Discursos XII - XXXV
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El orador y filósofo griego Dión de Prusa (o Crisóstomo) predicó una doctrina de moderación y contentamiento en sus viajes por toda Grecia y Asia Menor. Filóstrato incluye a Dión de Prusa (también llamado Dión Crisóstomo, «boca de oro») en el movimiento de la sofística, aunque aclara que por su personalidad y por su obra rebasa las categorías angostas. En efecto, este orador, filósofo e historiador griego del siglo I d.C., nacido en la pequeña ciudad de Prusa, en la provincia romana de Bitinia (noroeste de la actual Turquía), pronunció discursos en varias situaciones de las que atraían a los sofistas, y algunas de sus ochenta piezas oratorias conservadas son inequívocamente de lucimiento y exhibición retórica, sobre asuntos triviales ajenos a las grandes cuestiones del pensamiento. Incluso uno de sus discursos, Contra los filósofos, justifica la expulsión de los filósofos de Roma e insta al destierro de los seguidores de Sócrates y Zenón. Sin embargo, otra vertiente de sus discursos responde a los planteamientos de las filosofías cínica y estoica concernientes a la ética y, en general, al modo de vivir: una sencillez integrada en la naturaleza. También abordó temas de política. En esta faceta seria de su producción trató temas como la esclavitud y la libertad, el vicio y la virtud, la libertad, la esclavitud, la riqueza, la avaricia, la guerra, las hostilidad y la paz, el buen gobierno y otras cuestiones morales. El emperador Domiciano le expulsó de Roma (donde residió una temporada) y de Italia a raíz de una relación con conspiradores, lo que propició que Dión viajara por el Imperio, con una modestia y una pobreza extremas. El nuevo emperador, Nerva, revocó el castigo, y Dión trabó amistad con el sucesor de éste, Trajano, al que dirigió más de un discurso encomiástico, y quien se dice que le llevó en su carro en su triunfo dacio. Dión pasó los últimos años de su vida en su Prusa natal, donde participó activamente en la política.
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BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 127
Empieza Dión su discurso agradeciendo de una forma original el interés que el pueblo manifiesta por oír su palabra. Él es como la lechuza, sin belleza, sin atractivos, sin voz. Sin embargo, lo que ocurre con la lechuza ha ocurrido también con Dión. El pueblo acude con mayor interés que el que tendrían en escuchar a los sofistas, auténticos pavos reales.
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Pero, quizá, muchos no han comprendido el tema de mi discurso, y eso que, desde mi punto de vista, era muy apropiado para que lo entendieran tanto los filósofos como los ignorantes. He tratado sobre la construcción de estatuas, y más concretamente, sobre la forma de construirlas. También he hablado sobre los poetas, si son los que mejor o peor han interpretado las cosas divinas. Y, finalmente, sobre el primer concepto de Dios, cómo fue y de qué manera surgió entre los hombres. También hablé, y mucho, sobre el poder de Zeus y sus denominaciones. Y si dijimos palabras de elogio sobre la estatua y los que la dedicaron, pues tanto mejor. Y es que, en realidad, [85] tiene una mirada tan benevolente y bondadosa, que casi parece que nos habla de este modo más o menos:
«Estas ceremonias, eleos y griegos todos, las realizáis con una ejecución tan hermosa como apropiada. Y ofrecéis sacrificos espléndidos en la medida de vuestras posibilidades. Más aún, sois los primeros que celebráis el más renombrado campeonato de resistencia, fuerza y velocidad, observando las costumbres que os han llegado de las fiestas y de los misterios. Pero tengo muy en cuenta aquello de que
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