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ОглавлениеNassiriya – La cena
El coronel y Elisa estaban ya terminando la tercera copa de champán y el ambiente se había hecho bastante más informal.
«Jack, tengo que decir que este Masgouf está divino. Será imposible acabarlo, hay demasiado».
«Sí, es realmente excelente. Tendremos que felicitar al cocinero».
«Quizás debería casarme con él y que cocinara para mí», dijo Elisa riendo un tanto exageradamente. El alcohol ya empezaba a causar efecto.
«No, que se ponga a la cola. Primero estoy yo», se atrevió a bromear, pensando que no estaba tan fuera de lugar. Elisa hizo como si nada y siguió mordisqueando su esturión.
«Tú no estás casado, ¿verdad?».
«No, nunca he tenido tiempo».
«Eso es una vieja excusa», dijo ella mirándolo sensualmente.
«Bueno, en realidad estuve muy cerca una vez, pero la vida militar no está hecha para el matrimonio. ¿Y tú?», añadió, retomando un tema que aún parecía hacerle daño, «¿Te has casado alguna vez?».
«¿Estás de broma? ¿Y quién soportaría tener una mujer que pasa la mayor parte de su tiempo viajando por el mundo para cavar bajo tierra como un topo y que se divierte profanando tumbas con millones de años de antigüedad?».
«Claro», dijo Jack, sonriendo amargamente, «evidentemente, no estamos hechos para el matrimonio». Y mientras alzaba la copa, propuso un melancólico «Brindemos por ello».
El camarero llegó con un poco más de Samoons13 recién sacado del horno interrumpiendo, afortunadamente, ese momento de leve tristeza.
Jack, aprovechando la interrupción, intentó deshacerse rápidamente de una serie de recuerdos que le habían vuelto a la mente de repente. Era agua pasada. Ahora tenía una bellísima mujer junto a él y tenía que concentrarse solo en ella. Algo que no era demasiado difícil.
La música de fondo, que parecía arroparlos delicadamente, era la adecuada. Elisa, iluminada por tres las velas colocadas en el medio de la mesa, estaba preciosa. Sus cabellos tenían reflejos color oro y cobre y su piel era suave y bronceada. Sus ojos penetrantes eran de un color verde profundo. Sus suaves labios intentaban separar lentamente un trozo de esturión de la espina que tenía entre los dedos. Era tan sexy.
Elisa no dejó escapar ese momento de debilidad del coronel. Posó la espina en el borde del plato y se chupó, con aparente desinterés, primero el índice y luego el pulgar. Bajó ligeramente la cabeza y lo miró con tal intensidad, que Jack pensó que el corazón se le iba a salir del pecho para acabar directamente en el plato.
El coronel se dio cuenta de que ya no tenía el control de la situación y, sobre todo, de sí mismo, e intentó reponerse inmediatamente. Era ya mayorcito para parecer un adolescente enamorado, pero esa chica tenía algo que le atraía terriblemente.
Respiró profundamente, se refregó el rostro con las manos y dijo: «¿Qué te parece si te acabas ese último trozo?».
Ella sonrió, cogió delicadamente con las manos el trocito de esturión que quedaba, se levantó levemente de la silla estirándose hacia él y se lo acercó a la boca. En esa posición, su escote mostró parcialmente sus exuberante pechos. Jack, visiblemente avergonzado, dio solo un mordisco, aunque no pudo evitar rozar con sus labios los dedos de ella. Su excitación crecía cada vez más. Elisa estaba jugando con él como hace un gato con un ratón, y Jack no era capaz de oponerse de ninguna forma.
Luego, con un aire de chica inocente, Elisa volvió a sentarse cómodamente en su sitio y, como si no hubiera pasado nada, hizo una señal con la mano al camarero alto y delgado, que se acercó rápidamente.
«Creo que es el momento de un buen té de cardamomo. ¿Qué opinas Jack?».
Él, que aún no se había repuesto de la situación anterior, balbuceó algo como: «Bueno, sí, vale». Y mientras se colocaba bien la chaqueta, intentando recomponerse, añadió: «Creo que es muy bueno para la digestión».
Se había dado cuenta de que había dicho algo ridículo, pero en ese momento no se le ocurrió nada mejor.
«Todo es muy agradable Jack, es una velada fantástica, pero no nos olvidemos del motivo por el que estamos aquí esta noche. Tengo que enseñarte una cosa, ¿te acuerdas?».
El coronel, en ese momento, estaba pensando en todo menos en el trabajo. Sin embargo, tenía razón. Estaban en juego cosas mucho más importantes que un estúpido coqueteo. El caso es que, a él, ese coqueteo no le parecía nada estúpido.
«Claro», respondió intentando recuperar su pose autoritaria. «No veo el momento de saber lo que has descubierto».
El gordinflón, que a poca distancia en el coche estaba escuchándolo todo, exclamó: «Qué putita. Las mujeres son todas iguales. Primero hacen que te lo creas, te llevan hasta las estrellas, luego te dejan como si nada».
«Creo que tus diez dólares estarán pronto en mi bolsillo», dijo el delgado, siguiendo la afirmación con una gran carcajada.
«En realidad no me importa a quien se lleva a la cama nuestra doctora. No te olvides de que estamos aquí solo para descubrir todo lo que sabe». Y mientras intentaba colocarse mejor en el asiento, porque la espalda empezaba a dolerle bastante, añadió: «Deberíamos haber encontrado la forma de poner una cámara en ese maldito local».
«Sí, quizás bajo la mesa, así habrías podido verle los muslos».
«Imbécil. Pero, ¿quién ha sido el idiota que te ha seleccionado para esta misión?».
«Nuestro jefe, amigo mío. Y te aconsejaría evitar insultarlo, ya que él también sabe cómo colocar micrófonos y no creo que tenga problemas en poner alguno en este coche».
El gordinflón se asustó y por un momento creyó que su corazón había parado de latir. Estaba intentando ascender e insultar a su superior no era el mejor modo de avanzar.
«Deja de decir tonterías», dijo intentando ponerse serio y profesional. «Dedícate a hacer bien tu trabajo e intentaremos volver a la base con algo concreto». Dicho esto, miró un punto indefinido en la oscuridad, más allá del parabrisas levemente empañado.
Elisa sacó del bolso su inseparable asistente digital, lo apoyó en la mesa y empezó a pasar algunas fotos. El coronel, curioso, intentó ver algo, pero el ángulo no se lo permitió. Ella, cuando encontró lo que buscaba, se levantó y se sentó en la silla junto a él.
«Vale, ponte cómodo que la historia es larga. Intentaré resumirla todo lo que pueda».
Deslizando rápidamente el índice en la pantalla del asistente digital, hizo aparecer una foto de una tabla grabada con extraños dibujos y con escritos cuneiformes.
«Esta es la foto de una de las tablas que se han encontrado en la tumba del Rey Baldovino II de Jerusalén», continuó Elisa, «que se supone que fue el primero, en el año 1119, en abrir la Cueva de Macpela, llamada también Cueva de los Patriarcas, donde al parecer fueron enterrados Abraham y sus dos hijos, Isaac y Jacob. Estas tumbas se encuentran en el subsuelo de la que hoy llamamos Mezquita o Santuario de Abraham, en Hebrón, Cisjordania». En ese momento, le enseñó una foto de la mezquita.
«Dentro de las tumbas», prosiguió Elisa, «el Rey encontró, además de innumerables objetos de diversa índole, una serie de tablas que pertenecieron a Abraham. Además, se cree que éstas pueden representar una especie de diario donde anotaba los momentos más importantes de su vida».
«Una especie de “registro de viajes”», anticipó Jack, esperando impresionarla.
«En cierto modo sí, ya que, para la época, había viajado bastante».
Deslizando otra foto, Elisa continuó explicando: «Los mayores expertos de su idioma y de las modalidades de representación gráfica de la época han intentado traducir lo que está grabado en esta tabla. Las opiniones han estado, lógicamente, muy divididas en algunas partes, pero todos están de acuerdo en que esto», dijo aumentando un detalle de la foto, «se traduzca como “jarrón” o bien como “ánfora de los Dioses”. Luego están las palabras “sepultura”, “secreto” y “protección” que también están bastante claras».
Jack empezaba a estar un poco confundido, pero, asintiendo con la cabeza, intentó convencer a Elisa de que la estaba siguiendo perfectamente. Ella lo miró un instante, y luego continuó diciendo: «Este símbolo, sin embargo», dijo toqueteando la pantalla para aclarar la imagen, «según algunos, representa una tumba, la tumba de un Dios. Mientras que esta parte describiría uno de los Dioses que advierte o incluso amenaza al pueblo reunido a su alrededor».
El coronel, un poco por culpa del alcohol, un poco por el embriagante perfume que Elisa desprendía a su alrededor, y un poco por los ojos de ella, en los que se había perdido, no estaba entendiendo nada de nada. De todas formas, siguió asintiendo como si todo estuviera clarísimo.
«Entonces, resumiendo», continuó Elisa notando el continuo adormecimiento de Jack, «los expertos han interpretado el contenido de esta tablilla como la representación de un evento que tuvo lugar en los tiempos de Abraham y en el cual, un presunto Dios o más genéricamente unos Dioses, habrían escondido, enterrándolo alrededor de una de sus tumbas, algo muy preciado, al menos para ellos».
«Me parece una afirmación algo genérica», comentó Jack, intentando darse importancia. «Decir que han enterrado algo preciado cerca de una tumba de los Dioses no es como si tuvieras las coordenadas GPS. Podría referirse a cualquier cosa en cualquier lugar».
«Tienes razón, pero todas las inscripciones, especialmente las que resalen a hace tanto tiempo, tienen que interpretarse y contextualizarse de alguna manera. Es por esto que existen los expertos y, mira por dónde, yo soy una de ellos». Al decirlo, comenzó a imitar los movimientos de una modelo mientras es fotografiada por los paparazzi.
«Vale, vale. Sé que eres buena. Pero ahora intenta que entendamos algo los pobres ignorantes como yo».
«Básicamente», siguió hablando Elisa mientras se recomponía, «después de haber analizado y comparado hallazgos históricos de cualquier tipo, historias reales, leyendas, habladurías y todo lo que he encontrado, las grandes “mentes” de la tierra han afirmado que esta reconstrucción tiene una parte de verdad. Sobre estas bases, se ha enviado a arqueólogos de todo el mundo a la búsqueda de este lugar misterioso».
«Pero entonces, ¿qué tiene que ver el ELSAD?», el coronel estaba recuperando sus funciones cerebrales, «a mí me habían dicho que estas investigaciones estaban orientadas a la recuperación de supuestos artefactos nada menos que de origen alienígena».
«Y quizás sea precisamente así», respondió Elisa. «Ya se trata de una opinión generalizada, que estos famosos “Dioses”, que en tiempos remotos merodeaban por la Tierra, no eran otra cosa que humanoides provenientes de un planeta externo a nuestro sistema solar. Dada su elevada tecnología y sus notables conocimientos en el campo médico y científico, no era tan difícil que los confundieran con Dioses capaces de realizar quién sabe qué milagros».
«Ya», interrumpió Jack. «Yo también, si llegara con un helicóptero Apache de combate en medio de una tribu del Amazonas central y empezara a lanzar misiles por todos lados, podría ser confundido con un Dios furioso».
«Éste es exactamente el efecto que deben haber producido aquellos seres en los hombres de aquella época. Hay quien dice, incluso, que fueron los alienígenas los que sembraron en el Homo Erectus la semilla de la inteligencia, transformándolo así, en pocas decenas de miles de años, en lo que hoy conocemos como Homo sapiens sapiens».
Elisa miró atentamente al coronel que parecía tener una expresión cada vez más asombrada y decidió dar un golpe bajo. «A decir la verdad, como responsable de esta misión, creía que estabas más informado».
«Yo también lo creía», dijo Jack. «Evidentemente, ahí arriba siguen la filosofía habitual: cuanto menos se sabe, mejor es». La rabia estaba empezando a ocupar el lugar de la ñoñería anterior.
Elisa se dio cuenta de esto, apoyó la PDA en la mesa y se acercó a pocos centímetros del rostro del coronel, que por un momento contuvo la respiración pensando que realmente iba a besarle, y exclamó «Ésta es la parte divertida».
Volvió de golpe a su sitio y le enseñó otra fotografía. «Mientras todos se lanzaron a la búsqueda de esta famosa “tumba de los Dioses”, hurgando entre las pirámides egipcias, tumbas de los Dioses por excelencia, yo he formulado otra interpretación de lo que está grabado en la tablilla y creo que es la buena. Mira esto», y le enseñó satisfecha una imagen que mostraba el texto tal y como ella lo había interpretado.
Los dos compañeros que, dentro del coche estaban escuchando la conversación entre los dos comensales, habrían dado cualquier cosa por ver la foto que la doctora estaba mostrando al coronel.
«¡Maldición!», despotricó el gordinflón. «Tenemos que encontrar la manera de poner las manos en esa PDA».
«Esperemos que por lo menos uno de ellos lo lea en voz alta», añadió el delgado.
«Esperemos también que esta “cenita romántica” termine pronto. Me he cansado de estar aquí fuera a oscuras y, además, me estoy muriendo de hambre».
«¿Hambre? Pero, ¿qué dices? Si te has comido incluso mi parte de los bocadillos».
«No toda, amigo mío. Ha sobrado uno y ahora mismo me lo voy a comer», y mientras reía satisfecho, se giró para cogerlo de la bolsa apoyada en el asiento posterior. Pero, al girarse, golpeó con la rodilla el pulsante de encendido del sistema de grabación que emitió un débil beep y se apagó.
«Pedazo de imbécil, ¿quieres tener cuidado?». El delgado intentó volver a encender rápidamente el equipo. «Ahora tengo que reiniciar el sistema y necesitaré al menos un minuto. Reza para que no estén diciendo nada importante, de lo contrario esta vez patearé tu enorme culo hasta el Golfo Pérsico».
«Perdón», dijo el gordinflón con solo un hilo de voz. «Creo que ha llegado el momento de ponerme a dieta».
“Los Dioses sepultaron el jarrón con el preciado contenido al sur del templo y ordenaron al pueblo no acercarse hasta su vuelta, de lo contrario catástrofes tremendas se habrían cernido sobre todos los habitantes. Para proteger el lugar, cuatro guardianes en llamas.”
«Ésta es mi traducción», afirmó orgullosamente Elisa. «La palabra exacta para mí no es “tumba”, sino “templo” y el Zigurat de Ur, donde estoy realizando mis investigaciones, no es otra cosa que un templo erigido para los Dioses. Claro, me dirás que por esta zona hay muchos Zigurat, pero ninguno está tan cerca de la casa que perteneció a quien, presumiblemente, escribió las tablillas: nuestro querido Abraham».
«Muy interesante». El coronel estaba analizando atentamente el texto. «Efectivamente, la que todos han señalado como la “Casa de Abraham” está solo a unos doscientos metros del templo».
«Además, si aquellos seres fueran realmente alienígenas», continuó Elisa, «imagina lo interesante que sería, para vosotros los militares, el “jarrón”. Quizás incluso más que su “preciado contenido”».
Jack reflexionó durante un momento, luego dijo: «Este es el motivo del interés por parte del ELSAD. El jarrón enterrado podría ser mucho más que un simple contenedor de barro».
«Excelente. Y ahora, un giro inesperado», exclamó teatralmente Elisa. «Ladies and gentlemen, aquí está lo que he encontrado esta mañana».
Tocó la pantalla y una nueva foto apareció en la PDA. «Es el mismo símbolo que estaba en la tablilla», exclamó Jack.
«Exacto. Pero esta foto la he hecho hoy», respondió satisfecha Elisa. «Por lo que parece, Abraham, para indicar a los “Dioses”, ha utilizado la misma representación que los Sumerios ya habían utilizado: una estrella con doce planetas alrededor de ella y que, casualmente, he encontrado tallada en la tapa del “contenedor” que estamos sacando a la luz».
«Podría no significar nada», comentó Jack. «Quizás es solo una casualidad. El símbolo podría tener otros mil significados».
«Ah, ¿sí? Y entonces esto, según tú, ¿qué es?», y le enseñó la última foto. «La hemos hecho desde el exterior del contenedor con nuestro aparato de rayos X portátil».
Jack no pudo ocultar su cara de sorpresa al verlo.