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Saltando la cerca

Una estudiante poco disciplinada de la escuela secundaria británica de Ciudad de México, un par de veces por semana e impaciente con las clases y después de que pasaban lista, saltaba la cerca y se iba a casa. Las libras esterlinas, chelines y peniques de mi clase de matemáticas daban paso a los pesos que usaba por el camino para comprar jícama con limón y ají. Me quitaba los símbolos externos de la disciplina colonial —corbata, blazer, calcetines a la rodilla, zapatos Oxford— que obligada venía usando desde que tenía nueve años, primero en el internado de Canadá y ahora, de vuelta en casa, en México. Me propuse aprender con mi estilo desordenado. Adoraba a Shakespeare, Marlowe y los novelistas rusos, pero también al cómico y filósofo mexicano Cantinflas, que me enseñó “¡Ahí está el detalle! Que no es lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario”1. En mi vida cada día era todo lo contrario. Si me gradué de la secundaria fue porque “Dios es grande”, como dice la gente en México y, probablemente más importante, porque los estudiantes del sistema británico tenían que pasar el General Certificate of Education (Certificado General de Educación) administrado desde la Universidad de Londres. Los exámenes se preparaban y se evaluaban en Londres, donde a nadie le importaba si había saltado la cerca para escapar la escuela en México. Y los pasé. Cinco niveles básicos y dos niveles avanzados en literatura e historia. Aunque no fue brillante, no estuvo mal para alguien que rechazaba la escuela. Y me permitió entrar a la universidad, otra aventura desordenada fuera del ámbito de este prólogo. Sin embargo, entiendo la ironía de que el posicionamiento “neutral” e “institucional” del lector autorizado de Londres fue lo que me permitió continuar, por tener más peso que los años de vivencias que mis maestras locales tuvieron que resistir con esa jovencita rebelde a la que consideraban incapaz de continuar con sus estudios.

Durante buena parte de mi vida profesional he estado buscando y encontrando maneras de trabajar más allá de la cerca. Realmente, nunca he pertenecido a un solo departamento o campo académico y por lo mismo he tratado de crear otros espacios para pensar e interactuar con otros. Durante mis primeros años en Dartmouth, la historiadora Annelise Orleck, la periodista Alexis Jetter y yo, empezamos el Instituto para Mujeres y Cambio Social, trayendo activistas y académicas de todas partes del mundo. Qué hacen las personas, nos preguntamos, para sustentare a sí mismas y a sus comunidades expuestas a condiciones deshumanizantes y opresivas, cuando claramente poco puede hacerse. Invitamos a Wangari Maathai, Winona LaDuke, Dorothy Allison y Cherrie Moraga a Hanover, Nuevo Hampshire, para juntas idear maneras de crear mundos y políticas más sustentables para la vida. Al poco tiempo en Harvard, con mi amiga y colega Doris Sommer, empezamos el Instituto de Performance y Política, con el fin de crear espacios de interacción de performance y de activismo que excedieran los límites de los departamentos, y hasta de la universidad. Lanzamos la performance política mexicana del SuperBarrio representado por un actor enmascarado, presentándose para presidente en 1996, y en Dartmouth a comienzos del 1997 con Bread and Puppet llenamos el Rockefeller Center de imágenes y figuras de cartón representando a personas de todas las etnias que existen en las Américas que nunca serían invitadas a entrar en ese edificio.

Después de llegar a NYU en 1997, y junto a dos de mis estudiantes de doctorado —Zeca Ligiero, profesor de Unirio en Brasil, y Javier Serna profesor de la Universidad Autónoma de Nuevo León en México—, en 1998 creamos el Instituto Hemisférico de Performance y Política. Hemi fue concebido como un corredor cultural cruzando las Américas, creando espacios de interacción físicos, digitales y de archivo, donde académicos, artistas y activistas pudieran colaborar en proyectos y temas transdisciplinarios y transfronterizos, anclados en performance. Durante nuestro primer encuentro en Río de Janeiro, llamado Performance (en un esfuerzo de socializar la palabra como teoría y como praxis) fue difícil convencer a las personas que teníamos algo que decir. Algunos artistas se preguntaron que podían decirles a los académicos. A los activistas, tal vez. No estaban seguros. ¿Pero a los académicos? Noté que muchos enfocaban su trabajo en “el cuerpo”. El cuerpo como al centro y al frente del arte de performance. Poner el cuerpo para activistas. Pregunté, ¿quiénes complican el entendimiento sobre el cuerpo en términos de raza, sexo, edad y diferentes habilidades y aptitudes? Okay, okay, pueden quedarse. ¿El dinero viene desde EE.UU.? ¿Desde el imperio? Esto debe ser otra forma de extractivismo cultural y artístico. Todas las conversaciones eran así, negociando sobre cómo las personas que vivían en diferentes países, comunidades, condiciones, lenguajes y más, podían hablar a pesar de las brutales divisiones políticas, económicas y sociales que nos separan. Hoy, veinte años después, con alrededor de sesenta académicos y organizaciones culturales como miembros institucionales, las conversaciones han cambiado. No son ni más fáciles, ni menos dolorosas (como muestra el Capítulo VI, “Siempre hemos sido queer”), pero los debates y los puntos de conflicto están continuamente cambiando.

Este libro, un amoxohtoca o “siguiendo el camino del códice” en Nahuatl, traza mi deambular por las Américas, alrededor, de ida y de vuelta y una vez más de vuelta, al ir viviendo de una forma indisciplinada y desordenada la escolaridad que prioriza las formas de la producción y la transmisión del conocimiento, relacionales y corporales, que nos llevan más allá de las restrictivas redes epistémicas que algunas de nuestras disciplinas y prácticas eurocéntricas nos imponen. Sin embargo, el trasgredir esas redes también invita a todo tipo de tensiones y malentendidos, algunos más productivos que otros. Para mí, uno de los más generadores surgió de una conversación con Silvia Rivera Cusicanqui cuando ella explicaba el concepto aymara de interrelación. Yo entendí que el significado de jaqxam sar era “para existir, tengo que hablar y caminar con otros”. Para yo existir, otra persona tiene que nombrarme, reconocerme. Estas palabras guiaron mi pensar al volver a examinar nociones colonialistas y de-colonialistas sobre subjetividad. Cuando después de un año o más, quise asegurarme de que había usado el término jaqxam sar correctamente, ella no se acordaba de nuestra conversación y, más desorientador aún, me dijo que jaqxam sar significaba algo totalmente diferente. El concepto de “para existir, tengo que caminar y hablar con otros” tenía sentido, dijo. Pero no la palabra. Entonces yo reclamo ambos al navegar estos espacios y capítulos, el concepto y el malentendido con la exigencia epistémica y política que nos impone.

En el camino he aprendido que para ser yo misma tengo que hablar y caminar con otros. Los artistas, activistas y académicos que han caminado y hablado a mi lado, me han enseñado y apoyado de formas que ni sé cómo darles todo el crédito que merecen. Este libro trata de continuar la conversación que hemos comenzado.

Mis conversaciones con Juan López Intzin (o Xuno López) le agregaron un “corazonar” al hablar y caminar. Los maya —específicamente la perspectiva de vida tzeltal—, sitúan el corazón al centro del conocer y el estar con otros. Él nombra esto “epistemologías del corazón”. A veces, como Stefano Harney, me he visto como si fuera una “ladrona de ideas”. Lo que podría parecer como una conversación al otro lado de la cerca, sigue existiendo bajo los códigos que gobiernan la propiedad en el mundo académico. Por años me he arrepentido de no haber empezado El archivo y el repertorio reconociendo que una de las primeras ideas que tuve sobre repertorios como sistemas contiguos pero independientes de archivos, fue durante una conversación con Rebecca Schneider en una estación de gasolina en Wales cuando volvía de PSi a Londres.

Sobre la mesa ella mapeó cómo el archivo o biblioteca en las antiguas ciudades griegas y romanas siempre había estado físicamente distante del teatro. Le interesaba lo que queda fuera del archivo, los restos, y citó mi ejemplo del dedo que le faltaba al cadáver de Evita en Dissapearing Acts (Actos de desaparición). Durante años me había preocupado sobre el “otro” en el archivo, lo que finalmente llame el “repertorio” de prácticas corporales que sobrevivieron la supresión causada por el archivo de la Colonia. Mi interés venía no de la Grecia antigua, sino del reconocimiento del despojo creado por el privilegiar el conocimiento de archivo. ¿Entonces, quién es dueño de qué? Preferiría pensarlo como debiendo en vez de poseyendo. Estoy en deuda con Rebecca. Estoy en deuda con Xuno. Estoy en deuda con Silvia, debo mucho a mucha gente, incluso, como Moten y Harney lo ponen, todo. Tengo una deuda profunda. Me hace feliz el saberlo y el reconocerlo.

Algunas personas, como Jesusa Rodríguez, han participado directamente de mucho de mi deambular. Ella es compañera y protagonista de gran parte de este amoxohtoca. Lorie Novak, como se ve en las muchas fotografías de este libro, a menudo ha viajado conmigo extendiendo mi visión a lugares donde mis ojos no alcanzaban a ver. Marianne Hirsch, Richard Schechner, Fred Moten, Toby Volkman, Xuno López, Rebecca Schneider, Leda Martins, y Jacques Servin han sido esenciales en mi forma de mirar y actuar en el mundo. David Brooks de La Jornada, Diana Raznovich, Julio Pantoja, Ricardo Domínguez, Benjamín Arditi y Peter Kulchyski me han acompañado e inspirado, cada uno a su manera. Algunos pensadores como Silvia Rivera Cusicanqui, Judith Butler, Hannah Arendt, Greg Grandin y Boaventura da Sousa Santos, están ahí una y otra vez, informando mis pensamientos aun cuando no los conozco a todos personalmente. ¡Gracias a Manuel R. Cuellar por su ayuda con el Nahuatl! Y a Alexei Taylor que dibuja lo que yo solo puedo ver en mi imaginación. He aprendido mucho de Grace McLaughlin y Anthony Sansonetti, los mejores asistentes de investigación del mundo. Les agradezco a todos. Las voces de muchos de mis colegas, estudiantes y colaboradores me acompañan adónde quiera que vaya. ¡Presentes!Gracias al Institut d’Études Avancées de París, que me dio una beca de investigación en la primavera del 2017, la que me permitió encontrar el tiempo para comenzar a trabajar en este libro. Gracias a Beatriz García-Huidobro, editora ejectuiva de Ediciones Universidad Alberto Hurtado por su fe en mi trabajo.

Como siempre, Susanne Zantop, quisiera poder caminar y hablar contigo.

1 “¡Ahí está el detalle! Que no es ni lo uno, ni lo otro, sino todo lo contrario”. Augustina Caferri, “23 frases divertidas del comediante mexicano Cantinflas”, 2 de julio de 2019, https://www.aboutespanol.com/23-frases-divertidas-del-comediante-mexicano-cantinflas-696281.

¡Presente!

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