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Capítulo 1

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HACÍA mucho tiempo que Valentino Casale se había endurecido contra cosas tan inútiles como los sentimientos, pero no podía evitar sentirse irritado por las congestionadas calles de Atenas.

El tráfico era problema de su chófer, no el suyo. Sin embargo, se rebulló con inquietud en el asiento. Volver a Grecia le irritaba profundamente. De niño, cuando lo enviaban allí, siempre le había parecido un castigo y seguía considerándolo como tal. Además, el hecho de verse atrapado entre el dinero de su padre y las ansias de su madre por conseguirlo era como si lo arrojaran a una jaula con un tigre hambriento. Por lo tanto, no, no le agradaba volver a estar allí. Al menos, su padre ya no estaba. Algo bueno tenía que haber.

Si tuviera sentimientos, Val estaría experimentando pena o, lo que algunos denominaban como «pasar página». Sin embargo, desde que recibió la noticia de que Nikolai Mylonas había muerto hacía dos días, Val no había sentido nada, ni siquiera alivio. Su padre sería incinerado y sus cenizas se depositarían en la isla de su propiedad. En lugar de un funeral al que nadie asistiría, se había pedido a sus dos hijos y a las madres de ambos que se presentaran en persona en la lectura de su testamento.

Val había rechazado disfrutar de la riqueza de su padre hacía dos décadas. Había amasado su propia fortuna con su propio esfuerzo sin necesidad de nadie. Incluso le había proporcionado a su madre una jugosa asignación con la esperanza de que ella dejara de soñar con el dinero de Niko. Desgraciadamente, no había funcionado.

Val seguía sin querer nada, tal y como le había reiterado en repetidas ocasiones al abogado de su padre cuando este lo había llamado para concertar la reunión. Fuera lo que fuera lo que a él le correspondiera heredar, y si no podía rechazarlo, se lo cedería a su madre.

Le habían informado que había ciertas estipulaciones que requerían la presencia de todas las partes antes de que se pudiera proceder. El abogado se había apresurado a añadir que se mencionaba a la madre de Val, por lo que a él le interesaba hacer acto de presencia y asegurarse de que todo seguía su curso.

¿A quién le importaba adónde iba el dinero? A Evelina Casale. A ella le importaba el dinero de Niko por encima de todas las cosas y, sobre todo, lo que más le importaba era cuánto dinero recibiría ella en comparación con Paloma, la exesposa de Niko. Si a la otra mujer se le otorgaba tan solo un euro más, sabía que Val se tendría que enfrentar a su medio hermano.

Otra cosa buena…

–Pare –ordenó de repente cuando su mirada detectó el escaparate de una galería de arte–. Voy a bajarme aquí.

Cuando descendió del coche, recibió un nuevo mensaje de texto de su madre, en el que le informaba que ya había llegado al vestíbulo del edificio Mylonas. Ella podía esperar. Todos podían esperar.

Volvió a meterse el teléfono en el bolsillo y cruzó la calle. La costumbre lo empujaba. Llevaba tres años entrando en todas las galerías de arte con las que se encontraba, sin importarle qué más pudiera tener en su agenda. Con cierta perversión, siempre buscaba su propia figura desnuda y siempre se sentía desilusionado de no encontrarla. En sus días de mayor esplendor físico, Val había sido modelo de una ropa interior tan ceñida y transparente que prácticamente había estado completamente desnudo, por lo que no le asustaba que lo vieran sin ropa.

Una vez más, la búsqueda resultó infructuosa.

Sonrió, pero el humor se vio rápidamente ensombrecido. Debería sentirse contento de no haber encontrado nada. Todo el mundo lo utilizaba cuanto podía. En aquel caso, había dado su permiso, pero aquella artista no lo había hecho.

¿Por qué no? Podría haber sido la oportunidad que ella necesitaba. Sin embargo, dado que habían pasado ya tres años y Val no había vuelto a ver nada de su trabajo, estaba empezando a sentir una ligera preocupación de que algo pudiera haberle ocurrido.

No podía entender por qué aquello debería preocuparle, pero aquella joven artista había tenido algo. Era madura y fuerte, pero ingenua a la vez. Encantadoramente abierta con sus opiniones y muy curiosa de las de él. Tampoco había aceptado nada de él, ni siquiera el dinero que Val le había dejado por el dibujo que le había arrancado de su bloc y que había guardado cuidadosamente en su maletín para no perderlo o arrugarlo.

Su teléfono volvió a sonar. A su madre le preocupaba encontrarse con Paloma y Javier antes de que Val llegara. Como si Val fuera a permitirles que le metieran prisa. No respondió. Siguió avanzando tranquilamente por la galería, sin encontrar nada.

Salió de nuevo al exterior y sintió que su buen humor fue desapareciendo a medida que se acercaba al edificio Mylonas. No había estado allí desde hacía mucho tiempo, seguramente desde que volara a Venecia hacía tres años.

Una vez más, Val volvió a preguntarse si podría haber evitado su desventurado matrimonio. Tal vez si hubiera regresado a la habitación de su hotel después de aquella reunión inicial y hubiera encontrado a aquella artista aún en su cama… En vez de a ella, había descubierto el dinero que él le había dejado colocado ordenadamente sobre la mesilla de noche. Tanto ella como su bloc de dibujo habían desaparecido.

Ella había ignorado la posición social de Val y su dinero. Él se había sentido completamente relajado mientras ella le dibujaba. Parecía ridículo decir que incluso se había sentido a salvo. Era un hombre poderoso, con fuerza, posición social y dinero, lo que no se podía considerar una desventaja, pero se había sentido aliviado de no tener que mantener la guardia con ella.

No había apreciado aquello hasta mucho más tarde y se arrepentía de haberla dejado aquella mañana y darle así la oportunidad de desaparecer sin dejar rastro. Después, tras el ultimátum de su padre, había seguido con su plan de desvincularse de él de una vez por todas por medio de un matrimonio sin amor.

Aquel cruel gesto había sido la última vez que había permitido que los sentimientos lo empujaran. Él no había encontrado satisfacción alguna en su matrimonio, tan solo una existencia sin sexo con una mujer cuyos intereses no coincidían en nada con los suyos. Afortunadamente, ya se habían divorciado, por lo que podía al menos poner fin a ese capítulo de su enciclopédica colección de sórdidos errores.

–Por fin –le dijo su madre al verlo entrar por la puerta giratoria–. ¿No te has podido poner un traje?

–Un traje habría significado que esta reunión es importante para mí.

Ella lo miró con desaprobación y se acercó a él desde la zona de espera. Casi era tan alta como él y aún andaba como una modelo, a pesar de haber cumplido ya los cincuenta y ocho años.

–Buenas tardes, señor Casale. Soy Nigel –le dijo uno de los empleados de su padre–. ¿Puedo acompañarle a la sala de reuniones? –añadió, mientras le indicaba los ascensores.

Val se dio la vuelta y sintió algo parecido a una descarga eléctrica cuando vio un enorme óleo que colgaba detrás del mostrador de seguridad.

–¿De dónde ha salido eso? –preguntó.

No había estado allí hacía tres años. Nunca antes lo había visto. El paisaje marino enmarcado por una ventana le resultaba desconocido, aunque la vista tenía que ser de Grecia. La mezcla de colores era nueva para sus ojos, pero se combinaban gloriosamente y proporcionaban textura y profundidad. Algo en aquella composición le resultaba familiar.

–No puede pasar aquí, señor.

Val rodeó el mostrador y pasó junto al guardia de seguridad. Examinó la firma. No era el KO de su dibujo, sino Kiara. Sintió que todo su cuerpo se tensaba.

–¿Dónde han comprado este cuadro? Quiero hablar con la artista –preguntó.

–Señor… –le dijo Nigel–. La señorita O’Neill está arriba. Llegó a la reunión hace diez minutos.

–¿Para la lectura del testamento de mi padre?

Sintió un hormigueo por todo el cuerpo. Se le formó un nudo en la garganta y sintió que la entrepierna se le tensaba. Parecía que la piel era demasiado apretada para el calor que acumulaba su cuerpo.

–¿Quién es esa mujer? –le preguntó su madre.

Val apenas la oyó. Había soltado una cínica y dura carcajada.

–Alguien que trabajaba para papá –respondió. ¿Cómo era posible que no se hubiera dado cuenta? Cegado por su propia libido, seguramente. Se maldijo en silencio–. Sí, por supuesto. Lléveme hasta ella. No puedo esperar.

Kiara O’Neill se había percatado de que Davin, el abogado de Niko, estaba tratando de tranquilizarla con su incesante conversación, pero no lo estaba consiguiendo. Tal vez pensaba que la estaba seduciendo… Se habían encontrado en varias ocasiones durante los últimos tres años y él la había invitado a cenar en más de una ocasión, pero las prioridades de Kiara habían sido su hija y su arte. En ese orden. Además, si conseguía tener una velada de vino y conversación con Scarlett, su mejor amiga, consideraba su vida completa.

Tratar de encajar también un hombre en su pequeño mundo solo complicaría su lista de prioridades. Además, la última vez que había tenido una cita, había terminado embarazada. Y el hombre en cuestión estaba a punto de entrar en aquella sala en cualquier momento.

Tenía el cuerpo cubierto de un sudor frío y su mente era incapaz de tener un pensamiento sensato, y mucho menos una conversación. Su sencillo vestido con cinturón y una chaqueta de estilo kimono habían sido elegidas cuidadosamente para resultar poco llamativas y cómodas, pero parecían ceñirle el cuerpo por todas partes. Los nervios se habían apoderado de su estómago y la feminista que había dentro de ella que había mantenido a los hombres a raya durante tres años, parecía estar frotándose las manos como una adolescente antes del baile de graduación. El chico guapo se acercaba y no sabía si quería que él se fijara en ella o no.

En lo más profundo de su ser, seguía siendo una huérfana mestiza del peor barrio de Cork. Scarlett diría que, en realidad, ella era madre y artista, pero Kiara no estaba segura de que pudiera ocultar lo que sentía que era.

Val Casale le había parecido un hombre inteligente y había parecido pensar que su trabajo tenía verdadero mérito. Cuando ella se había mostrado insegura, él le había dicho:

–En realidad no sabes quién soy, ¿verdad?

No lo había sabido. Hasta mucho más tarde. Sin embargo, quien siembra vientos…

Se sentía algo mareada. Quería mandarle un mensaje a Scarlett para que se diera prisa en volver del cuarto de baño, pero ya había puesto su teléfono en silencio y lo había guardado en el bolso. Sacarlo en medio de una conversación sería una grosería.

Con una tensa sonrisa que trató de mantener, esperó a que Davin se detuviera con la esperanza de poder decir que iba a ver qué estaba haciendo Scarlett. Su amiga estaba ya muy avanzada en su embarazo y prácticamente vivía en los cuartos de baño, pero era cierto que en aquella ocasión estaba tardando demasiado.

¿Se habría enterado Val de que ella estaba allí y se habría marchado antes de verla para evitar que ella pudiera explicarse? Dado todo lo que había oído sobre él desde entonces, seguramente era lo mejor, pero sintió que se le hacía un nudo en el corazón por su…

La puerta se abrió y el aire cambió de manera sutil. Se produjo una tensa energía que se apoderó del ambiente cuando las tres personas entraron en el despacho.

–Signor y Signora Casale –anunció Nigel mirando su tableta cuando esta vibró–. La otra parte ha llegado. Regresaré con ellos en breve.

Nigel se marchó y cerró la puerta.

–Davin…

Evelina, la madre de Val, sonaba tan gélida y culta como lo había hecho en la única ocasión en la que Kiara había hablado con ella hacía tres años. En persona, Evelina era el ejemplo perfecto de lo que las revistas de moda consideraban sexy y atractiva. Era muy alta y delgada, con una piel de marfil y un lustroso cabello castaño. Llevaba ropas de diseño, con el cuello, las orejas y los dedos adornados de relucientes joyas. Saludó a Davin con dos besos al aire.

–Evelina, me alegro de volverte a ver –dijo Davin cortésmente antes de presentar a Kiara–. Esta es Kiara O’Neill.

Evelina la miró con desprecio.

–Un vaso de agua estará bien por el momento.

Kiara podría haberse sentido divertida, o insultada, pero, al ver a Valentino Casale, se sentía como si estuvieran explotando dentro de ella miles de fuegos artificiales. Todos los sentimientos posibles susurraban y estallaban en sus oídos mientras chispas y fogonazos de color cegaban su visión.

Él no se había molestado en ponerse un traje. Llevaba unos vaqueros desgastados y una camisa negra abierta en el cuello. Ceñían un cuerpo que era atlético, esbelto y maravilloso, tal y como lo había sido hacía tres años. Seguía llevando el cabello revuelto y su rostro parecía seguir necesitando un buen afeitado. Su mirada era igual de penetrante y turbadora. Los iris tenían el color de la plata y se habían centrado en ella de una manera fiera e imperturbable.

La adrenalina la animó a huir de allí para salvar la vida, pero también sentía una extraña excitación. Un deseo de correr hacia él. Entre aquellos imperativos, vibraba una mezcla de sentimientos mucho más complejos. Culpabilidad, resentimiento y algo parecido a un doloroso alivio.

Había temido y anticipado aquel día desde el momento en el que había aceptado la oferta de Niko de vivir con él. Por fin, tendría que hablar con Val sobre la hija que tenían en común. Se había preparado para las consecuencias que aquella conversación pudiera tener, pero no lo había hecho para contrarrestar el efecto que Val aún seguía ejerciendo sobre ella.

Se veía rodeada por una profunda atracción. No debería sorprenderse. La primera vez que lo vio, él le había hecho sentir una irresistible fascinación. El tiempo pareció detenerse y la sangre le hervía en las venas cuando empezó a acariciarle las líneas del rostro.

Idéntica oleada de sensualidad se había apoderado de ella en aquel despacho, pero mucho más fuerte. Más profundo, más inmediato y más sexual. No se trataba simplemente de la compulsión de estudiarle y de recrearle en una página, sino un profundo deseo de cerrar la distancia que los separaba y tocarlo. Quería sentirle con todo su cuerpo, gozar en el fuego que él había prendido dentro de ella. Quería notar las caricias de sus manos por la espalda desnuda y experimentar de nuevo cómo le agarraba con fuerza las caderas.

Su cuerpo se caldeó, vibró y se excitó simplemente por estar en la misma sala que él porque sabía cómo era hacer el amor con Val. Sabía lo que él podía hacerle sentir, algo animal, primitivo. Maravilloso.

Tampoco había calculado el efecto de su vínculo a través de su hija. Se había pasado más de dos años viviendo con el padre de Val y con la hija que ambos tenían. Sabía ya muchas cosas de Val Casale, pero aún no lo conocía a él. Su breve relación y el recuerdo de un dulce encuentro se habían convertido en una absoluta fascinación con alguien que había tenido un profundo efecto en su vida.

A pesar de las cosas que le habían contado sobre él y, a pesar del hecho de que él parecía haberla descartado, todo su ser quería extender la mano y volver a descubrir al sensual y hedonista hombre que había creído ver aquella noche.

La sonrisa indulgente del amante había desaparecido. Su cinismo y desprecio eran palpables en el cromo pulido de su mirada.

¿Sabía que ella había tenido un bebé? ¿Era esa la razón de que le estuviera lanzando acusaciones silenciosas con su amarga mirada?

Su antagonismo era evidente. Sintió que se le hacía un nudo en la garganta al recordar una de las primeras cosas que Niko le había contado sobre su hijo.

«Val es un canalla, señorita O’Neill. Se enorgullece en la distinción y aprovecha todas las oportunidades que tiene para demostrarlo».

En otras ocasiones, Niko había utilizado toda clase de epítetos poco amables para describirlo: poco respetuoso, rebelde, provocador, vengativo y reprobable.

Niko no había sido un hombre al que una persona pudiera contradecir, aunque su opinión de Val no casaba con el hombre al que ella había conocido. No obstante, la ira que Val sentía hacía su padre había provocado que le diera la espalda a su fortuna y se casara con una mujer a la que no amaba. Eso lo convertía en un hombre al que ninguna mujer sensata se atrevería a enojar.

Niko podría haberle ofrecido protección de Val mientras estuvo vivo, pero Niko ya no estaba. Kiara estaba sola.

Davin rompió el tenso silencio dejando la jarra de agua con un golpe sobre la mesa. Le dio un vaso a Evelina, que lo ignoró mientras los miraba a ambos. Kiara sintió de nuevo deseos de huir. Miró hacia la puerta, deseando que Scarlett apareciera por fin.

–¿Qué estás haciendo aquí, Kiara? –le preguntó Val con un letal tono de voz.

Ella miró a Davin.

–Cuando todas las partes estén presentes, hablaremos de todos los detalles –dijo Davin con una ligera sonrisa, que murió inmediatamente al entrar en contacto con la mirada mortal de Evelina.

–No me irás a decir que… esta persona… tiene derecho a parte de la herencia de Niko, ¿verdad? –preguntó Evelina mirándola con desaprobación.

–No exactamente –murmuró Kiara mientras tomaba un vaso de agua helada para humedecerse la garganta–. Debería ir a ver cómo está Scarlett…

Antes de que pudiera dar un paso en dirección a la puerta, esta se abrió.

–Lo siento mucho –tartamudeó Nigel–. Ha ocurrido algo. La señorita Walker ha tenido que marcharse al hospital.

–¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué le ha pasado? –preguntó Kiara atónita.

–Está de parto –dijo Nigel–. El señor Rodríguez la ha llevado al hospital. Y su madre ha preferido no quedarse… … –añadió Nigel mientras miraba con incomodidad hacia Evelina y luego a Kiara–. Me dijo que le dijera a usted que termine aquí lo que tenga que hacer y que la llame cuando pueda. Les dejo con lo suyo –concluyó Nigel mientras iba cerrando la puerta al marcharse.

–No me digas que esa cazafortunas va a tener el nieto de Paloma y que todo el dinero de Niko va a ir a parar a ellos –le advirtió Evelina a Davin. Lágrimas de rabia le brillaban en los ojos.

–No… no… no todo –se apresuró Davin a decir para apaciguar a Evelina. Entonces, le lanzó una mirada de cautela a Kiara–. Tal vez deberíamos sentarnos…

–Yo me quedaré de pie –dijo Kiara mientras se agarraba al respaldo de una silla para mantenerse en pie. Sentía que el mundo estaba girando fuera de su eje. Estaba muy preocupada por su mejor amiga y, al mismo tiempo, el corazón le palpitaba con fuerza al sentir que el momento de la verdad se acercaba como un acantilado ante ella.

Observó que Valentino la estaba mirando muy fijamente y sintió una profunda aprensión. Sentía que había llegado al punto de no retorno. No podía hablar, pero tampoco tuvo que hacerlo.

–Tranquilízate, madre –le dijo él a Evelina. Su voz había adquirido un tono sombrío y mortal–. Esta cazafortunas también ha tenido un niño.

–Señor –le amonestó el abogado, pero Val no permitió que la desaprobación del letrado tuviera impacto alguno sobre él. Val también estaba sufriendo. Sentía una profunda traición.

Kiara se había presentado como una artista sin dinero, muy sensual y modesta, pero él acababa de darse cuenta de que tenía el corazón de hierro. Y él había sido el necio que había creído en ella.

Había pensado que su encuentro había sido por casualidad, un encuentro en el que él no había tenido que fingir o esforzarse para controlar la situación.

Ella le había hechizado… y había estado trabajando para Niko desde el primer momento. ¿Cómo podía sentirse sorprendido? ¿Cómo? Por supuesto, su padre había tenido la situación bajo su mando. No podía haber sido de otra manera.

Pero, ¿cómo lo habían conseguido? ¿Habría estado ella ya trabajando para su padre cuando se conocieron? ¿La habría contratado Niko para que ella se lo llevara a la cama y conseguir que la dejara embarazada?

Si era así, había cumplido muy bien con su cometido. También había sido muy afortunada en conseguirlo a la primera y solo porque uno de los preservativos se había roto.

–¿Tienes un hijo? –preguntó Evelina mientras se agarraba con fuerza los diamantes que le rodeaban la garganta.

–Sí –admitió Kiara. Los nudillos se le marcaban con fuerza mientras agarraba el respaldo de la silla.

Ella tenía el cabello más largo y lo llevaba con la raya a un lado. La luz jugueteaba con los rizos castaños, que eran finos y estrechos, como si ella se hubiera enrollado cada mechón en un lápiz o algo incluso más delgado. Estos caían con salvaje abandono alrededor del óvalo de su rostro, acentuando así los afilados pómulos.

Sus enormes ojos eran del color del café expreso y su boca como una apretada flor de color rojo. Su cuerpo tenía unas deliciosas curvas que llevaba cubiertas por ropa de mejor calidad de la que había vestido la última vez. Calzaba unos zapatos de alto tacón, con lo que parecía más alta de lo que la recordaba. Un ancho cinturón enfatizaba los senos, las generosas caderas y el trasero. Un recuerdo muy carnal amenazó con apoderarse de él y embotarle el cerebro una vez más.

–Dado que la situación ha dado un giro tan brusco, iré directamente al grano –dijo Davin mientras pasaba los papeles que tenía frente a él–. Dado que los dos hijos de Nikolai han renunciado a su herencia, él decidió entregar la mayor parte de su fortuna en partes iguales a sus nietos. Evidentemente, todos deseamos que el parto de la señorita Walker vaya perfectamente, por lo que, si la información que tenemos es correcta, habrá dos herederos que compartirán la fortuna a partes iguales. A Evelina y a Paloma se les ha concedido un pago único de un millón de euros –añadió Davin mientras le entregaba un cheque a la madre de Val.

–¡Eso no es suficiente! –protestó ella–. Esto no puede estar bien –insistió Evelina mientras se levantaba para colocarse junto a Davin y leer el documento con sus propios ojos.

Val se acercó a Kiara.

–Supongo que comprendes lo que esto significa –le dijo mientras señalaba con la cabeza a su madre–. Nunca te dejará en paz. Por cierto, pensaba que tomabas la píldora.

Kiara lo miró con gesto desafiante.

–¿Vamos a hablar de esto aquí? ¿Ahora? –le preguntó mientras se ruborizaba profundamente–. Era una dosis muy baja para regularme el ciclo. Cuando pasé la noche contigo, se me olvidó tomar una. Aparentemente, fue suficiente para terminar con su eficacia, aunque el anticonceptivo perfecto no existe, ¿sabes?

–¿Mi padre no te pagó para que pasaras la noche conmigo y te quedaras embarazada?

–¿Y romper el preservativo? No –replicó ella. Se sentía insultada.

–Si lo conocías lo suficiente para quedarte con la mitad de su fortuna, sabes que habría sido perfectamente capaz de hacer algo como eso. ¿Te acostaste con él?

–No. Ese comentario es asqueroso.

–Y eso lo dice la mujer que está utilizando a un bebé para echarle mano a una fortuna.

Kiara levantó el rostro a modo de desafío.

Val se dispuso a aceptarlo. ¿Por qué? No le importaba. En realidad, no debería importarle. Sin embargo, había descubierto que así era. Profundamente. Unos sentimientos que no era capaz de nombrar le ardían en el vientre.

–Aquella noche fingiste que no sabías quién era yo –la acusó–.Te saltaste la píldora a propósito, con la esperanza de encontrar el premio. Esa táctica se había intentado en el pasado, con limitado éxito. Te aseguro que te arrepentirás de esto.

–¿De tener a mi hija? –le preguntó ella levantando orgullosamente la barbilla una vez más–. Lo dudo. Y tiene nombre, por cierto. ¿Te gustaría saber cuál es?

–No.

Val podría haberlo dejado así. El hombre en el que se había convertido siempre se quedaba con la última palabra antes de marcharse.

Sin embargo, algo le mantuvo allí, escuchando el nombre. Esperando. No sabía por qué, pero quería las dos cosas. Permanecer allí, sin moverse. No entendía cómo ella había sido capaz de hacerle víctima de un hechizo tan fuerte.

–Yo le dije que te diera el dinero que necesitabas para cuidar de ella –le espetó Evelina desde el otro lado de la sala.

–Me dijo que se lo habías sugerido.

Val se quedó completamente atónito. Miró muy sorprendido a su madre.

–¿Tú lo sabías?

–¿Y tú no? –le preguntó Kiara muy confusa.

–Yo sabía que ella afirmaba estar esperando un hijo tuyo. No sabía que lo había tenido –replicó Evelina, mirando con censura a Kiara.

–¿Tú sabías que estaba embarazada y no me lo dijiste? –le preguntó a su madre totalmente atónito.

–Estabas en tu luna de miel –respondió su madre con el tono dulzón y conciliador que siempre usaba para conseguir que Val se pusiera de su lado–. No necesitabas un escándalo tan feo.

–Esto es lo más bajo que has llegado nunca, madre –le espetó. Sentía náuseas–. ¿O debería decir… nonna?

–No te… –le advirtió ella escandalizada.

–Claro que sí. Porque tu preciosa vanidad la envió a él –dijo mientras señalaba a Kiara primero y después la carpeta que representaba la fortuna que había sido la razón de todo aquello.

Aquella situación le recordaba terriblemente a su propia infancia, cuando algo limpio y valioso que era suyo se veía mancillado y utilizado como arma arrojadiza en la lucha constante entre sus padres y su medio hermano y la exesposa de su padre, Paloma.

–¿Por qué se lo dijiste a ella en vez de decírmelo a mí? –le preguntó a Kiara.

–Supongo que podría haberte dejado un mensaje con tu esposa…

–Llevo un año divorciado. Has tenido tiempo.

–Había circunstancias –respondió ella, rebulléndose incómodamente–. Niko estaba enfermo y nos necesitaba allí.

–¿Has estado viviendo con él todo este tiempo?

–Él pensó que si sabías que Aurelia existía, me presionarías para que dejara la isla en vez de permanecer allí con él.

Aurelia. Era el nombre de la casa en la que habían pasado su noche juntos en Venecia. Su nido de amor y, aparentemente, el lugar de la concepción de su hija.

Cada mañana, cuando observaba el dibujo de Kiara, regresaba mentalmente a la cama con ella, sentado tras ella entre las arrugadas sábanas, animándola a seguir con su estudio del balcón abierto mientras él saboreaba el aroma de su cuello y la suavidad de sus hombros y sentía cómo los pechos subían y bajaban con creciente excitación contra las palmas de sus manos.

Tragó saliva y trató de no atribuir profundidad alguna al hecho de que la pequeña llevara el nombre de aquella casa. Él no cedía ante los sentimientos. Era una táctica de manipulación. Todo lo era.

A pesar de todo, no pudo apartar la mirada de ella mientras Kiara volvía a centrar su atención en Evelina. No mostró temor alguno ante ella cuando le dijo descaradamente:

–Niko no quería que ni Paloma ni tú supierais de ella ni del embarazo de Scarlett. Pensaba que crearía más conflicto de lo que él podría afrontar en su debilitada condición. Dado que estaba en estado terminal, nosotras respetamos sus deseos.

Todo era tan poético que rayaba en la cursilería, pero Val jamás podría perdonarle que hubiera impedido que él supiera que tenía una hija durante tres años. No le perdonaría nada de todo aquello.

–Esperaremos a obtener los resultados del ADN antes de seguir con esta discusión –replicó Evelina mientras se guardaba cuidadosamente su cheque en el bolso–. Niko no puede haber ignorado a su hijo en favor de una niña a la que nunca hemos visto. Pelearemos.

–En ese caso, desperdiciará su dinero –dijo Davin–. Ya hay una prueba de ADN que demuestra que Aurelia es descendiente de Niko. La muestra de la niña se vinculó con la prueba de ADN que demostró la paternidad del señor Casale. Niko tenía la cabeza en su sitio. Hacer más pruebas no cambiará nada.

Val no necesitaba ninguna prueba. No era tan ingenuo como para aceptar la palabra de Kiara, pero su padre siempre se había mostrado muy diligente en todo lo que hacía.

En realidad, no le importaba. Val nunca había querido tener hijos. Definitivamente, había llegado el momento de abandonar el escenario. Podía hacerlo perfectamente. Kiara contaba con el dinero suficiente para cubrir las necesidades de la niña. No tenía que cambiar nada de su vida. De hecho, su madre podría convertirse en el problema de Kiara. La solución era muy sencilla y liberadora.

Sin embargo, permaneció donde estaba. Sentía el interior de su cuerpo agarrotado por la ira que le henchía el pecho con la presión de un grito primitivo que no era capaz de soltar.

No podía entender por qué aquella situación provocaba en él tanta furia. Tenía algo que ver con la grotesca repetición de la historia. Mientras estuvo casado con Tina, Kiara estaba teniendo a su hija, sentenciando a una inocente a la etiqueta que él había tenido que llevar encima hasta que tuvo la edad suficiente para asegurarse de que se merecía aquel legado.

No. Tal vez no se había colocado a sí mismo entre los hombres más respetados del mundo, pero tenía la decencia suficiente para sacar a aquella niña de un ambiente tóxico antes de que quedara envenenada y marcada para siempre.

–Rechaza ese dinero –le dijo a Kiara–. Mi hija heredará mi dinero, no el de él.

–Hace un minuto ni siquiera querías saber su nombre.

–Llevará mi apellido –replicó él–. Vas a casarte conmigo. Hoy mismo.

Pasión y fuego

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