Читать книгу Un matrimonio por Escocia - Edith Anne Stewart - Страница 4

1

Оглавление

Edimburgo, Escocia, 1314

Guerras de la independencia,

Robert Bruce y sus principales caballeros permanecían reunidos en el salón del castillo de Edimburgo. Este había sido arrebatado a los ingleses por las tropas de Thomas Randolph, conde Moray. El rey escocés seguía con su particular cruzada de recuperar todas las fortalezas que todavía estaban bajo dominio inglés. Tenía la mirada fija en el mapa desplegado sobre la mesa. Su atención se fijaba de manera obsesiva en un solo punto: Stirling y su fortaleza.

—Solo nos restan dos fortalezas para tener los principales castillos de Escocia bajo nuestro dominio —dijo señalando uno de los últimos reductos ingleses en Escocia—. Y toda la nación pasará a estar en nuestras manos. Lograremos expulsar a los ingleses de una maldita vez.

El resto de hombres permanecían callados contemplando el mapa y escuchando a su rey.

—En lo que va de año hemos logrado arrebatarles a los ingleses los castillos de Roxburgh, Linlithgow y hace unas semanas este de Edimburgo. Los hombres están cansados de pelear, pero también lo están ansiosos de terminar esta ambiciosa empresa, señor —le informó James Douglas con cierta preocupación.

—Necesitamos tropas de refresco. Hombres procedentes de otros clanes que remplacen a los caídos en las batallas si pretendemos continuar la guerra —aseguró el conde de Moray—. El rey Eduardo tiene miles de soldados a su servicio. De Gales, de Irlanda y Francia a los que añadir grupos de mercenarios y lamentablemente algunos clanes escoceses —finalizó diciendo con repulsa por lo que eso significaba.

—Si pudiéramos atraernos a parte de esos clanes partidarios de Comyn y de Eduardo de Inglaterra —exclamó Edward Bruce, el hermano del rey.

—Es algo imposible a mi modo de ver después de lo sucedido entre vos y él —apuntó Douglas mirando a Bruce y recordando lo acontecido en hacía ocho años en la iglesia de Greyfriars en Dumfries. Nadie supo con exactitud qué sucedió entre ellos, solo que Robert Bruce apuñaló a Comyn frente al alta mayor. Desde ese momento los seguidores de este apoyaron a Eduardo de Inglaterra porque consideraba a Robert Bruce un asesino que conduciría a la nación al desastre.

—¡Qué más quisiéramos! El tiempo ha pasado, pero muchos de ellos no han olvidado lo sucedido. Llevamos años luchando por la libertad de Escocia y algunos clanes se obstinan seguir apoyando a los ingleses —se lamentó el rey Robert apoyándose contra el respaldo de su silla. Tenía la mirada ausente y el gesto turbado. El conde de Moray tenía razón: necesitaban aumentar sus tropas. Pero, ¿cómo demonios iba a hacerlo?

—Podríais intentar convencer a alguno de sus líderes ofreciéndoles algo a cambio. Algo que no puedan rechazar como el castillo de Stirling una vez que esté en nuestras manos —le aseguró James Douglas mirando de manera fija a su señor.

Robert pareció reaccionar. Frunció el ceño en un primer momento y después miró a su consejero con extrañeza.

—¿Habláis en serio? ¿Ofrecerle el castillo de Stirling?

—Sería un botín que pocos estarían dispuestos a rechazar, señor —le aseguró con total convicción.

—Si os soy sincero no me agrada la idea de dejarlo en manos de alguien que apoya a Eduardo de Inglaterra. Podría devolvérselo a este una vez que el Murray se asentara en el trono —le confesó con temor a que eso pudiera suceder—. Y entonces todos nuestros esfuerzos y las vidas que se han perdido y se perderán en su toma, habrán sido en vano.

—Hablad con el jefe del clan Murray. Siempre os apoyó, y cuando sucedió lo de Greyfriars se mantuvo neutral mientras los demás tomaron partido por uno u otro pretendiente. Luego, quiero creer que las circunstancias de la guerra lo empujaron a aliarse con los Comyn buscando el bienestar de su clan. Ofrecerle el castillo de Stirling a cambio de su ayuda —le sugirió Edward Bruce—. No podrá negarse a ello. Ya lo veréis.

—No será nada sencillo convencerlo para que se una a nosotros. Pese a que en su día tuviera su apoyo —comentó el rey sacudiendo la cabeza.

—Si los Murray se unen, tal vez algún clan más lo haga —sugirió el conde de Moray—. Pensadlo.

—Sí, pero debo ofrecerle algo más que un castillo. Además, quiero tener cierto poder sobre este. No puedo dejarlo en manos de un seguidor de los Comyn, ya os lo he dicho —murmuró el rey dejando su mirada puesta en James Douglas, quien se la devolvía con expectación por lo que estuviera considerando.

—¿Qué más podríais ofrecerle? —le preguntó este.

—Murray tiene una hija —dijo el conde de Moray.

—Sí. Bronwyn —le informó Edward Bruce—. Al parecer no está casada.

James Douglas esbozó una cínica sonrisa.

—¿Por qué os estáis riendo? —preguntó el rey con curiosidad.

—Ofrecerle un compromiso entre su hija y vuestro hijo —aseguró Edward Bruce señalando al jefe Douglas.

Este frunció los labios y asintió antes de echarse a reír.

—¿Con mi hijo? ¿Estáis borracho?

—No, ni lo más mínimo. Pero pensadlo con detenimiento por un segundo. Ese compromiso nos otorgaría tener poder sobre Stirling y su castillo. Con el joven Douglas al frente de este casado con Bronwyn Murray, todos ganamos. Y sería una manera de recompensar su lealtad y su pericia en el combate —resumió el hermano del rey contemplando como el semblante del viejo Douglas cambiaba a medida que pensaba en esa proposición.

Robert Bruce permanecía callado escuchando la exposición de los hechos de su hermano. Bien pensado, este tenía toda la razón. Un matrimonio en la hija del jefe Murray y el joven Douglas contentaría a ambos clanes. Y Stirling y su fortaleza estarían bajo el mando un clan leal a Escocia.

—Id a buscarlo —pidió el rey con autoridad haciendo un gesto con el mentón para que su propio padre fuera a por él—. ¿Estás seguro? —le preguntó a su hermano Edward cuando James Douglas se hubo marchado.

—Si ponéis a un Douglas al frente del castillo de Stirling, podréis dormir tranquilo porque ningún inglés se atreverá a intentar tomarlo dada la fama de ese clan —le aseguró Edward Bruce al rey conociendo la clase de hombre que era William.

Este permanecía en el patio del castillo junto a varios de sus leales seguidores. Su padre era el jefe del clan, pero él tenía su grupo de amigos y de fieles guerreros que le seguían en la batalla. Su destreza con la espada era más que conocida, de igual manera que su astucia y su fiereza en el combate. Se había distinguido como uno de los soldados más despiadados del ejército del rey Robert en su cruzada particular por recuperar los castillos de la nación.

—¿Crees que atacaremos Stirling? —le preguntaba uno de los hombres que estaban junto a él

William chasqueó su lengua y sacudió la cabeza.

—No estoy seguro. Deberíamos hacerlo ya que es el último castillo que retienen los ingleses en Escocia.

—Te olvidas de Berwick…

—Ya. Pero teniendo Stirling, los ingleses se lo pensaran antes de seguir la lucha o abandonarlo. Créeme Malcom.

—Pero…. Mira, ahí viene mi padre. Él mejor que nadie nos dirá qué han acordado con el rey —dijo el tal Malcom señalándolo cuando se acercaba a ellos.

James no estaba seguro de cómo reaccionaría su hijo ante la propuesta del rey. Pero tendría que acatarla como leal vasallo suyo. Y por el bien de la nación. Aunque no mirara a la cara a la hija del Murray, ni la tocara o ni tan siquiera durmiera en la misma cama. Eso eran aspectos sin importancia en estos momentos tan importantes para la nación.

—¿Qué ha dicho el rey? No parece que tengas buena cara.

James bufó y se pasó la mano por su poblada barba.

—Stirling y su castillo son su principal objetivo. Tomarlo sería arrojar a los ingleses de Escocia.

—Perfecto.

—¿Y Berwick?

—De momento lo importante es Stirling. Luego ya veremos.

—¿Cuándo partimos? ¿Se sabe ya? —William se mostraba ansioso por volver a entrar en combate. Llevaban días enteros en la corte y estaba algo cansado de comer, dormir, y frecuentar las tabernas y los burdeles de la ciudad.

—Cuando sumemos más hombres a nuestro ejército —le confesó su padre contemplando como el gesto de su hijo y el de los hombres a su lado cambiaba.

—Lo sabía. Lo estábamos comentando antes de que llegaras. Los hombres están cansados y hemos sufrido numerosas bajas en la toma de la capital y de este castillo —aseguró haciendo un gesto a la fortaleza—. ¿Cómo piensa el rey reclutarlos? ¿Mercenarios franceses o de alguna otra nación europea? Por qué no creo que ni los galeses ni los irlandeses nos apoyen después de haber sido poco menos que masacrados en tiempos de Wallace. E incluso tengo dudas acerca de los franceses. Son los únicos candidatos que conozco y ya te aseguro que no creo que muchos estén dispuestos a hacerlo.

—No, no ha pensado en estos.

—¿Y de dónde piensa sacar más tropas? —preguntó uno de los hombres que permanecían al lado de William.

—Va a ofrecer un trato al clan Murray —anunció James Douglas con seguridad y parsimonia.

—¿Un trato? Pero ellos forman parte de ese grupo de clanes leales a John Comyn, el que fuera opositor al trono de Escocia junto al rey Robert. No aceptarán.

—Les va a ofrecer Stirling y su castillo.

William se quedó con la boca abierta.

—¿A los Murray? Es una locura. En cuanto Archibald Murray tome posesión de este se lo entregará de vuelta a los ingleses —le aseguró William enojado por esa decisión del rey. Estaba furioso con este.

James Douglas sacudió la cabeza. Estaba convencido de que no sería así.

—Estás equivocado.

—¿No me digas? ¿Y cómo demonios va a evitarlo? ¿Le hará firmar un documento que después será papel mojado?

—No. Ese no será el trato. No habrá problemas con el trato que va a ofrecerle y en el entras tú.

—¿Yo? ¿Qué pinto yo con los Murray? —William entornó la mirada hacia su padre con cierto recelo por lo que este tuviera que contarle.

—Te convertirás en el señor de Stirling. De ese modo el rey Robert se asegura de que no caerá en manos inglesas.

William dio un paso atrás y sonrió algo nervioso.

—Un momento. ¿Y qué pintan los Murray si yo seré al final el señor del castillo de…? —De repente se detuvo. Una idea inverosímil se le cruzó por la cabeza. Una a la que no quería prestar atención.

—Hijo, esto no va a ser sencillo. Pero tendrás que acatar la voluntad del rey. Sé que no has pensando en un compromiso, pero….

William jadeó porque no era capaz de sonreír. De repente tenía la impresión de que se ahogaba por falta de aire. Miraba a su padre primero y a sus dos amigos después deseando que aquello fuera una pesada broma que habían urdido entre ellos.

—Empiezo a entender cuál es tu papel en todo esto, amigo —le aseguró Malcom asintiendo con toda intención—. ¿Qué dices Angus?

El otro hombre frunció el ceño y los labios en un claro gesto de que no le gustaba lo que estaba pensando. Pero menos gracia le iba a hacer a William cuando se lo dijera.

—Creo que sé qué clase de relación guarda todo esto con los Murray o más bien con la hija del jefe.

William jadeaba porque no era capaz de reírse. Los nervios parecían tenerlo atenazado en ese instante.

—Así es. El rey va a ofrecerle al jefe Murray un matrimonio para su hija a cambio de su ayuda para tomar Stirling y su castillo.

—¿Por qué yo? —William se encaró con su padre.

—Eres mi primogénito y tienes que acatar lo que te ordene que hagas.

—¿Ves con buenos ojos un matrimonio con la hija del jefe Murray?

—No nos queda otra. Necesitamos Stirling a toda costa, pero no podremos hacerlo sin más tropas. Y el rey considera oportuno atraernos al clan Murray. Uno de los más poderosos de los que apoyan al clan Comyn y por extensión a Eduardo de Inglaterra. Pero para ello hay que negociar y ofrecerle algo que no pueda rechazar.

—¿Por qué un compromiso con su hija? —William estaba furioso. Miraba a su padre con el ceño fruncido y las manos cerradas en puños. Sentía la sangre hirviéndole en las venas. Deseaba golpear a alguien o incluso acabar con su vida.

—Porque los Douglas nos hemos comportado como los más leales y fieros guerreros. ¿Nos ves que es una manera de reconocer tu valor y destreza en el combate?

—¿Con un compromiso que no deseo? Me basta con que Escocia sea libre. No necesito castillos, ni tierras, … y menos una esposa —dijo como si escupiera la última palabra.

—No me importa que ella no te guste. Como si no la miras. Una vez que estés instalado en el castillo podrás vivir a tu aire, en una parte del mismo o en la propia ciudad. Eso es lo de menos. Como si no vuelves a verla. ¿Qué te importa? Lo único que de verdad vale es expulsar a los ingleses y continuar la lucha.

—¿Y si su padre no acepta? ¿O ella?

—Ella acatará su voluntad como tú la mía. Y su padre no rechazará una joya como es el castillo de Stirling. Ahora deberíamos regresar dentro y decirle al rey que aceptas. Que es un honor que haya pensado en ti.

William resopló.

—Ya lo creo que lo es —murmuró sacudiendo la cabeza camino del interior del castillo sin mirar a su padre. ¡Un compromiso con la hija de los Murray! ¡Por San Andrés que era un completa locura! ¡No quería una mujer a su lado a todo momento! Se repitió una y otra vez negando con la cabeza antes de entrar en el salón donde el rey lo aguardaba.

Al verlo aparecer, Robert Bruce se sintió más tranquilo. Al ver que James Douglas se demoraba, el rey había temido lo peor. Confiaba en la lealtad de los Douglas después de sus hazañas en la guerra contra los ingleses. Y entendía que un compromiso tal vez no fuera lo que William esperaba, pero era necesario para vencer de una vez por todas.

—Mi señor —dijo el joven Douglas con las manos a la espalda y un leve movimiento de cabeza en señal de respeto.

—William. Tu padre te habrá puesto al corriente de la situación.

—Sí, señor.

—¿Qué tienes que decir? Me interesa tu opinión franca y sincera.

William pareció titubear unos segundos. Como si estuviera pensando en lo que debía decirle al rey. Llevaba combatiendo por él desde que este fue coronado en Scone, y de eso hacía ya ocho años. Durante ese tiempo había derramado sangre inglesa, y algo de la suya propia. No podía desobedecerlo con lo que había en juego. Si quería ver a su nación libre de los ingleses debería sacrificarse.

—Será un honor complaceros una vez más, mi señor.

—Es una manera de recompensar la lealtad del clan Douglas durante todos estos años de guerra. Creo que entregaros el gobierno de Stirling me dará tranquilidad en todo momento, porque no caerá en manos inglesas. Por otro lado, ofrecerle la posibilidad de que su hija se convierta en señora del castillo, creo que puede animarlo a apoyarnos en esta guerra.

—Lo entiendo, señor.

—¿Tengo vuestra palabra de que una vez que toda esta guerra termine, desposaréis a la hija de Archibald Murray?

William deslizó el nudo que acababa de apretar su garganta al sentir la mirada fija de su rey. Era como el lazo del verdugo y pensó que no podría hablar. De manera que se limitó a asentir primero, y responder a continuación. Mientras recuperaba la templanza.

—Lo estoy. Si no muero en las próximas jornadas —aclaró con una chispa irónica que provocó la sonrisa en todos los allí presentes.

—Hasta ahora os habéis conducido con la prudencia y la sagacidad de un buen guerrero. Procurad no dejarla viuda antes de desposarla o perderemos posibilidades en Stirling —le pidió el rey con la misma chispa irónica que había empleado él.

—Lo intentaré, mi señor.

—En ese caso, lo prepararemos todo para partir los antes posible hacia las tierras de los Camero. Como no podía ser de otra manera, formaréis parte de la expedición —le aclaró mientras el joven Douglas asentía.

William saludó a Robert por última vez antes de abandonar el salón. Había dado su palabra y la cumpliría. Solo tenía que pensar que lo hacía por el bien de su nación. Y no porque en verdad deseara atar su vida a la de una mujer.

Horas más tarde William disfrutaba de la bebida y la compañía de sus amigos en una taberna. Pero en ciertos momentos no podía evitar quedarse pensativo dándole vueltas a la situación a la que se veía abocado.

—Entonces, ¿cuándo marchas a conocer a tu futura esposa?

La pregunta de Angus, un escocés de cabello y barba castaños, pareció despertar a William de sus pensamientos. Sacudió la cabeza y contempló a su amigo con los ojos entrecerrados.

—¿Por qué no lo dejas estar? ¿O quieres que parta la cara?

—Déjalo o lo cabrearás de verdad. Bastante tiene con haber aceptado —comentó Malcom, el otro fiel amigo saliendo en defensa de este—. Si te lo hubiera pedido el rey Robert en persona, tú habrías aceptado igual que él. O yo mismo. No se puede ir contra la voluntad de este. Decidimos rendirle pleitesía cuando fue coronado en Scone, de manera que no nos queda otra que acatar sus órdenes.

—Creedme que no lo hago por mi voluntad, sino porque necesitamos más hombres para tomar Stirling. Y como has dicho, rendimos vasallaje al rey Robert —resumió el joven Douglas mirando a Malcom y dejando luego la mirada suspendida en el vacío.

—Es verdad. El castillo de Stirling es una de las últimas fortalezas que retienen los ingleses junto con el de Berwick. Si los expulsamos de esta habremos dado un paso definitivo porque no creo que tengan intenciones de defender esa última fortaleza —dijo Malcom con orgullo—. La muerte de Wallace y las de tantos compatriotas no pueden haber sido en vano. Estamos ganando la guerra a Inglaterra.

—El clan Murray es uno de los más poderosos. Muchos hombres de otros clanes lo seguirán si el rey Robert consigue atraerlo a su causa —advirtió Angus.

—Siempre fue partidario del rey. Pero el hecho de que este apuñalara a Comyn en la reunión que ambos tuvieron en Greyfriars, lo hizo desconfiar —apuntó Malcom.

—Sí, decidió no tomar parte por Bruce y se mantuvo neutral durante algún tiempo. Pero seguro que las circunstancias de la guerra hicieron que tomara partido por Comyn y Eduardo. Quiero creer que fue por el bienestar de su clan —resumió William expresando su opinión personal en ese asunto.

—Ahí es donde entráis tú y la hija de Archibald Murray —señaló Malcom.

—Y la propiedad del castillo de Stirling. No lo olvides. Será la dote del propio rey Bruce a la pareja —aseguró Angus—. Por cierto, ¿qué sabes de ella?

William frunció los labios y encogió los hombros.

—No me importa quién sea, ni como sea. Solo tengo que cumplir mi parte del trato y ya está.

—Sí, viviendo en un castillo tampoco es necesario que os veáis —apuntó Angus convencido de que su amigo se comportaría de esa manera.

—Ella tendrá su propio servicio de damas. Podrás hacer lo que le plazca. No me interesa —insistió sacudiendo la mano para dejar claro que no le importaba lo más mínimo lo que ella pudiera hacer.

—Pero admite que tendrá que engendrar un heredero —le avisó Malcom con toda intención.

William gruñó.

—Sí, bueno. Es su deber. No hace falta que nadie se lo diga.

—¿Y si es una vieja solterona? Ya me entiendes… Una mujer entrada en años a la que su padre no ha conseguido casar —La risa de Angus enervó, más todavía, el ánimo de Malcom.

—He dado mi palabra. Si conseguimos que los Murray se unan a las huestes del rey, y con ello liberemos Escocia del yugo inglés, bienvenida sea —William apuró de un trago su bebida sin hacer más caso a sus dos amigos. Apretó los dientes con rabia pensando en que además de haber aceptado el compromiso, su prometida no fuera nada agraciada. Si al menos fuera una muchacha joven y atractiva… se dijo en un intento por animar un poco.

—Te aconsejaría que te desfogaras antes de ir a las tierras de los Murray a conocer a tu futura esposa —le jaleó Angus entre risas.

Pero William no dijo ni una palabra más. Se limitó a mirar a los dos y sacudió la cabeza sin entenderlos.

—Me gustaría veros en mi situación. Estoy seguro de que no os estarías riendo.

Decidió que lo mejor era alejarse de aquellos dos y estar a solas. No solo no se trataba de tener una esposa sino de que esta le diera un hijo que siguiera con el apellido Douglas. Pero eso a él no le importaba en ese momento. Ya se preocuparía cuando llegara. Por lo pronto, solo quería entrar en batalla y que volvieran a ser una nación libre que tomara sus propias decisiones. Había sido educado para pelear, para ser algún día el señor del clan Douglas y procurar que todos lo respetaran. Desde que comenzó la guerra contra Inglaterra, no había pasado ni un solo día sin combatir al lado de su padre, conduciendo a su clan junto a otros tantos a la batalla. Y aún después de muerto Wallace había seguido combatiendo para liberar los castillos escoceses en manos de los señores feudales ingleses. Y lo haría hasta el final porque era su cometido. No había cabida para el amor cuando había visto su país sometido y desangrado por Eduardo de Inglaterra.

***

La comitiva hacia las tierras de los Murray partió de la capital dos días después de que William se hubiera comprometido a acatar la orden del rey. Les llevaría unas jornadas llegar a las tierras de los Murray, las cuales quedaban cerca del propio castillo de Stirling. Lo que le dejaba algo de tiempo para pensar en lo que le diría a su prometida. Le sonaba extraño pensar en una mujer de esa manera. No había considerado la idea de casarse hasta que la guerra no hubiera concluido. Pero los acontecimientos se habían precipitado y no tenía otra opción. De repente se veía comprometido con una mujer a la que no había visto. A raíz de este comentario, recordó las palabras de su amigo Angus sobre si esta sería una vieja solterona a la que su padre no había conseguido encontrar un marido. Sacudió la cabeza desechando esa idea mientras cabalgaba con el ceño fruncido, la mirada gacha y las manos cerradas con fuerza en torno a las riendas. Su padre no pasó por alto estos gestos y sonrió porque intuía lo que le sucedía a si hijo.

—¿Estás nervioso por conocer a tu futura esposa?

—¿Eh? ¿Cómo dices? —William desvió la atención hacia su padre.

—Te preguntaba si estás nervioso ante el compromiso que has adquirido con el rey Robert.

William inspiró primero y soltó el aire a continuación.

—No lo sé. No tengo ni idea. Nunca lo he hecho antes.

—Es normal. Nunca has mostrado interés por una mujer. Luego, no puedes saber lo que te espera. Si tu madre te viera…—dijo el viejo Douglas con cierta resignación o melancolía porque ella ya no estaba en este mundo. Y él solo deseaba ir con ella, pero no parecía que su hora hubiera llegado todavía.

—¿Y si ella no acepta?

—Lo hará. Respetará la palabra de su padre o bien será él en nombre de su hija quien lo acate. El castillo de Stirling es toda una tentación para cualquier jefe de un clan. Y el Murray no es diferente a los demás. Tenlo por seguro. De todas formas, de ti dependerá en gran medida que ella te acepte —le advirtió mirando a su hijo de pies a cabeza como si estuviera comprobando si ella lo haría al verlo.

—¿Yo? Solo puedo hablarle de la situación real a la que nos enfrentamos. Su colaboración es necesaria. No pretenderás que la seduzca… Porque no creas que tengo mucha experiencia.

—Pues te aconsejo que la encuentres y la pongas en práctica. Lo que sea para que ella no se oponga. Deberías tratar de seducirla y comportarte con ella como si en verdad te sintieras atraído e interesado por ella. No es una de esas mujeres que sueles frecuentas cuando estás por ahí con Angus y Malcom. Te lo advierto.

—Ya me hago a una idea de la clase de mujer que puede ser. Y de lo que tengo y no tengo que hacer. Haré todo lo que esté en mis manos para convencerla —le aseguró a su padre desechando la idea de que ella fuera una vieja solterona. Según las palabras de su padre, si ella no aceptaba su padre podría hacerlo y entregársela. No parecía que fuera a tener otra opción que aceptarla de todas, todas.

—Eso espero.

William lanzó una última mirada a su padre para dejarle claro que sabía lo que hacía en todo momento; o al menos eso creía él.

***

Archibald Murray no podía creer lo que le contaba su hombre de confianza. Y no lo hizo hasta que él mismo abandonó su casa y salió a comprobarlo. Robert Bruce marchaba al frente de una comitiva de hombres entre los que reconoció a James Douglas y al conde de Moray. Dio órdenes de que los hombres estuvieran alerta por lo que pudiera suceder y él mismo se armó con la espada al cinto. Sus más allegados hicieron lo propio poniéndose cotas de malla y corazas de cuero. Se armaron deprisa como si fueran a presentar batalla. El jefe del clan no se fiaba de esa repentina aparición. ¿Qué diablos hacía Bruce lejos de la corte? Sin duda que era una locura y una temeridad por su parte dados los tiempos que corrían.

William se sentía más nervioso a medida que se acercaban a la casa señorial del clan Murray. O tal vez se tratase de la curiosidad que despertaba en él conocer a la hija del jefe del clan. Iba escrutando los rostros de las mujeres y muchachas en edad de casarse, que iba encontrándose a su paso. Pero era algo absurdo hacerlo puesto que su futura prometida estaría dentro de la casa del clan. De manera que tendría que esperar un poco más para conocerla. Eso si Archibald Murray accedía

—¿Qué habéis venido a hacer a mis tierras? Sabed que estamos dispuestos a repeler cualquier ataque por vuestra parte —El tono frío y autoritario de Archibald Murray y su pose defensiva con la mano cerrada en torno a la empuñadura de su espada, así lo manifestaba.

—No he venido a pelear, sino todo lo contrario.

—Y por ese motivo os escoltan tantos hombres de armas —le comentó haciendo un gesto con el mentón hacia el nutrido grupo de caballeros montados a caballo y a pie.

—He venido a haceros una propuesta. La escolta es lógica en estos días. Hemos pasado cerca de Stirling, y ya sabéis que está bajo dominio inglés.

—No quiero saber nada de vos. Volveros por dónde habéis venido antes de que ordene a mis hombres que os hagan prisioneros.

Aquellas palabras provocaron un ligero revuelo entre los hombres que acompañaban al rey. James Douglas observó por el rabillo de su ojo a su hijo como dirigía su mano hacia la empuñadura de su espada.

—Quieto —le ordenó deteniendo su brazo y mirándolo con autoridad—. ¿Piensa que tu prometida puede estar viéndote? ¿Qué imagen pretendes causarle si desenvainas la espada ante su padre?

William apretó los dientes y devolvió una mirada de incomprensión a su padre. ¿Quería que se quedara quieto sin hacer nada?

—¿Qué me importa ella si el jefe de los Murray pretende atacar al rey?

—¿Quieres abrir un nuevo frente contra tu futuro suegro? Es la hora de la negociación. No de emplear la espada. Ya tendrás tiempo cuando entremos en Stirling y sitiemos el castillo.

William movió la cabeza sin comprender a su padre. Frunció el ceño y apretó las manos alrededor de las riendas de su caballo. Decidió prestar atención a la conversación del rey con Archibald Murray.

—No habéis escuchado mi proposición todavía —le dijo Bruce descendiendo de su caballo para quedar frente al jefe Murray.

—Os repito que nada de lo que…

—Imagino que sabréis que a estas alturas sabréis que Stirling es la única fortaleza que resta en manos de Eduardo. El resto de los castillos han cambiado de manos y ahora pertenecen a los escoceses.

—Sí, no soy sordo a los comentarios que circulan. Pero os olvidáis de Berwick en la frontera. Sabéis tan bien como yo que Eduardo I, padre del actual rey inglés, lo tomó sin ninguna contemplación y anunció que abdicaba del trono escocés en favor de John Balliol. Y que años más tarde lo retomó y se autoproclamó rey de Escocia. Pero eso es algo que vos ya sabéis. Y vos me habláis de tomar Stirling y su castillo.

Archibald no pudo evitar reírse de aquella supuesta propuesta.

—Veo que conocéis muy bien la historia de nuestra nación. Pero yo he venido a solicitaros ayuda para arrebatarle Stirling a los ingleses. Ya nos ocuparemos de Berwick en su momento —le aseguró convencido de que así sería.

—O sois un loco o un necio por venir hasta aquí para hacerme esa proposición. Se os ha olvidado que os negué mi apoyo cuando asesinasteis a Comyn. —Archibald se encaró con Robert Bruce para dejarle clara su postura.

—Os mantuvisteis neutral en la disputa entre los Comyn y yo. Pero veo que os ha compensado después de todo uniros a estos y a los ingleses —le refirió con ironía.

—No me gusta que estos dirijan el destino de Escocia, pero ¿qué queríais que hiciera? Tengo que velar por la seguridad de mi clan —le expuso señalando a la gente que se había acercado a escuchar la conversación.

—John Comyn iba a traicionar a Escocia contándole al rey Eduardo nuestros planes. Iba a vendernos. No podía consentirlo. ¡Basta de ser vasallos de los ingleses! Vos mismo acabáis de decírmelo. No os gusta que nos gobiernen. Olvidad el pasado y uníos a mí para terminar de expulsarlos de nuestra tierra, Archibald. Os estoy brindando la oportunidad de hacerlo.

El jefe Murray no apartó su mirada del rey Robert ni un solo instante.

—¿Y qué ganaría yo?

—Una nación libre.

Archibald aguantó la risa.

—Eso ya lo tengo, apoyando a los ingleses.

—El castillo de Stirling pasaría a manos de los Murray —le dijo con un tono embaucador que cambió el semblante de él.

—¿Habláis en serio? ¿Por qué habríais de entregárnoslo?

—El castillo sería vuestro con una sola condición más.

—Ya me parecía a mí que no me bastaría con unir a los Murray y a sus aliados a vuestras huestes —ironizó entre risas.

—Un compromiso que acabe en matrimonio.

—¿De qué estáis hablando? —Archibald Murray se mostró receloso ante esas palabras. No convenía creer a pies juntillas a los reyes ni a los gobernadores. Siempre acababan por traicionar a uno. Entornó su mirada hacia el rey aguardando una explicación.

—Un matrimonio entre vuestra hija y el hijo de James Douglas. Ellos serán los que regenten el castillo de Stirling.

—¿Con el Douglas? ¿Por quién me tomáis? ¿Queréis que la case con el diablo? —le espetó con una mezcla de incredulidad y rabia porque pensaba que se reía de él.

—Os estoy ofreciendo la libertad de nuestra nación y el último castillo que queda por tomar a cambio de la mano de vuestra hija para William Douglas —Robert extendió el brazo para señalarlo montado sobre el caballo—. Se convertiría en la señora de Stirling.

—Ya veo vuestra jugada.

—No hay ninguna jugada. Lo único que os pido es ayuda para Escocia. Nada más. A cambio os ofrezco el castillo para que vuestra hija gobierne.

—¿Y en cuanto a mí? ¿Qué me quedaría? ¿Podría ser el gobernador de Stirling? —le sugirió elevando una ceja con suspicacia.

—Podría ser. Esos términos los negociaríamos cuando todo haya pasado. Tenéis mi palabra.

Durante unos segundos Archibald Murray permaneció pensativo. Después de todo, la oferta era bastante buena. Su hija regiría en el castillo de Stirling y él podría ser el gobernador. Lo que no acababa de convencerle era la presencia de los Douglas. No eran gente de su confianza, ni a los que se les pudiera manipular.

Los dos hombres permanecieron retándose con las miradas esperando a ver cuál de los dos se apartaba primero.

—Tenéis mi palabra. Los Murray lucharan a favor vuestro. Pero incumplid lo prometido y yo mismo acabaré con vos. También os doy mi palabra en este caso.

—Me consta que lo haríais, pero os lo ahorraré. Y ahora, ¿dónde está vuestra hija?

William había estado escuchando la conversación en parte relajado, pero expectante a lo que pudiera suceder. No había dicho nada a su padre después de su gesto con él al detener su brazo camino de su espada. Sin embargo, al escuchar aquella pregunta, William se irguió en el caballo y su cuerpo lo acusó, tensándose sobre la silla.

La joven Bronwyn permanecía asomada a una ventana observando con atención y curiosidad a su padre mientras hablaba con el rey Robert. ¿Qué hacía este allí? Por lo que ella sabía, su padre se había mostrado partidario de John Comyn. Y se había mantenido leal a Eduardo para no tener ninguna disputa con este. Y de repente Robert Bruce se presentaba ante las puertas de su casa con un nutrido grupo de hombres armados. Entre estos, no pudo fijarse en uno. Tenía el cabello oscuro y algo enmarañado por la lluvia y viento. Sus rasgos eran firmes e incluso algo duros, como si se los hubieran tallado. Su mirada sin embargo parecía llena de curiosidad y no dejaba de pasearla por la gente allí reunida, como si estuviera buscando a alguien.

—¿Sabes quién es? —le preguntó a su madre, que permanecía a su lado observando el devenir de los acontecimientos.

Margaret se mostró sorprendida por la curiosidad mostrada por su hija. Por otra parte, entendía que aquel hombre le hubiera llamado la atención. No era nada extraño dado su aspecto. Pero si era quien ella creía…

—¿Te refieres al joven que está junto a James Douglas?

El semblante de su hija cambió al escuchar aquel nombre, y su mente se llenó de las historias que había escuchado contar acerca de este y de sus actos en favor del rey Robert.

—¿James Douglas, el Negro? —preguntó con un ligero temblor en la voz.

—Así lo apodan los ingleses debido al terror que inspiraba a estos. Él mismo arrasó su propio castillo cuando los expulsó. Supongo que el hombre al que te refieres es su hijo, William Douglas. Lo deduzco por el blasón que lleva impreso en su jubón. Y por el color del tartán de su plaid.

Bronwyn sintió un escalofrío recorriendo su cuerpo al conocer la identidad de aquel hombre. Le había llamado la atención desde el primer momento por su aspecto, pero no pensó que pudiera tratarse de hijo de Douglas, el Negro. Sin embargo, su mirada parecía haberle transmitido algo diferente a lo que ella conocía de la historia de dicho clan.

—No sé a qué habrá venido el rey Robert, pero supongo que pronto lo sabremos por tu padre. Venga, será mejor que te apartes de la ventana.

La hija de los Murray pareció no escuchar las palabras de su madre y permaneció un poco más en esta. Su mirada no podía apartarse de aquel hombre. ¿El joven Douglas? Sería mejor no cruzarse con él, si era como contaban que lo era su padre. Mejor sería no llamar la atención. Pero cuando lo pensó comprendió que era ya tarde porque él la contemplaba con una mezcla de curiosidad y desconcierto.

William levantó la mirada hacia lo alto de la casa de los Murray. No era una gran construcción, pero era digna del jefe del clan. Sin embargo, lo que captó su atención fue la figura de una joven con el cabello semejante al color de la miel y un rostro risueño. Permanecía asomada a una de las ventanas del piso superior y tenía la impresión de que lo estaba contemplando. Cuando ella se dio cuenta de que él la había sorprendido, esta le lanzó una última mirada de desafío y desapareció. Él se quedó pensativo sin saber qué pensar hasta, que sintió una mano que le tocaba el brazo.

—Desmonta. Vas a conocer a tu prometida —le aseguró su padre con una sonrisa cínica—. Y compórtate o la asustarás.

William no dijo nada. Sacudió la cabeza y volvió a alzar la mirada hacia la ventana en la que había estado asomada aquella muchacha. Se trataría de alguna sirvienta que iría con el cuento a su señora sobre las personas que acababan de llegar. Claro que, para serlo, la mirada que le había dirigido había sido bastante arrogante, la verdad. ¿Tal vez supiera quién era él? Era consciente que el clan Douglas no gozaba de un buen trato entre los demás clanes leales a Inglaterra. Confiaba que no esto no fuera un impedimento para la muchacha. Si tenía oportunidad la buscaría para contemplarla de cerca y quién sabe, a lo mejor se pasaban un rato agradable, se dijo tratando de animarse y no pensar en su prometida.

Un matrimonio por Escocia

Подняться наверх