la culpa?

“Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,

Y renueva la firmeza de mi espíritu”.

Salmo 51, 12

El crecimiento empieza donde la acusación termina

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