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Prefacio

La vida continúa aún en circunstancias difíciles. A pesar del encierro, de la lejanía de los amigos, de las pérdidas menos esperadas. El corazón sigue latiendo y el amor encuentra sus cauces para seguir, regando con cariño a los seres que a tu alrededor permanecen más allá de las distancias.

Hay historias pensadas y soñadas, que tocan a tu puerta en el momento justo para ser sacadas a la luz. Hay lugares que son parte de tu historia, hay puntos del camino de tu propio destino que siempre se repiten. Dice la letra de la canción: “No importa saber quién soy, ni de dónde vengo ni por dónde voy”.

Relatos para compartir en forma de cuentos, poemas y novelas. Una invitación para abrir los sentidos, a imaginar un mundo distinto, a reírnos de lo simple para tratar de comprender lo más complejo.

Agradecimientos

A los que se dedican a cambiar el mundo con sus actos.

A los que no renuncian a los principios en este mundo.

A los amigos que acompañaron e hicieron sus aportes.

A los seres que te tocan el corazón, dejando que fluyan de este modo las palabras que salen del alma.

A los lugares por donde transitan estas historias, cuna de inspiración, de recuerdos, de olor a barrio, de aroma a hogar, de esperanza de cambio, de sueños permanentes.

Zulma

Floreció en un jardín de rosas, en un viejo cantero de piedras de una casaquinta poco frecuentada.

En otros tiempos, ese lugar era sitio de encuentros y alegrías. Aquel jardín era un reducto de belleza rodeado de un entorno gris.

Fue así como, pese a su aspecto diferente, creció rodeada de aquellas bellas flores de color rojo.

Había un jardinero de nombre Raúl. Para él se trataba de un clavel. Más de una vez quiso cortarla; pero el llanto de una de las niñas que frecuentaban el lugar lo impidió.

Su nombre era Josefina. Juan, su padre, junto a otros primos habían heredado aquella casona rodeada de un inmenso parque en los confines de Ricardone; ahí donde la ruta hacia Roldán es una mezcla de totalidad y vacío a la misma vez.

No obstante como en toda historia familiar había secretos guardados. Uno de ellos, el de la tía Zulma. Su aspecto, su manera de hablar eran objeto de miradas. De muy joven y sin quererlo debió dejar el barrio. Se refugió en el centro de la ciudad buscando un poco de anonimato, luego poco se supo de ella.

Josefina había escuchado acerca de su historia en alguna conversación de sus padres. Más de una vez preguntaba por ella ante el silencio atónito de sus progenitores.

Tal vez entonces, en una actitud que buscó llamar la atención, decidió bautizar con el mismo nombre a aquella flor que tanto amaba.

Luego de que su esposa lo dejó, para Juan aquella casona se había convertido en un refugio emocional.

Era un cuarentón de aspecto mayor. Sus logros profesionales como contador, asentados en el “haber” de un libro diario, se esfumaban en un “debe” lleno de conflictos emocionales sin resolver. Quedó a cargo de la crianza de Josefina. Lo hizo de la mejor manera que pudo. Quiso que creciera cerca de aquel entorno natural.

Le dio todo lo que materialmente necesitó, no obstante, debió comprenderla y prestarle más atención; prefirió desde luego no escuchar las historias que le relataba de aquella flor.

Esas historias sin dudas le recordaban a la hermana de su padre. Asimismo, ponían de relieve la imagen de una niña que no quería ver.

Con el avance de la soja, aquel lote se valorizó y con ello la tentación de vender aquella parcela. Juan debió esmerarse mucho para convencer a sus primos de conservar aquel lugar.

La siguiente primavera Raúl se jubiló dejando su lugar a su sobrino Oscar. Él era un enamorado de aquel sitio. Por un lado su mano y por el otro la naturaleza hicieron lo suyo. El jardín floreció y Zulma se destacó por su belleza. Los pájaros preferían sus semillas que esparcían por aquella quinta. Brotaron rosas, claveles y otras flores.

Aquel lugar gris se llenó de colores. Aquellos primos deseosos de vender cambiaron de idea empezando a disfrutar de aquel lugar. Regresaron otros familiares, incluso los más mayores.

De todos modos, una triste noticia empañó ese tiempo de alegría. Un mensaje a través de una red social dio cuenta del fallecimiento de aquella tía, que debió como pudo seguir su camino.

Josefina celebraba sus cumpleaños allí, siempre rodeada de amigos. Ellos la cuidaban y no les importaban su aspecto, sus gustos. Escuchaban con atención y cariño cada una de sus historias.

De mayor nuestra niña se hizo maestra. Contó una y otra vez a sus alumnos la historia de aquella flor, que en su interior siempre traía a su memoria el recuerdo de su tía; a la cual hubiera deseado poder tratar y recibir su cariño

Siempre pensó que a diferencia de su tía tenía la oportunidad de cambiar su entorno aportando su semilla. El mundo para ella debía ser un bello jardín donde gracias al amor, cada flor, cada niño, “niñe” o niña, se sintieran cobijados.

Breve historia trans escrita, que surge luego de ver la serie Historias de San Francisco. A partir de ella, se dispara el interés por convertirla en novela

Barbijo Arcoiris

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