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Prólogo para Emociones, el otro lado de la enfermedad

Conozco a Edgardo desde hace mucho, hemos sido amigos desde tiempos inmemoriales e incluso desde otras vidas. Y creo que lo conozco muy bien porque algo de él está en mí, y está en todos nosotros.

Edgardo es un sobreviviente y un luchador y no solamente de la prueba a la que lo sometió el cáncer, sino, como leerán, a las pruebas que le fue presentando su vida desde muy temprano.

El viaje de su vida fue por un mar de oleaje intenso como lo muestra la imagen que ilustra el libro. Él nos cuenta cómo transformar esa energía natural, brutal, que amenaza nuestra nave en fuerza para nuestro casco, energía para nuestras velas.

En sus primeros años debió superar las dificultades de una crianza teñida de violencia, supo decodificar un extraño amor que a veces es imposible de comprender. Del dolor se aprende.

En la adolescencia su paso por las escuelas agrícolas, primero en La Pampa y luego en Miramar, fueron también una escuela de vida. En internados y compañías a veces difíciles fue delineando su personalidad y creció su pasión por la amistad. Allí el destino nos juntó por primera vez. Hay almas que parecen buscarse. Recuerdo a aquel adolescente como alguien que hacía del buen humor un estilo de vida (¡cuánto aprendí de eso!). Detrás, a veces oculto, ya se veía que estaba en una búsqueda. Hoy leo estas páginas y se me hace un poco más claro..., la búsqueda continúa.

Edgardo desnuda su vida en este texto del que surgen dos dimensiones, su historia y el cáncer como una estación por la que tuvo que pasar en su camino. Me permito llamar milagro a esa estación, no sé si él estará de acuerdo con esa definición. Edgardo plantea la existencia de un código complejo de recuerdos y emociones, el perdón, la medicina que explican que haya superado esa estación que para muchos es terminal. Hoy su camino continúa en la misión de divulgar un mensaje. Se pueden superar hasta los problemas más graves de salud, pero hay que saber que, como le gusta decir: la clave está en “la cabeza”. Para Edgardo “vencer a la Hidra” lo comprometió más que nunca con aquellos que tienen que enfrentar esos mismos retos y como relata allí es testigo de quienes lo logran y quienes entregan sus armas. A veces es difícil entender ¿por qué yo pude y ellos no? ¿Por qué me pasó a mí? ¿Para qué? La respuesta a esto se despliega en su texto, pero hay que encontrarla en ciertos detalles, anécdotas que pueden ser banales, pero que nos dan la clave: “... aquel día entendí que si no comía me moría”).

Hoy veo a Edgardo, pleno, saludable, ¡tan vivo!, que me emociona y no puedo dejar de pensar que todos llevamos un átomo de su fuerza, solo tenemos que atrevernos a buscar dentro de nosotros aquello que nos hace fuertes y nos permite vencer a los monstruos de nuestro pasado.

Gracias, amigo.

Enrique Lombardo

*

Sencillamente este es un tratado sobre la sensatez y el coraje, porque despertar a una infinidad de condicionamientos, hechizos y mandatos instalados desde nuestra más tierna infancia requiere al menos estas dos cualidades. Atender el llamado de la coherencia emocional, ser quien realmente eres, implica conocerte y colgar lealtades vacuas y todo tipo de apegos que inadvertidamente se convirtieron en un modo de vivir. ¿O quizá debería decir de morir? Sí, son creencias que nunca analizamos y que moldean nuestra realidad. Y atreverse a cuestionar lo dado, y además si es necesario soltarlo, eso seguramente será vivenciado como la propia muerte Es que un cambio de creencias es un epicentro que desencadena nuevas manifestaciones emocionales, corporales y sociales, y que son condición del crecimiento personal, aunque para algunos sea un costo demasiado elevado.

Esta es una historia real, tan real como las almas y como que puede pasarnos a cualquiera de nosotros. En su relato, Edgardo generosamente nos describe sus vivencias y pasos que dio en su sendero a la toma de conciencia, que trajo aparejada su sanación. Nos muestra su proceso, no con la intención de que lo repitamos, pues se trata de una vivencia personal y única, sino con la de que comprendamos que es posible y real, aunque no tengamos muchas explicaciones desde lo racional o científico. Es una suerte de invitación, un llamado, un chiflido para que despertemos y nos animemos a vivir nuestro proceso, porque a pesar del dolor físico y emocional, nos deja la enseñanza de que cada paso lo vale.

Tuve el honor de conocer a Edgardo en ocasión de que yo estaba dando una charla de educación emocional en Comodoro Rivadavia. Estaba hablando de los mecanismos biológicos por los cuales las emociones displacenteras si permanecen mucho tiempo en el cuerpo nos enferman. Primero son una señal, que si es desoída, se convierte en dolencia, y esta, en enfermedad que puede concluir en muerte. En eso que estaba en la charla, pide la palabra en aquel entonces un completo desconocido para mí, y comenzó a contarnos su historia de vida Nos confiaba entusiasta su proceso, en el que compartía con nosotros muy resumidamente algunas experiencias y vivencias que aquí encontrarás, pero también una anécdota que jamás olvidé, que de algún modo para mí condensa su actitud de vida hacia la sanación y que “casualmente” no está en este libro (como muchas más que quizá quedaron en el tintero) y que por lo tanto me permito compartir Nos contaba que, ya con el diagnóstico de cáncer, compartió con sus amigos uno de sus sueños. Deseaba ir con ellos en bicicleta a charlar y tomar unos mates a la playa y ver si tenían suerte de que aparezca una ballena para apreciar su belleza, su libertad. Nada extravagante ni de película hollywoodense, muy por el contrario, algo por demás simple y genuino como posible. Recuerdo que cuando escuchaba su testimonio, lo imaginaba con lujo de detalles: la playa, el agua, las sonrisas, las charlas que brotan entre risas y los silencios acompañados del sonido del viento y del romper de las olas... Y pensé que al final de cuentas de eso se trata, de vivencias simples que florecen de lo más profundo del corazón, como aquellas que surgían y vivíamos a diario cuando niños. Es que a menudo de “grandes” nos vemos apresurados persiguiendo zanahorias que propuso la cultura y que terminamos involucrándonos en una carrera que nada tiene que ver con vivir, sino que más bien con su olvido. Y ahí vamos todos a contramano de la vida y contrarreloj, en una suerte de deliro colectivo haciendo gala de un poderío absurdo e ilusorio que no solo nos aleja del verdadero vivir, sino que nos termina matando.

Recuerdo que después de escucharlo le dije “¡tenés que compartir esto!”, lo que seguramente ya estaba siendo su propósito en su vida. Años más tarde, no recuerdo a través de qué medio me llegó un DVD con un video de sus charlas y hoy tengo el honor de prologar este texto, en el que, por cierto, creo profundamente.

Conocí a otras personas que vivenciaron procesos de toma de conciencia y autosanación, pero no todos se atreven a compartirlo. Es que en un gesto de generosidad, como Juan Salvador Gaviota, Edgardo se demora en su vuelo para confiarnos su aprendizaje. Para que cada uno se anime a escuchar su verdad y la viva.

Querido lector: quiero decirte que me alegro de que tengas este libro entre tus manos, tienes por delante un mensaje sabio que vale una vida. Que si llegó a ti es por algo y que lo que aquí encuentres ya estaba en ti, pues como dice el propio Edgardo: “nos quedaremos con aquello que el alma de cada cual esté lista para ver

Con humildad, atribuye sus decisiones de soltar y aceptar el final de su vida desapegándose de todo, a lo que él considera que es un instinto de supervivencia. Nos revela que se admiraba de que en algún lugar estaba esa sabiduría y fortaleza de soltar. Quizá esto también nos ayude aprender a confiar en nosotros mismos, que todos tenemos recursos maravillosos que desconocemos, pero que solo nos son revelados conforme nos atrevemos y avanzamos en nuestra coherencia emocional. En palabras más precisas, no sabemos que tenemos esas fortalezas o sabidurías de antemano, solo cuando damos ese paso a lo desconocido, a lo temido.

Se trata una especie de batalla personal, que nadie puede dar por nosotros el laberinto inconsciente es único para cada uno. No nos son útiles las instrucciones de otros, pero sí que nos digan que tiene una salida, que nos animemos a perdernos para encontrarnos renovados. Vivimos en incertidumbres y creemos que eso está mal. Buscamos saber y comprender como expresión de necesidad de control, pero el control no es más que una falta de confianza. Porque cuando empezamos a confiar, cuando aceptamos, dejamos de controlar y aprendemos a fluir.

Su testimonio es una excusa válida y llena de incertidumbres que al menos a mí me enseñó que he de confiar, pues somos gotas de un mismo mar. Unas en zonas más profundas, otras más cálidas, en aguas calmas o agitadas, pero todos somos uno.

Lucas J. J. Malaisi

Presidente de la Fundación Educación Emocional

Móvil: +54 9 264 506 0562 & Oficina: 54 0264 423 3666

Dirección postal: Alto del Bono Shopping 1er Piso,

Oficina 71 CP: 5400

San Juan. Argentina

Instagram: educacion.emocional / Lucas Javier Juan Malaisi

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facebook.com/ fundacioneducacionemocional

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Cuenta la leyenda de la vida, que cuando más desorientado se siente el ser humano ante la adversidad, más se fortalece superando obstáculos

Por esas “causalidades” de la vida, agradezco al universo formar parte entre su círculo de amigos. Pero debo confesar que, si bien somos colegas y amigos desde hace varios calendarios, nada me unió más a él que cuando esa mañana, en un escenario trivial (a la salida de un banco) aún con su rostro de asombro e incertidumbre, me revelaba la insólita e inesperada noticia: tengo cáncer. Aún recuerdo su mirada, intentando disimular su desconcierto para no asustarme, con un intento de mantener su rostro iluminado por su adorable sonrisa de siempre. También recuerdo: “a partir de ahora no tengo tiempo para otra cosa que para dedicarme a mi salud”. Ahí comprendí que ya estaba evolucionando a pasos agigantados, que ya estaba descartando todo lo efímero de su historia, estaba deconstruyéndose, para volver a nacer. Me dije a mí misma: “este zafa, estoy segura de que zafa” y siempre lo pensé así. De ahí en más, todo el resto lo relata muy bien él en este libro, el que tantas veces le pedimos que escriba sus afectos y conocidos. ¡Gracias, Edgardo, por cumplir nuestro deseo!

Admiro su capacidad de asumir su diagnóstico como una cuestión más de vida, de tomar las riendas con un cierto “estado de inconsciencia” (se lo he dicho varias veces), lo que tal vez sea un alto grado de madurez, sin entrar en pánico, y en vez de sentarse a llorar por la catástrofe inminente, usar su tiempo para torcerle el brazo al destino (si es que existe).

Qué placer verlo cada vez mejor, escuchar cada resultado de sus análisis posteriores era una fiesta, y otra, y otra cada vez mayor así hasta la remisión total INAUDITO. La mejor maratón de su vida sin dudas. Primer puesto entre miles asegurado. Pero sobre todo ganó la batalla a sí mismo, y surgió un nuevo Edgardo, enterito, sano, feliz. Tremendo aprendizaje.

Su mirada limpia, su cálido abrazo, ese abrazo que empecé a sentir recién cuando entendió que la conexión con el otro va más allá de lo meramente físico, que las distancias solo existen cuando las creamos, que somos energía. La claridad de sus ojos empañada por emociones reveladas desde lo más profundo; mi nudo en la garganta cuando nos hemos sincerado, compartido o cuestionado algunas cosas, charlado sobre lo que no cualquiera entiende, (incluso nosotros mismos).

Llamadas y encuentros de eternas charlas que detienen el tiempo entre lo concreto y lo abstracto, lo terreno y lo espiritual, perpetuo y lo efímero... Recuerdo cuando sin darse cuenta (porque era incrédulo), estábamos hablando de lo intangible, de lo que no se ve pero se siente, cuando cambió su “ver para creer”, por “sentir para creer”, le dije: “amigo, bienvenido al club”. Me sonrió.

Emociones reprimidas que enferman, emociones liberadas que sanan. Y en el medio de ambas, volver a nacer (el renacer duele), cambiar el pelaje, soltar el equipaje obsoleto, solo quedarse con lo indispensable, con uno mismo. Atreverse a reconocerse frente al cruel espejo, para poder reinventarse, dar vuelta la página, volver a empezar... Sanar las heridas, marcadas por los ancestros y vidas pasadas; sentir, vibrar, reconocerse un ser espiritual viviendo una experiencia humana. Y a partir de ahí, recomenzar siendo uno mismo, pero diferente al de ayer, una mejor versión, más liviana, sin ataduras, un ser en constante e ilimitada evolución, quien hoy mira la vida desde lo simple, sin perder su capacidad de asombro, lo cual hace sentirse pleno de disfrutar cada momento, agradeciendo toda experiencia vivida.

Él ERA mi amigo el incrédulo. Él ES mi nuevo amigo, el que sanó cuando empezó a creer en sí mismo. Al cual le estoy inmensamente agradecida por ayudarme a crecer cada día, por permitirme ser espectadora de lujo (así me define) en el escenario de su vida.

Gracias inmensas, querido amigo, por honrarme con este privilegio de prologar tu primer libro.

Querido lector: si está en tus planes vivir para ser feliz, este libro es para ti. Lo que ha escrito Edgardo desde lo más profundo de sus ser no se lo contaron, es su propia experiencia. Él te demostrará que SIEMPRE SE PUEDE.

“Donde hay vida, hay esperanza”

–(Stephen Hawking).

Silvia Zulema Luna

silviazuleluna@hotmail.com

Emociones, el otro lado de la enfermedad

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