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SINOPSIS

En el libro cuadragésimo sexto de la Historia romana de Dion se incluye lo siguiente:

1. Cómo Caleno replicó a Cicerón en defensa de Antonio (§ 1-28).

2. Cómo Antonio fue derrotado por César (Octavio) y los cónsules cerca de Módena (§ 29-38).

3. Cómo César (Octavio) llegó a Roma y fue nombrado cónsul (§ 39-49).

4. Cómo César (Octavio), Antonio y Lépido se conjuraron (§ 50-56).

La duración del tiempo ocupa un año solo, durante el cual los magistrados que están registrados como cónsules fueron estos:

[711 / 43 a. C.] G. Vibio Pansa Cetroniano 1 , hijo de G., y Aulo Hircio, hijo de Aulo (§ 1-56).

[1 ] Después de decir tales cosas Cicerón, Quinto Fufio Caleno 2 se levantó y dijo:

«En otras circunstancias no estaría obligado a hablar ni para defender a Antonio ni para acusar a Cicerón. Pues en este tipo de exámenes sobre la situación política, como es el debate de hoy, creo que no se debería hacer ninguna de esas dos cosas, sino simplemente manifestar lo que uno piensa, pues lo primero atañe a los tribunales y esto último, a la asamblea. [2] Pero puesto que ese 3 se propuso acusar a Antonio a causa de la enemistad que hay entre ambos 4 —al que tendría que haber denunciado, si aquel había cometido alguna injusticia— y, es más, también hizo una mención calumniosa contra mí —él nunca podría hacer ostentación de su virtuosismo si [3] no es enlodando vergonzosamente a algunos—, me veo obligado a desbaratar algunas de sus acusaciones y atacar con otras, para que a ese no le sean de provecho ni su habitual acritud con que ofende en las réplicas ni mi silencio, que sembraría sobre mí la sospecha de ser consciente de mi maldad; y para que tampoco vosotros, engañados por lo que dijo, toméis peores decisiones por anteponer el odio particular de aquel [2 ] contra Antonio a las cosas que convienen a la comunidad. Pues lo que pretende llevar a cabo no es otra cosa que hacernos caer de nuevo en discordias civiles, si dejamos de velar por las instituciones más sólidas del Estado. Y esto no lo hace ahora por primera vez sino desde el principio: justo desde que entró en la política ha venido poniéndolo todo patas arriba. ¿O acaso no fue ese el que enfrentó a César contra Pompeyo [2] y a Pompeyo contra César e impedía que se reconciliaran? ¿O no fue él quien os persuadió para que aprobarais aquellas resoluciones contra Antonio, con las que tanto enfureció a César 5 , y también el que persuadió a Pompeyo para que abandonara Italia y se trasladara a Macedonia 6 ? Lo cual fue de algún [3] modo la causa principal de todos los males que nos sucedieron después. ¿Y no es ese el que asesinó a Clodio sirviéndose de Milón 7 y a César sirviéndose de Bruto 8 ? ¿Y el que incitó a Catilina a la guerra contra vosotros y el que eliminó a Léntulo 9 [3 ] sin juicio? Por eso al menos yo me asombraría mucho de vosotros si, después de rectificar sobre aquellos acontecimientos y condenarlo 10 , aún vais a dejaros persuadir por quien [2] dice y hace las mismas cosas también ahora. ¿O no veis además que después de la muerte de César, cuando vuestra situación se apaciguó tantísimo gracias a Antonio —como que ni él puede negarlo—, se exilió creyendo que vuestra vida en concordia le era ajena y peligrosa, pero cuando supo que la situación de nuevo estaba agitada, mandando a paseo a su hijo [3] y a Atenas, regresó 11 ? ¿Y no es él el que ultraja e injuria a Antonio, a quien entonces decía amar, mientras se asocia con César (Octavio) 12 , a cuyo padre mató 13 ? Pero, si algún día tiene [4] ocasión, no tardará mucho en atacarlo. Pues es infiel por naturaleza, y un agitador, y no hay nada de quietud en su alma, sino que todo lo sacude y revuelve, dando más vueltas que las corrientes a donde huyó 14 , por lo que también lo llamarón “tránsfuga” 15 , en la idea de que todos vosotros llamaréis amigo o enemigo a quien él ordene.

»¡Por todo esto, tened cuidado con este hombre! Es un encantador [4 ] y un mago, y con los males ajenos se enriquece y crece —denuncia, arrastra y despedaza, como hacen los perros, a los que ninguna injusticia han cometido—; pero en situaciones de concordia general se queda sin recursos y se consume. Pues ni la amistad ni el afecto, como el que mantenemos unos con otros, puede alimentar a semejante orador. ¿Cómo, si no, creéis [2] que se ha enriquecido o cómo creéis que se ha hecho grande? Pues su padre el batanero, el que siempre traficaba con las uvas y los olivos, no le dejó ni linaje ni riqueza 16 : era un hombre que bien se daba por contento con sobrevivir con sus trapicheos y sus lavaderos, y cada día y cada noche se enfangaba en lo más [3] nauseabundo. No es sorprenderte que este, que mamó de semejante ambiente, pisotee y hunda, como pieles en un batán, a los que son mejores que él recurriendo a esa clase de injurias que se aprenden en tiendas y mentideros.

»¿Y tú, aun siendo tal, habiendo crecido desnudo entre desnudos [5 ] y recolectado cagarrutas de cabra, estiércol de cerdo y excrementos humanos, osaste, oh infame, censurar primero la juventud de Antonio, un hombre que se ha educado entre pedagogos y maestros en consonancia con la dignidad de su linaje, y acusarlo después porque, celebrando las fiestas ancestrales de las Lupercales 17 , entró desnudo en el foro 18 ? Pero dime tú, que [2] a causa del oficio de tu padre siempre has utilizado ropas ajenas, porque te quitabas las tuyas ante todo el que te salía al encuentro o te conocía, ¿qué debía hacer un hombre como Antonio que no solo era sacerdote sino jefe de su colegio sacerdotal 19 ? ¿No celebrar la fiesta, no desfilar en la procesión, no hacer los sacrificios [3] ancestrales, no desnudarse, no ungirse? “Pero no le censuro eso —dice—, sino que estuviese desnudo en el foro y que pronunciara tal discurso.” ¡Con qué exactitud ha aprendido en el batán todo lo que es conveniente o no para darse cuenta de un verdadero error y poder censurarlo justamente!

[6 ] »Más tarde yo diré todo lo conveniente en defensa de aquel comportamiento, pero ahora quiero hacerle a ese una pregunta. ¿Tú no te has alimentado, por cierto, con los males ajenos y te [2] has educado con las desgracias de los que están cerca de ti, y por eso no sabes ninguna enseñanza noble, pero has creado una especie de despacho y ahí siempre esperas clientes, como esperan las prostitutas a alguien que les dé algo, y con tus muchos delatores de los asuntos públicos urdes a tu antojo quién ha injuriado a quién, o parece haber injuriado; quién odia a [3] quién o quién conspira contra quién 20 ? Y en ellos te sustentas y por ellos te alimentas, vendiéndoles esperanzas de una suerte mejor y amañando las sentencias de los jueces; y consideras amigo solo a quien te da siempre algo más y enemigos a todos [4] los que no colaboran contigo o recurren a otro abogado, pues finges no conocer siquiera a los que ya están en tus manos —los consideras una molestia—, pero a los que de primeras se acercan a ti los recibes con muchas zalamerías y risas, como las mesoneras.

»¡Cuánto mejor sería que tú fueras Bambalión 21 , si el tal [7 ] Bambalión se llama así por tartaja, antes que abrazar una vida tal, en la que es del todo inevitable que vendas el discurso en defensa de un hombre inocente o incluso que salves a los culpables! Sin [2] embargo, tú ni si siquiera eso puedes hacerlo bien, aunque has vivido en Atenas tres años 22 . ¿En qué me baso? ¿Por qué lo digo? Porque tú eres el que entras siempre temblando a los tribunales, como si fueras a combatir en primera fila, y te retiras hablando con voz baja y mortecina, pues llegas sin recordar nada de lo que has leído en casa, incapaz de improvisar nada. Pero es que por tu [3] audacia superas a todos los hombres en decir y prometer cosas; y en los debates, aparte de injuriar y hablar mal de alguien, eres el más débil y cobarde. ¿O crees que hay alguien que desconozca que no has pronunciado ninguno de esos admirables discursos tuyos que has publicado, sino que todos ellos los has escrito después, como los que modelan de arcilla a los generales y a los jefes de la caballería? Si no te lo crees, recuerda cómo acusaste a Verres 23 : [4] te orinaste encima haciéndole una demostración de tu arte —quiero decir del aprendido de tu padre 24 —. Pero no sigo por ahí, no sea que parezca que yo, al decir con detalle lo que a ti te cuadra, haga un discurso que no se acomode a mi persona 25 .

[8 ] »Eso no lo permitiré. Y, por Júpiter 26 , recordemos a Gabinio, contra quien, después de haber manipulado incluso a los acusadores, llevaste su defensa de tal modo que fue condenado 27 ; y los libelos que compones contra tus amigos, un asunto del que eres tan consciente de obrar mal, que no te atreves a publicarlos 28 ; y, sin embargo, eso es lo más infame y lamentable: el no poder negar algo cuyo reconocimiento resulta ser lo [2] más vergonzoso de todo. Pero voy a dejar este tema y reanudaré con lo demás. Pues nosotros que, según dices, hemos regalado a nuestro maestro de retórica dos mil pletros de la tierra de Leontinos 29 , no hemos aprendido nada digno de esa cantidad; pero ¿quién no se queda admirado con tu saber? ¿Que [3] cuál es ese saber? Envidias siempre al que es mejor que tú, hechizas siempre a quien se te acerca, calumnias al que es más admirado que tú, denuncias al poderoso y odias a todos los buenos por igual, mientras finges amar solo a aquellos que [4] crees que te servirán para cometer algún delito. Por eso azuzas a los jóvenes contra los ancianos; y a los que confían en ti, aunque sea mínimamente, los conduces a posiciones peligrosas y los abandonas.

»La prueba: nunca, ni en la guerra ni en la paz, has realizado [9 ] una acción digna de un hombre insigne. ¿Qué guerras ganamos siendo tú pretor 30 ? ¿Qué región conquistamos siendo tú cónsul 31 ? Pues en tu vida privada, engañando siempre a algunos de los principales ciudadanos y apropiándotelos, gobiernas a través de ellos y gestionas todo lo que quieres; pero en la vida [2] pública gritas otras cosas, graznando aquellas palabras infames: “Yo soy el único que os ama”, y si se tercia, “y fulano también, pero todos los demás os odian”; y “Yo soy el único que piensa en vosotros, todos los demás conspiran contra vosotros”; y otras cosas por el estilo con las que a unos, alentándolos y animándolos, después los traicionas y a los demás, asustándolos, los añades a tu causa. Y aunque suceda algo bueno gracias a uno cualquiera, [3] le quitas el puesto y pones tu nombre sobre el suceso repitiendo: “Ya lo dije yo”, “Ya lo escribí yo” y “Gracias a mí los hechos han sucedido así”. Pero si ocurre algo que no debía, tú te excluyes y acusas a todos los demás diciendo: “¿Es que era [4] yo el pretor?”, “¿Era yo el embajador?”, “¿Era yo el cónsul?”. E injurias a todos en todas partes y en todo momento; y, puesto que valoras más el poder que obtienes por parecer que dices la verdad con audacia que por decir algo que es necesario, das una imagen indigna del discurso de un orador. ¿Pues qué cosa de la [10 ] comunidad se ha salvado o se ha restablecido gracias a ti? ¿A quién de los que ultrajaban realmente la ciudad has denunciado o a quién de los que realmente conspiraban contra nosotros has señalado? 32 Pero pasemos por alto los demás hechos y vayamos [2] a esos mismos hechos que ahora reprochas a Antonio, y que son tantos y tan graves que nadie podría proponer un castigo digno de ellos. ¿Por qué, si tú veías que nosotros éramos injuriados por él desde un principio, tal como tú afirmas, no te enfrentaste [3] a él desde el primer momento ni lo acusaste, y por qué nos dices ahora cuántas ilegalidades cometió mientras fue tribuno 33 y cuántos delitos mientras fue jefe de la caballería 34 y cuántas maldades mientras fue cónsul, cuando entonces te era posible recibir de inmediato la justa satisfacción por cada uno de los delitos? Así tú te habrías mostrado como un verdadero patriota y nosotros habríamos aplicado para dichas injusticias un castigo [4] ineludible y sin correr riesgos. Porque es forzoso una de estas dos cosas: o bien tú, a pesar de estar convencido entonces de que las cosas eran así, te has desentendido de entablar pleitos para defendemos o bien, no pudiendo probar nada, denuncias ahora en vano.

[11 ] »Que esto es así, senadores, os lo demostraré haciendo un examen punto por punto. “Durante su tribunado, Antonio hablaba en defensa de César”, dice. Pues también Cicerón y algunos otros lo hacían en defensa de Pompeyo: ¿por qué, entonces, le censura que eligiese la amistad de César, pero es indulgente consigo mismo y con los demás que eligieron el bando contrario? “En algunas ocasiones, Antonio impidió que entonces se [2] votara contra César.” Pero también ese impedía todo, por así decir, cuanto se promulgaba en defensa de César. “Antonio era un obstáculo —dice— frente a la voluntad unánime del Senado.” En primer lugar, ¿cómo un solo hombre pudo tener tanta fuerza? Y después, si es verdad que fue condenado por este motivo, según él afirma, ¿cómo es que no fue castigado? “Porque huyó —dice—, huyó a refugiarse con César escapando de la [3] ciudad.” Pues bien, también tú, Cicerón, has obrado igual: esta vez no fue un simple cambio de domicilio, sino que huiste, igual que hiciste antes 35 . Pero no eches tan a la ligera sobre todos nosotros tus propias vergüenzas. Pues huir es precisamente lo que has hecho, por temor a los tribunales y por conocer de antemano cuál sería tu condena. Y, claro, fue decretado tu regreso. [4] ¿Cómo y por obra de quién? No lo digo 36 . Pero, en efecto, se publicó ese decreto, y tú no volviste a Italia hasta que te fue concedido el regreso. Antonio, al contrario, partió junto a César, pero para informarle de lo que había sucedido, y después regresó sin solicitar ningún decreto, y finalmente la paz y la [5] amistad que César le ofreció la extendió a todos los que entonces se encontraban en Italia. Y los demás habrían podido participar de ellas si no hubieran huido convencidos por ti 37 .

»¿Y aun siendo los hechos así te atreves a decir que empujó [12 ] a César contra la patria, promovió una guerra civil y fue el principal causante de los males que a consecuencia de ella cayeron sobre nosotros? No fue él, sino tú, el que diste a Pompeyo legiones que no le correspondían y el mando, mientras intentabas privar a César de las que se le habían concedido; tú, el que [2] aconsejaste a Pompeyo y a los cónsules no acceder a ninguna de las propuestas de César y abandonar la ciudad y toda Italia; tú, el que ni siquiera viste a César entrar en Roma, pues habías huido a Macedonia para estar junto a Pompeyo. Pero tampoco [3] cooperaste en nada con este, sino que, observando con indiferencia los acontecimientos, lo abandonaste más tarde, cuando la suerte se volvió contra él. Así, ni le ayudaste al principio, cuando supuestamente estaba obrando de la forma más justa, ni tampoco después, cuando promovió la sedición y perturbó el orden social, sino que entonces espiabas a ambos desde una posición [4] segura. Pero, en cuanto Pompeyo fracasó, te apartaste de él inmediatamente, como si hubiera cometido algo injusto, y te pusiste del lado del vencedor, como si fuera más justo. Y así, además de otros muchos defectos, también eres un desagradecido, hasta el punto de no reconocerle que fuiste salvado por él 38 , sino que te indignas incluso por no haber sido nombrado maestro de la caballería.

[13 ] »¿Y aun sabiendo tú que eso es así te atreves a decir que Antonio no debía ser jefe de la caballería por un año entero? Entonces tampoco César debería haber sido dictador por un año entero 39 . Pero acertada u obligadamente sucedió así, y ambas cosas fueron votadas por igual y nos parecieron bien a nosotros [2] y al pueblo. A ellos pues, Cicerón, repróchaselo, si votaron algo ilegal; pero no, por Júpiter, a quienes fueron honrados por ellos, pues simplemente se mostraron dignos de recibir tan gran honor. Porque si nosotros, desbordados por los acontecimientos de entonces, nos vimos obligados a hacer esas mismas cosas, incluso en contra de lo conveniente, ¿por qué ahora culpas a Antonio de eso, pero no dijiste nada contra él entonces, aunque podías? ¡Porque tenías miedo, por Júpiter! ¿Y tú, que callaste [3] entonces, pretendes comprensión para tu cobardía, pero ese, porque fue honrado por encima de ti, deberá recibir un castigo por su virtud? ¿Dónde has aprendido esa idea de justicia o dónde has leído esas leyes?

»“Pero no actuó rectamente durante su etapa de jefe de la [14 ] caballería.’’¿Por qué? “Porque compró —dice— los bienes de Pompeyo 40 .” ¡Cuántos otros compraron otras tantas cosas y nadie les pide cuentas! Pues es por ese procedimiento como se confiscan las propiedades: se sacan al mercado y son pregonadas por la voz de un heraldo del Estado, para que cualquiera las compre. “Pero no tenía que haber comprado las posesiones de [2] Pompeyo.” Entonces fuimos nosotros quienes cometimos una falta y obramos mal al ponerlas a la venta. A menos que, para que nadie nos eche la culpa a ti o a nosotros, fuera César quien delinquió de lleno al ordenar que se hiciese así; al cual, por cierto, no le hiciste ningún reproche. Pero es en lo que sigue [3] donde se hace evidente que Cicerón está totalmente loco. Y es que ha acusado a Antonio de dos cosas de lo más contradictorias. Una, porque dice que, habiendo colaborado con César en muchísimos asuntos y recibido por eso enormes recompensas de aquel, después se le tuviera que reclamar por la fuerza el valor de las mismas. La otra, porque dice que, puesto que no [4] heredó nada de su padre y, además, todo cuanto tenía lo devoró como Caribdis 41 (siempre nos trae referencias de Sicilia, para que no se nos olvide que estuvo exiliado allí), no llegó a pagar el valor de lo que compró.

[15 ] »En estas acusaciones, al decir cosas tan contradictorias, nuestro admirable orador se refuta a sí mismo. ¡Pero, por Júpiter, también en las demás acusaciones! Porque unas veces dice que Antonio colaboró en todo lo que hacía César y que por ello es el máximo responsable de todos los males patrios; pero otras veces, afeándole su cobardía, le reprocha que no participara en [2] nada salvo en lo que llevó a cabo en Tesalia 42 . Otro ejemplo: lo acusa diciendo que trajo a algunos de los que estaban en el exilio y, por otro lado, le censura que no concediera el regreso también a su tío 43 , como si alguien creyera que, de haber podido traer a cualquiera, no habría hecho regresar a aquel el primero, porque ni Antonio tenía ninguna queja contra su tío ni este contra [3] Antonio, como ese sabe muy bien. Por supuesto que ha hecho muchas y temerarias acusaciones contra él, pero no se atrevió a decir nada semejante. En definitiva, no le importa en absoluto soltar, como escupitajo 44 , todo lo que le viene a la lengua.

[16 ] »¿Para qué seguir más lejos con este asunto? Pero cuando ese pasea declamando como en una tragedia, y ahora habló así al afirmar que Antonio ofrecía la cara más negativa del maestro de la caballería por recurrir en todo lugar y con cualquier pretexto a la espada, a la púrpura, a los lictores y a los soldados, que me diga claramente en qué 45 fuimos víctimas de estas cosas 46 . Pero él nada puede decir, porque si pudiera, es lo primero [2] que habría contado. Pues muy al contrario, los que se rebelaron entonces y cometieron toda clases de tropelías eran Trebelio y Dolabela 47 , mientras que Antonio, incluso en aquellos momentos, no cometió ningún delito y hacía todo en vuestro favor, de modo que la guardia de la ciudad que vosotros le habíais confiado la volvió contra aquellos, sin que se opusiera ese admirable orador (pues estaba presente); es más, incluso con su consentimiento. O que señale qué palabra salió de su boca cuando vio el [3] desenfreno y la barbarie, como él mismo censura, para no hacer nada de lo que había que hacer, aunque había recibido de vosotros tanta autoridad. No podría señalar ninguna. Así es ese gran orador y amante de la ciudad, que en todo lugar y a todas horas va con la misma cantinela diciendo: “Yo soy el único que lucho [4] por vuestra libertad, yo soy el único que hablo abiertamente en defensa de vuestra democracia; ni el favor de los amigos ni el miedo de los enemigos me aparta de mirar por vuestro interés; yo, si he de morir por los discursos que pronuncio en vuestra defensa, moriré con sumo agrado”. Ni una sola palabra de las que ahora grita se atrevió a decir entonces. Pero es muy natural. [5] Pues le ocurría que encontraba razonable aquel comportamiento: Antonio recurría a los lictores y al vestido bordado con púrpura 48 de acuerdo con las costumbres ancestrales sobre los maestros de la caballería, mientras que la espada y los soldados los utilizaba contra los rebeldes en casos de necesidad. ¿Qué fechoría entre las más terribles no habrían cometido aquellos, si Antonio no les hubiera hablado con esa protección, cuando incluso así algunos lo despreciaban?

[17 ] »Que, en efecto, esas prácticas y todas las demás se realizaron de un modo correcto y siguiendo el estricto criterio de César, lo demuestran los hechos. Pues la sedición no fue más allá, y Antonio no solo no rindió cuentas por esos actos, sino que [2] después de aquello fue designado cónsul 49 . Y, por favor, observad cómo ejerció ese poder; pues encontraréis que su mandato, si lo examináis detalladamente, fue muy apreciado por la ciudad. Y sabiendo eso Cicerón no controló su envidia, sino que se atrevió a calumniarlo por las mismas acciones de las que se [3] habría ufanado de haberlas hecho él. Por eso ha traído aquí lo de la desnudez, lo del ungüento y aquellos antiguos mitos 50 , no porque hoy necesitara mencionarlo, sino para ensombrecer con [4] su charlatanería el ingenio y el éxito de Antonio. Fue Antonio el que, ¡oh, tierra y dioses! (voy a clamar más alto que tú 51 y voy a invocarlos con más justicia), viendo que la ciudad, de hecho, ya estaba tiranizada —puesto que todas las legiones obedecían a César—, y que todo el pueblo junto con el Senado se le sometía, [5] hasta el punto de votar, entre otros acuerdos, que fuese dictador de por vida 52 y que usara el ropaje de los reyes 53 , fue él quien se lo reprobó de la manera más inteligente y lo contuvo con la mayor firmeza, hasta que, haciéndole sentir vergüenza y temor, César rechazó el título de rey y la diadema que él, en contra de nuestra voluntad, se iba a otorgar a sí mismo. Cualquier [6] otro habría dicho que fue César quien le ordenó hacer aquellas cosas y habría pretextado obediencia debida y solicitado el perdón con esa excusa: ¿cómo no, cuando nosotros votábamos tales acuerdos y los soldados ostentaban tanto poder? Pero Antonio, puesto que estaba familiarizado con el modo [7] de pensar de César y conocía al detalle todo cuanto se iba a llevar a cabo, lo apartó de aquellas pretensiones de la forma más sensata hasta disuadirlo totalmente. Y la prueba es que César ya [8] no hizo absolutamente nada como un monarca; es más, se relacionaba con todos nosotros en público y sin guardia personal: ese fue el principal motivo por el que pudo acabar como acabó.

»Eso, Cicerón o Ciceroncito o Ciceroncín o Ciceroncillo o [18 ] Grieguecito 54 , o como te guste llamarte, es lo que hizo el que carecía de cultura e iba desnudo y perfumado. Nada de lo cual [2] has hecho tú, el experto, el sabio, el que consumes mucho más aceite que vino 55 , el que dejas que la toga te caiga hasta los tobillos 56 ; pero no, por Júpiter, como los bailarines, que te enseñan una gran variedad de pensamientos con sus posturas, sino para ocultar la ridiculez de tus piernas. Pues no haces esto por [3] recato, tú, que hasta la saciedad has hablado sobre el modo de vida de Antonio. ¿Quién no ve los delicados mantos que llevas? ¿Quién no huele tus canas repeinadas? ¿Quién no sabe que repudiaste a tu primera mujer 57 , que te dio dos hijos, y, siendo ya viejísimo, tomaste a otra 58 , que era una adolescente, para pagar [4] tus préstamos? Sin embargo, tampoco retuviste a esta, para poder tener así segura a Cerelia 59 , con la que cometiste adulterio —aunque era tan vieja que te llevaba más años que tú a la joven aquella con la que te casaste— y a la que escribes unas cartas como las que podría escribir un hombre rijoso y deslenguado [5] atraído por una mujer septuagenaria. Por lo demás, fui arrastrado a decir todo esto, senadores, para que tampoco él salga con menos daño que yo en tales temas. Sin embargo, se atrevió a censurar a Antonio por cierto banquete mientras él, según dice, solo bebe agua, para pasar la noche escribiendo los discursos contra nosotros; pero cría a su hijo con tal cantidad de alcohol, [6] que no está cuerdo ni de noche ni de día. Además comenzó a calumniar la boca de Antonio, cuando él ha utilizado a lo largo de toda la vida tal libertinaje y sordidez, que ni siquiera excluyó a los parientes, sino que prostituyó a su mujer y mantuvo relaciones con su hija.

[19 ] »Pero dejaré estos asuntos para volver al punto donde me aparté del discurso. Pues Antonio, aquel contra el que ese se ha lanzado, viendo a César alzarse sobre nuestra república, consiguió que no hiciera nada de lo que se proponía, y para ello recurrió [2] a aquellas cosas que parecían agradar más a César. Pues nada disuade tanto a quienes por desear alcanzar el éxito actúan de forma incorrecta, como que aquellos que temen sufrir esas [3] desgracias hagan creer que desean soportarlas. En efecto, los poderosos, conscientes de las injusticias que cometen, son desconfiados y, si creen que han quedado en evidencia, se avergüenzan y tienen miedo, y entonces interpretan lo que se les dice con un sentido diferente: lo dicho en tono crítico lo toman como adulación y, cuando se les dice con pudor las consecuencias que puedan tener estas cosas, sospechan de una conspiración. Pero Antonio, que sabía esto perfectamente, optó primero [4] por participar en las Lupercales y en aquella procesión, para asegurarse que César, libre de todo prejuicio en el ambiente festivo de aquellos actos, volviera a la sensatez; y después por ir así hasta el foro y a la tribuna de oradores 60 , para que César sintiera vergüenza ante aquellos lugares. Y canalizó los mandatos [5] que le llegaban del pueblo, para que César al oírlos razonara no que todos ellos eran cosas que decía entonces Antonio, sino que era lo que el pueblo romano habría encargado decir a alguien. ¿Cómo iba a creer César que el pueblo romano le habría encargado a alguien decir tales cosas, cuando ni sabía que el pueblo hubiera votado nada en tal sentido ni habían llegado a sus oídos gritos pidiéndolas 61 ? En efecto, era necesario que César [6] oyera esos mandatos del pueblo en el foro romano, en donde muchas veces habíamos adoptado muchas decisiones en defensa de la libertad; y en la tribuna de oradores, desde donde en innumerables ocasiones hicimos surgir innumerables iniciativas en defensa de la democracia; y en la procesión de las Lupercales, para que se acordara de Rómulo 62 ; y de labios del cónsul, para que tuviera en mente las acciones de los antiguos cónsules; y en nombre del pueblo, para que tuviera presente en su ánimo [7] que intentaba ser tirano no de africanos, galos o egipcios, sino de los propios romanos. Esas palabras de Antonio lo disuadieron y lo volvieron más humilde. Pues se habría puesto muy pronto la diadema, si cualquier otro se la hubiera ofrecido; pero desde entonces aquellos hechos lo dejaron conmocionado, estremecido, atemorizado.

[8] »Ahí tienes las obras de Antonio. Él en modo alguno puso el pie en un barco para huir, ni se quemó la mano por temor a Porsena, sino que puso fin a la tiranía de César con sabiduría y [20 ] pericia, superando la lanza de Decio y la espada de Bruto 63 . Pero tú, Cicerón, en tu consulado, ¿qué cosa hiciste que se pueda considerar sabia o buena, y no digna del mayor castigo? Y a nuestra ciudad, que estaba tranquila y en armonía, ¿no la soliviantaste y sublevaste llenando el foro y el Capitolio entre otras [2] gentes también con esclavos que llamaste para tu servicio? Y a Catilina, solo por aspirar a cargos públicos, pero que ninguna otra cosa terrible había hecho, ¿no lo eliminaste de mala manera? Y a Léntulo y sus seguidores, que ni habían cometido injusticia alguna, ni fueron juzgados ni se confesaron culpables, ¿no los aniquilaste de un modo lamentable, aunque, eso sí, tú en muchas ocasiones y en muchos lugares no has dejado de parlotear sobre leyes y tribunales? Pero si alguien quitara de tus discursos [3] esas disertaciones jurídicas, nada queda. Pues a Pompeyo lo acusabas porque hizo un juicio a Milón en contra de las normas establecidas; pero tú no aplicaste a Léntulo nada, ni grande ni pequeño, de lo que hay legislado para estos casos, sino que arrojaste a Léntulo a la cárcel, un hombre respetable y anciano que desde sus antepasados había dado muchas y grandes pruebas de su amor a la patria, y que por su edad y actitudes era totalmente incapaz de tramar nada. Pues, ¿qué mal padecía que [4] habría sanado con el cambio de la situación política? ¿O cuál de los bienes que tenía no corría el riesgo de perderlo si se implicaba en una conspiración? ¿Qué armas había acumulado o cuántos aliados tenía dispuestos para que un hombre, que había sido cónsul y entonces era pretor, y que ni pudo hablar para defenderse ni oír de qué se le acusaba, cayera en la cárcel de forma tan lamentable e impía y allí se consumiera como el peor de los malhechores? Pues así fue como lo deseó precisamente [5] ese bello Tulio, para matar en el lugar de su mismo nombre 64 al nieto de aquel Léntulo que una vez fue príncipe del Senado 65 . [21 ] Y, sin embargo, ¿qué habría hecho él entonces si hubiera dispuesto de un poder armado, él, que ha llevado a cabo tales y tan graves atrocidades con solo sus discursos? Estos son tus ilustres éxitos; esos, tus grandes hazañas militares. Con ellos alcanzaste tanta gloria, que no solo fuiste condenado por los demás, sino que tú votaste contra ti mismo, de modo que marchaste al exilio antes incluso de ser juzgado 66 . Sin embargo, ¿qué otra prueba [2] mayor de tu perfidia que el hecho de que estuvieras a punto de perecer a manos de aquellos mismos en cuyo beneficio pretextabas haber actuado así y de que, de entre ellos, temieras a aquellos mismos de los que decías haber sido su benefactor y de que no esperaras ni a oír una palabra de ellos ni a decirles una palabra, tú, el genio, el entendido, el que ayudaba a los demás, pero que encontraste la salvación en la huida, como si escaparas [3] de una batalla? Y eres tan desvergonzado, que te pusiste a escribir una obra 67 acerca de estos hechos que son de tanta gravedad, cuando era necesario que suplicaras que ninguno de los otros escribiera nada sobre aquellos hechos, a fin de conseguir una cosa: que se perdieran contigo todas las cosas hechas por ti y no dejaras ningún recuerdo de ellas a las generaciones venideras. [4] Y para que también riáis, oíd cuál es su sabiduría. Pues habiéndose propuesto escribir todo lo que ha sucedido en Roma (porque él se presenta como sofista, poeta, filósofo, orador e historiador), comenzó no a partir de la fundación de la ciudad, como han hecho los demás historiadores, sino a partir de su consulado, para, avanzando hacia atrás, hacer que sea su consulado el comienzo de esa historia y el final, el reinado de Rómulo.

[22 ] »Di entonces, tú que escribes tales cosas pero haces esas otras, ¿cuáles son las que un hombre bueno debe decir en la tribuna y hacer de hecho? Pues tú eres mejor exhortando a los otros para cualquier cosa que haciendo lo que se debe, y eres [2] mejor censurando a los otros que corrigiéndote a ti mismo. Sin embargo, ¡cuánto mejor sería que tú, en vez de la cobardía que le reprochas a Antonio, te desprendieras de tu molicie de alma y de cuerpo y, en vez de la deslealtad que le echas en cara, no hicieras nada desleal ni desertaras y, en vez de la ingratitud de que lo acusas, no cometieras injusticias con tus benefactores! [3] Pues, en efecto, todos los vicios connaturales en él 68 se resumen en este solo: que de todos odia especialmente a quienes le han hecho algún beneficio, y a los otros siempre los halaga, pero al mismo tiempo conspira contra ellos. Para dejar lo demás, solo diré que a pesar de haber obtenido la compasión de César y, gracias a él, haberse salvado e inscrito entre los patricios 69 , lo mató, no por propia mano (¿cómo, siendo cobarde y mujeril?) sino convenciendo y sobornando a los que lo hicieron. Y que esto que digo es verdad, os lo mostrarán aquellos mismos: [4] cuando entraron corriendo en el foro con las espadas desenvainadas, lo llamaron una y otra vez por su nombre diciendo “¡Cicerón!”, como todos oísteis 70 . Él, en efecto, mató a aquel que [5] era su benefactor, César; y de él, de Antonio, habiendo recibido el sacerdocio y la salvación (cuando a punto estuvo de perecer en Brindis 71 a manos de los soldados 72 ), le devuelve casualmente tales favores acusándolo de aquello que ni él ni nadie le reprochó nunca y recurriendo a imputaciones que alababa en otros. Y en cuanto al César actual (Octavio), aunque no tenía [6] edad 73 para desempeñar cargos ni para gestionar ningún asunto político ni había sido elegido antes por nosotros, viendo que conseguía una fuerza armada y que se ponía al frente de una guerra sin que lo hubiéramos votado ni se la hubiéramos encomendado, ¡no solo no le pide cuentas, sino que lo alaba! Así, ni [7] busca lo que es junto de acuerdo con las leyes ni lo que conviene atendiendo al bien común, sino que todo lo realiza a su capricho: por los mismos hechos glorifica a unos y denuncia a [23 ] otros, acusándoos falsamente y calumniándoos. Pues todo lo que ha hecho Antonio después de la muerte de César encontraréis que ha sido ordenado por vosotros. Y en lo referente a la administración del dinero y a la interpretación de los documentos [2] de César 74 creo que huelga hablar de ello. ¿Por qué? Porque, primero, sería entrometerse en lo que corresponde a quien ha heredado la hacienda de César y, segundo, si es que hay algo de verdad respecto a una fraudulenta interpretación del testamento, entonces es necesario impedirlo al instante. Pues ninguna cosa, Cicerón, se hizo bajo cuerda, sino que todo se escribió en [3] estelas, como tú mismo reconoces 75 . Pero si aquel delinquió tan clara y desvergonzadamente como dices y se apoderó de toda Creta porque supuestamente, según los escritos de César, debía quedar libre tras el mandato de Bruto 76 (y dices que Bruto recibió de nosotros ese mandato después de la muerte de César), ¿cómo tú habrías podido callar o cómo cualquier otro podría [4] haberlo soportado? Pero todo esto, como dije, lo dejaré a un lado. Pues la mayoría de esas acusaciones se han formulado sin dar nombres y Antonio, que es el único que puede explicaros cada una de las cosas que ha hecho, no está presente, Y en cuanto a Macedonia, la Galia y las demás provincias y legiones ahí están vuestros decretos, senadores, según los cuales a cada uno le encargasteis una provincia, y a Antonio le confiasteis la Galia con los soldados. Y esto también lo sabe Cicerón; pues estaba presente, y todas las demás decisiones habían sido votadas [5] igualmente por vosotros. Sin embargo, ¡cuánto mejor habría sido oponerse entonces —si alguna de esas cosas no se hacía de un modo conveniente— y revelarnos lo que ahora propone, que callar en aquel instante, dejando que entonces os equivocarais, y ahora denunciar de palabra a Antonio pero de hecho acusar al Senado!

»Pues de ninguna manera podría decir esto alguien sensato: [24 ] que Antonio os forzó a votar esas medidas; porque tampoco él tenía ninguna fuerza como para obligaros a hacer algo en contra de vuestra opinión, y además su proceder ha sido siempre en defensa de la ciudad. Y, puesto que las legiones habían sido [2] enviadas por delante y estaban agrupadas y, además, había miedo de que estas, al enterarse de la muerte de César, se sublevaran y, eligiendo a algún irresponsable, de nuevo entraran en guerra, a vosotros os pareció lo mejor —y actuabais recta y acertadamente— poner a Antonio al mando de las legiones, pues era el cónsul, el que os había guiado a la concordia y el que había extirpado la dictadura de nuestro sistema político. Por eso [3] le disteis la Galia en vez de Macedonia, para que, estando entonces en Italia 77 , no llegara a cometer ningún desliz y cumpliera al punto lo que le habíais ordenado.

»A vosotros os dije esto para que supierais que habéis deliberado [25 ] correctamente. Y en cuanto a Cicerón me bastaría con destacar los siguientes puntos: que cuando sucedieron todos esos hechos él estaba presente y votó con nosotros esas decisiones, y que Antonio ni tenía ningún soldado ni en absoluto podía amenazarnos con algo espantoso, lo cual podría habernos impedido tomar alguna decisión conveniente. Pero si entonces callaste, [2] dime ahora, ¿qué teníamos que haber hecho nosotros si las cosas estaban así? ¿Dejar las legiones sin mando? ¿Cómo no iban a causar innumerables males en Macedonia y en Italia? ¿Poníamos al frente a algún otro? Pero ¿a qué otro habríamos encontrado [3] más idóneo y adecuado que Antonio, que era el cónsul, el que dirigía todos los asuntos de la ciudad, el que tanto vigilaba nuestra concordia, el que daba innumerables muestras de buena voluntad [4] para con la comunidad? ¿O elegíamos a uno de los asesinos? Por lo demás, ni siquiera para ellos era seguro vivir en Roma. ¿Elegíamos a alguno de los que estaban en el bando contrario de estos 78 ? Todos sospechaban de esos otros. Y, aparte de Antonio, ¿quién había más digno o quién sobresalía en experienda? [5] Pero tú estás indignado porque no te elegimos. Pero ¿qué cargo desempeñas ahora? ¿Qué cosa no te habrías atrevido a hacer con armas y soldados, tú, que perturbaste tanto y hasta tal punto la ciudad bajo tu consulado con esas antítesis a las que [26 ] recurres, lo único en lo que eres un maestro consumado? Pero vuelvo sobre lo mismo: que también estabas presente en esos momentos, cuando se tomaron aquellas decisiones, y nada dijiste en contra, sino que estuviste de acuerdo con todas ellas por ser evidente que eran las mejores y además necesarias. Y en modo alguno estabas falto de libertad de expresión, pues mucho ladras [2] en vano. Tampoco temías a nadie. ¿Cómo podrías temer a uno desnudo, tú, que no temes a un hombre armado? ¿Cómo podrías temer a un hombre solo, tú, que no temes al que tiene tantos soldados 79 ? Porque al menos tú te vanaglorias de esto, de que, según dices, desprecias la muerte 80 .

[3] »Estando así las cosas, ¿quién os parece que actuaba más injustamente, Antonio, que dosificaba los poderes que le fueron concedidos por vosotros, o César (Octavio), que se rodeaba de tanta fuerza propia 81 ? ¿Antonio, que ha partido para hacerse cargo del poder que le ha sido encomendado por nosotros, o (Décimo) Bruto 82 , impidiéndole llegar a la región 83 ? ¿Antonio, que [4] quiere obligar a nuestros aliados a cumplir nuestros decretos, o los aliados, que no reciben al gobernador que les hemos enviado, pero acogen a quien ha sido apartado por vuestros decretos? ¿Antonio, que mantuvo juntos a nuestros soldados, o los [5] soldados, que abandonaron a su jefe 84 ? ¿Antonio, que no dejó entrar en Roma a ninguno de los soldados que le fueron entregados por nosotros, o César (Octavio), que trajo hasta aquí mediante soborno a soldados que eran antiguos veteranos? Yo creo [6] que no se necesitan más palabras para demostrar que Antonio ha llevado a cabo rectamente todo lo que le hemos ordenado, mientras que esos deben ser castigados por lo que se atrevieron a hacer por iniciativa propia. Por eso os hicisteis proteger con los [7] soldados, para deliberar con seguridad sobre la situación del momento, no por causa de Antonio, porque pudiera hacer algo en su provecho u os provocara temor por algo, sino por causa de aquel 85 que ha reunido una fuerza contra Antonio y en muchas ocasiones mantiene muchos soldados en la propia Roma.

»Estas cosas las dije, en efecto, a causa de Cicerón, pues él [27 ] empezó al pronunciar ante vosotros un discurso injusto; porque yo de ninguna manera soy pendenciero como ese ni me cuido de entrometerme en los males ajenos, como ese se vanagloria siempre de hacer. Pues lo que a vosotros os exhorto, que no es ni por complacer a Antonio ni por calumniar a César (Octavio) o a (Décimo) Bruto, sino deliberando en defensa de lo que conviene a la comunidad, sea lo que sea, ahora ya lo voy a explicar. [2] Afirmo que ni hay que considerar enemigo a ninguno de aquellos que han tomado las armas, ni tampoco hay que hacer una investigación escrupulosa sobre qué han hecho o cómo han actuado. Pues tampoco el momento presente es adecuado para esto siendo todos ellos ciudadanos nuestros por igual: si alguno de ellos cayera en desgracia, se perderá para nosotros, y, si [3] triunfa, se levantará contra nosotros. Por eso, en efecto, creo que es necesario tratarlos patriota y amistosamente y enviarles a todos por igual mensajeros que les ordenen deponer las armas y ponerse a nuestra disposición tanto ellos como sus legiones; y que por el momento no declaremos la guerra contra ninguno de ellos, sino que, según las respuestas que nos den, elogiemos a quienes acepten obedecer estas órdenes que les enviamos y [4] hagamos la guerra a los que desobedezcan. Pues lo justo y conveniente para nosotros es no apresurarse ni hacer nada precipitadamente, sino aguardar y, después de haberles dado a estos y a sus soldados una oportunidad para cambiar su forma de pensar, entonces sí, si fuera necesaria la guerra, ordenarles a los cónsules que la lleven adelante.

[28 ] »Y a ti. Cicerón, te exhorto a no tener un ánimo mujeril, a no imitar a Bambalión 86 y a no provocar guerras ni, a causa de tu particular enemistad con Antonio, por llevarla al terreno público, [2] a poner en peligro toda la ciudad. Actuarás bien si te reconcilias con aquel con quien en muchas ocasiones mantuviste relaciones de amistad. Pero si mantienes sentimientos irreconciliables hacia él, evítanos esa decepción y, puesto que has sido el causante de que exista esa amistad entre nosotros, no la rompas; por el contrario, recuerda aquel día y aquel discurso que [3] pronunciaste en el recinto sagrado de la diosa Tierra 87 , y aprovéchate de esa Concordia 88 con la que ahora estamos deliberando para no volver a proferir aquellas calumnias, pronunciadas no desde una intención recta sino guiado por algún otro interés. Pues esto conviene a la ciudad y esto te aportará la mayor [4] gloria. Y no creas que mantener tu animosidad te da fama y seguridad, ni digas que desprecias la muerte ni confíes en que te elogiarán por eso. Pues de tales hombres todos sospechan y [5] los odian, en la idea de que se atreverían a cualquier disparate por demencia. Sin embargo, a los que ven que tienen en la mayor estima su propia salvación, los alaban y elogian en la idea de que voluntariamente no hacen nada que los lleve a la muerte. Si tú, en efecto, quieres salvar la patria, ¡di y haz cosas tales con [6] las que te salves tú mismo y no, por Júpiter, con las que nos destruirás a todos!».

Cuando Caleno terminó de decir tales cosas, Cicerón no lo [29 ] soportó nada bien, pues siempre utilizaba contra todos por igual un lenguaje directo y desmedido; pero no consideraba digno que los demás emplearan con él esa misma libertad de lenguaje 89 . Entonces Cicerón, dejando el análisis de la situación política, se instaló en la injuria contra Caleno, de modo que aquel día transcurrió totalmente en vano a causa de este incidente. Pero [2] durante el siguiente día y el tercero se pronunciaron muchos y diferentes discursos por ambos bandos, imponiéndose los partidarios de César (Octavio). Así, se aprobó por votación lo siguiente: por una parte, que se erigiera una estatua al propio César (Octavio) y que se le admitiera en las deliberaciones del Senado entre los que ya habían sido cuestores 90 ; que pudiera presentarse a las demás magistraturas diez años antes de lo dispuesto [3] por la ley, y que tomara de la ciudad el dinero que había gastado en soldados, pues los había equipado a su costa en defensa de la ciudad. Por otro lado, se aprobó que a los soldados, tanto a los suyos como a los que habían abandonado a Antonio 91 , se les impidiera entrar en ninguna otra guerra y que [4] se les dieran tierras de inmediato, y que se enviase a Antonio una embajada para ordenarle que dejara las legiones y la Galia y se dirigiera a Macedonia. A los que luchaban junto a él les avisaron de que debían regresar a sus ciudades dentro de un plazo fijado, o saber que se les pondría en el bando de los enemigos de Roma; y, más aún, a los senadores que habían sido nombrados por Antonio gobernadores de provincias los destituyeron [5] y resolvieron enviar otros en su lugar. Fueron entonces ratificadas estas medidas; pero no mucho después, incluso antes de que se conociera la opinión de Antonio, votaron que la situación era de desorden general 92 y se despojaron de las ropas de senador 93 y ordenaron a los cónsules y a César (Octavio) —a este otorgándole una especie de mando de general 94 — dirigir la guerra contra Antonio. Y ordenaron a Lépido 95 y a Lucio Munacio [6] Planco 96 , a la sazón gobernador de una parte de la Galia Transalpina, que los ayudaran.

Así los senadores le dieron a Antonio, que por lo demás deseaba [30 ] la guerra, un pretexto para la enemistad. Cogió con agrado los decretos y al punto llenó de injurias a los embajadores, porque no lo habían tratado ni rectamente ni igual que al muchacho, refiriéndose a César (Octavio). En respuesta envió a otros embajadores, [2] para que recayera sobre los senadores la responsabilidad de la guerra, y exigió a su vez algunas cosas que le hacían quedar bien, pero que resultaban imposibles de cumplir para César (Octavio) y para los demás que se habían puesto del lado de este. Pues Antonio no iba a hacer nada de lo que se le ordenaba; [3] pero, sabiendo bien que tampoco los senadores llevarían a cabo ninguna de sus peticiones, prometía lógicamente que iba a cumplir todas las resoluciones de aquellos, para así, aun cumpliendo su parte, tener un escape, mientras que la actitud de la parte contraria, al ser rehusadas las condiciones que pidió, pasaba a ser la [4] causa primera de la guerra. Decía, en efecto, que iba a abandonar la Galia y a despedir las legiones, si concedían a esas legiones lo mismo que votaron para las de César (Octavio) y elegían como cónsules a Casio 97 y a Marco Bruto. Exigió esto para ganarse a los dos, con objeto de que no guardaran resentimiento contra él por todo lo que había hecho contra Décimo 98 , que estaba implicado en la conjuración de aquellos.

[31 ] Antonio prometía esto sabiendo claramente que no se cumpliría ninguna de las dos condiciones. Pues César (Octavio) nunca consentiría que los asesinos de su padre 99 llegaran al consulado ni que los soldados de Antonio, al recibir lo mismo [2] que los suyos, se volvieran más adictos a la causa de aquel. Por consiguiente, no se sancionó nada de estas propuestas, sino que, por el contrario, de nuevo declararon la guerra a Antonio y ordenaron a los que estaban con él que lo abandonaran fijando otro día como fecha límite. Todos se vistieron con las clámides militares, incluso los que no iban a partir en las expediciones; encargaron a los cónsules la custodia de la ciudad y escribieron aquel añadido que se acostumbra en los edictos: «Que ningún [3] daño sufra la ciudad 100 ». Y, puesto que se necesitaba mucho dinero para la guerra, todos entregaron el veinticinco por ciento de los bienes que tenían, y los senadores además diez ases 101 por cada teja de las casas que tenían en la ciudad, tanto de las que eran propietarios como de las que habitaban siendo de otros. A parte de esto, los muy ricos se hicieron cargo de otros [4] gastos, que no fueron pocos, y numerosas ciudades y numerosos particulares costearon las armas y las demás cosas necesarias para el ejército. Pues el erario público tenía entonces tanta falta de liquidez, que no podían celebrarse las fiestas que en aquel tiempo debían tener lugar, excepto algunas, de breve duración, a causa de su carácter sagrado. Eso lo hacían de buena [32 ] gana cuantos se complacían con César (Octavio) y odiaban a Antonio; pero la mayoría, gravados con la participación militar y los impuestos, estaban disgustados, y especialmente porque no sabían cuál de los dos se impondría; pero era claro que se convertirían en esclavos del vencedor. También eran muchos, [2] en efecto, los partidarios de Antonio: unos partieron a su encuentro, entre ellos había algunos tribunos y pretores, y otros se quedaron en sus ciudades, uno de ellos era Caleno, y hacían todo cuanto podían en favor de aquel, defendiéndolo unas veces a escondidas y otras abiertamente. Sin embargo, ellos ni [3] siquiera cambiaron sus vestiduras 102 de inmediato, sino que incluso convencieron al Senado para enviar de nuevo a Antonio otros embajadores, entre los que debía estar Cicerón, en apariencia para persuadir a Antonio de que aceptara las propuestas, pero en realidad para desembarazarse de ellos. Cicerón, [4] que se percató de esta estratagema, tuvo miedo y no se atrevió a exponerse a las armas de Antonio. Por este motivo tampoco partió ninguno de los otros embajadores.

[33 ] Al tiempo que sucedían estos hechos, de nuevo se produjeron prodigios no pequeños en la ciudad y en la persona del cónsul Vibio. Pues en la última sesión, aquella en la que él exhortó a la guerra, un hombre que padecía la llamada enfermedad sagrada 103 [2] cayó al suelo mientras Vibio estaba hablando. Y una estatua de bronce de él que estaba en el portal de su casa se giró ella sola y se puso de espaldas el mismo día y a la misma hora en que él partió con la expedición. Y los arúspices no pudieron interpretar las víctimas de los sacrificios que se hacen antes de la guerra a causa de la gran cantidad de sangre. Y un hombre que en ese momento le ofrecía una palma resbaló en la sangre derramada y al caer contaminó la palma. Todo esto le sucedió a [3] Vibio. Si esto le hubiera sucedido siendo un particular, le habría afectado a él solo; pero, como era cónsul, les afectó a todos por igual: como la estatua de la Madre 104 de los dioses sita en el Palatino, que miraba antes hacia la salida del sol y se dio la [4] vuelta ella sola para mirar hacia las puestas del sol 105 ; y así también la estatua de Minerva 106 que era adorada cerca de Módena (cerca de allí se libraron los mayores combates), pues manaba mucha sangre, y después de estos hechos también leche; y otro suceso más fue también el que los cónsules emprendieran la campaña antes de las fiestas Latinas 107 , pues nunca sucedió que salieran los cónsules en esas fechas y la empresa resultara con éxito. Como era de prever, entonces perecieron los dos cónsules [5] y una gran cantidad de gente de todas las clases, unos en esos momentos y otros después: entre ellos muchos caballeros y senadores, y, sobre todo, personas que se contaban entre las más importantes de su clase. Pues primero las batallas y después [6] los asesinatos en las ciudades, que se produjeron de nuevo a la manera de los tiempos de Sila 108 , acabaron precisamente con toda la flor y nata de los ciudadanos, excepto aquellos que realizaron esos crímenes.

Los causantes de esos males fueron los propios senadores [34 ] contra sí mismos. Pues era necesario que ellos hubieran puesto al frente a alguien con las más nobles intenciones y hubieran actuado unidos siempre a sus órdenes; pero no hicieron eso; pues, ganándose a algunos y reforzándose, los lanzaron contra el bando contrario; y después intentaron eliminar también a estos, de modo que no tuvieron a nadie como amigo sino a todos como enemigos. Pues algunos no se comportan del mismo [2] modo con los que les ocasionaron daños que con los que les hicieron el bien, sino que, sin ser conscientes, mantienen en la memoria la cólera, pero voluntariamente se olvidan de los favores: por un lado consideran indigno dar la impresión de que han recibido un favor de otros, porque entonces se mostrarían más débiles que aquellos; mientras que, por otro lado, se enojan si creen haber recibido un daño de alguien y lo dejan impune, porque ganarían fama de cobardes. Así, los senadores, como no [3] habían aceptado a ninguno como jefe, sino que unas veces se ponían de parte de un bando y otras de parte del otro, unas veces votaban y actuaban en defensa de ellos mismos y otras en contra, de modo que muchas veces sufrieron muchos males [4] bien a causa de ellos mismos bien recibiéndolos de los otros. Pues para todos ellos la motivación de la guerra era una sola: disolver las instituciones democráticas e instaurar un poder unipersonal; unos (los vencidos) iban a luchar para ser esclavos del [5] que ganara y los otros (los vencedores) para hacerlo su amo. Unos y otros minaban por igual el sistema político, pero la Fortuna hizo que los de cada bando obtuvieran una fama diferente: unos fueron considerados piadosos y patriotas por obrar bien; los que fracasaron fueron llamados enemigos de la patria y malditos. Sí, a ese estado fue arrastrada entonces la situación política de Roma; pero voy a mencionar además uno por uno los sucesos. [35 ] Pues ciertamente me parece que la explicación más convincente estaría en lo siguiente: si uno, al exponer los hechos con razonamientos, puede poner en evidencia la naturaleza de los primeros mediante los segundos y, además, puede demostrar la veracidad de los razonamientos por su correspondencia con los hechos.

[2] Antonio cercaba a Décimo, que estaba en Módena 109 , porque, para decirlo con exactitud, no le entregó la Galia 110 ; pero, según Décimo creía, porque había sido uno de los asesinos de César. Pues Antonio, puesto que la verdadera causa de la guerra tampoco le aportaba prestigio y al mismo tiempo veía que las simpatías del pueblo se inclinaban hacia César (Octavio), porque se ocupaba de la venganza de su padre, alegó también ese [3] pretexto para la guerra; pero lo pretextaba para poseer la Galia, y él mismo lo dejó claro cuando pidió que Casio y Marco Bruto fueran designados cónsules 111 . Pues, en efecto, Antonio utilizaba ambos argumentos en su propio beneficio aunque eran totalmente contradictorios. César (Octavio) atacaba a Antonio antes [4] de que se votase la guerra contra él, aunque hasta entonces, ciertamente, no había hecho nada digno de mención; pero cuando supo de los decretos 112 aceptó los cargos y se alegró, y sobre todo también, porque, cuando recibió las insignias y el rango de pretor, al hacer el sacrificio a los dioses, encontró dos hígados en cada víctima, que eran doce. Pero al mismo tiempo estaba [5] molesto porque habían enviado a Antonio mensajes y embajadores, en vez de declararle la guerra de inmediato sin heraldos; y, especialmente, porque se enteró de que los cónsules habían [6] enviado en secreto a Antonio propuestas de reconciliación, de que este había enviado a algunos senadores cartas, que habían sido interceptadas y a las que los senadores respondieron a sus espaldas, y de que, con el pretexto del invierno, no se afanaban ni se daban prisa para empezar la guerra. Puesto que no sabía [7] cómo sacar a la luz estos hechos, pues no quería ni empujarlos al bando contrario ni podía persuadirlos ni obligarlos, mantenía la tranquilidad retirado en los cuarteles de invierno en Forum Cornelii 113 , hasta que se asustó con lo de Décimo.

Aquel hasta entonces mantenía a raya a Antonio y, en cierta [36 ] ocasión, sospechando que este había enviado a algunos a la ciudad 114 para corromper las tropas, convocó a todos los que estaban presentes y, dándoles antes unas breves indicaciones, pregonó con heraldos que acudieran a cierto lugar que había señalado antes, unos con las armas para cumplir cierta misión y los particulares para cumplir otra, y así acorraló y apresó a los hombres de Antonio, que no sabían adonde dirigirse y se habían quedado aislados. Después fue totalmente sitiado. César (Octavio), [2] temiendo que Décimo fuera apresado por la fuerza o que llegara a un acuerdo por falta de alimentos, obligó a Hircio 115 a emprender una expedición con él; pues Vibio aún estaba realizando en Roma las listas de reclutamiento y derogando las leyes [3] de los Antonio 116 . Atacaron Bolonia 117 , que había sido abandonada por la guarnición, y la tomaron sin combate, y a los jinetes que después les salieron al encuentro los pusieron en fuga; pero a causa del río que hay antes de Módena 118 y de las [4] tropas que lo vigilaban, no pudieron avanzar más lejos. Y, como querían señalar su presencia a Décimo, no fuera que se precipitara y llegara a algún acuerdo, primero hacían señales con fuego desde los árboles más altos; pero como no lo entendía, escribieron un mensaje en una fina lámina de plomo, la enrollaron como un pequeño papiro y se la dieron a un buzo para que la pasara [5] de noche al otro lado. Y así Décimo, al saber de la presencia de ellos y a la vez del compromiso de auxiliarle, les respondió con el mismo procedimiento y desde entonces ya se comunicaban continuamente todo.

[37 ] Antonio, viendo que Décimo no se entregaría, dejó a su hermano Lucio 119 encargado del asedio a Décimo y él partió contra César (Octavio) e Hircio. Como los ejércitos de ambos bandos estaban acampados uno frente a otro, muchos días se producían [2] encuentros entre la caballería, breves e igualados; hasta que los jinetes germanos 120 , de los que César (Octavio) se había adueñado junto con los elefantes 121 , se volvieron de nuevo con Antonio: saliendo del campamento con los demás, se adelantaron como si fueran a enfrentarse con los enemigos que venían contra ellos; pero al poco se dieron la vuelta de repente y, cayendo sobre los que los seguían, que no se lo esperaban, mataron a muchos de ellos. Después de este suceso, algunos que salieron [3] en busca de alimentos, de uno y otro bando, llegaron a las manos y en seguida, corriendo los demás en ayuda de sus respectivos compañeros, se produjo un violento combate y venció Antonio. Enardecido por estos hechos y enterado de que Vibio se acercaba, atacó las fortificaciones de los que estaban acampados frente a él, por si, tomando el sitio antes de que llegara Vibio, podía llevar la guerra en adelante con la misma facilidad. Y puesto [4] que, por lo demás, estos tomaban precauciones tanto para prevenir nuevas desgracias como por la esperanza puesta en la llegada de Vibio y no hacían salidas, abandonó el sitio y dejó allí una parte del ejército, ordenándoles que realizaran incursiones, para que, sobre todo, pareciera que él estaba presente y, al mismo tiempo, impidieran que lo atacaran por la espalda. Después [5] de disponer estas cosas, partió ocultamente de noche contra Vibio, que venía de Bolonia, y, preparándole una emboscada, lo hirió; y mató a la mayoría de los soldados y a los demás los encerró dentro de sus trincheras. Y los habría aniquilado si les hubiera puesto sitio el tiempo suficiente. Pero ahora, puesto que [6] en este primer ataque no culminó nada, temió entretenerse y en ese tiempo sufrir algún contratiempo por parte de César (Octavio) o de los otros, y de nuevo se volvió hacia los suyos. Y en [7] esos momentos en que Antonio, agotado a causa de la expedición de ida y vuelta y del combate, no podía imaginar que le atacaran a él, que acababa de vencer al enemigo, Hircio le salió al frente y consiguió una gran victoria. Y es que, cuando conocieron que Antonio se había marchado, César (Octavio) permaneció de guardia en el campamento mientras Hircio salió al encuentro de Antonio. Después de la derrota de Antonio, no [38 ] solo Hircio, sino también Vibio, aunque escapó malamente, y César (Octavio), que ni siquiera había luchado, fueron aclamados [2] como imperatores 122 por los soldados y el Senado. Para los que habían participado en el combate y habían muerto se votó celebrar funerales de Estado en su honor y entregar a sus hijos y a sus padres todas las ganancias que aquellos habrían recibido si hubieran seguido vivos.

[3] Mientras sucedieron estos hechos, Pondo Áquila, uno de los asesinos (de César) y lugarteniente de Décimo, venció en varios combates a Tito Munacio Planco 123 , que le hacía frente; y Décimo, cuando cierto senador desertó al bando de Antonio, [4] no mostró cólera contra aquel, sino que incluso le envió su equipaje y todo cuanto se había dejado en Módena; y por este hecho los soldados de Antonio se cambiaban de bando y algunas poblaciones que antes simpatizaban con él comenzaron a [5] rebelarse. César (Octavio) e Hircio estaban encantados con estos hechos y, dirigiéndose a las fortificaciones de Antonio, lo incitaban a pelear; pero aquel, entre tanto, estaba consternado y se mantenía pasivo, hasta que después, cuando le llegó una [6] fuerza enviada por Lépido, recobró el ánimo. Pero Lépido no aclaró a quién de los dos enviaba el ejército, pues confraternizaba con Antonio por ser pariente suyo 124 y había sido reclamado por el Senado 125 para ir contra Antonio. Por esto, y porque al mismo tiempo se preparaba un refugio tanto con uno como con el otro, no dio órdenes precisas a Marco Silano, el jefe de la [7] expedición. Pero este, que conocía al detalle los pensamientos de Lépido, se dirigió por propia iniciativa al lado de Antonio. Al llegar este en su auxilio, Antonio cobró ánimos y realizó una salida imprevista pero, produciéndose muchas muertes de uno y otro lado 126 , se dio la vuelta y huyó.

Durante este tiempo, César (Octavio) acrecentó su figura entre [39 ] el pueblo y el Senado, y por ello esperaba entre otros honores ser nombrado cónsul de inmediato. Pues sucedió que Hircio pereció en la toma del campamento de Antonio y Vibio no mucho después a consecuencia de las heridas, por lo que cargó con la culpa de la muerte de aquellos, porque así había conseguido el poder. El Senado, al principio, mientras no veía claro quién de [2] los dos iba a ganar, derogó todas las leyes excepcionales que anteriormente había aprobado para legalizar el poder absoluto y que habían sido concedidas a algunos ciudadanos en contra de las costumbres ancestrales. Los senadores votaban estas resoluciones para aplicarlas a los dos aspirantes y con ellas estar prevenidos contra el vencedor, pero pensando en echar la culpa de ellas al que saliera derrotado. En primer lugar decretaron que [3] nadie gobernaría por un período de más de un año, y en segundo lugar publicaron que una persona sola no podría ser ni intendente del trigo ni supervisor de los alimentos. Pero cuando supieron lo sucedido, se alegraron de la derrota de Antonio, cambiaron sus vestidos y celebraron fiestas de acción de gracias durante sesenta días 127 . Y a todos los que se les acreditó su colaboración con él los colocaron en el bando de los enemigos públicos y les confiscaron sus bienes, así como los del propio Antonio. Y a [40 ] César (Octavio), precisamente, no solo no lo tuvieron en gran consideración, sino que incluso intentaron anularlo dándole a Décimo todo cuanto aquel esperaba recibir; pues aprobaron celebrar en honor de Décimo no solo sacrificios sino incluso un triunfo, y también que se hiciera cargo de la continuación de la [2] guerra y de las legiones de Vibio entre otras. Y para los soldados que habían quedado cercados con él acordaron concederles los elogios y demás privilegios que antes habían decretado para los de César (Octavio), aunque en nada habían contribuido a la victoria, sino que la vieron desde las murallas. Y a Áquila, que murió en el combate, lo honraron con una estatua, y el dinero que había gastado de su cuenta en el mantenimiento de las tropas [3] de Décimo lo reintegraron a sus herederos 128 . Para decirlo en una palabra: cuantos galardones había obtenido César (Octavio) por encima de Antonio, ahora los votaban para otros por encima de César (Octavio). Y para que no intentara ni pudiera llevar a cabo nada malo, fortalecieron a todos sus enemigos: a Sexto Pompeyo 129 le confiaron la escuadra; a Marco Bruto, Macedonia; a Casio, [4] Siria y la guerra contra Dolabela 130 . Y ciertamente le habrían quitado todas las legiones que tenía si no hubieran temido votar esa resolución abiertamente, porque sabían que los soldados le eran adictos. Pero intentaron, en efecto, que se sublevaran tanto [5] entre ellos mismos como también contra él. Pues los senadores no quisieron alabar y honrar a todos los pretendientes, no fuese que elevaran la ambición de aquellos a mayores cotas; ni tampoco deshonrar y despreciar a todos, no fuese que se les pusieran en contra más aún y, en esas circunstancias, los llevaran a ponerse de acuerdo. Actuaron a medias tintas, pues esperaban que, si [6] elogiaban a unos sí y a otros no y otorgaban guirnaldas de olivo para que las lucieran en las fiestas a unos sí y a otros no y, más aún, en cuanto al dinero, si votaban concederles diez mil sestercios 131 a unos y a otros ni un bronce, que se enfrentarían unos con otros y, de resultas, se debilitarían.

Y a los que iban a llevarles estos acuerdos no los enviaron [41 ] directamente a César (Octavio), sino a sus soldados. Así que, muy enojado por estas prácticas, accedió, solo de palabra, a que los embajadores se entrevistaran con el ejército sin su presencia, aunque antes previno a sus soldados para que no les dieran ninguna respuesta y que de inmediato reclamaran su presencia; entonces, entrando en el campamento y oyendo con ellos las disposiciones de los embajadores, se los ganó aún más con aquel gesto. Los aspirantes que habían sido distinguidos por encima [2] de los otros no se sentían tan contentos con la prodigalidad recibida, pues sospechaban de aquel reparto, inducidos por César (Octavio) lo más posible. Y los que habían resultado agraviados no se enojaron con los otros, sino que, denunciando la intencionalidad de los decretos votados y su propio deshonor, extendían a todos los demás su malestar y les hacían partícipes de su enojo. Cuando los senadores que estaban en Roma conocieron estos [3] hechos, tuvieron miedo y ni siquiera designaron a César (Octavio) cónsul, lo que ansiaba tan vivamente; pero lo adornaron con los honores consulares 132 , de modo que podía exponer su opinión con los ex cónsules. Sin embargo, puesto que no tuvo ningún aprecio por esta distinción, votaron que primero lo designarían pretor 133 y después, cónsul. Unos creyeron que así manipulaban [4] sabiamente a César (Octavio), como si, tal como propalaban, fuera realmente un muchacho o un niño 134 . Pero él, encolerizándose no por todo lo otro que le habían hecho sino por eso mismo, porque lo llamaban niño, sin más dilaciones se lanzó contra las [5] armas y el poder de los senadores. Mandó secretamente heraldos a Antonio, y a los soldados que habían desertado en la batalla —a los que él mismo había vencido y el Senado consideró enemigos— los reunió y ante ellos formuló muchas acusaciones contra el Senado y contra el pueblo.

[42 ] Cuando los de la ciudad oían estas cosas, lo seguían teniendo en poca consideración; pero cuando se enteraron de que Antonio y Lépido habían llegado a un acuerdo, comenzaron a halagarlo de nuevo e, ignorantes de las propuestas que le había [2] hecho a Antonio, lo pusieron al frente de la guerra contra ellos. César (Octavio) aceptó esta guerra, en la idea de que a causa de ella sería nombrado cónsul. Y él, de algún modo, maniobró mucho para que lo eligieran cónsul, recurriendo incluso a Cicerón entre otros, hasta el punto de prometerle hacerlo su colega en el [3] consulado. Sin embargo, puesto que ni incluso así fue elegido, se preparó como si estuviera decidido a luchar, tal como se le había decretado pero, al mismo tiempo, indujo a sus soldados —pero como si fuera por iniciativa de ellos, naturalmente— a jurar de forma espontánea que no lucharían contra ninguna de las legiones que habían sido de César (Julio) —esto afectaba a Antonio [4] y a Lépido, pues la mayoría de las tropas de ambos procedían de aquellas legiones—, y se mantuvo inactivo y envió al Senado a cuatrocientos de sus soldados como embajadores con aquel [43 ] mensaje. Lo de la embajada era para los soldados un pretexto, porque ellos exigían que se les diera íntegramente el dinero que se había aprobado para ellos y que nombraran a César (Octavio) [2] cónsul. Como los senadores les dieron largas aduciendo que la respuesta necesitaba un análisis, pidieron la amnistía para uno de los colaboradores de Antonio —esa era presumiblemente una decisión del propio César (Octavio)—, pero no porque desearan obtenerla, sino para probarlos y ver si se la concedían o, en caso contrario, tener un pretexto para montar en cólera mostrando que les sentaba muy mal que se la denegaran. Al no conseguirla [3] (pues nadie se opuso, pero, como aquel día otros muchos solicitaban eso mismo en favor de los del otro bando, todo lo relacionado con ellos, como sucedía muchas veces, se dejó convenientemente para otra ocasión), todos los soldados dieron ostensibles muestras de irritación, y uno de ellos salió del Senado y cogiendo su [4] espada (pues habían entrado desarmados) la empuñó y dijo: «Si vosotros no otorgáis el consulado a César (Octavio), esta lo otorgará». Y Cicerón le replicó: «Si lo reclamáis de ese modo, lo tendrá». Este fue uno de los sucesos que contribuyó al fin de [5] Cicerón. César (Octavio) no censuró el comportamiento del soldado, sino que, por el contrario, se quejaba de que fueron obligados a dejar las armas 135 para entrar en la sala del Senado y de que uno de los senadores les preguntó si venían enviados por las legiones o por César (Octavio). Entonces convocó a toda prisa a [6] Antonio y a Lépido (incluía a este por su amistad con Antonio), y él mismo marchó contra Roma con todos sus soldados, obligado por ellos, claro está.

Sus soldados degollaron a uno de los caballeros y a otros [44 ] más de los que sospechaban que habían estado espiándolos. Devastaron las tierras de los que no eran de su bando y con ese pretexto cometieron muchas felonías. Cuando los senadores supieron [2] de la llegada de aquellos, les enviaron el dinero antes de que se acercaran, como si por cogerlo fueran a retirarse, y después, como aquellos proseguían su marcha, nombraron a César [3] (Octavio) cónsul. Sin embargo, ni siquiera con esto los senadores se beneficiaron en nada. En efecto, puesto que no lo hicieron voluntariamente sino obligados, los soldados no tuvieron ningún miramiento con ellos; es más, como hasta entonces les habían [4] tenido miedo, ahora estaban envalentonados. El Senado, percatándose de esto, cambió de actitud y promulgó un edicto contra aquellos por el cual no podían acercarse a la ciudad, sino mantenerse a más de setecientos cincuenta estadios 136 de ella. Los senadores de nuevo cambiaron sus ropas 137 y pusieron la defensa de la ciudad en manos de los pretores, como era costumbre. [5] Y, entre los puntos que defendieron con guarniciones, también ocuparon el Janículo 138 con soldados de la ciudad y con otros venidos de la provincia de Africa.

[45 ] Estas fueron las medidas que se adoptaron mientras César (Octavio) estaba aún en camino. Todos los que entonces estaban en Roma las aplaudían unánimemente, pues a la masa, hasta que llegan a ver y experimentar lo terrible, le gusta envalentonarse. [2] Pero cuando aquel estuvo a las puertas de la ciudad, temieron. Primero algunos de los senadores, y después el pueblo en masa, se cambiaron a su bando. Y a partir de ahí los pretores [3] bajaron del Janículo y se entregaron a él con los soldados. Así, César (Octavio) se apoderó de la ciudad sin lucha y fue designado cónsul también por el pueblo; y entonces fueron elegidos dos hombres para ejercer de cónsules 139 y presidir elecciones, puesto que era imposible, faltando tan poco tiempo para celebrar las mismas, declarar un interregno 140 según la tradición, porque muchos ciudadanos que desempeñaban cargos que correspondían a los patricios se habían exiliado 141 . En efecto, toleraban [4] mejor el hecho de que los dos hombres fueran elegidos directamente por el pretor urbano que no que los cónsules fueran elegidos en una votación controlada por él, porque solo iban a ejercer el cargo hasta las elecciones y, siendo así, en ningún momento iba a parecer que estaban desempeñando un cargo más importante que él 142 . Y de algún modo estos hechos sucedieron [5] así a causa de las armas: César (Octavio), para que no pareciera que ejercía sobre ellos ninguna presión, no asistió a la asamblea: ¡como si algunos temieran su presencia física y no su fuerza militar!

Así pues fue elegido cónsul de ese modo, y le dieron a [46 ] Quinto Pedio 143 como colega —si hay que llamarlo así y no su [2] «subalterno»—. Daba la mayor importancia al hecho de que iba a ser cónsul a una edad en la que nadie lo había sido nunca, y también porque el primer día de las elecciones, al entrar en el Campo de Marte, vio seis buitres y después, mientras arengaba [3] a las tropas, vio otros doce. César (Octavio), comparándose con Rómulo y con el augurio que le había sucedido, supuso que iba a recibir también la monarquía de Rómulo 144 . Sin embargo, no se vanaglorió de ser cónsul por segunda vez, puesto que ya había sido adornado antes con los honores consulares 145 . Y este comportamiento fue observado después también por todos los que pasaron por una situación semejante hasta llegar a [4] nosotros. Pues el emperador Severo 146 , que honró a Plauciano 147 con los honores consulares y más adelante lo hizo ingresar en el Senado y lo nombró cónsul, fue el primero en proclamar que en ese momento lo nombraba cónsul por segunda vez, y [5] desde entonces eso mismo les sucedió a otros. César (Octavio) dispuso todos los demás asuntos de Roma según le pareció. Repartió dinero entre los soldados: a unos de acuerdo con las cantidades y los fondos que habían sido aprobados en el decreto y a los demás individualmente; decía que pagó con su propió [6] dinero pero, de hecho, lo hizo con dinero público. De ese modo y por esa causa recibieron los soldados el dinero. Algunos, mal informados sobre este hecho, sencillamente creyeron que siempre había que entregar diez mil sestercios 148 a todas las legiones urbanas que llegaran a Roma con las armas. Por [7] eso también los soldados que acompañaban a Severo, cuando llegaron a Roma para derrocar a Juliano 149 , se mostraron temibles para el propio Severo y para nosotros reclamando aquella cantidad; pero Severo los contentó con mil sestercios, pues ninguno de ellos sabía entonces el valor de lo que los otros exigían en aquella ocasión.

Así pues, César (Octavio) dio el dinero a los soldados y les [47 ] mostró su mayor y más sincero agradecimiento, pues sin la guardia que le proporcionaban ni siquiera se atrevía a entrar en la sala del Senado 150 . Y en el Senado les dieron las gracias, pero de un modo fingido y afectado. Pues aquello que consiguió obligándolos por la fuerza lo ponía, claro está, en la parte de los beneficios recibidos, como si lo hubiera obtenido de ellos voluntariamente. Y a su vez, aquellos también se vanagloriaban [2] de lo mismo, como si lo hubieran dado voluntariamente, y es más, a quien antes ni siquiera habían querido elegir cónsul, a ese le concedieron el honor de que, una vez finalizado su mandato, y siempre que estuviera en el ejército, tuviera más poder que los demás cónsules de ese momento, y a quien iban a llevar [3] ante la justicia porque acumuló para sí tropas que nadie había votado para él, le encargaron que reclutara más legiones, y aquel para cuya deshonra y eliminación habían ordenado a Décimo luchar contra Antonio, a ese le asignaron las legiones de Décimo 151 . Y, finalmente, recibió la guardia de la ciudad, de [4] modo que podía hacer todo cuanto quisiera dentro de lo permitido por la ley. También fue admitido en la familia de César según la manera acostumbrada, y de ahí que cambiara el cognomen. [5] Primero, según dicen algunos, él se llamaba a sí mismo «César», de quien recibió este nombre con la herencia; pero esa denominación ni la usaba con rigor ni con todas las personas, hasta que después la fue consolidando como es tradicional; y así, por su padre adoptivo, fue llamado Gayo Julio César Octaviano 152 . [6] Pues, si alguien es adoptado, es costumbre que tome el nombre completo del adoptante, pero conservando uno de sus nombres anteriores, aunque alterado de algún modo. Y así fue, [7] en efecto. Pero yo no lo llamaré Octaviano, sino César, porque ha prevalecido esa denominación para todos los que alcanzaron [8] el poder en Roma. Añadió también otro nombre más, el de Augusto 153 , y por eso se lo añaden también los emperadores que le sucedieron. Si uno acude a los libros de historia, encontrará que se le llama con este nombre, pero, mientras tanto, el apelativo de «César» será suficiente para referimos a Octaviano 154 .

[48 ] Este César, tan pronto como se ganó a los soldados y sometió al Senado, volvió a ocuparse de vengar a los asesinos de su padre 155 ; pero, temiendo con esto alterar de algún modo a la gente, no manifestó sus intenciones hasta haber pagado al pueblo lo que aquel les había legado. Y, cuando se aseguró su apoyo con [2] el dinero, aunque procedía de fondos públicos y había sido reunido con el pretexto de la guerra, se dirigió de inmediato contra los asesinos. Para parecer que no lo hacía por la violencia sino con cierta justicia, promulgó una ley 156 sobre el juicio de aquellos y constituyó tribunales incluso para los que se encontraban ausentes. La mayoría de ellos estaban fuera y algunos eran incluso [3] gobernadores de provincia. Los que estaban presentes ni siquiera le hicieron frente por miedo; es más, escaparon a escondidas. Y no solo fueron condenados en rebeldía los autores materiales del asesinato de César y los que estaban conjurados con ellos, sino también otros muchos que no habían tramado nada contra César (Julio) o que ni siquiera estaban entonces en la ciudad. Esto estaba especialmente destinado contra Sexto Pompeyo. [4] Pues, aunque aquel no había participado ni lo más mínimo en el atentado, sin embargo fue condenado por ser su enemigo. Aquellos fueron privados de fuego y agua 157 , y sus haciendas, confiscadas. En cuanto a las provincias, no solo aquellas que algunos de los asesinos administraban, sino que también todas las demás, fueron adjudicadas a los amigos de César.

Entre los acusados se encontraba el tribuno Publio Servilio [49 ] Casca. Y, puesto que ya desconfiaba de César y escapó antes incluso de que aquel entrara en la ciudad, fue cesado en el cargo por haber actuado en contra de las costumbres patrias al no asistir a una reunión de la plebe convocada por Publio Ticio, su colega, y de ese modo fue condenado. Y, como no mucho después [2] murió Ticio, se confirmó lo que se venía observando desde antiguo: nadie que había expulsado a un colega sobrevivió un año a la expulsión. Así, Bruto murió después del cese de Colatino 158 ; Graco fue degollado después de la destitución de Octavio 159 ; y Cinna, el que expulsó a Marulo y a Flavo 160 , pereció no mucho [3] después. Esto es lo que se ha observado. Fueron muchos los que acusaron a los asesinos de César para congraciarse con su hijo, y otros muchos los incitados por las recompensas. Pues recibían parte del dinero de los bienes del que resultaba condenado, y también sus títulos y cargos, si es que tenía alguna de estas cosas, y el privilegio de que ni él ni sus hijos ni sus nietos tenían [4] que prestar ya servicios en el ejército. Y de los que actuaban como jueces de aquellos, la mayoría emitían una sentencia condenatoria por halago o por temor a César, pero lo hacían como si actuaran justamente e indicaban en qué aspectos legales se basaban; hubo otros que dieron el voto según establecía la ley para el castigo de sus delitos y otros, en fin, según se lo indicaban las [5] armas de César. Así, un tal Silicio Corona, senador, emitió abiertamente su voto favorable para Marco Bruto, y entonces mucho se ufanaba por esto y recibía en secreto elogios de los demás y, puesto que no murió en seguida, dio fama de benevolente a César; pero más tarde, tras ser declarado proscrito, fue ejecutado.

[50 ] César, en efecto, después de llevar a cabo estas acciones, emprendió la guerra, se supone, contra Lépido y contra Antonio. Pues Antonio, como entonces huyó de la batalla 161 y no lo persiguieron ni César, por haberle sido encomendada a Décimo esa guerra, ni Décimo, que no quería librarle a César de un rival, reunió a cuantos pudo de los que habían sobrevivido a la [2] batalla y se presentó ante Lépido 162 , que se disponía a llevar el ejército a Italia según el decreto 163 ; pero de nuevo se le ordenó permanecer donde estaba. Pues los senadores, cuando supieron [3] que Silano 164 abrazó la causa de Antonio, tuvieron miedo de Lépido y de Planco Lucio 165 , no fuese que estos se coaligaran con Antonio, y les enviaron un comunicado diciendo que por el momento nada necesitaban de ellos. Para que no sospecharan [4] nada y no cometieran algún desafuero, les ordenaron que ayudaran a fundar una colonia a los que en cierta ocasión fueron expulsados de la Vienna 166 narbonense por los alóbroges 167 y se habían establecido en la zona entre el Ródano y el Saona 168 , en la confluencia entre ambos. Así fue como aquellos fundaron la [5] entonces llamada Lugudun, hoy conocida como Lugdunun 169 , no porque no hubieran podido pasar a Italia con las armas si hubieran querido —pues los decretos referidos a los que tenían tropas bajo su control apenas si tenían ya vigor—, sino porque, [6] mientras esperaban al desenlace de la guerra de Antonio, querían mostrar que obedecían al Senado y al mismo tiempo ambos querían fortalecer sus propias posiciones.

Lépido, claro está, censuraba con dureza a Silano por su [51 ] alianza con Antonio y, cuando aquel vino, no se entrevistó con él de inmediato, sino que incluso envió un escrito al Senado acusándolo, de modo que recibió alabanzas por esto y la dirección [2] de la guerra contra él 170 . Durante un tiempo ni se acercaba a Antonio por este motivo ni lo rechazaba, pero le permitía estar cerca y tratar con sus compañeros de armas, aunque él no llegó a mantener una entrevista con Antonio; pero cuando tuvo noticias del acuerdo al que había llegado con César, entonces él [3] mismo se añadió al acuerdo de los otros dos 171 . Y al conocer el hecho Marco Juvencio 172 , su lugarteniente, al principio trataba de disuadirlo pero, como no lo convenció, él mismo se dio [4] muerte ante los ojos de los soldados. El Senado aprobó en su honor elogios fúnebres, una estatua y un funeral de Estado, mientras que a Lépido le quitaron la estatua que tenía erigida en la tribuna de oradores y lo declararon enemigo. Y fijaron cierto día para sus compañeros de armas: los amenazaron con la guerra [5] si no lo abandonaban antes de ese día. Una vez más cambiaron sus vestidos 173 (pues durante el consulado de César se habían vestido de nuevo con la ropa de ciudadanos) y enviaron a Marco Bruto, a Casio y a Sexto contra ellos. Pero, puesto que aquellos parecían demorarse, encargaron la guerra a César, sin saber [52 ] la conjuración que había entre estos. Este aceptó de palabra, aunque había hecho pronunciar a sus soldados, voz en grito, el juramento antes mencionado 174 ; pero, de hecho, no hizo nada por iniciativa suya: no porque estuviera conjurado con Antonio y, a través de él, con Lépido, pues esto le importaba muy poco, [2] sino porque veía que eran poderosos y se daba cuenta de que eran del mismo parecer por razón de su parentesco. Y, puesto que tampoco podía emplear la fuerza contra ellos, esperó a que Casio y Bruto, que gozaban ya de un gran poder, fueran eliminados por aquellos y a que, a continuación, también ellos se destruyeran entre sí. Por esta razón mantuvo contra su voluntad [3] los pactos con ellos y promovió la reconciliación de aquellos con el Senado y con el pueblo, pero sin dirigirla personalmente, para que no se sospechara sobre nada de lo que había sucedido. Él salió de campaña como si fuera a luchar contra ellos, mientras Quinto 175 , como si fuera por iniciativa propia, aconsejó que se les concediera el perdón y el regreso. Sin embargo, no admitieron [4] esta propuesta hasta que el Senado la comunicó a César, que actuaba como si desconociera lo que estaba sucediendo, y él, en contra de su voluntad, naturalmente, fue obligado por sus soldados a aceptarla.

En tanto sucedían estas cosas, Décimo, al principio, se puso [53 ] en marcha también para atacar a aquellos, y se asoció con Lucio Planco, puesto que se le había asignado como colega en el consulado para el año siguiente. Sin embargo, al conocer su propia [2] condenación con la reconciliación de aquellos 176 , quiso atacar con su ejército a César; pero, abandonado por Planco, que estaba en el bando de Lépido y de Antonio, resolvió dejar la Galia y apresurarse para ir por tierra a Macedonia junto a Bruto, a través de Iliria 177 , y envió por delante algunos soldados, mientras arreglaba los asuntos que llevaba entre manos. Pero, como [3] esos soldados se cambiaron al bando de César y los demás, acosados por Lépido y Antonio, se sumaron también a la causa de estos alentados por los otros, Décimo se quedó solo y fue sorprendido por cierto enemigo personal. A punto de ser degollado, suplicaba y gemía, hasta que un tal Helvio Blasión, sintiendo compasión hacia él por haber estado luchando a su lado, se suicidó primero ante sus ojos.

[54 ] Así murió Décimo. Entre tanto, Antonio y Lépido dejaron lugartenientes en la Galia y marcharon a Italia para encontrarse con César, llevándose la parte mejor y más numerosa del ejército. [2] Pues ni confiaban plenamente en él ni querían recibir ningún favor de su parte, como si hubieran obtenido el perdón y el regreso a causa de sí mismos y de sus propias fuerzas y no gracias a aquel. Más aún, también esperaban que César y los demás que estaban en Roma harían todo cuanto deseaban debido [3] a la superioridad de sus ejércitos. Marchaban a través del país con tal idea, como si el país simpatizara con su causa. Pero por la multitud y la osadía de aquellos, el país sufría más que en cualquier otra guerra. César les salió al encuentro con muchos soldados cerca de Bolonia, muy bien pertrechado para defenderse [4] si sufría alguna violencia. Sin embargo, no necesitó entonces emplear ninguna arma. Pues se tenían un odio tremendo entre sí y, al tener fuerzas parejas y querer cada uno vengarse de sus dos rivales sirviéndose del otro, llegaron a un acuerdo falaz. [55 ] No acudieron solos a la negociación, sino cada uno con un número igual de soldados, en una pequeña isla del río 178 que corre junto a Bolonia, de modo que nadie más pudiera unirse al bando [2] de los otros dos. Y así, reuniéndose lejos de la escolta de los otros, se cachearon los tres concienzudamente, no fuera que alguno escondiera un puñal bajo la axila. Y después de hablar, ya sin recelos, sobre ciertos temas, se conjuraron en suma para conseguir el poder absoluto y contra sus enemigos 179 . Pero para que no pareciera que aspiraban abiertamente a la oligarquía y que naciera cierta envidia contra ellos y, a raíz de esto, también la oposición de los demás, llegaron a los siguientes acuerdos. [3] En cuanto a lo que harían en común, los tres serían elegidos como una especie de encargados y controladores de la administración y del restablecimiento de los asuntos públicos, y esto, claro está, no para siempre sino por cinco años; de modo que, aunque no revelarían nada de estos acuerdos ni a la plebe ni al Senado, todos los asuntos quedarían en sus manos, y los cargos y honores los darían a quienes ellos quisieran 180 . Y en cuanto a [4] lo que tocaba a cada uno de ellos, para que no creyeran que se habían adueñado de todo el poder, a César se le asignó el gobierno de las dos Libias 181 , Cerdeña y Sicilia; a Lépido, toda Hispania y la Galia Narbonense; y a Antonio, el resto de la Galia, [5] la de este lado de los Alpes y la del otro lado. Se llamaba la primera Galia «Togata 182 » porque, como ya expliqué 183 , parecía que era más pacífica que las otras y porque ya llevaban ese atuendo típico de la ciudad de Roma; y la segunda, «Comata», porque los galos de esa parte, dejándose crecer el pelo para formar una cabellera lo más larga posible, se distinguían de los demás por eso.

[56 ] Así fue como se repartieron las provincias, para quedarse ellos con las más importantes y dar la impresión a los demás de que no aspiraban a todo. Y se pusieron de acuerdo para asesinar a sus enemigos y también para que Lépido, designado cónsul en lugar de Décimo, se quedara vigilando Roma y el resto de Italia, [2] mientras los otros dos marcharían contra Bruto y Casio. Y sancionaron estos acuerdos con juramentos. Después de esto convocaron a los soldados, como si hubieran sido oyentes y testigos, claro está, de lo que había sido acordado por ellos, y los arengaron diciéndoles solo cuanto para sí mismos era conveniente y seguro [3] decirles. En esto los soldados de Antonio propusieron que él, como señal de conciliación, diera a César como esposa a la hija que Fulvia, su mujer, había tenido de Clodio, aunque César ya estaba comprometido con otra 184 : era evidente que esta propuesta fue sugerida por el propio Antonio. Y César no se negó, pues [4] ni siquiera consideró que por esa boda tendría algún impedimento en lo que tenía pensado hacer contra Antonio. Entre otras cosas porque sabía que su padre, César (Julio), a pesar de haber emparentado con el linaje de Pompeyo 185 , había llevado a cabo todo cuanto quiso contra este.

Historia romana. Libros XLVI-XLIX

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