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Introducción

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El presente libro, Arte (in)útil: sobre cómo el capitalismo desactiva la cultura, indaga sobre la noción de arte emergente desde el prisma del fenómeno de la mediatización como «productor» y configurador de realidades y, por tanto, de las líneas formales y discursivas de los artistas.

Han existido varias motivaciones que han provocado que esta investigación se convierta en un libro que explore cuestiones sobre la consideración del arte, como profesionales de este campo, desde una perspectiva de volumen de audiencia o cuantitativa. El estímulo principal para plantear tal cuestión surge del cambio de paradigma en torno a la idea de exposición con el objetivo de dar visibilidad a las obras: una visibilidad necesaria para que estas lleguen a serlo.

Las instituciones culturales independientes, públicas o privadas, parece que nacen y se conceptualizan como esos lugares productores de trabajo que impulsan a los artistas emergentes a generar obras que gozan de cierta visibilidad en el contexto local. Debido a un entramado de negociaciones socioculturales y económicas, nace en el artista una necesidad de exhibir para existir con la finalidad de lograr una meta «profesional», y es así como la convocatoria pública se convierte en la forma más accesible de lograrlo, donde «todo el mundo» tiene oportunidad de participar «democráticamente».1

Esto significaría que el centro o la institución es un dispositivo que estructura líneas de trabajo y, por tanto, un productor que conceptualiza y proyecta qué debe ser arte. Sin embargo, plantear dicho escenario nos lleva irremediablemente a preguntarnos: ¿es el artista quién se adapta, en su producción, al tipo de trabajos «aceptados» por instituciones para ser exhibidos o, por el contrario, es la exposición institucional la que dota al trabajo de una hipotética importancia, con la consecuencia indirecta de generar legítimamente, creaciones colindantes de parecido formal y conceptual? Dicho de otra manera: ¿crean los artistas su obra con una línea argumental y estética adaptada a lo que las instituciones entienden por arte para poder exponer su trabajo y obtener así visibilidad y adquirir valor artístico?

Considerando la gravedad de la propuesta, en lo que afecta a la cuestión sobre cómo entendemos el arte que se produce en la actualidad, propongo una segunda pregunta: ¿es esta forma de relación un mecanismo para institucionalizar el trabajo y el producto artístico, convirtiendo el poder político-estatal en dogma?

La voluntad de investigar en torno a las ideas del artista y la institución como ente legitimador surge de la observación de similitudes en las líneas de producción de las convocatorias donde participan artistas. ¿Se adaptan los creadores a las instituciones para exhibir su obra o es la obra un fenómeno expositivo que legitima eso que debemos considerar como arte? ¿Se asume, desde el sector artístico, la idea del trabajo exhibido como obra existente, generando así dependencia a las exhibiciones o, por el contrario, es tan solo un efecto secundario de la responsabilidad que se le otorga a las instituciones que «mediatizan» discursos? ¿Es la generación del éxito liberal en forma de economía y visibilidad resultado de un proceso global mecanizado por los medios de comunicación?

Para desarrollar la presente investigación, nos hemos visto obligados a establecer las siguientes tipologías de creación y creadores: «arte contemporáneo», que hace referencia a un tipo de arte enmarcado en un circuito institucional dirigido a la visibilidad y el mercado —como, por ejemplo, obras que se muestran en galerías de arte contemporáneo—; «creación contemporánea», que engloba aquellas creaciones que navegan entre la estética cool o de moda, con imágenes determinadas y estereotipos ornamentales propios de determinado contexto —objetos o imágenes establecidos en consonancia a las «estéticas visuales contemporáneas»—, y «arte emergente», que impone la idea de novedad a una generación mediatizada que requiere de visibilidad e institucionalización para desarrollar su propio trabajo como artista en escenarios previos a que este se convierta en «arte contemporáneo».

Desde esta escena, cabe preguntarse si se trata de una cuestión propiamente local o internacional, lo que propicia diversas cuestiones en relación a otros contextos culturales: ¿existen varios tipos de creación o existen contextos determinados que proyectan qué debe ser arte? ¿Qué consideramos arte emergente? ¿Qué obra es expositiva? ¿Qué institución es adecuada para exhibir una producción artística? ¿Cómo afecta el sistema capitalista y laboral a la creación y exposición de arte?

Desde esta perspectiva, y considerando la génesis de dichas lógicas, señalamos que el formato de la convocatoria pública en espacios no propiamente artísticos, como los centros cívicos en Cataluña, parece haber suplido la figura del centro productor y de exhibición cultural y se presenta como un espacio donde celebrar la libertad que los artistas obtienen para mostrar su trabajo.

En relación al centro cívico, citamos una cuestión del crítico y comisario Martí Manen formulada en 2007 desde A-desk: «¿Una fiesta es una exposición? Si lo es, ¿es posible ver algo en una fiesta? Si no lo es, ¿las obras sirven de decoración a la fiesta?».2

No obstante, la institución en formato expositivo que convierte un trabajo en arte, por su naturaleza, «diseñando», de esta manera, la definición de arte, parece llevar implícita un marco mediático al que podemos señalar como responsable de las transformaciones y fenómenos que configuran cierta cultura mercantilista, generando relaciones de poder entre instituciones, artistas y público.

El contenido de este marco de relaciones, no obstante, tan solo representa la punta del iceberg en su función de mediadora entre arte, artista e institución, determinando relaciones sociales que se alejan de la cultura como herramienta crítica de transformación y pensamiento convirtiéndolo en una producción más del contexto posfordista.

Arte in(útil)

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