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LA PRIMERA VELA EL TESTIMONIO DE LAS VÍCTIMAS DEL LLANTO

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Es por ti. La ciudad es un ataúd. Bajo la nevada. En la parte de atrás de un camión. Aparcado delante del banco. Bajo el aguanieve. Bajo la lona húmeda y pesada. Conducido por las calles. Bajo la lluvia. Al hospital. Al depósito de cadáveres. Bajo el aguanieve. A la morgue. Al templo. Bajo la nevada. Al crematorio. A la tierra y al cielo.

En nuestros doce ataúdes baratos de madera.

En estos doce ataúdes baratos de madera estamos. Pero no estamos quietos. En estos doce ataúdes baratos de madera nos agitamos. Ni a oscuras ni a la luz; nos agitamos en el color gris; porque aquí solo hay gris, aquí solo nos agitamos.

En este sitio gris,

que no es un sitio,

nos agitamos, todo el tiempo, a cada minuto.

En este sitio, que no es un sitio, que está entre dos sitios. Los sitios donde estábamos antes y los sitios donde estaremos.

Los muertos que viven,

la muerte en vida.

Entre estos dos sitios, entre estas dos ciudades:

Entre la Ciudad Ocupada y la Ciudad Muerta, aquí habitamos, entre la Ciudad Perpleja y la Ciudad Póstuma.

Aquí habitamos, en la tierra, con los gusanos,

en el cielo, con las moscas, ya no estamos en las casas del ser. Más allá de la pérdida, bandadas enteras de pájaros caen del cielo y nos rocían de plumas ensangrentadas y alas cortadas. Pero aun así te oímos. Los que ahora estamos en las casas del no-ser. Más allá de la pérdida, bancos enteros de peces saltan desde el mar y nos rocían de tripas ensangrentadas y de cabezas cortadas. Aun así te vemos. Queremos volver a respirar, pero nunca volveremos a respirar. Más allá de la pérdida, rebaños enteros de ganado se escapan corriendo de los campos y nos pisotean con sus cadáveres ensangrentados y sus brazos y piernas cortados. Te escuchamos. Queremos regresar una vez más, pero nunca lo conseguiremos. Más allá de la pérdida. Te seguimos mirando. A través de nuestros velos.

Esos velos que ya no nos cuelgan ante los ojos, esos velos que ahora nos cuelgan detrás de los ojos, de hilos tejidos con nuestras lágrimas, de tramas tejidas con nuestras muertes, esos velos que han reemplazado a nuestros nombres, que han reemplazado a nuestras vidas.

A través de estos velos,

seguimos viendo.

Te seguimos mirando, te miramos…

Con las bocas siempre abiertas, con las bocas ya abiertas. Pero ya no hablamos, ya no podemos hablar, solo podemos articular, en silencio:

¿Te importamos? ¿Alguna vez te importamos?

Nuestras bocas siempre gritan,

ya gritan, ya grita

esa boca:

Tu apatía es nuestra enfermedad; tu apatía, una plaga…

Habitamos más allá de la pena. Tienes la boca cerrada. Habitamos más allá del dolor. Tienes los ojos cerrados. Más allá de la aflicción y de la desesperación. Tienes los oídos cerrados, porque no nos oyes, porque no nos escuchas…

Y estamos cansados, muy cansados, increíblemente cansados.

Pero seguimos habitando, entre estos dos lugares.

Seguimos más allá del abandono y la ruina. Cuando te emborrachas, nos sueltas una arenga. Esperamos más allá de la extinción. Sobrio, no nos haces caso. Olvidados y sin que nadie nos atienda, enterrados o quemados, atormentados y agitados, bajo tierra y por encima del cielo, sin sueños y sin descanso. Estamos cansados, muy cansados. Eres ciego a nuestro sufrimiento. Estamos muy cansados, muy y muy cansados. Eres sordo a nuestras súplicas. Lloramos sin lágrimas, gritamos sin hacer ruido,

pero seguimos esperando, y seguimos

mirando.

Entre la Ciudad Ocupada y la Ciudad Muerta, entre la Ciudad Perpleja y la Ciudad Póstuma, esperamos y nos agitamos. En este sitio gris, en el que seguimos esperando,

mirando y agitándonos:

¡Maldito seas por habernos arrojado a este lugar! ¡Maldito seas por retenernos aquí! Veleidoso, eso es lo que eres.

Veleidosos es lo que sois, los vivos sois veleidosos…

Mientras nosotros seguimos olvidados, olvidados y denegados.

Vidas olvidadas y muertes denegadas.

Porque nos negáis la muerte…

Nos denegáis y nos atrapáis…

En la Ciudad Perpleja, la Ciudad Póstuma, más allá de la Ciudad Ocupada, antes de la Ciudad Muerta, seguimos atrapados, atrapados en el color gris, atrapados en la ciudad. En esta ciudad que no es una ciudad,

este lugar que no es ningún lugar.

Aquí nos removemos, no paramos de movernos, de ir en círculos, con nuestras cajas. ¿Has oído nuestros pasos en tu corazón? Nuestras cenizas, colgando del cuello, nuestros huesos, en estas cajas. ¿Has sentido nuestras yemas en tu carne? Levantamos los hombros, levantamos la cara, levantamos la vista. ¿Has venido a llevarnos de vuelta, de vuelta a la luz? De vuelta a la luz, empezamos a arrastrar los pies. ¿De vuelta a la Ciudad Ocupada? En la Ciudad Ocupada, vamos en círculos, alrededor de estas doce velas, nos congregamos, damos vueltas y vueltas.

De vuelta en la Ciudad Ocupada, volvemos a ser las víctimas.

Aquí nunca somos los testigos. A cada minuto somos las víctimas.

Y por eso lloramos. A cada minuto estamos llorando.

Aquí, los que una vez estuvimos vivos.

Ahora lloramos todo el tiempo, aquí.

Aquí y esta noche, llorando.

En la Ciudad Ocupada, donde los que lloran buscan a los vivos. Pero los vivos no están aquí, no están aquí esta noche, ante estas velas.

Aquí, esta noche, están solo los que lloran.

Aquí, esta noche, estamos solo nosotros:

Esta noche volvemos a estar aquí Sutejiro Takeuchi, Yoshiyasu Watanabe, Hidehiko Nishimura, Shoichi Shirai, Miyako Akiyama, Hideko Uchida, Yoshio Sawada, Teruko Kato, Tatsuo Takizawa, Ryu Takizawa, Takako Takizawa y Yoshihiro Takizawa.

Pero seguimos llorando. A cada

minuto lloramos,

a cada minuto rompemos a llorar otra vez en la Ciudad Ocupada:

En la Ciudad Ocupada vuelve a ser 26 de enero de 1948.

Aquí es 26 de enero de 1948 a cada minuto.

Esa fecha es nuestra herida a cada minuto.

Nuestra herida que no se curará nunca.

Aquí, aquí, donde a cada minuto vuelve a ser esa fecha y esa hora, a cada minuto vuelve a ser la última vez:

Por última vez. Por la mañana nos despertamos en nuestras camas. En nuestras camas que ya no son nuestras camas. Por última vez. Nos vestimos en nuestras casas. En nuestras casas que ya no son nuestras casas, con nuestra ropa que ya no es nuestra ropa. Por última vez. Comemos arroz blanco. Ahora solo comemos arroz negro, el arroz negro que nos vacía el estómago. Por última vez. Bebemos agua limpia. Aquí solo bebemos el agua oscura, el agua oscura que nos vacía la boca. Por última vez. En nuestros genkan les decimos adiós a nuestros padres y madres, a nuestros hermanos y hermanas, a nuestras mujeres e hijos, a nuestros maridos e hijas. A esos padres y madres, a esos hermanos y hermanas, a esas mujeres e hijos, a esos maridos e hijas que ya no son nuestros padres y madres, ya no son nuestros hermanos y hermanas, ya no son nuestras mujeres e hijos y ya no son nuestros maridos e hijas. Por última vez. Bajo la nevada, nos vamos a trabajar. A nuestro trabajo que ya no es nuestro trabajo. Por última vez. Entre las multitudes, cogemos nuestros trenes y nuestros autobuses. Esos trenes y autobuses que ya no son nuestros trenes y autobuses…

Por última vez. A través de la Ciudad Ocupada, vamos arrastrando los pies.

Salimos arrastrando los pies de la estación de Shiinamachi. Bajo el aguanieve. Por última vez. Nos alejamos por la calle, arrastrando los pies. Por el barro. Por última vez. Hasta el Banco Teikoku. El Banco Teikoku que ya no es un banco…

Por última vez. Abrimos la puerta corredera. Esa puerta que ya no es una puerta. Por última vez. Nos sacamos los zapatos. ¿Dónde están ahora nuestros zapatos? Por última vez. Nos ponemos las pantuflas. ¿Dónde están nuestras pantuflas? Por última vez. Nos sentamos a nuestras mesas. Esas mesas que ya no son nuestras, que ya no son nuestras mesas…

Por última vez.

Entre los papeles y entre los libros de contabilidad, esperamos a que abra el banco. Por última vez, en este último día, el 26 de enero de 1948.

Vemos que las manecillas del reloj marcan las nueve y media. Por última vez. El banco abre y empieza la jornada. Por última vez. Atendemos a los clientes. Por última vez. Escribimos en los libros de contabilidad.

Bajo el resplandor de las luces, al calor de las estufas, oímos cómo la nieve se convierte en aguanieve y el aguanieve en lluvia, y cómo cae sobre el tejado del banco. Y nos preguntamos si hoy el banco cerrará temprano. Nos preguntamos si podremos salir temprano, volver a nuestras casas, volver con nuestras familias. Por culpa del tiempo,

por culpa de la nieve.

Pero la nieve se ha convertido en aguanieve, y el aguanieve en lluvia, de manera que hoy el banco no cerrará temprano y nosotros no podremos irnos temprano, no nos podremos volver temprano a nuestras casas,

con nuestras familias.

De manera que nos sentamos a nuestras mesas del banco, bajo el resplandor de las luces, al calor de las estufas, y miramos las manecillas del reloj y echamos vistazos a la cara de nuestro director, de nuestro director que está sentado a su mesa del fondo; sabemos que el señor Ushiyama, nuestro director, no está muy bien de salud. Se lo vemos en la cara. Se lo oímos en la voz. Sabemos que tiene dolores fuertes de vientre. Sabemos que hace casi una semana que los tiene. Todos sabemos lo que puede querer decir; sabemos que puede ser disentería y que puede ser fiebre tifoidea. En la Ciudad Ocupada,

todos sabemos lo que puede querer decir.

En la Ciudad Ocupada, sabemos

que puede querer decir muerte, muerte.

Pero él sobrevivirá a esto,

sobrevivirá a

esto…

Por última vez. Vemos que las manecillas del reloj marcan las dos y vemos que el señor Ushiyama se levanta de su mesa del fondo, con la cara blanca y cogiéndose el vientre con las manos. Por última vez. Vemos que el señor Ushiyama hace una reverencia y escuchamos cómo se disculpa ante todos nosotros. Por última vez. Vemos cómo el señor Ushiyama se marcha temprano.

Y todos sabemos lo que esto puede querer decir.

Sabemos que puede querer decir muerte.

Pero él sobrevivirá, él seguirá con vida. En su casa, que sigue siendo su casa, con su familia, que sigue siendo su familia…

Pero hoy no nos marchamos temprano. No nos volvemos a nuestras casas y no nos volvemos con nuestras familias. Nos quedamos sentados a nuestras mesas, bajo el resplandor de las luces, al calor de las estufas, y seguimos atendiendo a nuestros clientes y escribiendo en nuestros libros de contabilidad. Y escuchamos el ruido de la lluvia.

Y miramos las manecillas del reloj.

Vemos que las manecillas del reloj llegan a las tres y el banco cierra sus puertas hasta el día siguiente. Rodeados de montones de recibos, ponemos en orden las transacciones de la jornada. Por última vez. Rodeados de montones de billetes, cuadramos el dinero de la jornada. Por última vez. Y luego oímos los golpecitos en la puerta lateral. Por última vez.

Levantamos la vista para mirar las manecillas del reloj.

Por última vez:

Son las tres y veinte del lunes 26 de enero de 1948.

Las tres y veinte en la Ciudad Ocupada.

Y ahora llaman a la puerta lateral.

Las tres y veinte y él ha llegado.

Nuestro asesino ha llegado.

Miramos cómo la señorita Akuzawa se levanta para abrirle la puerta lateral a nuestro asesino. Dice usted que tiene cuarenta y dos años. Nuestro asesino presenta su tarjeta de visita: Dr. Jiro Yamaguchi, Oficial Técnico del Ministerio de Salud y Bienestar. Dice usted que tiene cincuenta y cuatro años. Nuestro asesino pregunta por el director. Dice usted que tiene cuarenta y seis años. La señorita Akuzawa le pide a nuestro asesino que entre por la puerta principal. Dice usted que tiene cincuenta y ocho años. Nuestro asesino vuelve a salir. Dice usted que mide metro sesenta y dos. Nuestro asesino abre la puerta principal. Dice usted que mide metro sesenta. La señorita Akuzawa tiene un par de pantuflas listas para él. Dice usted que mide metro sesenta y cinco. Nuestro asesino se quita las botas en el genkan. Dice usted que mide metro cincuenta y siete. Escuchamos cómo la señorita Akuzawa le dice a nuestro asesino que el director ya se ha marchado, pero que lo puede recibir el subdirector. Dice usted que es más bien flaco. Vemos que nuestro asesino asiente con la cabeza y le da las gracias a la señorita Akuzawa mientras ella lo acompaña por el banco. Dice usted que tiene una complexión normal. Vemos pasar a nuestro asesino por entre las hileras de mesas donde estamos trabajando. Dice usted que tiene una complexión media. Escuchamos cómo la señorita Akuzawa le presenta a nuestro asesino al subdirector, el señor Yoshida. Está usted de acuerdo en que es bastante flaco. Nuestro asesino hace una reverencia. Dice usted que tiene la cara ovalada. Nuestro subdirector le ofrece un asiento al asesino. Dice usted que tiene la cara alargada. Nuestro asesino se sienta, mirando hacia la derecha. Dice usted que tiene la nariz respingona. Nuestro subdirector examina su tarjeta de visita: Dr. Jiro Yamaguchi, Oficial Técnico del Ministerio de Salud y Bienestar. Dice usted que tiene una cara bien parecida. Nuestro asesino le cuenta a nuestro subdirector que en el vecindario ha habido un brote de disentería. Dice usted que tiene la tez pálida. Ahora es nuestro subdirector quien enseña su tarjeta de visita: Takejiro Yoshida, Subdirector de la Sucursal de Shiinamachi del Banco Teikoku, Nagasaki-cho, Distrito de Toshima, Tokio. Dice usted que tiene la tez amarillenta. Nuestro asesino le cuenta al señor Yoshida que el origen del brote es el pozo público que hay delante de la residencia de los Aida en la Nagasaki chome-2. Dice usted que tiene dos manchas marrones en la mejilla izquierda. El señor Yoshida asiente con la cabeza y menciona que el director del banco, el señor Ushiyama, se ha marchado temprano porque le dolía mucho el vientre. En la mejilla derecha. Nuestro asesino le cuenta al señor Yoshida que a uno de los inquilinos del señor Aida le han diagnosticado disentería, y que justamente hoy ese hombre ha hecho un depósito en nuestra sucursal. Dice usted que tiene un moretón en la mejilla izquierda. Al señor Yoshida le asombra que el Ministerio de Salud y Bienestar se haya enterado tan deprisa del caso. Una cicatriz en la derecha. Nuestro asesino le cuenta al señor Yoshida que el médico que ha atendido al señor Aida ha informado enseguida del caso a las autoridades. Dice usted que tiene el pelo al rape. El señor Yoshida asiente con la cabeza. Dice usted que tiene el pelo canoso. Nuestro asesino dice que lo envía el teniente Parker, que es quien está a cargo del equipo de desinfección de esta zona. Dice usted que tiene el pelo más bien largo y entrecano. El señor Yoshida vuelve a asentir con la cabeza. Dice usted que tiene el pelo oscuro. A nuestro asesino le han encargado que vacune a todo el mundo contra la disentería y que desinfecte todos los objetos que hayan resultado contaminados. Dice usted que llevaba un traje de calle gris. El señor Yoshida asiente con la cabeza por tercera vez. Dice usted que llevaba un traje de invierno viejo. Todos los empleados, todas las habitaciones, todo el dinero que haya en la sucursal, dice nuestro asesino. Dice usted que llevaba uniforme. El señor Yoshida vuelve a examinar la tarjeta de visita: Dr. Jiro Yamaguchi, Oficial Técnico del Ministerio de Salud y Bienestar. Está usted seguro de que era un uniforme, ¿no? Nuestro asesino dice que nadie tiene permiso para marcharse hasta que él haya terminado su trabajo. Dice usted que llevaba abrigo marrón. El señor Yoshida se mira el reloj de pulsera. Dice usted que llevaba un abrigo en la mano. El teniente Parker y su equipo llegarán pronto para asegurarse de que el trabajo se ha hecho como es debido, dice nuestro asesino. Dice usted que llevaba un abrigo puesto pero otro en la mano. El señor Yoshida asiente con la cabeza. Dice usted que llevaba un abrigo de entretiempo. Nuestro asesino coloca ahora su pequeña bolsa de color oliva sobre la mesa del señor Yoshida. Dice usted que llevaba zapatos de goma marrones. El señor Yoshida mira cómo nuestro asesino abre la bolsa. Dice usted que llevaba botas de goma de color naranja tostado. Nuestro asesino saca un botiquín metálico y dos frascos de distintos tamaños con las etiquetas en inglés. Dice usted que tenía barro en los zapatos. El señor Yoshida lee las palabras inglesas FIRST DRUG en el frasco más pequeño, de 200 cc, y SECOND DRUG en el de 500 cc. Dice usted que tenía las botas limpias. Nuestro asesino le dice al señor Yoshida que se trata de un antídoto oral extremadamente potente que los americanos han desarrollado hace poco, a partir de una serie de experimentos con aceite de palma. Dice usted que llevaba un brazalete de tela blanca en el brazo izquierdo. El señor Yoshida asiente con la cabeza. Dice usted que ponía en letras rojas: «Líder de equipo de desinfección». Es tan potente que quedarán ustedes completamente inmunizados de la disentería, dice nuestro asesino. Dice usted que llevaba un brazalete de la Oficina Metropolitana de Tokio. El señor Yoshida vuelve a asentir con la cabeza. Dice usted que ponía en letras negras: «Doctor en Medicina Preventiva». Nuestro asesino avisa al señor Yoshida de que el procedimiento de administración del fármaco es complicado y poco habitual. Dice usted que llevaba un brazalete del Distrito de Toshima. El señor Yoshida vuelve a mirar la tarjeta de visita que tiene sobre el escritorio: Dr. Jiro Yamaguchi, Oficial Técnico del Ministerio de Salud y Bienestar. Dice usted que ponía: «Equipo de prevención de epidemias». Nuestro asesino le pide al señor Yoshida que reúna a sus empleados. Dice usted que llevaba una cartera pequeña de color verde oliva colgada del hombro derecho. ¿También el conserje, su mujer y sus dos hijos?, pregunta el señor Yoshida. ¿O era en el izquierdo? Nuestro asesino asiente con la cabeza. Dice usted que llevaba una bolsa de médico. El señor Yoshida se levanta de su mesa. Una bolsa negra de médico. El señor Yoshida nos llama. Soy Sutejiro Takeuchi y tengo cuarenta y nueve años, pero aquí ya no soy Sutejiro Takeuchi y ahora ya no tengo cuarenta y nueve años; ahora siempre me agito, aquí solamente lloro. Nos levantamos de nuestras mesas de trabajo. Soy Yoshiyasu Watanabe y tengo cuarenta y tres años, pero aquí ya no soy Yoshiyasu Watanabe y ahora ya no tengo cuarenta y tres años; ahora siempre me agito, aquí solamente lloro. Cruzamos el banco arrastrando los pies. Soy Hidehiko Nishimura y tengo treinta y ocho años, pero aquí ya no soy Hidehiko Nishimura y ahora ya no tengo treinta y ocho años; ahora siempre me agito, aquí solamente lloro. Nos congregamos alrededor de la mesa del señor Yoshida. Soy Shoichi Shirai y tengo veintinueve años, pero aquí ya no soy Shoichi Shirai y ahora ya no tengo veintinueve años; ahora siempre me agito, aquí solamente lloro. Todos vemos cómo nuestro asesino se dirige a la señorita Akuzawa y le pide que traiga suficientes tazas de té para todos los empleados de la sucursal. Soy Miyako Akiyama y tengo veintitrés años, pero aquí ya no soy Miyako Akiyama y ahora ya no tengo veintitrés años; ahora siempre me agito, aquí solamente lloro. La señorita Akuzawa trae dieciséis tazas en una bandeja. Soy Hideko Uchida y tengo veintitrés años, pero aquí ya no soy Hideko Uchida y ahora ya no tengo veintitrés años; ahora siempre me agito, aquí solamente lloro. Nuestro asesino abre el frasco más pequeño, el que lleva la etiqueta FIRST DRUG. Soy Yoshio Sawada y tengo veintidós años, pero aquí ya no soy Yoshio Sawada y ahora ya no tengo veintidós años; ahora siempre me agito, aquí solamente lloro. Nuestro asesino nos pregunta si ya estamos todos. Soy Teruko Kato y tengo dieciséis años, pero aquí ya no soy Teruko Kato y ahora ya no tengo dieciséis años; ahora siempre me agito, aquí solamente lloro. Nuestro subdirector nos cuenta las cabezas, asiente con la cabeza y dice: Ya estamos todos. Soy Tatsuo Takizawa y tengo cuarenta y seis años, pero aquí ya no soy Tatsuo Takizawa y ahora ya no tengo cuarenta y seis años; ahora siempre me agito, aquí solamente lloro. Nuestro asesino sostiene una pipeta en la mano como si fuera un puñal. Soy Ryu Takizawa y tengo cuarenta y nueve años, pero aquí ya no soy Ryu Takizawa y ahora ya no tengo cuarenta y nueve años; ahora siempre me agito, aquí solamente lloro. Todos miramos cómo nuestro asesino echa unas gotas de líquido transparente en cada una de las tazas. Soy Takako Takizawa y tengo diecinueve años, pero aquí ya no soy Takako Takizawa y ahora ya no tengo diecinueve años; ahora siempre me agito, aquí solamente lloro. Todos escuchamos cómo nuestro asesino nos dice que cojamos cada uno nuestra taza. Soy Yoshihiro Takizawa y tengo ocho años, pero aquí ya no soy Yoshihiro Takizawa y ahora ya no tengo ocho años; ahora siempre me agito, aquí solamente lloro. Todos estiramos el brazo para coger nuestras tazas. Los que estamos aquí en medio del color gris. Ahora nuestro asesino alza una mano en señal de advertencia. Los que estamos agitándonos a cada minuto. Todos escuchamos cómo nuestro asesino nos avisa de que el suero es muy fuerte y de que nos puede hacer daño en las encías y en el esmalte dental si no miramos con atención la demostración que nos va a hacer él y si no seguimos sus instrucciones con exactitud. Los que estamos llorando a cada minuto. Ahora todos miramos cómo nuestro asesino saca una jeringa. Tú nos defines como las víctimas. Todos miramos cómo nuestro asesino hunde la jeringa en el líquido. Tú nos maldices como las víctimas. Todos miramos cómo nuestro asesino extrae una medida del líquido con la jeringa. Te contentas con recordarnos en el blanco y negro de nuestras muertes. Todos miramos cómo nuestro asesino abre la boca. No sabes nada de cómo éramos en vida y en colores. Todos miramos cómo nuestro asesino apoya la lengua sobre los incisivos de abajo y luego la recoge bajo el labio inferior. Somos simples evidencias de la escena de un crimen. Todos miramos cómo nuestro asesino se pone el líquido sobre la lengua. Somos simples cadáveres en un libro criminal; cadáveres, nunca personajes. Todos miramos cómo nuestro asesino echa la cabeza hacia atrás. En vida no nos conociste. Todos miramos cómo nuestro asesino se mira el reloj de pulsera, con la mano derecha en alto. Solamente nos descubriste por nuestras muertes. Todos miramos cómo nuestro asesino baja la mano. En la escena de un crimen. Todos escuchamos cómo nuestro asesino nos dice que la medicina nos puede dañar las encías y los dientes, o sea que tenemos que tragarla rápido. En un libro criminal. Todos asentimos con la cabeza. Nuestros nombres, nuestras caras. Todos escuchamos cómo nuestro asesino nos dice que exactamente un minuto después de que hayamos tomado la primera medicina, nos administrará la segunda. En texto y en fotografías. Todos miramos el segundo frasco, el de 500 cc, el que dice SECOND DRUG. Reducidos a un simple número. Todos escuchamos cómo nuestro asesino nos dice que después de tomar la segunda medicina podremos beber agua o enjuagarnos la boca. Doce, siempre escribirás 12. Ahora nuestro asesino nos dice a todos que levantemos las tazas. En este número, este número 12. Todos nos llevamos las tazas a los labios. En este número, volvemos a morir. Y ahora todos bebemos. Una y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez. Nuestro asesino nos dice que nos dejemos caer las gotitas de líquido sobre la lengua. Porque no somos doce. Y ahora todos notamos el sabor amargo del líquido. Somos Sutejiro Takeuchi, Yoshiyasu Watanabe, Hidehiko Nishimura, Shoichi Shirai, Miyako Akiyama, Hideko Uchida, Yoshio Sawada, Teruko Kato, Tatsuo Takizawa, Ryu Takizawa, Takako Takizawa y Yoshihiro Takizawa. Todos nos lo tragamos. Los que ahora estamos en el color gris. Y todos oímos a nuestro asesino decirnos que nos administrará el segundo fármaco dentro de exactamente sesenta segundos. Nosotros, los que a cada minuto nos agitamos. Vemos a nuestro asesino mirarse el reloj de pulsera. Los que a cada minuto lloramos. Lo vemos mirarse fijamente el reloj de pulsera. Llorar y esperar. Todos esperamos el segundo fármaco. Esperar y mirar. Todos miramos cómo nuestro asesino nos va poniendo el segundo fármaco en las tazas. Esperar y coger las tazas. Todos volvemos a coger las tazas. Cogerlas y volver a esperar. Volvemos a esperar mientras nuestro asesino se mira el reloj de pulsera y volvemos a esperar la señal. La sonrisa. Ahora vemos que nuestro asesino nos hace la señal a todos para que volvamos a beber. Con una sonrisa. Y todos bebemos. Y tú sonríes mientras bebemos. Y todos vemos a nuestro asesino esperar. Sin dejar de sonreír. Y todos vemos que nuestro asesino nos sigue mirando. Con esa sonrisa en tu cara. Y ahora todos sentimos el segundo líquido en la boca, lo sentimos en la garganta y lo sentimos en el estómago. Pero tú estás sonriendo. Y ahora todos oímos a nuestro asesino decirnos que nos enjuaguemos la boca. Sin dejar de sonreír, sin dejar de sonreír, sin dejar…

Son las tres y veinte minutos del lunes 26 de enero de 1948, en Tokio, y yo estoy bebiendo y estoy bebiendo y estoy bebiendo y estoy bebiendo y estoy bebiendo y estoy bebiendo y estoy bebiendo y estoy bebiendo y estoy bebiendo y estoy bebiendo y estoy bebiendo y estoy bebiendo y estoy bebiendo y ahora, ahora corremos y sufrimos arcadas, nos tambaleamos y perdemos el equilibrio, y empezamos a caer y a caer y a caer.

Infectados, caemos y caemos.

Caemos. Caemos.

Caemos con lágrimas en la cara.

Con lágrimas y lágrimas.

Estamos llorando. Estamos llorando.

Lloramos todo el tiempo.

Lloramos a cada minuto,

aquí. Pero en la Ciudad Ocupada, son las tres y veinte,

ahora son las tres y veintiuno,

ahora las tres y veintidós,

y veintitrés.

En la Ciudad Ocupada, los minutos y las horas, los días y las semanas, los meses y los años pasarán. Pero en la Ciudad Perpleja, en la Ciudad Póstuma, entre dos lugares, los minutos y las horas, los días y las semanas, los meses y los años no pasarán.

Aquí donde a cada minuto es enero, pero donde enero no es enero, aquí donde a cada minuto es 1948,

pero donde 1948 no es 1948;

aquí donde no envejecemos.

En la Ciudad Perpleja, en la Ciudad Póstuma,

a cada minuto son las tres y veinte.

Pero aun así te vemos envejecer, te vemos

envejecer y te vemos olvidar…

Aquí, donde a cada minuto son las tres y veinte.

Aquí, donde a cada minuto es gris.

Y estoy cayendo al color gris, estoy cayendo, estoy cayendo, estoy cayendo, estoy cayendo, estoy cayendo, estoy cayendo, estoy cayendo, estoy cayendo.

Estoy cayendo, estoy cayendo.

Estoy cayendo.

Cayendo.

Aquí, en la Ciudad Perpleja, la Ciudad Póstuma, esta ciudad que no es ninguna ciudad, en el lugar gris, este lugar que no es ningún lugar,

todos caemos, alejándonos de la luz,

de la Ciudad Ocupada,

todos caemos, a la tierra y al cielo,

todos caemos, caemos, caemos.

De tu ciudad y a nuestros ataúdes…

Doce ataúdes baratos de madera.

Tu ciudad, nuestro ataúd …

Aquí, aquí.

Bajo la nieve. En la parte de atrás de un camión. Aparcado delante del banco. Bajo el aguanieve. Bajo la lona húmeda y pesada. Conducida por las calles. Bajo la lluvia. Al hospital. Al depósito de cadáveres. Bajo el aguanieve. A la morgue. Al templo. Bajo la nieve. Al crematorio. A la tierra y al cielo. En nuestros doce ataúdes baratos de madera.

Ceniza en vez de pelo, tierra en vez de piel, entre los copos y los terrones / desafiamos al fuego y al rastrillo, a la pala y a la tumba / a la tumba de la tierra y a la tumba del cielo / en el abismo del cielo y en el abismo de la tierra / tu tierra y tu cielo, que no son nuestro cielo, ni

nuestra tierra / ni aquí ni ahora

Hacia las alturas caemos,

hacia las profundidades…

Estos doce ataúdes baratos de madera, en los que yacemos. Pero no yacemos quietos. En estos doce ataúdes baratos de madera, nos agitamos. En el color gris, nos agitamos. En esta ciudad, nos agitamos. Nos agitamos y lloramos, lloramos las palabras:

¿Dónde está la ley, preguntamos al caer, al caer del ser al no-ser, mientras nos agitamos, entre un lugar y el no-lugar,

mientras lloramos, dónde está la ley?

En el Ab-grund, en el No-suelo, la ausencia de fondo, la caída sin fondo / Aquí, otras voces en este Reino de lo Otro pronunciarán el otro-nombre de este otro-lugar.

En este no-lugar, en esta no-ciudad, entre dos lugares, en este Reino de lo Otro / No hay golondrinas, aquí no vuelan las golondrinas / Aquí arrastramos los pies por la alfombra de sus cadáveres, de un lado para otro, por sus pechos hinchados y sus alas estériles / Aquí, donde sus ojos quietos nos acusan, amarillos / Aquí, donde sus picos vacíos siguen abiertos, amarillos.

En este lugar de no-lugar, yacemos. Tiene un nombre

y no lo tiene. Dilo pues,

dilo ahora: Cesura.

Entre nosotros.

En este lugar-no-lugar / ausencia de lugar, este lugar llamado Cesura, nombrado Cesura, este lugar que nos quita el aliento, este lugar que nos deja llorando. Siempre llorando. A cada minuto.

Eres sordo, eres mudo y eres ciego,

es por eso que no puedes ni quieres oírnos,

no puedes ni quieres ayudarnos,

¿verdad…?

En la Ciudad Perpleja, en la Ciudad Póstuma, en Cesura, a cada minuto.

No quieres ayudarnos, ¿verdad que no, querido escritor?

La primera vela es apagada.

Apagada a cada minuto.

En-Cesura, In-diferencia

Bajo la Puerta Negra, en su cámara superior, en el círculo mágico, con la cara blanca cayendo y la túnica roja ondeando, la médium ya se ha desplomado al suelo antes de que puedas hacer nada. El viento, la campanilla y el tambor quedan en silencio, la médium queda muda y tumbada en el suelo,

en el suelo bañado de lágrim-astillas.

In-diferencia y en-cesura…

La primera vela apagada,

la médium agotada.

Des-in-corpor-ada…

Ahora que ya no estás poseído, te has quedado solo aquí. Aquí en la Ciudad Ocupada, solo y sordo, mudo y ciego.

Y aun así, intentas escribir,

coger tu pluma

para volver a escribir

aquí. Aquí, en este lugar situado entre las cosas que hiciste y las que no hiciste, entre las cosas que sentiste y las que no sentiste, entre las cosas que dijiste y las que no dijiste,

aquí, en este lugar situado entre lo hecho y lo des-hecho, entre lo sentido y lo no-sentido, entre lo dicho y lo desdicho.

Y aun así, intentar escribir,

volver a escribir

aquí.

Pero aquí lo hecho nunca puede des-hacerse,

ni lo des-hecho hacerse.

Aquí lo sentido nunca puede no-sentirse,

ni lo no-sentido sentirse.

Lo dicho nunca puede des-decirse,

ni lo des-dicho

decirse.

Aquí donde ya sabes que lo escrito no puede des-escribirse,

y donde tienes miedo —miedo, miedo, miedo— a lo no-escrito,

lo no-escrito nunca puede escribirse,

lo no-escrito no puede escribirse

aquí. Aquí donde la vista se te nubla, donde el oído te falla. Aquí y ahora, donde las pesadillas y los dolores de cabeza atormentan tus días y tus noches. Aquí y ahora, mientras confundes el sol con la luna, la luz del sol con la de la luna, la caída del sol con la luz de la lluvia,

la vida con la muerte, tos-tos,

la muerte con el nacimiento. Aquí.

En este círculo mágico de once velas, en esta cámara superior de la Puerta Negra, toses y tos-toses, viendo-nublado y oyendo-mal, toses y tos-toses, lagrimeando y sangre-manchando aquí. Aquí entre las lágrimas vacías y los papeles que caen, estás tosiendo, tos-tos, y también dando vueltas, vueltas y más vueltas, sin poder escribir, sin ver nada,

todavía medio sordo a los pasos-en-escalera,

a las sirenas y a los teléfonos.

—Basta de llorar —susurra una voz, la voz de un viejo—. Basta de llorar, basta de llorar por él…

Se te cae la pluma, la pluma-sin-tinta. Abres los ojos, los ojos rojo-secos. Las once velas se han apagado, la Puerta Negra ha desaparecido, la Ciudad Ocupada ha desaparecido. Estás de pie en un cobertizo, en un establo, con olor a tierra, olor a humedad. Estás mirando cómo un anciano abre cajas de cartón y saca expedientes de ellas, expedientes polvorientos y telarañosos, y se pone a ojear los papeles y los documentos, los documentos y los cuadernos, cuadernos y más cuadernos.

—Fue hace muchos años —está diciendo el viejo—. Ya no hay mucha gente que se acuerde de cómo fue en realidad el caso de Teigin.

»Pero yo sí me acuerdo. Porque yo estaba en la Unidad de Asesinatos. La Unidad n.º 2 de la Primera División de Investigaciones de la Policía Metropolitana de Tokio. Y la Unidad n.º 2 era la que se ocupaba de todos los asesinatos.

»El jefe de nuestra división era Suzuki y el jefe de nuestra unidad era Minegishi…

»Pero usted quiere saber qué pasó, ¿verdad? —repite el viejo—. ¿Verdad? ¿Quiere usted saber la verdad? ¡Aclárese! ¿Qué es lo que quiere saber? ¿Lo que pasó o la verdad? ¿Cómo que son lo mismo? ¡Pues claro que no son lo mismo! Yo puedo creerme que algo haya pasado, pero eso no hace que sea verdad.

»¿O sí?

»Por ejemplo, yo una vez conocí a un detective. Casado. Con un hijo. Toda la pesca. Y en fin, resulta que ese detective empezó a creer que su mujer estaba teniendo una aventura. Un lío. Con un americano. Con un soldado. No era verdad. Pero él se lo creía igualmente. Me venía a mí y me contaba: Anoche mi mujer se fue a follarse al soldado americano. Falso. Pero él se lo creía igualmente. Creía que estaba pasando. Creía que era real. Creía que era verdad. Y era verdad para él. Era real para él y al final también fue muy real para ella. Pero eso es otra historia. En fin, ya ve usted adónde voy a parar, ¿verdad? En todo caso, si lo que quiere saber usted es lo que pasó, yo le cuento lo que pasó. Está todo aquí.

»Aquí en estas cajas, aquí en estos cuadernos…

»Pero recuerde, basta de llorar.

»Basta de llorar por él…

Ciudad ocupada

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