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Оглавлениеel ecosistema
del
silencio fértil
viaje desde la palabrería
hacia tu interioridad fecunda
Meana, Eduardo Alberto
Ecosistema del silencio fértil : viaje desde la palabrería hacia tu interioridad fecunda / Eduardo Alberto Meana. - 1a ed volumen combinado. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Guadalupe, 2020.
Libro digital, Book “app” for Android - (Sagradamente humano ; 1)
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-950-500-789-9
1. Espiritualidad Cristiana. I. Título.
CDD 248.4
Fecha de catalogación: 30/04/2020
Colección Sagradamente Humano
Diseño y Composición: G1 sumadiseño | Mariela Taccone
Editorial Guadalupe
Mansilla 3865
1425 Buenos Aires, Argentina
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Todos los derechos reservados
Impreso en la Argentina
Editorial Guadalupe, 2020
el ecosistema
del
silencio fértil
viaje desde la palabrería
hacia tu interioridad fecunda
Eduardo MEana LAporte
INDICE
El ecosistema del silencio: hábitat vital para creer, ser quien soy, y ser fecundo
la intimidad es el lugar que busca el corazón
Un ecosistema de silencio es un mundo de escuchadores
hacia el claro de tu bosque
El silencio es el lugar del tiempo
de relatos vacíos
El ‘youtilitario’ está enamorado de su propia acción y su propio discurso y no soporta el silencio discipular
mar
El Silencio florece en austeridad y resiste al consumismo y la ostentación
la belleza es anterior a tu memoria
El silencio abre a la belleza y el lenguaje de la belleza reconduce al silencio existencial
si me ves en silencio
Silencio y creatividad como caminos de identidad
perder para ganar
En el silencio experimentamos los ‘no-sé’ acerca de uno mismo
existencial, espiritual, liberador
El silencio existencial no es de los satisfechos, sino que es propio de quienes peregrinan
semilla final: el secreto de la fecundidad: Sabiduría 18, 14s
anexo
introducción
Invitación a este viaje
Saber estar en silencio es llegar a pertenecerse más. Es hacerse más consciente y más crítico de todo, más dueño de las palabras, más capaz de resistencia ante la palabrería vacía y vaciante, y ante el silencio usado como arma: el silencio hiriente y ninguneador.
Hacerse más uno mismo. Por eso tiene que ver con la identidad.
El silencio así es fecundo: pues recuperando mi sustancia de mismidad, sustanciándose mi ‘yo-soy’ ya no desde fuera sino desde ‘la tierra existencial que soy y habito’, puedo, por fin, establecer un vínculo dialogal y nutriente con el tú, con el otro; un vínculo que no sea dependiente o posesivo, sino atento y receptivo.
El silencio receptivo, contemplativo, dialogal, se vuelve ecosistema: un hábitat cotidiano de equilibrio sustentable de la identidad, el amor y la creatividad.
Este libro tiene su ‘hermano mellizo’ llamado “Te amaré en Silencio” - tu Intimidad como Contemplativo de Dios y Receptivos del hermano”. Son parecidos, comparten ADN, se complementan; aunque cada uno tiene su núcleo propio.
En éste, se acentúa la consideración del silencio como ecosistema y lugar de identidad personal, si bien siempre aparece su cualidad de ‘lugar del escucha del Tú divino y el tú humano’. En el otro librito, se profundiza esa cualidad dialógica que el silencio nutre y permite, y la reflexión sobre el Ecosistema que sostiene esta vincularidad, queda mencionada, pero sin ser desarrollada.
En ambos, entre capítulo y capítulo hallarás intercaladas, como poesía que nos dé otra perspectiva y otra respiración, algunas letras de canciones que fui componiendo -casi todas, últimamente.
Escribo como quien recorre un paisaje: el sagrado lago del alma humana, rodeado de montes, bosques, vibrando con nuestra época…, pero memorando tantas huellas y avizorando perspectivas.
Por eso, voy y vengo: si has caminado lugares hermosos, sabes que no se trata de un único trayecto lineal. Sabes que, al subir una altura, cambia tu paisaje, mejora tu perspectiva. Y que, si caminas rodeando el lago, el agua es la misma…, pero ahora puedes ver otro bosque escondido en su lado opuesto, quizás de otras especies. Además, cada hora del día despierta nuevas tonalidades en las rocas: y así descubres su composición y hasta su relieve.
Te invito, entonces, a leer despacio. A parar en cada párrafo, sin que sientas que eso es un problema. Es como detenerte a mirar un árbol hermoso. Quién te dijo que un libro debe ser una prueba de velocidad. ¿No serán los mismos que te tratan de vender un tour de muchas ciudades en pocas jornadas, quizás…? ¿O que nos aseguran que para mantener muchos “amigos” basta verles algunas fotos y leer algunas frases que deciden editar?
Reaccionemos.
Andemos juntos por el corazón que se extravió en la palabrería, se reconoce capaz de más sentido y solidez, y busca paz. El camino del silencio es el camino hacia ti mismo. Me conmueve percibir la búsqueda de tantas y tantos: una búsqueda de plenitud, de sentido, que no se mide por lo material, ni en vacaciones soñadas, ni por logros, ni excesos, ni escapes.
Viajemos juntos sin apuro. Quienes nos hemos alejado de nuestra alma paso a paso, necesitamos volver paso a paso. Dale tiempo a este libro. Fue escrito -como su libro hermano- con tiempo, amor, y memoria de muchos que charlaron conmigo sus pesares y búsquedas.
En el centro de ti mismo, te espera un premio; es una gracia de paz, pero no se te dará sin intentar paso a paso, párrafo a párrafo, comprender, acallar y dejar atrás, desandándolos, a tus ruidosos, engañosos laberintos.
Diez vectores a los que apunta este librito, junto con su ‘libro hermano’: “Si el Silencio te fecunda, el Encuentro te renace” …, para que se transformen en…
…diez caminos interiores, diez propósitos espirituales, diez semillas a sembrarnos:
Recuperar el silencio hoy para recuperar mismidad, libertad, humanidad e identidad.
Cultivar el silencio como un ecosistema que cuida la vida, la renueva y la fecunda.
Retirarse, crítica y creativamente de la palabrería vaciante, manipuladora y utilitarista.
Regenerar el silencio receptivo, que abre al tú de Dios y de los otros.
Enraizar desde un silencio de intimidad los encuentros humanizadores y la comunión.
Existir desde el silencio personal como cuna de una palabra significativa y dialogal.
Elegir la fertilidad de la escucha, que sólo el ecosistema del silencio sabe nutrir.
Resignificar el silencio de Dios, misterio ante nuestra fe asombrada, discipular, silenciosa.
Hacer del silencio receptivo la clave de la contemplación de Dios en el actuar cotidiano.
Reencontrar la fuente silenciosa de la propia identidad única, donándose desde el Tú divino.
El silencio, un don a recuperar, lejos de los extremos que desfiguran la palabra: la hostilidad callada, el miedo mudo, y la palabrería devaluada
Comenzar este viaje implica ajustar nuestros mapas. Y casi siempre, eso incluye distinguir localidades de nombres parecidos. A veces hay lugares con el mismo nombre en comarcas muy, muy lejanas.
Así sucede con el Silencio.
Hay un Silencio en la Comarca de la Vida; y es el Ecosistema más humano, el que necesitamos para ser receptivos, dialogales, contemplativos y fecundos.
Pero hay estaciones de silencios en algunas comarcas de muerte. Necesitamos descartar de entrada estos silencios que matan. Nuestro viaje también es aprender a evitar estos destinos.
En primer lugar, no hablo por supuesto aquí del silencio impuesto a los otros por intimidación, tortura del tipo que sea, chantaje; pues ese no es un silencio elegido sino una censura sufrida: y es siempre señal de una opresión intolerable.
Partimos del silencio como opción… ¿Opción humanizadora, de vida? Eso buscamos. Pero…
Pero aún debemos distinguir, como en todo lo humano, la posibilidad de pervertir esta opción, y hacer del silencio elegido un instrumento deshumanizador.
Ya sea como silencio hostil, como arma, como signo quizás de una herida que busca vengarse hiriendo más, éste es un silencio hecho ninguneo. Es un ignorar deliberado, una manera de quitarle al otro la palabra pues se le quita al otro su calidad de interlocutor, y se lo reduce a un ‘nadie’, ‘para mí tú no existes’.
O también, se pervierte al silencio elegido viviendo sólo en combativos silencios tácticos, que buscan solamente neutralizar las palabras que están por venir: silencios como radar, que no acogen sino detectan, detectan en función de un contraataque, receptan para agredir.
Todo lo anterior genera su fruto, de su misma especie: esos tipos de silencios mortíferos que parten en realidad de un ‘no escuchar’, llevan al otro a que se calle, lo llevan a su propio silencio de muerte, a la solitariedad, al aislamiento…, así son las discusiones, y los vínculos, cuando uno hace silencio sólo para destruir las palabras del otro y rebajar el ser del otro a la irrelevancia.
Y tantas veces, esta experiencia de coerción, moral, emocional, abusiva, colectivista, física, social, en que una persona es obligada a callarse, genera el silencio del miedo.
En todos estos sentidos, el silencio no se trata de ningún ecosistema.
Y ya no es una ‘nodriza de la palabra’ sino un ‘asesino de la palabra’. Y no es silencio un lugar de identidad personal sino de confusión, desidentificación, desvalimiento. Y no un manantial nutricio de la mejor expresividad, sino el desamor ejercido o sufrido donde está vulnerada la comunión.
Es que los humanos podemos hacer de cualquier dimensión humana, según con qué intención la vivimos, un lugar de vida o un lugar de muerte.
Y aquí estamos queriendo aproximarnos al tesoro del Silencio como dimensión vivificante. Pero no podemos hacerlo, si no reflexionamos acerca de sus formas deformadas, y del trabajo que implica pasar de la palabrería a la interioridad fértil.
La ternura, por ejemplo, también nos muestra esta doble posibilidad: está llamada a ser un lugar de vida; pero los humanos podemos contaminar la ternura hasta deformarla, pudrirla, y hacerla, ya deformada, un lugar ambiguo de posesividad y dependencia; y así devenir en cadenas de muerte.
También ocurre esta posibilidad con el silencio; en un extremo tiene estas dimensiones mortíferas. Es el silencio de los enemigos, el silencio desolador de la hostilidad.
Y también es mortal el silencio del no atreverse a decir las cosas que son. El elegir un silencio de miedo personal que nos aísle en el propio dolor. De esa dimensión me ocupo de alguna manera cuando, a lo largo de todo el libro “Santa Resiliencia”, pondero el valor de la palabra, y hablo de la necesidad de poner palabras, nombrar, alumbrar la verdad existencial.
Pues una de las claves del proceso de fortalecimiento y re-identificación existencial de la resiliencia, para quien transita desde adversidades, es la palabra: la palabra del diálogo en comunión de ayuda, la palabra con sentido que llamamos ‘logos’, portador de nueva vida y luz y belleza, la palabra asumida como trabajoso camino de verdad personal que desvela el ser, la palabra que desenreda la atadura mortífera, la palabra que intuye un ‘para qué de tanto dolor’ hacia una luz de esperanza.
Por eso, doy por seguro, amigo mío, amiga mía, que sabes y puedes cotejar en ese librito mi total afirmación sobre la convicción de expresarnos desde lo profundo de cada uno de nosotros; y por eso, estar seguro de que en estas páginas que lees no buscamos ‘que la gente se quede callada cuando debe hablar’; no buscamos un silencio de miedo, timidez, complicidad criminal, falso recato, ocultamiento de lo difícil u oscuro, de ninguna manera.
Pero… ambas cosas, palabra humana y silencio humano, van juntas: la palabra significativa nace del humus fértil de un silencio personal introspectivo, que sufre, medita, escucha, y así se hace capaz de su más propia palabra, dicha en su cantar, gritar y dialogar.
Por eso, en el caminar de estas páginas, buscamos recuperar el lugar maravillosamente fecundo de tu silencio. Que es tu saber estar contigo mismo, con los demás y con Dios, desde la fuente silenciosa de tu libertad e identidad.
Fuente silenciosa, lugar íntimo, a recuperar… en medio de tantas, tantas palabras que te vocean sus productos, que te dicen sus opiniones, que quieren formatearte desde afuera.
Sí: esa palabra inflacionada es la expresión devenida en palabrería. Es el falso compartir de lo trivial, un excesivo y abrumador compartir de voces, corrompido en palabrerío.
Si el silencio hostil o el silencio del miedo están en un extremo del ecosistema humano del encuentro con sentido, la palabrería ocupa el otro extremo. Y en realidad, da su tono al entorno habitual de la mayoría de la gente y las culturas. Ese palabrerío banaliza las cosas con su trivialidad, su vacío de sustancia, su superficialidad. Manipula al otro porque no lo deja al otro ser otro -ni siquiera a Dios lo deja ser Dios.
Porque discursear en exceso sobre el otro es presumir abarcarlo, es un acto de permanente invasión. El palabrerío mantiene en un lugar funcional la vida: hablo desde opiniones en boga que funcionan como automatismos no discutidos, hablo desde lo prejuzgado y preconcebido que diré siempre en tales y cuales situaciones y ante tal tipo de personas; es la respuesta que ya tengo, la frase que ya sirve, que cae bien o graciosa o utilitaria o que ya funcionó… No me vuelvo a hacer cargo de un emitir palabra más personal y reflexiva, sino que la palabra está en función de un mecanismo inercial, el soltar palabras parece que funciona solo.
A veces, así se dicen oraciones hasta de la Misa. Y se repiten consejos a los hijos, como formando parte de una inercia ciega que ha tomado posesión de su libertad, el lenguaje despliega su tejido, sus formas… y las personas deben entrar en su lógica, en su cosmovisión. Lenguajes que se meten en vidas ajenas, o que exhiben en demasía lo íntimo, o lenguajes obscenos, o de horizonte sólo materialista, o que dan por sentado que en el mundo “el hombre es lobo para el hombre” y todo se trata de competir y vencerse y supervivir el más despiadado; o lenguajes románticos que se generalizan como único modo de expresar sentimientos… así, subiéndose a formas de hablar que otros diseñan y exportan en sus productos culturales -canciones, series, reality shows, modas de celebridades, ideas de ideólogos, etc.- es posible transcurrir repitiendo palabras ajenas, vivir entretejido en un idioma que no nace de la propia identidad y del propio corazón sapiencial, sino que es parte de una superestructura cultural, comercial, ideológica.
Y así, se puede vivir como formando parte -siempre conectados, siempre con auriculares, casi como sonámbulos, o pendientes de la televisión y sus figuras y sus chismes- de una matrix.
Otras veces, este palabrerío superabundante y que acomete a toda hora desde diversos frentes, genera la sensación de pérdida de valor la palabra; esa desvalorización que acompaña a toda devaluación de algo sobre-expandido: pues tanto se multiplica el palabreo, tanto se abusa de declaraciones, frasecitas, opiniones, “posteos”, etc., y es tal el chismorreo y el barullo, que de a poco cada palabra, cada expresarse pierde su valor, como moneda sobre emitida.
Así lo vemos por ejemplo en la sobreexposición y el sobre habitar en las redes sociales: hay quien gasta su tiempo en comentar cada foto, en escribir acerca de cada nimiedad del acontecer y comentarlo, derramándose en un expresarse acerca de las opiniones… de sí mismo -un opinar que es reactivo ante lo de los demás. Aconteceres nimios y opiniones que, al día o mes siguiente, ya fueron superados por la marea del día a día: fragmentos de intervenciones que se pierden al instante, devorados en redes que enredan, una calidad perdida a cambio de cantidad, pues a veces la búsqueda es la demagógica: la de cantidad de aprobaciones logradas.
A veces, parece que este tipo de personas está sintiéndose casi en la obligación de comentar cada suceso, como un nuevo tipo humano de comentador universal, que opina sobre todo, aprueba o condena todo como juez universal instantáneo, frente a frases o fotos, generando además la ola absorbente de una dinámica imparable, abrumadora: la de tener que atender esta catarata de espacios, la de vivir desde el personaje que postea, o desde el personaje de las imágenes, o desde esos avatares que ‘somos’; identidades digitales actuando y haciendo y pretendiendo más y diverso de lo que teologalmente somos ante Dios.
Y paradójicamente, esta espesura donde se promulga una superabundancia de fórmulas de vida y de felicidad es crecientemente un ámbito donde abundan cloacas de odios, de ‘odiadores’, de conspiraciones, y de noticias falsas.
Y pienso: Qué distinto es el legado de quien se ahorrase esa fragmentación, de quien se retirase prudentemente de estos espacios contaminados… y escribiese un libro, uno solo, sólido y testimonial, creíble y perdurable, pensado y propio, conteniendo su semilla de aporte de vida y sabiduría para el mundo, o al menos para sus hijos y nietos…
Como decía una vieja canción italiana, traducida a varios idiomas: “Parole, parole, parole…”. Esa canción ironizaba acerca de un presunto amador, que se iba en discursos. Así es la palabrería; pero ¿acaso no es lo que a veces te enmaraña la cotidianidad, amigo que lees? ¿Cuántas veces te reclama una red de palabras, mensajes, avisos, anuncios, que percibes que te sacan de tu eje, te quitan tiempo vital, y te ubican fuera de lo que importa y te concierne de verdad?
¿Quién será capaz de reaccionar?
¿Quién reconocerá la nostalgia de un logos, de una palabra con sentido, y desconectará todo el palabreo y la vocinglería que aturde?
¿Quién reconocerá la Palabra, entre tanta falsificación?
¿Quién buscará y atesorará esa moneda de oro, si la fábrica de palabrerío impunemente genera tanta inflación?
¿Quién podrá creer que es Testigo y Voz, aquel que vive enredado en su discurso y enredando con palabras que no salvan?
Y tú… ¿Te atreves a recuperar-te?
“La vida es un cuento de ruido y de furia, narrado por un protagonista loco”, decía uno de los personajes de Shakespeare.
Sin llegar a eso… ¿cuánto de tu vida es ‘relato’? Sólo el silencio verifica nuestros discursos, slogans, lemas.
Cuando hemos perdido el rumbo del silencio, también perdemos la Palabra. Y la reemplazamos por muchas ‘palabritas’. Y nos alienamos en el discurso, relato que es ruido, furia, locura o puro cuento. O a veces, bellas frases, proyectos, evocación del pasado, uniformidad ‘bajada de arriba’ disfrazada de comunión real.
Alienación, pero convincente, marketineramente disfrazada de comunicación real y necesaria, de socialización, actividad intensa, productiva, comunitaria. Tan, tan lejana de la escucha, del arrepentimiento, del difícil discernimiento que lleva a la conversión; y tan alejada del real encuentro entre personas.
La alienación deforma: Algunos, como patéticos ‘guasones’ contemporáneos, exhibiéndose en fotos autocomplacientes adonde el alma dolorida de la vida no tiene espesor, siempre autosatisfechos, exitosos y sonrientes, aunque se les ve desde lejos el maquillaje de la felicidad sin inviernos exterior e impostada.
Otros como fieras bien trajeadas y formas impecables, pero con garras que asoman bajo sus muñecas y ojos duros que no pueden disimular sus carreras aspiracionales; y la codicia impiadosa o el gusto por el poder les afila el alma reseca.
Están en las antípodas del silencio de sí mismos, en el otro extremo de la galaxia del silencio de Belén, y lloran sus almas. Aturdidos en un mundo que nos puede seducir, los maquillajes y las garras son una forma de alejarnos de nuestro propio silencio de despojos, intemperie, sinceridad responsable ante Dios, humanidad humilde.
La parábola del fariseo y el publicano es buen ejemplo de lo que significa el palabrerío delante de Dios. El fariseo se perdía en su ‘blablablá’ ante Dios, ego-centrado, racionalizando seguro de su posición. El publicano repetía ‘Ten misericordia de mí’, pocas palabras, las esenciales, el corazón en la mano.
Nuestra propuesta es reaccionar frente a eso, que retrata a esta etapa de nuestra sociedad, incomunica a las familias y hace sufrir mucho a las personas. La época de la palabrería en las redes es la época de más gente solitaria, más gente sin pareja estable, más gente enferma de tristeza a solas. La persona palabrera termina sufriendo la trampa de su imposibilidad de llegar a la Palabra Con Sentido, que llamamos ‘Logos’. Y esa Palabra con sentido, sólo nace en el silencio, sólo se alumbra cuando desalojamos de nuestra vida el ruido, lo que nos invade, las músicas de fondo, la atención permanente a lo que los otros nos dictan; esa Palabra que se gesta en nosotros revelándonos quiénes somos y qué haremos, revelándonos cuál es nuestro camino y nuestra fecundidad, nacerá solo en el silencio del corazón.
En esta época, se abusa de esta frase: “Fulano rompió el silencio…” Y a continuación, la declaración escandalosa, largamente esperada, de alguien que vivió algo. El chisme por fin se realimenta. El pobre silencio parece un chicle globo, con tiempo limitadísimo de vida, que no pudo aguantar más sin estallar. El morbo por la intimidad indebidamente compartida se realimenta de su estiércol ante infidencias desparramadas por los ventiladores de medios amarillentos y redes. Y la única frase que tienen es esa: “Rompió el silencio”.
Te propongo otra: “Recuperemos el Silencio”.
Y, como en un bosque, como en el jardín original, nos sobrevendrá la sorpresa de la vida limpia y sagrada manándonos.
volver al Humus
“Volver al humus:
Fértiloscuro.
Latenciaoscura.
Latencianoche.
Crecerdenoche.
Abiertanoche.
Cerrarabriendo.
Caernaciendo.
Volver al humus:
Fondonutriente.
Silenciamiento.
Silencioscuro.
Silencioabrigo.
Silenciogesto.
Raízcallada.
Modocallado.
¡Mitierraoscura!
Tierraplacenta.
¡Mitierracuna!
Volver al humus:
Sustanciaespesa.
Sustanciapura.
Raícespuras.
Raízsegura.
Raízinvisible.
Raízsecreta.
Miluzsecreta.
Volver al humus:
Volveracasa.
Volveralalma.
Almadeveras.
Almasemilla.
Cuidasemillas.
Ensemillarme.
Asemillarme.
Volver al humus:
Vidaescondida.
Escondimiento.
Ocultamiento.
Esperaoculta.
Ocultohumilde.
Corajehumilde.
Corajequieto.
Volver al humus:
Mitierrasabia.
Eltiemposabio.
Eltiempolargo.
Eltiempolento.
Allíyoviva.
Allímencuentren.
Asímencuentren”.
El ecosistema del silencio: hábitat vital para creer, ser quien soy, y ser fecundo
Alguien me preguntó: cuando tú hablas de elegir el silencio, ¿te refieres a un modo de orar…? ¿elegir el silencio es elegir una forma de oración?
No sólo me refiero al silencio como ámbito de la oración, porque el silencio es más que eso: el silencio es una dimensión de la existencia. Una dimensión de lo humano, un color de la existencia humana, que necesitamos recuperar. Pero para eso, es importante comprender cómo lo perdemos, por qué lo despreciamos…
Y más aún, cómo necesitamos elegir, decidir, regenerar en nosotros esa dimensión dañada -como una ‘capa de ozono’ protectora que se va adelgazando por efecto de los gases de origen humano que la dañan, y por eso, su pérdida nos vuelve vulnerables a radiaciones mortales… el silencio amenazado y perdido nos hace morir de a poco.
Pero a diferencia de esta comparación, si la capa de ozono está bien alta en la atmósfera, el silencio personal más bien es como una dimensión más profunda, la más honda, la que está en contacto con nuestra intimidad y, por eso, con nuestra identidad y su fuente sagrada. En este caso, entonces, la voluntad de recuperar el vivificante silencio dañado es una voluntad de profundo regreso a la propia esencia.
Pero, ¿no es bien simple recuperar el silencio? ¿No basta con apagar los ruidos? ¿Por qué para ir al silencio hay que hacer todo un esfuerzo, un viaje de retorno, un trayecto sostenido por la voluntad?
Bueno: Es que el viaje de regreso de cualquier extravío es tan largo y complejo como lo fue extraviarse.
Y no será simple, rápido ni fácil, volver a ser receptivo, contemplativo, escuchador, fértil, ese estilo de vida que comenzó a funcionar con un ‘sistema operativo’, programado según la productividad y sus estímulos, los medios, las redes, la identidad que nos viene de afuera y con la que nos vamos midiendo.
Basta con salir al silencio para captar a veces, cómo el ruido interior nos mantiene a la velocidad crucero de la exterioridad más superficial. Es que, si nos dejamos llevar por esa corriente de la presión cotidiana, formateando quiénes debemos ser para encajar en el mundo como exitosos o aspirantes a exitosos y adaptados, la existencia se vuelve banalizada, siempre apurada, ruidosa, masificada en su expresión, no reflexiva ni pensante, medida en números, reactiva superficialmente y no rumiante de lo que sucede.
Habrá que hacer un camino; y eso supone una voluntad sostenida en el tiempo. Sí es cierto que la decisión de volver al silencio es un desvestirnos de ropas innecesarias. Sí: como el silencio habita en lo profundo del ser del hombre -como su tierra básica-, volver al silencio interior es un desmontar los artificios.
Por eso, el camino del silencio humanizador es un camino de vuelta a la mejor naturalidad humana. Y, por ende, desarticula las poses, los slogans vacíos y repetidos, los relatos… En ese sentido, la decisión que se ejerce es un dejar atrás la vida palabrera: es un acto de voluntad que desarma la voluntad. Es un ‘ya dejar de hacer’, es un soltar, un desarmar. Porque el silencio, más que un objeto construible por uno mismo, es como un don. Un don interior, un don que nadie nos vende, un don que está allí para que nos expongamos a recibirlo, atravesando voluntariamente la capa de lo banal.
Pensemos en la luminosidad del sol: Salir a la luz del sol es más un acto de abandono de lo que nos estructura en seguridades. Implica dejar un esquema concebido artificialmente como protección, pues se vuelve encierro si sólo nos quedamos dentro de él.
Es como la experiencia del viento en la piel. Es necesario renunciar a la protección de los edificios, y preferir habitar con ventanas abiertas, o mejor, conocer la belleza áspera de los espacios abiertos y amigarse con las intemperies.
Así también, elegir el silencio es en cierto modo un exponerse, un perder, un ‘creer-sin-verlo-aún’, que en esa intemperie hallaremos un refugio mucho más seguro y nuestro: un refugio que es nuestra interioridad, nuestra desnuda y simple interioridad.
Por eso, el acto de voluntad hacia un silencio fértil sí que se ejerce. Es necesario decidirlo, en primer lugar, ante el ruido y el palabrerío invasivo, tóxicamente instalado en muchos ambientes culturales, y que se caracteriza por el invadirnos e impedirnos la mismidad.
Y, en segundo lugar, tomando saludable distancia de lo que identificamos como nuestra zona de confort de slogans y palabras institucionalizadas seguras y automáticas: ese universo de mensajes con que a veces nos definimos, y con los que abandonamos el camino de las preguntas existenciales, pues parece que ya tenemos todo por fin claro, seguro, estático y para siempre bien respondido (acerca de Dios, de nosotros mismos, de los otros…).
Y esto implicará abandonar estilos, rutinas que nos acostumbran a no pensar por nosotros mismos y automatizarnos en el decidir, masividades que nos eximen de autentificarnos, palabras estandarizadas que repetimos funcionalmente para encajar eficientemente en el mecanismo en que interactuamos.
Elegir el silencio, pues es peregrinar por una soledad renaciente.
Es dejar esa ciudad vieja atrás, nuestra Ur de Caldea personal: Es partir desde este “Ur de Caldea”, desde este pueblo original de Abrán, llamados a ir por un desierto que parece interminable, guiados por una voz aún misteriosa que nos dice que nuestro nombre es otro y más fecundo, mucho más fecundo, pero que sólo lo experimentaremos -sólo seremos, por fin, no Abrán sino el Abraham de Dios y del pueblo, si nos atrevemos a dejar atrás la ciudadela de la palabra banalizada y los canales de riego ya construidos y los jardines ya diseñados… y nos adentramos en el silencio de un desierto de puras promesas.
Pero no es una ida al desierto en una ida puntual a ese desierto, no en visitas turísticas, sino en una decisión existencial. No creyendo que es posible vivir de lo viejo -de la palabrería funcional- y darnos el gustito de algo nuevo, de a ratos. Y menos pretender que en esos ratitos de soledad comprenderemos el desierto y le arrancaremos su secreto divino, sino haciendo que nuestra vida apunte a caminar bajo las estrellas y, en el silencio de la fe, generar un nuevo ecosistema.
El silencio receptivo, fértil, capaz de tu mejor palabra, es ecosistema: o es opción de vida, o no es silencio.
Sí… es imposible volvernos de repente silenciosos por una hora, silenciosos de corazón, si nuestro yo está instalado en el utilitarismo, o sea no en la sana practicidad de la vida cuando se hace concreta, sino en el extremo del pragmatismo que juzga la validez de todo según el resultado inmediato.
El utilitarismo pragmatista quiere ver resultados ya, pronto, que validen de inmediato a uno mismo por lo hecho ante los demás y ante Dios y ante uno mismo. Y vive en el tener bajo control las variables, no resiste la ventana abierta del misterio que exige otros tiempos y otros pasos; el existir pragmático quiere resultados, no discernimiento, y por eso aspira a demasiado y pretende, ya, todas las respuestas. No hay silencios de asombro, rumia y espera sagrada sino lo que mueve es ese eficientismo tan rápido en juzgar la vida y la acción según resultados medibles, ya, y que busca por eso fórmulas, slogans, ‘tips’, que garanticen control y resultados. No hay silencio en quienes se arman de mil frases que no dan lugar nunca a los asombros y a los necesarios “no sé”.
Sobre todo, no hay silencio cuando esta “vida-pragma” es motor de autovalidación, cuando es el secreto de mi autosatisfacción; pues en ese sistema operativo existencial mi tesoro, lo que realmente me mantiene vital, es mi propia acción.
Mi tesoro no es la atención al Otro, mi tesoro no es la fe -una concavidad desproporcionada, marial, abrahámica, que se abre a un Don en silencio y abandono-, sino que mi tesoro es mi actuar exitoso. En eso pienso todo el día. Estoy lleno de mí mismo. Estoy lleno de mi pragma. Porque la palabra que necesito en una ‘vida-pragma’, es la palabra útil; la palabra que sea una materia prima de mi actuar. ‘No necesito’, en esa existencia utilitarista y eficientista donde el eje soy yo y mi acción (a eso llamo ‘vida-pragma’), la atención sostenida en un callarme desde un ‘no-sé’ básico.
Ni le doy tanto valor a la palabra gratuita que “pierde tiempo”, ni la sapiencial orientada, no al actuar sino a la sabiduría, ni la mistérica que se pierde en las brumas de la nube de amor de Dios, ni la poética que se asoma al claroscuro de las existencias.
El pragmático consume las palabras como insumos. Su producto es su acción, y los silencios son apenas pausitas para tomar envión; le molestan, si debe soportarlos los llenan de lecturas utilitarias y productivas, pues nada realmente nuevo está el ‘hombrepragma’ abierto a recibir, parece que ya nada nuevo tiene Dios que decirle… El devoto del pragmatismo no discierne sino en base a conveniencia de necesidades inmediatas y resultados inmediatos, vive enchufado, se cree laborioso por haberse convertido en un mecanismo autoconvencido de que ese modo tan artificial, activista y pendiente de sus resultados, de habitar el mundo, es vivir, es amar, servir. Y así se repite, incapaz de creatividad verdadera porque es incapaz de contemplación; incapaz de intuición profunda de los demás porque es incapaz de desmantelar su hacer y quedarse desnudo en el puro ser, adonde el ser de los demás nos encuentra sin defensas, sin roles, sin cargos, sin curriculum, en el puro silencio, donde lo humano se vuelve elocuente sin palabras.
Cuando el ‘hombrepragma’, cuando la ‘mujerpuragestión’, intentan hacer pausas de silencio, que suelen a veces desear o añorar… lo sufren.
Pues el silencio, o se vuelve ecosistema -aún de las personas bien implicadas, aún de las personas en la ciudad y sus urgencias- o no llega a ser silencio fecundo.