Читать книгу El páramo reformista - Eduardo Dargent - Страница 9
ОглавлениеIntroducción
El barril y las manzanas
El 15 de diciembre de 2016 el Congreso de la República censuró al ministro de Educación Jaime Saavedra. La excusa fue una supuesta compra ilegal de computadoras en una dependencia de su ministerio. La razón de fondo fue dar una imagen de poder por parte del partido Fuerza Popular y echar al único ministro que había logrado pasar al nuevo gobierno de Pedro Pablo Kuczynski desde el gobierno de Ollanta Humala (2011-2016). Curiosamente, en campaña, Keiko Fujimori, la lideresa de dicho partido, había prometido la continuidad de Saavedra y de la reforma educativa que el ministro dirigía de ser elegida presidenta. No obstante, en pocos meses, ella y su bancada le cortaron la cabeza.
Esta censura ilustra lo vulnerables que son los procesos de reforma en nuestro país. Pocas veces la educación ha estado tan presente en la agenda nacional como con la reciente reforma educativa. La educación era, desde hace décadas, un tema secundario, una referencia retórica en un ministerio más relevante en el pasado por las huelgas del sector que por su prioridad en la política pública. En el discurso público se mencionaba a la educación como la base del desarrollo, la clave para construir capital humano, pero los gobiernos no acompañaban la perorata ni con dinero ni con profesionales para que condujeran una mejora integral. La reforma iniciada con Saavedra unos años antes amplió presupuestos, reforzó equipos y lanzó modificaciones de fondo en el ministerio. Era una reforma que no se basaba en la promesa de cambio espectacular, sino en la construcción de capacidades y el fortalecimiento gradual del ministerio para hacerla sostenible. Con buen trabajo de comunicación lograron atraer la atención del público y darle al tema cierta atención noticiosa. Todo ello muy difícil en un país donde los relevos de ministros, y especialmente los de educación, suelen detener procesos de cambio y modificar la agenda radicalmente. Además, los principios que guiaban el cambio de política debilitaban ese mantra noventero que nos repite que las soluciones privadas son siempre mejores que las públicas. Se recuperaba, así, la idea de que sin una educación pública de calidad difícilmente podrían atacarse los problemas de nuestro sistema educativo.
El aplauso en varias conferencias y diversos reportajes celebratorios en medios de comunicación mostraban un consenso amplio sobre la reforma entre las élites. No pretendo minimizar los problemas que subsistían o posibles errores de los reformadores, solo quiero recordar cómo incluso los críticos de buena fe reconocían que esa priorización en la agenda pública y en el presupuesto era clave para el avance. El balance era altamente positivo. El ministro había logrado colocar el tema en el centro del debate de políticas. La educación era un problema político que estábamos enfrentando.
Y, sin embargo, Saavedra fue defenestrado en pocos días, tras una campañita que al principio parecía inocua. Una acusación por una supuesta compra irregular, lejanísima a la decisión del ministro —y que si fuera causal de censura no dejaría ministro en pie en el Perú— fue la excusa. En ese ataque no estuvo solo el fujimorismo. Por un lado, estaba un sector de la izquierda incapaz de valorar la relevancia de la reforma y, más bien, atrapado en sus fidelidades a intereses gremiales en el sector educación. Parte de la bancada del Frente Amplio debutó en las ligas parlamentarias reproduciendo viejas taras de la izquierda peruana, invocando la necesidad de un gran cambio educativo y señalando los límites de la reforma «neoliberal» en curso, pero sin una agenda concreta alternativa de reforma y sin reconocer lo avanzado. Tampoco mostraron entusiasmo por defender la reforma un grupo de libertarios mediáticos; todo lo contrario. Para estos libertarios las reformas del ministro eran un paso de vuelta hacia el estatismo, un afán de controlar la libertad creativa de las instituciones educativas privadas. Ese grupo, vocal desde distintos medios, seguía atrapado en debates absurdos de la década de 1990, sin reconocer los enormes límites de estas recetas privatizadoras en nuestro país años después de haber sido implementadas.
Quienes desde el sector empresarial aplaudieron al ministro en reuniones y eventos casi no se movilizaron para defenderlo, seguro temerosos de que un choque entre el Ejecutivo y el Legislativo pudiese dañar el «crecimiento económico». En cambio, si se hubiera hablado de afectar intereses empresariales o hacer reformas que califiquen de «estatistas», hubiesen sacado los misiles; la reforma educativa, un tema clave para lograr que ciudadanos y ciudadanas tengan mejores capacidades para su desarrollo personal, no valía el esfuerzo de una defensa firme desde el empresariado. El presidente de la Confederación Nacional de Instituciones Empresariales Privadas (Confiep), a título personal, criticó la interpelación y la censura, pero no hubo presión desde los gremios. Incluso congresistas de la bancada de gobierno prefirieron mirar a otro lado y hasta criticar al ministro. Saavedra cayó y se debilitó la reforma. No la liquidó, pues todavía continúan varias de sus políticas, pero le restó visibilidad y la centralidad que alcanzó en la agenda pública. Y nos mostró, una vez más, que en el Perú las reformas son muy frágiles, incluso en un tema en el que existe amplio consenso.
Este ensayo trata sobre la dificultad de hacer reformas y la urgencia de realizarlas en una democracia precaria como la nuestra. Presenta una mirada muy pesimista sobre las posibilidades de realizar reformas de fondo para construir una mejor institucionalidad para el desarrollo. Mi intención no es convencerlos de lo que es obvio: sabemos que hacer reformas en el Perú, y en los países en desarrollo en general, es muy difícil. Tenemos académicos y burócratas para quienes lo que se dice aquí no será novedoso. Lamentablemente, en la esfera pública, este tema suele ser presentado en forma más sencilla, como un problema de malos y buenos que hace pensar que, rotas ciertas barreras, los cambios son posibles. Mi intención es invitarlos a comprender la profundidad del problema, la magnitud del reto; mostrarles que va mucho más allá de voluntades o personas. El ensayo explica por qué es tan difícil hacer reformas sustantivas, discute los límites que enfrentamos para lograr que estos cambios tengan la profundidad necesaria, disecciona la insuficiencia (o falta de interés en estos temas) de nuestras élites políticas y económicas para reformar, especialmente la de tres actores políticos «típicos», y muestra la forma en que el statu quo se defiende de dichos esfuerzos de cambio. Como verán, muchos de los que hablan sobre reforma y desarrollo en el Perú, sea por interés o desconocimiento, minimizan la magnitud política de estos retos.
Si bien mi foco estará en esta dificultad de hacer reformas, quiero convencerlos de algo que también debería ser obvio, pero que no lo es tanto: estas reformas profundas para construir mejores instituciones son urgentes, no basta con lo que tenemos para producir más bienestar. Seguir en este curso nos mantiene en la mediocridad, produce un sistema con débil legitimidad e incluso abre la puerta a reversiones hacia políticas fallidas. Sin reformas no será posible salir de una serie de trampas y taras que nos hacen una sociedad desigual, insuficiente, precaria. Discutiré lo que considero son algunos de esos cambios urgentes y necesarios para un mejor desarrollo político y económico; una lista de temas de consenso que deberían ser la base de un proyecto de mejora institucional para el desarrollo; en especial, la centralidad que deberían tener la reforma del Estado, políticas de educación, salud, diversificación productiva y aumento de empleo. Ello permitirá reforzar los dos puntos principales del ensayo: reformar es muy difícil y lo que tenemos hoy no alcanza, mucho más es necesario.
No me centraré, sin embargo, en el contenido detallado de estas reformas. No pretendo presentarles recetas mágicas para el desarrollo, pues no las tengo, ni tampoco creo en ellas. Sé lo suficiente sobre desarrollo para conocer por qué distintas formas en que se le ha buscado en el Perú han sido claramente insuficientes para ese objetivo y creo conocer esas recetas de consenso que discutiré, pero no soy un técnico que pueda darles una ruta completa y detallada. Considero, además, que esta idea de recetas claras es una forma inadecuada de ver el desarrollo en nuestros días. Los estudios sobre desarrollo muestran que cambios positivos y sostenibles tienen mucho más de pragmatismo, humildad y ensayo-error que de modelos dogmáticos; antes que por recetas milagrosas, el proceso pasa más por conocer los límites y oportunidades que enfrenta cada país para construir capacidad estatal, humana y promover esas potencialidades2.
Sin negar, entonces, que hay algunas «buenas» instituciones básicas para países de ingreso medio como el nuestro y mucho que aprender de nuestros ensayos fallidos, le pongo más atención al fortalecimiento de un Estado que pueda implementar leyes y políticas, muchas de las cuales ya existen en nuestro país (es decir, fortalecer instituciones antes que «adoptar» nuevas). Me interesa, más que dar una lista precisa, mostrarles que incluso estas reformas básicas, que tienen harto consenso local e internacional, consideradas necesarias para un mejor país y que estarán en la base de todo cambio sustantivo, serán resistidas y muy difíciles de implementar.
Nuestras últimas décadas muestran bien que estamos en una trayectoria insuficiente, el piloto automático y su fe en el mercado no alcanzan sin otros ajustes. El reciente boom de recursos minerales, el mejor momento para el modelo económico adoptado en la década de 1990, y el contrasuelazo que nos ha dado la pandemia de la COVID-19 nos enseñan los límites de esta trayectoria iniciada para lograr un salto cualitativo para nuestro bienestar y para mejorar sustantivamente la calidad de nuestro Estado. Sí, las reformas cuestan, y el crecimiento económico, el control del déficit fiscal y la estabilidad macroeconómica son una condición necesaria para impulsarlas. Y, en general, un país pequeño como el nuestro hace bien en mirar al mercado internacional como un motor crucial para el desarrollo, cosa que se promovió con este modelo. Sin esa base material no podemos sostener y construir un Estado más efectivo, autónomo y presente en el territorio. No hay que ningunear lo que hoy consideramos normal pues mañana podríamos extrañarlo.
Sin embargo, debería ser igual de claro que el modelo peruano requiere reformas para que produzca un bienestar más general y mejoras sustantivas3. Por un lado, porque el crecimiento es con frecuencia ciego ante procesos de debilitamiento institucional y del Estado. El fortalecimiento institucional y estatal no va necesariamente de la mano con el crecimiento económico. Basta ver el segundo gobierno de Alan García (2006-2011), en el que un crecimiento muy alto empujado por los precios de los minerales en el mercado mundial no promovió el desarrollo institucional, sino, por el contrario, una involución en algunos ámbitos: debilitamiento de la capacidad reguladora del Estado, aumento del peso de actores privados por encima de la ley, retroceso en la legitimidad de las burocracias4. Las bonanzas también traen maldiciones, como nos enseña una larga literatura sobre la maldición de los recursos. Pero además, como ya habían alertado varios autores locales, porque sin mejoras en otras dimensiones, este crecimiento no tendrá un impacto más amplio5.
El modelo como está ahora no desarrolla actividades y sectores que puedan generalizar el bienestar y la riqueza de manera más extendida. Como se discute más adelante, al señalar los límites de las recetas libertarias criollas para el desarrollo, sin un Estado autónomo, burocracias capaces de regular efectivamente al sector privado, pero también de dialogar y cooperar con él, una mejor oferta educativa que incremente las capacidades de la ciudadanía, inversión en tecnología, promoción de productos que tengan valor en mercados internacionales y den empleo, estas oportunidades serán limitadas. Si no se invierte en educación y salud, en infraestructura sanitaria, electricidad, tendremos una población incapaz de asumir trabajos más complejos, de innovar, de reaccionar con flexibilidad a entornos mundiales cambiantes. ¿Cómo explicar que no se haya logrado construir en estos años una infraestructura funcional a este modelo exportador a pesar de tener recursos? La respuesta es paradójica: por miradas ideológicas limitadas, o desinterés, no se hicieron suficientes esfuerzos por construir un Estado capaz de impulsar el modelo de desarrollo adoptado en la década de 1990. Estos límites deberían haber quedado claros, pero los defensores más vociferantes del modelo no los reconocen.
Los liberales que en la década de 1990 proponían un mayor bienestar general con sus recetas en una serie de ámbitos se han convertido en conservadores que se refugian en el miedo: es lo mejor que tenemos y los cambios pueden ser peores. La actual crisis del régimen agroexportador debería hacer obvio lo errado de este enfoque. Una enorme oportunidad de desarrollo real, que produjo cambios importantes en materia de empleo y diversificación productiva, se puso en riesgo por una visión chata de élites estatales y privadas. Sus propios defensores y beneficiarios no contemplaron la presión política y social que crecía a su interior ni sus serias limitaciones para ganar legitimidad. Las reformas, entonces, son urgentes, porque lo que hay no alcanza.
Un primer paso para avanzar hacia estas reformas, y de allí el propósito central de este ensayo, es entender mejor qué nos hace resistentes al cambio. Tomar conciencia de esta dificultad permitirá entender la importancia de que estos procesos sean sostenidos y estén en permanente evaluación. Antes que creer en un cambio súbito y radical o pensar que solo se trata de cambiar a quienes gobiernan, este trabajo busca convencerlos de que estamos en un camino cuesta arriba, donde es mucho más fácil fracasar en sacar adelante reformas que tener éxito6. Mucho más problema que posibilidad.
Este diagnóstico pesimista no es un llamado al cinismo o al quietismo, sino todo lo contrario. Este realismo crítico busca contribuir a la construcción de una demanda ciudadana por reformas, darle urgencia y realismo al reto. Implica aprender a valorar procesos que —a pocos y con dificultades, el ensayo y error es fundamental— pueden avanzar para lograr cambios positivos. Lo hemos visto en distintos países, como Chile, Brasil, Costa Rica o Uruguay, todos con sectores burocráticos y actividades comerciales con cosas que enseñarnos en lo que respecta a la construcción de capacidad estatal y desarrollo; o en procesos domésticos que llevaron a la construcción de agencias estatales más capaces y mejores servicios públicos7. El cambio es posible, pero es difícil, complejo y lleno de resistencia. Y valorarlo es una forma de reconocer el reto.
El epígrafe del poeta y crítico literario Mario Montalbetti recoge esta imagen sobre la enorme dificultad de hacer reformas y nos acompañará al presentar los argumentos de las próximas páginas. Dice Montalbetti que en nuestro país tendemos a presentar la corrupción como un barril de manzanas, donde algunas están podridas y contaminan al resto. Así, la solución que dan muchos al problema pasaría por extraer las manzanas podridas para «restablecer lo que juzgamos es el orden natural del barril: un conjunto de manzanas rojas, saludables, nutritivas». Esta forma de entender el problema, nos dice, oculta la profundidad del mismo. Hay toda una estructura social e institucional que limita los esfuerzos de cambio. Por ello, sacar manzanas del barril arregla muy poco o nada. La madera seguirá pudriendo manzanas. Como él, propondré que el barril es una metáfora de la resistencia al cambio en el Perú, pero señalaré que el problema va más allá de la corrupción o de fuerzas «malas». Hay muchas otras fuerzas que se oponen a cambiar este sistema que pudre manzanas y no son necesariamente fuerzas corruptas. Incluso personas de buena fe pueden ser enemigas del cambio.
La ruta del ensayo es la siguiente. En el primer capítulo profundizo las razones por las que es muy difícil cambiar el statu quo, la madera del barril que pudre manzanas y los retos que enfrenta el Perú para lograrlo. Discuto los límites de dos recetas muy comunes para reformar, las reformas legales y la educación en valores, para resaltar el tipo de cambios profundos que serían necesarios para curar el barril. Aunque hacen aportes importantes, ambas visiones minimizan las poderosas resistencias a las que se enfrenta un proceso de reforma y especialmente la centralidad del Estado en este esfuerzo. A continuación, preciso las que creo son reformas clave que debe realizar un país de ingreso medio como el Perú para curar la madera; esto es, promover su bienestar a la vez que construir un mejor Estado. Discuto el reto doble que deben enfrentar países con un Estado débil: promover procesos y políticas que produzcan cambio y bienestar mientras refuerza y profesionaliza al propio Estado. Reformar implica curar la madera del barril, pero nuestros instrumentos para hacerlo son limitados y el entorno internacional muy complicado. De allí la enorme dificultad de hacer reformas profundas.
El segundo capítulo se centra en tres tipos de actores políticos comunes en el país que, propongo, no están a la altura del reto planteado: conservadores populares, libertarios criollos e izquierdistas dogmáticos. Son actores tipo, y seguramente entre ellos habrá personas más ponderadas y que probablemente coincidan con lo que señalo, especialmente entre sus técnicos. No obstante, esta tipología recoge posiciones políticas de los líderes de partidos y representantes en el Congreso, aquellos que finalmente conducirán un gobierno. Cada uno de estos actores nos deja lecciones sobre la insuficiencia de sus recetas para curar la madera. Los conservadores populares minimizan la necesidad de reformas y la razón principal para ello es estar atravesados por intereses particulares. Los libertarios criollos no reconocen los límites de sus recetas privatizadoras, los beneficios que obtienen del orden actual ni lo conservadores que son frente al cambio. Ambos tipos de actores son parte de la madera. Los izquierdistas dogmáticos sí entienden que el poder está en la base de la resistencia al cambio y pregonan la necesidad de curar la madera, una postura que, como verán, comparto, pero son irresponsables al creer que un cambio en el poder, en los términos que ellos consideran positivo, traerá necesariamente mejoras sustantivas. Por centrarse en este cambio en el poder, por ser dogmáticos en sus críticas frente al sistema sin reconocer las virtudes que pueda tener, descuidan aspectos de política pública y fortalecimiento estatal y no problematizan lo suficiente los límites de sus recetas.
Más que una crítica que descalifique a estos tres actores, el texto es una invitación a quienes tengan buena fe y sentido de servicio en estos grupos para cuestionar sus esquemas y debatir sobre sus limitaciones. Como discuto en la conclusión, que otros actores políticos, sean centristas o izquierdas y derechas más moderadas que los «tipos» políticos criticados, no estén entre los criticados no los hace necesariamente reformistas ni más capaces de enfrentar estos retos. Incluso podrían no ser nada, no tener ideas, en términos de reforma política.
En el tercer capítulo discuto algunos intentos de lucha contra la corrupción para mostrar un punto adicional que todo reformador debe tener en cuenta: el sistema se defiende; y este es un patrón que trasciende la corrupción y se repite a través de distintos intentos de reforma en diversas áreas del Estado. Quienes comienzan a enfrentar la corrupción encuentran resistencias muy concretas que sabotean el fortalecimiento de estos embrionarios espacios estatales de cambio. Muestro, así, cómo la madera y las manzanas podridas se defienden. Concluyo con algunas ideas sobre el reto de construir poder, coaliciones políticas, para avanzar estos cambios y por qué considero que, tras la pandemia, esta urgencia se ha vuelto mayor, ya que el actual contexto ha degradado todavía más nuestra forma de hacer política.
Un anuncio antes de continuar. Si bien he privilegiado una redacción ensayística para no cargarlos de referencias, en las notas al pie podrán encontrar las bases académicas de lo que se discute y algunas recomendaciones para los interesados en profundizar estos temas. La idea es hacer la lectura agradable al no iniciado en temas de desarrollo, instituciones y otros conceptos difíciles de precisar. Pero quien quiera conocer más tendrá abundantes pistas para seguir con su exploración.
Inicié este ensayo en el verano del año 2020, antes de la pandemia, con la frustración de ver el deterioro institucional de un quinquenio desastroso, el conservadurismo de quienes defienden un modelo económico insuficiente y la ausencia de ideas desde nuestra debilitada y fragmentada política para pensar un desarrollo distinto. La pandemia profundizó esta preocupación; fue como haber caído en un hoyo dentro de otro hoyo. Un tremendo golpe a la economía, mayor conciencia de que lo que tenemos no basta, pero también evidencia de que lo que hay puede ser dañado sin dejar algo mejor. La fragmentación caníbal en el Congreso y la irrupción de intereses particulares e ilegales en la representación hace difícil construir ciertos consensos sobre los cuales reconstruir el país. Los incentivos de los candidatos hoy están en ganar, en competir sin pensar en gobernar. Algunas de las taras mencionadas, como la propia inexperiencia del manejo estatal, puede llevar a quien gane, aun si tiene buenas intenciones, a un entrampamiento desastroso. Si no nos va tan mal, quietismo y cierta estabilidad, pero en el peor de los escenarios, degradación y continuidad del conflicto político.
Ojalá, entonces, este ensayo interese a quienes nos pretenden gobernar. Mi principal objetivo al escribir, sin embargo, no es hablarles a los políticos, sino dialogar con quienes desde la ciudadanía encuentren estas ideas interesantes. Esa demanda social es clave para que los procesos de reforma desde el Estado encuentren eco y sostenibilidad. Sembrar este pesimismo contribuye a que se apoyen cambios cuando, a pesar de diferencias, se vaya en la dirección correcta. Esta mirada crítica puede ayudar a distinguir problemas reales de escándalos sembrados; a que se identifique a ministros y burócratas comprometidos de aquellos que hacen cambios superficiales o prometen cosas sin sentido. Puede servir para evitar el entusiasmo ingenuo y la arrogancia de quien promete cambio pero sin contenido. Y promueve una comprensión más compleja de la política sin maniqueísmos. Sí, hay buenos y malos en el Perú, como hemos visto de sobra en escándalos de corrupción, posiciones intolerantes y enormes abusos de poder. Pero también hay diferencias políticas que deben ser reconocidas y debatidas para buscar ciertos espacios de consenso que lleven a cambios sostenibles. Curar al barril pasa, en parte, por construir esta demanda. Este es un esfuerzo en esa dirección.
2 Ver, por ejemplo, las propuestas de Hausmann, Rodrik y Velasco, 2006, sobre la necesidad de conocer el contexto en cada país y enfocarse en romper las barreras principales que enfrenta para su desarrollo económico antes que seguir una lista de lavandería. Asimismo, ver las propuestas de Hausmann que se centran en el desarrollo de capacidades que permitan a los Estados aprovechar oportunidades en los mercados, lo cual implica tomar medidas que, en el Perú, el consenso de Lima llamaría «estatistas»: «La acumulación de capacidades debe estar en el centro de cualquier agenda de crecimiento y desarrollo, y los gobiernos deben estar dispuestos a participar en discusiones nacionales y regionales de objetivos apropiados y estrategias efectivas. Hay muchos instrumentos que se podrían utilizar para desarrollar capacidades. Estos incluyen la protección comercial de las industrias incipientes; garantías de demanda (como los contratos para comprar vacunas contra la COVID-19 antes de que se haya demostrado que funcionan); empresas estatales (como en el sistema postal y los servicios públicos); políticas que instan a los conglomerados nacionales a diversificarse; corporaciones nacionales de desarrollo (como Temasek de Singapur y Khazanah de Malasia), sueños lunares (como propuso Mariana Mazzucato) y sistemas de innovación regionales y nacionales» (2020). Finalmente, un libro de Piero Ghezzi (2021) aparecido hace poco refuerza la idea de que se necesita un Estado pragmático, capaz de ver el desarrollo como un tema de ensayo y error donde son importantes el profesionalismo y la capacidad de corregir políticas.
3 Se suele decir que tenemos instituciones débiles y esto, entendido de una manera más formal, es cierto: como veremos, las reglas formales con frecuencia no se aplican, son tigres de papel. Pero en realidad, como se discute más adelante, sí hay algunas instituciones fuertes que se resisten al cambio, entre ellas este consenso liberal, que ha mostrado sorprendente resistencia desde la década de 1990. Al respecto pueden verse Arce, 2001; Orihuela, 2020; Vergara y Encinas, 2016.
4 Puede encontrarse una interesante discusión sobre los límites del crecimiento para la mejora institucional en la introducción a la segunda edición del libro Ciudadanos sin república, de Alberto Vergara, 2018.
5 Entre ellos, Ghezzi y Gallardo, 2013, en un libro publicado en pleno boom y que, creo, mereció mucha más atención de la recibida. También puede consultarse Orihuela, 2020. Los textos de Gonzales de Olarte, 1993 y 1998, son buenos ejemplos de que algunas de estas alarmas también se dieron al inicio de las reformas. En la introducción de un texto editado junto a algunos colegas (Dargent, Orihuela, Paredes & Ulfe, 2018) también se indican los problemas de un modelo de desarrollo como el peruano, vistos incluso en el mejor escenario posible de un boom de precios de recursos minerales. Y, aunque con algunas discrepancias con ciertas recetas de solución, otro interesante texto que identifica estas debilidades es Ganoza y Stiglich, 2016.
6 Sobre ese camino de construcción de coaliciones reformistas, de aprendizaje y ensayo-error, puede verse Bersch, 2016 y Grindle, 2004.
7 Francisco Durand, 2002, por ejemplo, detalla un proceso de este tipo en Sunat, y muestra cómo un cambio de personal y un liderazgo que otorgó capacidades a la organización fue clave para que se le respetara y se comenzaran a aplicar reglas tributarias. Y en forma más general para América Latina, Carol Graham y sus coautores, 1999, tocan una serie de ejemplos de reformas que lograron avanzar en América Latina, aunque es necesario revisar sus casos veinte años después para evaluar cuán exitosos realmente fueron.