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Capítulo 2
ОглавлениеMATTIE estuvo segura de que le había pasado algo en el cerebro. ¿Una embolia quizás? Algo que la estaba haciendo oír cosas raras.
¿James proponiéndole matrimonio? ¿A ella?
—¿Mattie?
A pesar del temor de sufrir alguna afección mortal, fue capaz de detectar una nota de diversión en la voz de él. Así que era eso. Una broma. Una broma sin gracia.
¿Cómo se atrevía? Se lo merecería si ella se lo tomara en serio, si se arrojara a sus brazos y empezara a balbucear cosas acerca de vestidos de novia y de tener hijos. Todos esos años de amar sin esperanzas a ese hombre no evitaban que quisiera castigarlo.
Pero el sentido común se impuso. Hacer como si se lo tomara en serio solo le provocaría más dolor. Rodearlo con sus brazos y cubrirlo a besos sería una tortura.
Se acercó a la pila para llenar la cafetera. Ella sí que necesitaba un café. Por lo menos ahora estaba pensando claramente.
—Ten cuidado, James. Las bromas como esa te pueden salir mal. Puede que te tomen en serio —dijo.
—Lo he dicho en serio, Matts.
Ella se quedó helada. Aquello no era posible. ¿Cómo podía decirlo en serio?
Él se acercó, le puso las manos en los hombros y la hizo volverse. Ese contacto hizo que la recorriese una corriente eléctrica por todo el cuerpo y se apartó. James nunca antes la había tocado así, ni siquiera accidentalmente, y por mucho que ella lo hubiera ansiado, no lo podía soportar, no ahora, no si iba a tener que descubrir cuáles eran sus propósitos.
—¿Tiene esto algo que ver con que Fiona te haya dejado? —le preguntó—. Ella te deja, así que tú te comprometes inmediatamente con otra, solo para demostrar que no es la única, ¿verdad?
¿Tendría razón? ¿Podría él ser tan cruel? ¿La utilizaría de esa manera? ¿Le regalaría un anillo, se aseguraría de que todo el mundo lo supiera para luego dejarla discretamente cuando el público se hubiera olvidado de que Fiona lo había dejado?
—¿Y bien? —insistió—. ¿No tienes respuesta por una vez en tu vida? ¿O es que, de repente, te has enamorado locamente de mí?
James miró su reloj. Había pensado pasarse la tarde en su casa, trabajando. Aquello iba a requerir más tiempo del que había creído.
—Te tienes en muy poco, Mattie. Deberías dejar de hacerlo. Y no, no estoy más enamorado de ti que tú de mí. De hecho, no creo que el amor exista realmente.
James se resignó a perder toda una tarde de trabajo. Había sido muy optimista cuando pensó que podía exponerle sus razones para el matrimonio en dos minutos y que el cerebro de primera que tenía ella solo tardaría otros tres o cuatro en aceptar las razones por las que eso era deseable y razonable. Lejos de parecer receptiva, la cara de ella no mostraba nada más que ira contenida.
—Lo único que te pido es que escuches lo que te tengo que decir…
Pero entonces oyeron a Edward llegar. No se había esperado que volviera tan pronto. Había preparado eso como una conversación de negocios razonable y, en pocos minutos, se estaba volviendo una farsa.
—¿Así que has decidido quedarte a almorzar después de todo? —preguntó Edward—. Creía que ya estarías de camino a Londres. Y Mattie, si vas a cocinar, no me hagas nada a mí. He tomado un tentempié.
—La verdad es que voy a invitar a comer a Matts —dijo James—. Y gracias a los dos por las molestias que os he causado estos días. Ve a por tu chaqueta, Matts.
Su instinto le dijo que tenía que rechazarlo, no aceptar órdenes de él, no tolerar que le hablara con esa voz autoritaria, como si fuera una empleada suya. Tenía que decirle que se lo pidiera amablemente y que se lo pensaría. Pero llevaba demasiados años controlando sus emociones en lo que se refería a James y sería una tontería que en ese momento se pusiera a discutir con él.
Él se limitaría a marcharse de allí y ella nunca sabría el motivo por el que le había hecho esa increíble propuesta de matrimonio.
—Vamos, Mattie. No tenemos todo el día.
Su voz era la de un hombre acostumbrado a mandar, al que nadie se atrevería a desobedecer, pero en todo el tiempo que lo conocía, nunca lo había temido ni había tenido la sensación de que estaba tomando el control de su vida.
Salió de la cocina casi tropezando, antes de que él pudiera hacer o decir nada más.
Por supuesto, no le tenía miedo, se dijo a sí misma mientras se quitaba el delantal y buscaba su chaqueta. De lo que tenía miedo era de lo que la hacía sentir.
Estaba desorientada.
Se puso unas botas.
—¿Estás lista? —dijo él.
Estaba impaciente, pensó Mattie. Pero no con la impaciencia de un hombre desesperado por conseguir a una mujer.
—Sí, lo estoy. Y tengo curiosidad por saber a qué viene todo esto.
—Te lo contaré mientras almorzamos. Ahora vámonos.
Fueron en coche al pub del pueblo. No estaba muy lejos y ella no tuvo tiempo para pensar. James quería casarse con ella de verdad. Lo había dicho, pero a ella le estaba costando trabajo entenderlo.
Hacía años, antes de que hubiera aprendido a controlar sus sueños, se lo había imaginado proponiéndole matrimonio. De rodillas, a la luz de la luna y con un ramo de rosas y todo lo demás, jurándole que siempre la amaría, que había esperado a que ella creciera…
La realidad era algo completamente diferente a los sueños de una adolescente.
El pub estaba casi desierto y acababan de encender la chimenea, por lo que hacía frío en el comedor. Mattie no se quitó la chaqueta, pero James le quitó el gorro de lana y luego miró la carta.
—Así está mejor —dijo sonriendo por fin.
Parecía tener el control de todo y ella deseó abofetearlo de repente.
Mattie dejó la carta.
—No tengo hambre. Solo quiero que me cuentes qué hay detrás de esa propuesta de matrimonio tan poco romántica.
El tono de su voz le indicó a él que seguía enfadada. Estaba claro que su propuesta de matrimonio la había confundido, pero se lo estaba pensando. Esa era una de las cosas que admiraba de ella, su capacidad para ver los problemas desde todos los ángulos y, en su momento, resolverlos.
—Te lo contaré mientras comemos, como gente civilizada. Pide algo ligero si no tienes mucha hambre. Yo voy a pedir lasaña.
¿Civilizados? Bueno, suponía que podía hacerlo. Pidió un sándwich de gambas y dio un sorbo al vino tinto que él había pedido mientras esperaban.
Cuando les llevaron la comida, el estómago se le encogió al ver el tamaño de su supuestamente ligero sándwich.
Tomó un poco más de vino y se comió una gamba. Una menos. Solo debían quedarle unas quinientas más. ¿Cómo podía él comer con tantas ganas su lasaña? Fácil. No tenía el estómago lleno de mariposas revoloteando y no le dolía el corazón como a ella.
—Te lo advierto, James, si, como sospecho, quieres comprometerte tan aprisa para devolvérsela a Fiona, ya te puedes olvidar de mí. Encuentra a otra.
—No recuerdo haber hablado de compromisos. ¿Para qué si podemos estar casados en menos de tres semanas? Y deja a Fiona fuera de esto.
—No podemos hacer eso. Has dicho que no crees que el amor exista. Has estado saliendo con mujeres hermosas desde que puedo recordar, pero solo con Fiona quisiste sentar la cabeza y casarte. Debes amarla. Me puedo imaginar el dolor que sentiste cuando te rechazó, pero precipitarte al matrimonio con otra no hará que ese dolor desaparezca. Cuando superes lo de Fiona y recuperes el sentido te encontrarás atado a una esposa a la que no podrás amar. Y yo no querría ir por la vida de segundo plato.
—No sabes de lo que estás hablando.
James se dio cuenta de que ella estaba pensando en un matrimonio normal y no era eso lo que él había pensado. Si ella dejaba de hablar de Fiona durante cinco segundos, podría explicárselo.
Le rellenó la copa de vino y le contó lo que consideraba necesario de su compromiso roto.
—Eché un vistazo a mi estilo de vida y decidí que necesitaba una esposa. Fiona estaba disponible, era guapa y una muy buena anfitriona. Algo esencial, ya que, como sabes, con la casa heredé de mi padre a la señora Briggs. Está a punto de jubilarse y lleva bien las cosas rutinarias de la casa, pero no le puedo pedir que organice una cena para media docena de invitados, colegas de negocios, y sus esposas. Bueno, debes tener alguna idea de lo que te estoy hablando. Así que el matrimonio me pareció la respuesta. Pero no funcionó. Así que, de acuerdo, tal vez la experiencia me haya amargado y es por eso por lo que te estoy proponiendo un matrimonio de conveniencia. Por supuesto, solo de nombre. Una esposa puede hacer de parapeto y mantener apartadas a las demás aspirantes. Unas aspirantes que ya no me interesan.
Eso significaba que él seguía enamorado de Fiona y que su rechazo le había dolido. Sin duda mucho, ya que era la primera vez que lo rechazaban. Estaba afectado, y se le notaba en las ojeras y la sequedad de su boca. Quiso quitarle ese dolor, pero sabía que no podía.
Entonces le dijo:
—Puedo entender por qué te sientes así en este momento. Pero créeme, no durará. Las mujeres se arrojan a tus brazos y, en su momento, te sentirás tentado de aceptarlas. Eras un hombre muy sexy, James Carter.
Él parpadeó y Mattie trató de no sonreír. Casi parecía como si supiera de lo que estaba hablando. ¿Qué sabía ella de la lujuria? Nada.
—Mattie, si nos casamos, te prometo que dejaré de ligar. Tienes mi palabra.
Y lo decía muy en serio, las relaciones basadas en el sexo le habían causado más problemas que otra cosa.
Una vez dada su palabra, él nunca se echaba atrás y ella lo sabía muy bien. Así que, si se casaban, ella no tendría que preguntarse dónde estaba él o con quién si no volvía a casa por la noche. Aunque no tenía la menor intención de aceptar su propuesta.
Era impensable.
Dio otro sorbo a su copa y dijo:
—No has pensado en esto. Vas a querer tener hijos.
Él le sirvió lo que quedaba del vino en su copa vacía.
—Yo tenía diez años cuando me di cuenta de que, para mis padres, no era más que una molestia. Les pedía cosas que ellos eran incapaces de darme. Tiempo, cariño, amor… Me enviaron a un internado para quitarme de encima. Y durante las vacaciones estaba siempre con niñeras para que me cuidaran ellas. Si yo tenía preocupaciones, problemas, éxitos, mis padres no lo querían saber. Así que no, no quiero hijos. No estoy seguro de ser capaz de comprometerme tanto como se merece un niño. Puede que haya heredado de mis padres ese desinterés por ellos y no quisiera correr el riesgo.
—Oh.
Eso fue lo único que pudo decir Mattie. Deseó estrangular a los padres de James, pero no lo podía hacer porque ambos habían muerto hacía años en un accidente de aviación. Y deseó poder decirle que ella amaría a cualquier hijo suyo como si fuera lo más precioso del mundo, pero no pudo. Deseó decirle que ella le podía dar todo el amor y la devoción que sus padres le habían negado. Si él lo quería. Pero él no lo quería.
—No sabía eso. No sabía nada de tu infancia infeliz. Parecía como si tus padres y tú os llevarais bien.
—Cuando estábamos juntos, lo que no sucedía muy a menudo, éramos educados. Yo me adapté y aprendí a no mostrar mis sentimientos. De todas formas, no estamos hablando de mí. Solo te estaba explicando por qué no siento el menor deseo de tener hijos.
—¿Y a Fiona eso le pareció bien? ¡Aunque supongo que no querría destruir su fabulosa figura ni que un niño le vomitara encima de alguno de sus caros vestidos! ¿Y yo qué sacaría de ese matrimonio? —preguntó sintiéndose ya un poco afectada por el vino.
En cualquier momento se pondría sentimental y le soltaría cosas que podrían revelar sus verdaderos sentimientos hacia él. Ya tenía un gran nudo en la garganta.
—Mattie créeme. He pensado mucho en esto. Sería un acuerdo satisfactorio para los dos. Olvida lo de las fiestas, tú eres suficientemente brillante como para no tener problemas con eso, siempre lo has sido. Tengo un enorme respeto por tu inteligencia, por tu capacidad para el trabajo duro. No eres una aprovechada ni me tomarás por idiota, Tienes demasiada integridad para eso. Eras una compañía muy relajante y podemos hacer un gran equipo. Y con respecto a lo que puedes ganar tú con esto, tendrás mi apellido, mi protección y la seguridad de que las exigencias de tu trabajo siempre estarán por delante de tus obligaciones como mi esposa. Sé lo mucho que eso significa para ti. Tendrás una buena casa en una de las mejores zonas de Londres.
—¡Haces que parezca un perro abandonado que necesite que cuiden de él!
James suspiró.
—Estás más cerca de la verdad de lo que te puedes imaginar. Puede que tu padre no te lo haya dicho todavía, pero está decidido a vender la casa e irse a vivir a un piso en el pueblo. Y se va a llevar a la señora Flax. También anda diciendo que te va a pasar a ti sus acciones en la empresa para jubilarse por completo. Si nos casamos, tendrás una casa y el negocio seguirá en la familia.
Ella era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de lo razonable que era aquello.
—Afróntalo, Matts —continuó él—. Tienes veinticinco años y, por lo que yo sé, nunca has tenido una relación. Si tus ambiciones hubieran sido tener un marido y una familia, ya habrías hecho algo al respecto. Habrías salido más, cuidarías tu forma de vestir, harías las cosas que suelen hacer las mujeres, ya sabes, ir a la peluquería y maquillarse. Dicho eso, ¿qué tiene de malo que dos personas que se caen bien y se respetan hagan un equipo y formen una sociedad con éxito?
Mattie lo miró con los ojos muy abiertos. Se sentía como si, de repente, el suelo se hubiera desvanecido bajo sus pies y el matrimonio con James fuera una roca a la que se pudiera agarrar. Podía olvidarse de su astuto razonamiento que había tras el deseo de él de controlar el cincuenta por ciento de la empresa que tenía su padre, podía olvidar que él no la amaba y nunca lo haría. Eso lo podía soportar, tenía bastante práctica en ello.
Pero lo que no podía soportar era sentirse traicionada. Había creído que su padre, por lo menos, se daba cuenta de su valía, que la valoraba. Pero ni se había molestado en consultarla sobre su decisión de vender la casa de la familia y cederle sus acciones.
Le dolía de verdad.
Ella se había dado cuenta muy pronto de que había sido una desilusión para su madre. Era plana, fea y delgada. Y nada de lo que su madre le había hecho había logrado arreglarla y hacerla parecer bonita. Y se lo había dicho bastante a menudo. Cuando nació su precioso hermanito, su madre se olvidó de que ella existía. Y cuando él murió de meningitis, quedó destrozada y nunca se recuperó. Poco después los abandonó a su padre y a ella.
Pero Mattie había descubierto como hacer que su padre se sintiera orgulloso de ella. A base de buenas notas en el colegio. No solo buenas notas, sino las mejores.
Aunque no debía ser así. Si su padre tuviera una buena opinión de ella, habría hablado primero con ella de esas cuestiones que iban a cambiar sus vidas. ¿O no?
Se puso en pie insegura. Al ver su sándwich apenas tocado se le revolvió el estómago.
—Me casaré contigo, James. Solo hazme saber la fecha y el lugar y allí estaré.