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CADENCE

El lunes por la mañana me senté en mi escritorio con Joy ubicada frente a mí, su cara mostraba el horror cuando terminé de contarle sobre el fin de semana. El nudo de temor que se había formado en mi estómago el viernes por la noche, todavía estaba allí, pero empeoraba con cada hora que pasaba.

Kallie había llegado a casa del baile a tiempo, tal como lo había prometido, y nos habíamos quedado despiertas hasta pasadas las dos de la mañana, viendo nuestros musicales favoritos. Elegí ‘Newsies’ para ver primero, era la historia vagamente basada en la huelga de los New York City Newsboys de 1899. Como la veía, nadie podía resistirse a un joven Christian Bale. Ella escogió el segundo musical de la noche: ¡Mamma Mia! De todas las cosas que pudo haber escogido… Esa sola era mi suerte. Me retorcí incómodamente durante toda la segunda película, la trama golpeaba demasiado cerca de casa. Ahora no podía sacar de mi cabeza la maldita canción de la banda sonora de la película.

Había habido muchas oportunidades entre entonces y ahora para contarle sobre Austin y la verdad sobre su padre, pero me acobardaba cada vez que las palabras comenzaban a formarse en mi lengua. Simplemente no podía decirle. Como resultado, pude escuchar un sermón de Joy.

“Cadence, esto es malo. El senador Quinn es su padre, el hombre que se opone firmemente a todo lo que defiende los ‘Soñadores de Dahlia’. Cuando descubra a Kallie y se entere a qué te dedicas, me gustaría decir que tal vez suavizaría su postura, pero el hombre parece despiadado”. Joy hizo una pausa y se estremeció. “Dejando a un lado las implicaciones políticas, debes ir a ver a Fitz. Ya pasó mucho tiempo”.

“¿Y decir qué? ‘Oye, ¿te acuerdas de mí? ¿Esa estúpida chica que destruiste un verano hace diecisiete años? Bueno, eres el papi de mi bebé’. Vamos, Joy. Probablemente ni siquiera se acuerda de mí. No necesito ir a ver a Fitz, pero necesito contarle a Kallie”.

“Entonces, ¿por qué no lo has hecho todavía? Ella tiene que saber antes de que ocurra algo loco. ¡Dulce Jesús! ¿Te imaginas qué pasaría si ella termina saliendo con Austin?”.

Apreté mis labios en una línea rígida.

“Cree en mí, es todo lo que he pensado durante días. Simplemente no sé cómo decirle. Salí a correr ayer por la mañana. Necesitaba algo de ‘mi tiempo’ para aclarar mi mente. No funcionó, así que fui a correr otra vez por la tarde. Estoy segura de que los muchachos que cuidaban el césped alrededor del Monumento a Washington pensaron que estaba loca. Debo haberlos pasado veinte veces.

“¿Qué estuviste haciendo todo el camino hasta allí?”, Joy preguntó con el ceño fruncido.

“Hay una construcción en mi vecindario y tienen todas las aceras bloqueadas. Correr por el centro comercial hubiera sido más fácil. De todos modos, estaba lista para decirle a Kallie cuando volviera a casa, pero luego me congelé”.

Joy sacudió la cabeza.

“Todavía creo que deberías decírselo a Fitz. No solo a Kallie. Austin también debería saberlo. ¿Y si él siente algo por ella?”.

Bajé la cabeza y la golpeé en el escritorio.

“¿Tenías que recordarme eso también?”. Gruñí.

“Oye, sé que estás en una situación difícil. Solo trato de ayudarte a verlo desde todos los ángulos para que…”.

“¿Hola? ¿Hay alguien ahí?”, una voz femenina llamó desde afuera de la puerta de mi oficina. Joy dejó de hablar y las dos nos volvimos para ver quién era. Cuando nadie entró, me puse de pie y salí al pasillo.

Una mujer con una niña miraba por las puertas de madera desgastadas de la oficina al final del pasillo. La pequeña niña sostenía una muñeca de aspecto irregular fuertemente pegada a su pecho. Miró a su alrededor, parecía confundida cuando la mujer que sostenía su mano la arrastró de puerta en puerta.

“¿Puedo ayudarle?”, pregunté.

“¡Oh!”, ella se sobresaltó. “Lo siento. No había nadie en el escritorio, así que decidí ver si podía encontrar a alguien en una de las oficinas. Debí haber hecho una cita primero, pero no podía esperar. Necesito hablar con alguien de inmediato”.

Tenía un acento sutil que no podía identificar, pero sonaba de origen latino. Era difícil saberlo por la forma en que se le quebró la voz. Su expresión era de pánico, casi desesperada. Era una mirada que conocía muy bien.

“Por favor, entre y tome asiento”, le dije. Una vez que entró, le indiqué que se sentara en la pequeña mesa redonda en la esquina. “Lamento que no haya habido nadie para recibirla. Mi secretaria actualmente está de baja por maternidad. El resto del personal ha estado manejando las cosas mientras ella está fuera. ¿Qué podemos hacer por usted?”.

La mujer miró de un lado a otro entre Joy y yo.

“Me… mi nombre es-es Emilia García”, tartamudeó.

Asustada. Siempre llegan aquí con miedo.

“Es un placer conocerla”. Me senté frente a ella en la mesa. Con los años, me pareció menos intimidante para los nuevos clientes si me sentaba aquí, en lugar de detrás de mi escritorio. Parecía hacerlos sentir más como si estuviéramos en igualdad de condiciones. Estiré mi mano para que ella la estrechara, esperando tranquilizarla. Era fría y pegajosa, una señal segura de que la mujer era un desastre nervioso. “Soy Cadence Riley, y esta es mi colega, Joy Martin”.

Ella asintió con la cabeza a Joy, luego comenzó a tocar el borde de su camisa rosa brillante.

“Yo… soy de Richmond, Virginia”.

“Está bastante lejos de casa”, noté. Si la expresión de ansiedad en su rostro no era suficiente, sabiendo que había viajado más de dos horas, con un niño pequeño, sin una cita programada, contaba una historia sobre lo desesperada que estaba.

“Sí, lo estoy”, admitió. Luego me miró con sus aterrorizados ojos marrones oscuros, recordándome a un ciervo visto con los faros de un auto. “Una vez más, lo siento mucho por aparecer sin previo aviso. Yo, simplemente no sé por dónde empezar”.

“Sra. García, cada persona que entra por nuestras puertas viene aquí por una cosa. ¿Por qué no comienza desde el principio?”.

Ella miró nerviosamente a la niña.

“Oh, um. Mi hija. No me gusta que…”, se detuvo.

Miré a la niña sentada en el regazo de su madre. No podía tener más de cinco años, y entendí su vacilación. Me levanté de mi silla y me arrodillé frente a la niña.

“¿Cómo te llamas?”, pregunté suavemente.

“Mayra”, respondió con timidez.

“Hola, Mayra. Es un placer conocerte. Mi nombre es Cadence. ¿Cuántos años tienes?”. Ella levantó cinco dedos.

“No, no. Todavía no tienes cinco años”, reprendió su madre, doblando el pulgar de Mayra para que solo levantara cuatro. “No cumplirá cinco años hasta dentro de unas semanas más”.

Sonreí, recordando que a Kallie siempre le gustaba reducir su edad por unos meses.

“¿Casi cinco? ¡Guauu! ¡Eres prácticamente una niña grande! Sin embargo, no eres demasiado grande para colorear, ¿verdad?”, pregunté. Sus ojos marrones se abrieron de emoción cuando sacudió la cabeza. “Bueno, entonces, si está bien con tu madre, ¿te gustaría ir con la Sra. Joy a buscar un libro para colorear con crayones?”.

Miró a su madre expectante.

“Adelante. Recuerda tus modales”, le dijo Emilia asintiendo.

Mayra sonrió y saltó del regazo de Emilia. Joy se acercó a ella y le cogió la manita. Una vez que estuvieron fuera del alcance del oído, regresé a mi asiento y extendí la mano para tomar la mano de Emilia en la mía.

“Sra. García…”, comencé.

“Por favor, llámeme Emilia”.

“Emilia, puedo ver que está nerviosa. No lo esté. Sea lo que sea, estamos aquí para ayudarla”.

Ella me dio una pequeña sonrisa.

“He escuchado a otros hablar de su amabilidad. Por eso sabía que tenía que venir aquí. Tiene qu-que ayudarme”. Su voz se quebró de nuevo en la última palabra, y me rompió el corazón. Mi única esperanza era poder ayudarla. A veces, ya era demasiado tarde.

“¿Por qué no comienza desde el principio y seguiremos desde allí?”.

Ella tragó saliva y respiró hondo.

“Se trata de mi prometido. El padre de mi hija ¡Ell-ellos se lo llevaron!”.

Luego comenzó una historia que había escuchado innumerables veces. Cada vez, los nombres y los lugares eran diferentes, pero la historia siempre era la misma.

El prometido de Emilia, Andrés Méndez, se mudó de Ecuador a los Estados Unidos con su familia cuando tenía tres años. Él, su hermana menor y sus padres eran todos inmigrantes indocumentados, un hecho que Andrés nunca supo hasta que tenía diecisiete años y se preparaba para asistir a la universidad. Necesitaba un número de seguro social para solicitar préstamos estudiantiles. Fue entonces cuando sus padres le dijeron por primera vez la verdad sobre su origen.

“Andrés es muy inteligente”, dijo Emilia con orgullo en su voz. “Resultó que no necesitaba obtener préstamos. Se le otorgó una beca académica de pregrado para asistir a Harvard”.

“¡Eso es increíble!”.

“Sí”, estuvo de acuerdo, pero luego su tono se volvió triste una vez más. “Solicitó una visa de estudiante y estaba listo para ir a Massachusetts. Pero ese verano, quedé embarazada de Mayra. Le insté a que se fuera, pero Andrés se negó a dejarme. En su lugar terminó yendo a Virginia Tech para estudiar ingeniería. Mis padres estaban furiosos, pero sus padres no entendían a qué estaba renunciando. Nunca habían escuchado de Harvard hasta que Andrés fue aceptado en la escuela”.

Me acerqué a mi escritorio y agarré un bloc para comenzar a tomar notas. Garabateé algunos conceptos básicos.

Inteligente. Aceptado en Harvard con beca. Mayra.

“Emilia, ¿también eres indocumentada?”.

“No, nací aquí. Mi madre nació en El Salvador y mi padre nació en los Estados Unidos. Finalmente, ella se convirtió en ciudadana naturalizada, años después de haberse casado”.

“¿Andrés terminó la universidad?”.

“Afortunadamente, lo hizo. Sin embargo, no fue fácil. Mientras él asistía a la escuela, yo seguía viviendo en casa de mis padres. Ellos cuidaban de Mayra, mientras yo trabajaba para pagar las cuentas escolares de él. Por lo general, Andrés solía tomar el autobús del metro hasta el campus, pero a veces yo lo conducía, cuando no estaba trabajando. En ese momento, debido a su estado migratorio, no podía obtener una licencia”.

Sin licencia. Con apoyo familiar.

“Habiendo trabajado en la escuela como madre soltera, no estaba segura de si podría haberlo hecho sin la ayuda de mis padres. Reconocía la importancia del apoyo familiar mejor que la mayoría”.

“Me imagino lo difícil que debe haber sido. Entonces, ¿qué pasó después?”.

“Justo antes de que Andrés se graduara, hicimos planes para mudarnos juntos. Queríamos casarnos primero, pero no podíamos permitirnos una bonita boda con solo mis ingresos. Andrés necesitaba encontrar un trabajo. La Ley Dream [Nota de la traductora: La Ley Dream es un acrónimo del inglés: Development, Relief and Education for Alien Minors Act, es la ley de fomento para el progreso, alivio y educación para menores extranjeros] acababa de aprobarse unos años antes. Como él calificaba, lo alenté a completar el papeleo de DACA [Nota de la traductora: La Acción Diferida para los Llegados en la Infancia o DACA es una decisión migratoria del gobierno de los Estados Unidos con el fin de beneficiar a ciertos inmigrantes no documentados que llegaron como niños al país y que cuentan con cierto nivel educativo, en particular a los denominados ‘dreamers’]. Pensé que era una buena idea. Significaría que podría obtener su licencia de conducir, solicitar trabajo, y ya no tendríamos que temer una posible deportación, y llegaría a celebrar la boda de mis sueños. Tal vez eso fue egoísta de mi parte. No lo sé. Tomó algo para convencerlo, pero finalmente lo hizo. Ahora, no puedo evitar sentir que fue algo incorrecto”.

“¿Por qué?”.

“Con el debido respeto, sabes lo que está sucediendo en el mundo. A muchos en este condado no les importan las personas como Andrés, aunque nunca entenderé por qué. Es un hombre trabajador, un buen hombre”, escupió con amargura.

“Lamento lo que está pasando en nuestro país, Emilia. Espero que sepas que no todos piensan de esa manera. ¿Consiguió un trabajo después de graduarse?”.

“¡Oh, por supuesto! Es ingeniero mecánico en Advanced Solutions (AS), o al menos lo era. No estoy segura de lo que sucederá ahora”. Ella sollozó, y me di cuenta de que estaba luchando contra las lágrimas. “De todos modos, Andrés odiaba que yo trabajara para pagar las facturas de su escuela, pero también sabía que terminar la universidad y conseguir un trabajo bien remunerado era la mejor manera de brindarle una buena vida a Mayra. La pidió y se aprobó la solicitud DACA. Poco después, consiguió su trabajo en AS y obtuvo su licencia de conducir. Encontramos un departamento en Richmond e insistió en que dejara mi trabajo para quedarme en casa y cuidar a nuestra hija. Las cosas finalmente estaban mejorando. Hasta que…”.

Ingeniero. Con un empleo. Reconoce la estabilidad familiar. Miembro contribuyente de la sociedad.

Garabateé las notas mientras esperaba que Emilia pudiera continuar. Ella sacudió la cabeza, parecía perdida en sus pensamientos y miró su regazo. Comenzó a juguetear con el dobladillo de su blusa nuevamente, cuando una lágrima resbaló por su mejilla.

“¿Hasta qué, Emilia?”.

“Andrés, Mayra y yo hicimos una excursión de un día a la casa de los padres de Andrés en Fairfax. Era domingo y su madre estaba haciendo pupusas, la comida favorita de Mayra. Llegamos tarde debido al tráfico en la I-95 que nos hizo apresurarnos por llegar. Andrés conducía. Sin detenerse, pasó una señal de alto en la calle de sus padres. Lamentablemente, un coche de policía venía en la dirección opuesta. El oficial vio lo que sucedió y nos detuvo”.

Sabía a dónde iba su historia antes de que terminara. Ella era de Virginia, el segundo estado de la nación en implementar un acuerdo con el gobierno federal para participar en el programa de Comunidades Seguras de Inmigración y Control de Aduanas. El programa fue diseñado para crear una coordinación entre la policía local y el Departamento de Seguridad Nacional. Si se hacía un arresto, las huellas digitales ingresaban automáticamente a través de las bases de datos del FBI y de Seguridad Nacional.

Al final, demostraría que Andrés era un receptor de DACA.

“Emilia, ¿dónde está Andrés ahora?”.

Ella contuvo un sollozo.

“El oficial nos interrogó acerca de estar tan lejos de casa, y Andrés fue llevado a la estación de policía para más interrogatorios. Fue liberado en pocas horas, pero recibió una multa de tránsito y una cita en la corte. Fui con él a la corte. Andrés fue declarado culpable de la infracción de tránsito por no detenerse por completo. Le dieron una multa, que pagamos antes de partir. Cuando salimos del juzgado, un hombre de uniforme llamó a Andrés por su nombre y apellido. No esperábamos que el hombre fuera un agente de ICE (El Servicio de Inmigración). Había tres en total, esperándonos. Andrés fue detenido en ese momento”.

Ella volteó a verme con una mirada de desconcierto, casi como si no pudiera creer su propia historia. “Me llevó dos semanas descubrir a dónde lo habían llevado. Actualmente, está detenido por el Departamento de Correcciones de D.C. Los procedimientos de deportación ya han comenzado, y todo porque no se detuvo en una señal de alto”.

Definida

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