Читать книгу Sueños, verdad y locura - Cristian Tapia Reinoso - Страница 5
I Andy
ОглавлениеEste espejo me gusta. Siempre que me miro en él, encuentro que me veo bien. Me pongo mi chaqueta preferida, le abro el cierre y me quedo pensando que con ella podría hacer maravillas. Las chaquetas no hacen nada, pero abrigan. Y guardan secretos. Claro, una chaqueta puede contener muchas cosas dentro de sus bolsillos. Sustancias que miden milímetros y que pueden cambiar una noche. La mía solo tiene mis llaves. Me arreglo el cabello, me lo mojo un poco y salgo.
Este carrete “pinta” para bueno, es en casa de un buen amigo que invitó a todas sus compañeras de universidad. Conozco solo a una.
Es verano y la noche es cálida. El ruido de los autos y algunos bocinazos me recuerda lo agitado que es el ritmo de la capital. El aire se siente un poco pesado. Sin embargo, mis pensamientos vuelan libres entre las posibilidades de esta noche.
Veo mi celular. Una llamada perdida, papá. Mañana le devuelvo el llamado. Miro mi billetera, un billete rojizo de cinco mil. Me alcanza de sobra. Pongo tres mil para una “promo” buena y lo demás para “el bajón”.
Llamo a mi amigo. 22:45 horas. El carrete recién está empezando, solo han llegado algunas personas. De pronto me llama Nick.
–Oye, loco, estoy cerca de la casa del Peter y tengo algo pa’ la mente –mencionó Nick al teléfono.
–Si es pasta nomás, fumo; si no, no quiero –respondí, entre risas.
–Ja, ja, ja.
–Ya, culiao, juntémonos en la esquina de Colombia con Enrique Olivares en quince –le indiqué.
–Perfecto, ahí nos vemos.
Nos pusimos a fumar un pito que traía Nick, que era del tamaño y grosor de un dedo meñique y estaba potente. Demasiado potente, le pegamos dos quemadas y nos dio casi un ataque de asma. Quedamos imbéciles. Nos reíamos por puras tonteras, incluso llegamos a la casa de Peter sin alcohol, aunque fue mejor, ya que allí pudimos organizar mejor la compra junto a sus compañeras. Habían llegado tres compañeras, se notaba que eran bien amigas por cómo hablaban, había complicidad y expectación en sus miradas. Dos de ellas llamaron mi atención, a simple vista. Fuimos a comprar con ellas.
Siempre he pensado que a la mayoría de los hombres, por no decir a todos, les bastan segundos, a plena luz, para darse cuenta si una chica es atractiva. En ese tiempo, alcanza para ponerle nota de 1 a 7 a los atributos físicos de la mujer en cuestión y calcular las probabilidades que tienes de un encuentro casual. Mientras fuimos a comprar, noté la buena vibra que había entre todos. Sonrisas y gestos cordiales nos acompañaron en nuestra salida. Pusimos tres lucas cada uno y compramos un pisco y un vodka. Ellas se fueron comiendo maní, mientras nosotros, como buenos caballeros, cargábamos con la compra.
Se sentía un ambiente festivo. Era el mes de enero y mucha gente se encontraba de vacaciones. Las luces de los vehículos y edificios se mezclaban con los pasos que dábamos sobre el pavimento, lo cual me hacía recordar que no todo era tan complejo en esta ciudad.
–Oye, están bien volados ustedes dos –comentó una de las chicas.
–¿Quiénes? Tenemos conjuntivitis –repliqué, riéndome junto a Nick.
–Sí, claro.
–¿Quieren fumar? –preguntamos Nick y yo al unísono.
La chica que nos hizo la pregunta quiso fumar algo. Parecía que fumaba seguido, porque le aplicaba “bombero” al pito cada vez que este se quemaba mal. En cinco minutos, ya estaba como nosotros, riéndose de las mismas tonteras y con los ojos colorados. Armonía.
La chica que fumaba pito era bastante guapa. De cabello castaño y liso, tenía unas facciones armónicas y unos labios carnosos. Al fumar con nosotros y reírnos juntos, nos pareció mucho más atractiva. Su nombre era Claudia. De vez en cuando pegaba mi vista a sus calzas, negras y medio brillantes. Recostada en la cuneta, dejaba entrever su buena figura. Mientras más fumaba, más le miraba los glúteos. Al mismo tiempo pensaba que aquella linda joven era muy simpática con todos, por lo que me costaría mucho darme cuenta de si yo le interesaba.
Mientras me pasaba todos esos rollos mentales, noté que su amiga no se despegaba de su celular y parecía que la pasaba bien, ya que sonreía al escribir. Ella era de pelo negro y ojos café. Un poco más robusta que su amiga, tenía un rostro bello, aunque con mirada apática. No supimos su nombre.
Sin darnos cuenta, llegamos a la casa de Peter. Nos percatamos de que el número de gente se había duplicado. Habían llegado unas primas del dueño de casa y el resto de los compañeros de la universidad. Eran las 23:40. Buena hora. Claudia, la chica que andaba en los cielos igual que nosotros, se fue a un grupo en donde estaban tomando tequila y se puso a conversar con ellos, apoyando los brazos en los hombros de dos tipos altos y fornidos, que recién habían llegado. Se reía. Le dejé de prestar atención y me fijé en otro grupo, en el que había dos rubias.
Se sabían atractivas y conversaban tranquilamente fumándose un cigarro cada una. Siempre me ha cargado el cigarro, prefiero mil veces que fumen marihuana o que no fumen nada. Opté por servirme mi primer vodka. Stolichnaya. Lo serví 40/60 con una Sprite Zero y le puse harto hielo. Sabía a gloria. Mi amigo se puso a fumar (weed) con otro amigo. Este hueón es angustiado. A veces, yo igual, pero casi siempre me controlo. Yo estaba re volado, no podía fumar más en ese momento.
Mientras tomaba el vodka, miraba a las rubias de reojo. El lugar era una casa típica de La Florida, típica para mí, con un patio grande, árboles frutales, mesa de centro y sillas alrededor. Había un amigo de Peter que estaba poniendo música y le gustaba mucho el rock. Soda Stereo, Chancho en Piedra, Los Tetas y Los Prisioneros eran parte de su repertorio. Ponía la música y se quedaba serio buscando el siguiente tema. El ambiente estaba bueno, pero yo pensaba en que podría estar sonando un reguetón de moda. Siempre me ha gustado, a algunos les carga y blasfeman contra él. Yo no podría, me ha ayudado mucho durante mi adolescencia.
En el grupo de Claudia, también estaba la niña adicta al WhatsApp, que ahora conversaba con el resto, y de vez en cuando veía su celular. Ella no era tan atractiva como su amiga y tenía una mirada que yo denomino prejuiciosa. La de esa gente que se extraña cuando uno le cuenta algo y arruga la cara cuando se menciona algo que no es de su gusto. Me di cuenta de eso cuando mencioné que los pitos de Peter estaban sádicos.
Al lado mío, había un tipo que debía ser compañero de Peter y tomaba pisco. Estaba sentado y bebía lentamente. A poca distancia, un amigo conversaba con él a razón de cinco palabras por una. El tipo solo le respondía sí, no y mmm, mientras bajaba el pisco. Tenía la mirada como reflexiva, le aburría la historia de su amigo y parecía medio ansioso.
Sácate la ropa de a poquito, que si lo haces así más se me para el pico…, sonaban Los Tetas. Esperé esa parte de la canción para tararearla con pasión. Otros también la entonaban Gracias al sexo estamos sobre la tierra. Qué letra. Bastante sugerente y adecuada para la ocasión. Mientras terminaba la canción me acerqué al DJ y le pedí que me dejara poner algo. Y ahí empezó el sonido venido del Caribe. Yo me le acerqué, fijo la miré, le ofrecí un trago y al oído le dije... Mientras sonaba el tema, las rubias comenzaron a cantar la canción y a menear las caderas levemente. Ella me dijo tranqui que nada pasaba.
Cuando puse el quinto reguetón, ya iba en mi tercer trago y cada vez la pasaba mejor. Me gusta quedarme junto al computador, poner canciones y ver cómo el ambiente se va prendiendo. En el sexto tema, ya estaban casi todas las mujeres bailando.
Mientras ponía canciones, pude notar que algunas de las chicas me miraban. No es fácil saber si las mujeres están coqueteando, te encuentran atractivo o no les interesas en lo absoluto. Con el correr de los años, me he dedicado a percibir pequeños gestos, muy discretos, que las mujeres hacen cuando pasa por su lado alguien de su agrado. No son como los hombres. Un hombre puede mirar a una chica y darse vuelta para mirarle el trasero, comentarlo con su amigo y seguir caminando. Las mujeres –al menos, las chilenas– no, cuando van caminando por la calle junto a su amiga o un grupo más grande, se ríen, le hacen un pequeño gesto a su amiga y continúan sonriendo. Siempre me ha parecido algo tierno, ya que se esfuerzan porque pase desapercibido.
Bueno, el percatarme de esos pequeños gestos me ha servido solo para subirme el ego, ya que nunca he intentado hablarle a una chica en la calle o a un grupo de amigas. En verdad lo he hecho, pero estando ebrio.
De la misma forma noté que una de las rubias me estaba mirando de reojo, y que algo le comentaba a su amiga, con un gesto sonriente. Yo continuaba poniendo canciones, intentando demostrar que estaba tranquilo y no desesperado. De pronto, llegaron unos amigos, venían con sus novias y estaban medio ebrios. Me saludaron afectuosamente, con abrazos y palmetazos en la espalda. Yo continué en el computador.
Habían pasado unos minutos, cuando se acercó uno de mis amigos y me hizo el gesto típico de los volados, llevándose el dedo índice y el pulgar hacia la boca. Fui hacia el antejardín de la casa después de poner No coca, de Alborosie. Supuse que la podrían cambiar, ya que no era reguetón, pero es una de las mejores canciones para cuando alguien se saca un faso.
–Está buena la weá, debería haber venido solo –comentó Erick, mi amigo.
–Estás cagado, weón, asume que estás casado –le respondí, dándole una palmada en la espalda.
–Puta la weá, es que no puedo estar sin sexo –concluyó.
Empezamos a fumar con dos amigos más. Erick era una de las personas más fumadoras de weed que conocía. Cuando estábamos en la universidad empezaba a drogarse en el primer bloque, a eso de las 10 a.m. ya se había fumado dos pitos. Eso es abusar.
Mientras fumábamos y tirábamos la talla, pasaron por nuestro lado un grupo de cinco amigas que venían recién llegando. No sé de dónde saca tantas amigas Peter. Los solteros siempre lo agradecemos. Motivado por la aparición de nuevas féminas, le pegué una quemada de corazón, de esas que llegan a lo profundo del alma –pulmones– y te hacen toser como si tuvieras un ataque de asma crónico. Quedé enfermo.
Entramos de nuevo al patio de la casa donde la gente estaba conversando, tomando, bailando, fumando y pasándola bien. Me encantan los carretes de La Florida. Eché un vistazo y noté que la proporción entre hombres y mujeres estaba casi equiparada. Además, el promedio estético de las mujeres era como de un seis. Excelente.
Mientras estaba fumándome el pito con mis compas, el tipo que estaba escuchando a su amigo se había acercado al computador y había puesto música electrónica. Todos la estaban disfrutando. Era de verdad buena música. Sentí que me dejó en el piso como DJ. No importa, había que pasarlo bien. Las mujeres son las que más disfrutan la música electrónica. Como que se sueltan, empiezan a bailar y liberan dopamina. Yo estaba voladísimo, así que comencé a bailar junto a mis amigos y sus novias, evitando hacer cualquier movimiento incómodo para ellos. Alguna de ellas me miraba medio extraño, como coqueteando. Detesto esas miradas, es muy incómodo.
Estaba prendido el ambiente, la gente disfrutaba de la música y la juventud. En las mesas se podía ver todo tipo de tragos, vodka, ron, pisco, tequila, whisky. Por Dios que es bueno disfrutar la vida deteriorando el organismo. Qué contradicción. La vida es muy contradictoria.
De pronto llega Nick.
–Buena, culiao, ¿dónde andabas? –me preguntó.
–El Erick se sacó un pernazo, quedé postre.
–Puta que está buena esta weá, cualquier mina –comentó Nick.
–Sí, weón.
–Falta su LSD.
–Yaaa, yo tengo.
–Sí, claro, si vo con suerte te sacái pitos una vez al año –me dijo Nick, riéndose.
–Puta, weón, sorry.
–Mejor consíguete fuego y fumemos otro –sugirió.
–¿La dura, culiao? Yo no puedo más.
–Sí, weón, fumemos.
–Bueno, ya.
–Oh, parece que tengo un fuego en esta chaqueta culiá.
Me toqué el bolsillo interior de la chaqueta y sentí que tenía un encendedor. Cuando lo saqué, se cayó una mini bolsa transparente al suelo. Al recogerla, me di cuenta de que tenía dos pastillas adentro. ¿De dónde salió esta weá?, me pregunté.
–Cacha, weón, ¿que será esta mierda? –pregunté, mientras examinaba la bolsa y su contenido.
–Oh, son pastillas azules, weón, te gusta el viagra, culiao –dijo Nick, entre risas.
Mientras concentrábamos nuestros pensamientos en determinar qué clase de droga eran esas pastillas, se acercó una de las rubias a nuestro lado y mirándome con sus ojos azules me pidió fuego. Prendió su cigarro y se quedó cerca. Estábamos esperando que se fuera para seguir comentando sobre la bolsita con pastillas, pero ella seguía ahí, fumando. Noté que se había separado de su amiga, la que ahora estaba junto al DJ. Eran novios. Se apoyaba en él con absoluta confianza, lo besaba y le acariciaba el cabello. Qué romántico.
–Mira, weón, por un lado son naranjas y por el otro son celestes. ¿Qué mierda será, weón? –dije, mientras palpaba el relieve de las pastillas.
–Hay una sola forma de saberlo –dijo Nick, con tono serio.
–¡Estái weón! Yo no voy a probar esta weá –repliqué.
–Dale, weón, capaz que sea la droga del futuro –aseguró Nick.
Mientras debatíamos acerca de aquello, se nos allegó la rubia con obvias intenciones de quedarse con nosotros. Su amiga estaba con el pololo en ese momento. Decidimos abrir nuestra burbuja invisible y acogerla dentro. Por supuesto que podía estar aquí, si quería podía quedarse toda la noche. Su nombre era Sofía, compañera de Peter en la universidad. Vivía en Las Condes.
–Oye, cacha que este weón se encontró esta weá en su chaqueta –le dijo Nick a Sofía, mostrándole la bolsita Ziploc.
–¿Y qué es? –preguntó Sofía.
–No sabemos, me la encontré recién, nunca había visto unas pastillas así.
Abrimos la bolsita y tomamos una pastilla para examinarla. Eran del porte de una pastilla de loratadina. Aparte de los colores celeste y naranja, tenían una lengua dibujada por un lado y por el otro aparecía una especie de libro abierto.
–Yo me atrevo a probar la mitad de una –dijo Sofía.
De seguro ella había probado un sinfín de drogas ilegales para querer meterse estas pepas desconocidas. Eso hacía que aumentara el grado de atracción que Nick y yo sentíamos por ella. A pesar de que algunos puedan decir que una mujer que ha probado muchas drogas es muy “loca” y “reventada”, el hecho de que haya tenido experiencias, le da un toque.
Ahora la decisión no era fácil. Probar esta droga desconocida junto a esta joven, o solo ver cómo ella reaccionaba a los estímulos. Quizás no hicieran nada, pero sería fome.
–Ya, partámosla por la mitad –propuse.
–Son bonitas. Quizás sean como éxtasis –dijo Sofía.
–Pidámosle un cuchillo al Peter –dijo Nick.
–¿También querí probarla vo, weón? –pregunté mirando a Nick algo inquieto.
–Sí, “a cagar” nomás, total una mitad no creo que haga nada.
–Con cuidado, weón, yo no voy a probar estas weás, no sé de dónde salieron.
Nick fue a la cocina y volvió con un cuchillo. Partió una de las pastillas por la mitad. Estaban motivados. Yo pensaba “estos weones se van a drogar juntos y van a terminar ’agarrando’”. Bueno, que les vaya bien.
Sofía se tomó una con un sorbo de Absolut de pera y Sprite Zero, mientras que Nick se tomó la otra mitad con la ayuda de un sorbo de cerveza.
–No siento nada –dijo Nick.
–Yo tampoco –agregó Sofía.
–Tienen que esperar un rato po, si son pastillas, no “pegan” “al toque” –afirmé.
Mientras esperábamos el efecto de las pastillas, fuimos a la pista de baile, que podía estar en cualquier parte del patio y nos entregamos a la música. De pronto vi la cara de Nick y Sofía y sus ojos parecían estar influenciados por un cóctel de drogas estimulantes y alucinógenas. No estaba seguro de si habían probado algo parecido a la marihuana, el éxtasis, el LSD o el Popper. Su mirada era muy extraña, pero estaban disfrutando al máximo.
–Oh, esto es genial –comentó Sofía, efusiva.
–Estoy más volado que la chucha, es como si me hubiera fumado mil pitos, me siento en el paraíso –agregó Nick, extasiado.
–Oh, qué buena está tu droga, me gustaría tirar contigo –dijo Sofía, mirándome a los ojos.
–¿Qué?
No entendía nada. De pronto, ella pasó de la excitación a la vergüenza, igual que yo. Me acababa de decir que quería coger conmigo. No sabía si la mina estaba loca o había sido muy sincera. O quizá la droga la había puesto sincera, en verdad no sabía. Solo que su cara se había puesto del color de un tomate y se había ido a hablar con su amiga y su pololo, quienes estaban sentados, atracando.
–Oye, weón, esta weá está suprema. Me siento en las nubes y en el suelo, en la tierra y en el cielo –comentó Nick.
–Ah, te salió rima más encima.
–Sí, weón, quiero más, guarda esa weá como hueso santo. Y quiero follarme una mina –dijo Nick.
–La mina esta me dijo que le gustaría que cogiera con ella, no sé si está webiando o lo dijo en serio, pero se fue donde sus amigos.
–Vo, dale. ¡Que viva la fiesta!
Nick empezó a bailar solo, daba pasos ridículos, si alguien me pregunta, pero estaba entregado a la música electrónica. Permanecía concentrado en los movimientos de Nick cuando llegó Sofía con sus dos amigos. Querían probar la droga.
–Oye… ¿cómo te llamabas? –preguntó Sofía.
–Dime Andy.
–Ya, Andy, mis amigos quieren probar la otra pastilla que te queda. Se refería a la pareja que acompañaba a Sofía en la fiesta. Estaban bailando, con la vista hacia nosotros. Estaban atentos a mi respuesta. Sofía esperaba con una mirada coqueta, moviendo los dedos y presionándome el hombro suavemente con el índice. No pude decir que no.
–Ya, les voy a dar la mitad de una, para que se peguen un cuarto cada uno. Mira cómo está mi amigo, yo creo que con un cuarto basta y sobra –aseguré.
–Ya, bueno.
Cuando accedí a darles la pastilla, que tuvimos que partir por la mitad, y luego por la mitad nuevamente, no pensé en el real efecto que podría causar. Mientras la gente disfrutaba bailando y tomando, la pareja se enfrascó en una discusión que casi llegó a las manos. El efecto en ellos fue igual de estimulante que en Nick y Sofía, solamente que la pareja pareció irse en un mal viaje.
Para salir de dudas acudí a Sofía, quien estaba bailando sola. Extasiada en la pista de baile, movía las caderas y parecía una estrella moviéndose al vaivén de su energía corporal y al ritmo de la electrónica.
–Oye…
–Dime –respondió, mirándome de pies a cabeza, humedeciéndose los labios antes de mordérselos.
–Ehh, ¿qué onda tus amigos? Están puro peleando –le comenté.
–Ah, sí. Es que no sé cuál de los dos es más celoso. Aparte de que la pastilla que me diste es cuática, no sé qué me pasa, tengo solo ganas de ser sincera y decir la verdad. Me da miedo hablar.
–Mmm…, eso está interesante –dije, mirándola a los ojos.
–¿Vamos a ver qué les pasa? –propuso.
–Vamos.
Acudimos al lugar donde se encontraba la pareja y nos saludaron como si nada pasara, por lo que sentimos que no estábamos causando ningún mal y los podíamos ayudar. Queríamos que siguiera la fiesta, así que nos pusimos a tomar vodka. Al momento de sentarnos, vimos que la amiga de Sofía se instalaba a su lado y su novio se quedaba tirado. Para no dejarlo solo, me acerqué a él.
–¿Qué tal la pastilla? –le pregunté.
–Preferiría no haberla probado, compadre, esta mina se fue en la mala y me empezó a reclamar puras weás –respondió.
–¿Como qué?
–Por ejemplo, me dice que no sé para qué vinimos acá si le voy a andar mirando el culo a todas las otras minas.
–Ohh, compa, eso es inevitable yo creo.
–Exacto. Más encima no sé qué onda tu pastilla, pero me fui en la sincera y le dije que había por lo menos tres minas con mejor culo y que fácilmente me podría agarrar una. Como que te hace decir weás demás también la pastilla de mierda –comentó ofuscado.
–Por eso no quise tomarla, me queda la mitad.
–Oye, pero está buena, pero mala idea probarla con tu polola.
Mientras conversábamos, Sofía y la novia de mi nuevo compadre estaban bailando solas en la pista de baile, que seguía con la electrónica. Creo que les estaba haciendo demasiado bien a las dos, ya que el baile les permitía apegarse bastante. Parecía que la música les estuviera dictando el movimiento a las pelvis y los brazos, algo que solo había visto en bailarinas de clubes nocturnos. Se miraban profundamente. Siempre he admirado la complicidad que pueden tener dos mujeres en una pista de baile, mientras más contacto tengan entre ellas, mayor será el deseo de los galanes que quieran sacarlas a bailar. Entre hombres, sería un acto que causaría espanto en una discoteca de tendencia hétero. En fin, estas dos amigas estaban bailando muy sensualmente, tanto que mi nuevo amigo se empezó a preocupar.
–¿Y cómo te llamas? –le pregunté, al cabo de un rato.
–Alfred.
–Buena, Alfred.
–¿Tú?
–Andy.
Apenas le dije mi nombre, frenó la conversación y se paró. Fue hacia el computador y empezó a meter mano. Antes que terminara la canción de música electrónica, puso Sé que quieres de Plan B. Todos empezaron a festejarla. Había grupos de hombres que se empezaron a frotar las manos, así como las moscas. Existía una expectativa por los nuevos vínculos que se generarían. Mi amigo Nick cambió su algarabía introspectiva y vino hacia donde estaba yo.
–Vamos por unas minas –me dijo, con las dos pupilas dilatadas y la mirada de un demonio.
–Ya, pero no veo más dúos que esas dos minas, y ese loco es el pololo de una –le dije, apuntando a Alfred.
–¡Tu pastilla está “la raja”, weón! –celebró Nick, alzando las palmas.
De pronto dimos una vuelta y nos encontramos con las chicas con las que habíamos ido a comprar el vodka. Las miramos y nos miraron, se rieron y nos reímos. Las invitamos a bailar y accedieron. El reguetón se puede prestar para muchas cosas. El movimiento pélvico es clave, también la flexibilidad para llegar con un paso de baile hasta el piso. Así que entre mi estado de ebriedad y de consumidor satisfecho de drogas pude hacerle el peso a mi compañera, que en el baile no andaba nada de mal. De reojo, veía que Sofía nos controlaba. Diría que se le notaba mucho la cara de despecho. Los pequeños detalles no verbales generalmente no se me escapan, de sapo que soy. Me fui a preparar un vodka, pero le avisé a la chica que volvía.
–Claudia, voy a servirme algo y vuelvo.
Me serví un vodka con Sprite Zero. Vi que un amigo de Claudia llegaba a marcar territorio. Se pusieron a bailar. Yo, bien por ellos. Vaso en mano, me acerqué hasta donde estaba Alfred, poniendo música.
–Oye, brother, ¿vamos a bailar con tu mina y Sofía?
–Ya, vamos, voy a dejar un mix.
Nos acercamos a las chicas y nos vieron con una mirada favorable. Al rato estábamos bailando reguetón al puro estilo perreo. Bien cerca uno del otro, así como se baila en Chile o en República Dominicana. No era necesario hablar. La música y nuestros movimientos hablaban por nosotros. Además, el reguetón es muy sugerente. La pasábamos genial.
El baile entre nosotros transcurría en silencio, mientras intercambiábamos miradas coquetas. Me imaginé que, tras la reciente declaración, Sofía no querría hablar mucho. A lo largo de mi adolescencia me he esforzado por mejorar mi movimiento pélvico para impresionar, de modo que agarrándola por la cintura intentaba controlar mis hormonas, para que no me diera mucha vergüenza lo que ella podía comprobar con solo apegarse un poquito. Cuando se puso de espaldas, ya no pude contenerlo, los efectos de la marihuana facilitaban la misión de la chica, por lo que no me interesó que ella sintiera mi partner en acción. Sus nalgas, sus hombros y su espalda estaban totalmente apoyados en mí, mientras yo le agarraba la cintura con la mano izquierda y su muslo con la mano derecha, todo al ritmo del reguetón, por supuesto. El encuentro era total y lo disfrutaba al máximo.
Mientras bailábamos parecía que Alfred y su novia se habían arreglado, puesto que bailaban en forma sensual y entre risas. Nick, por su lado, estaba bailando con la chica que le gustaba hablar por celular y parecía que no le iba mal; ella había guardado por fin el aparato.
–Oye, parece que tus amigos se arreglaron, qué bacán –comenté, aliviado.
–No sé en verdad, porque se arreglan y después pelean de nuevo. Yo creo que es mejor no pololear, así no te haces rollos por celos, estás con quien te guste y no le das cuentas a nadie.
–Ah, claro, pololear tiene sus pros y sus contras, igual es rico tener a alguien con quien estar acostado y regalonear, no sé.
–¿Regalonear o tirar? –preguntó ella coqueta–. A mí me gusta más poder hacer el amor, disfrutar con la persona, pero que después no implique más “atado”, que vamos donde la familia, que acompáñame a comprar, que con quién estás hablando, la inseguridad, etcétera.
–Ah, sí, te entiendo, piensas como hombre.
–A mí me cargan esas diferencias, si al final somos iguales. Igual de calientes. Quizás pareciera que las mujeres miramos solo a un hombre, pero no es así. Solo la hacemos más piola para no quedar mal.
Discutíamos mientras nos sentábamos en una mesa con un par de tragos. Al parecer a ella ya se le había soltado la lengua y hablaba sin pudores. Se expresaba enérgicamente, argumentando la igualdad de género y la capacidad que tiene la mujer de conseguir sus objetivos fácilmente en materia sexual. Su discurso me daba un poco de rabia, ya que pensaba que implícitamente estaba diciendo que si ella quisiera algo conmigo sería muy fácil conseguirlo, lo cual era cierto, ya que era muy atractiva y me moría por darle un beso.
–Por eso me dan rabia las mujeres que se hacen las cartuchas y no son capaces de tomar la iniciativa y darle un beso a alguien que le gusta. Yo, por ejemplo, nunca lo he hecho, pero lo haría contigo si tú también estuvieras hablando como yo y supiera que te gusto –afirmó, casi sin pensar en lo que decía.
En ese momento me miró con sus ojos azules, de manera penetrante. Un instante después pareció detener su pensamiento y su mirada. Se paró y se fue, cubriéndose el rostro. Me quedé sentado, inmóvil, tal vez preso del miedo, quizás de la vergüenza. No sabía si ir a buscarla o quedarme en mi posición. Se había ido casi llorando, noté que se había quedado como en una especie de estado de shock. Yo también estaba perplejo, no tanto por sus palabras, sino por el efecto que podía tener la droga.
Iba ir a buscarla cuando de pronto veo a Nick discutiendo con un grupo de sujetos. Había uno que era bastante robusto y alto, que lo miraba con odio, mientras lo empujaba. Llegué y lo saqué de en medio.
–Disculpen, cabros, ¿qué pasó? –pregunté, poniéndome frente a Nick.
–Tu amigo anda caliente y anda diciendo puras weás, “se puso jugoso” y empezó a “jotearse” en mala a la Belén. Y ella pololea con un amigo que viene en camino.
–Ya, ya, disculpen.
Nos retiramos de ahí con Nick. Mi amigo seguía bailando mientras nos apartábamos. Habían vuelto a poner música electrónica y, al parecer, Nick estaba poseído por la droga y la fiesta. Nos fuimos al living comedor, donde había una larga fila para el baño.
–Oye, weón ¿qué pasó? –pregunté a Nick, desconcertado.
–Hermano, no sé qué onda, pero la fiesta está demasiado buena, las minas demasiado buenas, la droga demasiado buena, la vida demasiado buena. ¡Wooow! –me dijo, mientras saltaba y gritaba como un loco, ante la mirada atónita de algunos.
–Pero, ¿qué onda? ¿Qué le dijiste a la mina?
–Ah, weón, le dije que estaba entera rica, que si tuviera un auto y una casa donde llevarla le chuparía todo y le haría el amor toda la noche.
–Pero, weón, ¡cómo le dices eso!
–Pero, weón, si eso es lo que pienso, po. ¿Por qué iba mentir? ¿Por qué tenemos que mentir? Aparte ella es acuario y yo libra, los dos podemos volar porque somos aire, somos compatibles y sensibles.
–Ya, pero no podí decirle de una lo que le dijiste.
–No importa, porque me dijo que no le gustaba físicamente, así que ya me dijo lo que necesitaba escuchar. Ahora voy a ir a hablar con otras minas y decirles lo que siento.
–No, Nick, para. Creo que estás sobrestimulado, mejor salgamos un rato.
Salimos a la calle vacía. Por fin, ni gente, ni música, todo lo que había sido tan loco, había transcurrido muy rápido. Ahora estábamos en la penumbra de la calle. Él tenía una mirada atónita fija en el pavimento, al parecer estaba anonadado con sus emociones y sentimientos, al igual que yo, que no había probado la droga.
–¿Qué será esta weá? –preguntó Nick, volteando a mirarme.
–No sé, loco, no sé, no sé ni de dónde salió.
–Está buena, pero te hace decir muchas weás, ahora recién estoy dándome cuenta de las cosas que dije allí adentro. En ese momento pensé que estaba haciendo lo correcto. ¿Tengo que pedir disculpas?
–Yo creo que sería una buena opción.
–Ya, voy hacer esa weá.
–Ya, dale, pero no molestes más a la mina.
–Ok.
Iba entrando a la siga de él cuando alguien me toca el hombro. Miro hacia atrás y era Sofía. Había llorado. Nuevamente a la calle. Nos sentamos en la cuneta, ella apoyó las manos y se inclinó levemente hacia atrás, dejando que su pelo cayera hasta casi tocar el suelo.
–Oye, perdón por lo de adentro, no sé qué me pasaba –dijo lamentándose.
–Está bien no te preocupes, si quieres hago como que nunca pasó.
–Ya, mejor.
Estuvimos un rato en silencio y luego agregó:
–Sabes, me fui a dar una vuelta y… sé que no te conozco ni nada, pero te lo cuento porque estás aquí y no quiero molestar a mi amiga.
–Dale.
–Salí con mucha vergüenza y cuando me fui a dar la vuelta se me vinieron muchas imágenes y pensamientos a la cabeza, pude ver a mi madre y mis hermanos, se me presentaron miles de momentos en que los hacía sufrir y donde sé que actué mal. Todos esos episodios tenían algo en común. Estaba mintiéndoles. En verdad no sé qué hace tu droga, pero tengo ganas de ir a donde mi familia y decirles todo lo que siento y no ocultarles nada.
–Mmm… ¿Y eso es bueno o malo?
–No lo sé, pero siento que esta droga puede ayudar a que la gente se dé cuenta como yo de cosas que han hecho mal, si es que a todos les provoca el mismo efecto, eso sí po…
–Claro.
Me hablaba mirando al cielo, con voz triste y con pesar. Me empezó a asustar el efecto que causaba la pequeña pastilla, junto con percatarme de que en verdad no sabía de dónde había salido. Quizás a alguien se le había confundido entre mis cosas, o la había sacado de algún lugar y la había puesto intencionalmente en mi chaqueta. La última opción me parecía aterradora, por lo que no quise pensar más al respecto y volvimos a entrar a la casa.
La fiesta seguía igual que antes, con música electrónica motivando la fiesta, gente bebiendo, fumando y bailando. Fuimos junto a Sofía a encontrar a sus amigos. En la pasada pude ver que Nick se había acercado a hablarle a otra chica. Esperaba que no volviera a meterse en líos. En un rincón del patio, la amiga de Sofía lloraba en posición fetal. Algo no andaba bien.
–¿Amiga, que te pasó? –le preguntó Sofía, sobándole un hombro.
–Weona, quiero terminar con Alfred y no sé si quiero que sigamos siendo amigas.
–Pero, ¿qué onda? ¿Por qué?
–Este weón me dijo que tú le gustabas hace tiempo, porque te encuentra más bonita, rica y más liberal que yo.
–¿Cómo? No te creo. ¿Y dónde está? Debe ser mentira, amiga –replicó Sofía, consternada.
–¡No! No puede ser mentira y él lo sabe. La weá que tomamos te hace no mentir, te hace sincerarte o algo así. Me quiero ir de aquí. También yo le dije algunas cosas.
–Mierda.
La cosa estaba realmente fea. Alfred y la amiga de Sofía acababan de tener una discusión de grueso calibre. El ambiente se puso tenso. Ya no sabíamos lo que podía causar la droga. Decidí que debía buscar a Alfred. y fui por él. Lo encontré cerca de una chica, estaba hablándole al oído y a ella parecía gustarle. Entré al baño para hacerme el desentendido y me miré al espejo. No sabía qué pensar, debía salir del baño y hablar con él o ir a decirle en qué estaba el galán a las chicas. Solidaridad masculina.
–Alfred –le dije, tocándole el hombro levemente para que atinara–. Alfred.
No contestaba, ni siquiera me miraba.
–Oye, te buscan.
–La chica a la que Alfred le hablaba atinó a indicarle que le estaban hablando.
–¿Qué querí? –me dijo con tono desafiante y notablemente borracho.
–Vamos p’ afuera, hermano, te necesitan.
–Qué hermano, no soy tu hermano y nadie me necesita afuera, ella me necesita –me dijo, apuntando a la chica. Después, le dio un beso en la mejilla.
–Vamos, weón, en serio.
–Ya, weón, ya voy, espérame cinco minutos.
–No, no, anda altiro –dijo la morena que acompañaba a Alfred, y se retiró.
–¡Puta, weón, viste lo que hací! –dijo Alfred, parándose y enfrentándome con su mirada.
Después de calmarlo un rato, me dijo que Gabriela, su novia, le había dicho que se había metido con uno de sus mejores amigos cuando ellos pasaban por un quiebre amoroso. Y habían terminado en ese entonces, pero nunca le había dicho lo que en verdad había sucedido mientras él se encontraba en Brasil. La confesión lo había destrozado, me explicó que en el momento que lo supo, lo tomó a la ligera, y solo le provocó risas, por lo que él le confesó que, al principio, le gustaba Sofía y que había tenido más de un encuentro con alguna garota en Brasil. Al pasar la euforia, se habían dado cuenta de lo que habían dicho, esas verdades que los habían hecho pedazos.
–Tienes que hablar con Gabriela, tratar de arreglar las cosas.
–No sé, Andy, siento que la he cagado en grande, y no solo con la Gaby, sino con mi familia, con amigos, hasta con compañeros de curso.
–Tranquilo, hermano, por ahora trata de arreglarte con la Gaby.
Fuimos hasta donde estaban las chicas. Sofía consolaba a Gabriela. Ambas estaban desconcertadas. A la fiesta le quedaba una hora de vida más o menos, pero lo que había pasado me había quitado casi toda la energía y las ganas de pasarlo bien. Alfred se llevó a Gabriela para conversar. Nuevamente habíamos quedados solos Sofía y yo.
–Qué heavy lo que pasó. No me lo esperaba para esta noche –dijo ella.
–Sí, fue muy cuático. Pero ya sé que esta pastilla tengo que botarla y no dársela a nadie más.
–No, no, guárdala, sabí que deja la cagá, pero no es malo el efecto, ahora siento que tengo que arreglar algunas cosas que he hecho mal y me siento bien por eso. No creo que sirva para carretear, pero sí sirve de algo, así que guárdala.
Estuvimos hablando un rato y me dijo que tenía que irse, se iba quedar en la casa de su amiga, así que tenía que partir. La fui a dejar hasta la reja recordando sus palabras durante la fiesta. Era la oportunidad. Nos dimos un abrazo apretado, el cual duró unos segundos más de lo habitual. Al tenerla frente a frente, le tomé las mejillas suavemente, dispuesto a besarla en la boca. Se echó hacia atrás.
–¿Qué te hace pensar que quiero darte un beso? –me preguntó, exhibiendo su linda sonrisa.
–No lo sé, creo que la pastilla ya hizo ese trabajo.
Nos besamos intensamente durante unos minutos. En esos instantes, pareció que el cielo bajaba a la tierra y que las estrellas se mezclaban entre nosotros, danzando y festejando nuestro encuentro.
Aquella noche, cambiaron las cosas, tenía en mi poder una droga muy extraña y no sabía realmente qué haría con la dosis que quedaba.