Mandarinas

Mandarinas
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Equipado con un cuaderno de notas, una botella de agua y una mochila liviana, Diego Alfaro Palma avanza por las calles de Santiago de Chile durante la gran explosión popular que comenzó los primeros días de octubre y se extendió hasta el final del 2019. Durante el día marcha, se mezcla en movilizaciones multitudinarias, charla con vecinos y con poetas, y con la garganta lastimada por las lacrimógenas, encara a militares armados con tanquetas y carabinas, mientras los chicos bailan al ritmo de los caceroleos y recitan versos de Raúl Zurita en las avenidas.

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Diego Alfaro Palma. Mandarinas

MANDARINAS. Diego Alfaro Palma

Alfaro Palma, Diego

Equipado con un cuaderno de notas, una botella de agua y una mochila liviana, Diego Alfaro Palma avanza por las calles de Santiago de Chile durante la gran explosión popular que comenzó los primeros días de octubre y se extendió hasta el final del 2019. Durante el día marcha, se mezcla en movilizaciones multitudinarias, charla con vecinos y con poetas, y con la garganta lastimada por las lacrimógenas, encara a militares armados con tanquetas y carabinas, mientras los chicos bailan al ritmo de los caceroleos y recitan versos de Raúl Zurita en las avenidas

Una manera de contar lo que pasó

Una manera de contar lo que pasó

“Es la tercera vez que intento este relato, esta tragedia, esta parodia”, escribe Adolfo Couve en el comienzo de su novela La comedia del arte. Para comenzar este prólogo no hay nada que me represente más; mientras estas crónicas salían con la agitación de los días, reorganizarlas y hacer esta presentación resultó un gesto tedioso. Quizás lo que más me complicaba era cómo comenzar, sin ser del todo altisonante o completamente fuera de foco, como varios de los personajes de la narración de Couve. Lo cierto es que con la contingencia uno siempre es altisonante y está fuera de foco, e incluso puede llegar a parecer un bobo. Sólo el tiempo lo dirá. Y eso es justamente lo que me complicaba, porque hablar de un evento así de crudo para la sociedad chilena tiene la dificultad de que se trata de un continuo y que pareciera no tener cierre. Jornada a jornada algo se suma, algo remueve y eso para un prólogo es quizás letal, una especie de kriptonita de deux ex machinaque interrumpe en un guion más o menos armado y por lo que todo termina yéndose a las pailas. Por eso, antes de ir al análisis hay que sincerarse primeramente con algunos sucesos. Corre película

Día de Furia en Santiago. Otro más

Día de furia en Santiago. Otro más. Viernes 18 de octubre de 2019

Mi caminata fue así: salí por Antonio Bellet y a, la vuelta de Avenida Providencia, encontré una feria de artesanías de la isla de Chiloé y me quedé conversando con una señora de Lemuy, a la que le compré una panera de ñocha -tengo debilidad por esas fibras vegetales- y unos pajaritos para adornar el nuevo departamento. Le pregunté si conocía a una familia, que veranos atrás, a Claudia y a mí, nos había hospedado en su casa, frente a la playa de Liucura, una noche en que la luz de las estrellas encandilaba. Los recuerdos de esa casa y de esa gente, poco tenía que ver con los gritos, la densidad de los pasos, las bocinas y frenazos que provenían del exterior del lugar. Las dos escenas no se entrelazaban, el mundo de los artesanos del sur y la tensión de una metrópolis por estallar

Las barricadas apareciendo como luciérnagas

Las barricadas apareciendo como luciérnagas. Sábado 19 de octubre de 2019

Salí. No podía aguantar quedarme en casa. Ya se había anunciado que los militares controlarían las calles. El chiste de muchos era que podían estar nerviosos, sin duda era su primer día de trabajo. No podía aguantar quedarme en casa sabiendo que los grandes benefactores de la clase política tomarían las riendas del orden con el uso de la fuerza, ese caballo siempre desbocado. “Más bencina al fuego”, decían y lo vi: la ciudad era un caballo de metal corriendo en llamas. Así que caminé con esa visión y entré por calle República, tranquila, sumamente tranquila, hasta que me acerqué a la ex-estación de metro, completamente calcinada y en donde se reunían de manera pacífica un grupo de jóvenes a tocar tambores, a cantar, a hacer presión; pero no eran solamente jóvenes y no eran solamente chilenos: cada minuto que pasaba eran más y agitaban el ritmo al paso de las micros que también animaban la fiesta. Alrededor todo era una gran A rallada en cada muro, envuelta en un círculo y mucho odio desperdigado contra el presidente y la policía. Un par de cuadras más allá, dos controlaban el tránsito, con sus uniformes impecables. Los choferes de micro sacaron los extintores de sus máquinas y se los pasaron a los manifestantes, que crearon una gran nube sobre los hombrecitos de verde que corrieron hasta desaparecer en el horizonte

El día de las canciones viejas

El día de las canciones viejas. 20 de noviembre de 2019

La señora iba a duras penas avanzando con una bolsa a través de la Alameda, a la altura del metro República y de pronto se le soltó. En la calzada de al medio había tres grupos grandes de militares y policías. El toque de queda ya había comenzado hace casi una hora. Sin pensarlo me acerqué y le ofrecí ayuda: caminamos unas seis o siete cuadras, pero ella venía caminando otras veinte o treinta desde Plaza Italia, “es que nadie para, nadie te lleva”. “Está bien pesada esta bolsa, ¿qué lleva adentro? ¿Piedras? ¿Le va a tirar piedras a los milicos?”, le dijo sonriéndole. “No me faltan ganas y también al tonto del presidente”. Llegando a Avenida España un grupo de jóvenes intervenían la calle con banderas anarquistas y de la nación mapuche. Me dijo que ya estaba cerca, que le quedaban dos cuadras no más, que la iban a estar esperando. Y ahí la dejé y también a esos muchachos a los que los automóviles y motos celebraban. Santiago en estos días es para valientes

Ilustración 2 - "Sin pena ni miedo", reza el poema que Raúl Zurita escribiera en el Desierto de Atacama. En Plaza Dignidad todos parecen conocer ese verso

El futuro es un lugar extraño

El futuro es un lugar extraño. 21 de octubre de 2019

Un semáforo dado vuelta y su señal –el hombre verde que camina– patas arriba. Eso fue lo que me señaló el brasileño. Venía fumando una colilla de cigarro, seguramente recogida del suelo. “¿De dónde eres?”, le pregunté. “De Río de Janeiro”. Estuve ahí cuando tenía quince años, pero eso no venía a cuento, porque lo que sí venía era la historia que me contó: “Llevo cinco años viviendo en Chile. Aunque soy de otro país, tengo que luchar por todos; tengo que alimentarme, mantenerme cuerdo, trabajar. Estos días no he podido trabajar bien: he recogido basura para comer. Vivo en una carpa frente al metro Salvador. Ahí estoy, hago una cosita, gano plata y me mantengo, pero amigo, estoy en la calle y hoy soy un chileno y debo luchar por los chilenos”. Su cara decía mucho más de lo que me contó. En mi mochila llevaba varias mandarinas que compré al inicio de mi travesía. Le di una y me contestó: “Esta mandarina la guardo en mi corazón”. Nos dimos un abrazo y seguí mi caminata: frente a mí, el Cerro Santa Lucía y una marcha que me sacó lágrimas: cada vez eran más los que ahí llegaban, con carteles, con su familia, con el sol de frente y toda una represión policial en ciernes

La escritora chilena Cynthia Rimsky nos enseñó a todos a salir a la calle y tomar notas. Nos enseñó a conversar, a sacar fotografías, a hacer de un libro una multiplicidad de voces. Ramal es eso, Los perplejos es eso, sin embargo dentro de su literatura hay un libro bastante particular, El futuro es un lugar extraño, una novela en donde las frustraciones de una trabajadora y luchadora social se aglomeran, en una mixtura de presente y pasado, y en donde, en un momento la Caldini –la protagonista de esta historia– tiene una especie de ensoñación de una insurrección que se produce en Chile: la gente sale a la calle y lucha y se expresa libremente: abren los ojos. Esa novela hoy es el único título que puede llevar esta crónica: ¿Qué pasará mañana, Cynthia? ¿Qué va a pasar en este país mientras pasan los helicópteros? No lo sabemos, pero en la Alameda hoy se escuchaba un solo grito: “¡Chile despertó / despertó / despertó / Chile despertó!”

La necesidad del arte

La necesidad del arte. 22 de octubre de 2019

El hombre viene así, tocando un tambor y soplando una zampoña en medio de la noche. Su paso es lento y lleva un sombrero que le tapa la cara. Viene por una de las tantas calles empinadas de Valparaíso, se alcanzan a notar lejanas las luces de otros cerros, aunque parezcan estrellas no lo son, sino luces de casas que no pueden dormir. El viene así, con un sonido del norte, sereno, pero no resignado, de otro tiempo, de uno ancestral, tal vez de eso que llaman el Chile profundo y que es un lugar que fue registrado únicamente por los artistas, sobre todo por Violeta Parra. ¿Será un espectro en pleno toque de queda? ¿Un fantasma colonial que viene a visitarnos? ¿O es un estudiante que corrió todos los riesgos para estar ahí e igualmente darnos el mensaje? Para mí el registro de esa figura y su melodía es quizás uno de los más intrigantes de estas jornadas y justamente en una de las ciudades que más mal lo han pasado con la acción represiva, con cédulas dispuestas a todos, bajo el brillo del sol en el mar, disparando a mansalva: perros de caza sin cazador ni presa

Todo tiempo es presente

Todo tiempo es presente. 23 de octubre de 2019

Tequeños, chaparritas, empanadas, plátanos, agua fría, limones, sopaipillas, pañuelos, banderas, pantalones, manzanas, papas fritas, arepas y un tipo sentado en un pupitre con un teléfono de línea (¿qué carajos venderá?). Las haitianas amamantan a sus bebés y las abuelas en esa misma sombra se abanican; un oficinista golpea con una varilla un tacho de basura llevando el ritmo. Los taxistas tocan sus bocinas, los autos reproducen a todo volumen “Quieren dinero”, de Los prisioneros; un grupo de 30 personas baila cueca en plena Alameda, el número de los que llegan hasta este lugar aumenta y no hay muro que no cargue con orgullo una consigna contra el presidente, la policía, sus ministros, los militares: contra cualquier político. Incluso uno de esos rallados llama a renacer a Michimalonco, el líder picunche que ofreció una férrea resistencia contra las huestes españolas y dejó Santiago en cenizas. Alterando una frase de T.S. Eliot: en Chile todo tiempo es presente

Ilustración 4 - El cultrún se enciende con sus velas, la noche en que recuerda a los comuneros mapuches caídos

Cecilia Morel y los alienígenas en vivo

Cecilia Morel y los alienígenas en vivo. 25 de octubre de 2019

En su última carta antes de ser ejecutada María Antonieta dice declararse inocente, tranquila “como lo está uno cuando no tiene nada que reprocharle a su conciencia”. Esto me lo recordó mi amigo Horacio Esber desde Buenos Aires, cuando me instó a no desechar las declaraciones filtradas de la primera dama, Cecilia Morel: “escuchalas bien, analizá su discurso: ahí tenés a alguien que no cuestiona la legitimidad de sus privilegios, que se pone sobre los demás, que se considera de otra clase de ser humano: tal como pasa con la esclavitud o como pasó en la conquista de América donde los indígenas eran considerados ‘seres sin alma’. Pensalo bien, dale una vuelta”. La misma Morel dice en el audio sentirse ante una “invasión alienígena” y en donde la clase gobernante “no tiene las herramientas para combatirla”, por lo que la “gente de buena voluntad” deberá disminuir sus “privilegios y compartir con los demás”, como en una especie de gran acto solidario intergaláctico. Ayer, esos alienígenas que estaban sueltos, llegaron a sumar más de un millón en las calles, en la marcha más multitudinaria que haya atravesado Santiago y que, sumando a las regiones, deja una marca del tamaño de Chile en cualquier libro de historia

Ilustración 5 - No hay claros ni oscuros, el Colo-Colo y la Universidad de Chile se reúnen en la Gran Marcha y agitan sus banderas

Ilustración 6 - Una multitud canta "El derecho de vivir en paz" de Víctor Jara, en las escaleras de la Biblioteca Nacional

El pulso salvaje

El pulso salvaje. 28 de octubre de 2019

Escribo esto y mis vecinos barren la vereda; yo también barro, lavo mi ropa, preparo comida. A media cuadra un grupo se reúne a rezar el rosario: “Ave María purísima, sin pecado concebida”, repiten. Al frente alguien cuelga a secar sábanas, llega el pan a la panadería, se riegan plantas. Las micros son desviadas y en las plazas se comienzan a preparar para los cabildos. Anoche me junté con unos amigos luego de que se levantara el toque de queda. La 106 avanzó lo que más pudo por la Alameda donde el ambiente está más tóxico que nunca, tras una semana de agentes químicos arrojados sin descanso. Siguen las marchas y las banderas. Las murallas hablan con sus graffitis. Bebimos cervezas y celebramos entre risas “que el presidente nos diera permiso para carretear”. Había pocos temas, todo obviamente giraba en torno al calor de los eventos. Inevitablemente volvíamos a caer, por más que quisiéramos distendernos por un segundo, la política llegó para quedarse: “¿Cómo no va a renunciar ese hueón de Chadwick?”, “¡Aún no hemos logrado nada!”, “¡¿Cómo es eso de gente muerta calcinada en un supermercado?!”, “¡Piñera pidiendo un minuto de silencio por los muertos!”, eran algunas cosas que se podían escuchar

Limpio el baño, duermo siesta, salgo a oír los cabildos. Trato de leer y no puedo. Afuera, confirma el Instituto Médico Legal, hay cien personas con trauma ocular severo por los balines de goma (con punta metálica) disparados por agentes del Estado. Me mantengo atento a las elecciones en Argentina: el neoliberalismo abandona el país, vuelve el peronismo con Fernández. En Uruguay hay ballotage. Llamo a mi papá en Ecuador: ¿cómo van las cosas allá, viejo? Me envían un video de Viña del Mar nuevamente conectándose con Valparaíso en una marcha histórica, mucho más grandes que las anteriores; un periódico a esta hora cuenta: “Las miles de personas que avanzaron sin disturbio alguno por avenida España fueron atacadas con gases a pesar de la presencia de niños, adultos mayores, y familias completas”. El alcalde del puerto reclama: “Lo que hizo el gobierno fue encender la mecha”. Vuelvo al departamento y en el camino compro el pan, se escuchan aislados cacerolazos. En este país no hay normalidad, no hay nada de normalidad. Es posible que nos estemos preparando para otra semana intensa, otra semana para saber la verdad sobre las violaciones a los Derechos Humanos, otra semana de asambleas, otra semana de sobrecargo de información y poca humanidad en los medios, otra semana para pulular en las calles como el polen que surge desde las flores y flota con el viento

Ilustración 7 - El día de la Gran Marcha, aparece la bandera negra en el Parque Forestal

Primavera negra

Primavera negra. 29 de octubre de 2019

La muchacha se desvaneció, perdiendo el color en el rostro y desplomándose lentamente sobre el piso de la micro. “¿Alguien tiene algo dulce?”, gritó una de sus compañeras y, en cosa de segundos, una chica sacó un paquete de galletas que compartió, yo pasé mi botellón con agua, otro una caja con leche y una joven dominicana –la reconocí por su acento– que vestía de enfermera la asistió. “Es que no toma desayuno y tampoco almorzó”. “A ver, sentémosla ahí, con cuidado”. Lentamente volvió en sí, con dificultad. Los pasajeros no prestaban atención al panorama exterior: una cuadra completamente calcinada

Este es el momento

Este es el momento. 3 de noviembre 2019

Escucho el canto de los cachuditos y zorzales. Son los aromos los que traen su perfume y abejas desde lejos. Al fondo, entre los troncos de las encinas, un grupo se reúne a conversar. En la feria se exponen tomates, albahacas, romero y limones. La vida pasa tranquila en Limache, mucho no cambia. La alarma de los bomberos sigue marcando el mediodía, pero sí, los postes de luz del parque cargan carteles con los datos entregados por el Instituto de Derecho Humanos sobre el número de desaparecidos, muertos y heridos en estos ya quince días de movilizaciones. Increíblemente mientras esto ocurre –y una brisa fresca mueve las hojas de este cuaderno– hay un imitador de Michael Jackson, vestido como en el video Bad, que practica sus movimientos al ritmo de un parlante portátil; uno que estaba por ahí sentado, se le acerca y le pasa un billete de mil pesos y lo aplaude

Nosotros, los anarquistas

Nosotros, los anarquistas. 8 de noviembre de 2019

Salimos, hacemos dedo, alguien para, “buenas tardes, compañero ¿para dónde va?”; nos abren las puertas y subimos dos, tres, conversamos, damos las gracias. En otras ocasiones hacemos parar un bus y levantamos la voz para decir “hermano, ¿nos lleva?” y pasamos obreros, estudiantes, profesionales y ancianos, no hay diferencia entre nosotros; ya arriba uno me pregunta “¿de dónde viene caminando?” y el fluir de las palabras nos lleva a la contingencia y a darnos la mano con un grito al bajar “¡hasta la victoria, siempre!”. Así somos, los anarquistas

Ilustración 8 - En las inmediaciones del edificio Movistar, Plaza Dignidad, los ángeles del Paraíso coronan al Perro Matapacos. El stencil fue posteriormente cercado con una cortina metálica

Lxs niñxs del SENAME

Lxs niñxs del SENAME. 11 al 13 de noviembre de 2019

Escucho al rapero Portavoz, sus rimas son la banda sonora de todo lo que está pasando. “Nadie lo vio venir”, dicen algunos “especialistas” y políticos en la TV, refiriéndose a este estallido. Pregunto: ¿insurgencia?, ¿estallido?, ¿revolución?, ¿revuelta?, ¿en serio no lo viste venir? Podríamos dar mil nombres de historiadores, intelectuales, organizaciones políticas que venían anunciando el sonido de las explosiones nocturnas, de un Santiago repleto de fuego. Podríamos empezar primero por los nombres, los miles de deudores habitacionales, los millones de estudiantes, ecologistas, profesores y profesionales de la salud que cada año son neutralizados en su discurso: se destapó la olla. Les faltó poner oreja a “El otro Chile”, de Portavoz, con su velocidad, su energía frenética; les faltó poner oreja al rap de la tierra, de la tierra seca, completamente seca

Wangulén o el espíritu de Violeta Parra

Wangulén o el espíritu de Violeta Parra. 15 de noviembre de 2019

Calaveras que bailan en la comparsa, al ritmo del trombón, la trompeta, un bombo y la explosión de un platillo; suena desde un altavoz el recitado de otro muerto que dice “Miren como nos hablan de libertad / Cuando de allá nos privan en realidad / Miren como pregonan tranquilidad / Cuando nos atormenta la autoridad”, hasta que la melodía llega al coro que los vivos repiten clamando al sol imponente: “¿Que dirá el santo padre / que vive en Roma / que le están degollando / a sus palomas”. El fantasma de Violeta Parra atraviesa este país desde el desierto a los fiordos, de las altas cumbres a las bahías. Los chinchineros, metros más allá, también saltan y giran sobre sí mismos, mientras que a la sombra del Centro Cultural Gabriela Mistral (el antiguo Unctad III planeado por Salvador Allende) los serigrafistas trabajan a toda máquina con sus planchas, tintas y papeles; otros llegan, compran o pegan sus diseños subversivos en los muros, los llamamientos a la sublevación popular, el maldigo del alto cielo a los políticos y sus vástagos con bastones que, sin querer tenerlos encima, de pronto aparecen envolviendo la Alameda en gas y lanzaguas, generando una distorsión completa del carnaval. Los castrados atacan a los libres, pero los libres vuelven a retomar sus posiciones de combate

Ilustración 9 – Y se abrieron las grandes Alamedas por donde pasó la muerte bailando

Ilustración 10 - "El ojo en su agua se retrae, / entre las paredes", dice Carlos Cociña en su libro "Aguas servidas", mítico testimonio de los años oscuros de la dictadura

La tía del kiosko

La tía del kiosko. Santiago, 18 de noviembre de 2019, 20:30 hrs. Micro 426 camino a Estación Central, desvíos y barricadas; la policía cerca a los manifestantes desde el Metro Salvador. Transcripción

“Pero sabe qué, los cabros lo hacen por un buen motivo. Yo los apoyo, llevo cuatro semanas yendo a Plaza Italia a ayudarlos. Voy, les preparo algo de comer, les limpio sus heridas (aprendí primeros auxilios con la Cruz Roja). Son tan valientes. Yo no, vengo de otra generación. Y más encima dicen que son delincuentes, esa gente no sabe nada. En la primera línea hay estudiantes, cabros que trabajan y estudian, cabros comprometidos. Es que ellos dicen que no tienen nada que perder. Y yo tampoco, no tengo nada que perder. Tengo 65 años, mis hijos están grandes. No tengo miedo de morir, en eso nos parecemos. Pero son niños y niñas, son tan jóvenes, tienen tanta energía. Fíjese, el otro día a uno le dispararon dieciséis perdigones ¡Dieciséis! Y no me va creer que el joven volvió, volvió a dar la pelea dos días después. Mi generación está llena de miedo, fueron muchos años de dictadura, la mayoría prefiere quedarse en la casa, yo no puedo. Como le digo le hacemos comidita, o les llevamos algo, son súper cariñosos. Gracias tía, me dicen, y de repente es un pan con mortadela no más. Ya nos conocemos todos. Hay algunos que le han llegado perdigones en los ojos, usted no sabe lo que me duele eso, que ya no puedan ver. Ahí estamos, respirando lacrimógena. Es que si ellos no estuvieran, ninguno de los otros podrían estar manifestándose. Es que los pacos tienen miedo, están muertos de miedo, porque nunca vieron algo así; hay varios que están locos, locos de verdad, pero son humanos igual que nosotros. Tengo siete hijos, tres los tuve en Argentina, durante el gobierno de Alfonsín; yo vivía en la calle Rivadavia, en el barrio de Flores; fue muy linda esa época, difícil, pero linda, porque volvía la democracia y eso era una esperanza para nosotros. Aprendí mucho de los argentinos, pasé ocho años con ellos; usted ve esto de que la gente se toma las calles y las plazas, bueno, eso a ellos también les costó ganárselo, corrió mucha sangre, pero es un pueblo que lo tengo en el corazón. Yo atiendo un kiosquito, ahí en la Avenida Providencia, lo trabajo y he tenido muy buenas conversaciones. Sabe, es que yo tengo un don, tengo la palabra, la letra, la gente va y me compra libritos, revistas y diarios y ahí se arma una conversación. Imagínese, he atendido gente facha, momia, y la he logrado convencer de algunas cosas: es que muchos no saben cómo vivimos los pobres, lo complicado que es llegar a fin de mes en este país, porque hay que romperse la espalda y para qué, para que todos estos desgraciados de los políticos se llenen los bolsillos con nuestro trabajo y nos quedemos sin nada, porque usted ve los hospitales, ve esas listas de esperas y los pobres médicos se sacan la cresta para poder atendernos. Y para qué le digo las municipalidades, ahí también está lleno de corruptos. ¿Le cuento? Una vez, trabajando cerca de Tribunales vi como un juez hablaba con un abogado y el juez le decía, “mira, de lo que robaron pásenme 20 y estamos”. Y así es, pero así es en todos lados, lo que pasa es que aquí se desvirtuó la cosa. Antes la gente no conversaba, ni se miraba y esto que pasó hizo que salieran de sus burbujas, que se encontraran e hicieran cosas juntos, por ejemplo nosotros, quizás si esto no hubiera pasado nunca habríamos tenido esta conversación; es que el foco está en la plata, en lo individual y ahí es donde se desvirtúa. Por eso yo salgo a apoyar a los cabros y a las cabras, porque tenemos que lograr sacar a todas las lacras de esta sociedad y eso no lo hacemos solos, ahora estamos unidos, tenemos fuerza. Bueno, cuando usted pueda páseme a ver al kiosco, yo he conversado ahí con vecinos de Providencia, varios eran “reticentes” –esa es la palabra– a salir a marchar y yo los he hinchado de que no podemos perder la calle, son nuestros derechos, es lo que nos han quitado por tantos años: la educación, nuestras pensiones, los ríos. Y sabe qué, mucha de esa gente que me decía que en las marchas había puros violentos, han vuelto y me han dicho que les decía la verdad, que hay un ánimo distinto y se han sentido parte de algo. Por eso yo admiro a esta juventud, que sale, que pega carteles, se ayudan, preparan enfermerías, que no dejan avanzar a los pacos, que ayudan a los bomberos y a las ambulancias. Dios, ayer, usted vio, murió un chiquillo en la Plaza porque mientras lo atendían, los pacos atacaron a los médicos con el guanaco y le vino un paro respiratorio y se nos fue. Esas cosas, digo, son fuertes, son tantas almas tan jóvenes jugándosela por esto que yo pienso: ¿cómo no voy a jugármela por ellos?”

Ilustración 11 - La dignidad guiando al pueblo

La música de los cuerpos

La música del desierto. 26 de noviembre de 2019

“En cada cosa hay un fantasma oculto/ Nuestro trabajo, ¿no es un exorcismo/ una respuesta al desafío oscuro?”, dice Enrique Lihn en su poema Kafka, publicado en 1969 y, 60 años después, siento que la palabra exorcismo no ha perdido vigencia. Ayer un amigo escritor afirmaba que “la literatura no volverá a ser igual después de esto”, y no, se sabe que el dolor dobla las palabras hasta envolverlas en sí mismas, las convierte muchas veces en silencio y en otras en fuego, por eso, por eso pregunto: ¿es posible medir el dolor de lo que se ha vivido? ¿Es posible catalogar el dolor de Bolivia esta tarde? ¿Cómo establecer un gráfico de la crueldad en Venezuela, en Colombia, en Perú o en Argentina? ¿Cuánto sufrimiento será percibido en Brasil cuando llegue el verano? No hay implemento que certifique esto, ni el cansancio, ni la pena, ni la rabia, nada que certifique la calidad y distribución de los afectos; es por eso que nuestra única respuesta al desafío oscuro de sobrevivir es el registro, la marca de este momento y la concentración de un máximo de energía para inscribirlo. En tanto en la vereda suena: tic, tic, tac, tac, tac, empuñar la picota entre tres o entre cuatro, triturar el pastelón, tic, tic, tac, tac, tac, uno le pasa un pedazo de tierra a otro, este lo recibe y una se lo pasa a la otra, y aparece una mano, dos, tres manos; en el teatro El puente se reúnen los paramédicos; los lásers apuntan a los ojos de la policía, escudo con escudo. “¡Más agua! ¡Más agua!”, gritan y unas muchachas pasan y pegan carteles con la historia de los caídos. Tic, tic, tac, tac, tac esa es la música, ese es el ritmo

Una constelación con la forma de un país

Una constelación con la forma de un país. 3 de diciembre de 2019

La vereda ¿qué vereda? Bueno, por lo que quedaba de ella me fui acercando; eran las 14 horas y algo más y yo sabía que serían puntuales. Pasé por encima de las piedras, doblando por la sucursal del Banco Santander, ahora llevada a su mínima expresión, hasta que di con la librería Qué Leo Forestal, a metros del epicentro de Plaza Italia. En la puerta estaba Mario Cerda, protegiéndola, con las manos en la cortina metálica, para bajarla en cualquier momento, aunque eso no significara que se acabaría la fiesta adentro, por el contrario, unas 30 personas se amontonaban entre los estantes, un ventilador y la mesa donde la escritora Nona Fernández era entrevistada por Carlos Reyes. Cuando entré Nona ya hablaba y sus palabras rondaban actualizándose más y más; su obra es en sí una alta concentración de registro personal y colectivo y, en este caso, la conversación rondaba en torno a Voyager, un ensayo que deambula por la inmensidad del cosmos, para conectar el desierto de Atacama con los desaparecidos en dictadura, la pérdida de memoria de su madre, el día de su nacimiento, el signo del horóscopo que la cifra, los mitos y la historia reciente del país. El Chile de Nona Fernández pasaba detrás de la vitrina, corriendo de la policía y de las bombas lacrimógenas y también pasaba delante de ella con esa conglomeración de jóvenes que la venían a oír: un ejercicio de resistencia

Ilustración 12 - Nona Fernández enviando una sonda espacial al futuro, desde la librería Qué Leo Forestal

PSU o la muerte de Polifemo

PSU o la muerte de Polifemo. 28 de enero 2020

El siguiente texto fue escrito a partir de la anulación perpetua de la PSU, siglas que denominan a la Prueba de Selección Universitaria, examen de alternativas múltiples que todos los jóvenes o mayores de edad tienen que rendir para poder ingresar a la educación superior. Este sistema fue instaurado en el año 2003 para suplantar a su hermana mayor, la PAA o Prueba de Actitud Académica, ambas desarrolladas por un “grupo de expertos” en base a las materias de Lenguaje, Matemáticas, Historia y Ciencias Sociales y Ciencias (Biología, Física y Química). Todo este armatoste es una muestra de desigualdad en un país en donde la educación pública muere cada día. Este texto es también un homenaje a mis amigos profesores que siguen dando esta dura batalla

Fui profesor de PSU y no es algo de lo me sienta orgulloso, lo hice, simplemente, me tocó. Fue hace más de diez años y para ese momento resultaba ser un trabajo más, una manera de justificar la excesiva cantidad de horas que tiene en promedio un profesor de Lenguaje. No sé si la idea era que mis alumnos ingresaran en su totalidad a la universidad, ya que en ese liceo en donde estuve, el porcentaje de muchachos y muchachas que pensaba en su futuro profesional era muy baja, casi nula, la mayoría ni si quiera tenía presente la prueba, eran en su totalidad sobrevivientes de un modelo educativo fracasado y sumamente desigual, algo evidente incluso comparándose con el colegio que estaba a un par de cuadras. La mayoría decía que se iría a trabajar con los padres o que se buscarían algo por ahí, los menos que ingresarían a algún centro de estudios técnico y creo que nueve de cien veían una carrera universitaria como una salida de la pobreza, no sin decir eso con miedo, un miedo tremendo a no lograrlo. No, profe, ya fue, haré un curso de peluquería, me iré a cargar camiones, repararé autos, intentaré ingresar a la policía, no sé y no me importa. No es que hubiera algo malo en eso, sino que lo malo, lo defectuoso, estaba en su tono al decirlo, porque era el tono de alguien que se rinde, de un atleta que dejó de pensar en la meta, en los abrazos, en el vaso de agua, aunque sepa que es el último en llegar. Los más chicos –ingenuamente– me decían que preferían dedicarse al fútbol o a vender drogas, porque ahí sí que se ganaba mucho; sin duda en esa población habían salido más ilustres de la segunda opción que de la primera, y aunque fuera un comentario a la pasada, no dejaba de tener peso, un peso al que yo no estaba habituado; de hecho, les dije en una primera clase de PSU: “miren, les voy a decir la verdad, no vengo de acá, soy un privilegiado, mis papás me pagaron un colegio privado, una universidad y pude elegir lo que quería hacer”. En parte eso era mentira, porque nunca vi como una opción tangible trabajar en un colegio de escasos recursos, al contrario, yo pensaba en la universidad en seguir una carrera académica, pero en un momento ya no encontraba nada y salió eso de hacer clases y me embarqué sin pensarlo demasiado, pero esa parte no les interesaba, sino que estaban más aguja en preguntar “y entonces, profe ¿qué hace aquí?” Por esos días yo me motivé a mí mismo en pensar que estaba ahí por ellos, lo cual resultaba ser otra mentira, porque en realidad ellos estaban ahí para mí: nunca aprendí tanto como en esos días de ventanas rotas, nunca pasé tantas horas entregado a lo que viniera, a sacarme el ego del profesor estelar para pasar a ser alguien que se sienta en una escalera y conversa sobre la vida o que cierra el libro de clases para preguntarles a cuarenta y cinco seres humanos: “¿qué piensan hacer más adelante?”

Agradecimientos

A Claudia por las llamadas diarias, la preocupación, los tirones de orejas y el cariño. A mi amigo Patricio Bravo, por vivir intensamente estos días. A Ezequiel Zaidenwerg por iluminar el título de este libro y compartir las crónicas en cuanto salían del horno. A Gaspar Peñaloza y Mauro Lucero por colaborar con este lobo de mar. A mis amigos Ignacio Rojas, Flavia Garaventa y Jorge Rosemary por estar en las marchas y en las conversas. A Maxi Diomedi, Sofi Grenada, Horacio Esber, Rafael Espinosa, Lucas Margarit, Lucian Mattison, Cynthia Rimsky, Cristian Kupchik, Jonás Gómez, Hernán Bravo Varela, Alex Gonzor, Mauro Pascale, Damián Vives, Roxana Artal, Paolo Primavera, Tito Manfred, Rocío Fuentes, Sandro Barrella, Fernando Rubio, Adalber Salas, Jorge Fonseca, Mario Ortiz, Valeria Cervero y Raúl Behr Vargas por preocuparse por la integridad física y psicológica de este cronista, por sus mensajes desde lejos y por divulgar lo que pasaba en Chile

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Por las noches, agotado, el autor transcribe sus notas y da forma a las crónicas eléctricas que componen este libro Mandarinas. Crónicas de una primavera negra chilena es un retrato de una sociedad en llamas que brota de una voz alimentada por la urgencia y el ímpetu, casi en trance, en sintonía con la gran tradición de la crónica chilena. Este es el tiempo –anudado a otras grandes protestas sociales alrededor del mundo– en que los cuerpos se encontraban en las calles al calor de sus propias reivindicaciones, para mostrar las marcas de una realidad que hendía la piel. Un tiempo que se funde con el crujir de la peste y la deflación de los aparatos neoliberales de los estados nacionales que avanzan sobre la educación, la salud y el trabajo; pero, por sobre todas las cosas, un tiempo único en que las nervaduras y las texturas de la voz de los pueblos salen a las calles.

En la primera versión que hice de este escrito, remarcaba mucho que para poder ensayar algunas páginas sobre lo sucedido en Chile había que volver a las primeras fotos que registraron el octubre del levantamiento. Justamente yo había tomado una en lo que antes era Plaza Italia y hoy es Plaza Dignidad. Mientras cientos de miles de ciudadanos caminaban para volver a sus casas, luego de que el sistema de transporte público colapsara, ahí, en ese sitio, decidí sacar una foto con mi celular de algo que me resultaba inusual. Y entonces, revisando ese archivo, en un costado de esa imagen aparece un muro en blanco con la siguiente frase escrita: “Esto podría ser peor”. Lo cierto es que quien grafiteó eso no era una persona normal, era más bien una de esas völva, una pitonisa urbana que quería adelantarnos a las jornadas de fuego que vendrían. He llegado a pensar incluso que ese rallado puede haber sido una especie de portal en el espacio tiempo, abierto por algún descuido burocrático del futuro. Como sea estaba ahí y fue uno de los primeros que aparecieron y que luego fue cubierto por billones de marcas desesperadas por querer dar a conocer su rabia o tan sólo llamar la atención.

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Y eso fue lo que traté de hacer, de vivir intensamente esos días de octubre, porque por un lado era mi manera de volver a mi país y, por otro, de entender que había llegado el momento tan esperado. De una manera bastante irresponsable salí con una polera amarrada como mascarilla, una botella con agua, una mochila liviana, un celular y un cuadernillo hacia las plazas e intersecciones. Conversé con cuanta persona se me cruzó en el camino. Compartí información privilegiada y no tanto, me vi envuelto de batallas durísimas entre la policía y los manifestantes y por varios días llegué a pensar que esta ola enorme era consciente del proceder histórico que la guiaba. Aún no lo sé, el nivel de destrucción ha sido evidente, y cuando hablo de eso hablo de las vidas que se perdieron, de esos muchachos que quedaron ciegos por un balazo en el rostro, de las lacrimógenas que cayeron en centros culturales y negocios y que fueron consumidos por las llamas, por la demencia con que fueron saqueados y quemados supermercados, hoteles y cuanto espacio estuvo disponible para el pillaje. Por ahí se decía “la gente se cansó”, pero por otro lado la gente estaba más viva que nunca pegando carteles, invocando a los grandes poetas de su patria, inventando mil formas para ir a protestar días tras día. Yo únicamente debía de tomar nota y estas crónicas son parte de ese intento, de explicar a mis amigos en el extranjero qué estaba pasando realmente, en qué estábamos envueltos. Y la gran ola golpeó contra las rocas y se espumó.

El título de este compendió es Mandarinas y es tal vez un homenaje secreto a esas frutas que me acompañaron en mi mochila en cada salida, pero también a ese personaje anónimo que se cruzó conmigo y conversó una tarde hablando de la lucha en este país. Como él hay cientos que vagabundean en estas tardes de cuarentena por las ciudades y sobre todo en esta capital que cada vez es más la capital de la furia. Algunos dirán que mi decisión de volver no estuvo acertada, yo sólo diré que estuve aquí y logré contarlo de la manera más fidedigna y salvaje que me fue permitida. Quizás esto podría ser peor, se transforme algún día en un lugar distinto, en el que mis viejos tengan una buena jubilación y una salud digna, en que mis hijos y sobrinos puedan acceder a la educación pública de calidad, en el que nos demos cuenta que vivimos en la copia feliz del Eden y tomemos nota de aquello. No lo sé, pero el presente en esos días fue así:

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