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Prólogo

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Diciembre de 1865

Lady Adeline Carwyn miraba por la ventana de la biblioteca de la Abadía de Whitewood. La nieve caía del cielo en forma de grandes y esponjosos copos y aterrizaba en el suelo formando blandos montones. El cielo nocturno estaba lleno de relámpagos, por eso las estrellas y los cegadores copos de nieve lucían igual. Aun así miraba fijamente, esperando que una estrella fugaz apareciese.

Porque... necesitaba una.

Estaba cansada de no ser amada. De acuerdo, eso fue una ligera exageración. Su familia la adoraba. Sus padres eran lo mejor que una chica podía tener, y sus abuelos eran muy cariñosos con ella. Su hermano menor, aunque era un latoso, también la quería. Pero eso no era lo mismo que sentirse enamorada. Ella tenía veintiún años, y aún no había sentido nada parecido al amor romántico por un hombre. Adeline quería lo que sus padres, el Duque y la Duquesa de Whitewood, tenían. Tal vez eso era demasiado pedir.

"¿Qué hay de interesante afuera?", preguntó su hermano menor, Jamie. Se llamaba así por su abuelo, James Kendall, el Duque de Weston. Era ocho años menor que ella, y por lo que ella entendió, una completa sorpresa para sus padres. Pensaron que no tendrían más hijos.

"Nada", respondió ella a la ligera. Tenía trece años, y era muy curioso como cualquier niño. "Parece que la tormenta durará un buen rato. Espero que eso no impida que nos visiten en Navidad". Iban a celebrar una fiesta en la casa que duraría hasta el año nuevo. Dos semanas con familiares y amigos que no habían visto en mucho tiempo. Estaba deseando ver a su prima menor, Francesca Kendall. Jamie estaría contento de ver a sus otros primos, Spencer Kendall y Oliver Rossington. Ambos eran más jóvenes que Adeline, pero mayores que James, y como su hermano pequeño, eran los herederos del título de sus padres. Francesca era tres años más joven que Adeline.

"Seguro que no", dijo suavemente. "Mamá prometió que nos divertiríamos mucho con todos, e incluso me dijo que yo podría asistir al baile de Navidad".

"¿En serio?", dijo mientras levantaba una ceja. "¿Toda la noche?”.

"No", dijo y suspiró. "Sólo puedo quedarme hasta que el árbol esté decorado y antes de que finalice el primer baile".

Normalmente decoraban el árbol en familia, pero este año su madre, Elizabeth, había decidido romper con la tradición. Iban a tener un día de creación de decoraciones para el árbol, y luego la noche del baile, todos pondrían sus creaciones en él antes de que las festividades comenzaran de verdad. "Eso suena más a lo que mamá estaría de acuerdo".

Él frunció la nariz. "No me interesa asistir al baile de todos modos. Eso es algo que les gusta a las chicas".

"Oh", dijo ella. "No sé. Puede que cuando crezcas pienses diferente. A algunos caballeros les gusta mucho bailar". Y algunos lo evitaban por completo...

"Yo no", contestó tercamente. "Nunca me gustará".

Adeline se inclinó y le despeinó el pelo con las manos. Ambos tenían los mismos mechones rubios dorados y ojos azules como sus padres. Jamie empezaba a parecerse mucho a una versión más joven de su padre, y Adeline se parecía más a su madre. Al verlos nadie dudaría acerca de quiénes eran sus padres. "Te creo". A su padre tampoco le gustaba mucho bailar. Sólo cedía cuando su madre lo deseaba. El duque haría cualquier cosa por su duquesa. El amor que ambos se profesaban era evidente y eso hacía que Adeline sintiera envidia. Miró por la ventana, pero ninguna estrella se atrevió a cruzar el cielo. Tal vez debería pedir un deseo de todos modos. Quizás se haría realidad.

"Diviértete mirando por la ventana", dijo Jamie. "Voy a hacer algo productivo".

"¿Cómo qué?", preguntó ella con curiosidad.

"Estoy tallando algunos trozos de madera para crear regalos. Tengo que terminar el caballo que estoy haciendo para el abuelo." Esa era una maravillosa idea. Adeline deseaba tener una habilidad similar para poder regalar cosas creativas. Jamie era muy talentoso y tenía habilidades especiales. Era bueno con las manos y obtenía impresiones de los objetos después de que la gente los tocaba. Adeline, desafortunadamente, en su estimación era una empática. Sentía demasiado y a veces cuando estaba cerca de algunas personas sus emociones se convertían en las suyas. Eso dificultaba la socialización, y también el enamoramiento. Y por ello desconfiaba de sus propios sentimientos.

"No puedo esperar a verlos", dijo ella sonriendo afablemente. "Ve a terminar tus regalos. Voy a quedarme aquí un rato más".

"Te los mostraré cuando termine", prometió el jovencito, y luego salió de la habitación.

Adeline se volvió hacia la ventana. El clima había mejorado un poco. El cielo era más visible, y las estrellas parecían titilar para ella. Dio un suspiro. ¿Qué significaba eso? Decidió no hacerse más preguntas. No había razón para seguir esperando una estrella fugaz. Era una expectativa imposible, y no necesariamente su deseo se haría realidad.

En lugar de esperar lo imposible, cerró los ojos y pidió su deseo. Ella quería amor, aunque sólo fuera por una noche, eso le bastaría.

No era mucho pedir, rezaba para que no lo fuera. Un hombre guapo que la quisiera ella y no al título y la fortuna de su padre. Alguien que la besara hasta dejarla sin aliento, y que la acariciara como si fuera irresistible, y que le dijera dulces palabras hasta que su corazón latiera con fuerza. Un instante de amor y toda una vida de recuerdos. Sería suficiente. Dios, como la esperaba...

Adeline abrió los ojos y miró al cielo. Nada había cambiado afuera, y no se sentía diferente por dentro. Tal vez su deseo no había sido escuchado, pero tal vez sí. Los invitados comenzarían a llegar mañana, y quizás, entre ellos llegaría alguien que pudiera amarla.

Y tal vez, su amor sería real, y no solo el deseo desesperado y fantasioso de una dama.

Flechado Por Mi Pícara Navideña

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