Читать книгу Agresividad y maltrato en el ámbito escolar: ¿una nueva modalidad vincular? - Eduardo Daniel Levín - Страница 5

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1. Vínculos interpersonales

1. ¿Qué son los vínculos interpersonales?

Todo ser viviente necesita interactuar con el otro por muy diversos motivos. A diferencia de los demás seres vivos, el humano requiere necesariamente de la presencia del semejante, es interdependiente, no puede comenzar a desplegar su vida sin la presencia y el sostén del otro.

Por medio de la presencia y la mirada contenedora del otro, uno puede empezar a desarrollarse y construir un camino dentro de su vida, de acuerdo con una multiplicidad de factores externos e internos, así como con la fundamental influencia de los diversos contextos en los cuales se encuentre inserto.

Comenzaremos introduciendo esta compleja temática con la siguiente definición:


El desarrollo de las relaciones interpersonales en la niñez y adolescencia es un fenómeno complejo y multidimensional, especialmente sensible a las influencias de la edad, el género, la raza y el contexto sociohistórico. (Veccia, 2002)

Resulta imposible prescindir de la influencia del contexto, ya que uno está inserto en la cultura y en ella construye su ser. Ahora bien, ello no implica necesariamente que el individuo interactúe con el medio indefinidamente. Muy por el contrario, y de acuerdo con la novela familiar y social que vaya transitando y constituyéndolo, será más o menos permeable a la influencia y los intereses para con el medio que lo rodea.

De aquí es que podrían comprenderse las diversas actitudes que van adoptando los sujetos en materia del establecimiento de los vínculos interpersonales.

En otras palabras, según el medio cultural en el cual se halla inserto, los rasgos de personalidad predominantes, las experiencias adquiridas en el decurso de su vida, se definirán cómo y cuánto ese sujeto se vinculará con el afuera.

Los logros y las frustraciones adquiridos se irán entretejiendo en cada ser, constituyendo su tendencia predominante para con su medio.

2. La comunicación como pivote del vínculo

2.1. Comunicándonos

La comunicación es el medio por el cual tomamos contacto con los otros y ponemos en común nuestros pensamientos, deseos, inquietudes, emociones y sentimientos. Es el ápice del vínculo interpersonal ya que facilitaría un encuentro o, de llegar a estar obstaculizada, promoverá un desencuentro que llevará a la enajenación y el aislamiento.

¿Cómo es posible que, a pesar de los importantes avances tecnológicos, la comunicación sea cada vez más difícil y compleja de lograr?

No dejamos de asombrarnos de cómo, a pesar de la alta y sofisticada tecnología, cada día haya más tendencia a permanecer ensimismados y con una considerable actitud de indiferencia para con los otros.

Internet y la telefonía celular han crecido geométricamente. Gracias a ellas, entre otros factores, los tiempos se acortaron a milésimas de segundos. Las distancias comunicacionales prácticamente no existen. Sin embargo, si uno se pone a mirar a los otros –incluso a uno mismo–, sea viajando en un colectivo, o al pasar por un ciber, o en una reunión de un subgrupo de chicos, no se ve más que seres aislados que hacen cada uno lo suyo sin prestarle atención alguna al resto del entorno.

Daniel Lagache decía que la comunicación refiere a dos o varias personalidades comprometidas en una situación común y que luchan con las significaciones.

Es sumamente conocido el concepto que entre el emisor y el receptor habría una suerte de “filtro” que puede llegar a favorecer u obstaculizar el feedback. Podemos aseverar, por ejemplo, que cuando hablo sé qué es lo que quiero transmitir. Sin embargo, no podría asegurar categóricamente que el receptor haya escuchado e interpretado fielmente ese mensaje transmitido.

Por otra parte, sabemos bien que la comunicación se logra no solamente por medio de la palabra. Muchas veces, incluso, las expresiones no verbales, esto es, los gestos, las actitudes y las conductas, la mirada, el silencio, pueden llegar a tener mucha mayor incidencia en el otro que las mismas palabras.

Un estudio sobre comunicación enmarca los diversos aspectos de la misma diciendo que, de la totalidad de un mensaje, solamente alrededor de un 7% presta atención al texto, 38% a cómo se les habla y 55% a lo que acompaña a la palabra.

Las posibles barreras que pueden llegar a surgir estarían vinculadas a:

1) aspectos ambientales (lugar, distracciones, incomodidad, ruidos);

2) aspectos verbales (idioma, modalidad de expresarse, códigos particulares, escasa claridad en la transmisión, dificultad de atención y concentración, interpretaciones erróneas, etc.), y

3) aspectos interpersonales (dificultades propias, prejuicios y preconceptos, apreciaciones subjetivas, conflictos o antecedentes previos, experiencias, emociones y afectos, etcétera).

¿Cómo se visualizaría todo esto en el ámbito escolar?

El docente transmite a sus alumnos un determinado concepto. La directora coordina una reunión con el plantel docente y señala una serie de aspectos a cumplimentarse. Una maestra se pone a conversar con otra, señalando determinada percepción sobre la conducta y la aplicación de un alumno. La secretaria vuelve a reiterar a la docente la urgencia de completar los registros de sus alumnos.

Ahora bien, ¿cómo uno puede asegurar que dichos mensajes hayan llegado bajo el modo y la intencionalidad propuestos por cada uno de ellos?

Habría aquí algunos primeros interrogantes: ¿cómo es transmitido?, ¿qué es transmitido?, ¿cuándo es transmitido?

La modalidad en la cual se transmite, el tiempo y el espacio en el que ocurre, el contenido y el grado de reiteración que posea el mensaje, sumado a los aspectos referidos a la estructura de la personalidad del propio individuo y su experiencia de recorrido de vida, influyen todos ellos en materia de éxito o fracaso para que la comunicación llegue a ser efectiva.

Se podría hablar de tres estilos de comunicación:

1) Asertividad. Personas abiertas a las opiniones ajenas, a las que dan la misma importancia que a las propias. Parten del respeto hacia los demás y hacia uno mismo, aceptando que la postura de los otros no tiene por qué coincidir con la propia y evitando los conflictos sin por ello dejar de expresar lo que se quiere de forma directa, abierta y honesta.

2) Pasividad o no asertividad. Personas que evitan mostrar sus sentimientos o pensamientos por temor a ser rechazados, incomprendidos o a ofender a otras personas. Infravaloran sus propias opiniones y necesidades, y dan un valor superior a las de los demás.

3) Agresividad. Personas que sobrevaloran sus opiniones y sentimientos personales, obviando o incluso despreciando los de los demás.

De alguna manera, y de acuerdo con el estilo predominante, los canales de comunicación se verán favorecidos u obstaculizados, más allá de la temática en sí que esté en juego.

Una diferencia fundamental estará puesta en la pregunta acerca de si uno desea comunicar para que el otro reciba y comprenda, o simplemente resulta ser un mero hecho de “descarga y catarsis”. Mucha gente necesita hablar más allá de cuánto interés pueda ello generar en el otro.

Si uno observa detenidamente algunos “diálogos”, se podrá visualizar fácilmente cómo el comentario de uno dispara el del otro de manera inmediata, más allá de que el primero haya o no finalizado su exposición.

A simple modo de ejemplo, si un individuo comienza contando una dificultad que tuvo en un trámite bancario y el otro de manera inmediata le comenta haber pasado algo similar o hasta peor en una determinada ocasión, la resultante será que ninguno de los dos ha escuchado al otro, salvo para evocar sus propias experiencias.

Habría en el ser humano una suerte de necesidad de descarga inmediata por medio de la expresión de los propios pensamientos, sentimientos y experiencias, más allá de llegar a escuchar lo que el otro puede tener para decir.

Asimismo, los apresuramientos en responder, así como deducir lo que va a decir el otro, alejan la posibilidad de escucha y, por ende, de interacción legítima.

Otros temas que podríamos sumar aquí, además de la escucha ampliada, están referidos a llegar a tener la actitud y la predisposición de ser flexibles y no adoptar una conducta rígida o reticente, de evitar los preconceptos y prejuicios previos, así como poder tener presente y pensar qué es lo que el otro quiere verdaderamente comunicarnos.

En el ámbito escolar, los obstáculos que suelen generarse en el nivel comunicacional, y que evidentemente afectan directamente el adecuado establecimiento de un vínculo, son los siguientes:

• Entre la Dirección y un docente, por ejemplo, prejuzgando, no dando lugar a que puedan expresar su interés, priorizando intereses institucionales por sobre los personales, etcétera.

• Entre los mismos docentes, estereotipando o marcando franjas de separación entre los “antiguos” y los “nuevos”, realizando críticas de un tercero por los pasillos y siendo hipócritas ante la persona en cuestión, enredándose en aspectos netamente competitivos, fomentando la exclusión y la rivalidad, etcétera.

• Entre el docente y los alumnos, encasillando a determinados personajes dentro del aula, protegiendo a aquellos otros con quienes poseen mayor empatía, menospreciando saberes, efectuando preguntas “desubicadas” o intervenciones fuera de contexto, así como las cotidianas observaciones sobre el mal modo conductual que el alumno denota en la clase.

2.2. ¿Qué se pone en juego en el establecimiento de un vínculo?

Uno de los conceptos más trabajados y que, de alguna manera, resulta pivote en el establecimiento de un vínculo es el término “empatía”, que suele ser definido como una destreza básica de la comunicación interpersonal y de la inteligencia emocional, fundamental para comprender el mensaje del otro.

La esencia de la empatía es percibir lo que los otros sienten sin decirlo. Requiere saber interpretar las emociones ajenas, percibir las preocupaciones y los sentimientos ocultos del otro y responder a ellos.

En palabras simples, podríamos decir que la empatía es aquel sentimiento que facilitaría que dos o más personas puedan establecer un encuentro, sea mediante el diálogo o bien por algún otro medio de interacción.

Es el poder sentirse escuchado y contenido, así como percibir que existe interés y compenetración por ambas partes. En nuestro medio social también lo suelen definir y expresar con las palabras “tener onda” o “piel”.

Aun así, la empatía –a diferencia de las expresiones populares mencionadas– tendría un nivel más elevado que un mero sentimiento de “piel” u “onda”, pues se ponen en juego aspectos referidos a una construcción que se va llevando a cabo, y no solamente en un plano imaginario-fantasioso que se instaura entre dos personas.

Otro de los conceptos que se suman para que un vínculo interpersonal pueda llegar a establecerse es el referido a los “intereses” que ese vínculo promueve.

Podría enunciarse que mayormente debe existir algo que los una y los conduzca a querer interaccionar. Puede estar referido a objetivos precisos, situaciones particulares que se deben compartir, aspectos laborales, lazos afectivos, etcétera.

El ser humano necesita del establecimiento de vínculos interpersonales aunque no por ello siempre lo desea legítimamente. Como se mencionaba antes, es un ser social por naturaleza que requiere de la presencia y la mirada del otro. La evitación, el ensimismamiento y, en consecuencia, el aislamiento, conllevan a estados de desánimo y decaimiento que conducen indefectiblemente a la enfermedad.

Entonces, si este planteo lleva a enunciar que un vínculo interpersonal es trascendente, ¿por qué se suelen observar tantas situaciones de desencuentros, desilusiones y frustraciones, así como una gran variedad de obstáculos que se interponen entre las personas?

En primer lugar, cada uno va descubriendo al otro en el transcurso del tiempo y por medio de las experiencias que se van enlazando con él.

En segundo lugar, los objetivos que cada uno persigue pueden luego bifurcarse y hasta transformarse en antagonistas de aquella motivación originaria. Es decir, aquello que en su origen los unió, con el correr del tiempo puede llegar a conducirlos a búsquedas y expectativas diferentes, promoviendo alejamiento y desinterés.

Y en tercer lugar, tanto los rasgos de la estructura de la personalidad como las diversas “crisis vitales” que uno va atravesando en el decurso de su vida gestan cambios subjetivos, prevalencias y preferencias que seguramente pueden diferir del objetivo originario.

La historia personal favorecerá u obstaculizará el encuentro con otro. Los rasgos de personalidad influenciarán en una mayor o menor apertura y entrega. La búsqueda personal específica, esto es, lo que uno necesita hallar en el otro, posibilitará u obstaculizará esa necesidad.

Desde la teoría de la comunicación, sabemos que existen un emisor y un receptor, así como, en referencia al mensaje, que éste no siempre suele llegar del mismo modo, intensidad e intencionalidad, como fue deseado y transmitido.

Podría decirse que entre emisor y receptor habría una suerte de “filtro” que a veces posibilita la fidelidad del mensaje, que llega a recibirse tal como se lo ha deseado transmitir, y otras muchas lo distorsiona, lo trastoca o lo impide sobremanera.

Dentro de la teoría proyectivista, Leopold Bellak (1996) planteaba que más que hablar de “percepción” deberíamos hablar de un concepto más específico que él ha denominado “apercepción”. Este término proviene del latín y refiere a ad-percipere; indica un proceso mediante el cual “la nueva experiencia es asimilada y transformada por el residuo de la experiencia pasada de cualquier individuo, para formar un todo nuevo”.

En otras palabras, aquí se plantea que nuestra percepción de la realidad está siendo influenciada por experiencias y que, de acuerdo con esas primeras experiencias en nuestra historia de vida, uno selecciona, recorta y dirige sus percepciones. Esto daría cuenta de, por ejemplo, por qué dos personas que ven determinado film pueden llegar a ver dos películas diferentes o, al menos, seguramente sienten cosas diferentes.

¿Por qué incluir aquí este concepto? Pues porque esta “distorsión” de la realidad que cada uno percibe es promotora de un sinfín de diferencias y obstáculos en materia de la consolidación de los vínculos interpersonales.

Cada uno suele tener diferencias perceptivas de una misma realidad compartida. Las grandes discusiones muchas veces suelen arrancar por diferencias de sensaciones o lecturas de una misma realidad compartida, comúnmente errónea y subjetiva.

En verdad la realidad es una, sólo que los sentimientos y los pensamientos difieren en cada sujeto en particular, “distorsionando” esa particular realidad percibida.

Uno puede haberse sentido ofendido por el modo en el cual el otro ha solicitado una tarea o ha expresado determinada idea. La manera como uno la ha sentido es definitivamente indiscutible. Lo que sí puede llegar a replantearse es el concepto mismo, la tarea a realizar, la idea expresada, etc., pero de ningún modo lo que cada uno ha percibido y sentido de y ante esa determinada situación.

Entonces, además de los conceptos de empatía y de los objetivos que reúnen a dos o más personas, ahora podemos sumar la existencia de una particular “barrera” –por así decirlo–; barrera que está estrechamente vinculada con el concepto de “apercepción” de esa realidad concomitante.

3. El individuo y sus contextos

El individuo está inserto y es afectado por diversos contextos, algunos que lo trascienden como sujeto, otros que lo van constituyendo como sujeto, y al mismo tiempo son conformados por su propio recorrido de vida.

La influencia de esos contextos hace a que cada sujeto vaya adoptando y ubicándose en una particular manera, tanto para sí mismo como para con su medio. La escala de valores que irá construyendo, consolidando y ordenando será influenciada por ellos.

Los valores, en definitiva, lo conducirán a una determinada manera de posicionarse ante los otros y ante su propia vida.

Para graficarlo de una manera esquemática, podríamos decir que, de acuerdo con el marco sociocultural en que se encuentre inmerso, su particular posición ideológica, su marco familiar y el cúmulo de experiencias y crisis vitales que vayan siendo atravesadas, cada individuo tendrá su particular construcción con sus prevalencias, rechazos y modos conductuales adquiridos.




Evidentemente no tendrán los mismos procedimientos y construcciones psíquicas un niño que ha nacido en un medio sociocultural que lo ha estimulado al estudio y lo ha habilitado a la exploración de la naturaleza viva, de aquel otro que a muy temprana edad ha ido acompañando a sus padres en la recolección de cartones, o que en su temprana infancia ha tenido que salir a pedir monedas o a vender algún producto en los medios de transporte público.

De igual manera, lo ideológico y lo religioso se pondrán en juego a la hora de favorecer u obstaculizar e inhibir diferentes elecciones conductuales acerca de su fortalecimiento como persona.

En este apartado haremos hincapié en una de las variables antes mencionadas: la que se refiere a la incidencia del marco familiar.

Veremos cómo el marco familiar incide e influye sobremanera en la consolidación de la estructura de su personalidad así como en su modalidad conductual e interaccional para con los otros.

Desde el contexto familiar. La familia como unidad o sistema conforma un campo privilegiado de observación e investigación para estudiar, comprender y analizar la interacción humana para con su entorno.

Allí se entretejen los lazos afectivos primarios, los modos de expresar emociones y afectos, el aprendizaje del lenguaje, la reconstrucción de los eslabones históricos que enmarcan un sentimiento de pertenencia y continuidad, entre otros tantos factores intervinientes. La familia constituye los cimientos del sujeto humano.

Cada uno lleva consigo un modelo de familia internalizado que trasciende muchas veces a la propia generación (Laing, 1971).

Al adentrarnos en la conceptualización del contexto familiar, visualizamos la amplitud que posee y la influencia que sostiene en materia de la elección de vida.

En verdad, requeriría un mayor y extenso análisis sobre las variables que son puestas en juego en la consolidación de una familia, así como los diferentes modos que, con el correr de estas décadas, se fueron sucediendo (separaciones, madres solteras, ausencia de un progenitor, familias ensambladas, etcétera).

El modelo familiar es, en sí mismo, un modelo afectado por las variables contextuales.

Cada familia responderá a una determinada dinámica que estará siendo influenciada tanto por las pautas socioculturales y económicas, como por la propia experiencia de vida. A partir de ese modelo, cada familia elabora su particular modo de funcionamiento y de distribución de roles de acuerdo con sus necesidades, lo que heredaron como modelo parental, la escala de valores y creencias, y con sus propias prioridades.

Tal conformación responderá a modelos conductuales adquiridos que, a modo de repetición, serán puestos en escena en su reproducción de vínculos interpersonales. Como bien señala Silvia Baeza (2000):

Representamos papeles en un drama que nunca hemos visto ni leído, cuyo argumento no conocemos, cuya existencia podemos entrever, pero del que el comienzo y el fin están más allá de nuestras posibilidades actuales de imaginación y concepción.

Dentro de cada marco familiar existe lo que se denomina un “mito familiar”. Ello refiere, como señala Gregory Bateson (1980), a una serie de creencias sistematizadas y compartidas respecto de sus roles y vínculos, los cuales se actúan sin discusión alguna.

Para responder a las situaciones nuevas y desconocidas, la familia requiere de la capacidad de una adaptación activa, el tener reconocimiento de las necesidades propias y del otro, generar condiciones nuevas y modificar la realidad inmediata.

Cuando no se cuenta con estos recursos, por lo general suelen aparecer las crisis familiares que se corresponden frecuentemente con la incapacidad del sistema de integrar el cambio y tener reglas muy rígidas. Como toda crisis, puede promover desestructuraciones así como oportunidades para alcanza un cambio. Ahora bien, para alcanzar una óptica más clara sobre la implicancia de la dinámica familiar, algunas de las preguntas posibles a formular pueden ser las siguientes:

1) ¿Quién ejerce la autoridad?

2) ¿Qué tareas corresponden a cada integrante según su género y edad?

3) ¿Cómo es la participación de cada miembro en la dinámica familiar?

4) ¿Quién provee las necesidades básicas?

5) ¿Qué códigos de comunicación están permitidos o habilitados sea mediante gestos, expresiones verbales, silencios; así como la “legitimización” de la expresión de sentimientos y emociones?

6) ¿Cuáles serían los modos comunicacionales predominantes?

7) ¿Cuál es la escala de valores y sus priorizaciones?

8) ¿Cómo es el manejo y la implementación de premios-castigos?

Tender al cuidado, favorecer el crecimiento, el desarrollo y la independencia de los hijos, así como la transmisión de valores y pautas socioculturales, son algunos de los objetivos básicos en toda constitución familiar. Sin embargo, ellos no siempre son aspectos valorados y resaltados dentro de la dinámica familiar.

En estas últimas décadas, dichos ejes se han ido complejizando a causa de las rupturas de paradigmas respecto del riguroso cumplimiento de la ley, la legitimidad de ésta y el adecuado ejercicio de la autoridad.

Asimismo, el aumento de divorcios, la existencia de familias uniparentales y la constitución de familias denominadas “ensambladas” fueron agregando nuevos desafíos, así como interrogantes, a la hora de determinar las pautas de convivencia y la consolidación de los valores prevalecientes.

La figura paterna fue adoptando diversos caminos acorde al nivel de compromiso que dominara dentro de la pareja, así como el lugar que se le adscribe en el marco familiar.

En numerosos casos es posible visualizar significativos conflictos que se suscitan, por ejemplo, a raíz del ingreso de un nuevo integrante de la pareja en calidad de “padrastro”, “novio” o “novia”.

La lucha por el poder y la autoridad va generando diferentes modos de accionar y modos de interacción con los otros. Los códigos propios se confrontan con los ya establecidos por el marco familiar originario, promoviendo numerosos encuentros y desencuentros a la hora de intervenir. Frases como “No tenés derecho”, “¿Quién te creés que sos?”, o bien “¡Vos no sos mi padre!”, son algunas de las expresiones más cotidianas que los hijos suelen dirigir intempestivamente al que perciben como “intruso”.

¿Cómo se ve reflejado todo esto dentro de la dinámica escolar?

Indudablemente la familia conforma el modelo basal de todo tipo de posicionamiento e interacción en la vida de cada individuo.

Bien se sabe que la expresión “chicos buenos” o “chicos malos” en materia de disciplina escolar resulta verdaderamente desacertada. Podría decirse que hay chicos que están más o menos adaptados a las normas y pautas de convivencia, y que ello conlleva la adecuación, o la inadecuación, dentro del medio escolar y social.

De alguna manera, podemos afirmar que los que se denominan “chicos malos” –siempre y cuando no posean una determinada patología o sean víctimas de alguna adicción crónica– simplemente podrían estar repitiendo determinados esquemas conductuales familiares, producto de lo que viven a diario en sus hogares.

Sin embargo, no siempre los chicos son actuadores del escenario familiar. Hay veces en que, en oposición a ello, terminan siendo pasivos y sumisos, cayendo probablemente en ser las futuras víctimas de maltratadores.

Los rasgos de la estructura de la personalidad que se vayan construyendo se irán consolidando con el paso de los años de vida, prevaleciendo luego rasgos determinados que incidirán de manera directa en el establecimiento de los vínculos interpersonales.

Habrá algunos cuyas actitudes serán tendientes a la extroversión, mientras en otros serán más del orden de la inhibición. Así también, de acuerdo con el clima familiar reinante y el lugar que los padres vayan adscribiendo al saber y el estudio, ello luego se verá reflejado en acciones y reacciones que determinados chicos reproducirán con sus propios docentes.

El cumplimiento de las reglas de convivencia, la escala de valores, el manejo de los límites, así como la regularización y modalidad de utilización del premio-castigo, influyen de manera considerable en lo que luego se verá reflejado en el vínculo con sus pares, docentes y directivos.

A simple modo de ejemplo, si en su hogar el chico observa pasivamente cómo el padre maltrata verbal y/o físicamente a la madre, o bien ve cómo es maltratado su hermano, indudablemente tales escenas dejarán en él una impronta que afectará su modo de conducirse en los otros espacios sociales donde interaccione, principalmente la escuela.

Podrá suceder que repita las mismas actitudes de maltrato a modo de identificación al género, o quizá adopte más bien una actitud de alejamiento o ensimismamiento ante toda situación disruptiva.

Si bien deberíamos ahondar en una multiplicidad de aspectos que son puestos en juego, se priorizarían los siguientes items, los cuales incidirían en su modalidad de establecer el vínculo interpersonal:

1) El vínculo particular que está establecido entre los cónyuges (lugar del respeto, uso de ironías y desprecios, desautorizaciones y desacuerdos, maltratos y violencia, etcétera).

2) El lugar que el hijo ocupa dentro del imaginario de los padres (deseado-no deseado, mediador, salvador, reemplazando un hijo fallecido, etcétera).

3) Cómo es visualizado el hijo (débil, introvertido, necesitado, o bien irrespetuoso, maleducado, agresivo, etcétera).

4) La modalidad de marcación de límites así como quién es el que ejerce la autoridad predominante (quién suele ser el que demarca los límites y cómo lo efectúa, sea por medio del diálogo, gritos, peleas, castigos, amenazas, etcétera).

5) El cumplimiento o la transgresión de las normas de convivencia familiar por parte del hijo.

Evidentemente, el marco familiar es pivote de los modos conductuales de los hijos, pues ellos repiten modelos y posturas observados y vivenciados desde su subjetividad.

Desde el silencio y la complacencia hasta el desborde y la agresividad fortuita, existe una amplia gama de posibilidades que constituyen los caminos que el niño, luego adolescente, va adoptando en sus modos vinculares y sus vicisitudes.

4. El funcionamiento psíquico

Con el propósito de resumir y simplificar los conceptos principales sobre el suceder psíquico, esto es, lo que pasa dentro de nuestra cabeza a nivel psíquico, intentaré introducir sucintamente las siguientes áreas:

1) a) Las tres instancias que nos gobiernan (lo que dentro del marco psicoanalítico se denomina yo, superyó y ello, así como lo consciente, lo preconsciente y lo inconsciente). b) Constructo de “personalidad”.

2) Las emociones y los afectos.

3) Las fantasías y la realidad.

Las tres instancias psíquicas. El psicoanálisis ha construido dos modelos diferentes que se entrelazan. Esto es denominado como primera y segunda tópica (primera y segunda teoría del aparato psíquico). La primera tópica corresponde a lo consciente, lo preconsciente y lo inconsciente.

En palabras sencillas, puede decirse que lo consciente es todo aquello que es accesible de forma inmediata y a lo cual recurrimos a diario en las muy diversas vicisitudes de nuestra vida. Se lo suele asociar al concepto de percepción. Recibe las informaciones tanto del mundo externo como interno; el tiempo y el espacio siguen una lógica común. Desempeña un papel importante en la dinámica del conflicto (evitación de lo desagradable y regulación del placer) y de la cura (toma de conciencia) (Laplanche y Pontalis, 1996).

Lo preconsciente se refiere a todo aquello que no tiene un acceso inmediato, directo, y que requiere de una mayor búsqueda y concentración. El lenguaje estaría vinculado con él. Evitaría que los contenidos inconscientes pasen a la conciencia de manera directa. Lo preconsciente es lo que de cierta forma escapa a la conciencia. Sería como una especie de filtro que resguarda a uno mismo, por ejemplo, evitando preocupaciones perturbadoras que han quedado como resto, así como también todo aquello que fue consciente y es ubicado en el preconsciente.

Lo inconsciente es, por así decirlo, aquello que por diferentes motivos ha quedado alejado de nuestra conciencia, aunque muchas veces, a pesar de las resistencias, pugna por expresarse de alguna manera (contenidos reprimidos). En la segunda tópica, este término será empleado como adjetivo.

Del inconsciente se desprenden sus manifestaciones más significativas que son la elaboración de síntomas, los lapsus y los actos fallidos, así como la producción onírica (por lo cual nuestro soñar tiene una multiplicidad de expresiones con imágenes y sonidos).

Entre medio de estas tres instancias se describen lo que se denomina “censuras”, que serían barreras que impiden que tengamos acceso directo entre cada una de ellas, muchas veces con el fin de evitarnos un mayor malestar.

Hasta aquí sería, de modo muy simple y básico, lo que refiere a la primera tópica.

La segunda refiere a las instancias que se denominan yo, superyó y ello.

Se dice que en el ello se encuentra el reservorio de energía psíquica (libido) y, básicamente, es impulsor de todo tipo de búsquedas vinculadas al placer y el displacer.

Aquí suele sumarse el concepto de pulsiones. De manera sumamente esquemática, entiéndase que se refiere a un proceso dinámico, que parte del campo de lo somático y busca disminuir su tensión a través de la obtención del placer-displacer. Es aquello que, por sus características, nunca termina de satisfacerse plenamente. En verdad, se trata de un término que por su complejidad requeriría ser desplegado con mayor profundidad; sin embargo, ello quedará pendiente para un próximo momento.

El superyó, por su parte, es aquella instancia conformada, podríamos decir, por dos partes fundamentales: por un lado, todo lo referente a las exigencias en miras al ideal que tenemos incorporado y, por el otro, todo aquello que actúa en nosotros como una suerte de punición, es decir, aquella parte de nuestro ser que constantemente “nos señala con el dedo” lo que debemos o no decir, sentir, llevar a cabo, etcétera.

Supuestamente nos contiene y nos cuida; sin embargo, lejos de ello, muchas veces hasta nos puede impedir ser y sentirnos verdaderamente libres, acceder al placer y el disfrute, e incluso conciliar el sueño.

El yo, por su parte, debe mediar entre ambas instancias, y es el que nos permite decidir, adaptarnos, dominarnos, darnos permisos, ayudarnos a ubicarnos tanto a solas como cuando estamos dentro de un entorno que nos rodea.

Esta muy esquemática conceptualización teórica sólo intenta introducir una pequeña parte de lo que, desde el psicoanálisis al menos, grafica el funcionamiento del psiquismo humano.

Sería sumamente complejo y extenso desplegar incluso la interacción y coexistencia que hay entre las dos tópicas, esto es, entre estas dos modalidades de describir el suceder psíquico, por lo cual quedará la propuesta abierta para que se pueda seguir investigando sobre el tema.

Constructo de personalidad. ¿Qué es la personalidad? Podemos señalar inicialmente que hay muy diversas definiciones apoyadas en marcos teóricos diferentes, cada una de las cuales coloca el acento en un determinado aspecto. Algunas de las definiciones que se podrían esbozar aquí serían las siguientes. Para Jean-Claude Filloux, “es la configuración única que toma en el transcurso de la historia de un individuo […] Es el conjunto de los sistemas responsables de su conducta”. Para Gordon Allport, “es la organización dinámica en el interior de los individuos de los sistemas psicofísicos que determinan los ajustes del individuo al medio circundante”. Para Theodore Millon, “es un modelo complejo de características psicológicas profundas, que son generalmente inconscientes, que no se pueden erradicar, y se expresan automáticamente, en cada faceta del funcionamiento individual […] Sus rasgos emergen de una complicada matriz de disposiciones biológicas, del aprendizaje y la experiencia, y comprende y abarca el modelo distintivo individual de percibir, razonar y enfrentar las situaciones y a los otros” (Veccia, 1998). Por su parte, Teresa Veccia (2006) la define como “la organización única e idiosincrásica de cada sujeto, que le permite interactuar con los otros, y que se ve influenciada permanentemente por los entornos en los que dicho sujeto se desarrolla”.

Sea cual fuere la posición teórica a la cual uno adhiera, lo cierto es que todas refieren –en alguna u otra medida– a un concepto que describe al ser humano como ser único y al cual, por diferentes estímulos y contextos, se va conformando.

La personalidad no es estática. Por el contrario, se va amalgamando al contexto y las experiencias de vida. Si bien habría una estructura fundante, son el transcurso de los años y los modos de interaccionar con el mundo los que van definiendo ese ser único.

Cuando hablamos de “rasgos de personalidad”, nos estamos refiriendo a aquellos rasgos que prevalecen y constituyen su modo de ser en el mundo. Podríamos insinuar que los “rasgos” serían universales (extroversión, timidez, etc.); sin embargo, su preponderancia y su modo de expresarse los harán particulares.

La dinámica y la estructura de la personalidad refieren a cómo el sujeto va conformándose y construyendo su propia identidad y su particular modo de establecer vínculos interpersonales y vínculos con sus objetos.

Plantear la personalidad dentro del contexto que este libro desea abarcar, permitiría luego tener presente cuánta influencia tendrá en materia de la interacción y el manejo de sus impulsos y emociones dentro del contexto en el cual el individuo se encuentre inserto.

Las emociones y los afectos. Este tema es fundamental para entender lo que acompaña a nuestros pensamientos y acciones. En palabras simples, las emociones y los afectos son conformados desde el comienzo de la vida, partiendo desde el mismo sostén que la madre hace para con el recién nacido. Es por medio del afecto como el niño puede crecer y desplegarse en su entorno.

El placer y el displacer se ponen en juego en el inicio de la vida. La primera experiencia que el bebé obtiene al contactarse con el medio externo es acompañada por una inspiración profunda manifestada en llanto. Ante el impacto recibido, el acercamiento materno y el comenzar a promoverle saciedad por medio de la leche configurarán lo que se conoce como primera experiencia de satisfacción.

A partir de entonces, el pequeño irá conociendo y construyendo su propio mundo, inmerso en la dualidad placer/displacer, generando una serie de sensaciones y sentimientos que se irán consolidando en su ser.

Así como el contacto con la piel cálida de la madre, la fortaleza del olfato que suma sensaciones y la posibilidad de obtener un momentáneo estado de equilibrio, también la “mirada” jugará un papel preponderante en su propia conformación como sujeto. La “mirada” sostiene, contiene, comprende, da sentido a uno como ser en el mundo. Podemos imaginar cuán esencial será luego para el decurso de la vida. Se verá plasmada luego en la comunicación, en la interacción con otros, en la propia imagen que nos devuelve el espejo. Será, en definitiva, aquel anclaje que nos permitirá “ser”.

A esta esquemática presentación de ideas sobre la psiquis, convendría sumar la diferenciación entre lo que comúnmente referimos como “ansiedad” y “angustia”.

Utilizando palabras simples, podríamos señalar que la ansiedad se corresponde a un estado de alteración tal que, de acuerdo con su motivo, resultará de mayor o menor intensidad así como de difícil o fácil manejo y control.

La ansiedad siempre estará vinculada a la proximidad de una situación futura, mediata o inmediata. Suele ser acompañada por una serie de manifestaciones somáticas, cuya intensidad y complejidad estarán íntimamente vinculadas al tipo de situación por vivir y a los rasgos de personalidad que presente.

La ansiedad que provoca el momento previo a un estudio médico, un encuentro con alguna persona particular o una situación de sumo nivel tensional afectará todo el organismo, así como su modo de actuar en ese momento.

En verdad uno puede llegar a estar “ansioso” por un evento trascendente que desea vivir, así como podrá estarlo previamente a una situación de entrevista laboral.

En cambio, la angustia es un estado de vacío, de silencio, en el cual fundamentalmente no hay palabras, sólo un agujero. Es una señal de alarma, de que algo no ha podido ser procesado (simbolizado) debidamente, e irrumpe en un estado de confusión y silencio.

La angustia suele expresarse en partes del cuerpo más localizadas. La opresión, el “nudo en la garganta”, el decaimiento general con sensaciones de pérdida, muchas veces confundible con el estado de tristeza, acompañan un silencio diferente, y no hay nada que lo calme, se alivie y lo haga desvanecer.

Comúnmente suele decirse: “Estoy angustiado”. Sin embargo, ello no suele ser así. Puede encontrarse ansioso, con dolor psíquico, tristeza, incertidumbre, pero la angustia es algo más que todo ello.

En verdad, cuando uno puede identificar el motivo de su malestar, difícilmente pueda ser la llave directa que aliviaría la angustia.

Por su parte, las crisis de angustia pueden conllevar cuadros de alteración psíquica, como los distintos tipos de fobias (incluso lo que actualmente se denomina “ataque de pánico”).

Distinta es la tristeza, sentimiento que se puede llegar a confundir con la angustia pero que, sin embargo, no llega a percibirse como un “agujero en el alma”. Es un estado de decaimiento aunque identificable con una situación o elemento particular. Sobre la angustia, en cambio, muchas veces se desconoce su origen así como su persistencia.

En posteriores capítulos, al introducirnos sobre los vínculos interpersonales y el maltrato, mencionaremos algunas manifestaciones emocionales predominantes. Entre ellas, deberíamos hacer hincapié en el concepto “agresividad”.

La agresividad es producto de un alto nivel de energía que tiende a desplegarse hacia el afuera (agresión física, verbal o actitudinal) o bien incluso haciendo implosión dentro del propio organismo (síntomas y enfermedades). En realidad, toda manifestación agresiva tiende a dañar a otro y, en consecuencia, a uno mismo.

Las tendencias hostiles tienden a expresarse en alguna u otra medida. La autoagresión será uno de los pivotes para analizar lo punitivo que hay en uno mismo, sea enfermando o bien utilizando la autocrítica y las manifestaciones melancólicas.

Si la idealización es un modo de lectura de la realidad subjetiva, la confrontación con la realidad objetiva tiende a manifestarse por medio de otras emociones y sentimientos.

Podríamos esbozar la idea de que uno no ve sino lo que puede ver. Cuando algo que esperamos y deseamos que ocurra finalmente no llega a concretarse, puede surgir el sentimiento de desilusión. La desilusión se enlaza con otro sentimiento que es la frustración. Al percibirse, uno puede bien aceptarlo dolorosamente, o bien intensificar otros sentimientos que luego se convertirían en hostilidad.

Si la desilusión puede conducir al sentimiento de frustración y éste a su vez al enojo, el modo en que todo ello se llegue a expresar estará supeditado al esquema triangular ya señalado, es decir, dependiente de la estructura de la personalidad, la reiteración del sentimiento de frustración en el tiempo y la influencia del contexto en el cual ocurre.

Las fantasías y la realidad. Un último concepto a introducir de modo esquemático, sumando a lo que veníamos esbozando sobre ilusión/desilusión, es el que refiere al campo de la imaginación y la producción de fantasías.

Por medio de la fantasía vamos tejiendo nuestros vínculos con la realidad y el entorno. Son aquellas ensoñaciones que nos permiten ensayar, una y otra vez, conductas y actitudes para con el mundo que nos rodea o bien en referencia a nuestro propio mundo interno.

La fantasía puede tanto adelantarse a los hechos (imaginándonos una situación dada) o bien reconstruir de múltiples formas lo que pudo haber sido en un momento anterior.

Puede bien ser aquello que anhelamos o bien con dolor seguimos recordando. Construye imaginariamente lo que nos gustaría que aconteciera en nuestras vidas, nos alejaría de alguna realidad dolorosa y hasta imposible, y nos otorgaría cierta cuota de placer sin límites.

La fantasía, podríamos resumir, es aquel guión imaginario que construye el sujeto, independientemente de su lazo con la realidad. Existen fantasías conscientes y fantasías inconscientes. Evidentemente existirán fantasías confesables así como otras muchas que uno guardará cual tesoro en su propio mundo interior. Tendrán un papel preponderante en la interrelación con el mundo.

Reiteradas veces podemos descubrir cómo en un momento dado nos “colgamos” y nos sumergimos en esa “navegación virtual” sin saber siquiera por dónde estamos yendo. El encadenamiento de imágenes, que pueden o no ser conexas, nos extrae del contexto y del tiempo, llevándonos a lugares inesperados. Es como cuando muchas veces solemos decir: “Me quedé con la mente en blanco”, o “estoy pensando en nada”.

En verdad, constantemente estamos produciendo imágenes de escenas sobre lo que nos pasó, lo que nos está pasando, así como lo que tendremos que atravesar en un futuro inmediato. Son, por decirlo de manera simple, las “películas” que nos armamos ante cada situación que requirió o bien requiere de una decisión y una posterior acción.

Esto se pone en juego tanto en lo estrictamente personal (propia imagen, padecimientos, dolores, etc.) como en lo “público” (encuentros con un otro en entrevistas o salidas, en lo que se dijo o no se dijo, etc.). Podríamos decir que frecuentemente las fantasías nos ayudan a planificar y esclarecer lo que deseamos alcanzar, mientras que otras tantas sólo nos remueven hechos transcurridos o errores que se han llegado a suceder en un determinado accionar sin, por supuesto, estimular una salida satisfactoria.

Muchas de estas producciones imaginarias terminarán incluyéndose luego dentro de la producción onírica (el soñar) y serán manifestadas, de manera original o deformada, en aquellos puntos que han quedado sin resolver.

Esta sintética descripción del plano de la fantasía nos servirá para abordar con mayor exactitud lo que verdaderamente ocurre cuando de vínculos interpersonales se trata.

Lo que pensamos sin decirlo, lo que sentimos cuando nos han hablado mal, lo que percibimos de nosotros mismos viéndonos agradables o desagradables, lo que esperamos del accionar del otro, sus respuestas o su indiferencia, etc., son todas creaciones imaginarias que, reitero, pueden tanto contribuir como obstaculizar el vínculo establecido o el que al menos se intenta entablar.

Las experiencias de los primeros años de vida y los rasgos de personalidad, así como la influencia de los contextos en los cuales el sujeto se halla inserto, confluyen en esto que intentamos introducir y es lo referido al porqué del maltrato y la agresividad como modos de interacción entre pares.

5. Vinculación con la dinámica escolar

Todos estos conceptos descriptos, como dijimos, son puestos en juego dentro de todo vínculo interpersonal. ¿Cómo? Lo graficaremos con los siguientes ejemplos.

Imaginemos una situación conformada por una docente y sus alumnos: ellos no “hacen caso” a lo que la docente les está pidiendo. Hay mucho “alboroto” dentro del aula y algunos no obedecen las órdenes de “terminar de molestar”, ubicarse en sus asientos y prestar la debida atención.

Veamos, en este caso, lo que podría estar aconteciendo desde el propio docente. ¿Qué aspectos generales podrían ser puestos en juego?

a) La estructura de personalidad y los propios rasgos que hacen que ella pueda ser más o menos reactiva, se exprese ante ellos de una determinada forma (tipo de léxico, ironía, gritos), muestre capacidad de espera, control, firmeza, etcétera.

b) Sus experiencias anteriores y la reiteración de situaciones similares a la que acontece en ese momento. De acuerdo con ellas, su reacción será de diferente modo.

c) Sus fantasías y pensamientos latentes, esto es, qué pensará y sentirá mientras ocurre ese “desorden” (“No puedo más, me quiero ir, los voy a matar, me tienen cansada, no sé más qué hacer”, etcétera).

d) En interacción con los puntos anteriores, su nivel (umbral) de tolerancia, el cual varía de acuerdo con su experiencia de vida, la situación personal en la que se encuentre, la frecuencia que tienen dichas alteraciones en el aula, etcétera.

e) Su capacidad de autocrítica (“En qué me estoy equivocando” o bien “me excede”) o su tendencia de poner afuera (proyectar) los conflictos que subyacen en el aula, expresando quejas sobre el grupo de revoltosos que le ha tocado este año, el sistema escolar y la falta de pautas claras desde la cúpula directiva, etcétera.

f) Sus temores latentes, principalmente en el hecho de llegar a ser “descubierta” por los demás (docentes, secretaría, personal directivo e incluso los mismos chicos) por su “falta de dominio y autoridad” en el aula.

g) Ante situaciones desbordantes continuas, llegar al replanteo de su elección profesional.

Como se podrá observar, son muchos los aspectos que pueden ponerse en juego dentro de la dinámica escolar, teniendo presente que lo hasta aquí mencionado fue focalizado exclusivamente desde el docente y ante una precisa situación de dinámica dentro del aula.

Por lo general, ante una situación “disruptiva”, la actitud predominante es la de “atacar” el foco de incendio, independientemente de poder analizar todas las partes comprometidas en ello.

En los próximos capítulos se irán planteando otras situaciones que conforman este importante desafío que se juega al estudiar con mayor detenimiento el establecimiento de los vínculos interpersonales dentro del ámbito escolar

ACTIVIDADES

Hay innumerables actividades y propuestas para poner en práctica estos primeros conceptos vertidos. Se propone aquí cuatro posibles estrategias que posibilitarían la apertura y la reflexión en clase.

Debe recordarse que las propuestas lúdicas y las reflexivas requieren una especial atención a la edad cronológica con que se trabaje y al momento particular que se esté transitando junto a los chicos.

1. Trabajo con imágenes

Para que el grupo pueda empezar a visualizar de manera concreta cómo cada uno puede llegar a ver algo diferente al otro, se puede trabajar con alguna lámina, pintura, foto u objeto indefinido que pueda promover diversas lecturas, todas legítimamente posibles.

Con ello se puede favorecer la reflexión sobre la diversidad de criterios y actitudes que cada ser humano posee, y ver que no necesariamente hay una “única verdad”.

Una dinámica posible es la de dividirlos en subgrupos para que miren la lámina con alguna consigna (por ejemplo, que digan qué es lo que pueden ver allí, qué puede estar pasando allí, qué sienten al contemplar la imagen, etc.). Luego cada subgrupo expondrá sus coincidencias y disidencias sobre lo que han llegado a trabajar.

Finalmente se conceptualiza sobre lo ocurrido y se puede articular con que cada uno puede llegar a ver o interpretar una misma realidad de muy diversas maneras, y que éstas pueden llegar a ser todas válidas y legítimas.

2. Trabajo con videos

Ésta es otra manera diferente de promover la atención y el interés, sobre todo los de los chicos, en aras de poner de manifiesto determinados aspectos sociales a trabajar conjuntamente.

En lo que refiere a “vínculos interpersonales”, determinadas partes de la tira Los Simpsons, o bien algún otro material fílmico donde pueda vislumbrarse cómo se producen desencuentros a la hora de comunicarse mutuamente, promovería visualizar en el afuera aquello que muchas veces se torna obstáculo para que haya una verdadera interacción y compromiso con el otro.

La dinámica será introducir el tema, pasar un corto seleccionado, pedir el trabajo en subgrupos con determinadas consignas que conlleven un análisis y un debate de lo observado, la elaboración de un resumen conceptual y la posterior exposición por parte de cada subgrupo. Finalmente, se elaboran las conclusiones sobre los aportes que cada subgrupo dio y los temas centrales que se han llegado a abordar en esta propuesta.

3. El trabajo con textos

Hay aquí un enorme caudal de posibilidades, adecuando el estilo de texto seleccionado según su objetivo y grado de complejidad, y considerando la edad evolutiva de los chicos con quienes se va a trabajar. Pueden llegar a ser algunos párrafos compuestos por algún escritor o poeta, relatos, leyendas o historias, etcétera.

La dinámica variará de acuerdo con la edad de los chicos, así como con los objetivos que se deseen alcanzar.

En este sentido, se deberá tener presente con qué edades se está trabajando, ya que suele ocurrir que en los primeros años del aprendizaje de la lectura la comprensión y el análisis requieren de un esfuerzo mayor. Suele observarse cómo los chicos se detienen en poder leer bien y dejan de lado qué les está diciendo el texto que leen.

A medida que el proceso cognitivo va complejizándose, tendiendo a alcanzar un nivel de abstracción, se posibilitará una mayor complejidad en lo que un texto puede exigirles reflexionar y elaborar sus propias conclusiones.

Muchas veces contribuye a la dinámica leer el texto para todos y que luego cada uno pueda tenerlo en sus manos como apoyo para resolver las consignas que se planteen.

Doy a continuación un modelo de texto. Una opción posible es que, luego de la lectura, puedan plantearse dos o tres preguntas, que promuevan analizarla y articularla tanto con la vida cotidiana como, sobre todo, con la temática a trabajarse en la clase. Otra opción es que puedan reconstruir un final diferente del original.

Texto modelo

Luz

El líder le contó a su grupo: “Varias personas habían quedado encerradas por error en una oscura caverna donde no podían ver casi nada. Pasó algún tiempo y uno de ellos logró encender una pequeña antorcha, pero la luz que daba era tan escasa que aun así no se podía ver nada. A esta persona, sin embargo, se le ocurrió que con su luz podía ayudar a que cada uno de los demás prendiera su propia antorcha y así, al compartir la llama con todos, la caverna se iluminó”. El líder les preguntó: “¿Qué creen que podemos aprender de esto?”. Y uno de los integrantes del grupo respondió: “Nos enseña que nuestra luz sigue siendo oscuridad si no la compartimos con el otro. Y también nos dice que el compartir nuestra luz no la desvanece, sino que por el contrario la hace crecer”.

4. Trabajo con juegos

Por último, se propone el modelo lúdico, modelo por excelencia para los chicos, que pareciera ir perdiéndose al tornarse adultos.

Según la temática que se desee trabajar en el aula, será el tipo de juego que se lleve a cabo.

Por supuesto, toda propuesta de actividad está sujeta a la edad cronológica con la que se trabaje. Éste es un punto clave no sólo para lograr la atención de los chicos sino para que los efectos perseguidos puedan alcanzarse con éxito.

Si, por ejemplo, se deseara trabajar la temática de “no molestar al compañero”, se puede ofrecer la teatralización como un modo lúdico posible. Se prepara un texto determinado, se distribuyen roles de los personajes –que verdaderamente quieran participar– y se les da un breve tiempo de preparación y puesta en acuerdo. Uno puede darles todo armado o bien ofrecerles los ejes y la idea, y que ellos mismos recreen los personajes y el diálogo a entablarse.

El juego de la oca o la justa del saber, entre otros, son algunos modelos posibles para ensayar estímulos que promuevan aciertos y desaciertos. Separados en dos grupos, compiten en respuestas o en el juego de azar con prendas, en aras de que puedan exteriorizar aspectos de la dinámica grupal.

Para los más chiquitos, suelen utilizarse los títeres o muñecos que, a modo de función de teatro, permiten visualizar más claramente lo que no pueden mediar en palabras. Así, a través de una obra corta, se promoverá la interacción con los chicos por medio de preguntas y diálogos.


* * *


En verdad, todos tenemos herramientas para recrear estratégicamente. Sólo nos falta plasticidad y apertura a la imaginación. Todo lo que aquí se sugiere apunta a fortalecer la propia creatividad.

Seguramente todo lo mencionado podría ser superado por las propias ideas y experiencias que cada uno de ustedes, lectores, puedan construir y adaptar.

La invitación y el desafío están ya enunciados.

Agresividad y maltrato en el ámbito escolar: ¿una nueva modalidad vincular?

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