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Semanarios juveniles

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Nunca se puede adentrar uno lo suficiente por un barrio empobrecido de cualquier gran ciudad sin toparse con una pequeña papelería o quiosco. La apariencia en general de estas tiendecitas es casi siempre la misma: fuera, unos cuantos carteles anuncian el Daily Mail y el News of the World; hay un escaparate cochambroso, con refrescos y paquetes de Players, y el interior es oscuro, huele a regaliz y a golosinas, y está festoneado del suelo al techo con semanarios de una pésima calidad de impresión que se venden a dos peniques, la mayor parte con chillonas ilustraciones de cubierta a tres tintas.

Con la excepción de los diarios matinales y vespertinos, las existencias de género en estas tiendas casi nunca se solapan con las de los grandes quioscos. Su principal línea de venta es la de los semanarios a dos peniques, que presentan una cantidad y una variedad punto menos que increíble. Todas las aficiones y pasatiempos –pájaros enjaulados, calado y marquetería, carpintería, apicultura, palomas mensajeras, filatelia, ajedrez– cuentan al menos con un semanario dedicado a sus asuntos, pero es corriente que haya varios. La jardinería, la ganadería, la horticultura y los animales domésticos cuentan al menos con una veintena de revistas. Luego están los periódicos deportivos, los periódicos con la programación de la radio, los tebeos infantiles, los periódicos de cotilleos como Tit-Bits, la amplia gama de revistas y periódicos dedicados al cine, que explotan en mayor o menor medida las piernas de las mujeres, las diversas revistas gremiales, las revistas con novelas para mujeres (Oracle, Secrets, Peg’s Paper, etc., etcétera), las revistas de ganchillo y punto de cruz –son tan numerosas que ocuparían por sí solas todo el escaparate–, y la muy larga serie de “revistas americanas” (Fight Stories, Action Stories, Western Short Stories, etcétera), que se importan en pésimas condiciones de los Estados Unidos y se venden a dos o tres peniques a lo sumo. Y los periódicos propiamente dichos imprimen también novelitas a cuatro peniques: las novelas de Aldine Boxing, la Biblioteca de Amigos del Muchacho, la Biblioteca de las Niñas y muchas más.

Es probable que toco lo que contienen estas tiendas de barrio sea el mejor indicio de que disponemos acerca de lo que siente y piensa la gran masa de la población inglesa. Desde luego, no existe nada ni la mitad de revelador en forma de documento. Las novelas que más se venden, por ejemplo, dicen mucho, pero es que la novela está destinada de manera casi exclusiva a un público que se encuentra por encima del nivel salarial de las cuatro libras por semana. Las películas son probablemente una guía mucho menos fidedigna sobre el gusto popular, porque la industria cinematográfica es prácticamente un monopolio, lo cual implica que no se vea en la obligación de estudiar atentamente a su público. Lo mismo cabe decir en cierta medida de los periódicos diarios y de la mayor parte de la radio. No es éste el caso de los semanarios de circulación bastante reducida y temática especializada. Periódicos como Exchange and Mart [Cambio y mercado], por ejemplo, o Cage-birds [Aves enjauladas], o el Oracle, el Prediction o el Matrimonial Times, existen única y exclusivamente porque hay una demanda de ellos, y por eso reflejan la mentalidad de sus lectores de una manera que un gran diario de circulación nacional, con millones de lectores, no podría reflejar.

Aquí tan sólo me ocuparé de una serie de periódicos, los semanarios juveniles de dos peniques, a menudo descritos, bien que con gran inexactitud, como “tostones de a penique”. Estrictamente dentro de esta clase figuran al menos diez publicaciones: Gem, Magnet, Modern Boy, Triumph y Champion, de las que es propietaria la firma Amalgamated Press, y Wizard, Rover, Skipper, Hotspur y Adventure, que pertenecen a D. C. Thomson & Co. Desconozco qué circulación alcanzan estas publicaciones. Los directores y propietarios se niegan a dar ninguna cifra. En cualquier caso, la circulación de una publicación que imprime relatos serializados a la fuerza ha de tener grandes fluctuaciones. De todos modos, no cabe duda de que el público en total de estas diez publicaciones es muy nutrido. Se hallan a la venta en todas las localidades de Inglaterra, y prácticamente cualquier muchacho con afición a la lectura pasa por una fase en la cual lee uno o varios semanarios de esta índole. Gem y Magnet, de largo los más antiguos, son de un tipo que se diferencia bastante de los demás, y es evidente que han perdido parte de su popularidad en los últimos años. Buen número de muchachos los consideran anticuados y “lentos”. No obstante, de ellos quiero ocuparme en primer lugar, porque psicológicamente son más interesantes que los demás, y también porque la mera pervivencia de estas publicaciones hasta la década de 1930 es un fenómeno cuando menos asombroso.

Gem y Magnet son publicaciones hermanas (los personajes de una a menudo aparecen en la otra), y las dos echaron a andar hace más de treinta años. En aquel entonces, junto con Chums y la vieja B[oy’s] O[wn] P[aper], eran las principales publicaciones para chicos, y siguieron conservando esa posición dominante hasta hace muy poco. Cada una de ellas contiene un relato de tema colegial de unas quince o veinte mil palabras a la semana, completo en sí mismo, aunque por lo común suele estar conectado en mayor o menor grado con el relato de la semana anterior. Gem, además del relato, trae una entrega de un folletín de aventuras. Por lo demás, las dos son tan similares que se les puede dar el mismo tratamiento, aun cuando Magnet haya sido la más conocida de las dos, seguramente porque posee un personaje realmente de primera clase, el rechoncho Billy Bunter.

Los relatos tratan sobre lo que pasa por ser la vida en los colegios privados, colegios (Greyfriars, en Magnet; St Jim, en Gem) que se representan como antiquísimas fundaciones muy de moda, del estilo de Eton o Winchester. Los personajes principales son muchachos de catorce o quince años, de modo que los mayores y los menores aparecen sólo en segmentos muy breves. Al igual que Sexton Blake y Nelson Lee, estos muchachos siguen igual semana tras semana, un año tras otro, sin envejecer jamás. Muy de vez en cuando llega un chico nuevo o desaparece un personaje secundario, pero lo cierto es que el elenco de personajes apenas ha sufrido alteraciones en los últimos veinticinco años. Los principales personajes de ambos semanarios –Bob Cherry, Tom Merry, Harry Wharton, Johnny Bull, Billy Bunter y todos los demás– ya cursaban estudios en Greyfriars o en St Jim mucho antes de que estallase la Gran Guerra, exactamente con la misma edad que tienen hoy, y con aventuras muy similares a las de hoy, además de hablar casi exactamente el mismo idiolecto. No sólo los personajes, sino también el ambiente de Gem y de Magnet se ha preservado sin un solo cambio, en parte mediante una estilización sumamente elaborada. Los relatos de Magnet los firma “Frank Richards”, y los de Gem “Martin Clifford”, aunque una serie con treinta años de duración difícilmente puede ser obra de una misma persona en todas sus entregas semanales.8 Por consiguiente, han de estar escritos en un estilo que sea sumamente fácil de imitar, un estilo extraordinariamente artificioso, muy repetitivo, completamente distinto de todo lo que ahora se hace en la literatura en lengua inglesa. Nos servirán de ilustración un par de extractos. He aquí uno del Magnet:

–Gruñido.

–¡Cállate la bocota, Bunter!

–¡Gruñido!

Callarse la boca no era en realidad algo propio de Billy Bunter. Rara vez se callaba la boca, aunque a menudo se le exigiera callar. En esta ocasión espantosa, el grueso Búho de Greyfriars se sintió menos inclinado que nunca a callarse la boca. ¡Y no se calló! Gruñó y gruñó y gruñó, y no dejó de seguir gruñendo.

Ni siquiera los gruñidos expresaron los sentimientos de Bunter. Sus sentimientos, en realidad, eran inexpresables.

¡Estaban los seis en el ajo! Sólo uno de los seis manifestó su irritación y sus lamentos de manera audible. Pero esa única excepción, William George Bunter, manifestó lo suficiente para cubrir la ausencia de todo el grupo, e incluso de alguno más.

Harry Wharton y compañía formaban un grupo iracundo y preo­­cupado. Estaban empantanados y atascados, atorados, hundidos, acabados. Etc., etc., etc.9

Y uno tomado de Gem:

–¡Ay, mielda!

–Ay, caray.

–¡Aaaaj!

–¡Urrgg!

Arthur Augustus se incorporó aturdido. Sacó el pañuelo y se lo llevó a la nariz, muy perjudicada. Tom Merry se incorporó sin poder siquiera respirar. Se miraron uno al otro.

–¡Por Júpiter! ¡Vaya pirula que nos han hecho, chaval! –barbotó Arthur Augustus–. ¡Me han puesto como un pingajo! ¡Aaaaj! ¡Qué tunantes! ¡Qué rufianes! ¡Qué malditos forasteros!

Etc., etc., etcétera.10

Ambos extractos son totalmente característicos: otros de la misma guisa aparecen absolutamente en todos los capítulos de todos los números de ambas publicaciones, ya sea hoy, ya sea hace veinticinco años. Lo primero que verá cualquiera es la extraordinaria cantidad de tautologías que se amontonan (el primero de los dos pasajes procede de un fragmento de doscientas veinticinco palabras que se podrían comprimir en unas treinta); en apariencia, el texto diseñado de modo que devane la madeja del relato, aunque en realidad desempeña su función en la creación del ambiente. Por idénticas razones, varias expresiones burlescas se repiten hasta la saciedad; “iracundo”, por ejemplo, es una de las más habituales, al igual que “empantanados y atascados, atorados, hundidos, acabados”. “¡Oooogh!”, “¡Grooo!” y “¡Yaroo!” (estilizadas exclamaciones de dolor) son recurrentes, igual que “¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!”, que siempre ocupa una línea, de modo que a veces la cuarta parte de una columna consta de “Ja, ja, ja” y nada más. El lenguaje coloquial (“¡Go and cat coke!”, “¡What the thump!”, “¡You frabjous ass!”, etcétera)11 no se ha alterado nunca, de modo que los chicos utilizan a día de hoy un argot que lleva treinta años desfasado. Asimismo, se aplican diversos apodos y motes a la menor ocasión. Cada pocas líneas se nos recuerda que Harry Wharton y compañía son “los cinco de la Fama”, Bunter es siempre “el Búho rechoncho” o “el Búho en la distancia”, Vernon-Smith es siempre “el ancla de Greyfriars”, Gussy (el Honorable Arthur Augustus D’Arcy) es siempre “el orgullo de St Jim”, y así sucesivamente. Hay un esfuerzo constante, incansable, por mantener intacto el ambiente, por cerciorarse de que cada nuevo lector aprenda de inmediato quién es quién. El resultado no ha sido otro que hacer de Greyfriars y St Jim un extraordinario mundillo fuera de este mundo, un mundo que nadie puede tomarse en serio si tiene más de quince años, pero que en cualquier caso no es fácil de olvidar. Mediante un intencional rebajamiento de la técnica de Dickens, se ha forjado una serie de “personajes” estereotipados, en algunos casos con éxito notable. Billy Bunter, por ejemplo, debe de ser una de las figuras más conocidas de la ficción en lengua inglesa; por la mera cantidad de personas que lo conocen se halla a la par de Sexton Blake, Tarzán, Sherlock Holmes y un puñado de personajes dickensianos.

Ni que decir tiene que estos relatos son fantásticamente ajenos a cuanto acontece en un verdadero colegio privado. Forman ciclos de un tipo muy distinto al del curso escolar, aunque en general son relatos divertidos, con una comicidad de sal gruesa, de modo que el interés se centra en las gamberradas, las bromas de gusto dudoso, los aprietos de todo tipo, las peleas, las palizas y azotainas, el fútbol, el críquet, la comida. Uno de los relatos más recurrentes es aquel en que a un chico se le acusa de una travesura que ha cometido otro, habida cuenta de que el primero es demasiado bueno para decir la verdad. Los “buenos” son “buenos” en la tradición limpia del inglés honrado: se entrenan a fondo, se lavan detrás de las orejas, nunca dan un golpe bajo, etc., etc.; por el contrario, hay una serie de chicos “malos”, como Racke, Crooke, Loder y otros, cuya maldad se cifra en que apuestan, fuman cigarrillos y frecuentan las tabernas. Todos ellos se encuentran de continuo al borde de la expulsión, pero como eso supondría un cambio del elenco, nadie es nunca descubierto en la comisión de un delito grave. El robo, por ejemplo, apenas es uno de los motivos temáticos habituales. El sexo es completamente tabú, sobre todo en la modalidad en la que de hecho se manifiesta en los colegios privados. A veces aparecen algunas chicas en los relatos, y muy rara vez hay nada que se acerque ni de lejos a un tibio flirteo, que, si se da, es sólo con el espíritu de la sana diversión. Un chico y una chica, por ejemplo, disfrutan de un paseo en bicicleta: a eso se llega como mucho. Los besos, por ejemplo, estarían considerados una simple muestra de “ternurismo”. Incluso los chicos malos pasan por ser totalmente asexuados. Cuando se lanzaron Gem y Magnet, es probable que existiera una intención sopesada de alejarse por completo del ambiente de culpa, y lastrado de sexo, que impregnaba buena parte de las publicaciones anteriores para chicos. En la década de 1890, el Boys’ Own Paper, por ejemplo, acostumbraba a llenar las columnas de cartas al director con aterradoras advertencias en contra de la masturbación, y libros como St Winifred’s y Tom Brown’s School days apestaban a sentimientos homosexuales, aunque es evidente que sus autores no fueran conscientes de ello. En Gem y Magnet, el sexo lisa y llanamente no existe como problema. La religión es otro tabú; en los treinta años de vida de ambas publicaciones, la palabra “Dios” seguramente sólo aparece en el contexto de “Dios salve al Rey”. Por otra parte, siempre ha existido una línea clara en favor de la templanza. La bebida y, por añadidura, el consumo de tabaco se consideran hechos deshonrosos incluso en un adulto (“turbio” es el adjetivo habitual), aunque al mismo tiempo pasa por ser algo irresistible y fascinante, una suerte de sucedáneo del sexo. En su ambiente moral, Gem y Magnet tienen mucho en común con el ideario del movimiento de los Boy Scouts, que tiene sus orígenes en la misma época.

Toda literatura de esta clase es en parte plagiaria. Sexton Blake, por ejemplo, empezó por ser con toda franqueza una imitación de Sherlock Holmes, y todavía se le parece demasiado: tiene rasgos aguileños, vive en Baker Street, fuma sin cesar y se pone un batín cuando necesita sentarse a pensar. Gem y Magnet probablemente deben algo a los autores de la vieja escuela que estaban en pleno florecimiento cuando las dos revistas iniciaron su andadura, Gunby Hadath, Desmond Coke y los demás, pero es mucho mayor su deuda con los modelos decimonónicos. En la medida en que Greyfriars y St Jim sean auténticos colegios, se parecen mucho más al Rugby de Tom Brown que a cualquier moderno colegio privado. Ninguno de los dos, por ejemplo, tiene un director de estudios; los deportes no son de práctica obligatoria, a los chicos se les permite vestir como quieran. Pero no cabe duda de que el origen fundamental de ambas publicaciones se halla en Stalky & Co. Es un libro que ha sembrado una influencia enorme en la literatura juvenil, uno de esos libros que tienen una suerte de reputación tradicional entre personas que ni siquiera han visto nunca un ejemplar. En más de una ocasión, en los semanarios juveniles, me he encontrado con referencias a Stalky & Co., aunque allí se dijera “Storky”. El nombre del profesor más cómico de Greyfriars, el señor Prout, está tomado de Stalky & Co., al igual que buena parte del argot coloquial que se emplea: “jape”, “merry”, “giddy”, “bizney” (“business”), “frabjous”, “don’t” por “doesn’t”, etc., todos ellos vocablos desfasados cuando comenzaron a publicarse Gem y Magnet.12 Hay también huellas de orígenes anteriores. El propio nombre “Greyfriars” probablemente se haya tomado de Thackeray, y Gosling, el portero del colegio en Magnet, habla en una imitación del dialecto de Dickens.

Con todo esto, el presunto glamour de los colegios privados se pone en juego al máximo de sus posibilidades. Aparece toda la parafernalia al uso: los encierros, el pase de revista, los enfrentamientos entre equipos del colegio, los abusos, los secretarios de clase, las agradables meriendas en torno a la chimenea, etc., etc., y hay constantes referencias a la “vieja escuela”, a las “viejas piedras grises” (ambos colegios se fundaron a comienzos del siglo xvi), al “espíritu de equipo” de los “hombres de Greyfriars”. En cuanto al atractivo de lo esnob, es completamente desvergonzado. En cada uno de los colegios hay un muchacho que tiene título nobiliario, o tal vez dos, cuyos títulos al lector se le arrojan constantemente a la cara; otros muchachos ostentan los apellidos de familias aristocráticas conocidas de sobra, como los Talbot, los Manners, los Lowther. En todo momento se nos recuerda que Gussy es el Honorable Arthur A. D’Arcy, hijo de Lord Eastwood; que Jack Blake habrá de heredar “anchurosos terrenos”; que Hurree Jamset Ram Singh (apodado Inky) es el nabab de Bhanipur o que el padre de Vernon-Smith es un millonario. Hasta hace relativamente poco, las ilustraciones de ambos semanarios siempre representaban a los chicos con una vestimenta que imitaba a la de Eton; en los últimos años, los de Greyfriars han pasado a llevar chaqueta azul cruzada y pantalones de franela, si bien St Jim sigue con la chaqueta de Eton, y Gussy no ha perdido su sombrero de copa. En la revista del colegio, que sale todas las semanas como sección añadida de Magnet, Harry Wharton publica un artículo en el que comenta el dinero de bolsillo que reciben los “compañeros en la distancia”, y revela que algunos reciben nada menos que cinco libras por semana. Se trata de una incitación intencionada y directa a las fantasías de riqueza. Y en este punto vale la pena reseñar, aunque sea un hecho harto curioso, que el relato de temática colegial es algo peculiar y privativo de Inglaterra. En la medida en que alcanzo a saber, hay poquísimos relatos de tema colegial en lenguas extranjeras. La razón, obviamente, estriba en el hecho de que en Inglaterra la educación es ante todo una cuestión de estatus. La línea divisoria más definitiva entre la pequeña burguesía y la clase obrera es que la primera paga por su educación, y dentro de la burguesía existe otro abismo insalvable entre el colegio “privado” y el colegio “público”.13 Salta a la vista que son decenas, por no decir veintenas de miles, las personas para las que cada detalle de la pijería del colegio privado, de la vida que en él se lleva, resulta apasionante a la vez que está cargado de romanticismo. Son personas que se hallan fuera del mundo místico de los cuadrángulos claustrales y de los escudos y colores de cada casa, pero que anhelan todo eso, sueñan con ello, lo viven mentalmente a veces durante muchas horas seguidas. La pregunta, así pues, es ésta: ¿quiénes son esas personas? ¿Quién lee Gem y Magnet?

Obviamente, nunca se puede estar seguro en este tipo de cosas. Lo que sí puedo decir, a partir de mis propias observaciones, es que los chicos que tienen la probabilidad de ir a un colegio privado leen por lo general Gem y Magnet, pero casi siempre dejan de leerlos a los doce años más o menos. Tal vez sigan haciéndolo por la fuerza de la costumbre un año más, pero ya sin tomárselo en serio. Por otra parte, los chicos internos en los colegios privados más baratos, los colegios pensados para las personas que no pueden permitirse un colegio privado, pero que consideran los colegios municipales “una vulgaridad”, siguen leyendo Gem y Magnet durante unos cuantos años más. Hace pocos años fui profesor en dos colegios de este tipo. Descubrí que no sólo prácticamente todos los alumnos leían Gem y Magnet, sino que se los seguían tomando muy en serio entre los quince y los dieciséis años de edad. Aquellos chicos eran hijos de tenderos, oficinistas, pequeños empresarios, profesionales, y es evidentemente esta clase la que tienen por lector ideal tanto Gem como Magnet. Sin embargo, también leen ambos semanarios chicos de la clase obrera. Están por lo común en venta en los barrios más pobres de las grandes ciudades, y sé con certeza que los leen chicos a los que cualquiera consideraría inmunes al glamour del colegio privado. He visto por ejemplo a un joven minero, un chaval que ya había trabajado un año o dos bajo tierra, leyendo con ganas las páginas de Gem. Hace poco ofrecí un montón de periódicos británicos a los legionarios ingleses de la Legión Extranjera francesa en el Norte de África; lo que primero escogieron fue Gem y Magnet. Ambos semanarios tienen también numerosas lectoras,14 y la sección de cartas de los lectores de Gem demuestra que se lee en todos los rincones del Imperio Británico: hay cartas de australianos, canadienses, palestinos, judíos, malayos, árabes, chinos, etc. Los responsables cuentan evidentemente con que sus lectores ronden los catorce años de edad, y la publicidad (chocolate con leche, sellos, pistolas de agua, curas para el sonrojo, trucos de magia casera, polvos para el picor, etcétera) indica más o menos esa misma edad; también están los anuncios del Almirantazgo, que convocan a reclutas de diecisiete a veintidós años. Y no cabe duda de que también los leen los adultos. Es frecuente que quien escribe una carta al director diga que ha leído todos los números de Gem o de Magnet durante los últimos treinta años. He aquí una carta de una señora de Salisbury:

Puedo decir de los espléndidos relatos sobre Harry Wharton y compañía, de Greyfriars, que nunca dejan de alcanzar un altísimo nivel. Son sin duda las mejores historias de este tipo que hay en el mercado, y esto es mucho decir. Parece que nos pusieran cara a cara con la Naturaleza. He leído Magnet desde sus comienzos, y he seguido las aventuras de Harry Wharton y compañía con embeleso e interés. No tengo hijos, pero si dos hijas, y siempre hay enfados por ver quién será la primera en leer el grandioso semanario. Mi marido también era un lector empedernido de Magnet hasta que nos fue repentinamente arrebatado.

Vale la pena hacerse con unos cuantos ejemplares de Gem y de Magnet, sobre todo del primero, y echar un vistazo a la sección de cartas. Lo asombroso de veras es la intensidad y el interés con que se toman los lectores los más mínimos detalles de la vida en Greyfriars y en St Jim. He aquí una muestra de las preguntas que remiten los lectores:

“¿Qué edad tiene Dick Roylance?” “Qué antigüedad tiene St Jim?” “¿Me podría dar una lista de los Shell y de sus estudios?” “¿Cuánto costó el monóculo de D’Arcy?” “¿Cómo es que individuos como Crooke son de la Shell, e individuos decentes como tú estén sólo en cuarto?” “¿Cuáles son los deberes del capitán de cada curso?” “¿Quién es el profesor de química en St Jim?” (de una lectora). “¿Dónde está situado St Jim?” “¿Podría indicarme cómo llegar? Me encantaría ver el edificio. ¿Es impresión mía o son todos los chicos unos falsos?”

Está claro que muchos de los chicos y las chicas que escriben estas cartas viven inmersos en una fantasía absoluta. A veces, un chico escribe, por ejemplo, y da su estatura, su peso, sus medidas de perímetro torácico y de bíceps, y pregunta qué miembro de la Shell o de cuarto curso es el que más se le parece. La petición de una lista de los cursos de estudio de la Shell, con relación exacta de quién integra cada uno, es muy corriente. Los responsables del semanario, como es natural, hacen todo lo posible por mantener la ilusión. En Gem, Jack Blake presuntamente escribe a sus corresponsales; en Magnet se dedican siempre dos páginas a la revista del colegio (el Greyfriars Herald, que edita Harry Wharton), y hay otra página en la que escribe uno u otro de los personajes. Los relatos son cíclicos, con dos o tres de los personajes en primer plano durante varias semanas seguidas. Primero se suceden algunas aventuras disparatadas, con los cinco de la Fama y Billy Bunter; luego, una serie de relatos sobre el tema de la identidad equívoca, con Wibley (el mago) en el papel estelar; viene después una serie de corte más serio, en la que Vernon-Smith parece al borde de la expulsión. Y aquí encontramos el verdadero secreto de Gem y de Magnet, y la probable razón por la cual continúan leyéndose a pesar de estar tan obviamente desfasados.

Se trata de que los personajes están cuidadosamente graduados, de modo que dan a todo tipo de lectores la posibilidad de identificarse con uno u otro. Esto es algo que hacen casi todos los semanarios juveniles, y de ahí el muchacho ayudante (el Tinker de Sexton Blake, el Nipper de Nelson Lee, etc.) que por lo común acompaña al explorador, al detective, o lo que sea, en sus aventuras. Pero en estos casos sólo hay un chico, por lo común del mismo tipo. En Gem y en Magnet hay un modelo prácticamente para todo el mundo. Está el muchacho normal, atlético y animoso (Tom Merry, Jack Blake, Frank Nugent), una versión algo más encanallada de este tipo (Bob Cherry), una versión más aristócrata (Talbot, Manners), otra más apacible y más seria (Harry Wharton) y una versión estulta, tipo bulldog (Johnny Bull). Luego está el muchacho intrépido, sin miedo a nada (Vernon-Smith), el inteligente y estudioso (Mark Linley, Dick Penfold), el excéntrico al que no se le dan bien los deportes, aunque tiene un talento especial (Skinner, Wibley). Y está el becado (Tom Redwing), figura importante en este tipo de relatos, porque hace que sea posible para los chicos de familia más pobre proyectarse en el ambiente del colegio privado. Además hay que contar a los chicos de Australia, Irlanda, Gales, la isla de Man, Yorkshire y Lanca­­shire, con los que se aprovecha el patriotismo local. Pero la sutileza de la caracterización va mucho más allá. Se estudian las secciones de cartas, se ve a las claras que seguramente no hay un solo personaje en Gem o en Magnet con el cual no se identifique tal o cual lector, con la excepción de los más cómicos y chabacanos, como Coker, Billy Bunter, Fisher T. Fish (el norteamericano que roba dinero), y los profesores, claro está. Bunter, aunque su origen probablemente esté en deuda con el muchacho gordo de Pickwick, es una creación auténtica. Los pantalones ceñidos, contra los cuales golpean cada dos por tres las botas de los otros, o las fustas, su astucia en la búsqueda de alimentos, su paquete postal que nunca llega le han hecho famoso allí donde ondea una bandera británica. Pero no es propenso a causar ensoñaciones en los lectores. Por otra parte, otra figura graciosa como es Gussy (el Honorable Arthur A. D’Arcy, “el orgullo de St Jim”) goza de evidente admiración. Al igual que todo lo demás en Gem y en Magnet, Gussy está al menos treinta años desfasado. Es el dandi de comienzos del siglo xx, e incluso de finales del xix (aunque hable con un marcado acento rural), el idiota del monóculo que sirvió con hombría en las batallas de Mons y Le Cateau. Y su manifiesta popularidad viene a demostrar qué hondo es el atractivo esnob de este tipo. Los ingleses tienen un cariño inagotable por el asno que tiene título nobiliario (por ejemplo, lord Peter Wimsey, que siempre juega una baza ganadora en los momentos de apuro). He aquí una carta de una admiradora de Gussy:

Creo que sois demasiado duros con Gussy. Por el modo en que lo tratáis, me sorprende que siga existiendo. Es mi héroe. ¿Sabíais que escribo poemas, letras de canciones? ¿Qué os parece ésta? Va con la melodía de “Goody Goody.

Voy a pillar mi máscara de gas,

me sumo a las baterías antiaéreas,

porque sé cómo parar las bombas que me tiráis.

Me voy a cavar una trinchera

dentro del jardín.

Voy a sellar las ventanas

para que no pueda entrar el gas.

Voy a plantar mi cañón en la acera

con una nota para Adolf Hitler: “¡No molestar!”.

Y si jamás caigo en manos de los nazis

a mí ya me es suficiente.

Voy a pillar mi máscara de gas,

me sumo a las baterías antiaéreas,

PS. – ¿Te llevas bien con las chicas?

Lo cito por extenso porque (con fecha de abril de 1939) es interesante, por ser probablemente la primera aparición de Hitler en Gem. En este semanario también hay un chico gordo con trazas de héroe, Fatty Wynn, contrapartida de Bunter. Vernon-Smith, un personaje de hechura byroniana, siempre al borde de la expulsión, es otro de los grandes preferidos. E incluso algunos de los bellacos tendrán a sus seguidores. Loder, por ejemplo, “la podredumbre de sexto”, es un bellaco, pero también es intelectual, y propenso a hablar con sarcasmo del fútbol y el espíritu de equipo. Los cinco de la Fama lo consideran tanto más bellaco por eso, pero habrá seguramente un determinado tipo de muchacho que se identifique con él. Los propios Racke, Crooke y compañía gozan de probable admiración por los más pequeños, los que piensan que fumar es algo de una perversidad diabólica. (Frecuente pregunta en la sección de cartas: “¿Qué marca de tabaco fuma Racke?”.)

Como es natural, el sesgo político de Gem y de Magnet es conservador, aunque totalmente al estilo anterior a 1914, sin tintes fascistas. En realidad, las suposiciones políticas de fondo son dos: nunca cambia nada; los extranjeros son graciosos. En los números de Gem de 1939, los franceses siguen siendo “sapos” y los italianos “dagos”. Mossoo, el profesor de francés en Greyfriars, es el gabacho típico de tira cómica, con barba puntiaguda, pantalones don dobladillo, etc. Inky, el chico de la India, aun cuando sea un rajá, y por tanto posea atractivo esnob, es asimismo el babú cómico de la tradición de Punch. (“Las ganas de pendencia no son el remate adecuado, mi estimado Bob –dijo Inky–. Que se deleiten los perros con sus ladridos y sus mordiscos. La respuesta blanda es la jarra rajada que más lejos llega al ave en el matorral, como quiere el proverbio inglés.”) Fisher T. Fish es el viejo yanqui arquetípico (con marcado acento y modismos estadounidenses) que data de un periodo de intensos celos mutuos entre Inglaterra y los Estados Unidos. Wun Lung, el chino (últimamente apenas aparece, sin duda porque algunos de los lectores de Magnet son de las colonias de China), es el chino clásico de pantomima decimonónica, con sombrero de plato, coleta y un inglés inefable. En todo momento, la suposición es no sólo que los extranjeros son cómicos y que aparecen donde aparecen para que nos riamos de ellos, sino que además se les puede clasificar igual que a los insectos. Por ese motivo, en todos los semanarios juveniles, y no sólo en Gem y Magnet, un chino es retratado invariablemente con coleta. Es el rasgo por el cual se le reconoce, como la barba del francés o el organillo del italiano. En publicaciones de este tipo ocasionalmente sucede que, cuando un relato se ambienta en el extranjero, se hace algún intento por describir a los nativos como seres humanos, pero por norma general se da por supuesto que los extranjeros, sean de la raza que sean, son todos iguales y se conforman con más o menos exactitud a los siguientes patrones:

Francés: irascible. Gasta barba, gesticula mucho.

Español, mexicano, etc.: siniestro, traicionero.

Árabe, afgano, etc.: siniestro, traicionero.

Chino: siniestro, traicionero. Lleva coleta.

Italiano: irascible. Toca el organillo o lleva una daga.

Sueco, danés, etc.: amable, estúpido.

Negro: cómico, muy fiel.

La clase obrera sólo tiene entrada en estas publicaciones en calidad de cómicos o semivillanos (corredores de apuestas, etcétera). En cuanto a las fricciones de clase, el sindicalismo, las huelgas, las crisis económicas, el fascismo y la guerra civil, ni siquiera una mención. En algún momento, a lo largo de los treinta años de ambos semanarios, tal vez sea posible hallar la palabra “socialismo”, pero sólo después de mucho buscarla. Si se hace alguna referencia a la Revolución Rusa, será de manera indirecta, mediante la palabra “bolshy” para designar a una persona de costumbres violentas y desagradables). Hitler y los nazis empiezan a asomar en la clase de referencias que cité antes. La crisis del estallido bélico en septiembre de 1938 causó la impresión suficiente para que se publicase un relato en el que el señor Vernon-Smith, el millonario que es padre del personaje, se beneficia del pánico generalizado comprando casas de campo para venderlas como “refugios de crisis”. Pero eso es probablemente la máxima constancia que dejarán Gem y Magnet sobre la situación europea, al menos mientras no empiece la guerra.15 Eso no significa que ambas publicaciones sean antipatrióticas. Antes bien, muy al contrario. A lo largo de la Gran Guerra, Gem y Magnet fueron quizá las publicaciones más insistente y animadamente patriotas de Inglaterra. Prácticamente todas las semanas, los chicos cazaban al espía o alistaban en el ejército a un objetor de conciencia, y durante el periodo del razonamiento aparecía el rótulo “comed menos pan” impreso en todas las páginas con un cuerpo de letra generoso. Sin embargo, su patriotismo no tiene nada que ver con la política del poder ni con la guerra ideológica. Es algo emparentado más bien con la lealtad familiar, y de hecho proporciona una clave muy valiosa en torno a la actitud de la gente corriente, sobre todo el bloque inmenso y apenas tocado que forma la clase media y las capas superiores de la clase obrera. Se trata de patriotas hasta la médula, aunque no entiendan que lo que sucede en otros países sea de su incumbencia. Cuando Inglaterra está en peligro, acuden a defenderla como si tal cosa; mientras tanto, no les interesa. A fin de cuentas, Inglaterra siempre lleva la razón e Inglaterra siempre triunfa, de modo que ¿para qué preocuparse? Ésta es una actitud que se ha resquebrajado un tanto durante los últimos veinte años, aunque no hasta el extremo que a veces se da por supuesto. No entenderlo tal como es constituye una de las razones por las cuales los partidos de izquierda rara vez son capaces de forjar una política exterior aceptable.

El mundo mental que prima en Gem y en Magnet viene a ser por tanto como sigue:

El año es 1910, o 1940, pero eso es lo de menos. Nos encontramos en Greyfriars. Uno es un mozalbete de catorce años, de mejillas coloradas, con ropa de buen corte hecha por un sastre de los mejores. Está sentado en su estudio, en un ala del colegio, tras un apasionante partido de fútbol que se ganó por un solo gol logrado en el último minuto. Arde un fuego acogedor en la chimenea, fuera sopla el viento. La hiedra recubre con gran espesor las antiguas piedras grises. El rey sigue en su trono y una libra vale una libra. Por toda Europa, los cómicos extranjeros gesticulan y balbucean, aunque los adustos barcos de guerra de la flota británica guardan el canal de la Mancha, y en las avanzadillas del Imperio los ingleses con monóculo mantienen a raya a los negracos. Lord Mauleverer acaba de recibir otras cinco libras, y todos nos disponemos a merendar opíparamente, a base de salchichas, sardinas, panecillos, carne enlatada, mermelada y rosquillas. Después de la merienda seguiremos sentados en el estudio, riéndonos a gusto con Billy Bunter y comentando el equipo que formaremos en el partido de la semana que viene contra Rookwood. Todo está en orden, un orden sólido e incuestionable. Todo seguirá igual por siempre. Ése viene a ser, más o menos, el ambiente.

Dejemos ahora Gem y Magnet y pasemos a otros semanarios que han aparecido después de la Gran Guerra. Lo verdaderamente significativo es que tienen más similitudes que diferencias con Gem y Magnet. Pero mejor será considerar primero las diferencias.

Hay ocho publicaciones de este tipo, a saber: Modern Boy, Triumph, Champion, Wizard, Rover, Skipper, Hotspur y Adventure. Todas ellas han nacido después de la Gran Guerra, pero con la sola excepción de Modern Boy ninguna tiene más de cinco años de antigüedad. Dos semanarios que habría que reseñar aquí, aunque no pertenezcan estrictamente a la misma clase que los demás, son Detective Weekly y Thriller, ambos propiedad los dos de Amalgamated Press. Detective Weekly se ha hecho con el personaje de Sexton Blake. Ambas publicaciones dan cuenta de un cierto interés en cuestiones sexuales, y aunque no cabe duda de que las leen los muchachos, no están destinadas a ellos exclusivamente. Todas las demás son semanarios juveniles, tal cual, y son tan semejantes que se pueden considerar en bloque. No parece que haya diferencias notables entre las publicaciones de Thomson y las de Amalgamated Press.

Basta con echar un vistazo para captar la superioridad técnica que tienen estas publicaciones con respecto a Gem y Magnet. De entrada, cuentan con la ventaja de que no están escritas solamente por una persona. En vez de un relato largo y completo, un número de Wizard o de Hotspur consta de media docena de entregas parciales, ninguna de las cuales se dilatará eternamente. Por consiguiente, hay mucha más variedad y mucho menos relleno, a la vez que desaparece la cansina estilización y la comicidad ramplona de Gem y de Magnet. Veamos dos extractos a manera de ejemplo:

Billy Bunter soltó un gruñido.

Había pasado un cuarto de hora de las dos horas a que estaba castigado Bunter para estudiar francés.

¡En un cuarto de hora sólo había quince minutos! Pero todos y cada uno de esos minutos se le hacían larguísimos a Bunter. Parecían avanzar al ritmo de un caracol cansado.

Viendo el reloj del aula número 10, el Búho grueso a duras penas podía creer que sólo hubieran pasado quince minutos. Más bien se le antojaba que hubieran pasado quince horas, y quince días incluso.

Otros alumnos estaban castigados a estudiar francés en esas horas, igual que Bunter. A ellos les daba igual. A Bunter sí que le importaba.16

Tras un ascenso terrible, picando la lisa pared de hielo para crear asideros en todo momento, el sargento Corazón de León, Logan, de la policía montada, se hallaba como una mosca humana, pegado a la cara de un acantilado de hielo, liso y traicionero como una inmensa lámina de cristal.

Una ventisca procedente del Ártico soplaba con toda su furia y zarandeaba su cuerpo a la vez que le arrojaba cegadores copos de nieve a la cara, como si quisiera arrancarle los dedos de los asideros y precipitarlo a una muerte segura, contra los afilados cantos que yacían al pie del acantilado, treinta metros más abajo.

Agazapados entre los cantos se encontraban los once tramperos, los once villanos que habían hecho todo lo posible por abatir a tiros a Corazón de León y a su compañero, el comisario Jim Rogers, hasta que la tempestad ocultó a los dos policías montados de la vista escrutadora de los malhechores.17

El segundo extracto impone una cierta distancia entre el lector y el relato, mientras el primero necesita un centenar de palabras para decirnos que Bunter está castigado. Por si fuera poco, al no concentrarse solamente en historias de colegio (rasgo predominante en todas estas publicaciones, con la excepción de Thriller y Detective Weekly), Wizard, Hotspur, etc., tienen de largo mayores probabilidades de incurrir en el sensaciona­­lis­­mo. Basta con ver las ilustraciones de portada que tengo ahora encima de la mesa. En una, un vaquero se sujeta al ala de un avión con la punta de los pies, a la vez que dispara contra otro avión. En otra, un chino nada como un poseso para salvar la vida en una cloaca en la que nadan también docenas de ratas hambrientas que lo persiguen. En otra, un ingeniero prende la mecha de un cartucho de dinamita mientras un robot de acero lo sujeta con las garras. En otra, un tipo con atuendo de piloto lucha desarmado contra una rata más grande que un burro. En otra, un hombre semidesnudo, de terrorífico desarrollo muscular, acaba de sujetar a un león por la cola y lo va a lanzar a treinta metros, por encima de la muralla del circo, diciendo: “¡Quedaos con vuestro maldito león!”. Es evidente que ningún relato de ambiente colegial puede competir con este género. De vez en cuando, los edificios del colegio pueden incendiar­­se o el profesor de francés ser el cabecilla de una banda internacional de anarquistas, pero por lo común todo el interés ha de centrarse en torno al críquet, las rivalidades con otros colegios, las bromas de mejor o peor gusto, etc. No hay sitio para las bombas, los rayos mortales, las ametralladoras submarinas, los aviones, los purasangres, los osos pardos o los gángsteres.

El examen de un gran número de estas publicaciones demuestra que, dejando a un lado los relatos de colegio, los temas preferidos son los siguientes: el Salvaje Oeste, las regiones polares, la Legión Extranjera, los delitos (siempre desde el punto de vista del detective), la Gran Guerra (fuerzas aéreas o servicio secreto, no la infantería), el motivo de Tarzán en distintas formas, el fútbol profesional, las exploraciones tropicales, las aventuras históricas (Robin Hood, los Caballeros de la Tabla Redonda, la guerra civil del siglo xvii, etc.) y las invenciones y descubrimientos científicos. El Salvaje Oeste sigue siendo el predominante, al menos en tanto ambientación, si bien los pieles rojas parecen ir a la baja. El único tema realmente nuevo es el científico. Los rayos mortíferos, los marcianos, los hombres invisibles, los robots, los helicópteros y los cohetes interplanetarios son abundantes: aquí y allá aparecen incluso rumores acerca de la psicoterapia y las glándulas sin conducto. Así como Gem y Magnet proceden de Dickens y Kipling, Wizard, Champion, Modern Boy, etc., están en deuda con H. G. Wells, quien, en mayor medida que Jules Verne, es el verdadero padre de la “ciencia ficción”. Naturalmente, el aspecto más explotado de la ciencia es el mágico, el de los marcianos, aunque hay uno o dos semanarios que también publican artículos serios sobre temas científicos, además de gran cantidad de retales de información. (Ejemplos: “Un árbol del Kauri, en Queensland, Australia, tiene más de doce mil años de antigüedad”; “A diario tienen lugar casi cincuenta mil tormentas con aparato eléctrico”; “El helio tiene un coste de una libra por 90 metros cúbicos”; “Hay más de quinientas variedades de arañas en Gran Bretaña”; “Los bomberos de Londres emplean seiscientos treinta millones de litros de agua al año”, etcétera.) Hay un notable progreso en el campo de la curiosidad puramente intelectual y, en líneas generales, en las exigencias que se plantean a la atención del lector. En la práctica, Gem y Magnet y los semanarios de posguerra son leídos en gran medida por el mismo público, aunque la edad mental a la que están destinados en principio estos últimos parece haberse incrementado un año o dos, mejora que probablemente se corresponda con la mejoría de la educación elemental a partir de 1909.

La otra cuestión surgida en los semanarios juveniles de posguerra, aunque no en la medida en que cabría suponer, es la adoración de los abusones y el culto a la violencia.

Si se comparan Gem y Magnet con un semanario genuinamente moderno, lo que de inmediato nos llama la atención es la ausencia del principio de liderazgo. No existe un personaje central y dominante; al contrario, habrá quince o veinte personajes, todos ellos más o menos en pie de igualdad, con los que pueden identificarse toda clase de lectores. En los semanarios más modernos no suele ser así. En vez de identificarse con un colegial de su misma edad, el lector de Skipper, Hotspur, etc., es llevado a la identificación con un espía, con un soldado de la Legión Extranjera, con alguna variante de Tarzán, con un as de la aviación, con un explorador, con un pugilista en cualquier caso, con algún personaje singular y poderoso, que domina a quienes están a su alcance y que pone por método para resolver problemas un buen directo a la mandíbula. Este personaje está trazado como un superhombre, y como la fuerza física es la forma del poder que los muchachos mejor entienden, por lo común es una especie de gorila humano; en los relatos del estilo de Tarzán, a veces llega incluso a ser un gigante, de tres metros de altura. Al mismo tiempo, las escenas de violencia en casi todas estas historias son notablemente inofensivas y poco o nada convincentes. Hay una gran diferencia de tono entre los semanarios ingleses más sangrientos y las revistas baratas norteamericanas, Fight Stories, Action Stories, etc. (que no son estrictamente semanarios juveniles, aunque en gran medida las lean los jóvenes). En las revistas norteamericanas hay auténtica sed de sangre, descripciones horripilantes y detalladas peleas con abundantes patadas en los testículos, escritas en una jerga que han perfeccionado quienes nunca dejan de meditar sobre la violencia. Una revista como Fight Stories, por ejemplo, tendría muy poco atractivo salvo para los sádicos y los masoquistas. Salta a la vista la relativa bondad de la civilización inglesa por el tono de aficionado con que se describen siempre las peleas de boxeo en los semanarios juveniles. No existe un vocabulario especializado. Veamos estos cuatro extractos, dos ingleses y dos norteamericanos.

Cuando sonó el gong, los dos jadeaban pesadamente, y ambos tenían grandes marcas enrojecidas en el pecho. A Bill le sangraba el mentón, Ben tenía un corte en la ceja derecha.

Cada cual se fue rendido a su rincón, pero cuando volvió a sonar el gong estaban los dos en pie, aprestándose como un tigre contra el otro.18

Echó a caminar como una bestia y me descargó un garrotazo en toda la cara. Manó la sangre a borbotones y caí para atrás, a pesar de lo cual me rehice y le lancé un derechazo al corazón. Otro derechazo alcanzó de lleno a Ben en toda la boca, que ya tenía aplastada; escupiendo los fragmentos de una muela, me lanzó un izquierdazo al costado.19

Era asombroso ver a la Pantera Negra en acción. Los músculos se le ondulaban y se le tensaban bajo la negrura de la piel. En su ágil, terrible ataque, se notaba todo el poderío y toda la elegancia de un felino negro y gigante.

Lanzaba los golpes con una velocidad desconcertante para ser tan grandullón. En cuestión de momentos, Ben sólo pudo limitarse a bloquear sus intentonas de la mejor manera que supo. Ben era de hecho un maestro de la defensa. Muchas victorias le avalaban. Pero los derechazos y los izquierdazos del negro pasaban por aberturas que ningún otro boxeador habría sabido encontrar.20

Los segadores apiñados en el peso de la descarga de los monarcas del bosque aplastados bajo el hacha se lanzaron en los cuerpos de los dos pesos pesados que intercambiaban golpes.21

Nótese cuánto más expertos suenan los dos extractos norteamericanos. Están escritos para los devotos del cuadrilátero, y no es así en los otros dos. Asimismo, conviene hacer hincapié en que, a su nivel, el código moral de los semanarios juveniles ingleses es aceptable. La delincuencia y la falta de honestidad nunca suscitan la menor admiración. No existe el cinismo y la corrupción que se da en las historias de gángsteres norteamericanos. Las enormes ventas que tienen las revistas norteamericanas en Inglaterra demuestran que hay una demanda considerable de ese género, aunque muy pocos escritores ingleses parezcan capaces de producirlo. Cuando el odio a Hitler pasó a ser una emoción generalizada en los Estados Unidos, fue interesante comprobar qué rápidamente se adaptó el “antifascismo” a los propósitos pornográficos que animan a los directores de las revistas norteamericanas. Una revista que tengo delante de mí dedicó un número entero a un relato largo, completo, titulado “Cuando llegó el infierno a Norteamérica”, en la cual los agentes de un “dictador europeo enloquecido y ávido de sangre” tratan de conquistar los Estados Unidos ayudados por rayos mortíferos y aviones invisibles. Se da un muy sincero llamamiento al sadismo, hay escenas en las que los nazis atan las bombas a la espalda de las mujeres y las lanzan desde las alturas para verlas estallar en mil pedazos; hay otras en las que atan a dos muchachas desnudas por el pelo y las pinchan con cuchillos para obligarlas a bailar, etc., etc. El director comenta con solemnidad todo esto, y lo emplea como argumento para reforzar las restricciones a la inmigración. En otra página del mismo número: “las vidas de las coristas de hotcha. Revela todos los secretos íntimos y los fascinantes pasatiempos de las famosas coristas de Hotcha, Broadway. no se omite nada. Precio: 10 centavos.” “cómo aprender a amar. 10 centavos.” “foto de un ring en francia. 25 centavos.” “desnudos traviesos. Por fuera del cristal se ve a una bella muchacha vestida con toda inocencia. Se le da la vuelta y ¡vaya diferencia! Conjunto de 3 cristales, 25 centavos.” Etc., etcétera. No hay nada así en la prensa británica, nada que sea susceptible de que lo lean los jóvenes. Sin embargo, el proceso de norteamericanización sigue adelante. El ideal norteamericano, el “hombre varonil”, el “tipo duro”, el gorila que deshace entuertos a mamporro limpio, es figura habitual en la mayoría de los semanarios para jóvenes. En una serie que ahora publica por entregas Skipper, aparece siempre retratado de manera ominosa, armado con una cachiporra.

El desarrollo de Wizard, Hotspur, etc., al contrario que los semanarios juveniles más antiguos, se reduce a esto: mejor técnica, más interés científico, más derramamiento de sangre, más adoración a los cabecillas. Pero a fin de cuentas resulta que la falta de desarrollo es lo más pasmoso.

Para empezar, no hay desarrollo político de ninguna clase. El mundo de Skipper y de Champion sigue siendo el mundo anterior a 1914, el mismo de Magnet y de Gem. El relato del Salvaje Oeste, por ejemplo, con los vaqueros, los linchamientos y demás parafernalia, es propio de los años ochenta [del siglo xix]. Es una curiosidad arcaica. Vale la pena señalar que en los semanarios de este tipo siempre se da por sentado que las aventuras solamente tienen lugar en los confines de la tierra, en las selvas tropicales, en las llanuras del Ártico, en los desiertos africanos, en las praderas del Oeste norteamericano, en los fumaderos de opio de China en cualquier lugar, de hecho, salvo allí donde las cosas de veras suceden. Ésta es una creencia que data de hace treinta o cuarenta años, cuando los nuevos continentes aún estaban abriéndose poco a poco a la colonización. Hoy, evidentemente, si uno quiere aventuras, el lugar idóneo es Europa. Pero al margen de la faceta pintoresca de la Gran Guerra, la historia contemporánea queda cuidadosamente excluida de estas publicaciones. Y con la particularidad de que hoy a los norteamericanos se les admira, en vez de ser motivo de burla, los extranjeros siguen siendo las mismas figuras cómicas de siempre. Si aparece un chino, siempre será con la siniestra coleta, con el aire de contrabandista de opio propio de la obra de Sax Rohmer. No hay indicio de que haya pasado nada en China desde 1912. No se dice nada, por ejemplo, de que allí se libre ahora una guerra. Si aparece un español, sigue siendo el tipo malencarado que lía cigarrillos y acuchilla a otro por la espalda. Ni el menor indicio de lo que ha ocurrido en España. Hitler y los nazis aún no han hecho acto de presencia, o apenas empiezan a hacerlo. Seguro que será una presencia abundante dentro de muy poco, aunque sea desde un punto de vista estrictamente patriótico (Gran Bretaña contra Alemania), dejando al margen en la medida de lo posible el verdadero significado de la pugna. En cuanto a la Revolución Rusa, es sumamente difícil encontrar ninguna referencia en estas publicaciones. Cuando aparece Rusia, es por lo general en un pasaje informativo (ejemplo: “En la urss hay veintinueve mil personas con más de cien años de edad”), y toda referencia a la revolución es indirecta y errónea en cuanto a las fechas. En un relato de Rover, por ejemplo, alguien tiene un oso domesticado, y como es un oso ruso se le llama Trotski, obviamente un eco del periodo de 1917-1923 sin ninguna relación con las controversias recientes. El reloj se ha detenido en 1910. Britannia rige las olas, y nadie tiene conocimiento de las crisis económicas, de los booms, del desempleo, de las dictaduras, las purgas o los campos de concentración.

En cuanto a la panorámica social, apenas se nota el menor avance. El esnobismo es algo menos manifiesto que en Gem y en Magnet, eso es lo máximo que se puede decir. De entrada, el relato de tema colegial, siempre dependiente en gran parte del atractivo de lo esnob, no ha desaparecido de ninguna manera. Todos los números de los semanarios juveniles incluyen al menos un relato colegial, que son más numerosos, aunque por poco, que los del Salvaje Oeste. La muy elaborada vida de fantasía que se predica en Gem y en Magnet no llega a imitarse conscientemente, y se hace más hincapié en lo aventurero, aunque el ambiente social (las antiguas piedras grises) sigue siendo muy similar. Cuando se presenta un colegio nuevo al comienzo de un relato, a menudo se nos dice, con estas mismas palabras, que “era un colegio muy pijo”. De vez en cuando aparece una historia ostensiblemente intencionada contra el esnobismo. El muchacho becado (Tom Redwing en Magnet) tiene apariciones frecuentes, y lo que es en esencia el mismo tema se presenta a veces de esta forma: hay una intensa rivalidad entre dos colegios, uno de los cuales se considera más “pijo” que el otro, y hay peleas, bromas, partidos de fútbol, etcétera, que siempre terminan con la desgracia de los esnobs. Tras una mirada muy superficial al examinar algunos de estos episodios, es fácil imaginar que se ha colado cierto espíritu democrático en los semanarios juveniles, pero con una mirada más atenta se ve que sólo reflejan los celos enquistados que se dan dentro de la clase de los cuellos blancos. Su verdadera función consiste en permitir al chico que va a un colegio privado de los más baratos (no a un colegio municipal o estatal) la sensación de que su colegio es igual de “pijo” que Winchester o Eton. El sentimiento de lealtad colegial (“Somos mejores que aquellos otros”), algo casi del todo desconocido en la verdadera clase obrera, se sigue manteniendo tal cual. Como estos relatos son obra de autores muy diversos, varían, qué duda cabe, en cuanto al tono. Algunos se hallan razonablemente libres de esnobismo, mientras otros explotan el dinero y la alcurnia con más desvergüenza incluso que en Gem y en Magnet. En uno de los que he encontrado, la mayoría de los alumnos eran de procedencia nobiliaria.

Si aparecen personajes de la clase obrera, suele ser como figuras cómicas (bromas con mendigos, presidiarios, etc.), o como luchadores profesionales, acróbatas, vaqueros, futbolistas profesionales o soldados de la Legión Extranjera, es decir, como aventureros. No se hace frente a las realidades de la vida de la clase obrera, ni tampoco se habla del trabajo bajo ningún concepto. Muy de vez en cuando es posible topar con una descripción realista, digamos, del trabajo en una mina de carbón, aunque con toda probabilidad sólo sea como trasfondo de alguna aventura rocambolesca. En cualquier caso, el personaje central rara vez será un minero. Casi en todo momento, el muchacho que lee estos semanarios –en nueve de cada diez casos, un muchacho que va a terminar por pasar la vida trabajando en una tienda, en una fábrica, en un empleo de subordinado en una oficina– se ve llevado a identificarse con las personas que ocupan los puestos de mando, sobre todo las personas que nunca han tenido el menor problema por escasez de dinero. La figura al estilo de lord Peter Wimsey, el idiota sólo en apariencia, que tartamudea y lleva monóculo pero que siempre sabe reaccionar como corresponde en los momentos de peligro, aparece una y otra vez. (Este personaje es uno de los preferidos en los relatos de espías.) Y, como es costumbre, los personajes heroicos hablan el inglés de la bbc; otros tal vez hablen con acento escocés o irlandés o norteamericano, pero ninguno de los estelares deja de pronunciar debidamente las haches. Vale la pena comparar el ambiente social de los semanarios juveniles con el de la prensa femenina, Oracle, Family Star, Peg’s Paper, etcétera.

La prensa femenina está destinada a un público de mayor edad, aunque la leen sobre todo las chicas que ya trabajan para ganarse la vida. Por consiguiente, son en la superficie mucho más realistas. Por ejemplo, se da por sentado que todo el mundo tiene que vivir en una gran ciudad y tiene que trabajar en un empleo más o menos tedioso. El sexo, lejos de ser tabú, es el tema principal de estas publicaciones. Los relatos breves, siempre completos, que son material específico de estas revistas, son en general del tipo “y entonces amaneció”: la heroína evita por poco perder a su “chico” ante una rival taimada o bien el “chico” se queda sin tra­­bajo y ha de aplazar la boda, aunque a su debido tiempo consigue un trabajo mejor. La fantasía del niño sustituido por otro al nacer (una muchacha que se ha criado en un hogar bien pobre es “en realidad” la hija de una pareja adinerada) es otro de los motivos habituales. Allí donde surge el sensacionalismo, por lo común en los seriales, surge del tipo de delito más doméstico, como es la bigamia, la falsificación o, a veces, el asesinato; no hay marcianos, rayos mortíferos, bandas de anarquistas internacionales. Este tipo de revistas apunta en todo caso a la verosimilitud, y mantiene un vínculo con la vida real en la sección de cartas, donde se comentan problemas muy reales. La columna de consejos que publica Ruby M. Ayres en Oracle, por ejemplo, es sumamente sensata y está muy bien escrita. Con todo y con eso, el mundo de Oracle y de Peg’s Paper es un mundo de pura fantasía. Se trata de la misma fantasía en todo momento: fingir que uno es más rico de lo que es en realidad. La principal impresión que se tiene es la que proviene de casi todos los relatos recogidos en estos semanarios: de un “refinamiento” terrorífico, abrumador. De manera ostensible, los personajes son de clase obrera, aunque sus costumbres, el interior de sus casas, su ropa, su apariencia física y, sobre todo, su manera de hablar son totalmente propios de la clase media. Todos viven con varias libras a la semana por encima de su nivel de ingresos. Y ni que decir tiene que ésa es justamente la impresión que se pretende transmitir. La idea consiste en dar a la aburrida obrera de una fábrica o a la desgastada madre de cinco hijos una vida de ensueño con la que se pueda identificar imaginariamente, no ya como una duquesa (esa convención ha desaparecido), sino al menos como la esposa de un director de banco. No sólo se ponen unos ingresos de cinco o seis libras a la semana como ideal de vida, sino que tácitamente se da por supuesto que así es como la clase obrera puede vivir y de veras vive. Los hechos esenciales no se contemplan. Se admite, por ejemplo, que a veces uno se queda sin trabajo, pero los negros nubarrones siempre terminan por pasar de largo, y la situación mejora. Nada se dice acerca de que el desempleo pueda ser algo permanente e inevitable, nada se dice del paro, nada se dice del sindicalismo. No hay un solo indicio de que pueda haber algo erróneo en el sistema en cuanto tal; sólo tienen lugar infortunios individuales, que en general se deben a la perversidad de alguien, y que en todo caso se pueden arreglar cuando llegue el último capítulo. Siempre se disipan las nubes, siempre aparece un amable empresario que contrata a quien no tenía trabajo o bien decide subirle el salario a Alfred, y hay trabajo para todos, salvo para los alcohólicos. Seguimos en el mundo de Wizard y de Gem, sólo que hay narcisos en lugar de ametralladoras.

La mentalidad que se inculca en estos semanarios es la de un integrante excepcionalmente estúpido de la Navy League en 1910. Sí, todo eso se puede decir, pero ¿qué más da? En cualquier caso, ¿qué te esperabas?

Claro está que nadie en su sano juicio aspirará a que los tostones de a penique se conviertan en una novela realista ni en un tratado socialista. Un relato de aventuras por su propia naturaleza ha de estar más o menos alejado, y mucho, de la vida real. Pero tal como he intentado dejar claro, la irrealidad de Wizard y de Gem no es tan inocente como parece. Estas publicaciones existen porque hay una demanda especializada de ellas, porque los chicos de ciertas edades creen que tienen la necesidad de leer algo acerca de los marcianos, los rayos mortíferos, los osos pardos y los gángsteres. Encuentran en ellas lo que estaban buscando, aunque se lo encuentren envuelto en las ilusiones que sus futuros jefes consideran más adecuadas para ellos. La medida en la que las personas toman sus ideas de la ficción es cuando menos discutible. Yo personalmente creo que la mayoría de las personas recibe una influencia mayor de la que reconoce en las novelas, los seriales, las películas, etcétera, y que desde este punto de vista los peores libros son a menudo los más importantes, porque son por lo común aquellos que se leen a una edad más temprana. Es probable que muchas personas que se consideran sumamente sofisticadas y “avanzadas” en realidad porten a lo largo de la vida un trasfondo imaginario que han adquirido a lo largo de la niñez, a partir, por ejemplo, de Sapper y de lan Hay. De ser así, los semanarios baratos para chicos tienen una importancia tremenda. Contienen las cosas que se leen entre los doce y los dieciocho años por parte de una proporción elevada de la población, seguramente la mayoría de los muchachos de Inglaterra, incluidos muchos que jamás leerán otra cosa que los periódicos; y con todo ello absorben un conjunto cerrado de creencias que se tendrían por algo totalmente desfasado incluso en la Sede Central del Partido Conservador. Tanto mejor, ya que se lleva a cabo de una forma indirecta, y se les insufla a esos muchachos la convicción de que los principales problemas de nuestro tiempo no existen, de que no pasa nada con el capitalismo laissez-faire, de que los extranjeros son cómicos sin la menor importancia, de que el Imperio Británico es una suerte de obra de caridad que seguirá existiendo siempre. Considérese quiénes son los dueños de estos periódicos, y entonces resulta muy difícil que todo esto no responda a una intención bien definida. De los doce semanarios que he comentado (doce, en efecto, si incluyo Thriller y Detective Weekly), siete son propiedad de Amalgamated Press, que es uno de los mayores consorcios de prensa del mundo entero y controla más de un centenar de publicaciones distintas. Gem y Magnet, por lo tanto, se hallan estrechamente ligados al Daily Telegraph y al Financial Times. Esto bastaría para despertar fundadas suspicacias, aun cuando no fuera evidente que los relatos de los semanarios están vetados políticamente. Parece darse el caso de que si uno siente la necesidad de tener una vida de fantasía en la cual viaje a Marte y luche con leones a brazo partido (¿y qué muchacho no la tiene?), sólo podrá satisfacerla entregándose por entero, mentalmente, a personas como lord Camrose. Y es que no hay competencia. En todas estas publicaciones las diferencias son despreciables, y en ese nivel no existe ninguna otra. Lo cual nos plantea una pregunta: ¿por qué no existe algo así como los semanarios juveniles de izquierdas?

A primera vista, semejante idea a uno le produce algo así como náuseas. Es espantosamente fácil imaginar cómo sería un semanario juvenil de izquierdas en caso de que existiera. Recuerdo que en 1920 o 1921 algún optimista distribuía pasquines comunistas entre un grupo de alumnos de un colegio privado. El pasquín era del tipo pregunta/respuesta:

P: ¿Puede un muchacho comunista ser un Boy Scout, camarada?

R: No, camarada.

P: ¿Y por qué, camarada?

R: Porque verás, camarada: un Boy Scout debe rendir saludo a la bandera británica, que es el símbolo de la tiranía y la opresión. Etc., etcétera.

Supongamos que en este momento alguien pusiera en marcha un semanario de izquierdas destinado esencialmente a muchachos de doce a catorce años. No quiero dar a entender que todo el contenido fuera como lo que acabo de citar, aunque ¿alguien pone en duda que sería más o menos de ese estilo? Inevitablemente, tal semanario sería algo tan tedioso como una tabla de gimnasia o bien, en caso de estar bajo influencia del comunismo, sería un cántico en loor de la Rusia soviética. En un caso y en otro, ningún muchacho normal se tomaría jamás la molestia de echarle un vistazo. Al margen de la literatura culta, toda la prensa izquierdista que existe, en la medida en que es vigorosamente izquierdista, no pasa de ser más que un panfleto. El único periódico socialista que podría sobrevivir una semana por sus propios méritos, en calidad de periódico, es el Daily Herald. ¿Y qué dosis de socialismo se cuela en las páginas del Daily Herald? En estos momentos, un periódico de sesgo izquierdista pero capaz de tener al mismo tiempo un cierto atractivo para los adolescentes corrientes es algo prácticamente imposible de concebir.

Pero de ahí no se deduce que sea inviable. No hay una sola razón más o menos clara por la cual todo relato de aventuras haya de tener tintes esnobs y una vena de patriotería impresentable. A fin de cuentas, los relatos de Hotspur y de Modern Boy no son tachados de conservadurismo; son tan sólo relatos de aventuras con un marcado sesgo conservador. Es sumamente fácil imaginar cómo podría subvertirse el proceso. Es posible, por ejemplo, imaginar un semanario como algo apasionante, vivo, como es Hotspur, aunque con una temática y una “ideología” algo más puesta al día. Es incluso posible (aunque esto plantee otras dificultades) imaginar una revista femenina con el mismo nivel literario que tiene Oracle, que tratase más o menos de los mismos relatos, aunque tomando mucho más en cuenta las realidades de la vida de la clase obrera. Este tipo de empresas se han llevado a cabo antes, aunque no en Inglaterra. En los últimos años de la monarquía española hubo una gran producción de novelitas de izquierdas, algunas de origen obviamente anarquista. Por desgracia, en el momento de su aparición no acerté a ver el significado social que revestían, y perdí la colección que tenía, aunque no cabe duda de que aún tiene que haber ejemplares que se puedan encontrar. En cuanto al planteamiento y al estilo narrativo, eran muy similares a las novelitas inglesas de cuatro peniques, con la sola peculiaridad de que su inspiración era izquierdista. Si, por ejemplo, hay un relato en el que se describe a la policía que persigue a los anarquistas por las montañas, está referido desde el punto de vista de los anarquistas, no de la policía. Un ejemplo más cercano es una película soviética titulada Chapaiev, que en Londres se ha proyectado bastantes veces. Técnicamente, según el criterio del momento en que se rodó, Chapaiev es una película de primerísima fila, aunque mentalmente, a pesar de lo desconocido del trasfondo ruso que la inspira, no se halle tan lejos de Hollywood. Lo que la saca de lo corriente es el extraordinario trabajo del actor que encarna a un oficial de los Blancos, una interpretación que parece una inspiradísima muestra de gags sucesivos. Por lo demás, el ambiente es conocido. Nos encontramos con toda la parafernalia al uso, la lucha del héroe contra todo pronóstico, las fugas en el último momento, los planos de caballos al galope, los intereses del amor, el alivio de lo cómico. La película es de hecho muy normal, con la peculiaridad de que la tendencia dominante es “izquierdista”. En una película de Hollywood sobre la guerra civil rusa, los Blancos seguramente serían los ángeles y los Rojos los demonios. Es también una mentira, pero a la larga es menos perniciosa que la otra.

Aquí se nos presentan varios problemas de difícil solución. La naturaleza general de todos ellos es evidente, y no entraré a comentarlos. Meramente me limito a señalar el hecho de que, en Inglaterra, la literatura popular es un campo en el que la izquierda jamás ha querido entrar. Toda la ficción contenida en las novelas de las enmohecidas bibliotecas está censurada según los intereses de la clase dirigente. Y sobre todo ése es el caso de la ficción juvenil, los relatos de sangre y de truenos que prácticamente todo muchacho devora en un momento u otro, que está empapada de las peores ilusiones de 1910. Éste es un hecho que sólo carece de importancia si uno cree que lo que se lee en la infancia no deja una impresión duradera. Lord Camrose y sus colegas obviamente opinan todo lo contrario. Y, a fin de cuentas, si alguien sabe de todo esto es lord Camrose.

Escrito en 1939, publicado en Horizon (abreviado) en marzo de 1940

El león y el unicornio y otros ensayos

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