Читать книгу Los almogávares - David Agustí - Страница 6
ОглавлениеEl origen de los almogávares
La reconquista del Reino de Aragón, así como del Reino de Valencia y Murcia, provoca la aparición de grandes espacios de tierras vacíos donde no rige señor ni rey alguno. Las fronteras entre el territorio islámico y el cristiano son muy poco seguras y a ambos lados se forman grupos que intentan robar animales o capturan personas para venderlas más tarde como esclavas. De ello deja constancia el hecho de que la Compañía Catalana que conquista Oriente, los almogávares, está formada indistintamente por catalanes, aragoneses y musulmanes. Las incursiones son constantes y la población que vive en estas zonas se ve obligada a refugiarse en bosques y montes alejados de las villas y los castillos, lo que provoca que su forma de vida cambie notablemente, ya que –ahora desprotegidos– no pueden trabajar la tierra ni cuidar de sus rebaños. Algunos empiezan a buscar una nueva forma de ganarse el pan y deciden robar y guerrear contra los sarracenos. Algunos nobles vecinos de las tierras fronterizas les ayudan con comida para que lleven a cabo las incursiones en territorio infiel. Estas gentes visten y viven como pastores. Su atuendo normal es una zamarra de piel, calzas de cuero y abarcas, y una redecilla en la cabeza en lugar de casco. Los montañeses descubren que su nueva vida es mucho más rentable y fácil; su manera de actuar es rápida: penetran en terreno enemigo, roban y saquean todo lo que pueden, y se marchan tan veloces como han llegado. Está manera de actuar se denomina “algara”, y de ahí que los musulmanes llamen a estos feroces combatientes almogávares, “soldado que va en algara”. Los almogávares (mugawir) realizan algaras (gara); de ahí su nombre. Bernat Desclot, cronista contemporáneo describe a los almogávares de esta manera:
“Aquestes gents qui han nom almogavers són unes gents qui no viuen sinó d’armes, e no estan en ciutats ne en viles, sinó en muntanyes e en boscs; e guerregen tots jorns ab sarra’ins, e entren dins la terra dels sarra’ins una jornada o dues, enladroint e apresent, e en traen molts sarra’ins preses e molt d’altre haver”.
[Son gente que no vive más que de la guerra, lejos de villas y ciudades, en montes y bosques, y guerrean todos los días contra los musulmanes. Entran en la tierra de los sarracenos una jornada o dos, robando y cogiendo cautivos y de eso viven].
Los almogávares se caracterizan por su manera de efectuar las incursiones y luchar. En una época en la que el pesado hierro se impone en el atuendo de los soldados, los almogávares usan ropas y armas ligeras que les permiten un veloz ataque y aun una más rápida huida. Las armas que utilizan son lanzas cortas, dardos arrojadizos y un cuchillo largo de doble filo, el colirtell. Las incursiones son a pie, lo que a priori les da desventaja sobre las imponentes caballerías existentes, pero son hombres hábiles y tremendamente fuertes. El modo que tienen de luchar es muy curioso: cuando se enfrentan a soldados a pie arrojan sus lanzas y dardos contra ellos con tal fuerza que atraviesan sus corazas; pero el problema aparece cuando se tienen que enfrentar a los caballeros montados en grandes caballos. Los almogávares lanzan sus armas contra los caballos, hiriéndoles o matándolos, y cuando las monturas caen se lanzan con sus largos cuchillos contra los caballeros. Son guerreros implacables que nunca se rinden y que no tienen piedad con los enemigos. Luchan con bravura y al grito de “Desperta ferro” [Despierta hierro] animan a su arma que despierte y combata con fiereza. El cronista Ramón Muntaner nos relata cuáles son las armas de los almogávares y cuáles sus costumbres, pues su condición de soldado le da conocimiento de la fabricación y el uso del armamento. Hace referencia al colirtell como una espada que puede ir recubierta con piel de serpiente o de cuero negro. Aunque el colirtell o coutell suele ser espada de caballero, el coutell catalanesc se parece más a un cuchillo de cortar. Muntaner hace referencia a otra arma de uso frecuente entre los almogávares, la lanza. Describe que la parte inferior se llama aristol y no suele ser muy larga, y la parte superior, relló [rejón]. El relló es la punta de hierro, de la que proviene el famoso grito de guerra de los almogávares: “Desperta ferro”. Muntaner relata con exactitud a qué se debe este grito, durante la narración de la batalla de Gagliano, en el año 1300:
“E com cascuna de les host se veeren, los almogavers del comte Galcerán e de don Blasco cridaren: Desperta, ferro! Desperta!; e tots a colp van ferir les ferres de les llances en les pedres, si que el foc ne fa’ia cascun eixir, així que paria que tot lo món fos llumenaria, e majorment com era alba. E los francesos, qui veeren aço, meravellarense’n e demanaren que volia allo dir; e cavallers que hi havia, qui ja s’eren atrobats ab almogavers en Calabria en fet d’armes, diguerenlos que aço era costum d’ells, que tota hora que entraven en batalla despertaven les ferres de les llaces”.
[Cuando las huestes se vieron, los almogávares del conde Galcerán y de don Blasco gritaron: ¡Despierta, hierro! ¡Despierta! Y todos golpearon a la vez los hierros de las lanzas en las piedras, haciendo aparecer fuego y así iluminando a todo el mundo, aunque fuera al alba. Los franceses, viendo esto y maravillándose, preguntaron qué era aquello; los caballeros, que ya se habían encontrado a los almogávares luchando en Calabria, contaron que eso era costumbre de ellos, que antes de entrar en batalla despertaban a los hierros de sus lanzas].
El uso de las lanzas, a veces, perjudica a los almogávares, ya que tienen que luchar junto a su propia caballería y hieren a sus caballeros y sus caballos. Para evitar estas situaciones, los mismos soldados prefieren romper las lanzas y utilizarlas como arma corta junto a las mazas. El no vivir en castillos ni ciudades y refugiarse en las montañas les obliga a organizarse, aunque no lo hacen como un ejército tradicional. Nadie acepta el liderazgo de nadie como general porque no creen en un único guía. Se rigen por una peculiar democracia castrense en la que ellos mismos eligen a un grupo de jefes. La graduación dentro del grupo es muy simple: almogávar o soldado, almocadén o sargento y adalid o capitán. Solo cuando se agrupan con un ejército eligen a un general, el cual debe ser un bravo combatiente que haya demostrado su valor en la batalla. Se agrupan en reducidos grupos de 50 a 200 soldados, aunque esto varía en el momento en que se unen a un ejército. Cuatro mil son los almogávares que llegan a Sicilia para defender la isla. A medida que las tierras aragonesas se van pacificando, los almogávares no tienen enemigos contra los que luchar y deciden unirse al ejército aragonés como cuerpo de mercenarios. Su primera actuación se produce junto a Pere el Gran en la lucha por Sicilia. Al llegar a la isla, la gente se asusta de ellos, puesto que su apariencia física no es la de los nobles caballeros medievales; incluso Muntaner, que luego les sigue en todas sus aventuras orientales, los describe así:
“[…] al verlos tan mal vestidos, con las antiparas en las piernas, las abarcas en los pies y las redecillas en la cabeza, exclamaron: ¡Dios mío! ¿Qué clase de gente es ésta que van desnudos y sin ropas y sin llevar más que unas calzas y no llevan ni siquiera un escudo? Poco podemos confiar si todos los soldados del rey de Aragón son como éstos”.
Pero los recién llegados son poseedores de un carácter y una fortaleza moral increíbles. Una anécdota que demuestra perfectamente su fuerza interior sucede cuando en 1304 entran en Anatolia (la actual Turquía asiática). Después de una larga y fatigosa marcha por territorio ocupado por los turcos, se encuentran ante las llamadas Puertas de Hierro frente a un poderoso ejército. Las Puertas de Hierro están situadas en un estrecho desfiladero en la cordillera del Tauro. Los almogávares, capitaneados por Rocafort, no superan los ocho mil soldados, mientras que el ejército turco alcanza los veinte mil y diez mil a caballo. Ante tal desventaja, la reacción de los almogávares es felicitarse unos a otros por luchar en un lugar como éste, tan lejos de su hogar y contra un enemigo muy superior. Su voluntad les lleva a vencer. Los almogávares no solo son fuerzas de asalto contra las tierras enemigas, sino que también realizan acciones defensivas: se agrupan cuando los musulmanes realizan incursiones, vigilan los pasos y los caminos para así coger desprevenido al enemigo… y además llevan a cabo servicios de espionaje y vigilancia para el ejército aragonés. Penetran sigilosamente en territorio enemigo para observar cualquier movimiento extraño. Pero volvamos a sus orígenes. Aunque son grupos bien organizados y con clara dedicación militar, su modo de vivir y las incursiones provocan que algunos se dediquen al bandolerismo e incluso saqueen pueblos de musulmanes que viven en paz en territorio cristiano, haciendo prisioneros y vendiéndolos como esclavos. Los almogávares peninsulares van desapareciendo con el paso del tiempo: la recuperación de las fronteras cristianas y el hecho de que la mayoría se embarque en la aventura mediterránea con la Gran Compañía Catalana hacen disminuir considerablemente el número de efectivos. El final de los almogávares como tal en la Península se produce con la toma de Granada por parte de los Reyes Católicos. La victoria sobre Granada significa que no queda ninguna frontera peninsular directa con territorio musulmán; el trabajo de los almogávares ha tocado fin. Los que sí hacen fortuna y dejan una fuerte impronta son los almogávares que se enrolan en la guerra contra los franceses para defender Sicilia. Primero, sorprenden al todopoderoso ejército medieval francés con una estrategia de combate hasta entonces nunca vista, mediante la cual un cuerpo de infantería vence por primera vez a la caballería, en la batalla de Cefis (Cefiso), de la que se hablará más adelante. Segundo, se adentran en Oriente Medio y expanden el territorio catalán más allá de los límites mediterráneos.
Las grandes crónicas medievales
El relato de toda esta época y de la conquista de Oriente por parte de los almogávares queda recogido en las cuatro grandes crónicas catalanas escritas. Alfonso I el Batallador, rey de Aragón y Navarra (1104-1134) Genealogía deis Reis de la Corona d’Aragó. Monasterio de Poblet Son las de Jaume I con su Llibre delsfeyts [Libro de los hechos], la crónica de Bernat Desclot, la de Ramón Muntaner y, finalmente, la de Pere III. Las tres primeras crónicas abarcan todo el periodo de expansión mediterránea de la Corona, desde el año 1213 hasta 1327. Relatan la vida de los monarcas de la dinastía de los Condes de Barcelona. En realidad, ninguno de los tres autores realiza una narración propagandística de la corona catalana, pero sí es cierto que las tres crónicas están enfocadas para que la historia de los reyes de la dinastía catalana sea leída y estudiada por posteriores monarcas y para ser recitada en público. La prueba de ello es que están escritas como los antiguos poemas provenzales, las “chansons”; son poemas recitados por trovadores y cuentan las hazañas de los grandes reyes. Las crónicas de los reyes catalanes influyen en la literatura medieval y llegan a inspirar obras tan importantes como Curial e Guelfa y Tirant lo Blanc. Son narraciones de tono épico, tanto es así que Muntaner y Desclot sitúan a sus reyes a la misma altura que personajes artúricos como Lancelot.
Jaume I el Conqueridor [Jaime I el Conquistador]
La primera de las crónicas es el Llibre delfeyts del rei en Jaume de Jaume I. La crónica narra los hechos acaecidos desde la muerte de su padre, el rey Pere I en Muret en 1213, hasta el propio fallecimiento de Jaume I. Como el mismo rey Jaume es el autor, esta crónica se diferencia de las otras en que se trata de una autobiografía, aunque a lo largo de la historia algunos autores han dudado de la autenticidad de esta narración. Sin embargo, existen claras pruebas de que realmente es Jaume I el autor: utiliza la primera persona y narra hechos concretos de su vida; puede que algunos pasajes de la obra aparecen versos, y puede que éstos los hubiera escrito algún trovador, pero es impensable que un poeta pueda narrar con tanta precisión y seguridad toda la vida del monarca. Sí es probable que tanto el prefacio de la obra como los últimos capítulos no estén escritos por el rey, ya que en el prefacio encontramos muchas citas eruditas y el enfoque de la obra no es el de una narración histórica, sino que está escrita desde una perspectiva mucho más moralista. Este hecho nos puede dar a entender que el autor pueda ser un clérigo, en concreto el obispo de Huesca, Jaime Sarroca, que acompañaba siempre al rey en su séquito. El resto de la obra relata la vida del monarca con gran precisión y con detalles netamente autobiográficos. Claro ejemplo es la narración de sus pensamientos cuando, siendo todavía un adolescente, se dirige a ocupar la isla de Mallorca:
“[…] nós anam en est viatge en fe de Déu, e per aquells que no el creen; e anam sobre ells per dues coses: o per convertirlos o per destruirlos e que tornem aquell regne a la fe de nostre Senyor. E pus en nom d’Ell anam, havem fiança en Ell que Ell ens guiara”.
[…] vamos en este viaje con la fe en Dios, y para aquellos que no creen en Él; vamos sobre ellos por dos razones: para convertirlos o para destruirlos y volver aquel reino a la fe de nuestro Señor. Vamos en su nombre y con la confianza de que Él nos guíe].
Pero no podemos olvidar el carácter épico de las crónicas, y en el Llibre deis feyts la narración de la conquista de Mallorca y Valencia se parece notoriamente a algunas canciones cantadas por los trovadores. Esta primera gran crónica finaliza con la muerte, en el año 1276, del gran monarca Jaume I el Conqueridor [Jaime I el Conquistador].
Bernat Desclot
La segunda gran crónica se debe a Bernat Desclot. El autor escribe su obra entre los años 1283 y 1288, Y en ella narra las vicisitudes de la dinastía de los condes de Barcelona, pero centrando su relato en la figura de Pere II el Gran (Pedro II el Grande). La narración es contemporánea a los hechos y finaliza el relato con la muerte de Pere (1285). Desclot, clérigo y funcionario de la corte del rey, utiliza en su obra un lenguaje épico, lejos de la estructura de los informes administrativos que realiza un funcionario de la corte. No se conoce el lugar de nacimiento del autor, pero se cree que procede de las cercanías de Lérida. Un estudio realizado por Miquel Coll i Alentorn refleja que durante el reinado de Pere II fue nombrado tesorero real un funcionario llamado Bernat Escrivá, perteneciente a una larga saga familiar de funcionarios. Coll i Alentorn, cree que este funcionario de nombre Escrivá decide cambiarse el apellido por el nombre de su lugar de origen, Es Clot, una casa situada cerca del castillo de Castellnou, en el Rosellón. De ahí deriva su nombre a Desclot. La crónica de Desclot rememora la historia de la dinastía catalana durante 168 capítulos, de los que 50 están dedicados a los hechos del rey Pere. Desclot elige al soberano como ejemplo de monarca medieval y lo ensalza como si de los grandes héroes de la época se tratara. Tras el retorno del rey del famoso desafío de Burdeos, Desclot empieza a escribir la crónica. El nombramiento como tesorero de otro funcionario le permite retirarse a su casa de Barcelona y acabar la obra. Debido a su cargo, recibe información y documentación privilegiada, lo que le permite describir con exactitud todos lo sucesos de la vida de Pere el Gran. Pero más allá de la aventura, del tono épico y de la descripción de las hazañas del monarca, Desclot se centra en el retrato del carácter del soberano. La crónica de Desclot tiene un gran valor histórico, ya que narra con gran exactitud todos los sucesos. En cierto modo, parece como si hubiera vivido los hechos personalmente (es posible que participara activamente en la expedición a Túnez). Hay un incidente puntual en que por primera y única vez el narrador aparece como testimonio del hecho; sucede en el momento que una flecha se clava en la silla de montar del monarca durante el combate de Santa María de Agosto:
“[…] e d’açó fa testimoni cell qui aço reconta en aquest llibre, que veé la sella del rei e lo ferro que hi era romas”.
[… y de esto hace de testimonio aquel que escribe este libro, el cual ve la silla del rey y el hierro que estaba clavado].
La crónica de Desclot se diferencia de las otras por mostrar, además de los hechos históricos, el perfil psicológico del monarca, desde la bravura de su juventud hasta la magnificencia de su vejez. Y a su lado, la evolución de todos aquellos personajes importantes en esta historia: Carlos de Anjou, Roger de Llúria y Jaume III de Mallorca, entre otros.
Ramón Muntaner
La tercera crónica que hace referencia a la expansión mediterránea de la Corona catalano-aragonesa es la escrita por Ramón Muntaner. Esta crónica es la que nos acerca más a la aventura catalana en Oriente. Muntaner vive directamente las hazañas de los almogávares al formar parte de la Gran Compañía Catalana. Ramón Muntaner nace en Perelada, en el año 1265. Desde su infancia, sigue con curiosidad la vida de los monarcas; siendo muy pequeño conoce personalmente al rey Jaume I, quedando muy impresionado con la figura del monarca. Años más tarde conoce asimismo al infante Pere durante su estancia en el albergue que regenta su padre. Estos dos encuentros le marcan profundamente y, muy pronto, en 1276, con tan solo once años, abandona su casa en Perelada y se incorpora al grupo que dirige Roger de Llúria. Diez años más tarde se traslada a vivir a Mallorca, pero al poco tiempo se desplaza a Sicilia, donde conoce a Roger de Flor. Este momento es crucial en su vida. El vínculo de amistad y lealtad que le une a Roger le lleva a seguirle a Constantinopla y a convertirse en su hombre de máxima confianza. Vive como guerrero y cronista las aventuras catalanas de Oriente desde 1303 hasta 1307, ya muerto Roger de Flor, momento en que decide abandonar la Compañía y ponerse al servicio del infante Ferran de Mallorca (Fernando de Mallorca). Durante su ayuda al infante es capturado por los venecianos en el Negroponte y devuelto a los almogávares. Los venecianos creen que los almogávares tratarán como un traidor a Muntaner, pero éste es recibido con grandes vítores y grandes demostraciones de afecto, no en vano es uno de los guerreros más valorados de toda la Compañía. Una vez más abandona a los almogávares y, después de ver al infante en Tebas, se dirige a Mesina para poder ser recibido por el rey Federico III. Éste le encarga el gobierno de las islas de Djerba, situadas frente a la costa tunecina. A ello se dedica desde 1309 hasta 1315. En el año 1316 se establece en Valencia, donde trabaja como procurador de Bernat de Sarriá. Aún en Valencia, a los sesenta años empieza a escribir la crónica de sus aventuras junto a Roger de Flor y los almogávares. La crónica abarca el periodo histórico desde 1205 hasta 1327 y la escribe durante tres años. A pesar de su avanzada edad, Muntaner no puede estar en un lugar durante mucho tiempo y se establece de nuevo en Mallorca (1331), donde ocupa un cargo de confianza del monarca Jaume III (Jaime III) como batlle (cargo administrativo parecido al de alcalde actual) de Ibiza. A los setenta y un años, el guerrero y cronista muere en aquella isla.
La crónica de Muntaner relata la vida de los almogávares en Oriente. El autor utiliza un leguaje épico y, al igual que Desclot, compara al monarca y a Roger de Flor con héroes míticos como Roland o Lancelot. Pese a narrar los hechos con gran dosis de fantasía, la imaginación utilizada no quita veracidad al relato. El autor inicia su crónica dándole forma de sueño, un sueño en el que él mismo se imagina en un viaje en el que participa activamente. Durante este sueño se le presenta un hombre vestido de blanco que le ordena:
“Muntaner, lleva sus e pensa de fer un llibre de les grans meravelles que has vistes qué due ha fetes en les guerres on tu és estat, com a Déu plau que per tu sia manifestat”.
[Muntaner, despierta y haz un libro de las grandes maravillas que has visto en las guerras dónde has estado, como a Dios le place que por ti sea escrito].
La narración de Muntaner, aunque fantasiosa en algún pasaje, relata a la perfección el comportamiento de los almogávares y los hechos que se van sucediendo a su alrededor. La mayoría de las veces nos cuenta la historia en primera persona, mostrándose así como un testigo de excepción. Un ejemplo claro es cuando narra el asesinato de su gran amigo Roger de Flor:
“I encara féu majar malvestat el ditxor Miqueli: que ordanat hac que els turcoples, amb partida deis alans, que hac trameses a Gal’lípol, i hac ordenat que aquell dia que el cesar moriria”.
[Aún hace mayor maldad el llamado Miguel: ha ordenado que los turcos, junto con los alanos que han llegado a Gallípoli, que ese día muera el césar].
Muntaner, además, destaca por ser un brillante estratega y guerrero; y lo demuestra en la audaz defensa de Gallípoli, en la que tan solo partici pan mujeres y niños.
Pere el Cerimoniós [Pedro el Ceremonioso)]
La última de las cuatro grandes crónicas es la que el rey Pere II el Cerimoniós (Pedro III el Ceremonioso, 1336-1387) ordena escribir sobre su reinado. Una crónica donde hace balance de su política y del futuro de la casa dinástica de Barcelona. Pide a su secretario, en 1375, que describa en la narración todos los hechos, buenos y malos. La crónica aún tiene un claro estilo medieval, sobre todo en la concepción providencialista del poder del monarca. El rey Pere concibe la crónica cómo el paso por la historia de una corona poderosa en el Mediterráneo; conoce la historia de sus antepasados y confía en seguir sus pasos. La narración de Pere el Cerimoniós sigue el estilo del Llibre deis feyts de Jaume I; es una narración biográfica, aunque, a diferencia de las otras tres crónicas, esgrime en el relato una dramatización de la historia. Esta crónica marca el fin de la expansión catalana por el Mediterráneo y, prácticamente, de la dinastía de la Casa de Barcelona; con ella se cierra un ciclo importantísimo en la historia de la Corona de Aragón. La crónica está dividida en seis capítulos, aunque dada la extensión de cada uno de ellos se puede considerar que la estructura de la narración está dividida en seis libros. En toda la obra, pero sobre todo en el inicio, Pere el Cerimoniós alaba a Dios por su poder y por su participación en el momento histórico en el que él es protagonista. La obra comienza así:
“Non nobis, Domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam”.
[No para nosotros Señor, no para nosotros, sino para la gloria de tu nombre].