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Prólogo


Hablar de Eduardo León es hablar de un poeta asumido como tal desde su adolescencia, con entereza y convicción.

Me place presentar y destacar a una vida joven con un camino firme en el arte de la palabra. Por lo tanto es importante que sepan, estimados lectores, que en este, su tercer poemario “La cura de todos los males” no encontrarán improvisaciones, estructuras libradas al azar, vocablos descuidados o con cargas de emociones no previstas.

El erotismo en Eduardo León es una elección a través de la que logra desarrollar sus sentires, propuestas y puntos de vista sobre el amor y el sexo, con encuentros y desencuentros entre sí, y en distintas instancias de la vida de quienes a ellos, se atrevan.

Su pluma se desliza por las pasiones en forma natural; así, en poemas escuetos, precisos, va seduciendo al lector independientemente de su condición o ideas primigenias.

El autor toma el timón en su barca de papel y navega tempestades de tinta sin dar lugar al temor, con la brújula fijada en un Norte claro, océano de sentimientos universales inherentes al ser humano.

Eduardo no le escribe al sexo. Eduardo escribe sexo en sus poemas y hace un culto de la desnudez, eleva la condición de la piel expuesta a su máxima expresión de belleza, instalándola en la cumbre, en el éxtasis que conlleva la satisfacción del deseo hecho tangible, luego de desafiar los precipicios que se presentan en multiplicidad de ambientes favorables o adversos.

La sensualidad goza de plena salud y la libido se alimenta con los poemas de Eduardo León.

En este punto del prólogo, hago honor a su pedido y con la confianza que nuestro estimado poeta ha depositado en mí como real colega del arte en el que intentamos decir la vida con versos, propongo a los lectores acompañarme a jugar unos instantes, para descubrir algunos de los brillantes pasajes que hallarán en sus candentes páginas.

Quede claro que no intento simplificar el recorrido por “La cura de todos los males”, al contrario, quiero contagiarlos, enamorarlos desde el mismo inicio para que, animados a esta aventura en poesía, gocemos juntos —como se debiera siempre principalmente en estos temas— hasta el final.

Manifestaciones tales como mi mano tiene caligrafía en tu piel o inclusive cuando me niegas tu boca/ yo te beso en el recuerdo nos arrebatan los sentidos y nos conducen con rienda segura en manos de quien se percibe, sin dudas, como un avezado en la materia.

Los cultos también pecamos, afirma con certeza en una expresión planteada en absoluto y convencido plural.

Más adelante confiesa declararse creyente ante la desnudez y exhala su opinión-deseo: El sexo, no debería ser la última opción. Sin demasiadas transiciones que permitan más que algunos suspiros, con la frescura calzada como único atuendo y una sinceridad en sus trazos que logra conmover, asegura… Me lastimo cuando amo.

Destaco muy oportuno, en tiempos en los que siguen siendo lamentablemente numerosas y dolorosas las instancias de abuso y violencia contra las mujeres, el poema “Femicidio” en el que el autor se expresa abiertamente contra el maltrato y la agresión hacia las mujeres. En sus versos hay dolor por la pérdida, aborrecimiento por una sonrisa apagada, por un cuerpo herido, vejado. No es ese el lugar que pretende y lo hace saber. Eduardo celebra el sexo compartido y los juegos en complicidad, con transgresiones pautadas y el respeto primando. Su poesía propone, invita, incita. Jamás doblega, abusa, maltrata o lastima.

Con pinceladas de un instinto animal que lejos de molestar o agredir, trae, posiciona y rescata la decisión de vivir disfrutando en plenitud, la sexualidad, Eduardo León, consciente de realidades que abruman, de lugares que distraen y de estructuras heredadas que inculpan, en un lenguaje llano, no vulgar, expone una conexión profunda entre el amor y el sexo (aunque no condicionante por su mismo respeto a la libertad) que es digna de recorrerse con todos los sentidos predispuestos a la vorágine de emociones encarnada en la poesía erótica.

Encuentro en su poema Fin del Comunicado paradójicamente, un gran inicio, que con estratégica precisión, ocupa el corazón de este libro y lo sostiene en admirable destreza.

Sean bienvenidos a este desafiante poemario que por momentos en tono sutil, a través de metáforas, y por momentos directo, osado, sin rodeos innecesarios, no permitirá tibiezas y los dejará con deseos de mucho más.


María Inés Iacometti

Santa Fe, Argentina

La cura de todos los males

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