Читать книгу Amor sin contrato - Джанис Мейнард - Страница 6

Capítulo 2

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ÉL BAJÓ la cabeza para morderle ligeramente el cuello y susurrarle al oído.

–Sube tú primero, yo te seguiré.

Ella se quedó boquiabierta y con la mente en blanco antes de que se le ocurrieran un millón de cosas.

–¿Tienes una habitación aquí? ¿En el hotel?

¿Qué se había imaginado ella cuando él había dicho «intimidad»? ¿La idea de estar a solas con él le producía curiosidad o pánico?

–Sí, el ático.

–¿Es seguro?

–Claro.

Era guapo hasta cuando fruncía el ceño, pero sus rasgos no eran refinados. La intensidad de su mirada tenía algo rudo y la firmeza de su mandíbula hacía que pareciera severo.

Él captó su titubeo. Le tomó la cabeza entre las manos y sus ojos dejaron escapar un destello de irritación por el ruido que los rodeaba.

–Te deseo solo para mí.

Sintió una punzada de empatía. Ella sabía lo mucho que desgastaba a una persona ser el centro de atención. Quiso, inmediatamente, darle el respiro que necesitaba. Era un hombre sofisticado y no tenía nada que temer físicamente de él, pero se vio obligada a avisarle de que tenía guardaespaldas por un motivo.

Esa noche estaba utilizando las de su hermana para darles a las suyas una muy merecida noche libre y para mantener la ilusión de que era su hermana. Sin embargo, debería decirle quién era…

–La habitación es completamente segura, más segura que esto –añadió él con una mueca de fastidio porque los habían fotografiado–. No te haré esperar nada.

Los gritos de advertencia le retumbaban dentro de la cabeza, pero ¿cuándo iba a tener una ocasión como esa para hacer lo que quisiera? ¿Cuándo iba a conocer a un hombre que le hiciera sentir lo que le hacía sentir ese? No era solo la parte física, aunque era embriagadora, también tenía algo de excepcional. Había otros hombres que eran una apuesta segura, hombres con el visto bueno de sus hermanos, pero ¿cuándo iba a sentir esa atracción, esa necesidad de saber más cosas sobre ese hombre?

Fue hasta el ascensor y pulsó el botón del ático antes de que se disuadiera a sí misma. Tenía recelos y no los desdeñaba, los superaba. Era distinto, era otro pequeño triunfo que hizo que saliera del ascensor y pisara la mullida moqueta.

Era fácil identificar la habitación de príncipe. Dos guardaespaldas custodiaban la puerta. Las suyas la acompañaron mientras se acercaban a ellos.

–Mademoiselle Sauveterre… –le saludó uno de ellos con un respetuoso gesto de la cabeza–. Nos han avisado de que vendría…

El guardaespaldas entró e invitó a los de Trella a que inspeccionaran la habitación.

Los dos hombres se comportaban con un profesionalismo absoluto y no dejaron entrever la más mínima opinión por lo que tenían que saber que eran los preliminares de una seducción.

Esbozó una levísima sonrisa al imaginarse cómo se pondrían sus hermanos si supieran dónde estaba ella en ese momento, aunque los dos, los muy hipócritas, habían estado cientos de veces en la situación del príncipe.

Entonces, la dejaron sola y observó con detenimiento los tonos verdes y de color marfil de las paredes y los muebles. Había un vaso con whisky aguado, como si el hielo se hubiese derretido hacía mucho tiempo, sobre una mesa. Lo olió y dio un sorbo. Pensó en ir a ver las vistas, pero decidió dejar cerradas las cortinas.

La puerta doble del dormitorio estaba abierta. Miró la cama y dio otro sorbo para que le diera valor justo cuando se abrió la puerta principal. El poderío que irradiaba volvió a impactarle y el corazón le dio un vuelco.

–Te has puesto cómoda… Me parece muy bien.

–Es tuyo.

Trella levantó la copa y la dejó otra vez en la mesa, aunque se arrepintió porque le permitía tener las manos ocupadas.

–Te haré otro. Si no, ¿qué te parece una copa de champán?

Era el momento de reconocer que era Trella.

Sin embargo, reconocerlo le daba mucho miedo… de despertar los recelos de él. O le pediría explicaciones que ella no iba a dar o sacaría conclusiones que le quitarían las ganas de estar con ella. Pasara lo que pasase, se enrarecería el ambiente excitante.

–Estás nerviosa –comentó él mientras descorchaba la botella.

–Eres muy observador… No hago… estas cosas.

Eso era verdad independientemente de la gemela a la que representara. Era impropio de Geli que se escapara con un príncipe para pasar el fin de semana, como lo era que ella estuviera allí con ese.

–Ya me había dado cuenta de eso –él empezó a servir las copas hasta que levantó la cabeza para mirarla–. No serás virgen…

–¡No! –exclamó ella atragantándose.

Eso también era verdad para las dos, pero tuvo que mirar hacia otro lado para intentar evitar ese recuerdo tan sombrío.

Ese era otro motivo para que estuviera allí. Estar a solas con un hombre era otro de los eslabones que le faltaban en la cadena que la unía con el pasado. En ese momento, estaba muy orgullosa de sí misma. Se excusó diciendo que no era una situación muy cómoda para ella, pero eso era decir muy poco.

Él cruzó la habitación con las copas y le ofreció.

–Saluti.

–Salud.

Dieron un sorbo mirándose a los ojos… y las burbujas le abrasaron en la garganta.

–¿Y si cambiara de opinión…? –preguntó ella con la voz un poco ronca.

–Me llevaría una decepción –contestó él sin cambiar la expresión.

–¿Te enfadarías?

–Me decepcionaría, bella. Me decepcionaría mucho –insistió él con una mirada tan intensa que le bullía la sangre.

Xavier se dio la vuelta para poner música, una música insinuante que entonaba con las palpitaciones de sensualidad que sentía por dentro.

–En cualquier caso, me alegro de que estés conmigo –él volvió y la rodeó con un brazo–. Ya sea para hablar, para bailar o para… pasar el tiempo de alguna otra manera.

Él empezó un baile que, en realidad, solo era el contacto de dos cuerpos, unos prolegómenos. Todavía tenían las copas de champán y se miraban a los ojos.

–No me apetecía tener que pelarme con otros hombres para que me hicieras caso.

–¿Había alguno más que lo intentara? No me he dado cuenta –replicó ella parpadeando.

–Me gusta tu ingenio, bella –él torció los labios–. Ya lamento que solo tengamos esta noche.

Ella levantó la barbilla y lo miró con los ojos entrecerrados.

–Ya estás tratándome con condescendencia otra vez. No necesito que me des instrucciones, no estoy tan verde.

–¿Lo ves? Esa inteligencia tan aguda hace que mi interés dure más que unas horas.

–¿Eso es lo que suelen durar tus… relaciones?

Él dejó de bailar, aunque no le quitó el brazo de la espalda.

–Creo que ese no es un buen tema de conversación.

–Lo sé.

Las burbujas le hacían cosquillas en la nariz cuando bebía para intentar borrar cierta amargura que sentía en la lengua. No debería importarle su pasado. Ningún hombre que acabara con ella llegaría… inmaculado. No podía esperarlo cuando ella misma tenía una historia tan complicada.

–Creo que estoy buscando algún motivo para que no me gustes demasiado y no me sienta…

Ella bajó la mano que tenía en su hombro y se la puso en el pecho como si tuviera derecho a tocarlo con tanta confianza, y la verdad era que tocarlo le parecía natural. Introdujo los dedos por debajo de la banda roja.

–No soy apocada. Normalmente, soy lo contrario de lo que puedas imaginarte. Soy peleona.

Su familia no paraba de repetírselo. Entonces, ¿por qué estaba permitiendo que pasara eso? Su rebeldía habitual brillaba por su ausencia.

En realidad, comprendió con un destello de lucidez, iba dirigido contra la vida que había estado viviendo, la impulsaba a liberarse de antiguas limitaciones. Nadie, menos ella misma, le impedía que pasara la noche con un hombre. Solo tenía que decidir hacerlo.

–No estoy intentando presionarte. Soy sincero cuando digo que me gustaría tener más tiempo para que llegáramos a conocernos, pero mi vida no me ha permitido nunca tener relaciones duraderas –él fue bajándole la mano por la espalda y acariciándosela–. Para que quede constancia…

Él hizo una pausa como si estuviera sopesando lo que iba a decir y una sombra volvió a cruzarle los ojos, y a indicarle a ella que le incomodaba decir cosas tan reveladoras.

–Si te marcharas en este momento, no iría a buscar a nadie más. Esta noche solo quiero estar contigo.

–¿Por qué? –preguntó ella con cierta incredulidad–. Por favor, no digas que porque te gusta cómo voy vestida.

No quería que él deseara a Geli. Le desgarraría el corazón, se lo desgarraría de verdad.

–Por cómo hacemos que nos sintamos el uno al otro.

Xavier bajó la cabeza para pasarle los labios por la mejilla y el cuello. Ella se estremeció y los pezones se le pusieron tan duros que le dolieron. Él se rio levemente al darse cuenta de que ella contenía la respiración.

–Somos inflamables –añadió él.

La calidez de su aliento le acarició la oreja antes de que le mordiera con delicadeza el lóbulo, y casi se le doblaron las rodillas. Ella apoyó con más fuerza la mano en su pecho.

–¿No…? –insistió él abrazándola con fuerza y levantándola en el aire.

–Estoy intentando pensar.

Estaba casi abrumada por toda una serie de sensaciones que no se parecían nada al miedo.

–¿Y no puedes? Entonces, nos pasa lo mismo. Siéntelo, bella. Siente cómo me alteras –le tomó la mano por debajo de la banda y se la puso sobre el corazón–. Yo tampoco había experimentado esto nunca.

Trella dejó caer la copa de champán sin importarle el sonido del cristal al romperse contra el suelo. Solo quería tocarlo con las dos manos. Lo agarró de la nuca y levantó la boca para que la besara. Era instinto puro y él no vaciló, la besó con avidez, como si pudiera hacerlo después de haberlo tentado durante mucho tiempo.

El mundo se paró y empezó a girar en sentido contrario. Se sintió mareada y dejó escapar un gemido de sorpresa por lo mucho que podía llegar a devastarle algo así, como si hubiera perdido toda la fuerza de los músculos.

Oyó que otro cristal se rompía a los lejos y él la tomó en brazos con una expresión implacable. ¿Era triunfal? No del todo, pero sí tenía algo de exaltado.

Aun así, también estaba preguntándole algo con la mirada.

Ella asintió con la cabeza, sin poder hablar, y se dejó llevar por él. Sabía cuándo tenía que resistirse a su cuerpo y cuándo ceder. Quizá fuera un resquicio de esperanza después de tanto tiempo teniendo que aceptar que la fisiología le ganaba la partida a la lógica. Eso superaba a cualquier cosa que pudiera entender.

La dejó en la cama y ella lo miró mientras se quitaba la chaqueta. Él también se tumbó, con medio cuerpo encima de ella, y la besó a conciencia. Eran unos besos como drogas que le devolvían la vida aunque se sentía rígida y congelada.

–¿Qué pasa?

Él levantó la cabeza y demostró la sintonía que sentía con ella, algo tranquilizador y desasosegante a la vez.

–Me siento… cohibida.

Trella ladeó la cabeza mientras lo decía porque era impropio de ella. Le escocían los ojos por las lágrimas de emoción, por lo trascendental que era eso. Estaba a solas con un hombre, en una cama, y él la iluminaba por dentro, la llenaba con tanto calor y júbilo que iba a explotar.

–Quiero acariciarte, pero no sé si haré el ridículo, no sé si puedo contenerme…

–Ni se te ocurra.

Él lo dijo en un tono de advertencia que podría haberle hecho reír, pero soltó el aire y dejó que las manos se movieran con ansia. Era granítico. Él se sacó la camisa de los pantalones y ella introdujo las manos por debajo. Xavier dejó escapar un sonido de satisfacción cuando notó sus manos en el abdomen y fue subiéndolas por el musculoso pecho. Ella se quedó fascinada cuando llegó a los pezones.

Trella también dejo escapar un sonido de placer. Estaba cautivada por el contraste de sus cuerpos. El de él era plano, con vellos y una fuerza indómita.

Él le bajó la cremallera y la parte delantera del vestido. Algo muy elemental se adueñó de ella cuando le dejó los pechos al descubierto. El espíritu de la feminidad. Se derritió, se arqueó, resaltó sus diferencias y le gustó que él emitiera un sonido casi de sufrimiento, pero gutural y bárbaro. Xavier abrió la boca y le succionó ese lugar tan placentero que no pudo contener un grito de felicidad.

¿Eso era inflamable? No había sabido que podía sentirse así, desatada y embriagada a la vez, impaciente y sin prisa. Quería quedarse así para siempre, acariciándose el uno al otro, besándose…

Sin embargo, aunque sus caricias eran tan ardientes que la abrasaban a través de la tela, quería más, mucho más.

Él encontró la abertura de la falda y ella se encontró ofreciéndole la pierna para sentir su caricia. Se estremeció cuando le acarició el interior del muslo, se deleitó cuando la besó con más fuerza y le pasó la mano por la cadera, por el vientre y por el otro muslo antes de posarla en el mismísimo centro de ella.

Contuvo el aliento, abrió los ojos como platos y esperó el ataque de pánico, pero él osciló la mano y le provocó una descarga de placer antes de que ella pudiera evocar cualquier recuerdo sombrío. Entrecerró los ojos otra vez mientras se incorporaba por las sensaciones cada vez más intensas mientras se besaban y la acariciaba.

¿Cómo era posible que algo fuera tan placentero?

Quería acariciarlo con la misma intimidad, pero no podía pensar en nada que no fuera lo que estaba sintiendo. Justo cuando iba a palparlo por encima de los pantalones, él introdujo los dedos por debajo de la seda con destreza… y ella se arqueó otra vez.

–No puedo… Va a explotarme el corazón.

Instintivamente, puso una mano encima de la de él, pero no para detenerlo, porque estaba hipnotizada por el movimiento de sus dedos, porque se notaba tan sensible que no podía resistirlo casi. Estaba completamente centrada en esos círculos que él trazaba.

–Quiero estar dentro de ti y no quiero dejar de acariciarte. Así…

Introdujo unos de sus largos dedos en ella.

No podía hablar, solo podía oír el gemido lastimero que dejaba escapar mientras la penetraba donde estaba completamente derretida. Se tensó como si quisiera contener la oleada, pero le dominó el anhelo incontenible. Contoneó las caderas contra su mano y el placer fue haciéndose cada vez más intenso, hasta que no pudo soportarlo…

–¡Ah!

El mundo explotó y se quedó temblando, vibrando y con lágrimas en los ojos por la belleza tan absoluta de todo ello.

Le sujetó la mano para aliviar la sensación e intentar recuperar el aliento. Él la besó, buscó su lengua y siguió acariciándola con delicadeza para que no decayera la excitación y para despertar un deseo más profundo en ella.

Con un gruñido de voracidad, se giró sobre él. Quería que desaparecieran todas las barreras entre los dos, lo quería entero. ¿Qué estaba haciéndole ese hombre?

Xavier también gruñó, se desvistieron en cuestión de segundos y volvieron a tumbarse juntos y resplandecientemente desnudos. Era suyo, todo suyo. Le recorrió el cuerpo con las manos, le maravillaban sus anchos hombros, le impresionaban sus bíceps y le fascinaba cómo se le movía la nuez cuando tragaba saliva.

Cuando le tomó con la mano la parte más rampante de su anatomía, no tuvo ningún miedo. Se sintió poderosa, sobre todo, cuando él cerró los ojos y susurró.

–Bella…

Le besó en el cuello con una sonrisa e intentó tumbarlo de espaldas, pero fue él quien se puso encima de ella y dejó que lo acariciara mientras la besaba imitando con la lengua lo que quería hacer con otra parte del cuerpo. Hasta que ella no aguantó más y separó la boca.

–Necesito…

No sabía lo que necesitaba. Estaba impaciente, el anhelo le atenazaba las entrañas

Él se incorporó por encima de ella hasta la mesilla de noche y le separó las piernas con las rodillas sin hacer ningún esfuerzo.

Trella se sintió muchas cosas en ese momento. Vulnerable, desde luego, pero también confiada. Quería saber que podía tomar a un hombre…

–Oh…

Él se detuvo cuando estaba empezando a abrirse camino y ella se puso tensa. Xavier levantó la cabeza con las mejillas sonrojadas y un brillo resplandeciente en los ojos, pero todavía conservaba algo del hombre que dominaba al animal.

–Podría morirme, literalmente, si has cambiado de opinión.

Quizá sonriera por eso, quizá fuera porque su cuerpo ansiaba el de él, quizá fuera por la felicidad de esa noche disparatada y mágica…

Se arqueó un poco para que terminara la acometida y él entró sin dejar de mirarla a los ojos con un destello ardiente como el centro de una llama.

Era ridículo decir que se había convertido en una mujer porque la había poseído, pero se sentía una mujer en ese momento. Una mujer madura, plena y elegida. Estaba reaccionando como le dictaba la naturaleza ante los embates de un macho, su macho. Él, al hacerlo, le devolvía su sexualidad, su deseo, su identidad.

Cerró los ojos ante algo demasiado descomunal como para verlo, pero solo hizo que las sensaciones se intensificaran cuando él se retiró un poco y volvió a entrar.

–¿Sí…?

–Sí –gimió ella deleitándose solo de pensar en la siguiente acometida–. Más…

Perdió el sentido cuando él lo repitió una y otra vez. Elevaba las caderas para encontrarse con las de él y ese movimiento le daba un placer tan intenso que tuvo que gruñir.

Él marcó el ritmo y unas sensaciones incontrolables se apoderaron de ella. Quería decírselo, pero no podía hablar por la tensión. Era una tortura delirante… y necesitaba que él estuviera tan fuera de sí como lo estaba ella, que la acompañara en ese lugar donde no existía nada salvo ese nuevo ser que habían creado al juntarse. Lo agarró del trasero y lo empujó dentro de ella, en el ojo de la tormenta.

Llegaron juntos a la cima, a un clímax tan deslumbrante que ella abrió la boca, pero no pudo gritar nada. La dominó un placer completamente desconocido para ella y la arrastró mientras él se mantenía en lo más profundo de su ser, soltaba un grito entrecortado y se estremecía de arriba abajo.

Xavier dejó escapar un juramento.

–¿Qué pasa? –preguntó Trella acariciándole los hombros con una avidez infinita.

Él se retiró y se tumbó de espaldas.

–Se ha roto el preservativo.

Ella se alegró de que estuviese oscuro. Habían apagado las luces después de la primera vez, se habían tapado con las sábanas y se habían besado y acariciado durante una eternidad. Le habría gustado pensar que habían creado lazos afectivos, pero había algo en su silencio, y en los preservativos que tenía en la mesilla, que le indicaban que lo había hecho muchas veces.

Había tenido una sensación de vacío al tener que aceptar que, pese todo lo que le había dicho él, solo era la mujer del día, o de la noche, mejor dicho.

Quizá él hubiese notado su repliegue en sí misma o quizá ella fuera así de fácil de conformar, pero se había mostrado más apasionado y la segunda vez había sido mejor todavía que la primera. Ella había perdido todas las inhibiciones y él la había llevado a dos orgasmos devastadores antes de acometer una tercera vez y casi matarla por la fuerza del clímax que habían alcanzado juntos.

Estaba demasiado sudorosa y entumecida para sentirse victoriosa, pero sí se sentía muy ufana por tener un amante. Había esperado, vagamente, haberlo trastocado tanto como él le había trastocado a ella, pero la cruda realidad le llegó como un ladrillo a través de un cristal cuando oyó sus palabras.

–No pasa nada, no voy a quedarme embarazada.

–¿Estás tomando la píldora o algo así?

Algo así…

–Sí –contestó ella.

–Yo me hago revisiones todo el tiempo.

–Yo también estoy bien.

¿De verdad era normal tener esas conversaciones? Le quitaba todo el romanticismo a una noche maravillosa y la dejaba pensando en el resto de la realidad. El remordimiento la corroyó por dentro. No le había contado cosas a él ni a su familia, lo cual era mucho peor. Les daría un ataque si se enteraban de dónde estaba.

Como si hubiesen leído su pensamiento, oyó el tono del teléfono de su hermana. Angelique, como si fuese vidente, había captado su angustia.

–Tengo que contestar –murmuró Trella con un gruñido.

Le dolían los músculos como si hubiese corrido una maratón. Hizo un esfuerzo para levantarse, cruzó desnuda la habitación en penumbras y encontró el bolso en la sala. Luego, volvió a la puerta del dormitorio. Se quedó ahí con la esperanza de que él estuviera mirándola a contraluz. Intercambió unos mensajes con su hermana y le aseguró que estaba bien. Geli, sin embargo, sabía que estaba pasando algo y Trella empezó a notar cierto recelo. Era el momento de dar por terminada la noche. Tenía que atrincherarse en el piso donde sabía que estaba completamente segura para intentar asimilar todo eso.

–Tengo que marcharme.

Trella apagó el teléfono y le dirigió una sonrisa de resignación.

–¿Pasa algo?

Él se levantó y se puso los pantalones sin ponerse los calzoncillos, algo que le agradó por algún motivo, aunque también le dolió que no le dijera que se quedara.

–Es mi hermana. Necesita que vaya a casa.

Le escribió un mensaje a su guardaespaldas para decirle que estaría preparada dentro de quince minutos y se puso el tanga. Xavier sacudió su vestido, se lo llevó y se puso detrás de ella mientras se vestía. ¿Estaba apremiándola? Se levantó el pelo y él le subió la cremallera.

Le puso las manos en los hombros sin agarrarla y ella se quedó clavada en el suelo cuando lo oyó.

–Me acuerdo de cuando la secuestraron.

Ella dejó caer el pelo sobre sus manos. Pocas veces se había sentido tan impotente y aterrada. Sentía una opresión gélida en el pecho y le dolían los oídos solo de pensar en lo que diría después.

–Yo tenía catorce años y mi padre había renunciado a la corona. Mi abuela había desterrado a mi madre por el divorcio y ella ya se había marchado. Sentía mucha lástima por mí mismo, hasta que vi las fotos de esa niña tan guapa y feliz que se habían llevado. Dejé de preocuparme por lo que podría pasarme a mí y sentí un alivio inmenso cuando la liberaron.

Dejó los dedos sobre sus hombros. No la acariciaba, solo le dejaba sus marcas. Ella creyó que su contacto le dejaría moratones, pero no de dolor, era lo contrario. ¿Era curativo?

Él tomo una bocanada de aire y dejó de tocarla.

–No sé por qué lo he dicho. Era demasiado personal para los dos. Evidentemente, sigues preocupada por ella si te marchas corriendo –Xavier se agachó para recoger sus zapatos–. Espero que esté bien.

Trella debería haberle dicho que había sido ella, pero tenía la garganta paralizada. Sabía que había gente que había husmeado sobre su familia y no sabía distinguir los que tenían buenas intenciones de los entrometidos o desalmados sin más. Su familia no había pedido ser famosa porque la naturaleza había tenido el capricho de crear dos pares de gemelos idénticos. Solo eran personas. Quizá fueran más guapos según algunos criterios y, con toda certeza, eran más adinerados que la media, pero eran seres humanos como los demás.

Sin embargo, todo el mundo tenía que saber la marca de jabón que usaban y tenía opiniones muy contundentes sobre cómo deberían comportarse.

Tener a ese hombre cambiaba las defensas que tan cuidadosamente había levantado dentro de ella, defensas que mantenían a raya la oscuridad y quedaban abiertas a quienes ella quería, pero habían cambiado para permitir la entrada de él.

¡No! ¡No podía dejar que entrara! ¿Cómo iba a atarse a un hombre? ¿Cómo iba a dejarse arrastrar por los deseos y las aspiraciones de otra persona cuando había tantas que ella no había alcanzado todavía? No podía atarse a una persona con una vida más absorbente que la suya, estaba intentando librarse de todas las ataduras que la habían limitado durante tanto tiempo.

Temblorosa por lo vulnerable que se sentía ante él, se colocó bien el corpiño, se sentó en una silla y se ató los zapatos.

–¿De verdad es tan hermosa como tú?

Él la miraba con los puños en los bolsillos. Los vellos del pecho acababan formando una línea que llegaba hasta debajo del ombligo. Él sí era hermoso, y se grabó en la memoria esa última e íntima mirada.

–Exactamente igual –Trella sonrió y sintió un arrebato de gratitud–. Gracias por esta noche. Yo…

Ella no terminó la frase para no decir alguna bobada.

Quería preguntarle si había sido sincero cuando le dijo que había sido distinto para él. Quería decirle todo lo que le había dado a ella. Quería marcharse porque se ponía en evidencia…

Miró el reloj. Si no aparecía inmediatamente, su guardaespaldas llamaría a la puerta y entraría. Les pagaban muy bien para que fueran eficientes y se enteraran de por qué no estaba donde debería estar.

Xavier le ofreció una mano para ayudarla a levantarse.

–Gracias, ha sido precioso.

Él lo dijo con desenfado y sus palabras se clavaron en ella al imaginarse todas las mujeres que habrían oído lo mismo. Ni siquiera le había dicho que no la olvidaría, solo había sido precioso. Como un almuerzo agradable, no como algo que le cambiaría la vida.

Él se llevó su mano a los labios como hizo cuando se conocieron, pero esa vez le dio la vuelta y le besó la palma.

–Buenas noches, amable príncipe –se despidió ella para disimular cuánto la afectaba.

–Podría cortarte la cabeza por eso –replicó él resoplando.

Entonces, con un movimiento visto y no visto, introdujo los dedos entre su pelo y la besó. Fue un beso de verdad, un último beso, un beso intenso y cariñoso a la vez, un beso desgarrador… para ella.

Fue ella la que se apartó, pero la tentación de quedarse y de decirle más cosas la atenazó por dentro, hasta que él la devolvió a la realidad.

–Has perdido un pendiente –comentó él tocándole el lóbulo de la oreja.

–¡No! –se llevó las dos manos a las orejas y encontró una vacía–. ¿Aquí? ¿En el cuarto? ¿Te fijaste si tenía los dos cuando estábamos abajo?

–Te compraré otros.

–Eran especiales, un regalo de mi padre.

A Geli. Trella encendió la luz y lo buscó entre las sábanas.

Se oyó que llamaban a la puerta con delicadeza y que su guardaespaldas le decía que el coche ya estaba en la puerta. Intentaban no tener que esperar porque atraían a mucha gente.

–Lo encontraré y te lo mandaré a la casa de modas.

–¿Lo prometes?

Ella le miró primero el musculoso pecho y luego los ojos. Era impresionante iluminado por esa luz dorada y le vaciaba el cerebro una vez más.

–Solo prometo lo que puedo cumplir.

–Gracias –a Trella no le preocupó que fuera a mandárselo a Angelique, ella lo interceptaría–. Mmm… Lo he pasado muy bien de verdad.

–Ha sido un placer, bella.

Estaba empezando a hablar como la inexperta que era. Había llegado el momento de largarse, de volver al carruaje antes de que se convirtiera en una calabaza.

Amor sin contrato

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