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Doom

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A Lizeth Armenta

A través del parabrisas la ciudad se mueve a 80 kilómetros por hora, casi ha dejado de llover. JC está impaciente, sus manos se mueven en el volante. ¡Acelérale wey!, grita aunque la voz queda ahogada por los vidrios cerrados, por la canción del grupo de rock gótico, por el ruido de la avenida. Apenas distingue los vehículos. Ya son cerca de las nueve de la noche. Solo ve la fila innumerable de focos rojos frente a él y la correspondiente hilera de faros por el espejo retrovisor. El automóvil de adelante se hace al carril de la derecha, JC acelera. Las luces traseras del rebasado se mueven hasta pasar a un lado de la cabina, hasta volverse un par de puntos dorados que se alejan confundiéndose con el tráfico. JC sigue incrementando su velocidad hasta alcanzar a otro coche. Ve el reloj digital en el estéreo que esta a su derecha, lleva quince minutos, tiempo récord y, aun así, va tarde.

Al mediodía habló con su novia. ¿Vas a venir a la feria?, dijo ella después de que intercambiaron saludos. ¿La feria?, respondió él. Sí, l-a-f-e-r-i-a, aquí están mis amigos. Pero, es que estoy trabajando, contestó JC, no puedo ir en este momento. No seas tonto, dijo TH, cando salgas, como a las 8:00 de la noche. Pero, es que tengo que terminar este trabajo, es para mañana. ¿Y no puedes pedir un día más? Sí, de poder sí puedo, pero es que no quiero empezar con retrasos y.... ¿Entonces es más importante tu trabajo que yo?, sentenció ella y JC ya no tuvo escape. Muchas veces habían discutido las prioridades. En esos momentos, oyéndola, decidió que podría darse ese lujo, al fin que una prórroga de un día no es tanto. OK, voy, dijo él para despedirse. ¡Gracias amor!, ¡Nos vamos a divertir, vas a ver! Al oír la voz tan alegre y entusiasta de TH, pensó que había tomado la mejor decisión.

¡Serás de hule baboso!, grita JC a un peatón que se cruzó en luz verde, llegando de un brinco al breve camellón. Éste divide la avenida en cuatro carriles que van hacia el sur y sus respectivos cuatro en dirección contraria. Mira el reloj, han pasado ya 18 minutos. ¡Chingada madre, por qué no van más aprisa cabrones!, dice en voz alta. Sus dedos se crispan en el volante, siente un ligero dolor en la base del cuello. Usualmente, cuando maneja con música tamborilea el ritmo con la mano derecha y mueve el pie izquierdo al compás de la batería. Hoy sólo balancea la cabeza ligeramente, tratando de seguir la melodía y mirando por turnos al frente y a los espejos retrovisores.

El día en la empresa no fue de los mejores. Llamadas de clientes enojados, juntas por la situación del proyecto, peticiones de acelerar la resolución de los problemas. JC se tomó un par de aspirinas con una lata de coca-cola a media tarde. Volvió a su escritorio e intentó concentrarse. Era como si todas las cosas se enredaran en su cerebro, envueltas por los problemas sin resolver y el trabajo que tenía que entregar al día siguiente. Usualmente no tiene la obligación de quedarse horas extras, pero se había retrasado mucho. Entre otras cosas, un juego instalado en su computadora le había minado horas en el transcurso del mes. Por supuesto eso no lo sabía nadie, ni siquiera su novia. ¿Cómo decirle que por disparar a demonios y soldados en un monitor, había ido dejando trabajo que, ya acumulado, era la razón para que no se vieran? Ella seguramente se lo recriminaría.

Luces verdes como cometas atravesando la parte superior del parabrisas, hasta que una luz roja hace frenar a todo el tráfico. JC rechina llanta: el piso mojado y la prisa. Queda a menos de medio metro del siguiente coche. ¡Chingada!, da un golpe con la mano derecha al tablero, se le acalambran los dedos. 23 minutos y contando. Allí detenido, mira hacia fuera: en la parada del camión, hay unas jóvenes de unos quince años, calcula, vestidas todas con uniforme de escuela católica. Mmm, dice él en voz baja como si pudieran escucharlo, ¡carne fresca! Una sonrisa se le escapa. Si me oyera TH me golpea. Empieza a carcajearse a plena voz, dejando que le vibre la garganta y sintiendo un ligero relajamiento en los brazos. Un claxon le señala que ya esta en verde y no ha arrancado. ¡Puta madre!, dice él regresando a su anterior neurosis, ¡bríncame imbécil! Quita con brusquedad el pie del freno, pisa el acelerador y vuelve a escucharse un rechinido de llanta.

Eran cerca de las 7:30 de la noche y ya había respondido a todos los correos. Había dejado listo el análisis y había visto alguna información para resolver el problema que parecía más grave en el proyecto. JC empezó entonces con el reporte que debía estar al día siguiente. Sabía que no lo acabaría, pero según sus cálculos, si trabajaba hasta las 8:30 ese día, tal vez antes de la hora de la comida del siguiente, ya habría entregado todo. Una tentación de prender el juego lo hizo quedarse viendo al monitor por un momento. No, no hay tiempo. En la plática con TH, habían quedado que él llegaría a la feria y la buscaría en el área de comidas. Como a las 9.00, dijo ella. Sí, allí nos vemos, había acordado JC. Se necesitaban casi cuarenta minutos para llegar por la avenida principal, casi un cuarto de ciudad desde donde estaba. Sin embargo, había razonado él, ella estará con sus amigos y no notará el tiempo. Se propuso trabajar hasta las nueve.

Un auto le echa las luces altas. JC había acelerado y poniendo la direccional se le había metido. Un cambio al carril de la derecha, que es en teoría más lento, le permitió rebasar. ¿Qué, cabrón? ¡Si te gustó bueno y si no también! Durante una parte del trayecto la velocidad no cambia, como si hubiera llegado a un tramo donde todos se uniformizarán. Por un momento, JC ve la escena a través del parabrisas como si fuera un monitor y todo el universo se moviera excepto él. Le gustaría tener una ametralladora o un lanza misiles en el centro de esa imagen. Poder dispararle a los coches en movimiento. Casi se imagina las explosiones luminosas y escarlatas haciendo volar llantas, despejando el camino, dejándole vía libre para que acelere a fondo.

A las 8:15 recibió una llamada de TH ¿Ya mero vienes? Este, si, estoy terminando todo. Es que ya están cerrando todo, le contestó su novia, fíjate que llovió y casi se quedó sin gente, yo creo que cerrarán temprano. ¿Pero entonces ya no hay nada?, preguntó él, No, prácticamente no, le contestó. La mente de JC razonó que si no había ya nada, entonces lo mejor era dejar la salida para otro día. Entonces igual me quedó a terminar, le dijo al momento. Pero, ella quiso reclamar, Yo, bueno, es que, esta bien, sabes que, ¡Como quieras! En la última frase había elevado la voz, JC reconoció el coraje. No te enojes, es que si ya no hay nada para qué... no alcanzó a terminar la conversación.

Mientras sigue acelerando, en la mente de JC se agolpan pasadas discusiones en el noviazgo. ¡Decídete pendejo!, le grita a la sombra de un auto que parece querer cambiar del cuarto carril al tercero. Toca el claxon, aumenta su velocidad y deja atrás al indeciso. Pocos segundos después se cambia de nuevo al carril más rápido. Pisa con fuerza el acelerador para llegar a los 140 kilómetros por hora. También su coraje crece mientras ve el reloj y siente su cuello endurecerse a la altura de la nuca.

No bien había colgado TH, JC sintió el enojo subirle desde el estómago. ¡Chingada!, ¿quién la entiende? Quiso seguir trabajando. Sin embargo, no le era posible escribir una palabra más, en su mente sólo estaban las excusas, los enojos como estos que habían tenido. Quiso volver a marcarle, pero ella no contestaba, seguramente veía su número y había decidido ignorarlo. Inquieto, decidió marcar al número de una de las amigas que habían ido a la feria. ¿Que te la pase?, pero si todos nos fuimos de allí desde las seis. ¿¡Cómo!?, respondió él. Sí, veras, empezó a llover y se veía que sería tormenta, no hay muchos lugares para taparse y pues decidimos volver otro día. ¿Pero, pero... y TH?, preguntó él sintiendo una opresión en el estomago. Ella se quedó a esperarte. Rápidamente JC le contó la situación y le pidió que le hablara a su novia, diciéndole que le contestará, solo eso.

Treinta minutos. Durante un tramo JC va casi solo, rebasando a todos los autos de los demás carriles. Ya no falta mucho, se alienta, sólo unos kilómetros más. Una recta, es el único en el cuarto carril así que sigue a toda velocidad. En el tercero, en cambio, va un camión a 80 kilómetros por hora. Alcanza a ver como por reflejo que un coche justo adelante quiere meterse al cuarto carril a sólo 90, entonces todo pasa al mismo tiempo: El pie derecho pisa el freno, la mano izquierda hace que el volante se desvíe hacia ese lado, la otra toca de un golpe el claxon, los ojos intentan ver al mismo tiempo el retrovisor, hacia el frente y el tablero, la llanta delantera del lado izquierdo se sube al camellón, JC da brincos; una marca de hule queda pintada en el pavimento. Por unos centímetros no le da al automóvil, quien al escuchar el sonido de la camioneta intenta regresar a su carril, frenando. JC oye los frenos, mentadas de madre y claxonazos de los autos que venían detrás. Cuando su vehículo baja del camellón, sólo tiene algunas ramas atoradas en el parachoques, sin embargo, su conductor se encuentra aún aturdido. Sus brazos antes tan tensos cosquillean, todo ese coraje que se iba acumulando en el camino parece revertirse. Baja la velocidad. Respira con lentitud. Apaga la radio. El silencio dentro de la cabina es como estar bajo el agua. Los motores de los autos afuera se oyen lejanos mientras lo rebasan. Carril por carril llega al de baja velocidad, sigue así hasta arribar a la entrada de la feria.

Cuando JC volvió a escuchar la voz de su novia al teléfono, no sabía si estar enojado o arrepentido. Voy para allá, atinó a decirle. No, ni vengas, me regreso en camión. Espera, le imploró él, no sabía que estabas sola. Pero es que tu prometiste, dijo ella, Sí, pero el trabajo, Siempre el trabajo o tus amigos, No empieces, siempre es la misma, sentenció ella al final. Espera, alcanzó a reaccionar él en esta ocasión, No quiero que te vayas sola en camión, ya es tarde, voy por ti. ¡No quiero que vengas!, repitió ella. El enojo se le atoró en la garganta a JC. Espérame, ya voy saliendo de la oficina. ¡Te doy 30 minutos!, finalizó ella. ¡Si no llegas me regreso en camión, y nos vemos cuando tengas menos trabajo! ¡En una semana, un mes o un año!

Él no pudo negociar. ¡Con una chingada!, gritó mientras apagaba la computadora de golpe, tomó sus cosas y salió rumbo al estacionamiento. Cuatro minutos tan solo en llegar al auto.

Cuando JC se estaciona, baja con un dolor en las piernas, con un cosquilleo que le paraliza las extremidades. Esta lloviendo levemente, pero él ignora el agua. Empieza a caminar a la entrada, reprimiendo todo el susto, viendo a la poca gente que queda como si estuvieran detrás de un cristal, como si soñara o flotara. Por unos segundos cree que TH se ha marchado, no la ve ni en la entrada ni en la parada de camión, tampoco responde al celular. El dolor de estómago se hace agudo, por segundos siente que el coraje volverá a subir hasta volvérsele rabia. Entonces la ve, esta sentada en una banca, resguardándose de la llovizna. En su cabeza giran los últimos minutos del trayecto, el vértigo y ese miedo que extrañamente lo hace sentir tranquilo. Empieza a caminar hacia ella. Tiene la sensación de humedad en los ojos, el cuello desenredándose. No sabe que va a decirle, no quiere pelear. En esos momentos se olvida del trabajo, de las discusiones. Poco antes de llegar a ella, TH se da cuenta y las miradas de ambos se encuentran. JC ve el rostro de su novia. Seguramente esta enojada, piensa. A diferencia de otras ocasiones, él no quiere discutir. Lo único que hace es acercarse en silencio, sonreírle y antes de que ella diga algo, abrazarla.

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