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INTRODUCCIÓN GENERAL

I. VIDA DE DION CASIO

Dion Casio Cocceyano nació en Nicea, Bitinia, de una familia que, por lo menos desde su padre, pertenecía al orden senatorial. La gens Cassia de Bitinia recibió su nombre probablemente del hecho de haber obtenido la ciudadanía en la época de las guerras civiles, antes de Filipos, como otras familias de la zona oriental, en esos momentos en que el reclutamiento de clientelas era vital para cualquiera de los bandos contendientes, en las zonas donde en cada caso procediera.

Habida cuenta de que ocupó por primera vez la pretura, según cálculos recientes, en el año 195 y de que ésta se ejercía habitualmente a los treinta años, puede decirse que su fecha de nacimiento corresponde al año 165 1 . Los cargos desempeñados por su padre le facilitaron el acceso a los centros culturales donde en la época se recibía la formación adecuada para el ejercicio de la retórica y de la historiografía.

La narración de la Historia Romana por Dion Casio se hace más pormenorizada a partir del año 190, que seguramente fue el de su acceso al senado, circunstancia que le facilitó una mayor proximidad a los hechos políticos y una posibilidad de contar, a partir de su propia contemplación directa, los acontecimientos de la ciudad de Roma 2 . Desde este momento, su relación con la realidad tratada es mucho más comprometida y sus tomas de postura están menos mediatizadas. El juicio del acontecimiento histórico resulta ahora, en ocasiones, demasiado evidente, más marcado por lo accesorio y anecdótico que por una visión general del mundo, como cuando encauza los datos históricos de diversa procedencia.

Dion tomó partido de manera activa por Septimio Severo e incluso escribió acerca de los sueños y de los signos que presagiaban la llegada del nuevo emperador a la más alta magistratura 3 . También la redacción de la Historia estuvo condicionada por los acontecimientos de estos años de guerra civil y de la inauguración de la dinastía severiana. Más tarde los comportamientos de Severo harían nacer en él la decepción 4 . El sentido del juicio definitivo de Dion acerca de Severo queda, sin embargo, como un objeto de debate 5 , justificado cuando se intenta llegar a un resultado sin fisuras, mientras que tal vez sea más comprensible sobre la base de que lo único real es lo ambiguo e indefinido, al menos en este caso, resultado, desde luego, de las mismas contradicciones internas. Más monolíticas son sus consideraciones acerca de los emperadores siguientes, hasta llegar a Severo Alejandro.

II. DION Y SU TIEMPO: LA «HISTORIA ROMANA»

La obra de Dion Casio es un producto de su tiempo. Sean cuales fueren las fechas de redacción 6 , lo que sí se deduce de sus propias palabras en LXXII (LXXIII) 23, l 7 , es que, en la base de su preocupación histórica, estuvieron las guerras y revueltas que se produjeron desde la muerte de Cómodo hasta el triunfo de Septimio Severo, con todas sus ansiedades y expectativas frustradas. El mayor o menor interés que Dion muestra por los hechos del pasado no está tanto en función de la mayor o menor proximidad cronológica a su propia época 8 , como en las similitudes o relaciones que existan al margen de la cronología, desde la perspectiva del autor, con su tiempo 9 . La importancia real de los hechos y la que él les atribuye, de acuerdo con la perspectiva resultante de sus propias preocupaciones, condicionan su concepción del pasado histórico y, como consecuencia, su capacidad crítica ante las fuentes y su sistema de periodización.

Como es natural, tiene un lugar privilegiado en su exposición histórica el proceso de formación e instauración del Principado. La batalla de Accio se convierte en un hito periodizador, dado que entonces, por primera vez, según sus propias palabras César Augusto obtuvo solo el poder: LI 1, 1. El corte entre República y Principado representa también un problema metodológico para el historiador. En LIII 19, 2-6, se señalan lo que podríamos calificar como las ventajas historiográficas de la época republicana. Desde luego, tales ventajas no implican una loa de la República frente al Principado 10 . Justamente, poco antes, en LIII 19, 1, se acaba de afirmar que la República ha pasado a una situación mejor y más capaz de salvación, ya que era imposible salvarse en una democracia. Las dificultades del «secreto» en la actuación política del Principado afectan exclusivamente al historiador como tal. En el frag. XLIII 25, aunque como pensamiento de algún personaje desconocido, se exponen las ventajas, para la realización de cualquier plan secreto, de que éste no se divulgue y sólo sea conocido por una persona 11 . Es la exposición de las ventajas políticas del gobierno monárquico, contrapuestas a sus desventajas historiográficas. En el Principado, la necesidad de conocimiento que impulsó a escribir a Dion choca con una de las características del mismo Principado, y en ello vemos ya, metodológicamente, una de las contradicciones del autor.

La aceptación del Principado es coherente con la adopción de una concepción histórica puramente biográfica 12 . Dado que las causas se encuentran exclusivamente en las actitudes y acciones personales de los emperadores 13 , hay que deducir que los problemas dependen del hombre que está a la cabeza de todo y que las esperanzas sólo pueden ponerse en el poder del emperador 14 . En esto, Dion Casio comparte la actitud de los intelectuales griegos de la época: fueron incapaces de ver los problemas estructurales en el tiempo que les tocó vivir y se dedicaron a culpar de todo a los llamados malos emperadores; ponían sus esperanzas, por el contrario, en los que consideraban «buenos» y a ellos dedicaban sus consejos; pero, en general, los que los seguían y respondían a tales expectativas fracasaban y terminaban defraudando a sus sostenedores 15 . Esto condiciona fuertemente su concepción de la historia y hace que se dé un relieve especial a los asesinatos de los emperadores, aunque a veces se apoye en noticias no demasiado dignas de crédito. Por ejemplo, el hecho de que algunos, entre ellos el emperador Adriano, culparan a Tito de la muerte de Vespasiano: LXVI 17, 1; o la existencia de un rumor acerca de que a Tito lo matara su hermano: LXVI 26, 2; o las sospechas en el año 210, de que Antonino Caracala no sólo deseaba matar a su hermano sino que conspiraba contra el propio emperador: LXXVI (LXXVII) 14, 1; y, más adelante, la afirmación de que intentó matar a su padre con sus propias manos: LXXVI (LXXVII) 14, 3. En general, Dion prefiere las versiones más escandalosas de la muerte de los emperadores 16 .

Con mucha frecuencia, en los asesinatos de emperadores o pretendientes, están presentes las mujeres. Livia fue acusada de la muerte de Marcelo (LIII 33, 4) y sobre ella también cayeron las sospechas de la muerte de Gayo (LV 10a, 10), e incluso de la muerte de Augusto (LV 22, 2). Agripina toma parte en el envenenamiento de Claudio (LX [LXI] 34, 2) y a Cómodo le administraron veneno por medio de Marcia (LXXII [LXXIII] 22, 4). La participación de Livia en la muerte de Augusto, aparte de la referencia citada, que viene inmediatamente después del discurso de la emperatriz sobre la clemencia, vuelve a mencionarla en la narración, LVI 3, 1-4, donde parece deducirse que no le da todo el crédito 17 . Importa recalcar esto ya que, al mismo tiempo, en la obra de Dion 18 , Livia aparece como modelo de concordia familiar, madre de la patria, sacrosanta y espejo de emperatrices porque el autor hace notar que el senado le rindió más honores que el propio Tiberio (LVIII 2, 2) y porque resalta su papel en orientar a Augusto 19 . Según Giua 20 , habría una contraposición entre la eficacia de los consejos de Livia en LV 22, 2: «al decir esto Livia, Augusto liberó a todos...», y Caracala, LXXVII (LXXVIII) 18, 2, cuya madre le aconsejaba muchas cosas útiles, pero él no obedecía. La importancia de Livia en la Historia procedería de la importancia del papel femenino en la corte de los Severos. Pero esta experiencia no era uniforme. Julia Mesa odiaba la vida privada y se dedicó a injuriar a Macrino (LXXVIII [LXXIX] 23, 1); deseaba la autarquía e igualarse a Semíramis y Nicotris: íd., 23, 3. Mamea desempeña un papel más matizado: fue nombrada Augusta y se adueñó del poder, pero reunió alrededor de su hijo a hombres sabios para proporcionarle mesura y tomó como consejeros a los mejores del senado (Zonaras, XII 15) 21 . Livia se dirigirá a Augusto con estas palabras (LV 16, 2): «estando tú a salvo, yo también tengo mi parte de mando». Hay una situación doble también entre consejera prudente y toma del poder, en lo que se explican las alternancias de los juicios y valoraciones que se extienden a toda la obra 22 . Es decir, la concepción individualista de la historia da un papel especial a las transmisoras de la legitimidad dinástica, pero para Dion esto es también objeto de crítica, dada su concepción de la legitimidad del poder. Por otro lado, la experiencia directa de este protagonismo femenino es también contradictoria. El resultado es que Dion da importancia al papel histórico individual de las mujeres, pero éstas desempeñan una función contradictoria y dramática, en muchos casos como portadoras de vida y muerte.

III. EL PRINCIPADO Y LAS INSTITUCIONES ROMANAS EN DION

No es extraño, pues, que también en la valoración de la figura de Augusto como fundador del Principado existan ciertas contradicciones 23 . Por una parte está el encomio pronunciado por Tiberio, LVI 35, 41, que es además el elogio de el gobierno de un hombre frente a la democracia (LVI 39, 5) y que contrasta con la narración, e incluso con el juicio de Dion, en LVI 43-45, que es menos idealizante. Para Giua 24 , tal contraste puede deberse a diferencias entre las fuentes utilizadas y a la falta de control de unos hechos que Dion ya no comprendía bien. Parecería tratarse, sin embargo, de algo más complejo, que tiene que ver con la propia situación del historiador. De una parte, el encomio de Tiberio responde a la exposición idealizante de lo que «debe ser» un buen emperador, aspecto éste de los discursos de Dion Casio sobre el que volveremos, a propósito por ejemplo, de LV 14-22, 1, donde se expone la necesidad de un poder benéfico y benevolente representado por un solo hombre, en contraste con el tiránico 25 . De otro lado, desde la perspectiva propia de su época, el régimen de Augusto se interpreta como monárquico (LIII 17), con las características propias de la monarquía de los Severos, como solutus legibus (LIII 28, 2) 26 . Finalmente, hay que contar con el proceso real en que los esfuerzos de Octaviano van encaminados a la consecución del poder personal 27 , lo que forzosamente había de chocar con las concepciones de Dion sobre algunos aspectos de la función de las instituciones de origen republicano. Dion Casio usa la historiografía del Alto Imperio para adaptarla a la situación política de su tiempo y valora en ella sobre todo el respeto al senado 28 , pero, como las fuentes aportan elementos que no siempre encajan en su visión de la realidad, se producen contradicciones e incertidumbres. Se acepta el modelo, pero va rodeado de aspectos que Dion quisiera no ver repetidos; ahora bien, de otro lado, no puede dejar de notar que algunos rasgos de la formación del Principado son el origen de los caracteres que en su época son negativos. De ahí que las contradicciones no sean sólo un problema de fuentes.

Con todo, el juicio del papel de Augusto es fundamentalmente positivo 29 . Augusto fue en general moderado: LIV 3, 1. Pero esta moderación viene expresada frente a medidas concretas en que se mostró como autokrátōr , en un contexto en que tal término alude a quien abusa del poder 30 . Con Giua puede deducirse que hay un fondo de ambigüedad general que se resuelve en un juicio sintético positivo, síntesis que se podría considerar el modo en que para Dion era lícito ejercer el poder personal 31 . Son interesantes, a este respecto, las consideraciones sobre la dóxa ganada gracias a la buena suerte, aun no habiendo emprendido las cosas rectamente: XLV 4, 2. En el caso de Octavio, nunca pareció que había deliberado mal porque las cosas salieron bien: XLV 4, 4. En el momento de la aparición de Octavio, a la muerte de César, se refiere a él como a quien no se atrevió a actuar de modo revolucionario (neōterísai): XLV 13, 1. Es un modo de sintetizar los aspectos contradictorios en el juicio sobre Augusto: buenos resultados a pesar de sus intenciones, pues lo que él quería era el tribunado que le garantizara la dēmagōgía y, de ahí, la dynasteía. Dion parece distinguir entre el logro de la dynasteía , en que Augusto no se distinguiría de los que participaban en las luchas de finales de la República, y el resultado final, que podría servir de fundamento a lo que en su tiempo consideraba el ejercicio de la monarquía «ideal». Por ello, puede admitirse la doble afirmación de Gabba 32 : la opinión de Dion es básicamente favorable con respecto a Augusto, pero siempre hay una comparación explícita o implícita entre la época de Augusto y la propia, que condiciona la exposición histórica. A ello habría que añadir el factor perturbador de las propias contradicciones de la formación del Principado que preocupa a Dion a lo largo de toda la obra.

Por otra parte, el modelo augústeo tropieza de algún modo con la propia concepción romana de la monarquía y con el desprestigio en que ésta se encontraba: «Hemos hecho malditos los nombres de realeza, dictador, tirano», dice Cicerón en su discurso del año 43: XLV 32. Por ello Dion insiste en los problemas de nomenclatura: LIII 17-18 33 , y pone de relieve las contradicciones que supuso, desde el punto de vista institucional, el origen del Principado. Así, extiende a toda la historia anterior de Roma la práctica de la ficción, como cuando Zonaras, VII 12, habla de los dos cónsules creados para que la monarquía no pareciera basileía , o cuando se refiere al poder del dictador (VII 13), con atribuciones iguales a las de los reyes, cuyo nombre odiaban los romanos, pero que era útil en la guerra y las revueltas, es decir, en aquellas situaciones como la que llevó a Dion a escribir su historia. La postura de Dion a este respecto está clara en frag. 110, 2: los nombres dependen de los hombres y de las cosas: hay monarcas que son causa de bienes para sus súbditos, aunque su poder se llame basileía , y democracias que producen males. De ahí que, en su famoso discurso, Mecenas solucione fácilmente el dilema: si odias el nombre de rey puedes llamarte César e Imperator , con lo que te venerarán (sebioûsí , donde está implicado el nombre griego de Augustus = Sebastós): LII 40, 1-2; y en otro momento, LIII 17, 2, Dion considera que, aunque los emperadores no se llamen reyes ni dictadores, de hecho reinan. Resulta patente la percepción del conflicto que supuso la instauración de un sistema que desde la perspectiva de Dion era ya «natural». Pero el conflicto era justificado desde esa misma perspectiva y, por eso, Dion es capaz de percibirlo, dado que ciertos problemas de la formación del Principado estaban todavía vigentes en época del autor (relaciones senado-príncipe, etc.), como veremos más adelante.

Todo esto está presente en la forma de institucionalizarse el régimen de Augusto: deseaba obtener el poder de Rómulo (XLVI 46, 3) y ser llamado Rómulo, pero temía que sospecharan que deseaba ser rey (LIII 16, 7). De ahí que se mantuvieran nombres democráticos aunque el contenido era el propio de los reyes (LIII 18, 1) y que se encontrara «libre de leyes»; los títulos de «César» y «Augusto» no respondían a sus poderes; eran sólo marca del génos y de la dignidad (axíōma). A pesar del propio Augusto, él es el precedente y modelo de la monarquía. También Severo tuvo un sueño en que era amamantado por una loba, como Rómulo: LXXIV (LXXV) 3, 1. Por ello se puede estar de acuerdo con F. Millar 34 , cuando dice que, sobre el establecimiento mismo del Principado, Dion tiene una concepción firme y realista: se trata de una vuelta a la monarquía sin formulación constitucional, por lo que da, en general, poca importancia a los aspectos institucionales. La percepción de que hay una contradicción entre la realidad y el nombre de las instituciones lo lleva a considerar éstas como superfluas. Por ejemplo, es significativa la consideración que hace sobre el hecho de que los emperadores sigan señalando los períodos de diez años aunque sean vitalicios de modo reconocido: LIII 16, 3. Dion también es consciente de que el titulo de imperator (autokrátōr) es antecendente de los «actuales» y equivale a señor (kýrios) XLIII 44, 2.

Tales consideraciones se remontan a la época de César. Desde el año 59 lo ordenaba todo como si fuera el único cónsul (árchōn) XXXVIII 8, 2; a pesar de la apariencia de los cónsules, fue realmente dictador por segunda vez el año 47: XLII 55, 4; en razón de su nombramiento de dictador vitalicio (XLIV 8, 4), lo llamaron «rey», con el fin de proporcionarle enemigos: XLIV 9, 1. De hecho, él mismo, aunque se hace llamar César, no castiga a los que lo llaman rey: XLIV 11, 1; y fue odiado por ello: XLIV 11, 3. Cuando Zonaras, VII 13, se refiere a la dictadura, cuenta que se le estableció una limitación temporal para evitar el «amor a la monarquía»; y comenta el autor que esto fue precisamente lo que luego le pasó a Julio César, que lo consideraron digno de la dictadura contra la norma establecida. En el discurso de Agripa (LII 13, 4), los enemigos de César lo atacaron porque sospechaban que pretendía la monarquía.

En el encomio pronunciado por Tiberio, hay un distanciamiento de la figura de Augusto con respecto a César: Augusto no permitió excesos a sus compañeros: LVI 38, 2, cosa que sí hicieron Pompeyo y César con sus amigos: LVI 38, 4. También puede verse algo parecido en el entierro de Augusto, donde no se encontraba la imagen de César, pero sí la de Pompeyo: LVI 34, 2-3. Dion Casio trata de justificarlo en el hecho de que César se encontraba entre los héroes.

En el César de Dion hay rasgos que corresponden a la idea que éste tiene de un buen gobernante único: se da cuenta de que ciertos honores se le atribuyen por adulación (XLIII 15, 4), define su poder como el de un guía y un líder, frente al despotismo y la tiranía (XLIII 17, 2) y pide que se dirijan a él como a un padre: XLIII 17, 5. Dion llega a la conclusión de que la muerte de César fue ilegal e impía (XLIV 1, 4), porque provocó revueltas, aunque los autores se llamaron liberadores, en un momento en que «la ciudad ya estaba bien gobernada» (XLIV 1, 2). En otro momento (XLVIII 1, 1), se dice que la muerte de Bruto y Casio fue justa porque habían matado a su benefactor y a un hombre de virtud y fortuna. Lo mismo que hizo Cicerón, según el discurso de Caleno (XLVI 22, 5). César representaría el poder personal basado en la protección, la virtud y la Fortuna. También Antonio lo retrata ante los ciudadanos como aquel a quien se amaba como padre y benefactor (XLIV 48, 1), que se deseaba como jefe (XLIV 48, 2), y por eso se proclamó sumo sacerdote ante los dioses, cónsul ante nosotros, autókratōr ante los soldados, diktátōr ante los enemigos y, como resumen, padre de la patria (XLIV 48, 3).

La virtud de César procede de la herencia: XLIV 37, 1. Para el origen «genético» del poder hay algunos otros datos. También en el discurso de Gabinio, en relación con los poderes de Pompeyo (XXXVI 27, 5), se dice que para un poder especial se precisa nacimiento y buena fortuna 35 . Sin embargo, en el texto narrativo de Dion aparecen más bien profecías en el nacimiento, como cuando se profetiza el poder absoluto de Augusto (XLV 1, 3), o su padre dice que «ha nacido un amo para nosotros» (XLV 1, 5), o se habla de que Vespasiano, como otros, había nacido para el poder (LXVI [LXV] 2, 1), aunque también se mencione su falta de nobleza: LXVI (LXV) 10, 3b. Frente al poder «genético», Dion parece inclinarse hacia las «condiciones naturales». Julia Domna, cuyo papel junto a Caracala en general se elogia, es de origen popular (dēmotikós): LXXVIII (LXXIX) 24, y también Pértinax es de origen oscuro: LXXIII (LXXIV) 3, 1. Pero Dion es más moderado que otras fuentes al poner de relieve estos aspectos, pues toma partido en cualquier caso en favor del «Buen emperador» 36 . Trajano es un emperador bien tratado por Dion y de él se destaca el hecho de que fue nombrado César aunque había parientes de Nerva vivos: LXVIII 4, 1; y, al referirse a Adriano, declara las ventajas del método de selección (LXIX 20, 2), y de que también había señalado así a los sucesores posteriores (LXIX 21, 1), alusión posible a lo que ya no pasaba en su época.

De todos modos, se le plantea también como dilema y conflicto. Según él, Octavio ataca a Antonio, entre otras cosas, porque quiere introducir a Cesarión en el génos de César (L 1, 5), con lo que el hijo de César estaría en condiciones de competir con Octavio, que sólo era adoptado (XLIX 41, 2). Del juicio citado de Dion acerca de Octavio se deducen también sus preferencias por la adopción. De ahí que las virtudes de César sean aceptadas como condición suficiente sin más requisitos. Además, no parecen mencionarse con gusto los gestos dinásticos de los emperadores que pretendían garantizar la continuidad familiar en el poder, como cuando Vitelio dio a su hijo de seis años los títulos de Germánico e imperator: LXV (LXIV) 1, 2a; o cuando intentaban justificar el poder con el establecimiento de lazos familiares inexistentes, como el enterramiento de Severo en la tumba de los Antoninos (LXXVI [LXXVII] 15, 4).

Sin embargo, más aún que en el caso de Augusto, el poder de César procede de las luchas civiles del final de la República, donde los contendientes aspiraban al poder. En XLI 57, 2-4, la lucha entre César y Pompeyo se muestra llena de contradicciones. Naturalmente, cada uno de los contendientes se presenta a sí mismo como el liberador 37 , al tiempo que ataca al otro como tirano; para Dion ambos eran llevados por sus ansias de poder. En los proyectos de César introducidos por Antonio, se perseguía, de nombre, la igualdad, de hecho, el poder; tanto César como Pompeyo buscaban sólo el beneficio privado (tà ídia): XLI 17, 3, aunque, en discurso, César declara explícitamente que no desea el poder: XLI 35, 4. En las guerras civiles, éste es el propósito de todos: la destrucción del pueblo para implantar una dictadura; se lucha para saber de quién serían esclavos y quién sería el déspota, lo que equivale a la destrucción del gobierno: XLVI 34, 4, proceso en que colaboran todos. La dictadura no se acabó hasta el año 27 en que se pasó a la monarquía, forma de gobierno en que se superó aquélla. Se han marcado con cierto rigor la distinción y sus bases constitucionales 38 . Pero esto, que es un hito importante en la narrativa de Dion, hay que matizarlo. Tanto el poder de Augusto como el del benefactor César nacen de la misma dictadura. Aquí se refleja de nuevo la contradicción de Dion. Hemos visto su aceptación plena del poder de Augusto, pero aun así hace constar que Octavio también formó parte de la dictadura; y, cuando se refiere al pacto entre Antonio y Octavio, dice que tenía la apariencia de la libertad, pero que en realidad se trataba de la dictadura: XLV 11, 2, aunque matiza que, en las luchas civiles del año 43, los actos peores los llevaron a cabo Lépido y Antonio: XLVII 7, 1; Octavio no lo necesitaba y, además, había heredado el carácter de su padre y quería ser amado: ibid. 7, 2; el carácter de ese padre que actuaba como quien quiere alcanzar el poder. Dion considera una prueba de la mejor condición de Octavio el hecho de que cuando quedó solo ya no actuó así: XLVII 7, 3. Las arbitrariedades de los triúnviros son las que hacen parecer de oro la monarquía de Octaviano: XLVII 15, 4. Es decir, la monarquía aceptada por Dion es un resultado, positivo, de las luchas civiles de la época de la dictadura. La oposición entre ambas no se concibe, ni en César ni en Octaviano, hasta que el proceso ha terminado.

Con respecto a César la distinción está menos clara. Hemos visto que se considera virtuoso y evérgeta y que en su época ya se gobernaba bien, y que también se considera aspirante al poder en las guerras civiles. Pero el término se aplica al gobierno ya establecido, cuando, en XLIV 35, 1, se dice que la mayoría se alegró del final de la dictadura de César justamente hasta la apertura del testamento: XLIV 35, 2. Es interesante que se utilice el término dynasteía aplicado al gobierno de César y no sólo a su participación en las luchas civiles, precisamente en un momento en que se trata del apoyo o no del pueblo. Parece más clara la otra distinción 39 que considera diferente el contenido de la palabra dynasteía si se aplica a finales de la república y si se usa para referirse a reinos orientales y bárbaros (v. g. XXXVII 7a y 2a), aunque podría buscarse un paralelismo entre el apoyo en la plebe urbana de los dinastas republicanos y el carácter a veces popular y demagógico de algunos de los reinos citados. Así, también Tiberio Graco, en frag. 85, 3, se hizo odioso entre los de su mismo partido a causa de su excesivo poder. Es un problema de rivalidades personales en que aumenta el poder de unos a costa de otros; pero tal poder se fundamenta en la multitud (hómilos) y los caballeros. Los problemas de la rivalidad personal se interfieren con los del apoyo social. El episodio de los poderes de Pompeyo es también muy ilustrativo. El senado no quería darle tanta hegemonía: XXXVI 24, 1, pero él tenía el apoyo del pueblo; al verse con la oposición de los poderosos quiso parecer forzado (ibid. 24, 5) para evitar el odio y tener más gloria: ibid. 24, 6 40 .

En cualquier caso, parece evidente que, para todo momento, Dion está de acuerdo con el poder unipersonal. Es difícil que muchos en el poder estén de acuerdo, dice en frag. 17, 15, con referencia a la institución de los tribunos de la plebe, principalmente en razón de la envidia (phthónos). Pero ésta no es exclusiva del poder de muchos. También es propia de la monarquía. No sólo Agripa considera que la monarquía es ventajosa para los amigos, pero al gobernante sólo le proporciona envidias y peligros: LII 2, 2, lo que podría estar condicionado por el papel «antimonárquico» que desempeña en el debate; también Augusto coincide con él cuando tiene que prever la envidia y el odio que suelen existir contra los «mejores»: LIII 8, 6. Augusto temía, en efecto, ser objeto de complots: LIV 12, 3. Cuando Tiberio hace su encomio (LVI 35, 6), aconseja que no se vea en él la superioridad, que produce rencores, envidias, etc., sino los beneficios recibidos.

El odio está unido a las rivalidades por el poder personal, en la muerte de Demetrio por su hermano Perseo, por ejemplo (Zonaras, IX 22). El elogio de la moderación de Escipión se centra principalmente en su alejamiento del odio (Zonaras, IX 27) que es lo único que perjudica a los mejores (frag. 70, 9). Fabricio vota a favor de Rufino porque era philópolis , es decir, le importaba la ciudad por encima del odio (frag. 40, 1-2); al mismo tiempo, el propio Fabricio considera que su riqueza está segura y libre de odio porque no atenta contra ella ni pueblo ni tirano (frag. 40, 36). Está más seguro que Pirro porque hay participación. Hay un elogio de la república oligárquica porque, al haber mayor participación, pero no dominio del pueblo, no hay odio. Es, por tanto, algo que va unido a la formación del poder personal.

En la teoría, el buen gobernante se libra de esto. Para César, XLIII 1, sólo quien no domina su propio poder (exousía) está cargado de sospechas y temores ante los demás. César estaba libre de tales cosas, lo que le permitía no hacer caso de las acusaciones de complot e incluso castigar a los acusadores: XLIV 15, 1. Pero, en realidad, por mucho que gobernara de modo evergético y clemente, fue víctima del complot contra el evérgeta. El poder personal atrae el odio. La dificultad está en hacerle frente con la clemencia. La de César no tuvo éxito. De ahí que, de manera contrastada con los consejos de Livia, Augusto siga sosteniendo que «ningún poder está libre de envidia y conspiración, y menos la autarquía» (LV 15, 1), y que «en la monarquía tememos tambien a los amigos» (LV 15, 14). Lo ideal es la eliminación de «temores y sospechas» que justifican la actitud tiránica de los malos emperadores, pues es significativa la afirmación (LIX 23, 1) de que Gayo Calígula siempre pretendía estar en peligro para justificar la represión, y uno de los objetivos de los consejos de Mecenas a Augusto es que éste nunca sea odiado ni objeto de conspiración: LII 39, 4.

De ahí el constante peligro de la monarquía de caer en la tiranía. César tiene que defenderse de esa posible acusación: por mucho éxito que alcance nunca va a caer en la tiranía (XLIII 15, 5): en el mismo sentido lo defendía Antonio, en XLIV 47, 1: a César no lo corrompió la eupragía , etc., defensa que es absolutamente necesaria, habida cuenta de los precedentes conocidos: Mario, Cinna, Sila (XLIII 5, 3). Tras la muerte de César se vuelve a crear la misma situación de stásis y de guerra que da pie al deseo de Dion de escribir historia. En esta situación es donde los hombres que están en el poder consideran amigos o enemigos según sus intereses: XLVIII 29, 3. De ella se nutre también la afirmación de Agripa de que nadie confía en que hagan justicia los que tienen la fuerza: LII 7, 4. En el debate, la situación de stásis es condicionante para ambas posturas, la de Agripa y la de Mecenas. Agripa, contra el poder personal, argumenta con el ejemplo de los que perecieron por desear la dynasteía: Cinna, Estrabón, Mario el Joven, Sertorio y Pompeyo; por el contrario, se salvaron, por no desearla, Mario, Sila, Metelo y Pompeyo al principio: LII 13, 2; Mecenas, por su parte, considera que, si Octavio entrega el poder, todos van a pretender la monarquía y, ademas, lo atacarán a él por lo que ha hecho (LII 17, 2): Pompeyo fue atacado precisamente por dejar el poder: LII 17, 3.

El proceso de formación del Principado, dentro del desarrollo de las guerras civiles, condiciona la aproximación entre monarquía y tiranía. Los conflictos personales traen consigo el peligro de tiranía y Casio está preocupado por si Antonio pretende convertirse en tirano: XLIV 34, 7. Es una especie de círculo vicioso: conspiración-tiranía-conspiración, o viceversa. Pero para Dion hay un estrecho paralelismo con los problemas de su tiempo y con sus aspiraciones, de cuyas frustraciones tendía a culpar a los «malos emperadores». Así, sobre la base de LXXIII (LXXIV) 2, 5, Espinosa 41 , afirma que la misma técnica que se emplea para distinguir democracia de tiranía es la que sirve para definir al buen emperador y al malo. El alegato contra el tirano de la época de la revuelta republicana sirve para el mal emperador de la época de la revuelta de la crisis del imperio. Por ello no sorprende que la actitud propia de Dion aparezca más claramente en los libros referentes a la caída de la república y el establecimiento del Principado 42 .

IV. MONARQUÍA FRENTE A DEMOCRACIA

Es evidente que, en XLIV 2, Dion se inclina claramente por la monarquía frente a la democracia 43 : la democracia es buena de nombre, pero de hecho es mejor la monarquía; es mejor uno malo que la multitud (plêthos); para todos son mejor los reyes que el pueblo, dado que la democracia produce soberbia y ésta odio; en una ciudad dueña del mundo no es posible la democracia. La posición es clara: la defensa de la democracia sólo puede ser teórica; el gobernante único es preferible, en cualquier caso, a la multitud; el odio es el producto de la democracia; el imperio territorial es condicionante absoluto del imperio político. Sobre el odio ya hemos tratado; del imperio territorial trataremos en su momento. Los otros dos aspectos están íntimamente relacionados entre sí. La democracia teórica puede estar expuesta en el discurso de Fabricio: frag. 40, 34-38 44 , donde dice que su riqueza está segura porque no atenta contra ella ni pueblo ni tirano, y puede «beneficiar a la mayoría», es decir, democracia evergética sin poder de la multitud. Esta democracia sí es aceptable: conservación de riquezas con la contrapartida de la acción noble. Y sin enfrentamiento. Es la misma que se define en frag. 23, 5: democracia no es que todos participen de lo mismo, sino cada uno según su merecimiento (kat’axían). En la época de la muerte de César se identifica con la libera res publica de la época anterior a las guerras civiles, pero sólo tiene una realidad de orden moral, como lo opuesto al gobierno de uno sólo 45 . Por ello está en el programa de los asesinos de César (XLVII 42, 3), que decían al pueblo que lo habían matado para que se gobernaran «libres y autónomos» (XLIV 21, 1). Este período, hasta el establecimiento definitivo del Principado, es muy interesante; la prueba está en que las reflexiones políticas y sociales de Dion suceden de modo contradictorio, pero muy significativo. En L 1, 1, con referencia al año 33, Dion dice que el pueblo se vio privado de la democracia, pero aún no había llegado la monarquía. Es la síntesis final de un proceso que viene marcado por lo menos desde Filipos (XLVII 39) 46 . Ésta es la democracia que se identifica con la República oligárquica, que tuvo su última manifestación con las pretensiones de los asesinos de César. Es la democracia como reparto de honores y cargas, la del discurso de Cátulo contra los poderes de Pompeyo (XXXVI 32, 1): Cátulo era precisamente quien «siempre anteponía el interés popular a todo» (XXXVII 46, 3); o la representada por Catón, que cuidaba a los muchos, se preocupaba de lo de la plebe, no admiraba a ningún hombre, amaba lo común, odiaba la dictadura, amaba lo popular, no por gloria, sino por amor a la vida autónoma y libre de tiranos (XXXVII 22, 1-3). Es una forma de democracia republicana en que el amor a lo popular se realiza desde posiciones elevadas, como un modo de beneficiencia, pero donde se deja notar que en ello hay un peligro, que es el de la pretensión de gloria, que puede representar un riesgo de tiranía. Precisamente el carácter demótico de Catón se manifiesta en oposición a César: XLIII 11, 6. Pero es una tenue frontera la que existe entre la beneficencia «democrática» y la que busca la gloria del poder personal. Así como la monarquía encuentra sus raíces en las luchas por el poder (César y el propio Augusto), así también las luchas personales encuentran sus raíces en la democracia. Por eso es tan difícil saber cuándo acaba la democracia: en Filipos, en el año 33...; pero ya antes se ha dicho que con César era imposible la democracia. Ya las rivalidades entre M. Octavio y Graco eran propias de la dictadura y no de la democracia: no beneficiaban a la comunidad: frag. 83, 4.

Con todo, en la narrativa de la situación previa a Filipos, Dion piensa que Bruto y Casio renuncian a la democracia cuando Octavio se ganó al plêthos: XLVII 20, 3-4. Aquí parece darse una mezcla de dos conceptos de dēmokratía: el de República tradicional como programa restaurador de Bruto y Casio y el de adhesión del pueblo (dêmos). De algún modo esta polisemia ocurre en toda la obra y es parte de la ambigüedad dominante y de lo complejo de la realidad que Dion quiere reflejar. Pero no deja de ser significativo que se exponga aquí de manera más explícita. En definitiva, estamos justamente en el momento en que el Principado en formación está ocupando el espacio que Dion quiere justificar. Los enemigos de Augusto eran los defensores de la democracia, pero Augusto terminará representando a la democracia. Así se explican las reflexiones siguientes: Bruto y Casio lucharon en defensa de la libertad del pueblo: XLVII 32, 2; en el año 42 tuvo lugar la última lucha por la libertad y la democracia: XLVII 39, 1; posteriormente se lucharía para ver a quién se sometían, pero todavía ahora unos luchaban por la dictadura y otros por la libertad: el resultado fue que el pueblo perdió la libertad de expresión (parrhēsía) XLVII 29, 2; con ello se debilitó lo democrático y se fortaleció lo monárquico: XLVII 39, 3: la contraposición es entre monarquía y democracia. Los vencidos por el triunfo de la monarquía fueron los romanos, ahora bien, «no digo que no les beneficiara el ser derrotados, pues ya no eran capaces de vivir en armonía bajo esta forma de gobierno»: XLVIII 39, 4. Es un interesante malabarismo conceptual. El triunfo del poder personal es la derrota de los romanos, pero tal derrota les fue provechosa. En un imperio tal ya no cabe la democracia anárquica que es incapaz de moderación; el final es forzosamente o la esclavitud o la destrucción: XLVII 39, 5 47 . Con ello se llega a la síntesis representada por Augusto 48 : combinó la monarquía con la democracia; preservó la libertad, el orden y la seguridad; tan lejos de la violencia democrática como de la soberbia tiránica; en libertad prudente y monarquía sin temores, bajo la realeza sin esclavitud, bajo la democracia sin división en facciones: LVI 43, 4. En el juicio último, positivo y sintético, de Dion con respecto a la monarquía de Augusto, entra como parte fundamental la alusión a la democracia, cuyo rasgo más importante es la carencia de violencia y de división en facciones (dichostasía) 49 . En cambio, cuando Tiberio hace el elogio de la monarquía de Augusto, la contrapone a la democracia porque ésta conduce a los conflictos internos (es toùs stasiasmoús): LVI 39, 5. La democracia nunca había logrado lo que Augusto; el gobierno de uno solo significa la salvación, mientras que la democracia es libertad sólo de nombre; de hecho significa conflictos. Los mismos asesinos de César, al pretender restablecer la democracia provocaron revueltas. En el año 27, algunos senadores odiaban lo democrático como revolucionario: LIII 11, 2. Y en el año 22, la revuelta del pueblo en el momento de la elección de los cónsules demostró que era imposible que los romanos se salvaran bajo la democracia: LIV 6, 1.

Pero, por otra parte, el final de la democracia es el despotismo de la oligarquía. Tras el final de la democracia, en las luchas entre Antonio y Octavio, el pueblo fue esclavizado: L 1, 2. E incluso el propio Augusto mantuvo los títulos de la República sólo como apariencia: LIII 17, 3. Para la aceptación del establecimiento de la monarquía hay que justificar el final del sistema tradicional democrático, y esa justificación se halla en el final despótico de la democracia que justifica una monarquía democrática. Naturalmente, este planteamiento requiere constantes ambigüedades terminológicas y explicaciones de posturas desde distintos puntos de vista. Por ejemplo, Servio Tulio parece incorporar la figura sintética de Augusto en Zonaras, VII 9, cuando, ante las conspiraciones y dentro de la monarquía, empuja a los romanos a la democracia y la libertad 50 . Por otro lado, Valerio, aunque es muy popular, despierta sospechas de aspiración a la monarquía (frag. 13, 2) y lo mata la multitud 51 . Pero es también frecuente el uso de «popular» (dēmotikós) como amable, y opuesto al enfrentamiento, como en el caso de Mummio: no le importó que un templo sufragado por él se consagrara a nombre de otro (frag. 76, 1-2); es lo contrario de las rivalidades de finales de la República: «popular» (dēmotikós) como opuesto al enfrentamiento (phthónos) y a la revuelta (stásis) correspondiente.

Botteri y Raskonikoff 52 han puesto de relieve los problemas de la aplicación de los términos griegos a las situaciones políticas romanas. Por un lado, la oposición aristocracia/democracia aparece aplicada a la de oligarquía conservadora/individuo demagogo (Diod., XXXIV/XXXV, 25 1), equivalente a dynasteía. Por otro, Apiano usa dēmokratía para el régimen romano anterior a las guerras civiles (Guerras Civiles I 99), que pudo ser restablecido por César (II 107), pero también por sus asesinos (II 119); L. Antonio habla de restaurar la aristocracia destruida por el triunvirato (V 43), pero antes ha evocado la restauración de la democracia (V 39). Como se ve, la tradición terminólogica no es precisa y sólo ayuda a hacer más compleja la situación ante la que se halla Dion. Él quiere ver en la formación del Principado la superación de una democracia en sí positiva, pero que se ha hecho inútil por el desarrollo de la revuelta y el poder personal; y por tanto la superación se lleva a cabo, como efecto de esas luchas por el poder personal, en la forma de una monarquía que además es democrática. Sin embargo, la ambigüedad subsiste, incluso para referirse a épocas posteriores a Augusto. Gayo (LIX 3, 1-2) era considerado muy democrático porque no enviaba cartas al pueblo ni al senado y porque no ostentaba títulos imperiales, pero luego se hizo muy monárquico, por asumir los títulos de Augusto 53 .

V. EXCESOS DE LA MONARQUÍA: LOS EMPERADORES TIRANOS

Ya lo hemos visto: el poder monárquico está al borde de la tiranía. Rómulo, frag. 5, 11, fue «más tiránico y más duro con el senado». Tomaba decisiones por sí mismo y le dijo al senado cosas insoportables: «os creé para que obedecierais». El concepto de tiranía afecta aquí a las relaciones entre el monarca y el senado, por lo que puede afectar al juicio sobre Augusto, que deseaba ser llamado Rómulo, y Septimio Severo, que soñó que lo coronaba. Según un fragmento transmitido por Juan de Antioquía (frag. 32M ), Rómulo despreciaba a los ciudadanos y a los líderes del senado. Era en cambio amigo de los soldados, a quienes concedía tierra y botín, y por ello tenía el odio del senado, por ser autarco; se apoyaba en la multitud y en los soldados. Por un lado están el senado y los ciudadanos, por otro la plebe y los soldados, como puntos de apoyo diferentes en el modo de definir a un gobernante tiránico 54 . La libertad de los senadores se define como opuesta a la del pueblo.

Con respecto a Servio Tulio, Zonaras, VII 9, expone la relación que existe entre el apoyo del pueblo y la realeza total. Tal apoyo es más fácil que el de los eupátridas. El tirano Tarquinio el Soberbio (frag. 11, 2) se dedica a dar muerte a los más poderosos de los senadores, entre otras cosas. Él mismo (frag. 11, 4) intenta aniquilar al senado y los caballeros buscando la oliganthrōpía se creía odiado por todo el pueblo, pero consideraba que lo más selecto era lo más enemigo del tirano; también temía a la plebe y a la guardia pretoriana, pues podían rebelarse por el cambio de constitución; reunía el senado y no le comunicaba nada, sólo para humillación y desprecio. Es interesante la descripción: lo detallado es la relación con la clase dominante, aunque también se menciona al pueblo y la multitud. Se busca el establecimiento de un bloque social compacto frente a los «malos» gobernantes, aunque lo sustancial sea la relación con la clase dominante; porque también se le atribuye (Zonaras, VII 10) la destrucción de los más fuertes y la distribución de sus riquezas a la plebe. Era también (frag. 11, 6) inaccesible, no admitía la colaboración, daba muerte a los ciudadanos, etc.: características todas ellas que se ven también en los «malos» emperadores. Dion saca sus conclusiones: todo inteligente de familia ilustre es sospechoso para los tiranos (frag. 11, 10), el mal reinado (sin ciencia, virtud, moderación) se destruye a sí mismo y a los súbditos (frag. 12, 9), y les pasa lo mismo a los que comparten el poder (frag. 12, 11). El desprecio de Dion frente a Postumio (frag. 36, 32) procede de que declaraba que él mandaba sobre el senado y no al revés. Flaminio (Zonaras, VIII 20) celebra el triunfo con el apoyo de la plebe, frente al senado.

Es también significativo el tratamiento de la figura de Sila (frag. 108, 1-2): se apoyó en los peores, que se lo iban a agradecer más y a prestar su colaboración; los virtuosos habrían exigido algo a cambio. Cuando estuvo en el poder se reveló tal como era (frag. 109, 2) y causó alarma entre los senadores (frag. 109, 6); no había seguridad frente a los que en el senado querían comportarse injustamente (frag. 109, 10); se crearon temores por la existencia de listas de senadores (frag. 109, 14); sólo estaban seguros los de la hetairía (frag. 109, 15), situación que también se produce con César (XLI 9, 1): lo temían salvo los amigos. Dion establece un paralelo: en la guerra civil se produjeron asesinatos al estilo silano (XLVI 33, 6). Las luchas civiles del año 43 son también iguales a las de la época de Sila (XLVII 3, 2), con listas de nombres (ibid. , 3, 4) y conflictos en que se perturban las alianzas y relaciones amistosas: cualquiera puede igualmente ser víctima de los amigos o de los enemigos; se parte de que los ricos nunca pueden estar en paz ante el más poderoso en tales casos (ibid. , 5, 2-4). Los enfrentamientos alcanzan hasta los más cercanos parientes (ibid. , 6, 2). En general, las peores consecuencias son las que afectan al senado. También Catilina, aunque decía que iba contra Cicerón, iba de hecho contra el senado (XXXVII 42, 2). La importancia de todo esto se muestra si atendemos a XLV 2, 6, donde se cuenta que Augusto alguna vez dijo que tendría a sus pies la dignidad senatorial. Y Dion comenta que obtuvo un resultado de acuerdo con lo dicho. Ya hemos hablado de la postura ambigua ante el Principado de Augusto. Dion la refiere a los senadores tras el discurso del año 27 (LIII 11, 1): se apoderó de ellos un sentimiento variado; unos lo creyeron y otros admiraron su artificio. Desde el comienzo del Principado, las relaciones entre el senado y los emperadores comienzan a verse condicionadas por las peculiares características personales de cada uno de éstos: Tiberio era hostil a unos de verdad y a otros en apariencia, pues deseaba que se le opusieran cuando quería hacer algo (LVII 1, 6). La relación de la institución imperial con la clase que la apoya se hace conflictiva, real o aparentemente, desde sus orígenes.

En el emperador Gayo Calígula, Dion pone de relieve algunos rasgos típicos de la competencia del poder imperial con el senado. Le irritaba que el senado le votara distinciones, porque así aparentaba ser superior (LIX 23, 3), pero también se entristecía si no las votaba: LIX 23, 4; promulgó una amnistía para el senado, pero dijo que quedaban algunos contra los que estaba irritado, lo que produjo la ansiedad de todos: LIX 25, 9; soportaba la libertad de palabra de los de bajo rango más que la de los de dignidad (LIX 26, 9), pues odiaba al más fuerte que él: LIX 27, 4. También Nerón odiaba al senado: LXIII (LXII) 15, 1; para Víndice, destruyó la flor de los senadores: LXIII 22, 3. Y, lo que tiene más importancia para Dion, también Severo hizo muchas cosas que no nos gustaron: LXXIV (LXXV) 2, 2; y por supuesto Caracala, que deseaba ser el único con poder, envidiaba al que sabía y odió a todos los que sobresalían: LXXVII (LXXVIII) 11, 5. Macrino nombró a Advento sólo para ensagrentar al senado LXXVIII (LXXIX) 14, 3 y no comunicó a éste su modo de actuar con los soldados: ibid. 27, 3. Los juicios negativos sobre los emperadores están en relación con su actitud ante el senado, y en LXXIX (LXXX) 7, 2, de las víctimas del año 218, sólo nombra a los pertenecientes al mismo.

Dion parte de la igualdad entre el emperador y los senadores. Va contra la naturaleza que lo semejante esté sometido, porque con ello se produce odio hacia el poderoso y «desprecio» (kataphrónēsis) hacia los demás: frag. 5, 12. El phthónos en el poder personal se produce cuando quiere establecer una relación de sumisión y despotismo. Se muestra aquí la importancia que tiene la formación del poder personal en el final de la República para comprender los rasgos del Imperio. Es propio del tirano (frag. 40, 15) estar lleno de desconfianza y no poseer amigos. Hace falta similitud de hábitos: cf. también frag. 40, 14. En caso contrario, la colaboración se convierte en hetairía , en una reflexión similar a la de Salustio, Iug. XXXI 15: inter bonos amicitia, inter malos factio. Con el buen gobernante hay colaboración basada en la amistad; con el malo la colaboración es del tipo de la facción. La amistad sólo se conserva cuando hay igualdad, pero en cambio queda destruida cuando existe temor y envidia: XXXIX 26, 1-2. El poder personal que se acepta está delimitado por valores republicanos como el de la igualdad y la colaboración entre «amigos», y queda destruido precisamente por los defectos propios de los tiempos finales de la República, cuando en las relaciones de amicitia se interfirió el odio en el momento en que las rivalidades produjeron la indignación del senado: XXXIX 28, 1. El poder personal «tiránico» tiene que prescindir incluso de los amigos. Tarquinio el Soberbio (frag. 11, 3) condena a muerte incluso a los amigos que le ayudaron a alcanzar la monarquía, porque pensaba que igualmente podían dársela a otro, dado que actuaban por sublevación; y Pirro desconfiaba de quienes lo habían llamado y por quienes estaba en el poder: frag. 40, 46. Parece evidente que el poder personal no permite confianza en quienes lo apoyan. La tensión es negativa para ambos. También Aníbal sospechaba de todos. Todo el que sobresalía era un enemigo posible, y prefería adelantarse antes de que actuaran contra él. El senado admite el poder personal que no está viciado por la producción de temor desde este poder que es lo que ocurría cuando unos rivalizaban con otros a finales de la República. La crítica de esta época se hace por los mismos motivos que la de los «malos emperadores». El elogio de Pompeyo se basa en estos presupuestos. Desde que recibió honores del senado se dedicó a agradar a éste (XL 50, 5), pues no quería mandar solo, y así evitaba el odio (ibid. 51, 1). La actitud del senado, pues, está definida como la de apoyo a alguien que con ese apoyo gobierne de acuerdo con el senado. Aquí está el límite de la actitud promonárquica de Dion. La monarquía que gobierne con el senado requiere el apoyo del senado. El senado necesita, pues, apoyar al poder personal. Pero, evidentemente, el resultado en la historia del poder personal de los emperadores no es siempre positivo. De ahí que la postura haya sido ambigua: en las luchas entre Octavio y Antonio, los hombres oscilaban y apoyaban al más débil: XLV 11, 4. Aquí está el drama histórico de Dion y de su clase. Drama que naturalmente se refleja en su postura ante la historia. Porque Dion es consciente del peligro de los cambios de opinión: frag. 12, 3a. El cambio daña a las ciudades y a los ciudadanos particulares; los que tienen inteligencia prefieren estar en la misma situación aunque no sea la mejor. Catilina intentó «renovar el estado»: XXXVII 10, 4; Augusto, en cambio, en su discurso del año 27, aconseja conservar las leyes establecidas y no cambiar: aunque sean inferiores son más convenientes que las nuevas (LIII 10, 1). Aquí se reflejan aspectos importantes de la postura de Dion. No se puede cuestionar el régimen político del Imperio; siempre será peor cambiar. La clase dominante oriental «conservará el régimen». Es un problema de adaptación conflictiva. La adaptación de los emperadores-tiranos o la adaptación de Dion con el problema objetivo de cómo tiene que ser ese imperio para que sea defensor de los intereses de la clase de Dion. Pero en la formación del Imperio, para Dion, el problema de la clase con la que históricamente se identifica representa un conflicto parecido. Es necesario el poder personal, pero aquí esto significa un cambio; y la experiencia de los precedentes anteriores a César y Pompeyo no es positiva: el senado entonces recuerda al pueblo la falsedad de las promesas de personas como Mario y Sila: XLI 16, 2. El cambio no deseable, la necesidad de poder personal y las experiencias del mismo, son factores que integran la compleja visión histórica del autor. De ahí las contradicciones del senado, que llamó a César «liberador» (XLIII 44, 1), pues Dion considera que la atribución de títulos a César era un signo de adulación: XLIII 44, 3. La conflictiva clarividencia de Dion le hace darse cuenta de que la culpa de César estaba en los mismos senadores que lo alzaron y luego se lo reprocharon: XLIV 3, 1. La percepción de sus propias contradicciones ante el poder personal le abren la posibilidad de percibir las contradicciones del senado en su apoyo o rechazo del poder personal al final de la República 55 . Para él, César se equivocó al aceptar, pero la culpa es de los senadores, dado que el exceso de honra envanece (XLIV 3, 2-3), hasta tal punto que algunos votaban los honores intencionadamente para perder a César: XLIV 7, 3 56 . Hay una especie de autocrítica como clase, al tiempo que comparte la idea de su clase de que el poder personal es necesario e inevitable. Por eso Dion percibe la contradicción de la clase senatorial ante César. El complot contra él se basaba en excusas: recibía sentado (XLIV 8, 2); y lo odiaron aunque ellos mismos lo habían ensalzado: XLIV 8, 4, por ejemplo, con la diadema de su estatua: XLIV 9, 2.

El conflicto y la ambigüedad de las relaciones entre el poder personal y la clase dominante queda patente en las consideraciones expuestas en XLIV 10, 2-3, acerca de, por una parte, la irritación de César cuando se quejaron de la falta de libertad de expresión, pero por otra también de la alegría de algunos por no poder participar y tener que limitarse a ver las cosas como desde un «mirador» 57 . Para Dion, las aspiraciones a participar y a expresarse de la clase dominante están limitadas por su propio carácter acomodaticio procedente de sus necesidades de un poder personal. La aspiración, pues, más que a participar, es a obtener seguridad bajo el poder personal 58 ; pero para ello este mismo poder tiene que estar alejado de la tiranía y de la dictadura: XLV 18, 2. El problema del senado es que se encuentra a merced de individuos que sean capaces de preservar sus intereses: XLV 36, 2. Este problema del senado también podría existir en época de Dion: tienen que estar a merced de individuos que protejan sus intereses, lo que conduce a la esclavitud. Por ello se vuelve paradigmático el ejemplo de Antonio, así como el de Mario, Cinna, Sila...: XLV 37, 4. Sin duda, Dion intuye que el problema de las relaciones entre emperador y senado en su época se había fraguado en la época de formación del Principado.

Para la clase dominante, las relaciones con el poder personal son delicadas. Su actitud puede tener efectos dobles. Las medidas tomadas contra Antonio dieron a éste pretexto para endurecerse: XLVI 30, 1. El senado tiene que pactar con el poder personal, pues atacarlo puede provocar un endurecimiento que haga actuar al poderoso de modo más violento y más «personal» contra los senadores. Las responsabilidades de muchos de los males del final de la República en las luchas por el poder personal yacen en el senado: XLVI 34, 1 ss. Dion muestra su escándalo porque hubo que aclamar a los triúnviros como evérgetas y salvadores de la ciudad: XLVII 13, 3. Así, muestra su escándalo al tiempo que su impotencia. El parto del poder personal conlleva los dolores propios de la dictadura. La alternativa era Bruto, y la democracia que ya era inviable, apoyado por el senado: XLVII 22, 2 59 . Sin duda, Dion es un buen reflejo de la perplejidad del senado ante la situación. Otro ejemplo de tal perplejidad queda reflejado en el caso de Corbulón, que pudo aspirar al imperio porque lo admiraban los que odiaban a Nerón: LXII 23, 5; pero él era considerado y tenía la confianza del emperador: LXII 23, 6; la conspiración partía de gente que había tenido confianza en Nerón como buen emperador: LXII 24, 2. Es una contradicción parecida a la del propio Dion. La necesidad obliga a confiar en personas a las que la misma necesidad del momento obliga a actuar al margen de esa confianza. El contrapunto a esta adaptación a las circunstancias por parte de los emperadores podría estar representado por Marco Aurelio, que no cambió en nada mientras fue emperador: LXXI (LXXII) 34, 5.

Todo ello lleva a la aceptación de Augusto como modelo de gobierno personal en que el senado puede integrarse y a la aceptación de las ficciones en que se formula tal integración. En esquema, Dion lo acepta hasta el punto de integrarlo en su síntesis de principios del libro LII 1, 1, en que hace una periodización conceptual: hasta ahora ha habido basileía , dēmokratía y dynasteía; ahora empieza la monarchía , a pesar de que Augusto planeó entregar las armas y restituir el «estado» al senado y al pueblo, pues el sistema de monarquía estricta, que puede llamarse así aunque haya dos o tres monarcas, se define cuando se cuenta que pasó a Augusto todo el poder del pueblo y del senado: LIII 17, 1.

Dion resalta algunos otros hechos: en medio de los honores recibidos por su victoria sobre Cleopatra, Augusto hizo que lo acompañaran con la púrpura en el triunfo los senadores que habían participado: LI 20, 2; los honores que recibe Augusto no proceden de la adulación, sino que trataba a los senadores como libres: LIII 33, 1 y depuró al senado, no sólo a causa de la maldad de algunos, sino también cuando veía en ellos adulación: LIV 13, 1. Dion quiere poner de relieve la diferencia entre un apoyo senatorial, digno y correspondido con el respeto del emperador, y un apoyo basado en la adulación, negativo para la propia clase senatorial. La teoría se elabora al tratar el contrapunto de Sejano y las adulaciones que se desenvolvían a su alrededor: los que sobresalen por su propia dignidad no necesitan signos de acogida, los advenedizos, sí (LVIII 5, 3) 60 .

Con Augusto se consigue una síntesis interesante que refleja la complejidad de la situación. Se ve obligado a ser totalitario porque los senadores, en el año 27, estaban necesitados de un dictador: LIII 1, 4, y ello le permite satisfacer su deseo de parecer popular y hacer que su poder sea ratificado por el senado y el pueblo: LIII 12, 1. Y cuando, el año 3 d. C., aceptó el imperio por cuarta vez, se dice que fue forzado, porque no quería ofender a los senadores: LV 12, 3; igual que, en el año 8 a. C., a los 20 años, dejó el poder, pero lo volvió a tomar aunque involuntariamente: LV 6, 1. Dion sabe interpretar también el hecho de que Octavio no se presentara a la Asamblea: como si hubiera que temer su presencia y no su poder: XLVI 55, 5; y conoce la ficción de las relaciones entre Octavio y el senado: como si aceptara lo que de hecho había tomado por la fuerza: XLVI 47, 1; y como si se lo dieran voluntariamente: XLVI 47, 2. También sabe Dion que lo que se legisló en honor de Augusto, a su muerte, aunque de palabra era obra del senado, de hecho lo era de Tiberio y Livia: LVI 47, 1 61 . Por lo menos algunos de los que aspiraban al poder personal conocían cuáles eran las condiciones de aceptación de la clase dominante. Fue Augusto quien consiguió sus objetivos y respondió a la imagen deseada. Pero, en definitiva, también Antonio prometía devolver el poder al senado y al pueblo: L 7, 1. La ficción del rechazo del poder es un aspecto de la realidad de las necesidades del senado de apoyarse en el poder personal. En el discurso de Augusto (LIII 7, 3), se atribuye su éxito a la virtud y a la fortuna, lo que le habría permitido hacerse totalitario sin que quisieran, pero él no deseó la monarquía. Fue soberano porque se lo pidieron, pero pudo por sus circunstancias serlo aunque no quisieran. Las necesidades de la clase senatorial se unen a las condiciones personales del emperador para serlo. Es la convergencia de las condiciones generales de clase con las características personales. Al tiempo, se mantienen los conceptos por los que puede ser aceptable el poder personal. Por ejemplo, la no aceptación de títulos excesivos. Pompeyo es alabado porque no aceptó más «eponimia» que Magno, ni tampoco llevar corona de laurel: XXXVII 21, 3-4; Pompeyo sabe que en la dictadura los honores son forzados y por adulación: XXXVII 23, 2.

La monarquía aparece con rasgos demóticos como expresión de su fundamento real en las necesidades de la clase senatorial. Augusto legisló a través del cuerpo de consejeros senatoriales: LIII 21, 4. Pero Dion no se engaña. Aunque continuaban los juicios en manos del senado y las elecciones en manos del dêmos , él sabe que no se hacía nada que no gustara al César: LIII 21, 6. La opinión de los senadores no tenía eficacia real, pero de ella nacía la auctoritas: LV 3, 4. Se consigue, pues, la suficiente seguridad descargada en manos del emperador sin la pérdida del autorrespeto plasmado en las ficciones: Augusto consulta previamente al senado: LV 4, 1; y, tal vez de modo más real, se plasma en la colaboración de los amigos: los posibles defectos del poder personal los corrige Augusto con la libertad de expresión de éstos: LV 7, 3; y Severo «nos dio libertad de expresión» a sus consejeros: LXXVI (LXXVII) 17, 1. Por ello, en el testamento de Augusto, se aconseja que todos lo que pudieran se dedicaran a lo «común», y no dejaran a uno solo, dado que se convertiría en tiranía; y además la caída de un hombre significaría la caída del estado: LVI 33, 4. En esto, la tiranía se identifica con la monarquía sin colaboración, que constituye el modo de evitar que la monarquía caiga en la tiranía 62 .

Desde el punto de vista de la protección del propio Augusto, toda represión queda justificada, en el sentido de que la conspiración contra el emperador se interpreta también como conspiración contra las magistraturas: LV 4, 3; 5, 4. Así, la protección del poder personal es la protección de las instituciones, de igual modo que, en palabras de Livia, la prostasía existe para la protección de los gobernados: LV 20, 2. Por ello, ya en época de Dion, el senado alaba a Severo: todos hacen bien puesto que tú gobiernas bien: LXXVI (LXXVII) 6, 2; pero esto va unido al hecho de que toda fuerza autárquica dada por alguien deja de ser del que la da: LXI 7, 3.

A lo largo de toda la historia del imperio, está constantemente presente, en el juicio sobre los emperadores, el motivo de las relaciones que éstos sostuvieron con el senado. Tiberio honró a los magistrados como en la dēmokratía: LVII 11, 2, y el título que prefería era el de princeps senatus: LVII 8, 2; otro síntoma de democracia es para Dion que el senado estuvo con Gneo Calpurnio Pisón frente a Tiberio y Druso: LVII 15, 9. También Gayo al principio fue muy democrático, porque no enviaba cartas al pueblo ni al senado, aunque luego se hizo muy monárquico: LIX 3, 1. La aceptación de la monarquía viene condicionada por la relación con el senado, pero se califica de muy monárquico al que se comporta con él negativamente, con lo que sale a la luz una connotación peyorativa de la palabra monarquía cuando ésta no tiene las condiciones que Dion quiere. Por su parte, Galba consideraba que no había tomado el poder, sino que se lo habían dado: LXIV (LXIII) 2; Vespasiano consultaba al senado: LXVI (LXV) 10, 5; y cuando Dion dice de él que actuaba demóticamente (LXVI [LXV] 11, 1), se refiere a su forma de actuar privada. Trajano tiene un sueño en que es el senado quien lo inviste: LXVIII 5, 1; y honró a todos los mejores: ibid. 6, 4; Adriano hacía todo lo importante a través del senado: LXIX 7, 1; para la sucesión convocó a los primeros y más dignos de los senadores: ibid. 20, 1; cuando Marco Aurelio recibió el título de imperator de los soldados, aunque no estaba acostumbrado a aceptar nada que no procediera del senado, lo aceptó como de parte del dios y se lo comunicó: LXXI (LXXII) 10, 5; y consideraba que todo el dinero pertenecía al senado y al pueblo: «todo lo que tenemos es vuestro» (al senado): LXXI (LXXII) 33, 2. Pértinax nos trató de la manera más popular: LXXIII (LXXIV) 3, 4; muestra de que quería ser popular es que se llamó príncipe del senado: LXXIII (LXXIV) 5, 1, aunque no deja de atribuírsele parte de la responsabilidad: el error de Pértinax fue la precipitación: LXXIII (LXXIV) 10, 3 63 .

Y, desde luego, el emperador mismo debe ser senador: LXXVIII (LXXIX) 41, 2, como se ve en el ejemplo a contrario de Macrino 64 : habría sido mejor que eligiera a otro como emperador, perteneciente al senado: LXXVIII (LXXIX) 41, 2. Pero las formalidades importan hasta tal punto que incluso dentro del juicio negativo de este emperador se destaca su rechazo del título de cónsul por segunda vez: LXXVIII (LXXIX) 13, 1. En cambio, de Heliogábalo se critica que tomara el título de Augusto, la potestas tribunicia , etc., antes de que se lo votaran: LXXVIII (LXXX) 2, 3.

Otras veces, en cambio, la relación se manifiesta más matizada y condicionada por su propia aceptación de las ventajas del poder personal. Al referirse a la dictadura, Zonaras, VII 13, junto a su utilidad sobre todo en los conflictos internos, hace constar que también se producen en ella juicios sin apelación incluso contra senadores.

Como el cesarismo se apoya en las necesidades de la clase senatorial, sus excesos, que pueden perjudicar al mismo senado, son en parte producto de la misma actitud senatorial. Tal es la situación que se muestra cuando Calígula considera a los senadores culpables de las muertes (LIX 16, 2) y el senado, como consecuencia, vota a favor de la filantropía del príncipe: LIX 16, 10 65 . Dion no deja, pues, de revelar la culpabilidad de la postura ambigua de los senadores. Son muy claras las consideraciones expuestas a la muerte de Sejano. Cuando ésta se produjo, los senadores le achacaron su propio infortunio y votaron como si se hubieran liberado de una despoteía: LVIII 12, 4; lo condenaron por las medidas que ellos mismos habían votado previamente: LVIII 14, 2. Pero luego se dieron cuenta de que lo anterior no era más de Sejano que de Tiberio (LVIII 16, 4) y llegan a la conclusión de que su amistad con el emperador era el fundamento de la propia, porque así le eran agradables a Tiberio: LVIII 19, 4. En efecto, antes, LVIII 6, 2, «llamaban a Sejano colega de Tiberio, no refiriéndose al consulado, sino al poder». En el año 30, los senadores saludaban a Sejano como emperador: LVIII 4, 1; se había ganado, además de los pretorianos, a los senadores, con evergesias, con esperanzas, con temor: LVIII 4, 2. Es una curiosa búsqueda de equilibrio entre la aceptación y el rechazo de cada una de las manifestaciones concretas del poder personal, como en el caso de Otón, al que, al morir, los de Roma, que antes lo alabaron, lo consideraron enemigo: LXV (LXIV) 1, 1. Es un problema constante del senado: la alabanza del vivo en detrimento del muerto. A la muerte de Macrino, al que había alabado, el senado lo hizo enemigo público, para exaltar a Caracala (año 218): LXXIX (LXXX) 2, 5, situación que, a su vez, debilita el poder del emperador, dado que así «ni el que parece más fuerte está seguro de su poder» LXXVIII (LXXIX) 41, 1, es decir, pierde la capacidad de desempeñar su función, consistente en dar seguridad precisamente porque está seguro. En la época del propio Dion, Severo pone de manifiesto los fundamentos de esta situación. Ataca al senado porque había deshonrado injustamente a Cómodo. Según él, la mayoría del senado vivía del modo más vergonzoso, aíschion LXXV (LXXVI) 8, 2. De hecho, en las orgías de Heliogábalo intervenían algunos miembros del senado: LXXIX (LXXX) 14, 2.

En el caso de Nerón, según Dion, los hombres de Roma se alegraban porque pensaban que él se destruiría solo, pero los senadores votaban todo aquello con lo que él se alegraba: LXI (LXII) 15, 1. En esta situación ambigua por parte de la generalidad del senado, Trásea Peto sabía que aunque actuaran como esclavos los mataría: LXI (LXII) 15, 3, pero, en general, en público lo reverenciaban aunque en privado lo despellejaban: LXI (LXII) 16, 1. La consecuencia fue que Nerón se identificó hasta tal punto con el estado, que deseaba que éste pereciera junto con su poder: LXII 16, 1. También en su propio tiempo todos se manifestaban a favor de Severo, pero no podían ocultar sus verdaderos sentimientos: LXXV (LXXVI) 8, 5. Alternativa a la adulación era sólo, para la nobleza romana, la quies , la hēsychía , el modo de salvarse en situaciones problemáticas con los emperadores y dedicarse a hacer sólo tà heautoû: LX 27, 4 66 .

La actitud del poderoso ante el senado tiene a veces una contrapartida en la actitud ante el pueblo. El crecimiento de la magnificencia de los reyes (Zonaras, VII 8), cuya herencia se ve en los emperadores «actuales», se expone paralelamente a la transformación del senado por Tarquinio, que enrola a gente del dêmos con intención de controlar tanto al dêmos como al senado. Magnificencia y control van unidos entre sí; pero también al apoyo al pueblo por los emperadores a costa del senado. Sin embargo, con respecto a Tarquinio el Soberbio, frag. 18, 5, la acusación de aspirar a la tiranía procede de la plebe, mientras que los senadores están más bien en contra porque los tribunos han actuado al margen de ellos. Parece haber una crítica a la actitud acomodaticia de los senadores, como la anterior con Calígula, hasta el punto de valorarse en ocasiones la actitud del dêmos como más sincera que la del senado, como en el caso de Didio Juliano, LXXIII (LXXIV) 13, 2, que llega a declarar que no apoya al pueblo porque no lo llamó: LXXIII (LXXIV) 13, 5a, frag. inc. loc. Sin embargo, en referencia a su propia época, Dion considera que el senado era incapaz de hacer nada, por coacción: LXXIX (LXXX) 2, 5.

El control del pueblo por los emperadores priva sobre la posible consideración de tiranos. Sin embargo, en otras ocasiones, la acusación de pretender la tiranía está en relación con el apoyo al dêmos , como en el caso de Espurio Casio (Zonaras, VII 20), al que Dion acusa de pretender la tiranía por su reparto de grano. En Zonaras, VII 21, está clara la relación establecida entre los triunfos, los repartos al pueblo, la revuelta y la dictadura como punto de arranque de situaciones de cambio (eneōtḗrisan). El poder personal en el mal sentido significa revolución, conflicto, y se basa en la actitud de atracción del pueblo sobre la situación privilegiada que da el triunfo. Y esto es coherente con algunos otros ejemplos de apoyo del pueblo al poder personal. Cuando Roscio propone recortar el poder de Pompeyo con dos hombres, es la muchedumbre quien se opone (XXXVI 30, 3), y para Cátulo (XXXVI 34, 4) los tipos de poder como el que se pretende dar a Pompeyo son los que sirvieron para agitar al pueblo. Para él, había que nombrar colaboradores (XXXVI 36, 3), pero, en todo caso, a éstos había de nombrarlos el senado, no el dictador ni el pueblo. Son interesantes los motivos que atribuye Dion a quienes apoyaron a Pompeyo (XXXVI 43, 3-4): César lo hacía porque creía que el pueblo era más fuerte que el senado, y esperaba que un día lo votaran a él; Cicerón, porque para sobresalir se apoyaba igual en la plebe que en los poderosos. Sigue aquí pareciendo que en general para Dion el poder personal recibe más apoyo del pueblo que del senado. M. Opio era amado por la multitud (XLVIII 53, 5), por lo que el senado estaba molesto. Aquí hay un ejemplo claro de la diferencia de actitudes entre masa y senado. Sin embargo, las afirmaciones generales a veces requieren una matización, pues cuando se dice que Germánico se conciliaba a la plebe y la defendía incluso ante Augusto, el ejemplo que se cita es el de un cuestor: LVI 24, 7.

En las consideraciones sobre el reinado de Gayo Calígula, Dion, tras referirse a las medidas que habían gustado a todos, expone las de signo contrario: la vuelta de las elecciones al pueblo y a la plebe (LIX 9, 6), lo que gustó al humilde, pero dolió a los prudentes, pues las magistraturas quedaban en manos de la muchedumbre. Sin embargo, Dion tiende a buscar posturas más generalizadas con respecto a los emperadores a los que critica. Por ello insiste en que, en el año 39, dejó de agradar a la plebe y éstos se opusieron a sus deseos (LIX 13, 3), aunque las fuerzas no eran equilibradas, dado el poder del emperador: LIX 13, 4. Lo que le molesta era que lo llamaran «jovencillo Augusto» (LIX 13, 6), lo que posiblemente no era más que un apelativo más o menos cariñoso, demostrativo de las expectativas del pueblo en su búsqueda de la recuperación de ciertos beneficios procedentes del poder imperial. Pero luego insiste en que lo mataron los que se inclinaban ante él; fue el pueblo quien quitó las estatuas: LIX 30, la. Esto hace posible que Dion sea capaz de percibir el carácter contradictorio de las medidas «democráticas» de Calígula: el pueblo se hizo indolente porque no hacía nada libremente, pues lo que se salvó fue sólo la forma de la democracia (LIX 20, 4), por lo que de nuevo se abolieron las elecciones (LIX 20, 5), y mostró su verdadero carácter cuando prohibió hablar contra los tiranos (LIX 20, 6).

De otro lado, los aspectos positivos que se destacan en la labor de Claudio son la disolución de las hetairías que había introducido Gayo (LX 6, 6), el cierre de tabernas (LX 6, 7) y, en definitiva, el reforzamiento de la distinción entre senadores, caballeros y la multitud (hómilos): LX 7, 3. También es interesante el juicio sobre el reinado de Nerón: mientras fue administrado por Séneca y Burro fue alabado por todos (LXI 4, 1), pero finalmente Nerón siguió a Gayo (LXI 5, 1) y fue alabado por la multitud (hómilos): LXI 5, 2; de otro lado, insiste en que el pueblo lo maldecía (LXII 18, 3). Hay una insistencia en el modo de expresión de Dion que parece indicar una cierta polémica con quienes aceptaran la existencia del apoyo por parte del pueblo. También, cuando Cómodo fue declarado enemigo, según Dion, LXXIII (LXXIV) 2, 1, fue como resultado de los ataques del senado y del pueblo. Y en época de Macrino, LXXVIII (LXXIX) 20, 1-3, el pueblo se consideraba sin rey y clamaba a Zeus, y daba como muertos a Macrino y Diadumeniano. De Adriano comenta con elogio que trató al pueblo firmemente y no con adulación (LXIX 6, 1). El apoyo del pueblo se valora negativamente en el caso de Nigro: LXXIII (LXXIV) 15, 2. En otros emperadores, la cuestión permanece latente pero clara. En el caso de Nerón, cuyo «popularismo» está bien reconocido 67 , aparece como modelo de falsos personajes, seguramente de acuerdo con las expectativas de los sectores populares que esperan su aparición de nuevo, como en el año 69: LXIV (LXIII) 9, 3, o como modelo de Vitelio: LXV (LXIV) 4, 1, que amaba y alababa todo lo relacionado con él. También en tiempos de Tito apareció un falso Nerón asiático 68 .

El dilema del imperio estaba en que el carácter popular de algunos emperadores les hacía perjudicar a los poderosos. Dion trata de buscar el equilibrio. La aspiración de Dion era que el emperador satisficiera las necesidades de los pobres sin que tal acción perjudicara a los ricos, que Dion tratará de conservar en sus privilegios 69 . Ello implica la cesión del poder, pero también el temor a que tal poder se exceda, generalmente en cumplimiento de la función básica de controlar a las clases oprimidas. Si el control se lleva a cabo por medio de la beneficencia, es fácil saltar el límite en que esa beneficencia se convierte en perjudicial para la clase dominante. Es la forma monárquica contra la que polemiza Dion desde la perspectiva de quien tiende a teorizar la monarquía como gobierno de los áristoi , de acuerdo con la corriente estoica y cínica 70 .

VI. DÊMOS Y STÁSIS: EL TEMOR DE DION A LOS EXCESOS DEL PUEBLO

Lo que preocupa a Dion de su tiempo es la revuelta, lo que le preocupa del origen del Principado es la revuelta, lo que le preocupa de los malos emperadores es el apoyo del pueblo. Libourel 71 señala una serie de ejemplos de violencia del dêmos que él atribuye a una fuente diferente de la utilizada por otros escritores conocidos para época republicana 72 . Zonaras, VII 12, señala cómo el pueblo estuvo a punto de matar a Colatino con sus propias manos por incitación de Bruto, lo que difiere del resto de las fuentes 73 ; en el frag. 17, 1-3, pero más claramente en Zonaras, VII 14, 1-2, el dêmos entra en el senado y está a punto de destruir a los senadores, lo que resulta más violento que las versiones de Livio y Dionisio de Halicarnaso 74 , etc. El frag. 17, 1-3, se refiere a la stásis y muestra una clara percepción de la violencia socioeconómica. Los que tienen riquezas quieren ser como reyes, mientras los más débiles no quieren obedecer por considerarse iguales, son insaciables de libertad y quieren acceder a las propiedades de aquéllos (ousíais) , que a su vez quieren usar sus cuerpos. Ya no hay colaboración, ni se distingue lo propio de lo extraño: unos llegan al colmo de la autoridad, otros del rechazo de la «esclavitud voluntaria». La lucha interna es por todo ello peor que la externa. Todo parece referirse a una época de crisis y transformación de las relaciones de dependencia, por lo que puede pensarse que, sea cual fuere la fuente, lo importante es que Dion haya utilizado y comprendido, desde su propia situación, los datos de otro momento en que hay un proceso de formación de relaciones esclavistas, desde la perspectiva de otra época en que el proceso es más bien de disolución de las mismas. Hay también otras consideraciones que son más importantes para la comprensión de la figura de Dion, al margen de la fuente, como la afirmación de que no hay lealtad en la masa hacia el evérgeta, cuando trata la figura de Espurio Casio: frag. 19 75 . Pero, de otro lado, en el frag. 17, 6-7, la culpa es de los poderosos acreedores que no se dieron cuenta de que la pobreza produce una desesperación difícil de combatir: la akríbeia de los poderosos es causa de muchos males, concluye. Pero, más adelante (frag. 17, 12), la multitud comprendió que el excedente de los ricos sostiene a los pobres. La beneficencia es un modo eficaz, según Dion, para el sostenimiento del equilibrio social, pero también lo es el poder personal: en la dictadura de Larcio el pueblo no «se revolucionó» (Zonaras, VII 14), lo que viene a estar de acuerdo con la propuesta de Mecenas (LII 20, 3): quitar la fuerza a la plebe y al populus , y a los magistrados, para evitar rebeliones. La concepción social de Dion se basa en el presupuesto de que es natural que lo inferior se modele de acuerdo con las opiniones de los que mandan: frag. 110, 3. El pueblo es un factor peligroso y violento. La experiencia demuestra que el mejor modo de control y de evitar la revuelta es el poder personal, unido a la beneficencia. Pero conservando el equilibrio favorable a la clase dominante. Lo contrario engendra violencia, dada la falta de agradecimiento del dêmos hacia el benefactor.

VII. LA CLEMENCIA DEL EMPERADOR, FACTOR DE EQUILIBRIO

Uno de los factores más importantes para conseguir el equilibrio entre clase dominante y emperador es el de la clemencia. Se parte del reconocimiento de que el poder personal trae conflictos dentro de la misma clase a la que sirve. Quien posee el poder personal adquiere un status de superioridad que puede chocar con las aspiraciones de quienes lo apoyan. De ahí que constantemente se dé por supuesto el enfrentamiento. La solución preconizada por Dion es la clemencia. El elogio de Tarquinio en frag. 9, 3, se basa en que olvidaba el daño recibido y hacía beneficios (euergétei) al que lo había ofendido. Con eso lo «vencía» y demostraba su superioridad. Es el mismo tono que el de los consejos de Livia a Augusto, en la línea en que se mueven los discursos del libro VIII, que hablan contra los castigos excesivos (frag. 36, 1), sobre la base de que un delito puede originarse en cualquier circunstancia (frag. 36, 2). Siempre será preferible el uso de la benevolencia, que somete y hace reflexionar, mientras que a lo impuesto se reacciona negativamente porque produce la sensación de falta de libertad: frag. 36, 3. Lo propio del poder no es matar, sino salvar, lo que sólo puede hacerse con el consentimiento del que manda: frag. 36, 4. Las diferencias cesan con las euergesíai: se ama más al benefactor si antes ha habido diferencias: frag. 36, 12. Es mejor la dóxa por los beneficios que la venganza por la injuria: frag. 36, 13; la correspondencia a los que hacen bien es más importante que el dolor por los que hacen mal: frag. 36, 14. Y en frag. 32c se defiende el perdón a los enemigos frente a los que atacan al que comete error aunque sea amigo 76 .

En el proceso de formación del poder personal se muestran las ambigüedades resultantes de la incidencia de la teoría de la clemencia y la realidad de la inseguridad del propio gobernante que ha asumido el poder personal. El caso de César es muy significativo: perdonó a muchos que le habían hecho daño, pero castigó por su seguridad: XXXVIII 11, 6 77 . En general, se encuentran en él unidas ambas actuaciones: castigo, pero también perdón (XLI 62, 2), en lo que actuó con benevolencia y valor: XLI 63, 5. Incluso fue clemente con Bruto, por lo que deja de tener sentido la conspiración: XLI 63, 6; no debieron matar a su protector: XLIV 2, 5. El poder personal debe ser clemente con los enemigos, pero los conspiradores no deben actuar contra el gobernante que es clemente. En XLIII 12, 2, el autor vuelve a hacer una diferencia entre los que se salvaron por haber adoptado la actitud de suplicantes y los cautivos, condenados sin juicio. Por tanto, también se propone una actitud suplicante a quienes hayan actuado alguna vez de forma contraria a quienes ostentan el poder personal. La actitud de César en Dion es predominantemente clemente: quema de documentos de enemigos (XLIII 17, 4) y de partidarios de Pompeyo, etc. (XLIV 47, 5); su clemencia se mostró con Casio (ibid. 8, 1); César se mostró filantrópico con los enemigos (ibid. 46, 5); sólo castigaba a los que conspiraban muchas veces (ibid. 46, 6); hasta Cicerón reconoce que perdonó a muchos (XLV 35, 2). Con Vercingetórix no tuvo piedad (XL 41, 2-3), lo que por un lado plantea ciertos problemas de fuentes 78 ; pero por otro el autor considera que la ofensa había sido mayor por haber existido amistad. Es decir, la amistad requiere mayor lealtad al gobernante.

También con respecto a Octavio los datos resultan contradictorios: tenía reputación de clemente por perdonar a uno al que luego mató: XLVI 49, 5; con todo, en las luchas civiles, fue el que salvó a más, mientras que el más duro fue Antonio: XLVII 8, 1 79 . En el desarrollo de las luchas civiles, Octavio también mostró salvación y perdón con Casio, etc. Y, posteriormente, Augusto no quería matar a los que conspiraban contra él: LV 14, 1; como palabras suyas se dice (LV 14, 3) que «los castigos no sirven, sino todo lo contrario». Según Tiberio, Augusto salvó a la mayoría de los oponentes, no imitando a Sila (LVI 38, 1); y calmaba la revuelta con benevolencia: LVI 39, 1; de los conspiradores sólo castigó a aquellos cuya vida consideraba inútil incluso para ellos mismos: LVI 40, 7. También se mostró democrático por haber intervenido como abogado en favor de un antiguo colaborador (LV 4, 2) y de un amigo, pero no castigó al acusador porque consideraba necesaria la libertad de palabra a causa de la «maldad» de la multitud, y castigó a los que conspiraban contra él: LV 4, 3. Mecenas muestra la postura programática de lo que debe hacer el emperador en estos casos: no oír las acusaciones contra los que hablan mal de él; sólo tienen que preocuparse de ello los que gobiernan mal, LII 31, 5-6. La postura del gobernante unipersonal se define en LII 37, 6-7: ante los poderosos es necesario evitar que pequen por ambición y abuso del trato benévolo que se preconiza para ellos, pero sin que esto quiera decir que se potencien los sicofantas; el pacto entre poder personal y clase dominante queda claro. Ni denuncias, ni conspiraciones 80 . Es el reflejo de los problemas que esta alianza trae consigo. Pero más claro queda si observamos la continuación: si la multitud delinque, el poder personal debe actuar duramente: LII 37, 7. La función de un poder personal fuerte está en controlar a la multitud, pero la dureza de su actuación puede afectar a los «poderosos». La alternativa es la clemencia, pero unida a que los poderosos respeten el poder personal. La búsqueda del equilibrio fuerza-clemencia es el objetivo propuesto por Dion 81 .

Este presupuesto está presente también en los distintos juicios sobre los emperadores, y sus actitudes a este respecto se destacan frecuentemente. Tiberio, al principio, actuaba en favor del pueblo porque no había procesos: LVII 9, 1-2 82 ; pero luego aceptaba a los acusadores sin discriminar (LVII 19, 1b) y éstos recibían dinero: LVIII 4, 8. La ventaja de la posición del emperador es que puede perdonar, mientras que para otros (se refiere a Sejano), esto es un signo de debilidad: LVIII 5, 4. Claudio no hace caso de las acusaciones de complot: LX (LXI) 29, 4; y Tito no mató a ningún senador: LXVI 19, 1. Domiciano decía que los emperadores que no castigaban a muchos no eran buenos, sino afortunados: LXVII 2, 3. Seguramente tenía razón Domiciano, dado que no debía de ser cuestión del gusto de los emperadores, sino de las circunstancias que posibilitaban la concordia entre el poder político y la clase dominante, como en la época de Marco Aurelio, que pudo tratar filantrópicamente a los cómplices de Casio (LXXI [LXXII] 27, 3) y habría salvado al propio Casio: LXXI (LXXII) 30, 4 (Xiph.). El conjunto de la apreciación de Dion es interesante. Avidio Casio cometió un error al rebelarse, pero al tiempo se reconoce su capacidad para haber sido un buen emperador: LXXI (LXXII) 22, 2 ss. 83 .

Pértinax, a pesar de la petición de los senadores, no quiso condenar a Falcón: «mientras yo mande, ningún senador será condenado a muerte, ni siquiera justamente», LXXIII (LXXIV) 8, 5, donde se demuestra que, incluso para la salvación del senado, era más eficaz el emperador que el propio senado.

Los planteamientos se hacen más vivos al acercarse a la propia época de Dion. Severo, como los buenos emperadores de antes, hizo la promesa de no matar senadores: LXXIV (LXXV) 2, 1. Pero Dion tiene que hacer una distinción: no cuenta lo que Severo escribió, sino lo que sucedió de verdad; Severo expuso la cabeza de Albino (LXXV [LXXVI] 7, 3), con lo que se hizo evidente que «no tenía nada de buen emperador: nos asustó a nosotros y al pueblo» 84 . Se decía hijo de Marco y hermano de Cómodo, a quien rindió honores como héroe (LXXV [LXXVI] 7, 4), lo que era coherente con su alabanza de la crueldad de Sila, Mario y Augusto, y su menosprecio de la clemencia de César y Pompeyo como causa de perdición para ellos mismos: ibid. , 8, 1; y violó la norma de no matar senadores: LXXIV (LXXV) 2, 2. El problema de la clemencia era vital en la época de Dion. Además Plauciano condenó a muerte a muchos de los ilustres y «homótimos» (LXXV [LXXVI] 14, 1) y Quintilo fue víctima de acusaciones: LXXVI (LXXVII) 7, 4. Clemencia y acusaciones pesan a lo largo de toda la Historia de Dion. Caracala también emulaba la crueldad de Sila: LXXVII (LXXVIII) 13, 7, aunque promete al senado la restauración de los condenados: ibid. 3, 3. Y, a pesar de todo, de Macrino se destaca que no quería que los acusados fueran condenados a muerte: LXXVIII (LXXIX) 21, 3; pero luego cometió el error de atacar a los sospechosos de estar disgustados de su falta de nobleza y absurdo deseo de monarquía: LXXVIII (LXXIX) 15, 3. Debió actuar con moderación y como benefactor, comenta Dion: ibid. , 15, 4. Giua 85 destaca que la clemencia imperial es igual al respeto por la clase senatorial 86 . En su estudio de los discursos de Dion, Millar 87 deduce que, en ellos, dentro de su variedad, puede pertenecer a Dion el tema de la clemencia como elemento de las relaciones entre emperador y senado. Desde luego, la constancia de la preocupación así lo hace pensar.

VIII. EL PODER DEL EJÉRCITO

En la crisis subsiguiente a la muerte de Cómodo, un acontecimiento clave para las expectativas de Dion fue la muerte de Pértinax 88 . Los hechos en torno al breve imperio de Pértinax están entre aquellos que Alföldy 89 considera como muestra de que Dion percibe los rasgos de la crisis del siglo III . El acontecimiento y las circunstancias que lo rodean son, en efecto, clave para comprender su actitud ante la historia. Pértinax, que era de los kaloikagathoí , fue eliminado por los soldados (LXXIII [LXXIV] 1, 1), porque sospechaban que iban a perder los privilegios dados por Cómodo: ibid. , 1, 3; fue odiado por los soldados y los libertos: ibid. , 8, 1. Es un momento en que se pone de manifiesto la contradicción entre los intereses de la clase que representa Dion y los de los soldados, y que se concreta en el complot de los pretorianos. En cambio, Severo recibía más apoyo de los soldados: LXXIV (LXXV) 2, 3. En el conflicto entre Severo y Albino, éste era superior en linaje y educación, Severo lo era en la guerra y la estrategia: LXXV (LXXVI) 6, 2. Lo importante es que el triunfo de Severo se interpreta como un debilitamiento del poder de los romanos: LXXV (LXXVI) 7, l 90 . En referencia al año 214, Dion podrá afirmar «los soldados nos tiranizaron» (LXXVII [LXXVIII] 17, 2), pues Severo mandó un ejército contra los inermes: LXXV (LXXVI) 7, 4 91 . Con Caracala, la situación se agrava en esta misma dirección. En un momento determinado (LXXVII [LXXVIII] 20, 2), se dirige al senado: «sé que lo mío no os agrada; tengo armas y soldados». A la muerte de Caracala no se atrevieron contra él por temor a los soldados estacionados en la ciudad: LXXVIII (LXXIX) 17, 4. También con Cómodo «eran los soldados quienes nos tiranizaban»: LXXVII (LXXVIII) 17, 2. Del mismo modo, Tiberio hace una exhibición de la guardia pretoriana para provocar el temor de los senadores: LVII 24, 5. Del mismo modo, Didio Juliano, con los pretorianos, intenta asustar al senado y al pueblo. Los soldados lo llamaban Cómodo: LXXIII (LXXIV) 12, 1. Tal situación se traduce en la presión de los soldados para que el senado lo apoyara: «lo odiábamos y temíamos» LXXIII (LXXIV) 12, 5, son las palabras con las que Dion expresa las contradicciones de su propia clase. En cambio, uno de los pocos actos que se alaba de Gayo es que inspeccionó a los pretorianos en compañía del senado: LIX 2, 1. Pero con Severo las contradicciones eran aún más graves, pues él castigó a muerte a los pretorianos que estuvieron con Pértinax: LXXIV (LXXV) 1, 1.

El interés de Dion por este conflicto lo hace especialmente sensible a todas las diferencias surgidas entre el senado y el ejército a lo largo de la historia de Roma: en el año 41, el ejército tomó las funciones del senado: XLVIII 12, 3 92 , y, según Cicerón (XLV 22, 4), «Antonio empleó soldados y bárbaros contra vosotros» (el senado); y también a todos los episodios en que el ejército desempeñaba un protagonismo político. En la secesión de la plebe del año 494 «las leyes fueron más débiles que las armas» (frag. 17, 9) 93 . Tal protagonismo es especialmente relevante cuando se trata de los peores aspectos de las luchas de finales de la República. Que los soldados cambien de jefe es típico de las guerras civiles: LXV (LXIV) 10, 4. Lépido, con el pretexto de vengar la muerte de César, sirviéndose del ejército, quería «novedades» y aspiraba al poder: XLIV 34, 5. Y en la situación crítica del año 42, «sólo ganan los que tenían armas»: XLVII 17, 4. Para Cicerón, tras la muerte de César, el poder vuelve al senado, no a los soldados, y se instauró la concordia y la libertad frente a las guerras civiles y la revuelta: XLIV 24, 1-2. Antes, los dueños de la república eran los que tenían armas. El fenómeno se extiende a la época imperial. La forma de actuación de Tiberio tenía su origen tanto en su propia mente como en la agitación de los soldados: LVII 3, 5. En algunos casos, la valoración es bastante ambigua. Las tropas de Germania veían a Germánico como César, y mucho mejor que Tiberio. Lo llamaban emperador: LVII 5, 1. Tiberio temía a Germánico porque se ganaba al ejército: ibid. , 6, 2. La importancia de las citas reside más bien en que reflejan el papel del ejército en las transformaciones del poder político. La revuelta se refiere, con mucha frecuencia, a los soldados, por ejemplo a los de Germania en el año 41: LIX 30, 1b. También en la sucesión de Claudio, ninguna legalidad es más fuerte que las armas: LXI 1, 1. El que tiene más fuerza es el que parece decir y hacer lo más justo: LXI 1, 2. Fueron los soldados los que nombraron a Claudio y lo llevaron al campamento: LX 1, 3; los soldados insistieron en dar ellos un emperador a todos: LX 1, 3a; y a pesar de que los cónsules intentaron someterlos a la legalidad, fueron los soldados los que votaron por la autarchía: LX 1, 4. También la muerte de Séneca fue acelerada por los soldados (LXII 25, 2), que aprobaban el comportamiento de Nerón: LXIII (LXII) 10, 1. El senado no quiso votarle honores a Adriano (LXIX 23, 3), pero lo hizo por temor a los soldados: LXX 1, 3.

La cuestión se complica cuando se trata de los candidatos de los soldados y la postura de quienes, en tal situación, pueden acceder al poder imperial. Por ejemplo, LXIII 25, 1, en el año 68, los soldados quieren hacer a Rufo emperador, pero él quiere someterlo al senado y al pueblo (LXIII 25, 2), porque no consideraba digno dar el poder a los soldados, o porque era magnánimo y no deseaba el poder imperial: LXIII 25, 3. Parece añadirse aquí otro problema: el que desea el poder personal no suele ser de los mejores. Si lo es, no quiere el poder dado por los soldados, que son los que tienen la fuerza para darlo. En cambio, para Marco Aurelio, LXXI (LXXII) 3, 4, sólo dios puede juzgar sobre la autarchía , no los soldados (Pedro Patricio); él nunca hizo nada por adulación o miedo. Sin duda, uno de los problemas de la época de Dion es la adulación de los emperadores a los soldados, porque su poder se apoya en ellos. Todo está de acuerdo con los criterios por los que, según Dion (LXIV [LXIII] 4, 2), los soldados eligen a Vitelio: o ignoraban su desvergüenza o consideraban que por esto armonizaría mejor con ellos. En sus tiempos los soldados no fueron prudentes, sino que entre los mismos floreció la soberbia y la desvergüenza: LXV (LXIV) 4, 4. Por medio del pillaje los de Vitelio destruyeron a aquellos por los que habían luchado: ibid. , 15, 2. Pero, por otra parte, los soldados de Vespasiano hicieron lo mismo que censuraban a Vitelio y por lo que hacían la guerra: LXV (LXIV) 19, 3. Otro caso que es importante tener en cuenta es el de Otón, que convenció a los soldados de que podían matar y hacer un César (LXIV [LXIII] 9, 2), y éstos lo aclamaban: en ti nos salvamos, por ti moriremos: ibid. , 14, 1. Por su parte, los soldados de Mesia no esperaron a Vespasiano, sino que dieron el poder a Antonio Primo (LXV [LXIV] 9, 3), no nombrado por el emperador ni por el senado, sino por odio a Vitelio y deseo de pillaje: (ibid. , 9, 4). Hay ocasiones, con todo, en que los soldados actúan dentro de los criterios aceptables para Dion: eligieron como emperador a Falcón, que sobresalía por linaje y riqueza: LXXIII (LXXIV) 8, 2. Incluso en Caracala, la influencia del ejército puede tener un efecto dúplice: Caracala no pudo matar a su hermano a causa del ejército, dado que aquél era más parecido a su padre: LXXVII (LXXVIII) 1, 3. Luego se presenta ante los soldados dispuesto a «beneficiarlos»: ibid. , 3, 1. «Soy uno de vosotros»: ibid. , 3, 2. Y a los pretorianos les dice: «gobierno por vosotros, no por mí mismo»: ibid. , 4, la. En la época de Macrino compararon a Caracala con los tiranos anteriores (LXXVIII [LXXIX] 17, 4), pero, al mismo tiempo, Macrino llamó a su hijo Antonino, en honor de los soldados: ibid. , 19, 1-2.

Dion parece que trata de establecer una distinción entre el poder militar y el poder político, separar la fuerza de la capacidad de justicia. Las virtudes de la guerra no valen para la paz: frag. 18, 2, con el ejemplo de Coriolano, que primero fue exaltado es tà prôta y luego expulsado. Son consideraciones que podrían tener validez para emperadores que habían llegado al poder por sus méritos militares, y generalmente, por ello, apoyados por los soldados. Es tà prôta parece pertenecer a un vocabulario adecuado para el Imperio. La experiencia del propio Dion con Septimio Severo puede ser un ejemplo. En frag. 26, 2-3, Capitolino es otro caso del éxito en la guerra que no vale para la paz. El éxito conduce a lo más opuesto.

La cuestión que se plantea frecuentemente es la de las relaciones entre el ejército y el poder. César, en su discurso a los soldados del año 49 (XLI 33, 4), se refiere al hecho natural de la distinción entre mandar y ser mandados. El ejército necesita mando, pero, a su vez, el que manda debe servir de modelo, porque la multitud imita a sus jefes: frag. 110, 4. Capacidad de control, pero también conducta modelo que haga posible ese control. Se revela aquí la importancia del papel del ejército para Dion, pero, junto a ello, la importancia del papel del jefe de los soldados 94 . Hay que notar también cómo, al hablar de soldados, se tiende a identificarlos con «la multitud», término de contenido social más amplio, pero en que estarían incluidos los soldados. En el caso del episodio narrado por Zonaras, VII 14, en que los deudores se identifican con los soldados que, a causa de las promesas incumplidas, abandonaron la ciudad o el campamento (anachōrêsai) , y recogían alimentos como enemigos.

Lúculo no controla a los soldados, y eso lleva a la revuelta: no hace repartos ni se los gana; sólo los controló cuando hubo botín: XXXVI 16, 1-3. Se plantea en definitiva cómo se debe tratar a los soldados y a la multitud. El apoyo de la multitud es paralelo al reparto del botín entre los soldados: frag. 57, 62. En cambio, cuando no los dejan devastar, se producen motines: XLI 26, 1. Aquí hay un límite que el jefe militar no debe sobrepasar. Controlar al ejército no puede hacerse a costa de dejarlo actuar impunemente. El único exceso de Paulo fue la entrega a los soldados de botines para pillaje: frag. 67, 2. En cambio, cuando Mario (frag. 94, 1), para no parecer agradecido, vende a los soldados el botín a bajo precio, se gana el apoyo de los patricios. Es evidente que Dion está contra el pillaje de los ejércitos. A ello, en el discurso citado de César (XLI 28, 2), se contrapone el que obedece, que obtiene tierra, riqueza y gloria. La solución de César es la asignación a los soldados de tierras separadas, para evitar rebeliones y temores, mientras que los soldados de Germania estaban irritados contra Galba porque no recibían evergesias: LXIV (LXIII) 4, 1. César continúa (XLI 29, 2): la falta de disciplina acarrea el peligro de creer que no se obtiene provecho de la justicia. Con ello intenta romper en el ejército la solidaridad entre los indisciplinados y los demás: «el enemigo se distingue por hechos» (41, 29, 4), es decir, el enemigo de clase, que pueden ser más «enemigos» que los enemigos de Roma. El modo de obviar esta enemistad, según predica César (XLI 31), está en la solidaridad del soldado y el ciudadano.

Pero, por otro lado, no sólo son necesarios los soldados, sino que también el papel de los jefes en el ejército es especialmente relevante. En frag. 77, Dion considera una «terrible vergüenza» que Pompeyo perdiera soldados sin ningún provecho, y Caleno (XLVI 9, 1) ataca a Cicerón porque carece de méritos militares. Ahora bien, las rivalidades militares tienen también un lado negativo. La stásis puede surgir de la rivalidad por un premio, como entre los soldados de Escipión (Zonaras, IX 8, 4), y desde luego la rivalidad entre colegas sólo trae desgracias para el ejército (frag. 91, 1); o puede surgir precisamente del apoyo de los soldados: Severo mató a Leto porque era amado por los soldados; no hay más causa que la envidia: LXXV (LXXVI) 10, 3.

La necesidad de los soldados es evidente. Pero necesitan disciplina y su eficacia también está en función del jefe. El valor de los soldados de César se mostraba gracias a su presencia: XLIII 36, 2. Por ello es notoria la crítica de Antonino Caracala, cuando actuaba como un soldado (LXXVII (LXXVIII) 13, 1-2); como si la victoria dependiera de los soldados y no de los buenos generales, comenta Dion 95 . También Antonio da más valor a los soldados como tales: «podríais vencer incluso sin un buen jefe» (L 17, 2), en lo que puede Dion poner de manifiesto, por una parte, la adulación a los soldados y, por otra, la importancia concedida a los soldados por ciertos jefes, o emperadores de su propia época; critica con ello al tipo de jefe que pone la importancia de los soldados por encima del jefe mismo. Para Dion, en cambio, los jefes son importantísimos. Cuando Trajano atacó a los dacios, Decébalo se dio cuenta de que no había derrotado a los romanos, sino a Domiciano: LXVIII 6, 2. El cambio de jefe cambia completamente las cualidades del ejército de los romanos.

Así pues, esos soldados, que son necesarios, necesitan a su vez un jefe capaz de darles disciplina. El problema está en el modo de la disciplina. Porque el modo en que aparece en Roma el poder imperial está conectado con el ejército y con la forma de actuar con respecto a él por parte de los líderes que aspiraban a tal poder. Frente a arengas democráticas de Bruto, lo que se enarbola por los enemigos son conceptos militares: vengar la muerte de César, apoderarse de los enemigos, dominar a los homóphyloi y prometer dinero: XLVII 42, 5. Dion sabe, pues, que la exaltación del ejército está en el origen mismo de la autarquía. Las relaciones con el ejército están en la base de los abusos propios de los déspotas y tiranos. Los soldados de Mario matan simplemente atendiendo a un movimiento de la mano de su jefe (frag. 102, 10). Los jefes militares están en condiciones de ser desvergonzados y sangrientos, como Tigelino, jefe de los pretorianos (LXII 13, 3). De ahí que se alabe a Pompeyo por licenciar a las tropas en Brindis: sabía que lo de Mario y Sila era objeto de odio (XXXVII 20, 6); es decir, el apoyo del ejército para alcanzar el poder. Por ello también se considera símbolo de monarquía el llevar multitud de soldados de escolta (XLII 27, 2), como en el caso de Antonio, a pesar de que pretendía dar imagen de democracia. Pero la escolta provoca rapiñas, injusticias, etc.: XLII 27, 3. Mecenas (LII 31, 2), cuando aconseja clemencia al Príncipe, considera que sólo hay que castigar al que se rebela con un ejército. Y el emperador, a causa de los conspiradores, tiene a su vez necesidad de guardias: LII 10, 4, argumento utilizado por Agripa en favor de que el hombre sensible no puede desear serlo. Y esto dentro de que el régimen monárquico es el que Dion defiende por lo menos como inevitable. La contradicción la expresa él mismo cuando refleja las ambigüedades de la realidad. Octavio muestra oscilaciones contradictorias entre las simpatías hacia los soldados o hacia el pueblo (philódēmos y philostratiṓtēs: XLVIII 8, 3); la afección de los soldados provoca la irritación del pueblo: XLVIII 9, 3. Sin embargo, éste es el régimen que defiende como democrático, a pesar de ver claro que, en el año 27, cuando lo obligaron a ser emperador y dio doble paga a los pretorianos, mostró así su deseo de establecer la monarquía verdaderamente: LIII 11, 5. Dion sin duda ve clara la relación entre ciertos aspectos del poder monárquico y la importancia de los soldados. La relación poder personal/ejército puede ponerse por encima de la función de ambos en la protección de la clase dominante. Dion ve los riesgos. El verdadero motivo de la división de las provincias por Augusto fue que los senadores estuvieran desarmados y tener él solo todo el ejército: LIII 12, 3. También es interesante el discurso de Livia: «tenemos muchos soldados, unos para el extranjero, otros para ti» (LV 15, 3). En cambio, y no deja de ser curioso, Tiberio proclama, LVII 2, 3, que «los soldados no son míos, sino públicos».

Otra ambigüedad procede del uso de la palabra dêmos (pueblo). En otras ocasiones parece que la masa se beneficia junto con los soldados. Las leyes de Graco favorecían a la multitud que servía en el ejército, y también a los caballeros: frag. 83, 7. Soldados y pueblo aparecen juntos o separados según los textos. Por ejemplo, Sejano se apoya en el ejército, pero el pueblo está a favor de Gayo, en recuerdo de Germánico: LVIII 8, 2; y poco después, LIX 2, 4, la generosidad de Gayo se debía a que temía al pueblo y a los soldados, pero en el año 40 mandó a los soldados contra el pueblo en el circo: LIX 28, 11; y con respecto a la muerte de Cleandro (LXXII [LXXIII] 13, 1), se especifica que no lo mataron los soldados, sino el pueblo. Otro episodio interesante fue el de la rebelión de Anio y Camilo: los soldados, ante el nombre del pueblo y la promesa de restaurar la antigua libertad, sospecharon la rebelión: LX 15, 3. Aquí vemos otro de los motivos de contradicción: los soldados son los defensores del poder imperial frente a la democracia, que a Dion ya le parece inviable; pero estos soldados son también causa de males en el poder imperial, según se desprende de gran parte de la obra. El problema está en conjugar la identificación de ejército y clase popular con su papel de protector de la clase dominante; conjugar disciplina y necesidad. La indisciplina está en el origen de la crisis, y este problema lo remonta Dion a todo lo que puede aparecer como precedente 96 .

El halago de los soldados no es la solución. En el año 221 (LXXIX [LXXX] 17, 1), los soldados se vuelven contra Heliogábalo, emperador que los protegía 97 . Antes (LXXIX [LXXX] 2, 4), pensaban que si se le resistían acudiría a los soldados; el propio Septimio Severo tiene problemas con la desobediencia de los soldados: LXXV (LXXVI) 12, 5; y a Caracala lo mataron los soldados en los que más confió y a los que más honró (LXXVIII [LXXIX] 4, 1), pues «consideraba a los soldados superiores a nosotros »: LXXVII (LXXVIII) 13, 6. Estaban disgustados porque confiaba más en los guardias escitas, en libertos y esclavos, que en ellos mismos. Y no fueron en su ayuda: LXXVIII (LXXIX) 6, 4. Lo odiaron todos, senadores y ciudadanos particulares: ibid. , 9, 1. Pero, al final, los soldados lo colocaron entre los héroes; y el senado votó el decreto: ibid. , 9, 2. También a Macrino lo despreciaban los soldados: ibid. , 20, 4; y entonces querían lo que les había dado Caracala, LXXVIII (LXXIX) 28, 2, mientras Macrino quería volver a Severo, ibid. , 28, 3, a las tropas unidas en Siria: ibid. , 29, 2. También Heliogábalo fue odiado por el pueblo y los soldados, y murió en el campamento: LXXIX (LXXX) 17, 1. Y comenta Pedro Patricio: «los soldados se vuelven incluso contra quien les dio el poder». Dijo que no quería título procedente de la guerra y de la sangre; que lo amaba el senado y el pueblo, y los de fuera del campamento, pero no los pretorianos, «a los que tanto di»: ibid. , 18, 4. En cambio se alaba la actuación de Calvino en Hispania, que, al igual que Marco Craso, ganó prestigio por haber establecido la disciplina en el ejército: XLVIII 42, 3; igual que se alaba a Adriano: LXIX 5, 2: disciplinó y ordenó el ejército a lo largo de todo el imperio, lo que todavía es el código del ejército: LXIX 9, 4. Es un asunto que puede afectar a la propia biografía de Dion. El trato ideal estaría en el equilibrio. Augusto, en el discurso del año 27, LIII 10, 6, aconseja cuidar a los soldados para que no deseen nada ajeno, pero, además, tenerlos disciplinados para que no hagan nada malo por audacia; y Tiberio alaba en él que «moderaba al ejército con euergesía»: LVI 31, 1, y que «dio premios a los soldados sin daño de nadie»: LVI 41, 6. Junto a la búsqueda del equilibrio interesa destacar la última precisión, dado que un problema podría ser el de las repercusiones que podía tener sobre la economía de la clase dominante la política de protección a los soldados propia de los Severo.

El punto culminante se produce cuando, según Dion LXXVIII (LXXIX) 28, 1 98 , en la época de Macrino, a lo que aspiraban los soldados era a un emperador sin autoridad. Ya desde tiempos de Caracala, ibid. , 3, 4, los soldados se hallaban debilitados en cuerpo y alma por el lujo, situación ya prevista en el año 208 por Severo, que, al ver el cambio de modo de vida que experimentaban sus hijos y el relajamiento de los soldados, hizo una expedición: LXXVI (LXXVII) 11, 1. De ahí que interese destacar aquí algunos aspectos del programa de Mecenas. En LII 20, 4, propone separar las armas de los cargos y no hacer coincidir el mando de las legiones con el prestigio; y en LII 27, 1-3, la creación de un ejército permanente en las fronteras, porque no valen para ello las fuerzas expedicionarias; pero, además, porque, si todos los que están en edad militar llevan armas, surgirá el peligro de revuelta. Para Dion, LXXX 2, 3, los años 222-229 son de grandes revueltas del pueblo frente a los pretorianos.

IX. LOS PROBLEMAS DEL EXPANSIONISMO MILITAR

Un tema que no puede separarse del de la función de los soldados y los problemas creados por ellos es el de la expansión militar. Para Millar 99 en general, en todos los discursos exhortativos, y especialmente en el reproducido en Frag. 55, 1-8, se revela la misma preocupación por la expansión y sus consecuencias, y su alternativa pacifista. Así también se explican los dicursos de César: XXXVIII 36, 46 refleja una concepción expansionista del imperio como salvaguarda, según Gabba 100 seguramente bajo la impresión de las guerras bárbaras de Marco Aurelio 101 . Zecchini 102 pone de relieve que, en XXXIX 48, 4, Dion resalta la megalomanía de César, pero que, en general, resalta su carácter peligroso y subraya los fracasos de César 103 . En frag. 8, 1-2, Anco Marcio comprendió que para la paz era necesario preparar la guerra, y a los vecinos los obligó a la paz aunque no querían: Zonaras, VII 7. Dion parece no abogar por el expansionismo, pero sí por la acción «defensiva» y «pacificadora», para lo que se hace indispensable la función del ejército, pero no con ánimos expansivos. En cualquier ocasión, no hay que parecer iniciar la guerra, sino defenderse: frag. 8, lo que vuelve a repetirse prácticamente en LXXIII (LXXIV) 17, 6: lo propio de los hombres sensatos es no iniciar la guerra 104 , pero tampoco rehuirla, y perdonar al que voluntariamente viene a razón. En otra ocasión, LXIX 8, la, se pone un ejemplo: la rebelión de los alejandrinos se calmó con una carta de Adriano; y se reflexiona: el lógos del emperador tendrá más fuerza que las armas, lo que responde a la teoría de frag. 40, 31: no actuar en la guerra con la violencia más que con la sabiduría. También podría verse la misma concepción en la descripción de XXXVIII 49-50, donde Zecchini 105 ve una reelaboración de Dion a base de tópoi retóricos, para poner de relieve la superioridad de la experiencia sobre la fuerza de los bárbaros. Por eso Augusto, en su discurso del año 27, aconseja conservar, pero no usar las armas contra los que están en paz: LIII 10, 5; y no consideró oportuno aumentar el territorio: LIV 9, 1. También en el estamento aconseja que no aumenten el territorio porque es difícil de proteger, LVI 33, 5; y Tiberio insiste en que, para Augusto, aumentar el territorio podía producir pérdida del existente: LVI 41, 7. Adriano, por su parte, cosa por la que es elogiado, no empezó guerras y terminó las que había, además de hacer regalos a senadores y privados: LXIX 5, 1: está, pues, dentro de la corriente de varios autores griegos que preconizan la política de prudencia: andreía con euboulía 106 , lo que está de acuerdo con frag. 43, 19: «la mayoría defiende lo suyo y no quiere lo ajeno con peligro».

La guerra ofensiva siempre está en el fondo de los problemas internos. Mecenas considera, LII 16, 2, que el crecimiento del estado provoca conflicto de facciones. Se hace como pretexto para el triunfo, como Claudio frente a Marcelo, frag. 74, 1, por envidia. También la expedición de Antonio contra los partos el año 39 se interpreta como una excusa para el nombramiento de nuevos senadores: XLVIII 35, 1. Las expediciones contra los partos fueron importantes en tiempos de Dion. Tal vez él las considera en general como pretextos para alteraciones sociales útiles al emperador.

Por otro lado, las victorias trastornan las concepciones tradicionales, y dan lugar a que Druso, por ejemplo, alcance los privilegios senatoriales por una victoria en que no había tomado parte, LVI 17, 3, y a que Antonio reciba honores gracias a las acciones de Ventidio: XLVIII 41, 5. Parecería que uno de los aspectos negativos del poder personal sería la apropiación por el jefe de los méritos militares de sus colaboradores. También Augusto recibió muchas veces la apelación de imperator por éxitos de Tiberio y Druso: LIV 33, 5; y antes, LI 21, 6, celebró el triunfo de Carrinas: consideraba que le correspondía por su poder imperial. En la victoria de Craso, LI 25, 2, éste no tomó el título de imperator; sólo lo recibió César (Augusto). En el 3 d. C., por la captura del rey parto, se atribuyó el título de imperator a Augusto, pero también a Gayo: LV 10, 7. En general, las acciones bélicas siempre dan lugar al aumento del poder personal: Escipión fue nombrado «Gran Rey» por los iberos: frag. 57,48.

Las acciones bélicas hacen reflexionar sobre la fortuna. En frag. 43, 13-15, se aconseja el cálculo, la precaución y la prudencia frente a la confianza en la fortuna, etc., que lleva al desastre. Hay otros textos que hablan de la necesidad de ser prudente frente a los peligros de la fortuna y del éxito: frag. 55, 6-7; 57, 79. El éxito sin medida es causa de desgracia: frag. 39, 3. En cambio, las desgracias pueden hacer reflexionar, y derivarse una consecuencia política: gracias a ellas Rufo depone la hegemonía: frag. 57, 19.

La situación es compleja. Por un lado parece que no se desea la agresividad militar, por sus consecuencias plasmadas en la teoría de que la fortuna produce desdichas; pero por otra parte hay problemas que requieren la presencia militar. En las provincias se perciben problemas que provocan temores a la separación. En LIV 21, 8 se habla del temor a que los nativos enriquecidos se separen 107 , pues Dion sabe que en las relaciones «internacionales» todo depende de la fuerza de las armas, XXXVII 6, 1, y en ellas se basa que Pompeyo pueda tratar como inferior a Fraates. Para la sumisión son necesarias las armas y, por lo demás, el poder de otro no se soporta fácilmente. También en el discurso de Paulino, LXII 10, 2, se establece la alternativa: o dominar o ser dominados. Los que se pasaban a los cartagineses, en frag. 54, 1, lo hacían, según Dion, no porque los prefirieran a los romanos, sino porque odiaban lo que mandaba sobre ellos (hò árchōn sphôn) y amaban lo desconocido (tò apeíraton). Sólo se puede controlar por las armas. Budica habla, LXII 3, 1, de que es preferible la pobreza sin déspota a la riqueza esclava; lo que se complementa con la opinión del adversario: clemencia con el sumiso, severidad con el rebelde (LXII 11, 2).

Las campañas, por otro lado, pueden servir de obstáculo a la solución de los problemas internos Antes de emprender campañas exteriores es preciso enderezar la ciudad: frag. 57, 12. En otra ocasión, la guerra aparece como medio de contener los problemas internos, por la ascholía: frag. 20, 1. O bien, por el contrario, los problemas internos repercuten en la guerra externa. Los romanos tuvieron un fácil avance por el territorio parto gracias a la stásis allí existente: LXVIII 26, 4. O en el discurso de César, XXXVIII 39, 2, del año 58. Necesidades imperiales en que Gabba 108 ve un reflejo de las experiencias de Dion, hasta el punto de que las tropas podían causar más daño que los partos: LXXVIII (LXXIX) 29, 2 109 . No cabe duda de que Dion es consciente de la influencia de las tropas en el desarrollo histórico, prolongado en épocas anteriores 110 . Las repercusiones pueden ser de diversa índole. Hasta el propio Marco Aurelio, en la paz con los yáciges, LXXI (LXXII) 17, se ve forzado a prescindir del senado por los problemas surgidos de Casio y de Siria 111 . Con ocasión de la declaración de guerra de Augusto a Cleopatra, no a Antonio, L 6, 1, Harrington 112 observa que Dion estaba en disposición de comprender la relación entre guerra y política. La acmḗ de los romanos se hace coincidir con los éxitos militares y la concordia interior, en que había una excelente politeía , frag. 52, 1-2, por lo que también se critica el abandonismo de Caracala, LXXVII (LXXVIII) 1, 1, en una enumeración que equipara rasgos negativos significativos: de hecho gobernó solo desde el principio, mató y apartó a los propios, fue débil con los enemigos y abandonó tierras y guarniciones. Del mismo modo se critican los tratados con los bárbaros de Cómodo 113 , al que se acusa de cobardía (misóponos) y de ser amante de la molicie urbana: LXXII (LXXIII) 1, 2. El emperador idóneo tiene que ser un buen militar, pero no expansionista. Así se encuadra el elogio de Pértinax a propósito del Herôon que le dedicó el mismo Severo: LXXIV (LXXV) 4, 1. Era temible en la guerra, sabio en la paz; fuerte hacia el bárbaro y con la revuelta, clemente hacia lo propio y lo prudente: LXXIV (LXXV) 5, 6. No cambió; mantuvo unas cualidades definidas: fue justo sin rigidez: ibid. , 5, 7. O las consideraciones sobre Trajano que, aunque era guerrero, no dejó de administrar lo demás, ni de hacer justicia: LXVIII 10, 2. El contrapunto puede establecerse en las desgracias del año 217: derrota en guerra contra bárbaros, pleonexía y stásis de los soldados: LXXVIII (LXXIX) 26, 1. Se manifiestan las malas consecuencias del ejército sin sus ventajas: LXXVIII (LXXIX) 26, 1. O la trasposición al interior de las normas de la guerra. En el año 69 lucharon como si lo hicieran contra extranjeros, como si la alternativa fuera perecer o ser esclavos: LXV (LXIV) 12, 3.

Pero todo ello dentro de un panorama general en que se detecta la visión imperialista y racista, unas veces referida a los galos, frag. 57, 6b, otras a los africanos, frag. 57, 50, otras en generalizaciones étnicas: Antonino tenía los defectos típicos de galos, africanos y sirios: LXXVII (LXXVIII) 6, la 114 , en incidencia con los problemas internos en Roma: Marco Aurelio no quiere ayuda bárbara porque «los bárbaros no deben conocer las disputas entre romanos»: LXXI (LXXII) 27, la. La entrada de bárbaros en el ejército es peligrosa. Los temores ante César se basaban en gran parte en que su ejército era bárbaro, XLI 8, 6, y uno de los motivos de crítica a Pompeyo fue el uso de aliados esclavizados contra Roma: XLI 13, 3 115 .

En relación con esto está el problema de la ciudadanía, que preocupa constantemente a Dion. Augusto prohibió a los atenienses hacer a nadie ciudadano por dinero: LIV 7, 2. En el discurso del año 9, entre los problemas que puede acarrear la falta de hijos de los romanos, estaba el de que podía obligar a dar la ciudadanía a griegos e incluso a bárbaros: LVI 7, 5. Y en su testamento se propone no conceder con mucha frecuencia la ciudadanía para mantener la diferencia con los súbditos: LVI 33, 3. Más adelante, Dion, LX 17, 6, ve con malos ojos que, a partir de Claudio, se abarate la concesión del derecho de ciudadanía.

Pero desde el punto de vista de la clase dominante, Dion es partidario de la ruptura de los límites. Así, elogia el nombramiento de Trajano, aunque no era ítalo ni italiota, pues Nerva tenía en cuenta la virtud, no la patria: LXVIII 4, 2. Con esta perspectiva, el imperio aparece como un todo, y la clase dominante en general como intermediaria entre el gobernante y el pueblo 116 . Se trata, según el programa de Mecenas, LII 19, 3, de que los colaboradores del Príncipe salgan de lo mejor de las provincias, con lo que no habrá dirigentes que encabecen las rebeliones temidas en LIV 21, 8.

X. EL IMPERIO Y LA DESESTRUCTURACIÓN SOCIAL: LA CONCIENCIA DE LA CRISIS

Dion es consciente de que, detrás de todos los problemas que se reflejan en el emperador, sus relaciones con el senado y el pueblo, el ejército, etc., hay una desestructuracion social. Alföldy ve en ello la conciencia de la crisis 117 . Cuando se refiere al año 218 afirma: hasta tal punto se trastornó de arriba a abajo, que llegaron al máximo (tḕn éphesin) de poder uno que había sido inscrito en el senado de centurión, otro que era hijo de un médico: LXXX 7, 2; sigue poniendo otros ejemplos que alcanzan un menor rango, y concluye que muchos alcanzaron el gobierno «contra su esperanza y dignidad» (par’ elpída kaì parà tḕn axían) , por lo que se atrevían a actuar con imprudencia (neōterísai): LXXX 7, 3. Macrino es el caso más representativo de la ruptura de los status tradicionales 118 al haber llegado hasta el trono imperial, porque él mismo era sólo caballero: LXXVIII (LXXIX) 14, 4 119 . El juicio de Dion es claro: la mayoría no tuvo tiempo de conocerlo para odiarlo: ibid ., 15, 2. Ahora bien, el caso de Macrino es especialmente dramático, porque tras su derrota «esperaba el apoyo del senado y del pueblo»: ibid. , 39, 3. Iba a hacer una política prosenatorial, pero no era senador y, por otra parte, no tenía el apoyo de los soldados para poder cumplir su misión en favor de la clase dominante. Pero la alternativa no es muy estimulante: Avito, falso Antonino, ataca a Macrino principalmente por su complot contra Antonino y por su falta de linaje: LXXIX (LXXX) 1, 2, y se proclama imitador de Augusto y de Marco Antonio: ibid. , 1, 3. Parece que también el odio a Plauciano se debía a su origen: LXXV (LXXVI) 14, 1, sig. 120 . Con Plauciano se produce un acontecimiento que Dion considera como una ruptura con una sana costumbre instaurada por Augusto. No celebró ser cónsul por segunda vez, XLVI 46, 3, lo que se mantuvo hasta Severo; pero éste honró a Plauciano por serlo: XLVI 46, 4. Son fenómenos de fondo que se traducen en aspectos formales del ejercicio del poder, en aspectos que a Dion le preocupan porque sabe lo que significan. El caso de Plauciano es sintomático de los elementos confluyentes en el poder personal tal como Dion lo critica y de la postura que el senado en general ha adoptado ante él. El senado le erigió estatuas e hizo ruegos públicos por su «salvación»: LXXV (LXXVI) 14, 7; hubo decretos del senado en su honor: ibid ., 15, 2b. La crítica de Dion se traslada al propio Severo como causante de la situación: ibid. , 15, 1. No cabe duda de que para Dion la época de Severo es clave en el proceso de evolución histórica que le tocó vivir.

En general, Dion, a partir de su propia experiencia, extiende su pensamiento sobre lo negativo de la movilidad social. La degeneración de los volsinios (Zonaras, VIII 7) se explica en relación con la liberación de esclavos, que entran en el senado, etc. También las aspiraciones a determinadas formas de poder se encuentran ligadas a los orígenes inferiores: Paulo, patricio, era prudente y no buscaba la preeminencia, mientras Terencio, de la multitud, mostraba su audacia «banáusica», tenía el control de la guerra, iba contra los patricios y pensaba en tener solo la hegemonía: frag. LVII 23-24. También Mario era de origen oscuro; sólo por su ingenio y la fortuna (týchē) llegó a adquirir fama de virtud: frag. 89, 2-3. Dion ve con gusto que el año 216 a. C. sólo los senadores y caballeros llevaran anillos de oro: Zonaras, IX 1 121 ; y en boca de Augusto dice que la falta de hijos de los romanos trae el peligro de que perezcan las familias ilustres: LVI 7, 6.

Sin embargo, las cosas no siempre están claras. Pértinax es un emperador elogiado: un hombre de bien aunque no es un noble: LXXIII (LXXIV) 1, 1; pero Dion se hace eco del descontento ante sus éxitos precisamente por ser de origen oscuro: ibid. , 3, 1; la causa de estas coyunturas era la guerra: no podían saber que iba a ser monarca: LXXI (LXXII) 22, y eso que entró como nuevo en el senado en la época de Marco Aurelio 122 . Tampoco Vespasiano era ni noble ni rico: LXVI (LXV) 10, 3b; y Nigro, que era un ítalo ecuestre, no era ni bueno ni malo: LXXIV (LXXV) 6, 1. En definitiva, Dion se mueve en una ambigüedad entre la virtud que puede superar el origen y la maldad que puede estar relacionada con el origen.

XI. LIBERTOS Y ESCLAVOS: UN PODER PREOCUPANTE

La preocupación de Dion por el poder de los libertos se refleja en los consejos de Mecenas: «es necesario honrar a los buenos, pero también imponerles orden y seguridad para que no sean demasiado fuertes y no seas... ¿atacado?, ¿calumniado?, ¿engañado? (diablethênai) , por ellos»: LII 37, 5. Es una especie de profecía ex eventu. En el desarrollo de su historia, Dion está especialmente atento al proceso de formación del poder de los libertos y esclavos imperiales. Claudio sufre el deterioro (ekakýneto) , por su asociación con mujeres y libertos; y sigue: más claramente que sus semejantes, fue dominado por esclavos y mujeres: LX 2, 4. Dion distingue entre actos de Claudio celebrados por todos y los realizados por los libertos y Mesalina: ibid. , 8, 4. Entre los efectos negativos, se destaca la influencia sobre la agudización de los aspectos externos del poder personal. Los libertos lo persuadieron de que tomara ornamentos triunfales sin méritos: ibid ., 8, 6. La tiranía favorece la ostentación de los libertos 123 : el año 42, los crímenes comenzaron por instigación de los libertos y de Mesalina: XL 14, 1 124 . Después, «era esclavo de sus mujeres»; los libertos apoyan a Agripina y él mata a Silano por acusación de libertos: LX (LXI) 31, 8. También en tiempos de Caracala, LXXVII (LXXVIII) 17, 2, junto a la tiranía de los soldados, «un liberto nos aterrorizaba». El poder de los libertos trascendía al imperio territorial, pues había ciudades y reyes devotos de Narciso: LX (LXI) 34, 4.

En la época de Nerón, la tragedia del Imperio Romano se agudiza; era esclavo de dos emperadores: Nerón y el liberto Helio; el descendiente de Augusto imitaba a los citaredos y trágicos; el liberto imitaba a los césares: LXIII (LXII) 12, 2. También Galba, a pesar de que recibe elogios por otros conceptos, es criticado porque «sus libertos cometían muchas faltas»: LXIV (LXIII) 2, 1.

Aunque hubo libertos imperiales en medio 125 , Dion no les presta atención hasta Cleandro, de la época de Cómodo, que se dedicó a la venta de cargos y títulos: LXXII (LXXIII) 12, 3 126 .

En el caso de Pértinax, la relación de los libertos con otros sectores de la sociedad está clara: fue odiado por los soldados y los libertos: LXXIII (LXXIV) 8, 1. Pero no siempre aparecen formando un único bloque los soldados y los libertos. De Severo, protector de los soldados, precisamente se hablaba bien porque no permitía excesos a los libertos, LXXVI (LXXVII) 6, 2, aunque él mismo estuvo entre los que compraron consulados, antes de ser emperador, al liberto Cleandro: LXXII (LXXIII) 12, 4. Del mismo modo, en la época de Claudio, LX 19, 3, los soldados se burlan de Narciso y lo saludan como a un esclavo; pues, LX 28, 2, se irritaban al ver al emperador esclavo de su mujer y de los libertos. O el caso del esclavo y amante de Heliogábalo, Hierocles, que llegó a ser más influyente que el propio emperador: LXXIX (LXXX) 15, 2. Éste quería hacerlo César, pero tuvo la oposición de los soldados: ibid. , 15, 4. Para Dion, éstas fueron las circunstancias por las que Heliogábalo iba a buscar su propia destrucción: LXXIX (LXXX) 16, 1. Caracala, en el año 217, tuvo guardias escitas, libertos y esclavos: confiaba más en ellos que en sus soldados: LXXVIII (LXXIX) 6, 1.

Lo más grave parece ser lo referente a la movilidad social que es inherente a la funcionalidad operativa real de los libertos en la corte imperial. Como en el caso de Teócrito, en el año 215, LXXVII (LXXVIII) 21, 2, que de esclavo y danzarín se convirtió en estratiarco y eparco; o el caso de Vedio Polión, LIV 23, 1, famoso por su crueldad, lo que se explica porque era nacido de libertos y estaba clasificado entre los caballeros. Son opiniones que afectan también a gobernantes cuyo juicio es en general positivo, pero que necesitan matización precisamente por esto, como en el hecho de que César enrolara para el senado a soldados e hijos de libertos: XLIII 47, 3 127 . Es una más de las contradicciones de Dion. Desde que empieza el tipo de gobierno que él alaba, éste reviste características que son criticables desde su punto de vista. Igualmente hay que matizar su juicio sobre Claudio. Por una parte, están las críticas por su dominio por los libertos, ya citadas. Pero de otro lado se dice que Claudio detestaba a los esclavos y libertos que conspiraban, LX 13, 2, y que, con ayuda de la plebe, fijó los precios ante los negocios de Mesalina y los libertos: LX 17, 8. Es una situación en que Dion muestra su perplejidad. Ni los libertos y Mesalina, ni el plêthos , son los orientadores posibles de la política que a Dion le parecería adecuada.

XII. LA POLÍTICA ECONÓMICA

Según Zonaras, VIII 26, en la época de la Segunda Guerra Púnica, los romanos estaban en penuria monetaria (en achrēmatía) hasta el punto de que la moneda de plata, que antes permanecía pura e inalterable, se mezcló con cobre 128 . La mención parecería reflejar un especial interés y sensibilidad de Dion para los problemas monetarios y sobre todo los que se refieren en concreto a la devaluación de la moneda, en relación precisamente con cuestiones de guerra y de conflictos internos de toma de poder: Rufo, Flaminio, etc.

También en el año 42 a. C., XLVII 17, 3, en relación con confiscaciones y tasas, Dion ve un efecto de la puesta en venta de propiedades en momentos en que no había oro ni plata: se produjo una baja de los precios; también es Dion consciente, LI 21, 5, de que el aumento de la moneda circulante hace subir los precios 129 . Por otro lado, transmite el dato de que Trajano fundió toda la moneda obsoleta (exítēlon) 130 : LXVIII 15, 3; seguramente en relación con todos los problemas derivados del proceso de devaluación iniciado en época de Nerón 131 y cuya consecuencia se vería en el proceso de inflación del período que a Dion le tocó vivir 132 . Son cuestiones que están indudablemente relacionadas con las preocupaciones de Dion en torno a la moneda y a la política económica de los emperadores de su tiempo 133 . En el año 213, para Dion (LXXVII [LXXVIII] 14, 3-4), «Antonino dio oro verdadero a los bárbaros, mientras a nosotros nos proporcionaba oro y plata rebajados»: Exc. Val. 378 (p. 750), y Xiph., 333, 18, 20 R. St., que comienza: «con Antonino la moneda igual que todo fue rebajado (kíbdēlon) , así como la plata y el oro que nos proporcionaba» 134 ; y en LXXVII (LXXVIII) 9, 2, se refiere a las peticiones de «coronas de oro» con el pretexto de las victorias. La guerra cuesta dinero para los soldados o para los bárbaros. La alternativa está en Adriano, que pasó en paz con los extranjeros recibiendo dinero, LXIX 9, 5, e incluso fue árbitro entre los bárbaros: ibid. , 9, 6. En cambio, la ambigüedad se presenta cuando se habla de Marcio, LXXI 3, 1, que no sólo vencía con armas o estrategia, sino también con regalos, etc. Por otro lado, en el año 197, Lupo compra muy cara la paz a los meatas: LXXV (LXXVI) 5, 4. Macrino denunció el dinero dado a los bárbaros por Caracala: LXXVIII (LXXIX) 17, 3. Dion pretende conjugar ahorro y defensa. Por eso no le satisface la solución intentada por Domiciano, LXVII 3, 5: aumentar la paga de los soldados y reducir su número. Según Dion, esto dañó el interés público, porque no era suficiente para la defensa y, sin embargo, era caro. El emperador sólo podía obtener oro a través del oro coronario, y esto se hacía a través de las ciudades del Imperio. De ahí la queja de Dion 135 y el contrapunto cuando expone con satisfacción que Augusto no recibió el oro coronario de las ciudades de Italia: LI 21, 4.

Mario Mazza 136 ha puesto de relieve cómo las guerras civiles que se originaron a partir de la muerte de Cómodo llevaron a la instauración de la economía de guerra y a los fenómenos de inflación y devaluación monetaria. Los generales se batieron tras asegurarse la fidelidad de los soldados con pagas y donativos. Los soldados que, como los de Nerón, recibían dinero, «no hicieron nada digno de los romanos»: LXII (LXIII) 10, 3. En cambio, se ve la complacencia de Dion 137 cuando cuenta, referido probablemente al año 168, que el emperador Marco Aurelio se niega a dar dinero a los soldados a pesar de la victoria: LXXI (LXXII) 3, 3. En tiempos de Dion la situación estaba definida por el testamento programático de Severo a sus hijos: sed concordes, enriqueced a los soldados y despreocupaos de todo lo demás: LXXVI (LXXVII) 15, 2 138 . El fenómeno está en relación con el impulso que sirvió a Dion para escribir su obra. Septimio Severo tuvo que recoger dinero de cualquier fuente, ibid. , 16, 2, pero no mató a nadie para ello 139 . La situación bajo Severo permanecía todavía ambivalente. Su codicia intentaba saciarse sin provocar la devaluación, pero esto llevaba al aurum coronarium 140 . En cambio, Caracala, por lo menos desde el punto de vista de Dion 141 , no sólo aumentó la presión sino también la devaluación y la inflación en favor de los soldados 142 .

La crítica de tales modos de política económica lleva en general a Dion a defender el ahorro frente al gasto. Se alaba de Calvino, XLVIII 42, 4, que sólo gastó en el triunfo parte del oro de las ciudades. Lo propio del jefe es no gastar las aportaciones colectivas en sí mismo ni en las manifestaciones de su gloria. De la época de Claudio se alaba la reducción de gastos inútiles, LX 5, 5, lo que sin duda está en relación con el hecho de que se le considere «admirable en la economía», ibid. , 6, 3, pues prohibió que se le llevara dinero y que lo nombraran heredero, y devolvió las confiscaciones anteriores: a pesar de las críticas por el exceso de concesiones de ciudadanía, ibid. , 17, 6, recibe alabanzas porque por ello no había que llevar el nombre de Claudio ni dejarle nada en el testamento: ibid. , 17, 7. La política de gastos excesivos es paralela a la de los «regalos» al emperador y, sobre todo, a las confiscaciones, como en el uso extremado de Gayo: nadie que tuviera algo quedó sin castigo, LIX 15, 6, en cuya época el motivo general de las acusaciones era ser rico: ibid. , 21, 4; y el aspecto que se censura en Adriano: mató por riqueza y dóxa. LXIX 2, 5; quería sobresalir en todo y odiaba a los eminentes: ibid. , 3, 3. Se configura aquí la imagen del emperador que tiene que ser el más poderoso. también económicamente, de todos los ciudadanos. Es un aspecto del carácter competitivo de las relaciones entre emperador y senadores. Sin embargo, por otro lado, se alaba en él que no hiciera pagar a los senadores, así como su declaración de no inmiscuirse en las relaciones entre amo y esclavo: ibid ., 16, 2-3.

Nerón, LXI 5, 3, gastó mucho injustamente y arrebató mucho con violencia. Como agotó los tesoros del reino tuvo que recurrir a tasas inusuales: ibid. , 5, 5. En general, arruinaba a los que tenían virtud o génos: ibid. , 5, 6. La muerte de Domicia se debió a sus propiedades: LXI (LXII) 17, 2. Dion percibe en la política económica de Nerón un proceso contradictorio. Por una parte, aumenta sus gastos con regalos por sorteo: ibid. , 18, 1. Pero, naturalmente, de nada se iba a abstener para recuperarlos: ibid ., 18, 2. Entre otras cosas, con el pretexto del incendio, establece contribuciones, pero también suprime el reparto de grano: LXII 18, 5. La política de atracción de la plebe por medios económicos termina afectando a la misma plebe. También parece contradictoria la actitud ante Grecia: Nerón la devastó aunque la dejó libre: LXIII (LXII) 11, 1. Galos y britanos asimismo se sintieron oprimidos por los impuestos en tiempos de Nerón: ibid. , 22, la (Zonaras) 143 .

La primera reacción de un emperador que se enfrenta a otro que ha realizado excesivos gastos es su recuperación. Galba tuvo que recuperar el dinero que Nerón dio por un premio a los Helanódicos: LXIII (LXII) 14, 1; y también a la Pitia: ibid. , 14, 2; y exige la devolución de dinero y posesiones recibidas de Nerón: LXIV (LXIII) 3, 4c. Pero luego Galba reunió dinero insaciablemente: ibid ., 2, 1. Vitelio en cambio no confiscó propiedades: LXV (LXIV) 6, 2. Confiscaciones e impuestos aparecen inseparables de procesos de guerras civiles. Los triunviros quitaban a los que tenían tierras la mitad de sus ingresos, XLVII 14, 2, y en el año 42 se establecieron nuevos impuestos sobre las tierras y los esclavos: ibid. , 16, 3. En un momento determinado (frag. 57, 71), se cuenta cómo Livio Salinátor estableció unas tasas para la guerra como venganza contra las ciudades. Con los triunviros, los soldados se alimentaban en las ciudades en que invernaban: XLVII 14, 3 144 . En otra ocasión, XLVI 32, 1, Dion reflexiona sobre los impuestos para la guerra civil: la mayoría estaba irritada porque además de pagar iban a ser esclavos de quien venciera. Es el reconocimiento de que el poder personal trae la esclavización basada en los impuestos para el ejército: el pago a los soldados sirve para apoyar un poder personal opresor 145 .

En el problema del aumento del tesoro público se mezclan varias cuestiones. En tiempos de Vespasiano, LXVI (LXV) 2, 5, era Muciano quien conseguía la riqueza, con lo que evitaba las críticas al emperador. Es un curioso papel de los colaboradores. Pero, de otro lado, gracias a esto, Muciano también conseguía grandes riquezas él mismo. Sin embargo, en «lo común», pero no en lo privado, almacenaba riquezas para las necesidades del pueblo. Por su parte, Tito no hizo gastos excesivos, pero tampoco castigaba al que los hiciera: LXVI 19, 3a. Pero hay otro matiz interesante: Tito, para la restauración, tras los desastres, no admitió la participación de los privados: ibid. , 24, 4; y siempre el modelo de Augusto: LV 25, 3, que no tomó dinero de los privados, aunque muchos se lo ofrecieron. Parece que se quiere que sea el estado quien atienda a las necesidades; desde tiempos de Augusto, los senadores no querían gastar en lo público: LIII 22, 2. La realidad se encarga de decidir en la propuesta de Agripa, LII 6: las tropas siempre imponen la necesidad de dinero (LII 6, 1), pero en democracia se consigue con aportaciones libres, LII 6, 2, mientras que en las dictaduras todo el mundo piensa que el gobierno hace el gasto: LII 6, 3. En la monarquía unos pagan y otros llevan las armas y cobran el salario (misthós): LII 6, 5. Más tarde, Mecenas toca el mismo tema, LII 28, 1; con democracia o con monarquía hace falta dinero para los soldados. Pero su propuesta es la alternativa a LII 6: recaudar fondos a base de la venta de propiedades públicas y de préstamos a interés moderado: LII 28, 3. Queda así obviado el problema que planteaba Agripa en LII 6, 4: en la dictadura la contribución privada es peligrosa para el gobernante. No se soluciona contra la dictadura sino contra la contribución privada. Es el modo de que sea el estado quien atienda a las necesidades, sin recurrir a las tasas. En cambio, parece que no hay un tono aprobatorio cuando César, para atender a sus gastos, realiza la venta de tierras públicas y sagradas: XLIII 47, 4. El problema se plantea cuando se habla de los ingresos. Ejemplo interesante es el de la excelente economía de Pértinax, LXXIII (LXXIV) 5, 2; hizo distribuciones al pueblo y a los pretorianos (ibid. , 5, 4), tomándolo de todo cuanto Cómodo había reunido (ibid. , 5, 5). El criterio económico es importante para el juicio del emperador o de un pretendiente: Didio Juliano era negociante insaciable y derrochador, LXXIII (LXXIV) 11, 2; mientras Augusto era austero en lo privado, LVI 41, 5.

El problema está en que quienes fundamentan su fuerza en el hecho de la guerra usan luego la guerra para tomar el poder; y así el ejército se usa en la guerra civil, pero también para afianzar el poder. En 195, según Dion, LXXV 1, 1, Severo atacó a los bárbaros por deseo de gloria, y se comportaba como si superara a todos en inteligencia y valentía, ibid. , 2, 4, pero tales campañas fueron a su vez causa de guerras constantes y de muchos gastos, ibid. , 3, 3 146 , a lo que se suma, en el año 202, LXXVI (LXXVII) 1, 1, el reparto a la multitud y a los pretorianos. Son muchos los gastos que requiere el poder imperial: en soldados y en donativos para el apoyo popular, plasmados a veces en festejos y banquetes, como el de la boda de Antonino y Plautila, regio y bárbaro, según Dion, LXXVI (LXXVII) 1, 2. Pero, al mismo tiempo, ibid. , 16, 3, Severo atendió a todos los gastos abundantemente.

Donde se juntan todos los aspectos negativos de la politica económica imperial es en Caracala. Recauda coronas de oro y dinero para coronas, LXXVII (LXXVIII) 9, 2, que regalaba o vendía a los soldados, ibid. , 9, 3: aumentó los impuestos del 5% al 10%, ibid. , 9, 4; hizo a todos romanos, ibid. , 9, 5; se construyó casas para él «a costa nuestra », ibid. , 9, 6; hizo teatros, etc., en los lugares en que pensaba invernar, «sólo para que nosotros gastáramos», ibid. , 9, 7. Todo el dinero era para los soldados, para fieras y caballos: ibid. , 10, 1. Saludaba desde la arena y pedía oro como uno de los más viles: ibid. , 10, 2. «No es preciso que nadie tenga dinero más que yo, para agradar a los soldados. Mientras tengamos la espada, no nos faltará dinero», LXXVII (LXXVIII) 10, 4. También daba dinero a los aduladores, ibid. , 11, 1. Vemos en estos párrafos la forma de poder personal que irrita a Dion. Aquella que se busca apoyos ajenos a la clase de Dion por medio de un dinero que procede de la clase de Dion. Lo que era un instrumento, los soldados, se convierten en un fin, porque ellos, con los aduladores, son los que sostienen al emperador, en un poder que, para dar seguridad a la clase dominante, se la ha quitado. La perplejidad de Dion no puede ser mayor. La espada y el dinero. Con el dinero se paga la espada, con la espada se garantiza el dinero.

Pero, de otro lado, Dion sabe que ahorrando no se puede defender el imperio. Es curioso el frag. 66, 1, donde se dice que por su pheidōlía o exceso de economía, Perseo no expulsó a los romanos, pues se confió y no pagó a los aliados. Aquí hay una contradicción vital en la postura de Dion. Necesidades de la defensa frente al ahorro proclamado como buena economía. Es imprescindible hacer referencia al discurso de César en el senado el año 46: hay que mantener a los soldados en provecho vuestro, XLIII 18, 1, con más dinero para que no haya revuelta, XLIII 18, 2; para ello tiene que asumir el odioso papel de la percepción, para que pueda haber dinero para un ejército que defiende a los senadores: XLIII 18, 3. En esto se encuentra toda la problemática. Luego, César expone su intención de mantener el ejército sin aumentar los impuestos: XLIII 18, 5. Lo interesante es que Dion, en el discurso, donde la capacidad dialéctica es mayor, percibe los problemas de la defensa del senado y sus costes a través del emperador y los soldados 147 .

En la constitución de la república, Zonaras, VII 13, dice que los quaestores se crearon para que los cónsules no fueran muy poderosos en lo económico. El origen del Principado, sin embargo, ya ha deshecho toda posibilidad en este sentido. Augusto mismo, LIII 16, 1, aunque separó las finanzas públicas de las privadas, de hecho gastó aquéllas a su arbitrio. Y más adelante (22, 3), Dion reconoce que no puede distinguir los dos tesoros, el público y el de Augusto 148 . Desde el año 43 (XLVI 46, 5), Octavio decía pagar a los soldados con fondos privados, pero lo hacía con dinero de la comunidad. Los soldados recibieron dinero, y se creó la confusión de que había que dar dinero a todos los que entraran en Roma con armas (XLVI 46, 6), lo que es, en palabras del propio Dion (ibid. , 46, 7), antecedente de lo que hicieron los soldados de Severo. Dion insiste (XLVII 14, 4), en la forma de comportarse el ejército y sus jefes durante las guerras civiles: se ganaron a la mayoría de los soldados con promesas de tierras y colonias. De ahí tal vez proceda la propuesta de Mecenas, que en cierta medida es «republicana», de que no sea el mismo magistrado el que tenga poder sobre las tropas y sobre los fondos: LII 25, 3. Pero en la monarquía, en definitiva, el poder está en manos de quien tiene el manejo del dinero. En LII 29, 3, el mismo Mecenas define la riqueza del emperador como la garantía para la seguridad y prosperidad de los demás. Vuelve a aparecer aquí el difícil equilibrio de la postura de Dion. La aceptación de la superioridad económica del emperador, justificada en su valor como medio de salvación y seguridad del contribuyente, tiene que respaldarse en la convicción de que aquél vive moderadamente, LII 29, 2; sólo así se justifica la existencia del impuesto, ibid. , 29, 1, como inversión en provecho propio por medio del emperador. Por ello se critica que el emperador lo use en sí mismo, y no sea un servidor de los demás, o que lo use en el pueblo 149 . La ceguera de Dion está en no ver que el uso en el pueblo es un modo de garantizar la situación de su propia clase. Pero de algún modo percibe la contradicción cuando cuenta que el propio Macrino tuvo que hacer distribuciones para apaciguar a los soldados, y también al dêmos: LXXVIII (LXXIX) 34, 3. Ya había restaurado la paga a los pretorianos establecida por Severo: ibid. , 12, 7. Caerá en las mismas contradicciones: o por cobardía o por indisciplina de los soldados, en el año 218, no se atrevió a combatir, sino que, por la paz, dio regalos y dinero: LXXXVIII (LXXIX) 27, 1. Los soldados, reflexiona Dion, ibid ., 28, 1, no querían un emperador que gobernara firmemente, sino recibir sin cumplir su misión 150 .

XIII. LOS ESPECTÁCULOS PÚBLICOS

Uno de los modos de gastar que emplea el poder en favor del pueblo es la celebración de juegos. Dion insiste en este aspecto, dado que servía para realizar evergesias y ganarse al pueblo, sobre todo en el período de las guerras civiles. En el año 60, Fausto, hijo de Sila, hizo una competición de gladiadores en honor de su padre, y dio de comer (heistíase) brillantemente al pueblo y les proporcionó gratis baños y aceite: XXXVII 51, 4. También César, en el año 46, celebró juegos con lujo bárbaro: XLIII 24, 2.

Con respecto a Gayo y en relación con sus temores al dêmos y a los soldados, Dion subraya sus gastos en danzantes, caballos, gladiadores, etc., LIX 2, 5, es decir, como modo de conciliación de las capas bajas de la sociedad. En cambio, para Dion, entre lo que Claudio hizo convenientemente, LX 6, 1, estuvo la suspensión de unos juegos gladiatorios, ibid. , 5, 6; más tarde, sin embargo, se refiere con tono de censura a sus aspectos populares y «campechanos»: se mezclaba con el pueblo en los espectáculos: LX 13, 5, y celebró constantemente juegos gladiatorios, ibid. , 13, 1, y específicamente en el año 42, con motivo del nacimiento de su hijo, ibid. , 17, 9. Luego, cuando Agripina quiso hacer a Nerón grato a la multitud, hizo prometer un concurso hípico, LX (LXI) 33, 9, que se realizó con magnificencia el año 53: ibid ., 33 ss. Dion reseña la afición de Nerón a las carreras de caballos, LXI 6, 1.

También Vitelio iba mucho a los teatros y por eso se atrajo a la multitud, LXV (LXIV) 7, 1. Trajano celebró espectáculos el año 107, por sus victorias, con 10.000 gladiadores, LXVIII 15, 1 (Xif.), pero aquí no se habla de la multitud. En líneas generales, está claro que no se admira el gasto de grandes sumas en juegos 151 . Es el tipo de actividades que se define 152 como características del tirano: las larguezas en favor del pueblo y de los soldados.

Normalmente, el teatro es el lugar de distribución: Tito distribuyó en el año 80 alimentos, vestidos, etc., LXVI 25, 5. También Adriano, el día de su aniversario, el año 119: LXIX 8, 2. Las distribuciones de Cómodo al pueblo, LXXII (LXXIII) 16, 2, se citan en relación con otros gastos referentes a las carreras de caballos. Se trata de un modo de redistribución de la riqueza social y de expresión de los derechos del ciudadano en momentos en que hay que compensar la pérdida real de los derechos políticos 153 , y que Dion no acepta como programa 154 .

Pero quizás en el aspecto en que más insiste Dion sea en el aparente trastrueque social que se produce en los juegos. En el año 38 a. C. uno que estaba inscrito para el senado quiso ser gladiador, XLVIII 43, 2, de lo que resultó la prohibición de que los senadores sean gladiadores, XLVIII 43, 3. Sin embargo, en el año 29 a. C., Q. Vitelio, senador, luchó como gladiador, LI 22, 4. Por otro lado el año 2 a. C., fue la primera vez que caballeros y mujeres ilustres bajaron a la orchḗstra , LV 10, 11. Más tarde, Tiberio prohíbe luchar como gladiadores también a los caballeros, LVII 14, 3. Hay en toda la obra una cierta tensión entre la participación de personas ilustres en espectáculos que facilitarían la aparente ruptura de las relaciones sociales, y la crítica de Dion, que preferiría ver las cosas en su sitio. El primer caso verdaderamente significativo es el de Gayo: dominado por conductores de carros y gladiadores, esclavo de los danzantes y otros de la escena, LIX 5, 2; pero llegó a participar él mismo, y actuó ante el senado, ibid. , 5, 5, e incluso forzó a muchos a luchar como gladiadores, ibid. , 10, 1. La ruptura del orden llega al Emperador.

Más tarde, en época de Nerón, en el año 59, hubo hombres y mujeres, ecuestres y senatoriales, en la orchḗstra , en el hipódromo, en el teatro cinegético, como los más viles, unos voluntaria y otros involuntariamente, LXI (LXII) 17, 3, miembros de las grandes familias, algunos de los cuales ni siquiera antes habrían visto que lo hicieran otros, ibid. , 17, 4. Según Dion, así los pueblos podían ver a los descendientes de sus propios conquistadores. Nerón iniciaba de este modo su propio fin: ibid. , 17, 5; venció en diversos concursos, pero fue vencido en el de los Césares: LXIII (LXII) 9, 2; con lo que fue él mismo quien se proscribió: ibid. , 9, 3. Es la inversión total de los valores del imperio, a escala interna y externa 155 . Pero Dion no es capaz de ver el valor integrador de la actitud neroniana. Para él es sólo síntoma de corrupción.

También más tarde, LXI (LXII) 19, 2, en los Juvenalia participaron en espectáculos miembros de las más ilustres familias y, para mayor escándalo, no permitía el uso de máscaras, y decía que era exigencia del pueblo: ibid. , 19, 3. Forma de ficción de la participación popular que sustituye a las asambleas en épocas de pérdida de su real funcionalidad 156 . Naturalmente, también se produce la presencia del propio Nerón, LXI (LXII) 20, 1, figura del Emperador como referencia al consenso expresado en el espectáculo, y reflejo de una ampliación de la base social del poder imperial 157 . El Emperador recibe aclamaciones significativas: «nadie te vence», ibid. , 20, 5. En otro orden de cosas, se celebraban orgías en los burdeles donde se mezclaban rameras y mujeres ilustres: LXII 15, 4. La función integradora de los espectáculos, tal como se desarrollaban en época de Nerón, respondía a un proceso histórico paralelo al encierro de la aristocracia en su otium 158 . Pero, de un lado, habia una oposición más o menos eficaz 159 que lleva por ejemplo a Vitelio a prohibir a senadores y caballeros luchar como gladiadores y salir a escena, lo que Dion, LXV (LXIV) 4, 4, cita como motivo de alabanza; y de otro lado, Dion veía tales juegos y prácticas con los ojos de la propia experiencia.

También Cómodo bajaba a la arena y actuaba como todos los gladiadores excepto en el hecho de que cobraba más que nadie: LXXII (LXXIII) 19, 3; y a todos estos espectáculos «acudíamos los senadores junto con los caballeros»: ibid. , 20, 1; «y cuando entraba en escena, tanto el pueblo como nosotros dábamos vivas, ibid. , 18, 2. Dion pone de relieve la paradoja de que fuera un atleta, Narciso, quien acabó con la vida de Cómodo, ibid. , 22, 5. En la época de Caracala, las referencias a espectáculos se hacen sobre todo para recalcar los gastos que proporcionan a la clase de Dion: LXXVII (LXXVIII) 9, 7; 10, 1-2. La función integradora ha quedado limitada a las relaciones entre el Emperador y el dêmos , en detrimento, además, de las actividades intelectuales a las que el propio Dion podía dedicarse: LXXVII (LXXVIII) 11, 2 ss. 160 . Se puede sintetizar la postura de Dion ante los juegos según opinión de Newbold 161 : en ellos ve un microcosmos del mundo y un índice del desarrollo histórico que ha llevado a su época, en el que le importa el status de quienes hacen el espectáculo, la composición del auditorio en relación con la beneficencia del emperador y su propiedad y orden, y el papel de la clase alta y el modo como le afecta la beneficencia y las innovaciones de los juegos. Es decir, para Dion los juegos son un reflejo de la historia negativa del Imperio, donde, a partir de una política de integración no admisible para él, se llega a una política de beneficencia popular contraria a los intereses económicos de la propia clase. Tal política se lleva a cabo por medio de la exaltación de la figura del emperador como único benefactor y su identificación con la divinidad protectora, como en el caso de Cómodo, que entraba en escena en figura de Hermes: LXXII (LXXIII) 17, 3-4.

XIV. DION Y LA CRISIS DEL SIGLO III 162

Dion, a pesar de su aticismo formal, no siente nostalgia de la Grecia clásica, sino de la época de los Antoninos 163 . El paso del reino de oro al de hierro se realiza, efectivamente, a la muerte de Marco Aurelio, LXXI (LXXII) 36, 4; y esa edad de hierro la soportaron los romanos de entonces y los de ahora. Es también para Alföldy 164 uno de los síntomas de que Dion percibe el fenómeno de la crisis del siglo III ; junto, por ejemplo, con LXXII (LXX1II) 24, 2, a la muerte de Cómodo, en que hubo prodigios que indicaban que el mal se extendía a toda la oikouménē.

Aparte de estas consideraciones de carácter general, hay otros aspectos más concretos en que Dion percibió rasgos críticos del imperio. Por ejemplo, cuando se refiere a la reforma de Septimio Severo consistente en reclutar a los pretorianos de todas las regiones, LXXIV (LXXV) 2, considera que tal medida traería la ruina de la juventud de Italia, que se dedicaría al bandidaje y al oficio de gladiadores, ibid. , 2, 5. Parecería que la guardia pretoriana estaba siendo la solución a los problemas de la crisis agraria de la península itálica.

De otro lado, Dion ve entre las manifestaciones de la crisis el problema de las religiones orientales, como en el caso de la madre de Heliogábalo, que introdujo un dios extranjero en Roma y además lo colocó antes del propio Zeus, LXXIX (LXXX) 11, 1 165 . La postura de Dion parece reflejarse en el discurso de Mecenas, LII 36, 1 ss., cuando propugna la necesidad de restauración 166 , frente a las innovaciones religiosas 167 : hay que castigar a los que introducen ritos extraños, pues nacen conspiraciones y facciones, LII 36, 2. Los cantos bárbaros al dios Heliogábalo por el emperador Heliogábalo-Sardanápalo escandalizan especialmente a Dion, LXXIX (LXXX) 11; y Letta 168 concluye que es esta situación la que hay que presuponer como base de la propuesta en favor de la religiosidad tradicional por parte de Mecenas, LII 36, 1-2, aunque también en Cómodo y Caracala la piedad se traduce en apoyo a las religiones orientales 169 .

En general, Dion parece contrario al desarrollo del culto imperial. De entre la bibliografía que trata del tema destacamos el artículo de Bowersock 170 . Para él, los escritores griegos expresan como theós lo que en latín es tanto deus como divus 171 . En el discurso de Mecenas, LII 35-36, la base de cualquier honor está en la virtud, que hace a los hombres divinos: el voto no puede suplir el mérito. De ello, Bowersock 172 concluye que en Dion hay un mayor rechazo del culto al emperador que en los griegos anteriores a él. Y esto se debería al abuso que hubo con Cómodo y Caracala: lo de Domiciano no era nada comparado con éstos 173 . A la llegada de Alejandro Severo al trono, la ausencia de culto imperial se había convertido en un sueño seductor 174 . Pero Dion sabe que quienes se han hecho con el poder personal y han fundado el imperio que él aprueba han puesto los fundamentos de este proceso. César en sus éxitos se comporta como si fuera inmortal: XLIII 41, 3; las Parilias del año 45 se celebraron especialmente, no por la fundación de la ciudad, sino por la victoria de César, ibid. , 42, 3; su devoción a Afrodita se debía a que quería convencer de que recibía de ella una especie de flor de la juventud, XLIII 43, 3; y se le erigió una estatua al dios invicto y otra en el Capitolio junto a los reyes, ibid. , 45, 3. Dion tiene que hacer salvedades: la tumba de César se colocó dentro del pomerium , pero los decretos se colocaron a los pies de Júpiter Capitolino, para señalar que él era «hombre» (mortal): XLIV 7, 1. También Augusto, permitió a los extranjeros, a los que llamaba griegos, que le rindieran culto a él mismo, lo que continuó con otros emperadores, no sólo para los griegos: LI 20, 7. Aspecto griego del culto en el que se insiste: los de Nápoles erigieron un templo a Augusto porque trataban de imitar a los griegos: LV 10, 9 (Xiph).

Es grande la visita de Tirídates a Nerón en la afirmación simbólica de su poder real 175 . Dion describe la escena de la presentación con detalle y resalta, LXIII (LXII) 5, 2, cómo Tirídates hace la proskýnēsis ante Nerón como ante Mitra. Poder real en un sentido que Dion rechaza; culto al emperador y religiones orientales quedan identificados. La divinización del emperador es también un rasgo negativo de Domiciano, que se hace llamar despótēs y theós: LXVII 4, 7. En cambio, es un dato positivo que Nerva mande fundir sus estatuas, LXVIII 1, 1, lo que también tiene una vertiente económica porque obtuvo, del oro y la plata de las mismas, mucho dinero. El culto al emperador era también en tiempos de Dion un gasto supletorio que agravaba los problemas de moneda que tanto le preocupan. En la misma línea, LXVIII 1, 2, Dion alaba que Nerva castigara a esclavos y libertos delatores de sus déspotas, y que no se permitieran las acusaciones de maiestas (asebeía) ni de vida judaica. En efecto, un emperador que no recibe culto no sufre la competencia de otros cultos. En cambio, en las condiciones de Domiciano, el emperador no puede ejercer la clemencia y reacciona castigando por cualquier motivo, entre otros al sofista Materno por un discurso Contra tiranos: LX 15, 5. Muchos otros perecieron o fueron expulsados simplemente por la acusación contra la filosofía en el año 95: LXVII 13, 3.

Pero no siempre se critica la actuación de los emperadores contra filósofos y sofistas, como por ejemplo en la expulsión de los estoicos por parte de Vespasiano, LXVI (LXV) 13, 1, porque enseñaban doctrinas no adecuadas a los tiempos presentes. Y entre ellos Hostiliano, LXVI (LXV) 13, 2, que hablaba contra la monarquía. Nótese la diferencia con Materno que escribía contra la tiranía. Tampoco aprueba Dion la actitud de los sofistas cínicos que insultaron a Berenice, LXVI (LXV) 15, 5. Asimismo parece Dion comprender el odio de Vespasiano a Helvidio Prisco, que acusaba a la realeza y alababa la democracia: ibid. , 12, 2; y comenta Dion: como si fuera obra de la filosofía insultar a los que tienen el poder y agitar a la plebe, perturbar el orden e introducir revoluciones. Esto concuerda con el programa de Mecenas, LII 36, 4, de no admitir a los que pretenden filosofar, asimilados a magos, ateos, etc. De ahí parte Gabba 176 para su afirmación de que Dion consideraba a los filósofos como perturbadores del orden público. Mazzarino 177 matiza también la actitud de Dion ante los filósofos. Importa mucho la postura que adopten ante el poder imperial, pero tal vez habría que añadir que también importa ante qué emperador se toman determinadas actitudes.

Es muy interesante la actitud de Dion ante Séneca 178 , que no se hizo mejor por el exilio, LXI 10, 1: hacía lo contrario de lo que filosofaba, acusaba a la tiranía y era maestro del palacio, LXI 10, 2, critica el lujo y la riqueza aunque los practicaba, ibid. , 10, 3. Séneca es el ejemplo de los individuos que mantienen una postura teórica pero de hecho colaboran con el poder imperial. Tal vez la irritación de Dion se deba a que las contradicciones de Séneca podían ser vistas como una premonición de las contradicciones de su propia clase, en circunstancias diferentes, pero con rasgos que podían identificarse. También en sus tiempos se revela la inconsistencia de los filósofos, como en el caso de Antíoco, LXXVII (LXXVIII) 19, 1-2, que había sido de gran utilidad para llevar a los soldados al combate y ganó con ello dinero y honores, pero luego se pasó a los partos.

Seguramente con referencia al año 428 a. C., en relación con las luchas contra los faliscos 179 , Dion hace las siguientes consideraciones: el género humano ama, en las desgracias, despreciar lo familiar, aunque sea divino, y admirar lo incierto: frag. 24, 1. Dion conoce las condiciones en que se pierde la confianza en las creencias heredadas y se busca la novedad, se pierde la confianza en la religión tradicional y se buscan las religiones orientales. También en frag. 29, 3 (año 376): en malas situaciones la expectativa de salvación conduce a confiar en lo irracional (toîs paralógois); y frag. 57, 7, posiblemente para el año 217: las épocas de temor producen mayor confianza en portentos, etc. Situaciones críticas en diferentes momentos de la historia de Roma que hacen reflexionar a Dion sobre la búsqueda de salvaciones irracionales. Al referirse al año 43, Dion dedica prácticamente un capítulo, XLV 17, a los portentos que, en definitiva, venían a anunciar el fin de la república, XLV 17, 6, hito importantísimo, como ya hemos visto, en la periodización de la historia de Roma en su obra. Dion reconoce, pues, la coherencia de tales movimientos y de tales reacciones colectivas. Las expectativas van por el camino de la religión o del fatum. Las condiciones que las crean están también en la conflictividad social interna. Quizás la consideración que de modo más completo refleje la actitud de Dion sea la referida al año 475, a propósito de los Fabio, frag. 21, 1: cuando no se tienen argumentos frente a la plebe y los peligros..., permanecen a la expectativa de lo irracional del daimónion y de lo que proporcione la eutychía , la buena fortuna. Luchas internas y externas, guerras y revueltas en definitiva, como en la época de Cómodo, que proporcionan o religiosidad irracional o esperanza en la fortuna. Pero la confianza en la buena fortuna, como los Fabio en 477, frag. 21, 2, puede llevar a lo contrario (tounantíon). Con todo, Dion elige la fortuna. En LII 18, 3, como razón para que Augusto acepte la monarquía, Mecenas dice que ésta se la ofrece la fortuna. Aunque también sabe que en los momentos críticos, como en el año 69 d. C., se reciben honras o deshonras de acuerdo con la fortuna (pròs tàs týchas): LXV (LXIV) 1, 2 (Xif.). No se puede confiar en la fortuna, pues ésta da o quita de forma caprichosa, pero lo que da la fortuna es preciso aceptarlo; se acepta con ello el destino. La actitud viene a ser de resignación. Aunque se pueda ser teóricamente partidario de la república, es absurdo no aceptar la monarquía que ha traído la fortuna, aunque la fortuna misma pueda haber producido cambios ciegamente, es decir, aunque se hayan producido cambios históricos cuya lógica interna no pueda comprenderse desde la posición en que está Dion, pero desde esa misma situación sí deben aceptarse. Con la fortuna se expresa al mismo tiempo el desconcierto ante la realidad y la necesidad de aceptación de la misma. Después de la muerte de Cómodo, cuando se produjeron «guerras... y revueltas» (LXXII [LXXIII] 23, 1), quien incitó a Dion a escribir fue la diosa Fortuna (Týchē), ibid. , 23, 4 180 . Týchē es la inclusión de lo irracional en la «racionalidad» olímpica. Otros individuos de la clase de Dion terminarían aceptando otras formas del mismo proceso: la aceptación de la irracionalidad cristiana por medio del proceso de «racionalización» helenístico-romana paulina.

XV. MONARQUÍA CONTRA REPÚBLICA

La realidad es la que se impone. Ya lo hemos visto: Dion acepta la monarquía. Pero históricamente hay varias formas de monarquía. Al mismo tiempo, cada momento de la monarquía se explica históricamente. Para explicarse el proceso histórico que le tocó vivir, para explicarse y explicar su propia época, a Dion le fue preciso desarrollar toda la historia de Roma, para ver varias formas de monarquía y otras formas de gobierno que contenían elementos valiosos, como la democracia. Una cosa es lo que él acepte y otra la necesidad de reconocer, y valorar, los aspectos positivos de otras formas de gobierno, sobre todo porque lo que él acepta es también polivalente, ambiguo, puede adoptar, y de hecho ha adoptado en la historia, e incluso en el período de su vida, formas diversas. Se acepta la monarquía, pero hay varias formas de monarquía y no todas responden a los intereses de su clase, de ahí la necesidad de debate, de que la «teoría» monárquica se exponga por lo menos desde dos puntos de vista, a favor y en contra de la monarquía; la exposición tiene que tomar la forma de debate, tiene que ser doble.

El debate se sitúa en el momento del origen del Principado, entre Agripa y Mecenas, y sobre el tema de una disyuntiva entre dēmokratía (república) y monarquía.

El contexto representado por la época de Augusto es sin duda falso 181 , pero también significativo, pues fue ése el período en que se formó el mundo en que a Dion le tocó vivir; o por lo menos desde su punto de vista existe un sentido de continuidad entre ambos mundos 182 . El momento era, en efecto, apto para plantearse un debate sobre formas políticas, pues, aunque se trate de una antología recompuesta, también es espejo de los problemas políticos y conflictos ideológicos del Principado naciente 183 .

También la elección de los participantes en el debate es significativo 184 . De un lado, Agripa, una vez instaurado el Principado, LIV 29, 3, colaboró con Augusto en la monarquía, como si en realidad fuera partidario del absolutismo, y ayudó al pueblo con buenas acciones como si fuera muy populista 185 . Tal vez sea razonable pensar 186 que la sinonimia monarchía = dynasteía viene, no de la opinión de Dion, sino forzada por la opinión contraria a la monarquía como absolutismo que ha prestado a Agripa en el debate. Pero, de otro lado, hay en Dion una concepción menos rígida y esquemática, más histórica, del proceso de formación del Principado, que es precisamente en la que se sustenta el debate como método; una concepción que se refleja en toda la narración del proceso de formación del Principado, según la cual la monarquía es el resultado de la lucha por el poder, y al mismo tiempo es el caldo de cultivo para la tiranía; en ese proceso desempeña un importantísimo papel la época de Augusto, y Agripa encarna, con su defensa de la democracia, la posibilidad de estar con la monarquía y ser al mismo tiempo muy demótico, precisamente por medio de un sistema que es el de las evergesias, que se puede realizar perfectamente dentro de la monarquía 187 ; ser defensor de la democracia en un sentido que se puede incluir en la monarquía, aunque al mismo tiempo la colaboración con la monarquía lleve consigo el riesgo de parecer partidario de la dictadura. Un populista al estilo dioneo puede colaborar con la monarquía, aunque ésta proceda de la dictadura y la confusión sea posible históricamente. También lo será con la tiranía. Por ello Agripa propugna el alejamiento de la monarquía aunque reconozca que ésta pueda tener ventajas al menos en el caso de Augusto, LII 2, 1: cuando ataca la monarquía, Agripa usa el ejemplo de la tiranía en que surgen las conspiraciones, ibid. , 9, 3; los romanos odian la tiranía, ibid. , 9, 5, y es peor la tiranía que surge de la monarquía que los conflictos de la democracia: ibid. , 13, 6. La tiranía nace de la monarquía. Agripa representa la visión del proceso dictadura-monarquía-tiranía. El proceso que Agripa ve como necesario y consustancial, ibid. , 11, 2, es el que Dion comprueba en la realidad histórica del imperio. Los rasgos del tirano aparecen con más o menos intensidad en gran parte de los emperadores. En principio, pues, tiene razón Espinosa 188 , cuando dice que la sinonimia de Agripa entre dynasteía-monarchía-basileía no coincide con el pensamiento de Dion, pero no es cierto que esté «introducida totalmente en falso», es que la monarquía procede de la dictadura (de ahí sus peligros de caer en tiranía) y puede identificarse con basileía , de la que sólo se rechaza el nombre. El personaje de Agripa es elegido para defender la democracia porque de algún modo es un demótico al estilo dioneo, y por eso su discurso es principalmente un alegato sobre las desventajas y dificultades de la tiranía 189 . Pero quien está contra la tiranía y a favor de la monarquía puede parecer estar a favor de la tiranía. Son las dificultades de la época de Augusto, pero agravadas en época de Dion. Agripa, así, como demótico que acepta la monarquía, simboliza el carácter también popular del régimen de Augusto 190 . Agripa era, también en el texto, contrario a las dictaduras, y solía decir que a los que están en ellas no les gusta que nadie sea más fuerte, XLIX 4, 2, con lo que Dion está de acuerdo: XLIX 4, 4.

Por otro lado está Mecenas, sobre el que Augusto tenía temores de que lo despreciaran por ser sólo caballero, LI 3, 5. Dion insiste en que Agripa y Mecenas recibieron gran autoridad de Augusto; si tenemos en cuenta lo que se ha dicho acerca de que Dion era contrario a la ascensión de los caballeros, tenemos un elemento para matizar las opiniones puestas en su boca. Agripa y Mecenas son ambos representantes ideológicos de lo que para Dion es el régimen de Augusto, y sólo se puede entender su concepción del mismo modo teniendo en cuenta ambas opiniones en el debate. Por eso, tras los discursos de Agripa y Mecenas, César Augusto los alabó a los dos y, aunque eligió según los consejos de Mecenas, Agripa también colaboró, LII 41, 1-2. Y Mecenas, el defensor de la monarquía, desempeñó un papel que es interesante resaltar: siempre refrenaba a Augusto, por ejemplo cuando iba a condenar a muerte (LV 7, 1-2), con lo que se identifica a Mecenas con la defensa de una monarquía clemente. Y además, a pesar de su influencia con el emperador, siempre se mantuvo en el orden ecuestre, ibid. , 7, 4, con lo que se matiza el papel de los caballeros dentro del sector dirigente del imperio.

El debate sobre monarquía y república en el año 29 a. C. está colocado en un momento en que la disyuntiva ha dejado de tener significación 191 . La ambigüedad del término griego dēmokratía en el momento de aplicarlo a la historia de Roma favorece, con todo, que el contenido del debate de hecho se enriquezca. Según Dion, LX 1, 1, también a la muerte de Calígula se planteó en el senado el dilema entre dēmokrateîsthai y monarcheîsthai. Unos elegían a uno, otros a otro; pero luego, LX 1, 2, fueron los soldados quienes eligieron a Claudio. Parece claro que el debate monarquíarepública está fuera de lugar y la república no es ya más que un recuerdo 192 : el debate se centra en quién puede ser elegido. El drama real es que serán soldados quienes lo hagan. El debate del senado llega a resultar ridículo. El contenido real del debate Agripa-Mecenas es, pues, otro.

Espinosa 193 , destaca en los rasgos que Dion atribuye a Cómodo como tirano: muerte por riqueza, etc., LXXII (LXXIII) 7, 3, la similitud con el texto del discurso de Agripa, LII 8 ss.: problemas de competencia entre el poder personal y los poderosos por linaje, riqueza, etc. En general, cuando Agripa habla de tiranía, trae al recuerdo de sus lectores las experiencias que han sufrido bajo Cómodo y Caracala. Frente a ello 194 , señala la aprobación ante la actitud de Pértinax, LXXIII (LXXIV) 8, 3-5. Viene con ello a concluir 195 , que la postura de Agripa, entendida como ataque a la tiranía, LII 9, 3, no es pura retórica contrapuesta a argumentos de Mecenas, sino que corresponde a unas experiencias reales 196 . Gascó, por su parte 197 , recuerda el paralelo con Filóstrato, Vida de los sofistas V 35 ss., en que debaten Éufrates, Dion Crisóstomo y Apolonio ante Vespasiano. En ambos casos, la oposición democracia/monarquía deja paso a la disyuntiva tiranía-monarquía: a partir de aquí, concluye que el discurso de Agripa presenta las degeneraciones que el imperio sufrirá de no cumplirse las medidas propuestas por Mecenas, los peligros de una monarquía mal dirigida. De un modo u otro, aquí se valora positivamente la significación de la exposición de Agripa 198 En cambio, MacKechnie 199 ,con ideas nuevas, vuelve a situarse en niveles estrictamente constitucionales: lo que se define es la monarquía pragmática, frente a una democracia ideal, defendida por Agripa, sobre modelo ateniense, al tiempo que lo que se condena es también una tiranía definida según el modelo griego; lo único realista de esta intervención trata de demostrar que la opinión de Mecenas no era universal en el año 29 en la clase dominante y que seguían existiendo ideas democráticas no prácticas en el siglo I a. C. y en el siglo III d. C. Sin embargo, creemos que, en efecto, detrás hay otro debate basado en realidades romanas desde el s. I a. C. hasta el siglo III d. C. Mazzarino lo expuso con claridad 200 : la historia de los tres primeros siglos del imperio se caracteriza por la dialéctica entre la antigua forma constitucional, en que se restituye el dominio del senado, y la monarquía; entre el discurso de Agripa y el de Mecenas, entre la concepción senatorial del Principado, y la monárquica.

Pero esta dialéctica no se manifiesta como lucha entre dos bloques separados. La dialéctica se integra y se supera, de modo que, en tiempos de Dion, sirve precisamente para caracterizar una sola forma política, ideal, que se mueve dentro de esa dialéctica y que quiere incorporar lo democrático a la monarquía y hacer una monarquía «democrática». Sin duda, ya lo hemos visto, se acepta la monarquía; pero como, de hecho, en el pasado, la monarquía procede de la dictadura y reviste rasgos de la naturaleza del proceso que llevó a ella; y como, de hecho, en el presente, la monarquía evoluciona en una línea que se identifica con la tiranía, es preciso que la definición de esa monarquía defendida se contrapese con otro discurso que es, en principio, un discurso en favor de la dēmokratía como república, pero también de la dēmokratía como conservación de los privilegios de la clase senatorial, que no se contradicen en el fondo con el poder monárquico, sobre todo con el poder monárquico tal como se define en el momento de su inauguración por Augusto, como verdadera dēmokratía. Por eso, a partir de esta realidad, aparece clara la precisión que hace Espinosa 201 , lo que coincide con el pensamiento de Dion es la descripción de Agripa del final de la república como dictadura, no la de Mecenas, que lo describe como democracia. Espinosa ve en general claros los mecanismos del debate: en Mecenas se han asumido las cuestiones fundamentales de Agripa 202 . Éste y Mecenas tienen una misma concepción de la monarquía 203 ; las virtudes que Mecenas atribuye al buen gobernante son simplemente la versión positiva de los vitia que para Agripa definen al tirano 204 . Hay, con todo, algún aspecto de los problemas en que Agripa profundiza de acuerdo con lo que puede ser la experiencia de Dion: el problema de los colaboradores, de los que se necesitan muchos y valiosos y que se harán peligrosos al tener el poder, LII 8, 4, pues quien tiene inteligencia querrá libertad, ibid. , 8, 5, y si es malo obtendrá el odio de los buenos, ibid. , 8, 6. Mecenas, al aconsejar que no se esclavice al pueblo y al senado, ni ser tirano, ibid. , 15, 1, propone que se gobierne con los mejores hombres, pero se dejan sin respuestas los problemas planteados por Agripa. Simplemente cree que los buenos pueden recibir honras sin envidia y los malos el castigo sin rebelión, ibid ., 15, 3.

Por otra parte, en el modo en que, según Espinosa 205 , se articula el procedimiento empleado por Dion, habría que introducir algunas matizaciones. Para él, hay una utilización confusa de la terminología política, que parte de la intención consciente del autor, una confusión deliberada. Más bien parecería que la terminología política en Dion es confusa por razones históricas, las mismas razones históricas que lo obligan al uso del debate para explicar un proceso; no es que el debate imponga el uso de la confusión terminológica, sino que la confusión terminológica, de base histórica, impone el uso del debate. Por eso, tampoco parece exacto que «cada consejero expresa una parte del auténtico pensamiento político dioneo»; ello presupone que Dion tiene las ideas claras y que desglosa su pensamiento en un «juego retórico»; por el contrario, parece más ajustado a todo el contexto contradictorio en que se mueve la «historia romana», creer que el pensamiento de Dion es tan confuso como para necesitar dos interlocutores. Lo que quiere expresar Dion así lo precisa. Por ello, tampoco se trata exactamente de la armonización entre monarquía y república como dos posturas irreconciliables, dos posturas claras que se oponen radicalmente 206 , sino de explicar una armonización que de algún modo existió en la realidad, aunque en un conflicto dinámico que obliga a expresarla en forma de debate. Por ello precisamente, sí es cierto que ni el uso del debate como sistema expositivo en el ambiente dioneo, ni el traslado a la época de la formación del Principado, oscurecía para sus lectores el pensamiento del autor 207 . Posiblemente, era más bien el mejor modo en que podían entenderlo. Porque, y en ello el fondo de la cuestión queda esclarecido 208 , la tensión entre Agripa y Mecenas correspondía a la tensión íntima de cada senador, que de algún modo situaba el origen de la misma en el origen del Principado, y por tanto en la difícil convivencia del Principado con la libertas. Porque, cuando Dion, en boca de Agripa, habla de la igualdad de los homóphyloi , educados en las mismas leyes, LII 4, 1, entre los que la única distinción debe estar en la virtud, LII 4, 2, sabe también que, en el proceso que llevó a Augusto a la toma del poder, sus partidarios, en sus arengas, impulsaban a dominar (árchein) a todos los de igual clase (homóphyloi) , XLVII 42, 5. El problema de Agripa es el de la participación política: la igualdad de nacimiento debe producir igualdad de participación para no ser siempre gobernado por el mismo, LII 4, 3; es precisa la alternancia entre mandar y ser mandado (árchein kaì árchesthai) por medio del reparto entre homótimoi , LII 4, 5, que tienen la comunidad de lo bueno y lo malo, LII 4, 6. Espinosa resalta el aspecto social de esta participación 209 , que desde luego era problemática en época de Dion, pero cuyos precedentes se ven en la formación del Principado: mandar sobre los homóphyloi es lo opuesto a que los homótimoi manden y sean mandados. Esa es la democracia que define Agripa como opuesta a la tiranía, LII 5, 1. Lo opuesto a la tiranía es que participen los homóphyloi frente a que se domine a los homóphyloi , peligro de la monarquía en su formación y en su evolución.

Pero el debate es necesario precisamente porque dēmokratía tiene connotaciones que es preciso resaltar para rechazar. Según Agripa, en la dēmokratía los ricos y valientes dan auge a la ciudad, LII 9, 1, y pone el ejemplo griego como contrapuesto a la monarquía, LII 9, 2, cuando el texto de Dion lo contradice de modo patente: la república engendra violencia. También para Agripa, Roma fue fuerte en la república: el senado deliberaba, el pueblo ratificaba; el ejército mostraba su celo, el jefe amaba la honra, LII 9, 5; por ello aconseja entregar al pueblo las armas, las provincias y los dineros, LII 13, 1: es difícil que una ciudad acostumbrada a la democracia quiera ser esclava, LII 13, 3. Hay que reconocer que en algún caso el argumento de Agripa es débil. Que sea más difícil someter a la multitud y a las ciudades acostumbradas a la democracia por medio del poder personal, LII 5, 4, es algo que ya en el momento dramático del debate está contradicho por los hechos: han sido los individuos los que han acabado con las discordias civiles de finales de la República. No son los aspectos referentes a la participación, sino los referentes al pueblo los que Mecenas rectifica: la verdadera democracia y libertad es que cada clase cumpla con su deber, LII 14, 4; la libertad de la masa es igual a la esclavitud del mejor, LII 14, 5. El aspecto constitucional se resuelve históricamente: es difícil la democracia en un estado grande, LII 15, 6; el modelo de Agripa valdría para la civitas. Pero el aspecto social es más amplio y más general. En las democracias, los más fuertes alquilan a los más débiles, LII 15, 5, dentro del contexto de lo que serían las luchas civiles del final de la república, es decir el proceso de la dictadura y de la formación del Principado; pero todo porque se producen guerras y revueltas, como a la muerte de Cómodo, es decir, en el proceso de evolución del Principado. También contra la república se aplican argumentos que afectan a la propia época de Dion. No es sólo Agripa quien ataca la tiranía identificada como Cómodo, Caracala, etc. También Mecenas ataca esa época cuando ataca la República. De ahí que no sea tan fácil la separación de dos posturas más definidas. Las dos son producto de los conflictos de la época de Dion. La época de Cómodo por ejemplo se ataca como tiránica y democrática en el sentido atacado por Mecenas. Espinosa 210 , saca una conclusión interesante: «... la defensa del principio antropológico que cimenta toda la argumentación de Agripa tiene como punto de referencia la tendencia de época dionea a romper definitivamente la fórmula augústea de poder». Sí; pero también la de Mecenas. Es decir: la postura de Dion; pero, de otro lado, también en el Principado de Augusto se perciben los peligros; de ahí la importancia de la fecha dramática del debate.

XVI. LAS CONTRADICCIONES DE LA HISTORIA EN DION. DISCURSOS Y DEBATES COMO EXPRESIÓN FORMAL

Desde el principio hemos visto que se mueve, tanto en el terreno metodológico como en el de los contenidos, dentro de un mundo contradictorio. De ahí que haya determinadas incoherencias que afectan por ejemplo al veredicto final sobre el régimen de Augusto, LVI 43-45, que resulta contrario a la narrativa 211 . Pelling 212 ve las incoherencias también en otros pasajes reflexivos: LIII 19; LIV 15. Se debería al uso de diferentes fuentes: la originalidad de Dion sólo estaría, pues, en la selección de sus fuentes. Las reflexiones también son contradictorias. Pero seleccionar las fuentes y hacerlo de modo contradictorio también puede ser significativo, sobre todo encajado en un amplio contexto lleno de contradicciones significativas. En el caso citado, las contradicciones pueden originarse en el proceso mismo, contradictorio, de la formación del Principado. A partir del análisis de estos textos, Giua 213 encuentra los fundamentos para explicar el elemento retórico como instrumento para expresar un pensamiento histórico. La perplejidad ante estas situaciones se expresa mejor con la retórica. La perplejidad la expresa el propio Dion, LVII 23, 5, ante los hechos de Tiberio. Solimeno 214 encuentra enfoques contradictorios acerca de la figura de Tiberio entre LVIII 19 y LVII 7-13: se debería a diferencia de fuentes. El cambio estaría tras la muerte de Germánico: LVII 13, 6 215 . Hasta entonces, éste le ocultaba su verdadera naturaleza: LVII 1, l 216 . Dado lo que dice el propio Dion sobre las contradicciones de la figura, no es preciso acudir a un problema de fuentes. Son contradicciones de la realidad que condicionan los posibles enfoques del historiador.

Dion sabe además que la retórica es un buen sistema donde se ponen de manifiesto tales contradicciones. La declaración retórica y la realidad se oponen explícitamente. Dion sabe que los soldados de César han cometido rapiña, XLII 27, 3, en contradicción con las declaraciones de su discurso contra el pillaje 217 . Dion sabe que César perseguía la dictadura y sin embargo en su boca hay un discurso en que declara que no la desea, XLI 35, 4. De todos modos, esto no es absoluta falsedad, sino que forma parte de la explicación del proceso de formación del Principado, en que se supera la dictadura, dentro del cual el papel de César es juzgado positivamente. Fue un proceso confuso en que no es fácil averiguar lo que hay detrás de cada cosa. Los juicios vienen a depender del resultado histórico. Los vencedores se consideraban benefactores y amantes de la ciudad; los vencidos, enemigos de la patria: XLVI 34, 5. En definitiva, fue lo que ocurrió con Augusto: las cosas le salieron bien; y lo que pudo ocurrir con César. Por ello es la República y el Principado de Augusto la época en que hay más abundancia de discursos 218 . F. Millar 219 pone de manifiesto cómo, en el año 48, en la descripción de Dion de la exhortaciones que hacen a sus soldados César y Pompeyo, XLI 57, 1-3, se introduce también el estilo retórico, la antítesis y el asíndeton, para marcar la contraposición.

La consecuencia más importante es la del valor que pueden tener los discursos, y sobre todo los debates y diálogos, de la Historia de Dion. Un ejemplo puede ser el discurso de Cicerón, XLIV 23-33, en favor de la amnistía en el año 44. Se trataría, según Millar 220 de un discurso escrito por Dion sobre el tema de la concordia y la gracia: ibid. , 32, 2 221 . Son preocupaciones propias de su época: paz y concordia como expectativa tras los conflictos, ibid. , 25, 4; proceso de triunfo y decadencia del poder personal: Mario, Sila, Cinna; conflicto interno como base de la destrucción mutua, ibid. , 30, 8, inserto todo ello en el proceso de conflicto entre que sean dueños de la politeia los que tienen las armas o esté en vuestras manos (del senado), ibid. , 24, 1-2, es decir, los problemas que le preocupan para su propia época, pero también como clave del proceso de formación del Principado.

Otro texto interesante desde el punto de vista de la formación del Principado es el debate entre Cicerón y Caleno: XLV 18-46, 28. Allí Cicerón habla de los conflictos entre tradiciones y poder personal. En cierta medida, es comparable al debate entre Agripa y Mecenas por su significación histórica. También aquí Dion se debate en contradicciones sobre el origen del Principado. Cicerón define dictadura y tiranía como opuestos a república y libertad de expresión, XLV 18, 2, lo cual forma parte del conflicto ideológico de Dion, porque para Cicerón esto sería lo opuesto a la formación del poder personal: la época de las dictaduras es inseguridad para el senado, ibid. , 19, 2. Sólo que aquí está enfocado contra Antonio: destruyó la república, ibid. , 31, 2; y los argumentos se basan en que los romanos están acostumbrados a vivir «en autonomía» y se han liberado de la monarquía de César, ibid. , 35, 2, a pesar de que perdonó a muchos. Se hace, pues, la salvedad de la clemencia, pero César queda relativamente identificado con tiranía y dictadura. Parte del debate sobre el origen del Principado está en la proximidad entre «realeza» y «tiranía». Cuando Antonio puso a otro «tirano» (César), quería él mismo «ser monarca», XLV 33, 3. Corremos el peligro de nombrar contra nosotros mismos un tirano, LXV 35, 1, de elegir un nuevo «déspota», XLV 35, 2. La culpa de la muerte de César es de quien lo llamó «rey», XLV 41,2. Esta ambigüedad terminológica importa porque de hecho fue ambigua la formación del Principado en el terreno terminológico y porque la herencia de tal ambigüedad se sufre en tiempos de Dion. Seguramente F. Millar 222 tiene razón: se trata del intento de resumir en dos discursos la compleja situación política de comienzo del 43 a. C. No hay mera recopilación de fuentes, sino más bien una ficción creada a partir de fuentes variadas para el discurso de Caleno, y de varias Filipicas para el discurso de Cicerón. Dentro del mismo debate, Caleno pone de manifiesto la función del discurso en la escena política: hay contradicciones entre lo que un político dice y lo que es en realidad. Según Cicerón, XLVI 9, 2, él ama y los demás odian. Caleno también interpreta la irritación de Cicerón: se debe a que él no ha podido obtener los poderes, XLVI 25, 5. Para Caleno, ibid. , 8, 3, la postura de Cicerón se caracteriza porque siempre envidia (phthoneîs) al poderoso; pero nunca se atrevió contra Antonio cuando era tribuno, etc., ibid. , 10, 3. El propio Dion hace directamente algunas apreciaciones: los «muchos» lo odiaban, pero él juraba que había salvado a la ciudad, XXXVII 38, 1-2; trataba de ganarse a la plebe, a los caballeros y al senado, XXXVIII 12, 4, pero sólo obtenía envidia y odio, ibid. , 12, 7. Según esto, en los momentos de formación del Principado, la defensa de la democracia será simplemente un modo más de enfocar las aspiraciones personales. Esto vendría corroborado por palabras del propio Dion. Cicerón usaba la libertad de palabra sin moderación, pero no la soportaba en otros: XLVI 29, 1. Son palabras que significan una crítica a la manera de ver la democracia de gente como Cicerón; la libertad sólo vale para la defensa de intereses personales 223 . Pero, de otro lado, en palabras de Cicerón, XLV 23, 6, Antonio se ha entrometido en la ciudadanía, tierras y exenciones. Son ataques contra la tiranía que compartiría Dion; es el problema del poder personal que se interfiere. O sea que volvemos a ver en el debate dos aspectos del poder personal a primera vista contradictorios, pero que son una especie de resumen dialéctico de la postura de Dion. Ésta es sin duda compleja, y tal complejidad tiene que expresarse en discursos contrapuestos, contraponiendo discurso a narrativa o a declaraciones realizadas por el propio Dion. Por ejemplo, Cicerón usa contra Antonio argumentos opuestos a los que Dion utiliza en defensa de César, XLIV 3: el senado es responsable por haberle concedido honores, XLV 25, 1-3. Cicerón defiende al senado: éste no es responsable del poder personal; para Dion la cosa parece diferente: hay responsabilidad en sus concesiones. En este conflicto se muestra la complejidad de la situación desde el punto de vista de Dion. Tiene que expresarse en discursos. Por eso, Caleno, XLVI 17, 4-5, dice que tanto senadores como soldados votaron los poderes de César. Quien lo disuadió fue Antonio, ibid. , 17, 7. La teoría de Caleno, coincidente en esto con Dion, es que los culpables de los poderes de César son el senado y el ejército. Sólo gracias a Antonio dejó de actuar como dictador, XLVI 17, 8, por la presión popular promovida por Antonio en favor de la libertad y la república, XLVI 19, 6. En la posición de Caleno es el pueblo el que impide el poder personal. Aquí hay algo importante en el debate del origen del Principado: ¿es democrático por presión popular o por presión del senado? Antonio hace cesar la tiranía con el modelo de Decio y Bruto, XLVI 19, 8, es decir, el modelo de la república tradicional unido a la presión del pueblo. Para Caleno, lo que Cicerón hace en realidad es acusar al senado, XLVI 23, 5, y para Dion es evidente que los intereses del senado pasan por el poder personal. Caleno también hace una consideración, concreta, muy interesante: Antonio ha obtenido el apoyo del senado, mientras Octavio tiene sólo la fuerza privada, XLVI 26, 3. Defender al senado al estilo de Cicerón es acusarlo. Sin duda todo esto, uno y otro, Caleno y Cicerón, reflejan la perplejidad de Dion. Caleno termina proporcionando al senado una postura conciliadora: aprobar al que obedezca al senado, ibid ., 27, 4. Parece la postura más cerca del posibilismo: que el senado acepte la responsabilidad de haber atribuido poder personal, con lo que se admite el carácter inevitable de éste. La de Caleno es la postura programática, pero pasa por la crítica de Cicerón hacia la tiranía, en este caso personificada en César y Antonio. Aunque Cicerón no goce de las simpatías de Dion, sin embargo, en el discurso, usa contra Antonio argumentos que Dion usa contra la tiranía. De ahí la importancia también en este discurso, en la dinámica de la interpretación de Dion, de la historia del origen del Principado. La opinión de Dion está en los dos oponentes. O más bien: Dion se explica los hechos contradictorios del Principado con las opiniones contrapuestas que indican realidades contradictorias.

Hay un discurso de Antonio en el año 31 que también contiene aspectos interesantes. Las exacciones quitan apoyo al enemigo y se produce allí la revuelta. A pesar de que sepamos que el resultado final le fue favorable, es real que en Octavio existe el problema de la exacción militar. Con el método retórico, Dion puede no ser monolítico en la interpretación de los hechos y no mostrarse en todo partidario del Principado de Augusto, pues exceptúa precisamente aquellos aspectos que tuvieron una manifestación más aguda en su propia época. Así, Antonio se refiere a la inexperiencia de Octavio, pues sus partidarios matan a los vencidos, L 20, 2. El resumen es que Octavio desea la monarquía y él la liberación, ibid ., 22, 4. Pero hay que tener en cuenta el discurso paralelo de Octavio: lo peor de Antonio es que quiere hacerlos esclavos de una mujer, ibid. , 24, 7; y que él mismo vive como rey y mujer, ibid ., 27, 4, e interpreta danzas ridículas y lascivas, ibid. , 27, 6. Es precisamente en los ataques donde se contraponen dos formas de monarquía y realeza que tuvieron sus ejemplos en la historia del Principado, ambas con aspectos negativos. Por ello es interesante destacar que son las arengas de Bruto y los suyos las que hablan de libertad, democracia, falta de tiranos, falta de déspotas, XLVII 42, 3, para defender lo bueno de la isonomía y lo absurdo de la monarquía, ibid. , 42, 4, frente a los conceptos exclusivamente militares usados por los enemigos, ibid. , 42, 5.

A pesar de su aceptación del poder personal, no deja de ser interesante citar, además del discurso de Agripa, los de otras figuras que sin duda tienen prestigio y que se muestran claramente contrarias a él. Como el de Cátulo, que advierte que Pompeyo llegaría a ser kýrios de todo lo bueno para nosotros, dado que el exceso de honores corrompe, XXXVI 35, 1. Es significativo porque transparenta el proceso de formación del Principado y prevé las consecuencias que el poder personal puede tener: kýrios, dominus. Uno solo no debe ser jefe de toda la guerra, ibid. , 35, 2; no se deben dar tantos cargos seguidos a un solo hombre, XXXVI 31, 3. Hay que notar, no obstante, que antes se ha producido el rechazo del propio Pompeyo, ibid. , 25-26, y un muy matizado discurso de Gabinio, que empieza elogiando el tal rechazo: el anḕr agathós no debe querer mandar, ni hacer promesas que conducen a su caída, ibid. , 27, 2, pero el senado debe dárselo por conveniencia para la ciudad, ibid. , 27, 3.

Dion está preocupado por los cambios políticos, y por ello presta tanta atención en el terreno retórico al proceso de formación del Principado; pero, al parecer, también la formación de la República le hizo utilizar el debate como modo de comprensión del proceso. El frag. 12 está dedicado a ello 224 , y en él interesa especialmente XII 30, donde se habla del peligro de las transformaciones y que los inteligentes prefieren permanecer en los mismos regímenes aunque no sean los mejores, antes que cambiar y estar siempre «planeando» (planâsthai) , en lo que recuerda los consejos de Augusto de no cambiar las leyes. Es curiosa la aparición del mismo consejo en los dos cambios más importantes del estado romano.

También es interesante la frecuencia del tema del buen gobierno en los discursos 225 . En frag. XL 14-16, se insiste en la colaboración de los que tienen los mismos ḗthē en el papel de la amistad en la colaboración 226 . En frag. XXXVI 1-5 se habla en favor de la obediencia voluntaria y en contra de los castigos excesivos; lo impuesto se rechaza como propio del no libre; lo propio de la virtud es no matar sino salvar; y en frag. XXXVI 11-14, sobre el honor y amor a los benefactores, mayor precisamente si ha habido diferencias. César insiste en su papel de pater , XLIII 17, 5, y su rechazo de la tiranía, XLIII 15, 2-18, entre otras cosas. En este discurso, Millar 227 ve los presupuestos del discurso de Mecenas: el reflejo de las aspiraciones de propietarios y nobles de cualquier momento histórico helenístico o romano; se encontraría situado 228 entre la retórica moralizante de los primeros libros y los propósitos específicos de Mecenas. Para Giua 229 , en el discurso de César, cuando se refiere a Mario, Cinna, y Sila, XLIII 15, 3, Dion puede estar pensando en Septimio Severo, LXXIV (LXXV) 2, 2, frente a Marco Aurelio, LXXI (LXXII) 28, 1, modelo de clemencia; pues Septimio Severo coloca a Augusto entre los crueles. De ahí deduce Giua la carga polémica contemporánea que puede haber en el coloquio de Livia con Augusto, LV 14-21, frente a Septimio Severo, que intenta apoyarse en un Augusto cruel. También en las palabras de Tiberio, considera Giua 230 que puede estar presente la polémica del tiempo de Dion, con ánimo de romper la identificación de Augusto con Severo: LXXV (LXXVI) 7, 4. Giua 231 ve en las palabras de Livia uno de los posibles ejemplos en que por medio de los discursos se manifiestan las opiniones de Dion: el mejor premio del propio emperador es dejar libre al adversario 232 . Giua 233 reconoce como senecana la parte correspondiente al discurso de Livia: el buen rey de connotaciones cínicoestoicas frente a la «propensión al mal», LV 14, 7; lo que también se ve en ibid. , 16, 3: phýsis , pero aquí se trata de motivos de orgullo, etc., que llevarían justificadamente a posiciones de enfrentamiento. También ve Giua 234 la posibilidad de que estén reflejadas las experiencias del historiador, concretamente en tiempos de Cómodo, LXXII (LXXIII) 7, 3, sobre todo la terrible depuración de los Quintilios, ibid. , 5, 3-4; también la suspicacia ante los delatores de LV 18, 5-6 reflejaría el contrapunto de la situación descrita en LXXI (LXXII) 30, 3, para Marco Aurelio, y en LXVIII 6, 4, para Trajano 235 . La pena de muerte sólo debe aplicarse en casos extremos, LV 18, 1-4, pero se admiten motivos de oportunidad política, LV 21, 4: no es posible cambiar de la república a la monarquía sin sangre; lo que reconoce el propio Dion, LVI 44, 1 (anánkē). Giua 236 considera que son problemas de coherencia típicos del pensamiento histórico dioneo. Hay que tener en cuenta que, una vez más, se trata de un diálogo, y que ahí se reflejan las contradicciones reales de un poder personal que, a pesar de las aspiraciones de Dion, va unido a una actuación al menos ocasionalmente violenta y que Dion lo tiene que admitir aun así. En las mismas intervenciones de Livia se notan las limitaciones: no es posible que el gobernante complazca a todos, LV 14, 4; ser odiado es muy desventajoso, ibid. , 19, 5; los gobernantes deben atacar sólo a los que cometen injusticia contra la comunidad, 19, 6; pero en ella está descrita la postura de la clemencia: seamos indulgentes con los conspiradores, 16, 4; usemos la buena voluntad, ibid. , 16, 5; los más cobardes son los más crueles, ibid. , 17, 4; hay que evitar los rumores y las acusaciones bajo tortura, ibid. , 19, 2. Sin embargo, poco después, ibid. , 22, 2, se cuenta que la acusaron de la muerte de Augusto. Las intervenciones de Augusto reflejan en general una tendencia más pragmática 237 , pues parte de la búsqueda de soluciones políticas, ibid. , 14, 1-2, y llega a la afirmación de que «las amenazas para el que gobierna vienen también de los amigos», ibid. , 15, 4-7. La conjura procede de la perversidad de la naturaleza humana: por ello no vale la clemencia, sino la fuerza. Todas las monarquías, no sólo las tiránicas, tienen que defenderse 238 ; las conjuras pueden afectar a todos, como demuestra la historia 239 : Nerva, LXVIII 3, 2; Trajano, ibid. , 16, 2; Marco Aurelio, LXXI (LXXII) 22-30. De ahí la postura de LV 14, 4. La actitud, pues, no puede ser monolítica y necesita el debate. Son problemas parecidos, pero planteados al revés, a los que preocupan a Agripa: aquí puede haber oposición a buenos monarcas; Agripa dice que por génos , riqueza, etc., pueden ser contrarios a la monarquía y no ser malos, LII 8, 1; si los humillas no tendrás su eúnoia , LII 8, 2, pero si los dejas no serán fáciles de gobernar, LII 8, 3. Es el mismo contenido que el del diálogo de Augusto con Livia, sólo que aquí se plantea como problema dentro de la monarquía. En el fondo, también en el caso de Agripa, éste es el planteamiento: un debate sobre la forma de actuar el emperador con la apariencia de un debate entre monarquía y república.

F. Millar 240 destaca LVI 47, 2, como muestra significativa de la visión sobre Augusto, tras todas sus exposiciones en estilo antitético: el senado, forzado por la multitud, tiene que permitir el aumento de los gastos en los juegos a causa de la presión de uno de los actores. Plebe, senado, emperador y juegos son elementos importantes de la relación de fuerzas del imperio y del modo de su estructuración. Aquí se reflejan por tanto algunas de las preocupaciones de Dion proyectadas a la época de Augusto.

También era difícil para Dion definir claramente una postura con respecto al imperio territorial, su conservación y expansión, lo que lo lleva a expresarse en ocasiones por medio del discurso, como el de César en Vesoncio, XXXVIII 36-46, que Millar 241 ve como opuesto a la propia concepción de Dion sobre las campañas de Severo, sin que tenga a su vez nada que ver con los discursos del propio César 242 . En cambio, para Giua 243 , está entre los discursos en que podían aparecer las opiniones de Dion. Los discursos permiten las matizaciones de acuerdo con las circunstancias. Cuando Antonio se refiere a la actuación de César en Hispania, XLIV 41,2, afirma que es más difícil conservar que obtener, y más provechoso que someter, llevar a tal situación que no puedan rebelarse. Se trata de resaltar los méritos. Por eso sólo es aparente la contradicción con la propuesta de Mecenas, LII 18, 5: guardar algo es más fácil que adquirirlo. El programa es preservar sin aventuras conquistadoras, pero también en ello hay lugar para el mérito.

También es interesante el debate sobre la paz o la guerra en frag. LV 1-3: paz o guerra como creadores o destructores de los bienes y las riquezas. El senado encuentra la vía, frag. LV 9 y Zonaras, VIII 22: preparar la guerra pero intentar la paz 244 . Hasta la diferencia de táctica entre bárbaros y romanos se describe por medio del debate: Budica, LXII 5, 2, y Paulino, LXII 9, 2, exponen las diferencias entre britanos y romanos desde diferentes puntos de vista. En tiempos de Dion la superioridad táctica de los romanos conquistadores ya ha dejado de estar clara.

También se discute en discurso la importancia del papel del jefe. Sin duda, los soldados tienen que estar sometidos. Pero eso tiene un peligro, y Dion lo expresa con un discurso de Pirro a sus soldados: Zonaras, VIII 5. La muerte de un solo hombre no puede vencer a muchos, ni el encantamiento y la magia es más fuerte que las armas y los hombres. Se muestra el peligro de divinización a partir del poder personal, la caída en la magia carismática del poder.

Por todo ello, como dice F. Millar 245 , los discursos no son sus puntos de vista, pero son indicativos de la extensión y los límites de su pensamiento político. Por tanto, no es raro que elija fuentes retóricas, aunque tenga otras a su disposición 246 ; lo que importa es por qué las ha elegido. Así pues, no es sólo una deuda contraída en el planteamiento del libro LII, como quiere Espinosa 247 , ni el debate Agripa-Mecenas está hecho para posibilitar la apariencia de enfrentamientos y choques conceptuales 248 . Esto es demasiado voluntarista. Más bien, la compleja visión del mundo de Dion requiere, si pretende expresarse, un sistema retórico. Por ello, la retórica afecta al discurso y a las situaciones; es de hecho parte de la historia misma 249 , que es un proceso tenso: Dion es para Gabba el producto de tensiones externas e internas 250 . También Espinosa 251 se acerca más a la realidad cuando ve el influjo de las tensiones íntimas de cada senador.

Por último, hay otro debate interesante con algunos rasgos peculiares. Se trata del diálogo entre Cicerón y Filisco en el exilio del primero, en el año 58, XXXVIII 18-29. Para F. Millar 252 , se trata de una invención con la única finalidad de subrayar la debilidad de Cicerón. Sin embargo, en Filisco se encuentran algunas afirmaciones de interés en el contexto dioneo: «los que aman las dynasteîai las colocan por encima de amigos y parientes», ibid. , 29, 4: «cada uno se crea su propia patria y su propia felicidad en cualquier parte», ibid. , 26, 2. Hay, por tanto, más contenido positivo. Letta, en consecuencia con su tesis de que la obra se escribe en tiempos de Alejandro Severo 253 , cree que el diálogo puede referirse al propio Dion en su exilio de 229. Ello parecería contradictorio con la poca estima que tiene por Cicerón, pero en realidad el diálogo sería una confrontación entre Cicerón y Dion: la condena de Cicerón provoca la apología de Dion; el comportamiento de Cicerón es el opuesto a los consejos que recibe de Filisco 254 , con lo que muestra la sabiduría de su propia retirada como acto de lealtad a Alejandro Severo, de quien era un protegido incómodo, pero también una cierta amargura 255 . De aceptarse esta hipótesis, tendríamos un ejemplo de cómo Dion no refleja sólo las contradicciones de su clase por medio del debate dialéctico, sino también las suyas propias. Lo subjetivo y lo objetivo se complementan: Dion como miembro de su clase y su clase como proyección de sí mismo. Pero lo individual y lo colectivo se expresan de la misma manera.

XVII. LA HISTORIA ROMANA COMO REFLEJO DE LA ÉPOCA DE DION

Si en todos los debates es posible ver propuestas y contrapropuestas, expresión de opiniones matizadas por el contrario, etc., hay, con todo, y sin perder de vista los rasgos que le confiere el modo de expresión retórico, en el debate entre Agripa y Mecenas, una mayor actualidad desde el punto de vista de Dion, y en él una parte que podemos denominar «programática» y que corresponde a la expuesta como tal por Mecenas, LII 19-40. La datación de Espinosa 256 , de 217 a 222, hace coincidir el planteamiento con la gestación de un grupo de oposición senatorial que llevaría a Alejandro Severo. Sin embargo, de acuerdo con lo expuesto sobre el método «retórico» de Dion, es más fácil coincidir con Gascó 257 , donde se nota cómo no hay sólo oposición y programa, sino algo más amplio, en que Dion cita lo que le interesa incluso de lo que ya está instaurado; el concepto de restauración se aplica porque Dion parte de una situación de crisis: en la ficción, al final de la República; y en la realidad, en la época de hierro de Cómodo en adelante. Según ello, lo que Dion retrata no es lo que quiere que sea en el futuro un régimen esperado, sino lo que quiere que sea en el presente algo que ya existe; y ya es bueno lo que propone Mecenas para el futuro y en Dion ya está realizado.

Es la línea representada por Bowersock 258 : no son «consejos», sino una colección de opiniones de los «intelectuales» griegos de la época de Dion. Para Bowersock puede ser uno concreto, o el propio Dion, pero representa una tradición recogida del siglo II . En este sentido, correspondería a la época de Alejandro Severo 259 , coherentemente con esto y según lo que recoge Gascó 260 : no hay ni oposición ni premonición, sino una práctica imperial coincidente con los intereses de Dion, coincidencia que más bien es querida, y desde luego sometida a dudas y ambigüedades como para que se exponga en un debate frente al sistema democrático. De acuerdo con el contenido, Sir Ronald Syme 261 también prefiere incluir el discurso de Mecenas en época de Alejandro Severo. Igualmente el optimismo que Espinosa 262 ve manifestado en Mecenas como esperanza de recuperación de la crisis, parece más adecuado, según indica Gascó 263 , al reinado de Alejandro Severo, con todos los límites que desde luego hay que señalar tanto para el optimismo posible en época de Alejandro como para el optimismo del propio Dion. Viene a ser una visión del presente, concebido con los aspectos del pasado que parecen positivos a Dion, pero enfocado de cara al futuro. Espinosa mismo 264 ve cómo en la medida recomendada en LII 22, 2, consistente en unificar el mando militar de las provincias, hay algo ya existente, pero al mismo tiempo hay un programa, dado que es preciso reforzar la presencia militar debido a los peligros internos: alguien de la ciudad que se encargue de los koiná de las ciudades y del mando militar. Esto afecta a Italia, que también se propone dividir en provincias, ibid. , 22, 1 265 .

A ello va unida la primacía de Roma: hay que adornarla por encima de las demás ciudades para que inspire respeto a los aliados y temor a los enemigos: LII 30, 1. Para los demás, Roma debe ser considerada como la única ciudad, y lo propio sólo como si fueran campos y aldeas, ibid. , 19, lo que se traduce, ibid. , 30, 3, en que las otras ciudades deben tener pocos gastos en obras públicas. Los rasgos más destacados por Gascó son la supresión de los privilegios de las ciudades griegas por motivos de orden público, y la opción a favor de la administración romana. En LII 30, ataca las características de la vida pública en las ciudades del este griego 266 . Dion propone, en opinión de Espinosa 267 , una ruptura del sistema augústeo en el ordenamiento provincial. O sea, que utiliza el ambiente augústeo para proponer su destrucción. Es, sin duda, interesante constatar que Cómodo también tiene una enorme predilección por Roma, LXXII (LXXIII) 15, 2, como colonia del mundo 268 , a pesar de la postura frente a los problemas agrarios, bastante diferente de la de Dion, como veremos. Pero Dion conoce la importancia del pueblo de Roma como fuerza del Principado 269 e incluso en alguna ocasión llega a alabar su mayor sinceridad en contraposición a los senadores: LXXIII (LXXIV) 13, 2-5; LXXVIII (LXXIX) 19, 5-20 270 . Si Dion pone el énfasis en la relativa libertad de expresión de la multitud en la ciudad de Roma 271 , es porque sabe de su importancia para el sostenimiento de cualquier emperador en ese momento, para el sostenimiento del poder personal que es imprescindible para sus planes, incluso del tipo de poder personal que él preconiza. Pero es también apoyo del tipo de poder personal que a él le parece tiránico, pues sabe que pueblo y soldados urbanos también muestran su solidaridad como en el año 212, ante la humillación de Cilón, LXXVII (LXXVIII) 4, 4, lo que obliga a Dion a hacer una pirueta: en realidad era porque no lo habían matado: ibid. , 4, 5. De ahí sus contradicciones ante el apoyo de la masa de Roma al poder personal. Por ello Mecenas propone, LII 30, 2, que, en el resto de las ciudades, el dêmos no tenga nada de poder, ni haya asamblea; pero también que en Roma no tenga los juicios ni las elecciones, ni asuntos relacionados con el dinero, en lo que se muestra cuál es el verdadero objeto del ataque de Mecenas: no la tiranía como sistema frente a la monarquía, ni la democracia como república oligárquica, sino la democracia como fuerza del pueblo.

Por estas razones, Dion no critica la liberalidad hacia la población de Roma, y cuenta cómo la ejercía Marco Aurelio en el año 176 por sus ocho años de ausencia, LXXI (LXXII) 32, 1; en cambio le complace la actitud del mismo emperador cuando se niega a dar dinero a los soldados a pesar de la victoria, ibid. , 3, 3 272 . Sin duda, el mantenimiento de los soldados se relaciona con los emperadores tiránicos y los gastos afectan a los ricos 273 . Y por otro lado, los soldados se reclutan entre los que están, si no, obligados al bandidaje, LII 7, 5, es decir, los ejércitos se reclutan entre los sectores más bajos de la población, y la organización militar es, entre otras cosas, un modo de librarse de ellos 274 . La propuesta de Mecenas es que los soldados tengan su salario y que se recluten entre los más fuertes y más pobres, LII 14, 3. Está, pues, contra el ejército como función ciudadana y a favor de lo que, en LII 6, 5, atacaba Agripa: la separación entre quienes pagan y quienes llevan armas y cobran misthoí; a favor del ejército profesional 275 .

Con tal ejército profesional estable, LII 27, 1-3, el resto podrá trabajar en paz, ibid. , 27, 5, lo que Espinosa 276 relaciona con LXXIV (LXXV) 2, 5: la falta de reclutamiento en Italia puede provocar la ruina de su juventud. Con los préstamos extraídos de la venta de propiedades públicas, LII 28, 3, se conseguirá, además de fondos para el ejército y otras funciones, LII 28, 5, que la tierra sea trabajada y que haya campesinos propietarios, LII 28, 4; todo el proceso está claramente explicado por Gascó 277 . El capítulo continúa, LII 28, 6, con la propuesta del establecimiento de un impuesto sobre todos los que saquen algún provecho de su propiedad. La medida parece tener un precedente en Nerva que, además de restituir las propiedades confiscadas por Domiciano, hizo una distribución de tierras entre los pobres, LXVIII 2, 1; también hizo una venta de sus bienes privados y de los de la corona, con lo que benefició a muchos, ibid. , 2, 2; y además redujo gastos, ibid. , 2, 3. Es, sin duda, un modelo económico. De otro lado, parece evidente que a Dion no le gustó la reducción de tasas por Calígula, LIX 9, 6, que agradó al «malo» (phaûlos) pero dolió a los prudentes (émphronas): no se podía atender a los gastos, ibid. , 9, 7.

Acerca de la preocupación por los gastos ha tratado Nicolet 278 . Las preocupaciones de Dion en su tiempo lo llevaban a utilizar conceptos que eran propios también de la época de Augusto 279 . Las preocupaciones fiscales son tan importantes en el discurso de Mecenas, LII 28-30, como en el de Agripa, ibid. , 6, 1-5. El planteamiento de Mecenas es que la fiscalidad es en provecho de quienes pagan, ibid. , 29, 1-2, lo que significa también, en el discurso de Tiberio, LVI 40, 1, que el Imperio es garantía de la propiedad, combinando, según matiza Dion, LVI 43, 4, la monarquía con la democracia 280 ; así, es necesaria la presencia del emperador como garantía de continuidad del ordo senatorius , LII 19, 2 281 . Las tasas son necesarias para gastos que sirven para proteger la propiedad. De esto es consciente Dion. Espinosa 282 , muestra cómo existe identidad fiscal entre Agripa y Mecenas, y ello es indicativo de la homogeneidad en el tema dentro del pensamiento del autor. Pero Schtajerman 283 pone de manifiesto que Dion reconoce los derechos fiscales del Estado, LII 28, 30, pero no de las ciudades; ello estaría en consonancia con el proceso de decadencia de las ciudades y reforzamiento del poder del Estado 284 . En LII 28-30 285 estaría sintetizado todo el proceso: necesidad de dinero, entrega de tierras, impuestos, valoración exclusiva de la ciudad de Roma. Es decir... «aniquilar las ciudades como unidades autoadministrativas, domar al populacho y obligarlo a trabajar».

De otro lado, Mecenas propone la creación de un salario para cargos públicos, que favorezca el ocio y la dignidad, LII 21, 7, salario que se propone también para los cargos públicos fuera de la ciudad, ibid. , 23, 1, lo que encontraría su realización en Augusto, LIII 15, 4 286 . También se propone la aparición de dos prefectos del pretorio, LII 24, 2. En la educación importa imprimir algo para que los cargos no se atrevan a la rebelión: ibid. , 26, 5.

También se plantea la necesidad de un programa de selección de senadores y caballeros 287 , LII 19. Se trata de purificar el senado: los que no son apropiados por la sedición (LII 19, 4), pero no por la pobreza; y de introducir a los más nobles (áristoi) y ricos de Italia, de los aliados y de los súbditos: ibid. , 19, 2. Las distribuciones de funciones se hacen por órdenes, pues los caballeros también deben participar en la hegemonía, ibid. , 19, 5. Gabba 288 considera que las medidas propuestas en el libro LII se explican por el libro LIII, en que se aplican tales medidas: el senado, y también, pero menos, los equites , como intermediarios entre el emperador y la población. El senado habrá de tener algunas funciones específicas: habrá que introducir ante él a los embajadores, ya que es una institución venerable y digna, y debe parecer «señora» de todo, LII 31, 1; además, toda la legislación debe estar en sus manos, LII 31, 2 289 ; los buleutas y sus familiares han de ser juzgados ante el senado, ibid. , 31, 3. Hay que conservar además a los patricios como necesarios para perpetuar las tradiciones, ibid. , 42, 5. Lo interesante es que Dion propone para preservar la nueva clase dominante un sistema en que se preservan formas antiguas; quiere enarbolar la bandera de la tradición, cosa frecuente cuando la renovación viene a consistir simplemente en afirmar los privilegios de una nueva forma de clase dominante. Pero, de otro lado, Dion considera que, en el reinado de Gayo, hubo algunos motivos de alabanza, entre ellos la ampliación del orden ecuestre con gente de todo el Imperio y de fuera, y que el vestido senatorial se usara antes de ser admitidos en el senado, mientras que en época precedente sólo lo hacían los nacidos de estirpe senatorial, LIX 9, 5. Parece, pues, que Dion es partidario de la ampliación de los órdenes tradicionales.

Si lo entendemos como modo de adecuar a los nuevos tiempos el sistema de Augusto de distribución de cargos entre caballeros y senadores, puede admitirse la afirmación de Espinosa 290 , de que las propuestas de Mecenas trataban de frenar al orden ecuestre. Éste en definitiva se fundamentaba en la forma de propiedad esclavista contra la que Dion polemizaba. Pero hay que matizarlo en el sentido de la readaptación: es decir, que en el sistema nuevo se refleje la situación de siempre, con los caballeros en su sitio, pero admitiendo un importante papel para ellos. Por lo que parece un poco excesiva la definición del programa meceniano como prosenatorial «en oposición a lo ecuestre» 291 . La postura es más ambigua, como se muestra con respecto al propio Mecenas, LI 3, 5.

XVIII. DION Y F1LÓSTRATO 292

Se ha hecho más o menos habitual establecer puntos de comparación entre Dion y la biografía de Apolonio de Tiana hecha por Filóstrato. Alföldy 293 ve en el debate Agripa-Mecenas del libro LII de Dion y en Vida de Apolonio V 31 ss., las mismas perspectivas de restauración tras la crisis. Gascó 294 también resalta el paralelo dialéctico entre ambos debates. Sin embargo, más adelante 295 , se establecen algunos matices interesantes, que afectan principalmente (Vida de Apolonio V 36) a las provincias: «Filóstrato era partidario de un gobierno provincial basado en un respeto y comprensión de las distintas tradiciones de las provincias». F. Millar 296 considera que ambos pertenecen al mismo mundo. Sin embargo, la referencia a LXVII 18, 1-2, en que Apolonio de Tiana aclama a Estéfano, liberto, LXVII 15, 1, no es totalmente índice de coincidencia. Dion expresa su sorpresa y perplejidad: paradoxótaton , LXVII 17, 1, thaumásas, ibid. , 18, 1; mientras que Filóstrato se muestra totalmente afecto a Apolonio (VIII 25-26), y aclara que Estéfano es liberto de la mujer, que actuaba porque había aparecido en los portentos, se compara con los campeones de la libertad ateniense y no se menciona su muerte; además, mientras en Dion Apolonio convoca a la plebe, en cambio, según Filóstrato, Apolonio tuvo la visión cuando se hallaba dialogando, es decir, en plan platónico. Los libertos, de otro lado, no tienen las simpatías de Dion. Además, mientras Filóstrato se empeña en defender a Apolonio como mago alejándolo de la hechicería 297 , Dion pone de relieve que, como a Caracala le gustaban los magos y encantadores, honró a Apolonio, que había llegado a ser un esmerado hechicero y mago, LXXVII (LXXVIII) 18, 4. Y esto lo menciona Dion cuando se está refiriendo a los gastos que el emperador hacía con los libertos, no con los senadores. La postura de Dion ante Caracala y las religiones orientales es coherente con una postura negativa ante Apolonio 298 . Caleno califica a Cicerón, XLVI 4, de hechicero y mago que se enriquece con males ajenos; Agripa, en el año 33, expulsó a astrólogos y encantadores de la ciudad, XLIX 35, 5 299 . En las propuestas de Mecenas también entra el tema: aconseja que no se permita la impiedad ni la superstición, LII 36, 2; sí a la mántica, pero no a los magos que animan revoluciones, ibid. , 36, 3, y tampoco a los que pretenden filosofar, ibid. , 36, 4. Se podría establecer un paralelo entre la postura religiosa de Dion y su defensa del estado central a costa de la ciudad, por un lado, y por otro, la postura de defensa de Apolonio por Filóstrato y su actitud protectora de la ciudad 300 .

XIX. ESCLAVITUD Y FORMAS DE PROPIEDAD. LOS CONFLICTOS SOCIALES

En el discurso de Augusto del año 9 d. C., al tratar el problema de la falta de hijos de los romanos, junto con la necesidad en que hipotéticamente se iban a ver de conceder la ciudadanía, se plantea también la posible necesidad de conceder la libertad a los esclavos, LVI 7, 6. Son ambos planteamientos que responden a realidades de la época de Dion. La economía estaba dejando de fundamentarse en la esclavitud y ya no había guerras para la captura de esclavos, sino para la obtención de colonos 301 . Dion aprueba que Claudio legislara a favor de la liberación de esclavos enfermos no cuidados: LX (LXI) 29, 7 (Xif.). También resulta interesante el comentario de Dion ante el hecho de que Galba entregara a los esclavos que habían denunciado a sus dueños: LXIV (LXIII) 3, 4a; algunos los despreciaron para librarse de los malos esclavos, ibid., 3, 4b. En el testamento de Augusto, Dion le hace proponer que no se libere a muchos esclavos para que la ciudad no se llene de masa (óchlos) , LVI 33, 3. Es el temor a la masa ciudadana que se refleja en la propuesta de Mecenas, LII 14 302 . Su libertad era la esclavitud de los mejores. El proceso final de la esclavitud significa la agudización de los conflictos entre ricos y pobres. El ejército se convierte, en ocasiones, en un importante elemento represivo contra las masas de Roma, lo que da lugar a varios enfrentamientos entre el pueblo y los pretorianos, complicado con el hecho conocido de que son precisas las confiscaciones para pagar a los soldados 303 . Es muy sintomático también el consejo de Bula a los romanos, LXXVI (LXXVII) 10, 5, de que alimenten bien a sus esclavos para que no se hagan bandidos, pues tenían consigo libertos imperiales que habían sido poco o nada pagados. El episodio es significativo, por un lado, de la falta de interés de los propietarios romanos para conservar el sistema esclavista, pero, de otro lado, de las consecuencias que esto tenía y que les producía preocupación: masa urbana inquieta, bandidos. Ya no es posible el ejército ciudadano, y de ahí la propuesta de Mecenas del ejército profesional, LII 27, 3-5 304 . El ejército ciudadano sería, en tales condiciones, con tales ciudadanos, un grupo de bandidos armados. Éste es también el ambiente en que cabrían los fugitivos a que alude Mazza 305 para explicar ciertos datos de las guerras marcománicas 306 . Hay, por tanto, un antagonismo entre masa urbana y los soldados, y no sólo como competidores en la liberalitas imperial 307 .

Pero, de otro lado, los soldados y el mismo emperador continúan apegados a la forma de explotación esclavista 308 ; de ahí que el estado favorezca a los soldados e intente reforzar a las ciudades 309 , al mismo tiempo que la clase de grandes propietarios no esclavistas trata de instrumentalizarlo con ese ejército para la represión de las masas de la ciudad. Pero personas como Dion eran partidarias de que sólo Roma continuara siendo ciudad 310 . La expectativa era sustituir el territorio de la ciudad y los bienes del César por la propiedad privada explotada por colonos. De ahí la competencia con el emperador, pero también la dificultad de instrumentalizar al ejército, al que, de otro lado, necesita para lograr la explotación del libre dentro de su sistema de producción. Surgen contradicciones, porque, de todos modos, Dion sabe que su seguridad sólo puede estar garantizada si cuenta con la protección del ejército y del sistema imperial 311 , pero, al mismo tiempo, no sólo trata de que ese sistema se adapte a sus necesidades, lo que de hecho logra como aparato represivo, sino también de que se adecue a sus necesidades e intereses en el modo de sostenimiento: se aspira a un sistema que tenga como centro, no las exigencias del Estado, sino la del praedium 312 . Se trata de un conflicto entre formas de propiedad 313 al tiempo que de una alianza de las distintas variantes de la clase dominante en equilibrio móvil e inestable, dentro de un proceso histórico y, por tanto, dinámico. Y esta actitud es posible precisamente en la zona oriental del imperio, dada la peculiaridad de su evolución desde época helenística, pues las villae esclavistas, protagonistas de la crisis occidental, no desempeñaron allí nunca el papel dominante 314 . Angustia y miedo, pero también voluntad de poder de esta clase, es lo que aparece en la propuesta de Mecenas, LII 28, 1-5, de acuerdo con M. Mazza 315 : crear possessores con capacidad contribuyente, es decir, que se deja entrever que los beneficiarios serían los grandes propietarios de tierras; la propuesta es 316 un momento de la lucha incesante que oponía latifundio senatorio a latifundio imperial.

Pero, al tiempo, los conflictos sociales fuerzan la alianza entre la aristocracia terrateniente y el gobierno central 317 . Dion está de acuerdo con Marco Aurelio cuando éste considera absurdo, a propósito de la rebelión de Avidio Casio, mezclarse en guerras civiles, LXXI (LXXII) 24, 1, lo mismo que Herodes Ático 318 . De ahí que Dion esté completamente de acuerdo con la monarquía, en una línea que sigue la influencia de Dion Crisóstomo 319 , y la corriente propia del Imperio Romano de Oriente, en que no existe además ninguna reserva ante la monarquía 320 , pero donde pretende unirse la tradición monárquica al concepto de democracia ya expuesto, LII 14, 4 321 . Así, los primeros síntomas de los problemas de la crisis del siglo III llevaron a una mayoría de los sectores cultos griegos a identificarse plenamente con el Imperio 322 . Todo ello de manera conflictiva. Algunos de los motivos del conflicto pueden ser los expuestos por Blois 323 : adquieren mayor fuerza los oficiales de bajo origen, que sustituirían a la oligarquía griega, precisamente en el momento en que ésta empezaba a identificarse con el Imperio. Pero detrás de ello puede haber motivos más profundos, sintetizados en la necesidad de identificación con un régimen cuyo fin inmediato era la conservación de un sistema productivo que no interesaba directamente a la oligarquía griega. Gabba resume la postura de Dion 324 : no es nostalgia al estilo de Tácito, sino más bien una postura como la de Elio Aristides: en la monarquía imperial se realiza la verdadera democracia mundial, con una posición central de la clase senatorial, pero tal posición se encuentra en peligro con Severo. Esto es una verdad parcial. Más bien cabría enunciarlo de otra manera: en el imperio es donde puede realizarse la verdadera democracia como participación de la clase a la que pertenece Dion, pero en sus tiempos los conflictos obligan a los emperadores a determinadas actitudes contrarias a los intereses de Dion 325 . Es interesante, por ello, la actitud de expectativa primero y de decepción después por parte de Dion cuando, a la muerte de Albino, LXXV (LXXVI) 7, 3, deja de ser el portavoz oficial de Severo 326 . Más que de los senadores, Dion parece portavoz del punto de vista de los clarissimi 327 , como clase que se configura a partir de los comienzos de la crisis del siglo III. La clase dominante en general. Para Dion, LI 17, 2, lo que Augusto hizo de no dejar que hubiera senado en Alejandría, habría sido una esclavización, LI 17, 4. Se comenta con satisfacción, en cambio, ibid. , 17, 3, que ya en época de Severo tenían senados en Alejandría y estaban en el senado de Roma en tiempos de Antonino Caracala. Según Millar 328 , la concepción de la ciudadanía universal expresada por Mecenas en LII 19-26, estaría en desacuerdo con la visión del tema por Dion 329 . La realidad sería más bien que estaba de acuerdo con la extensión de los derechos en las clases más poderosas en proceso paralelo a la disminución de las clases más pobres con la crisis de la esclavitud 330 . Su perspectiva chocaba con el interés, más o menos sincero o más o menos «político», de Caracala hacia las clases más desafortunadas 331 .

De otro lado, dada la diferencia de perspectiva entre la clase de Dion y los soldados, no es difícil encontrar puntos de disensión, que en alguna ocasión llevan a la artificial solidaridad con el pueblo, víctima junto con los ricos; para los escritores griegos, los malos emperadores quitan el dinero al pobre y roban al rico para pagar a los soldados 332 . Entre otras cosas, porque las diferencias se reflejan en la falta de capacidad del ejército para cumplir su propia misión. Parece que fue con motivo del ataque persa del año 227 cuando Dion consideró, LXXX 4, 1, que el peligro estaba sobre todo en «nuestros ejércitos», dado que unos se unen al enemigo y otros no quieren defenderse. Por ello no es sorprendente que Letta 333 considere que la Historia de Dion es el producto de los temores externos e internos. Pero de los temores de una clase cuyas vías de realización están en una reestructuración futura. De un lado, la ciudad está llena de soldados, lo que representa un gasto excesivo, porque se ponía más esperanza en las legiones que en los colaboradores, LXXIV (LXXV) 2, 3; de otro lado, también la multitud pide «Fortuna» para la salvación del dêmos , LXXV (LXXVI) 4, 4: ¿Hasta cuándo vamos a guerrear?, pregunta, ibid. , 4, 5. Todo ello es motivo de agitación para los mismos senadores.

¿Cuál es la perspectiva para la clase de Dion? Tal vez estaría después en el Cristianismo o algo similar 334 . De momento, la situación carece de salida y es contradictoria. Lo que se refleja en la propia biografía de Dion y en sus problemas con los que tenían que ser instrumento para la realización de sus aspiraciones, con los soldados: «Los de Mesopotamia mataron a su jefe y me acusaron ante Ulpiano porque mandé enérgicamente a los soldados de Panonia», LXXX 4, 2. «Alejandro no les hizo caso, pero me hizo pasar el consulado fuera de Roma», ibid. , 5, 1, «y luego tuve que ir a Britania, lejos de la sangre», ibid. , 5, 3. Como Filisco, XXIX 1-3, ya no podía volver a la política ni contar con la amistad 335 .

XX. DION CASIO Y LA POSTERIDAD. LA TRANSMISIÓN DEL TEXTO

Dion gozó de gran popularidad en Bizancio, como autor de una obra básica y completa para el conocimiento de la Historia de Roma 336 . Sin embargo, sus preocupaciones por los grandes procesos, que lo llevan a buscar explicaciones y utilizar la retórica para encontrar en la contraposición de discursos la explicación compleja de los hechos, quedan anuladas en general en los autores bizantinos que intentaron resumir su obra. Por otro lado, ese mismo rasgo hace que para muchos de los historiadores, vinculados a posturas positivistas, Dion sea simplemente poco digno de crédito. Para éstos, los discursos ocupan un lugar desproporcionado en la narración histórica. De todos modos, el hecho de que no sea fácil encontrar sus fuentes y que en muchos casos ofrezca versiones diferentes a las demás fuentes, lo ha convertido en un instrumento imprescindible para conocer la Historia de Roma, sobre todo para los períodos en que su texto se conserva de modo directo.

Del conjunto de la Historia Romana , que constaba de ochenta libros y posiblemente estaba dividida en décadas por el mismo autor y ordenada por años, de acuerdo con la tradición analística romana, con mención de los cónsules epónimos, sólo sobreviven íntegros en once manuscritos los libros XXXVI-LIV. De los libros LV-LX los manuscritos contienen pasajes importantes muy completos, además de uno que cubre LXXIX-LXXX; la editio princeps de Stephanus, de 1548, contiene los libros XXXVI-LX; el resto sólo se conoce gracias a los excerpta , reunidos en varias colecciones, de las cuales las más importantes son los Excerpta Constantiniana , recopilados por Constantino Porfirogénito (912-959), que contienen tres colecciones: De virtutibus et vitiis , de un manuscrito del siglo x, conocidos como Excerpta Valesiana o Peiresciana; De sententiis , que contiene excerpta de valor desigual, de los que los referidos al Imperio se atribuyen desde Niebuhr, más que a Dion, a Pedro Patricio, historiador del siglo X ; las Embajadas (De legationibus) , en los códices de Juan Páez de Castro, de mediados del siglo XVI . Además, contiene textos de Dion el Florilegio de Máximo Confesor; los fragmentos recogidos en los Anecdota Graeca de Bekker y otras citas de lexicógrafos y gramáticos, reunidas en la Suda o en el Etymologicum Magnum.

Buena parte de la obra sólo se conoce gracias a los epitomistas, que se reúnen con los textos originales y los excerpta desde la edición de Boissevain, dado que en muchos casos es lo único que se conserva. De éstos, Zonaras es la principal autoridad para los libros I-XXI, pues utiliza muchas veces las mismas palabras de Dion; para las épocas posteriores Zonaras usó otros autores para la redacción de su obra histórica, por lo que deja de ser interesante como fuente para el texto de Dion. Fue secretario de Alexis I Comneno, pero se puso a escribir una vez que se hubo retirado a un monasterio del monte Atos. También resulta en general fiel al lenguaje de Dion el monje Xifilino, que abrevió los libros XXXVI-LXXX, pero ya estaban perdidos los libros LXX y LXXI. Xifilino es el epitomista que sigue más de cerca a Dion. Hizo el resumen para el emperador Miguel VII Ducas (1071-1078). Constituye la principal fuente para los libros LXI-LXXX. Hay otros autores de época bizantina que citan a Dion, como Tzetzes o Eustacio, ambos del siglo XII , cuyas referencias aparecerán ocasionalmente en la sección fragmentaria.

Desde 1750-52, Fabricius y Reimar publicaron juntos los libros conservados de Dion con el Epítome de Xifilino. Lo mismo hizo Dindorf en 1865. Por ello, las nuevas ediciones tendrán que tener en cuenta las novedades correspondientes a los manuscritos de dicho Epítome 337 . Las ediciones incluyen también normalmente el Epítome de Zonaras.

XXI. LA PRESENTE TRADUCCIÓN

Esta traducción está basada en la edición de Boissevain, a través del texto ya depurado de E. Cary, Cambridge Mss., Londres, Loeb Classical Library, sin variaciones dignas de anotarse. Sólo cuando se considera imprescindible para la comprensión del texto se hacen constar variaciones o dudas textuales en las notas. La tradición impone que aparezca siempre el texto acompañado de los epitomistas y fragmentos, porque, sobre todo en los capítulos correspondientes al volumen I de esta edición, sólo gracias a ellos se puede conocer la obra de Dion. Aquí, para evitar las confusiones relacionadas con las diferentes atribuciones derivadas de la complejidad de las concordancias entre libros y fragmentos, se hace constar la paginación de Boissevain, convertida ya en canónica y que sirve de referencia en muchas citas de los estudiosos.

Historia romana. Libros I-XXXV (Fragmentos)

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