Читать книгу Emociones, argumentación y argumentos - Cristián Santibáñez - Страница 10

Оглавление

1. INTRODUCCIÓN

Fíjese Ud., aun me embarga, para no decir que me deja perplejo, la prosa citada de Federico García Lorca. ¿No le sucede lo mismo? Ya como asunto fenomenológico, esto es, que algo no fácilmente descriptible nos pasa con lo que el escritor dice, o por la mención cuando Federico García Lorca hace explícita referencia a ella: la emoción. Por su parte, la cumbia de Chico Trujillo apunta a una intuición que tenemos todos, a saber, que en la familia de conceptos asociados hay una escala cualitativa que distingue que algo es una emoción, y otra cosa distinta es un sentimiento.

Quizás desde que Darwin ([1872] 2014) describiera observacional, y para algunos por primera vez de forma sistemática, las emociones, y que luego James (1884, [1890] 2007) se acercara de forma más científica (aun cuando todavía altamente especulativa), los estudios han ido en un aumento exponencial. No obstante, la psicología cognitiva y social del último siglo ha entregado respuestas robustas a preguntas específicas sobre las emociones reuniendo conclusiones de investigaciones empíricas, cuasiexperimentales, experimentales, neurofisiológicas, etc. Las preguntas, solo por nombrar algunas, que se han respondido dicen relación con: ¿qué son las emociones, y cómo se diferencian de otros fenómenos parientes y conectados — sentimientos, afectos, sensaciones, etc.?; ¿hay emociones universales?, ¿las emociones tienen características heredables?, y, en fin, ¿las emociones se padecen o se construyen? Frente a estas preguntas, probablemente el acercamiento más fecundo actualmente es el desarrollado por Barrett (2018), a quien se retomará en las conclusiones.

Este trabajo, no obstante, no intenta aportar en las líneas de investigación que tales importantes preguntas proyectan, sino circunscribir la naturaleza y función de las emociones desde un punto de vista lingüístico y filosófico en el contexto de un diálogo argumentativo. En otras palabras, se busca aportar en torno a qué es una expresión de emoción usada en turnos de habla en una controversia. Para repetirlo con otras palabras, aquí nos interesa la emoción verbalizada en el contexto del conflicto de opiniones.

Para generar una respuesta tentativa al desafío planteado, en la primera sección se entrega una lectura social de las emociones que permite entender cómo la contradicción social va modelando, vía experiencia, una contradicción psíquica para concebir un conjunto de emociones ligadas a la manifestación de problemas. Este primer acercamiento solo intenta ofrecer características psico-sociales elementales para entender, a veces indirectamente, el carácter compromisorio del tipo de acto de habla que es una expresión de emoción en un contexto controversial.

En la segunda sección, que es la más extensa, se discute primero el tratamiento habitual de las emociones en la teoría de la argumentación, comenzando por algunos apuntes de la retórica clásica y terminando con ciertos aportes de algunos autores importantes de la teoría de la argumentación; luego se pasa revista a la teoría de los actos de habla estándar (particularmente la propuesta de Searle) relativa a las expresiones emocionales, para pasar a la descripción de la noción de acto de habla complejo de la argumentación dentro del que se insertan, sin mayor análisis, las expresiones emocionales (particularmente tomando en cuenta la teoría pragma-dialéctica).

En la tercera sección se discute la explicación que ofrece Hamblin. Esta aproximación ha pasado, si no nos equivocamos, desapercibida en la literatura de la teoría de la argumentación, y bajo nuestra perspectiva es la que mayor rendimiento tiene. De hecho, este artículo viene a converger sustancialmente con esta posición. Dicho de otro modo, este trabajo intenta extender y defender que esta aproximación es muy promisoria.

En la sección que se denomina observaciones finales, se retoman algunos alcances de lo que ha reflexionado Barrett (2018) y Kirsch (2020), siguiendo la dirección de la teoría granulada de las emociones y la idea de auto interpretación que ambas autoras han promovido respectivamente, para apreciar qué de ello es fructífero para la teoría de la argumentación. Esta sección final es altamente especulativa, y se ofrece en ella algunas ideas para responder interrogantes que las secciones anteriores arrojan. Estas interrogantes dicen relación con: 1) el tipo de acto de habla que es la emoción, 2) el tipo de normatividad asociada, y 3) el tipo de cambio de actitud que provoca. Se responde tentativamente utilizando la noción de perfiles de diálogos existente en la literatura de la teoría de la argumentación.

No está demás señalar que este trabajo no puede considerarse como una respuesta definitiva, ni siquiera sistemática, respecto de la naturaleza y función de las expresiones emocionales en un diálogo argumentativo; simplemente las emociones, y su comunicación lingüística, están cruzadas por las experiencias y relaciones grupales que cada sujeto pone en juego cada vez que defiende o ataca una posición. De hecho, y como la literatura contemporánea majaderamente apunta, a menos que nos atengamos a una definición muy folk de emoción, el concepto se resiste a todo tipo de entendimiento como un tipo natural, ya que la emoción se expresa a veces como una ocurrencia (como el pánico), a veces es una disposición (como la hostilidad), otras veces es un proceso cognitivo primitivo (como el miedo a las culebras)1. Para tranquilizar al lector, se entenderá la emoción, en principio, así como se conceptualiza por la Enciclopedia Stanford:

A widely shared insight is that emotions have components, and that such components are jointly instantiated in prototypical episodes of emotions. Consider an episode of intense fear due to the sudden appearance of a grizzly bear on your path while hiking. At first blush, we can distinguish in the complex event that is fear an evaluative component (e.g., appraising the bear as dangerous), a physiological component (e.g., increased heart rate and blood pressure), a phenomenological component (e.g., an unpleasant feeling), an expressive component (e.g., upper eyelids raised, jaw dropped open, lips stretched horizontally), a behavioral component (e.g., a tendency to flee), and a mental component (e.g., focusing attention).

2. DE LA CONTRADICCIÓN SOCIAL A LA CONTRADICCIÓN INTRAPSÍQUICA: EL DESARROLLO DE LA EMOCIÓN

De la definición general que la enciclopedia entrega, partamos por considerar que la emoción se instancia en episodios. La pregunta específica en relación con lo anterior que nos interesa responder en esta sección es ¿qué gatilla esos episodios? La respuesta que se escoge proviene de una visión sociocultural y del desarrollo. Nótese que este aire explicativo encajará bien en el contexto muchas veces tenso de un intercambio argumentativo.

Siguiendo la teoría de las emociones de Vygotsky, algunos autores (Muller, 2017; Veresov, 2017) apuntan con precisión que los estados emocionales se experimentan primariamente de forma colectiva, esto es, como un desarrollo psicológico determinado por nuestros contactos con los demás. En nomenclatura algo técnica, nuestro desarrollo psicológico emocional es, en nuestros primeros años de vida, interpsíquico, y luego con el transcurso del tiempo tenemos cierta consciencia intrapsíquica de nuestras emociones o, mejor dicho, de nuestras experiencias emocionales. El énfasis en este acercamiento es que, siendo niños, el entorno se refracta en nuestra experiencia emocional. En tanto función mental, la emoción es más bien resultado de un desarrollo social.

Con cierto alcance anecdótico, pero que resulta del todo coherente en cómo de hecho escribimos nuestros avances reflexivos, Veresov (2017, p. 241) indica que Vygotski estaba influenciado por el lenguaje artístico ruso de comienzos del siglo XX, particularmente teatral, que concebía la experiencia estética como un conflicto dramático. Tomando prestado de este contexto léxico algunos conceptos, la aproximación sociocultural a las emociones enfatiza que la experiencia emocional, en las relaciones sociales, genera un acontecimiento dramático, sobre todo cuando nace de un conflicto personal. Experimentar un drama social (esto es, un conflicto importante) deja una huella que la convierte en una categoría intrapsicológica individual.

Lo más importante, para nuestros propósitos, es que bajo este paraguas teórico el conflicto (psicológico) interno pone en marcha todas las funciones mentales superiores: la memoria (“he dicho algo con demasiada pasión”), las emociones (“Estoy avergonzado de este comportamiento ofensivo”), el pensamiento (“tengo que reflexionar al respecto y no repetir este comportamiento”), y la voluntad (“no tengo que volver a actuar así”). Como se observa del recorrido por las funciones a través del ejemplo entre los paréntesis, este cuadro no es en absoluto ajeno a algunos de los tipos de diálogos (Walton y Krabbe, 1995) argumentativos, que genera, en la dimensión psicológica, un cambio de actitud o comportamiento, y en la dimensión argumentativa, un cambio de posición, creencia o punto de vista. El hecho contradictorio social se repite en el modelamiento mental del conflicto, desagregándolo analíticamente en partes (las funciones mentales superiores) para disponer de un cambio conductual, reflexivo y emocional.

Ciertamente el dominio metafórico que proyecta la entrada drama puede sonar exagerado para efectos de entender todas las experiencias emocionales, lo que obliga a pensar el término en una gradiente de intensidad, tal como el género drama en el lenguaje teatral se compone, al menos, de comedias y tragedias. No se trata de que todo conflicto, contradicción, cause una experiencia emocional negativa, sino tan solo se trata aquí de recordar que genera una experiencia emocional importante que tiende a cubrir muchas interacciones de nuestras vidas en las que se rememora, automática o reflexiva, una huella que va acomodándose.

3. ¿Y QUÉ NOS DICE LA TEORÍA DE LA ARGUMENTACIÓN?

Lo recién discutido nos ayuda en dos sentidos: primero sitúa el cambio de las funciones mentales superiores en clave sociocultural, vale decir, determinadas por el colectivo; y, en segundo lugar, que ellas, o al menos las emociones y la capacidad reflexiva, requieren el conflicto para un cambio, una revisión. ¿No suena familiar esta explicación a los cultores de la teoría de la argumentación? Esta pregunta retórica solo es un indicio que muestra que entre la práctica argumentativa y el componente emocional hay una continuidad, digámoslo con cierto riesgo, genética, esto es, de origen. Esto último, sin duda, abona a la aproximación que Gilbert tiene de la argumentación. Para hacer justicia a, no obstante, parte de lo que se ha pensado en la teoría de la argumentación sobre las emociones, en esta subsección 2 se resumen solo algunos tratamientos de lo emocional en lo argumentativo.

3.1. Panorama habitual2

Entre los investigadores de la argumentación siempre ha habido consciencia de la importancia de la emoción cuando se argumenta. Cuando se revisan los índices analíticos de los libros, la entrada emoción muchas veces aparece. Pero, en general, esta consciencia de su importancia no ha traspasado algo que cabría de catalogar simplemente como un gesto de buenas maneras académica. No ha habido un tratamiento detallado, actualizado ni transdisciplinario para beneficio de la teoría de la argumentación. Descontadas ciertas excepciones, que a continuación discutimos, la dimensión está aún abierta a la suma de datos e ideas.

Comenzando por el peso de la tradición, discutiendo, o más bien aconsejando, sobre las causas respecto de las que un orador es digno de crédito, y por tanto muy susceptible de influenciar las decisiones de otros, Aristóteles en su Retórica (1378a) dedica una sugestiva mirada sobre las emociones: “Y es que los sentimientos de los que se derivan dolor y placer, como la ira, la piedad y otros por el estilo, así como sus contrarios, los que, con sus cambios, afectan las decisiones. Y es necesario distinguir en cada uno tres condiciones: en la ira, por ejemplo, en qué situación se encuentran los airados, contra quiénes acostumbran a encolerizarse y por qué motivos, pues si se diera una o dos de ellas, pero no todas, sería imposible provocar la ira. De modo similar ocurre con los demás sentimientos.”3 Un primer comentario, casi obligado, y en el que toda la literatura estándar de la argumentación repara, es que Aristóteles ve que las emociones son algo que está al servicio de la tarea del convencer, que un orador —hábil— puede hacer uso de ellas en su discurso, que las emociones vienen en grados, determinadas por el contexto, por las características y motivos de quienes las padecen y por quienes la usan. Como Walton (1997, p. 48) apuntó muy bien, Aristóteles no vio el uso de las emociones como un comportamiento necesariamente falaz que limitara el pensamiento crítico.

La discusión en torno al tratamiento de las emociones y/o pasiones (sentimientos, afectos) en Aristóteles es muy vasta y con las complicaciones de interpretaciones que los eruditos avanzan. Un estudio acabado y muy claro es el realizado por Luz Cárdenas (2011), quien trata precisamente el vínculo entre la dimensión retórica, las pasiones y la persuasión en Aristóteles. Por ejemplo, la autora, que dedica todo el capítulo 4 a las emociones, en relación con el vínculo entre opinión y emociones en Aristóteles, indica:

La indicación inicial de Aristóteles…, al comienzo del libro II sobre el efecto que producen las emociones sobre los juicios, no es suficiente para reconocer en la emoción un elemento cognoscitivo, esto solo aparece con el análisis que se hace de cada una de ellas, cuando se afirma que tienen objetos y motivos. Aristóteles no concibe las emociones como simples impulsos que empujan a un hombre a llevar a cabo una acción, por ejemplo, a un hombre cualquiera que está airado siempre se le puede preguntar si su ira es razonable. La idea de la cognición vinculada con la emoción ya estaba presente en los debates de la Academia de Platón, pero fue Aristóteles quien determinó que la cognición es causa eficiente y esencial de la emoción; esto se comprueba cuando se observa la manera en que define cada emoción individual. Esto constituye un valioso aporte para la psicología filosófica, para la teoría retórica y para la ética, pues las respuestas emocionales pueden ser, así, acciones inteligentes y razonables. Cuando un orador demuestra que el peligro es inminente, despierta el miedo en la audiencia, lo que lo conduce a concebirlo como una amenaza y, en consecuencia, en pensar en su propia seguridad, de esta manera lo hace deliberar. Estos son argumentos razonados, no simples encantamientos… es así que, como para Aristóteles, el hombre virtuoso es quien está bien dispuesto a una respuesta emocional. (Cárdenas, 2011, p. 121).

Cárdenas no es solo clara y elocuente en su análisis de la obra de Aristóteles, sino además muy contemporánea y nos permite ver que tempranamente se concebía el vínculo indisoluble entre emoción y cognición, tal como lo recoge, por ejemplo, Gilbert.4

Con la venia del lector que aceptará este salto temporal abrupto, pareciera ser que las emociones han sido tratadas en la tradición retórica, o en varios de sus autores prominentes (incluyendo a Cicerón, Quintiliano, o en tiempo modernos como Campbell), como una fuente de posibilidades a ser explotadas por el orador. Quintiliano se refiere a ellas como la clave que todo excelente orador debe estimular en la audiencia para guiarla.

En lo que refiere a la teoría de la argumentación como campo disciplinario actual, la obra de Perelman y Olbrechts-Tyteca ([1969] 2000) es crucial. Pero los autores, aunque en el índice de conceptos las emociones aparecen, ellas, y tal como sus antepasados retóricos, son vista como pasiones, separadas de otras facultades, y como fuentes de estrategias para el hablante. Ahora bien, cuando se analiza la mención emoción en la Nueva Retórica, los autores incorporan la idea de significado emocional, que vinculan con el uso de nociones, en el sentido de que las nociones tienen significados ambiguos no directamente referidos a un lenguaje descriptivo; en otra mención de emoción (2000, pp. 146-147), los autores belgas reflexionan sobre la manera en que se expone la información en un discurso argumentativo y, para lograr un efecto emotivo, siempre se debe ser más específico en el uso de descriptores, evitando nociones abstractas o esquemas generalistas. Incluso, en otra mención, en este acercamiento retórico clásico, Perelman y Olbrechts-Tyteca vinculan la elección de argumentos con arreglos a tonalidades de voz, y mientras más cerca esté la tonalidad de voz del hablante a sus afectos, esto es, cómo él siente y manifiesta tonalmente lo que defiende o avanza, mayor grado de sinceridad puede ser percibida por su oyente, y quizás más posibilidades de persuadir. Como se observa, desafortunadamente, es un tratamiento similar a sus antecesores.

En su primer monográfico importante, Tindale (1999) no avanza nada relativo a las emociones. Ni a los sentimientos, ni pasiones, ni afectos. Su monográfico se titula Actos de argumentar: Un modelo retórico del argumento, pero en él las emociones no son parte de su modelo. Pero el autor se redime en su monográfico de 2015. En él las define siguiendo a Aristóteles, como estados mentales más que cuestión de carácter del individuo, capaces de influenciar y que emergen de la percepción. Más tarde el autor canadiense le dedica un capítulo completo (el 8), y allí pasa revista al vínculo emoción y cognición, del cual ya vimos con Cárdenas se aprecia en Aristóteles una evidente relación. Al tratar Tindale visiones modernas sobre las emociones, que tendrían efectos en una teoría de la argumentación, recuerda que Thagard (2000) ya había apuntado desde la psicología del razonamiento que toda decisión tomada por nosotros que no contenga un aspecto emocional resultaría en una mala o pobre decisión. El punto, siguiendo a la teoría de la coherencia emocional de Thagard, es que las emociones y la cognición interactúan en el compuesto que se denomina cognición emocional, esto es, el conjunto de recursos y disposiciones que mueven tanto a los procesos del razonamiento como a los procesos emocionales que dan valor a las representaciones mentales. De este modo, cuando vamos a opinar sobre la Madre Teresa, es probable que ella tenga una valencia positiva dada una valoración —social— conjunto previa.

Es interesante notar que Tindale ve le necesidad de decir algo sobre la distinción entre sentimiento y emoción, como en el epígrafe de la cumbia, siendo el caso que mientras el sentimiento es materia de experiencia, la emoción es de expresión. No obstante, la naturaleza híbrida de todo comportamiento emocional hace de la distinción un aspecto secundario para efectos de cómo se manifiestan en un diálogo argumentativo. Y en esto último Tindale aporta lo siguiente. De acuerdo con su visión, el rol de las emociones en la argumentación es mover a la acción (que sigue la línea de Aristóteles, pero también de De Sousa (1987)), alineando las razones con los deseos para empujar cierta ruta inferencial. Las emociones nos ubican en una situación social específica una vez son comunicadas, y nos permite acceder y sentir lo que otros expresan, obteniendo así un tipo de conocimiento de segundo orden requerido para avaluar y criticar las emociones de los otros y, más importante, calibrar nuestra respuesta emocional frente a ellos. Las emociones, de esto modo, comunican juicios (vemos el mundo con ellas y a través de ellas) sobre un estado de cosas y nos hacen movernos entre el set de juicios que se afectan cuando, precisamente, se comunica una emoción. Piénsese, por ejemplo, en el uso de ellas en un contexto jurídico, en un tribunal oral, cómo los involucrados se mueven entre los sets de juicios así los testimonios de todo tipo comunican sus creencias emocionalmente recubiertas. Otro ejemplo paradigmático respecto del estrecho vínculo entre emoción y juicio, es el caso de la confianza, ya que ella está basada en, al menos, la reputación, las propuestas y los logros de quienes uno ha depositado la confianza. Para que se vea de forma clara esto último: a quienes nos hacen sentir bien (por sus propuestas, ideas, logros, etc.), le otorgamos más valor, atención y tendemos a creer más en sus aseveraciones.

Tindale termina su reflexión en torno a las emociones tratando de incorporar la idea de Damasio ([1994] 2003) relativa al funcionamiento de los marcadores somáticos, en tanto marcadores que direccionan respuestas automáticas (heurísticos) que nos permiten elegir entre alternativas posibles en contextos decisionales de incertidumbre, ayudando en, pero no reemplazando, el proceso de deliberación. Pero pareciera ser que esta hebra reflexiva del autor es más bien un esfuerzo por dejar una nota de actualización, más que una dirección segura de investigación.

Antes que Tindale, no obstante, Walton (1992, 1997) ya había observado la necesidad de profundizar en el rol de las emociones en la argumentación, pero el autor no sigue, a simple vista, una visión retórica. Comentando sobre los aspectos evolutivos de la lógica de apelar a los sentimientos (feelings) (Walton, 1992), repitió la idea de que ellos cumplen una función sesgada positiva con el objeto de conseguir atención en la búsqueda de ayuda y que, para nuestros intereses más cercanos, cuando son usadas de manera moderada cumplen un rol evidencial en el razonamiento práctico (en el que Aristóteles también había reparado). Consideró Walton (1997) que la investigación de Damasio (1994) apoya esta línea de interpretación, vale decir, que la identificación y uso de marcadores somáticos tiene un papel importante que cumplir para tener una deliberación exitosa, en el sentido de usar lo que es apropiado para cada oportunidad, como la misma definición de retórica de Aristóteles concibió.5 De modo que la lectura de Walton tampoco es muy lejana a la tradición retórica.

Ahora bien, Walton (1992), en realidad, se acerca a las emociones para señalar que el uso de ellas en un discurso argumentativo no siempre, ni necesariamente, constituye movimientos falaces. Cabe recordar que su análisis es de corte pragmático, y considera a los argumentos como contribuciones a —distintos tipos— de diálogos, y la robustez y cogencia de un argumento depende del tipo de diálogo al que contribuye. Dado que los diferentes tipos de diálogo tienen diferentes propósitos y diferentes reglas de compromiso, esto significa que la fuerza y validez de un argumento son relativa a los propósitos y reglas del diálogo al que contribuyen. Por lo tanto, como es fácil concluir, para Walton un argumento puede ser falaz en un tipo de diálogo y razonable en otro. Su esfuerzo fue diseccionar los distintos tipos de argumentos que contendrían emociones (como, por ejemplo, apelaciones ad baculum o ad misericordiam), para analizarlos caso por caso.

Más interesante es la propuesta de Ben-Ze’ev (1995), que un solitario artículo avanzó distinciones relevantes pero que, finalmente, se decanta por las enseñanzas de Aristóteles relativas a que las emociones inducen acciones, vale decir, son materia de razonamiento práctico. Aun así, vale la pena consignar que Ben-Ze’ev enfatizó que las emociones son una forma no típica de argumentar, compuesta una dimensión cognitiva, otra evaluativa, otra motivacional y otra que llamó de los sentimientos. Las describe de la siguiente manera:

The cognitive component includes the information about the given circumstances; the evaluative component assesses the personal significance of this information; the motivational component addresses our desires, or readiness to act, in these circumstances. The feeling component is a primitive mode of consciousness which expresses our own state, but is not in itself directed at this state or at another object. These components are not separate entities or activities; they are distinct aspects of a typical emotional experience (p. 190)

Dado que la argumentación se manifiesta, obviamente, en (1) un contexto comunicativo en el que (2) se encuentran posiciones incompatibles relativas (3) a hacer patente puntos de vista, hay actitudes emocionales que satisfacen estas tres coordenadas. Y aquí trae a colación un simpático ejemplo testimonial:

When Bertrand Russell, during his long love affair with Lady Ottoline Morrell, became jealous of the intimate relationship she maintained with her husband Philip, his jealousy may be regarded as a kind of implicit argumentation. The way he communicated his jealousy to Lady Ottoline was intended to make her realize he wanted her to change her attitude; their positions were incompatible (i.e., while he demanded she cease allowing her husband access to her bed, she refused); and the care and great personal involvement he thus revealed, he believed substantiated his position (p. 190).

Al igual que el acento expuesto en la primera sección de este trabajo, con el argumento emocional de Russell queda en evidencia que las emociones son sociales en su naturaleza, y tienen, de acuerdo con Ben-Ze’ev, una función expresiva, y ocurren cuando percibimos un cambio significativo en nuestra situación de vida. Ahora bien, desde un punto de vista de la estructura o identidad de un argumento, el autor sostiene que una pretensión emocional tiene la siguiente forma:

…claim implicit in the emotional state is valid since I sincerely believe in it and it has emerged through the activation of a cognitive schema whose validity has been supported during the course of personal and evolutionary development. The emotional substantiation is personal: it involves personal logic not always accepted in intellectual argumentations. Russell’s emotional demand that Lady Ottoline will sleep only with her lover (himself) may sound extravagant, but it has its own substantiation. It may have been based on the importance Russell attaches to their relationship and the assumption that people should have sex only with those they are in love with rather than with those they happen to live under the same roof with. The characterization of emotions as a kind of argumentation is close to Aristotle’s view. Nancy Sherman argues that for Aristotle, “To feel hostile or friendly, indeed to feel specific emotions, in general, is to have reason to feel one way or the other, and it is of this that the rhetorician must persuade his listeners” (p. 192)

Por lógica de las emociones Ben-Ze’ev entiende su racionalidad, y la racionalidad de las emociones deviene en (1) un sentido descriptivo, esto es, la generación de emociones envuelve a veces cálculos intelectuales, o (2) un sentido funcional, esto es, las emociones expresan la mejor respuesta a circunstancias determinadas. De esta forma, resulta ventajoso a veces apelar a las emociones porque es racional (en el sentido funcional) comportarse no-racionalmente (en el sentido descriptivo de hacer cálculos incompletos).

Aparte de la función expresiva, Ben-Ze’ev distingue otras dos funciones, a saber, (a) indicación inicial de dirección apropiada de una respuesta, y (b) la movilización rápida de recursos. El autor lo explica del siguiente modo:

The indicative function is required for giving us an initial direction in the uncertain novel circumstances we are facing. The mobilizing function is to regulate the locus of investment, i.e., away from situations where resources would be wasted, and toward those urgent circumstances where investment will yield a significant payoff. The indicative function of emotions is that of telling us which is the positive or negative nature of the uncertain circumstances we face and of helping us choose the initial course of actions accordingly…The mobilizing function of emotions is evident in light of the urgency of the situation: there is an urgent need to respond quickly and with all our resources to an event which can significantly change our situation. Since it is quick and intense, the emotional response is less accurate and more partial. By being partial, emotions focus our limited resources on those events that are of particular importance, thereby increasing the resources allocated for these events (p. 195).

Es evidente que en la función indicativa Ben-Ze’ev se ayuda de los avances de la investigación de Damasio relativa a los marcadores somáticos, y en la función de movilización de recursos hace un uso indirecto de la idea de que la mente está constituida por dos sistemas (sistema dual de la mente, Evans, 2010), que le permite funcionar heurística o reflexivamente, según sea la exigencia contextual.

Pareciera ser que de todas estas fuentes bibliográficas se ha servido Gilbert para armar su teoría (1997, 2001, 2004, 2005) respecto de la que no daremos detalles (tenemos por suerte un artículo del propio autor en esta colección de trabajos). Un caso distinto es la aproximación de Plantin (2004, 2014, 2019)6 y Hample (2005) que provienen de tradiciones diferentes y que comentaremos a continuación para finalizar esta sección de revisión, que ya se extiende demasiado.

En el caso de Plantin (2014) asistimos a un estudio histórico y conceptual con cierto refinamiento. De la disección filosófica y lingüística que desarrolla, interesa específicamente lo relacionado con la construcción discursiva de las emociones y, más específicamente aún, lo que denomina enunciado de emoción (discusión que corresponde a todo el capítulo 8 de su monográfico). Uno de sus puntos de partida lo expresa del siguiente modo el autor:

Comunicación de / por la emoción: comunicación emotiva y comunicación emocional

La expresión y la comunicación de la emoción están obligatoriamente vinculadas. De un modo general, toda variación diferencial de un sustrato es interpretable como un estado de ese sustrato: las fumarolas son «signos» del comienzo de un estado eruptivo, como la fiebre es «signo» de una infección. Estos signos naturales o indicios no se consideran expresivos, en la medida en que no hacen intervenir una actividad intencional, y en que están condicionados absolutamente por el fenómeno del que forman parte. No son ni significantes ni comunicados, lo que no les impide evidentemente ser interpretados. Para que haya expresión, es necesario que haya intención de comunicar, es decir, algo como un sujeto intencional que guíe más o menos sus actos comunicativos. En la actividad lingüística general, las informaciones intencionales se combinan con informaciones no intencionales; esta constatación está en la base de la oposición entre comunicación emotiva y comunicación emocional. Esta distinción fue propuesta por Marty (1908); Caffi y Janney la presentan como sigue (1994b, p. 348). La comunicación emotiva es la señalización estratégica intencional de información afectiva en el habla y en la escritura (es decir, disposiciones evaluativas, compromisos probatorios, posturas deliberadas, orientación relacional, grados de énfasis, etc.) para influenciar la interpretación de situaciones por parte del interlocutor y alcanzar diferentes metas. (Plantin, 2018, p. 157)

La coincidencia con este autor es que lo que le importa es la emoción anunciada, pero en nuestra visión esta distinción entre comunicación emotiva y comunicación emocional no es necesaria. Como veremos más adelante con la discusión de la propuesta de Hamblin, mejor es acercarse al enunciado emotivo comunicado en términos del tipo de acto de habla que está involucrado. En relación con la construcción del enunciado emocional, Plantin señala algo muy interesante:

Nuestra hipótesis es que existe una estructuración del anuncio emocional que solo aparece a nivel del habla. Los principios de esta estructuración valen para el nivel verbal, y sus resultados sirven para coordinar los datos vocales y mimo-gestuales, sea en armonía, sea en oposición (Pedro sufre mucho + sonrisa socarrona). El punto de partida se sitúa en la emoción no connotada sino francamente denotada, la emoción declarada, proclamada, tal como se dice, por ejemplo, en detesto la cerveza. En «¡Puaj! ¡No tolero la cerveza!», el sentimiento se declara y se manifiesta a la vez. Tenemos la hipótesis de que no hay contradicción, sino coordinación entre los planos enunciativos. La importancia atribuida a los fenómenos léxicos y sintácticos se apoya en un principio simple: si alguien dice: «Eso me pone triste», es una buena hipótesis considerar que, hasta que se demuestre lo contrario, la persona se siente triste, en lugar de alegre o asustada. Por supuesto, esta posición sirve para componer, con los datos surgidos de la interpretación, indicios semióticos emocionales. El detective que es buen fisonomista, el psicoanalista o el psiquiatra podrán, al término de sus investigaciones, concluir que la persona estaba actuando o que debe redefinir su emoción. Igualmente, en «bah qué sorpresa + voz plana», la mención explícita de la sorpresa se contradice con el valor léxico de la interjección y la tonalidad vocal, y como, para el intérprete, lo reactivo prima sobre lo denotado (como el acto lo hace sobre la palabra), se concluye que no hay sorpresa. Pero todo análisis debe tener en cuenta que existió el anuncio de una emoción. Estamos interesados en la emoción no como «emoción causalmente manifestada», sino como «emoción significada» en la perspectiva de una organización de la comunicación; la problemática de la sinceridad o de la autenticidad de las emociones parece, en consecuencia, totalmente secundaria.

¿Cómo efectúa el análisis Plantin? De acuerdo con las siguientes distinciones: primero, localizando la vía directa, esto es, el enunciado emotivo declarado; y luego utilizando dos vías indirectas (emociones implícitas): primero lo que denomina señales a posteriori, esto es observando algunas fuentes de comportamientos perceptibles de alguien emocionado (gestos, posturas, etc.), y señales a priori, es decir, recuperando rasgos que permitan discernir la situación en términos narrativos y descriptivos lo que, a su vez, permite inducir una tipo de emoción.

El acercamiento de Hample, a diferencia de Plantin que es esencialmente lingüístico y filosófico (pero no exento de aspectos psicológicos), es típico de la psicología social americana. El autor, primero, apunta un aspecto autoevidente: discutir, argumentar, genera una experiencia emocional, activa un estado emocional. Luego el autor aborda la negligencia de los estudios argumentativos estándares que han relegado la emoción a un estudio retórico muy básico del tipo pathos/ethos vs logos.

El corazón del ángulo de Hample queda de manifiesto en el siguiente pasaje:

Persuasion researchers have done quite a bit of work on audience emotions, and how these moderate opinion change (Dillard & Meijnders, 2002; Nabi, 2002). The basic idea is that the persuader does something to stimulate a mood, such as fear or joy, and this mood strengthens or weakens the base persuasive effect. This sort of thing is not our topic here. Instead, our interest is in people’s feelings, just for the sake of the feelings. If various emotional states lead to some other cognitive or behavioral action, that would certainly be interesting to know. But the possibility that a person becomes angry during an argument is intrinsically consequential to the person, and therefore also to us. If another person argues with glee, we also want to understand that. People’s feelings represent a core part of their experience of interpersonal arguing, and so those moods and affective reactions are an entirely legitimate focus for research. One only has to raise small children to understand how completely absorbing a strong feeling can be. Emotions, even if they are not instrumental in some further outcome, are proper dependent variables. (2005, p. 135)

Lo que está en juego en esta visión de las emociones, es que deben ser consideradas como objetos de estudio por sí mismas, independiente de si son utilizadas para alguna acción posterior, esto es, la dirección de este acercamiento va en contra, hasta cierto punto, de las enseñanzas del retórico que enfatiza incansablemente que las usamos para algún efecto posterior. El análisis de las emociones que Hample desarrolla va de la mano de encuestas de auto reporte para que el hablante natural admita o deseche que, cuando argumenta, se genera en él/ella algún tipo de experiencia emocional. Como apunta Hample en la cita, muchas veces queremos saber, independiente del tema bajo discusión mismo, porque nuestro interlocutor está en cierto estado emocional, pues de alguna manera esta información presiona el resultado de la discusión como totalidad. Dicho de otra forma, las predisposiciones actitudinales son materia relevante a la hora de concebir cómo se practica la argumentación y cómo, en efecto, se puede convencer a alguien. Conocer las predisposiciones de quienes argumentan daría indicios de ciertas tendencias y el alcance de sus compromisos cuando están en el contexto de intercambios de opiniones.7

3.2. Actos de hablas estándar

Se ha coincidido con Plantin que interesa la emoción expresada. Como todas las expresiones verbales, ellas han sido clasificadas por la teoría de los actos de habla, y la teoría de los actos de habla ha sido la privilegiada en la teoría de la argumentación. Por ello importa aquí acercarse a esta visión. ¿Cómo se han atendido a las emociones en esta teoría?

La respuesta debe comenzar por converger con Searle (1975) respecto de que una taxonomía de los actos de habla no es nunca pura, ya que, por ejemplo, muchas construcciones sintácticas de expresiones (o enunciados) pueden estar bajo varios descriptores a la vez.8 ¿Dónde se ubican los enunciados emotivos? Característicamente, Searle y una vasta literatura (i.e. Norrick, 1978; Ronan, 2015; Wierzbicka, 2002) los ubica bajo el descriptor taxonómico actos expresivos.

Los actos expresivos, de acuerdo con Searle (1975), tienen como objeto ilocucionario expresar el estado psicológico que está especificado, determinado, por la condición de sinceridad sobre el estado de cosas referido en el contenido proposicional. Así, si alguien dice Lo siento mucho, su condición de sinceridad está en el contenido mismo de la expresión… pero si ese alguien lo expresa con una picaresca sonrisa en su cara, uno está más que autorizado a concluir que la condición de sinceridad no se ha cumplido… pero uno no puede, como Plantin lo sostuvo, testear en vivo a la gente para auscultar si siente lo que dice. La sinceridad parece que solo se puede zanjar en interacciones reales y se resiste, en lo relativo a los actos de habla, a su teorización distintiva.

Searle también señala que, paradigmáticamente, los actos expresivos se comunican a través de expresiones que dan las gracias, disculpan, den el pésame, deploran… Pero en los directivos el propio Searle inserta la súplica, y es difícil imaginar que alguien suplique sin un tono emocional. A esto nos referimos con la imposibilidad de pureza de la taxonomía.

Ahora bien, es importante retener que en esta teoría los expresivos no tienen dirección de ajuste, esto es, el hablante no busca que el mundo encaje con sus palabras ni que las palabras encajen con el mundo; sin mayor pesar, Searle señala explícitamente que “…the truth of the expressed proposition is presupposed” (1975, p. 357). Una característica clave de los expresivos es que en su realización el contenido proposicional adscribe algún tipo de propiedad, y no necesariamente una acción, al hablante o al oyente. Se felicita a alguien por algo.

Norrick (1978) es enfático, y sigue sin complejos a Searle, señalando que los expresivos son actos de habla que expresan condiciones psicológicas, y no creencias ni intenciones. Bueno, esto se verá más adelante si es el caso o no. Norrick ingresa una especificación:

A state of affairs X perceived as factual and judged to have positive or negative value for some person, the patient, brought about by a person, the agent (who may be identical with the patient), and, just in case either the agent or patient role is not filled or both are filled by the same individual, an additional person, the observer (Norrick, 1978, p. 283).

A partir de aquí Norrick (284) ofrece un esquema en el que los ítems quedan distribuidos en términos de valores positivos o negativos (lo que nos recuerda a Perelman): el agente / valora / X (paciente) (observador). Así, en disculparse un agente expresa sentimientos negativos hacia paciente-oyente para tranquilizarlo; en agradecer, el hablante expresa sentimientos positivos hacia el oyente para hacerlo sentir bien. Norrick continua (1978, pp. 285-288), explicando las felicitaciones, las condolencias, deplorar, lamentar, bien recibir (bienvenida), perdonar, auto felicitarse.

A partir de aquí investigadores contemporáneos vinculan esta teorización derechamente con las emociones. Así Guiraud et al. (2011) definen los actos expresivos como expresiones públicas de estados emocionales. Los autores dividen los estados emocionales en dos: emociones básicas y emociones complejas. Las básicas derivan de creencias, metas e ideales de una agente. Cuando un agente cree que algo es verdad, siente alegría con el hecho de que lo que cree sea verdad. La alegría está definida, en esta perspectiva, como la situación en la que la creencia del agente de que su caso sea verdad coincide con el deseo del mismo agente por el que quiere que su situación/caso sea verdad. Por su parte, las emociones complejas están basadas en normas, responsabilidades u otros factores de carácter institucional. Estos autores, siguiendo a Norrick (1978) y a Vanderveken (1990), formalizan estos actos abrazando la idea de que en todo expresivo hay emociones contenidas. Así, los autores ofrecen las siguientes definiciones (Guiraud et al., 2011, pp. 1035-1036):

• Being delighted is defined as an agent expressing joy about reaching a goal to a hearer.

• Being saddened is defined as an agent expressing to a hearer sadness about an outcome that has not been aimed for by the agent.

• Approving is defined as an agent expressing approval to the hearer about an ideal that has been reached

• Disapproving is defined as an agent expressing disapproval to the hearer about something that is not considered ideal.

• Being sorry is defined as the agent expressing to a hearer regret that the hearer did not reach a goal.

• Sympathizing is defined as an agent expressing to the hearer regret that the hearer did not reach a goal and the agent has the same goal as the hearer.

Las emociones complejas, a su vez, en tanto producto de responsabilidades hacia nuestras metas y/o ideales, quedan de manifiesto en expresiones de agradecimientos, arrepentimientos, frustraciones, admiración, culpabilidad, satisfacción. Protesta, recriminaciones. Como el lector podrá intuir, una larga lista de expresiones prístinas de emoción.

3.3. Acto de habla complejo en la argumentación

¿Qué ha hecho la teoría de la argumentación con esta bibliografía a disposición? Lamentablemente, muy poco, para no decir nada. Se ha insistido en un acercamiento retórico elemental, vinculado a la normatividad de (encontrar) las falacias.

La pragma-dialéctica es un caso en particular. Con insistencia, han señalado (2002, p. 152) que, en relación con alguna de sus reglas (ya no es necesario indicar cuál), nos debemos remitir al uso, en nuestra defensa, de una argumentación estrictamente dirigida al punto de vista que hemos avanzado. Esta regla se viola cuando manipulamos las emociones. Es sintomático está expresión manipular la emoción.

Desde el punto de vista de la estructura de un argumento, la pragma-dialéctica subsume los actos de habla expresivos bajo la idea de un acto de habla complejo, y pueden cumplir distintos tipos de roles (2002, p. 69), pero todos indirectos, al servicio de un asertivo. Vale decir, se le otorga un papel secundario, subsidiario. Así sostienen:

Expresiones indirectas de un punto de vista

¡Cuánto le debemos al comunismo! (expresivo)

Expresiones indirectas de una argumentación

6. porque me siento pésimo (expresivo)

Expresiones indirectas de duda

9. ¡Qué extraño! (expresivo)

Desafíos indirectos

12. ¡Me gustaría ver cómo lo haces! (expresivo)

Solicitudes indirectas de uso de declarativos o de argumentación

14. ¡Me encantaría saber qué argumentos tienes para apoyar eso! (expresivo)

Nótese el uso de los signos exclamativos, como si allí estuviera la totalidad de la gramática de los enunciados emocionales.

El panorama es triste (¡hablando de los expresivos!) porque van Eemeren y Grootendorst (2002, p. 60) sostienen:9 “Puesto que los actos de habla expresivos manifiestan los sentimientos del hablante y no conducen a ningún compromiso específico que sea relevante para resolución de la disputa, no hay lugar para ellos en una discusión crítica. Esto no significa, obviamente, que no puedan afectar en absoluto el proceso de resolución. Un suspiro del antagonista, dando a entender que está descontento con los argumentos del protagonista, es un comentario emocional que puede desviar la atención de los argumentos y del hecho de que el protagonista efectivamente respeta todas las reglas de la discusión establecidas de común acuerdo”.

La verdadera forma de comunicar un argumento, para la pragma-dialéctica, es reconvertir estos actos de habla indirectos a declarativos, asertivos, a través de una convencionalización que simplifica la diversidad de juegos con el lenguaje a partir de supuestas funciones comunicativas que solo a veces, de acuerdo con van Eemeren y Grootendorst (2002, p. 77), requiere del contexto para reconvertirlas. Incluso en el desarrollo retórico de esta teoría queda así estipulado. Se puede ver con claridad en la siguiente cita (van Eemeren, 2010, p. 120):

Implicit presentations are indirect if, in the context in which the move concerned is made, the communicative function or the propositional content of the speech act conveying the move is only a secondary function or content of the speech act that is literally performed whereas the primary function or content of the speech act is a different one. This is, for instance, the case when a standpoint is presented as having the communicative function of an expressive (“what a beautiful movie!) but is later defended by means of argumentation, so that it becomes clear that it is a standpoint after all…

4. ACTOS DE HABLA EMOTIVOS: DIALÉCTICA Y COMPROMISOS

Hasta donde llega nuestra revisión bibliográfica, se desconoce que la propuesta de Hamblin (2017) relativa a las emociones haya sido reflexionada. En realidad, lo que el autor australiano propone está expuesto en el capítulo 5 de un monográfico póstumo que parece reúne pensamientos inacabados.

En las primeras páginas de este capítulo, el autor, como muchos, se queja del vacío conceptual que ha existido para generar un modelamiento, una aproximación mecanizable, sobre las emociones. Comienza por dar importancia a las interjecciones, esas construcciones lingüísticas que comunican muchas cosas a la vez, pero que son a veces inclasificables (o fácilmente despachadas) por las teorías gramaticales estándares.

Para comenzar a apreciar la prosa del autor, léase el siguiente pasaje con el que comienza a dar forma a su argumento principal:

A large proportion of Darwin’s list f emotions can be covered in some way or other by means of this expanded list of interjections. However, the question arises whether the list is really as wide as we want it to be. The word emotion my itself be a little narrow here: feeling is broader. I can feel conspicuous, confident, inadequate, friendly and various other things but I would not say that I can have emotions of conspicuousness and so on, though theses feelings clearly border on emotions and ought to be considered… I also have desires, wants and wishes. And I feel pain, which is like an emotion but different. Finally, let us consider what would rather be called attitudes: the principal attitudes are various kinds and shades of approval or disapproval, but I can also take up a hostile, distant, friendly, menacing or equivocal attitude. Emotions, feelings, desires and attitudes overlap to some extent and we should be interested in the widest field, at least until we discover distinctions (p. 69).

Esta invitación a realizar distinciones, previo su análisis de las interjecciones que comunican emociones en el lenguaje, le permite ofrecer la primera entre expresar una emoción y describir una emoción. La explicación de la distinción sigue el siguiente derrotero: cuando decimos Me da pena, se comunica un enunciado respecto del que el oyente puede acordar o desacordar, diciendo algo como No te creo; pero si en vez de aquello alguien dice Oooow (o algo por el estilo), que comunica el mismo significado del enunciado, el oyente puede acusar al hablante de estar fingiendo, pero no puede decir que se estaba diciendo una verdad o una mentira. La diferencia para Hamblin es dialéctica. Con el enunciado el hablante queda comprometido con una expresión indicativa, mientras que con Oooow, el compromiso adquirido tiene otra naturaleza.

Hamblin nos pide que consideremos el siguiente ejemplo para que veamos el problema con mayor detenimiento. Están cenando dos amigos, y uno dice: ¡Delicioso!, y el otro manifiesta su acuerdo. ¿En qué ha acordado el oyente? No solo que es delicioso para el hablante. Tampoco que la cena sea deliciosa para ambos, que no fue lo que dijo el hablante. Solamente que el oyente ha indicado que tiene la misma actitud o sentido (feeling), que la expresión ¡Delicioso! comunica. Recuérdese que ¡Delicioso! es perfectamente reemplazable por: ¡Mmmmm! Enunciados como: Esto está delicioso, o Siento pena, describen los sentimientos, mientras que Oooow, y Mmmm, los expresan. Hamblin sostiene en este punto que el analista puede estar tentado en decir que las cuatro fórmulas declaran un hecho objetivo, y que por tanto las cuatro pueden ser tomadas en cierta forma como indicativos (asertan). Pero también es posible decir que la asociación entre ellas (Está delicioso = Mmmm; Siento pena = Oooow), sugieren que Está delicioso y Siento pena no son realmente indicativos, sino lo que Hamblin llama emotivos, actos de habla emotivos.

La diferencia entre ¡Delicioso! y Está delicioso la sigue explicando Hamblin como sigue. La primera (¡Delicioso!) es similar a Mmmm, pues posee una inmediatez, denotando la presencia real de la emoción, mientras que el enunciado sin exclamación puede usarse para indicar un hecho de forma no emocionalmente. En ¡Delicioso! el hablante revela la experiencia y no solo la recuerda.

Según la posición de Hamblin, lo que realmente caracteriza a los emotivos es que el grado de responsabilidad (compromiso) varía según la emoción considerada. Según Hamblin (2017, p. 71), expresar ¡Delicioso! puede ser rápidamente retirado con otra expresión como, Bueno, es rico para mi, que claramente siendo indicativo (aserción) solo admite, en este caso, un gusto y por tanto el compromiso relativo al peso de la prueba es menos urgente que una aserción estándar. Pero aquí Hamblin introduce la idea de que incluso las actitudes pueden correr la misma suerte. Las razones para ser hostil o amigable son comúnmente materia de racionalidad. Pero puede ser el caso que la hostilidad que se siente sea expresada vía un No me gusta, esto es, el enunciado reafirma la actitud, pero de una forma muy debilitada y no llega a ser una razón. Por esto es por lo que Hamblin sostiene que tal tipo de debilitamiento muestra que nuestros actos compromisorios dependen a veces del estado del hablante. Para mostrar esto último, que evidencia cómo las expresiones varían en sus grados compromisorios y los convierten en otros tipos de actos de habla, Hamblin ofrece el siguiente análisis:

… Thus a dialogue such as Why do you advise me to do that? -Because I approve of it. – But why do you approve of it? -I just do., gives some cause for objection: the advice-giver is not really entitled to be a cavalier. Unrationalised approval might be grounds for a request, but hardly for advice; or perhaps it should not, in the first place, be dignified with the title “approval”, but should be regarded as a predilection or quirk. We have an analogue here of the change of meaning of an obstinately held statement. What is the difference between a request (or command or demand) and the expression of a wish? It is not, I think, negligible; though, as so often in this field, idioms merge. I may wish you would come and see me, and say so, yet refuse to request you to do so —and certainly to command or demand that you do so, or even invite you— on grounds such as that I think you have more important preoccupations. Or I may request or command you to do a thing, because it is my official duty to do so while personally hoping, known to you, that you will not. The difference, in short, is a difference of commitment. An emotive commitment is not to be equated with an imperative one. (2017: 72)

Una reacción espontánea de dolor (cuando nos cortamos al cocinar), o de amor o belleza (cuando lloramos viendo una escena de una película) tiene una diferencia sustancial con los actos de habla emotivos, que son lingüísticos, comunicados intencionalmente, y hasta cierto punto aprendidos. Una reacción de dolor repentina puede ser resultado de una emoción, pero no puede decirse de la persona que está comprometida con tener tal emoción. Tal persona no está bajo ninguna obligación dialéctica, no puede ser contradicha ni puede ser requerida para que provea de la racionalización de tal reacción espontánea. Los oyentes, aunque podemos quedar emocionalmente afectados, no podemos ser tomados como comprometidos con un estado de creencia o acción particulares, y nuestro fallo en reaccionar (críticamente) no nos expondrá como comprometidos con el reconocimiento de, o en acuerdo con, la reacción emotiva. Pero en el caso de una locución verdadera, la cosa cambia. Si estilísticamente alguien emite, ¡Ay!, la expresión es entendida intencionalmente como un intento de hacernos entender que el agente intenta que entendamos que él tiene dolor. Dada esta cadena de intenciones en un circuito recursivo, la expresión va al registro de nuestros compromisos emotivos (emotive commitment store). La conclusión de Hamblin es que las locuciones comprometen, mientras que mensajes espontáneos que pueden contener emociones, no.

A diferencia de los actos de habla estándares que están sujetos a reglas dialécticas claras y distintivas, los actos emotivos tienen, de acuerdo con el acercamiento de Hamblin, una característica especial. Esta característica está del lado de los compromisos del oyente. Hamblin (2017, p. 74) propone la distinción entre emociones subjetivas y objetivas. Para apreciarla Hamblin ofrece el siguiente ejemplo: ¡E! es un emotivo genuino. Cuando H dice ¡E! a O, ¡E! va al registro de compromisos de H. Pero ¿va también al registro de O?, ¿si O recibe ¡E! que enuncia ¡Qué dolor!, debe O sentirse con el dolor tal como H? En realidad, sostiene Hamblin, O puede reaccionar de varias maneras. Puede aceptar ¡E! porque las circunstancias en que el dolor ha sido enunciado son objetivas, apropiadas paras sentir lo mismo; puede admitir tales circunstancias, pero rechazar la actitud de H y decir NO, y obligar a H a revisar su comportamiento; o incluso puede a O darle lo mismo (ni acepta ni rechaza) incorporando un indicativo (H está en dolor), esto es, considera la actitud y enunciado de H subjetivo. Hamblin, en una reflexión de carácter antropológico, frente a su propio análisis admite que la reacción del oyente puede variar por múltiples razones: circunstancias, estilo social, características personales. Cualquier reacción comunicada por el oyente, no obstante, tendrá consecuencias dialécticas, independientemente de cómo se sienta la emoción misma que H haya comunicado.

Si los emotivos tienen consecuencias distintas en el oyente en términos de compromisos, pareciera ser que también habría que revisar las reglas dialécticas que estarían rigiéndolas, ya que serían en algo distintas a las reglas de los indicativos e imperativos. Las locuciones emotivas son compromisorias, ya que se podrían esperar razones cuando un hablante las emite, pero no significa ello que se hagan de uno (esto es, que el oyente las incorpore). Un agente, deduce Hamblin, tendrá en paralelo un registro de compromisos de indicativos, imperativos y emotivos. Estos últimos estarían categorizados de acuerdo con el vínculo a cosas particulares (como en ¡Viva la cueca!), o tipos de cosas (como ¡Odio las sábanas de plástico!), o tipos de acciones (como en Qué divertido el partido), o a tipos de estados de cosas (como en Qué miserable el clima). En relación con estos últimos (estados de cosas), el registro de compromisos emotivo estaría acompañado por un compromiso indicativo. Habría un tipo de correlación entre ellos. Es muy común que ambos estén insertos en un enunciado único. Y, muchas veces, los emotivos pueden reemplazarse, en las interacciones vía racionalización, por indicativos normales y comunes. Pero ello no debiera eliminar el hecho de que, finalmente, esos indicativos deben tratarse como emotivos.

Esto último le hace pensar a Hamblin que debiéramos distinguir entre creencias y creencias-sentimientos. Obviamente, las creencias-sentimientos no son, para Hamblin, parte esencial de las creencias, ni los sentimientos son la falta de creencias. Y también es engañosa la gramática de ciertas expresiones, como Siento tal y tal, que puede significar Pienso tal y tal. Pero también es cierto que puede haber momentos, estados mentales, en los que se siente una creencia sin la creencia (como, por ejemplo, estar parado en el borde de un acantilado y sentir que puedo caminar por el aire, lo cual no genera evidencia para atribuir la creencia de que puedo caminar por el aire). La diferencia entre creencias y creencias-sentimientos es que las primeras son estados de todo o nada y, para Hamblin, no tienen grados. Decir Tengo la mitad de la creencia tal y tal dice más de una introspección y reporte en tono de sentimientos. Ciertamente, en tercera persona se puede decir de alguien Él cree la mitad que tal y tal, y justificar la expresión indicando su comportamiento vacilante. Se puede decir Creo hasta el 50% que podría volar, pero se debe estar preparado para, a continuación, completar con Sabía en realidad que no podía volar. Las creencias del 50% lo que hacen es mostrar el tono emotivo, de cómo el hablante se siente con tal semi-creencia, la que claramente no lo compromete como una aserción estándar, ya que: ¿me puedo comprometer con lo que enuncia mi expresión en un 50%? Sí, puedo, pero solo cuando admito que he avanzado un emotivo.

5. OBSERVACIONES FINALES

¿Dónde nos deja la reflexión de Hamblin? A nuestro juicio, nos deja en dirección de dos caminos que convergen. En primer lugar, en la constatación de que las expresiones emotivas son actos de habla por derecho propio, por lo que deben ser tratados como tal y, sobre todo, requieren una especificación mayor que la tentativa de Hamblin impulsa. En segundo lugar, y a nuestro juicio de mayor importancia en lo relativo a la función de los actos de habla emotivos en el contexto de prácticas y discursos argumentativos, el perfil de los diálogos (Krabbe, 1999, 2002) donde ellos participan son distintos, y deberían generar un cambio actitudinal (orientando una revisión epistémica (Kirsch, 2020)) y un cambio en la concepción de la normatividad involucrada.

En lo que queda de este trabajo, solo se abordará el segundo aspecto que es un compuesto de tres líneas de investigación, y se hará de forma breve para efectos de sugerir desarrollos sucesivos. Las tres líneas son: 1) perfiles de diálogo con actos de habla emotivos; 2) una noción renovada de normatividad en diálogos argumentativos en los que se utilizan actos de habla emotivos; y 3) cambio actitudinal orientado a la revisión epistémica gatillado por emociones y actos de habla emotivos.

Las tres líneas serán tratadas conjuntamente a partir del análisis de los perfiles de diálogos ya que, curiosamente, en esto Hamblin (1970, p. 256) también ya había influenciado a los teóricos de la argumentación, en el entendido de que toda reconstrucción modelizada apunta tanto a la dimensión descriptiva como a la formal o normativa. En la primera, se observan las reglas y convenciones que operan en casos reales de discusión, y en la segunda se construye un set simple pero preciso de reglas y se despejan las propiedades de los diálogos que funcionan a partir de tales reglas. Siguiendo en esto a Krabbe (1999, 2002), se asume que los perfiles de diálogos representan de forma elemental los movimientos básicos que contiene un diálogo, el que se inicia con un desacuerdo a partir de algún acto crítico por parte del oyente. El punto de vista teórico a partir del que Krabbe concibe los perfiles de diálogos (2002, p. 155), es que la argumentación es una actividad orientada a una meta, siendo la meta la resolución de una diferencia, ya que argumentar es un hecho del mundo real que emerge por las diferencias de opinión que la gente posee y porque la gente comunica sus opiniones y otros las retrucan. Un perfil de diálogo gráficamente expuesto es como sigue10:


Esta representación reconstruye varias posibilidades dialógicas a la vez. Todo comienza con el avance de un punto de vista (p) por un agente J (Juan) que se entiende como protagonista, y el antagonista A (Ana) avanza una pregunta simple: por qué (p); J puede no hacer honor a su compromiso de hacerse cargo del peso de la prueba de todo aquel que avanza un aserción, terminando allí el diálogo; pero J puede avanzar al menos una r (razón) para apoyar su punto de vista, respecto de la que A puede reaccionar críticamente de, al menos, cinco formas diferentes (por ahora tomadas separadamente): 1) A puede preguntar por qué r (esto es, preguntar por la aceptabilidad de r); 2) o A puede preguntar por la relación entre r y p (esto es, preguntar por la relevancia, conexión, de r con p); 3) o A puede avanzar una razón distinta que va en contra del punto de vista (esto es, A asume una postura activa de contraargumentación); 4) o A puede declarar inadmisible r (esto es, según A, J con r comete algún tipo de falacia); 5) o A simplemente puede conceder p a partir del momento en que J avanzó r.

¿Cómo se reconstruye el perfil de un diálogo crítico argumentativo que comienza con un acto de habla emotivo?, ¿cuáles serían las posibilidades dialécticas que reflejan algunos de los compromisos por parte de J y A? Son interrogantes difíciles que a partir de la reflexión de Hamblin no se lograría responder completamente. No obstante, en la siguiente reconstrucción, como respuesta tentativa, solo se añade un estado previo en el que se apunta una actitud del hablante que pone entre paréntesis el paso directo y obligado de cargar con el peso de la pueba. Véase el siguiente diálogo:


Primero que nada, en esta reconstrucción deliberadamente se dejan todas las variantes de los movimientos críticos de O, pero más tarde se verá que se requiere una modficación. En segundo lugar, y como Hamblin mostró, el oyente de un acto de habla emotivo no debiera en principio sentirse afectado por el enunciado, pues no dice relación con la predicación de un estado de cosas veritativo; del mismo modo, el hablante no corre con el peso de la prueba estándar de una aserción. Entonces, ¿qué pasa en este contexto? Se sugiere que lo que sucede es que cuando el oyente desafía dialécticamente al hablante a partir de la pregunta por qué tal enunciado (que tampoco podría llamarse sin más punto de vista)11, lo que hace es generar una perplejidad que podría conducir a la reflexión de que, en general, los sentimientos enunciados no se desafían con los criterios que evalúan una creencia comunicada vía un aserción o,12 como segunda posibilidad, se abre paso una racionalización que obliga al hablante a transformar el acto de habla emotivo en uno indicativo atenuado (como Hamblin lo sugiere). Y es aprtir de tal derroterio dialéctico que podría seguir luego una diálogo crítico para resolver una diferencia de opinión de, se puede llamar, segundo grado. La exigencia, en otras palabras, estaría del lado del oyente, ya que estaría llamado a distinguir bien el acto de habla emotivo de acuerdo a un contexto que muestra las circunstancias, fuerza y alcance de tal enunciado, esto es, el oyente cargaría con algún tipo de obligación de detectar que se trata de un acto de habla emotivo respecto del que el hablante no está comprometido de forma estándar y no se le puede exigir consecuentemente. Nótese que cuando se sigue el derrotero dialéctico de la racionalización y transformación del acto de habla emotivo, se asiste a una manifestación del desarrollo básico de la experiencia emocional que, en la sección 1, se tematizó bajo la noción de contradicción intrapsíquica: las personas muchas veces requerimos experimentar la contradicción social de nuestras experiencias emocionales para generar internamente una observación sobre ellas. En la representación gráfica, ambas vías (no aceptar compromiso, o transformar a indicativo) se han enfatizado en color para indicar que ellas son posibilidades dialógicas del hablante que se explicitan críticamente. Si el hablante acepta el desafío de transformar el acto de habla emotivo en uno indicativo, ¿cuál sería su beneficio? La transformación generaría, se sugiere, un cambio de actitud con algunos beneficios importantes, que a continuación se elaboran brevemente para cerrar estas observaciones.

De acuerdo con Kirsch (2020), la literatura estándar en epistemología nos ha hecho pensar que, en relación con las emociones y/o experiencias emocionales, la deliberación interna no se requeriría ya que, entre otras razones, ellas son autoevidentes, nadie podría sentir el dolor que el sujeto experimenta, por ejemplo. Pero Kirsch sugiere que es necesario indagar el papel de los esfuerzos en tercera persona de un agente para entender el desarrollo del auto-conocimiento. Kirsch basa sus ideas en los avances propuestos por Barrett (2018) relativos a que las emociones son constructos conceptuales que se usan sobre sensaciones introceptivas a partir de lo que está sucediendo alrededor, en el ambiente. Barrett (2018; Gendron y Barrett, 2019) sostiene que cuando los humanos tratamos de nombrar una emoción y desarrollar un concepto para ella (como por ejemplo, que en este momento alguien comunica que siente una angustia aguda), se está afectando la habilidad de experimentarla.13 Barrett incluso es más radical, pues sostiene que al ensanchar nuestro repertorio conceptual emocional nos habiltamos, incluyendo a nuestro cerebro, para construir nuevas emociones. Una persona con mayor repertorio conceptual emocional tiene lo que Barrett denomina granularidad emocional, esto es, la capacidad de discriminar experienias emocionales específicas, con mayor precisión y con mayor funcionalidad, dentro de estados emocionales generales, como por ejemplo sostener que se tiene una angustia aguda. Incluso habría casos en los que ciertas emociones tienen una dimensión cognitiva y prerequisitos conceptuales. Así, si bien una emoción básica como miedo es hardwired, esto es se puede experimentar sin concepto, es difícil pensar que vergüenza esté en la misma categoría. Así también, podríamos esperar obviamente que un niño de tres años sienta y/o experimente pena, pero es difíl esperar que él experimente angustía existencial.

De modo que las experiencias emocionales más sofisticadas tienen, cuando las estamos nombrando, un esfuerzo de auto-interpretación. Pero esta auto-interpretación se ayuda, apoya, en las narrativas sociales que circulan en una comunidad. Angustia existencial es un concepto emocional formado públicamente. Como bien enfatiza Kirsch (2020), la auto-interpretación emocional tiende a dirigirse a sensaciones internas, pero a partir de hechos del mundo o la situación del sujeto que padece o experimenta. Los conceptos emocionales que poseemos, de esta manera, y obviamente, influencian nuestros esfuerzos auto-interpretativos. La auto-interpretación, para no dejar dudas al respecto, hace uso de ambas fuentes: el mundo interno y el externo del agente, y a mayor sofisticación de la expriencia emocional, mayor uso del mundo externo. Siguiendo en esto a Barrett (2018), Kirsch (2020) concluye que los humanos podemos influenciar nuestras experiencias emocionales al nivel sub-personal a partir de expandir nuestro repertorio conceptual emocional desde el momento en que nuevos conceptos emocionales organizan el contexto cognitivo para nuevas experiencias emocionales.

¿Cómo se relaciona esto con los actos de habla emotivos en un diálogo crítico? Quizás la siguiente representación gráfica puede ayudar:


Como se observa en la reconstrucción, se ha añadido un movimiento al mismo nivel, o momento dialéctico, en que el sujeto protagonista avanza una razón. Este movimiento se denomina como acto deliberativo de auto interpretación, pues se considera aquí que cuando tratamos de racionalizar un acto de habla emotivo, lo que hacemos es construir en la razón parte del concepto emocional que tiene uso colectivo, esto es, ofrecemos un argumento para todas las partes involucradas en el diálogo crítico que, creemos, hace explícito la definición del acto de habla emotivo. Recuérdese que el propio Hamblin habia apuntado la característica de los actos de habla emotivos respecto de que poseen cierta inmediatez que no necesariamente contendría un concepto totalmente desarrollado de la emoción involucrada. Respecto de la transformación al indicativo del acto de habla emocional, el oyente, a su vez, podría pedir aclaraciones utilizando la crítica a la conexión o contrargumentando. No podría, se sugiere, declarar inadmisible la razón (como en un argumento estándar para defender una aserción estándar), ya que declararlo falaz supondría, y siguiendo en esto a Hamblin, que el oyente previamente distinguiera si el acto de habla emotivo es parte de la categoría de emociones subjetivas, o es parte de las objetivas. Quizás para el caso de la segunda categoría el oyente estaría más autorizado en declarar la razón inadmisible vía una acusación de falaz. Sobre esto último, que es muy especulativo aún, habría que ofrecer más ejemplo y análisis. Del mismo modo, el oyente tampoco podría avanzar la crítica a la aceptabilidad de r, ya que ello supondría tener una definición alternativa clara y precisa de la emoción involucrada, lo que supondría posteriormente un diálogo de auo-intepretación de la emoción involucrada con beneficios epistémicos para ambas partes.

Se concuerda con Hamblin que, finlamente, los actos de habla emotivos que refieren particularmente a estados de cosas (como: ¡Deprimente!, transformado a Mi situación es deprimente) tiende a tener un perfil de creencia-sentimiento respecto de las que las obligaciones y compromisos dialécticos tienen otro peso normativo, diferente a los de los imperativos e indicativos. No obstante, y como también subraya Hamblin, el registro de compromisos emotivo estaría acompañado por un compromiso indicativo. Cada vez que un oyente crítico se encuentre frente a un hablante que avanza un acto de habla emotivo, hará bien en distinguir si las condiciones de habla corresponde a emociones objetivas o subjetivas y, sobre todo, tener claridad que parte importante del impulso del diálogo argumentativo está en función, muy problablemente, de una auto-interpretación si es que desafía al hablante a entregar una razón. Habrá que seguir puliendo el perfil del diálogo de un acto de habla emotivo. Con esta herramienta se podría ir esclareciendo algunas dimensiones de su normatividad, esto es, la manera en que debiéramos juzgarlo.

Agradecimientos: Este trabajo forma parte del proyecto Fondecyt Regular 1200021.

BIBLIOGRAFÍA

Aristóteles. (2001). Retórica. Introducción, Traducción Y nota de Alberto Bernabé. Alianza Editorial.

Aristotle. (2000). Art of Rhetoric. Translated by John Freese. Harvard University Press.

Barrett, L. F. (2018). How emotions are made. The secret Life of the Brain. Pan Books.

Ben-Ze’ev, A. (1995). Emotions and Argumentation. Informal Logic, 17(2), 189-200.

Campbell, G. (1963). The Philosophy of Rhetoric. Illinois University Press.

Cárdenas, L. (2011). Aristóteles. Retórica, pasiones y persuasión. Editorial San Pablo.

Cicero, M. T. (2001). On the Ideal Orator (De Orator). Translated by James May & Jakob Wisse. Oxford University Press.

Cicero, M. T. (2002). Cicero on the Emotions: Tusculan Disputations 3 and 4. Margaret Graver (Translator). University of Chicago Press.

Clark, H. (1996). Using language. Cambridge University Press

Damasio, A. (2003). El error de Descartes. Traducción de Joandomenec Ros. Crítica.

Darwin, Ch. [1872, 1890] (2014). La expresión de las emociones. Editorial Laetoli.

De Sousa, R. (1987). The Rationality of Emotion. The MIT Press.

Eemeren, F. Van (2010). Strategic Maneuvering in Argumentative Discourse. John Benjamins.

Eemeren, F. van & Grootendorst, R. (2002). Argumentación, comunicación y falacias. Una perspectiva Pragma-dialéctica. Ediciones Universidad Católica.

Eemeren, F. van & Grootendorst, R. (2004). A systematic Theory of Argumentation. The pragma-dialectical approach. Cambridge University Press.

Eemeren, van F. et al. (2014). Handbook of Argumentation Theory. Springer.

Evans, J. (2010). Thinking Twice. Two Minds in One Brain. Oxford University Press.

García Lorca, F. (2007). Pez, astro y gafas. Menoscuarto Ediciones.

Gendron, M. & Barrett, L. F. (2019). A Role for Emotional Granularity in Judging. Oñati Socio-Legal Series, 9(5), 557-576.

Gilbert, M. (1997). Coalescent Argumentation. Lawrence Erlbaum Associates.

Gilbert, M. (2001). Emotional Messages. Argumentation, 15(3), 239-249.

Gilbert, M. (2004). Emotion, Argumentation and Informal Logic. Informal Logic 24(3), 245-264.

Gilbert, M. (2005). Let’s talk. Emotion and the pragma-dialectical model. En F. van Eemeren & P. Houtlosser, Argumentation in Practice (págs. 43-53). John Benjamins Publishing Company.

Guiraud, N., Longin, D., Lorini, E., Pesty, S. y Rivière, J. (2011). The face of emotions: A logical formalization of expressive speech acts. En K. Tumer, P. Yolum, L. Sonenberg & P. Stone (eds.), Proceedings of the 10th International Conference on Autonomous Agents and Multiagent Systems, Taipei (págs. 1031-1038). International Foundation for Autonomous Agents and Multiagent Systems.

Hamblin, C. L. (1970). Fallacies. Methuen & Co LTD.

Hamblin, C. L. (2017). Linguistics and The Parts of the Mind. Cambridge Scholars Publishing.

Hample, D. (2005). Arguing. Exchanging Reasons Face to Face. Lawrence Erlbaum Associates.

Herman, T & Serafis, D. (2019). Emotions, Argumentation and Argumentativity. Insights from an Analysis of Newspapers Headlines in the Context of the Greek Crisis. Informal Logic, 39(4), 373-400.

James, W. (1884). What is an emotion? Mind, 9(34), 188-205.

James. W. [1890] (2007). The Principles of Psychology. Vol 1. Dover.

Kirsch, J. (2020). Interpreting our emotions. Ratio. An International Journal of Analytical Philosophy, 33(1), 68-78.

Krabbe, E. (1999). Profiles of Dialogue. En J. Gerbrandy, M. Marx, M. de Rijke y Y. Venema (eds.), JFAK: Essays Dedicated to Johan van Benthem on the occasion of his 50th Birthday (págs. 25-36). Amsterdam University Press/Vossius Press.

Krabbe, E. (2002). Profiles of dialogue as a dialectical tool. En F. van Eemeren (Ed.), Advances in Pragma-dialectics (págs. 153-168). Sic Sat.

Macagno. F. y Walton, D. (2014). Emotive Language in Argumentation. Cambridge University Press.

Micheli. R. (2010). Emotions as Objects of Argumentative Constructions. Argumentation, 24(1), 1-17.

Muller, N. (2017). Secundarización de las emociones y aprendizaje en las actividades ‘interculturales’ en clase. En C. Moro & N. Muller (dir.), Semiótica, cultura y desarrollo psicológico (págs. 271-292). Antonio Machado Libros.

Norrick, N. (1978). Expressive illocutionary acts. Journal of Pragmatics, 2(3), 277-291.

Perelman, Ch. y Olbrechts-Tyteca, L. (2000). The New Rhetoric. A Treatise on Argumentation. University of Notre Dame Press.

Plantin, Ch. (2004). On the inseparability of emotion and reason in argumentation. En E. Weigand (ed.), Emotions in Dialogic Interactions (págs. 265-276). John Benjamins.

Plantin, Ch. (2014). Las buenas razones de las emociones. UNM Editora.

Plantin, Ch. (2019). Tense Arguments: Questions, Exclamations, Emotions. Informal Logic, 39(4), 347-371.

Pollaroli, Ch., Greco, S., Oswald, S., Miecznikowski-Fuenfschilling, J. y Rocci, A. (2019). Introduction to the Special Issue. Preface. Informal Logic, 39(4), 287-300.

Quintilian. (2001). The Orator’s Education. Books 11-12. Edited and Translated by Donald Russell. Harvard University Press.

Ronan, P. (2015). Categorizing expressive speech acts in the pragmatically annotated SPICE Ireland corpus. ICAME Journal, 39(1), 25-45.

Searle, J. (1975). A Taxonomy of Illocutionary Acts. En K. Gunderson (Ed.), Language, Mind, and Knowledge (págs. 344-369). University of Minnesota Press.

Stanford Encyclopedia of Philosophy (25 de septiembre de 2018). Emotion. Consultado el 9 de septiembre de 2020. https://plato.stanford.edu/entries/emotion/

Thagard, P. (2000). Coherence in Thought and Action. MIT Press.

Tindale, C. (1999). Acts of Arguing. A Rhetorical Model of Argument. State University of New York Press.

Tindale, C. (2015). The Philosophy of Argument and Audience Reception. Cambridge University Press.

Vanderveken, D. (1990). Principles of language use. Cambridge University Press.

Vega, L. y Olmos, P. (eds.) (2011). Compendio de Lógica, Argumentación y Retórica. Editorial Trotta.

Veresov, N. (2017). Emociones, perezhivanie y desarrollo cultural: el proyecto inacabado de Lev Vygotski. En C. Moro & N. Muller (dir.), Semiótica, cultura y desarrollo psicológico (págs. 221-250). Antonio Machado Libros.

Walton, D. (1992). The Place of Emotion in Argument. Pennsylvania State University Press.

Walton, D. (1997). Appeal to Pity. Argumentum ad Misericordiam. State University of New York Press.

Walton, D. y Krabbe, E. (1995). Commitment in Dialogue. Basic Concepts of Interpersonal Reasoning. State University of New York Press.

Wierzbicka, A. (2002). Australian cultural scripts – bloody revisited. Journal of Pragmatics, 34(9), 1167-1209.

1 El carácter debatible queda muy bien expresado en la discusión del término en la enciclopedia Stanford, y en la reflexión que desarrolla Barrett sistemáticamente (como botón de muestra, ver 2018, p. 148-149).

2 Un muy buen resumen del rol de la emoción en la teoría de la argumentación ofrece Micheli (2010). Este autor, no obstante, asume en gran parte la posición de Plantin, que en este trabajo se comenta. Es interesante notar, sin embargo, que este autor se esfuerza por defender la idea de que las emociones son objetos de argumentación, vale decir, que los hablantes cuando enfrentan una situación polémica, o participan de ella, buscan legitimar que una posición emocional sobre el asunto es beneficiosa (señalando las consecuencias que de ello deriva, positivas o negativas). El autor denomina su aproximación como una alternativa a lo existente en la teoría de la argumentación. En este trabajo no se acuerda con esta pretensión

3 La edición en español que consulto de la Retórica, traduce como sentimiento la noción griega de emoción. La edición LOAB (2000) en inglés conserva la palabra emotion en la traducción de este pasaje: “The emotions are all those affections which cause men to change their opinión…” (Aristotle, 2000, p. 173).

4 En este trabajo obviamente no hay espacio para referirnos a las distintas tradiciones y autores en retórica. En la versión del Orador ideal de Cicerón que consulto (Cicero, 2001), las emociones también son tratadas bajo la noción de pathos, y Cicerón, como por ejemplo en el siguiente pasaje, las analiza y comenta en clave de sugerencias pero con desdén en relación con la capacidad de instruir, y con ello convencer, al oyente: “Also, as I have often said already, we bring people over to our point of view in three ways, either by instructing them or by winning their goodwill or by stirring their emotions. Well, one of these methods we should openly display, and we must appear to aim at nothing but giving instruction, while the other two must, just like blood in the body, flow throughout the whole of the speech” (Cicero, 2001, p. 208). No obstante, la obra de Cicerón Disputas Tusculanas, Libros 3 y 4, han sido recibidas como su reflexión más sistemática sobre las emociones.

5 No consideraré el libro de Walton en coautoría con Macagno (2014), titulado Emotive Language in Argumentation, por la poca atención que tuvo el libro y la reseña drástica que recibió. Ver, por ejemplo: https://ndpr.nd.edu/news/emotive-language-in-argumentation/. En este sentido es suficiente referirse a las aportaciones previas de Walton.

6 No hago justicia a este autor, ya que dejo fuera de consulta su vasta producción en francés sobre las emociones y la argumentación.

7 Hample (2005) entrega una serie de estudios empíricos en su libro, Por ejemplo, tratando la ternura, muestra cómo los interactuantes en argumentaciones (grabadas auditivamente) se van acomodando al grado de ternura que sus alocuciones comunican.

8 Searle (1975, p. 360) señala: “Some members of the class of declarations overlap with members of the class of representatives. This is because in certain institutional situations we not only ascertain the facts but we need an authority to lay down a decision as to what the facts are after the fact-finding procedure has been gone through.”

9 Téngase presente que esta convicción de la Escuela de Ámsterdam está en uno de sus textos principales ([1992], aquí se consulta su traducción de 2002 al español), pero que se repite muchos años después, en el monográfico del 2004 (página 65). En el índice analítico de este monográfico (2004) aparece el concepto emoción con dos menciones. Lo más llamativo, no obstante, es que en la obra retórica de la pragma-dialéctica (van Eemeren, 2010) la palabra emoción ni siquiera aparece en el índice analítico. Y poco se dice mucho sobre el pathos (que es la forma tradicional en el ámbito retórico para hablar de emociones), y nada de las pasiones. Las malas noticias continúan cuando se atestigua que en el Handbook of Argumentation (2014) que reunió la colaboración de muchos cultores de la teoría argumentativa, la palabra emoción aparece nombrada solo una vez (en casi mil páginas editadas). En español tampoco lo hacemos mucho mejor, en el Compendio de Lógica, Argumentación y Retórica (2011), simplemente las emociones no existen. Muy recientemente (2019), la revista Informal Logic publicó un número especial sobre emociones y sus editores (Pollaroli, Greco, Oswald, Miecznikowski-Fuenfschilling & Rocci, 2019) en la introducción se decantan claramente por comentarios de carácter retóricos señalando que ha habido cierto avance en la teoría de la argumentación sobre el tópico. Aquí se estima que tal no es el caso, exceptuando el trabajo de Gilbert y Plantin. En este número especial, otros autores (Herman & Sefaris, 2019) desarrollan una análisis siguiendo parte de la literatura ya comentada, pero aún con un énfasis retórico combinado con el modelamiento de la Escuela de Lugano, para defender la tesis de que la argumentación emocional es un buen ejemplo de la noción de argumentatividad, esto es, que los discursos tienen un potencial argumental constante dado los vínculos muchas veces implícitos entre sus constituyentes (premisas) y las metas de los participantes, el contexto y la audiencia a quien se dirige los mensajes. Plantin (2019) participa de este número especial aplicando lo que aquí se comenta respecto de su ángulo.

10 Aquí nos restringimos a una representación mínima de los perfiles de diálogos que Krabbe ofrece. De acuerdo con las posibilidades de las reacciones lingüísticas reales y potenciales de los involucrados, los perfiles se despliegan de forma distinta.

11 Recuérdese que Hamblin indica que incluso cuando se transforma a indicativo un acto de habla emotivo, su perfil asertivo no es tal, vale decir, habría que siempre tener en mente mantener la identidad de un acto de habla emotivo y, si esto es el caso, también habría que cotejar cómo repercute este aspecto cuando se le considere como punto de vista, dimensión conceptual que desborda las pretensiones de este trabajo.

12 Tradicionalmente (Carruthers, 2013) se ha concebido que las personas tenemos acceso directo, inmediato y seguro a nuestras experiencias emocionales, y no deliberamos sobre ellas.

13 Barrett para concluir esto se apoyó en evidencia neurocientífica, fisiológica y psicológica durante al menos 20 años de investigación, que no podemos detallar aquí.

Emociones, argumentación y argumentos

Подняться наверх