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Presentación

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Pasa el tren de la Noche sobre sus paralelas dejando atrás cosida la puntada y tejiendo delante tela nueva.

Emilio Prados, Seis estatuas para un rompecabezas

Desde su aparición, el tren como símbolo de modernidad y rapidez ha jugado un papel importante en las historias de ficción que nos contamos a través de novelas, cuentos y obras cinematográficas. Recordemos escenas famosas del cine y la literatura donde esta maravillosa máquina ha inspirado momentos de todo tipo: despedidas amorosas, encuentros azarosos, suicidios, asesinatos, búsquedas frenéticas... Es un hermoso animal autómata que devora y vomita historias entre humo y estruendo. Una especie de boa mecánica, veloz y colérica; un dragón imperial que traspasa tiempo y espacio a todo vapor.

Es, también, signo del tiempo que corre, que marcha veloz, sin posibilidad de retorno, y en el que nos encontramos todos, momentáneos pasajeros. “Pasajeros”: seres de paso por estas tierras que recorremos en un tiempo limitado, compartimentado. El tren parte a toda marcha —insistamos en ello— y no tiene retorno. Todos somos “pasajeros”.

El tren que se aleja de Daniel Anaya nos enfrenta con el tiempo y sus ráfagas, con la vida y la muerte, con la nada y la soledad; también, con la violencia de situaciones y personajes típicos de una ciudad caótica que, de alguna manera, en el imaginario del autor, está en colapso inminente. ¿Cuál es ese tren que se aleja? ¿De quién o quiénes se aleja? ¿Qué lleva consigo? El lector podrá verlo no solo en el cuento que da título al libro, sino en el conjunto de relatos que lo integran. Ahí van, en sus seis vagones, personajes de todo tipo: humanos, no humanos, virus, alienígenas, parásitos, autómatas, para recordarnos nuestra fragilidad humana y que nuestras creaciones tecnológicas, científicas y sociales no son tan sólidas como pensamos.

Las historias de este libro nos enfrentan con el temor colectivo del monstruo que habitamos y nos habita, una Ciudad de México a punto de colapsar por amenazas alienígenas y engendros apocalípticos. Estos relatos nos interrogan, desde diferentes espacios, sobre los beneficios de nuestro confortable presente y lo que puede venir de él: el convivio cada vez más cercano con máquinas casi humanas. ¿En qué tipo de personajes del futuro nos hemos convertido? ¿A dónde nos ha traído la veloz locomotora del tiempo? ¿Quiénes somos sin las máquinas y aparatos tecnológicos con los que compartimos este tiempo y espacio? ¿Seremos capaces, en un futuro no muy lejano, de escuchar aún el canto de las aves sin necesidad de una aplicación que nos las recuerde?

Volvamos al estruendo del ferrocarril, símbolo enorme de la Revolución Industrial, del avance tecnológico que transformó el siglo XIX. La bella bestia del progreso trajo grandes beneficios a los seres de su momento: la rapidez en el transporte de mercancías y la conexión de pueblos y ciudades, entre otros. El tren de Daniel Anaya replantea estos dos términos en nuestro siglo XXI: la rapidez, esta vez de la tecnología —en todos los sentidos—, y la “conexión” —¿o desconexión?— de los seres humanos, pasajeros autómatas que transitamos un nuevo camino de hierro.

Claudia Cabeza de Vaca Villavicencio

El tren que se aleja

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