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PRÓLOGO DE MILA MARTÍNEZ

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Tengo que agradecer a Eley Grey y a la Editorial La Calle la inesperada proposición para que elaborara este prólogo, especialmente porque Todas están locas ha traído hasta mí, más que un soplo de aire fresco, vendavales de emociones.

Sus páginas han recuperado recuerdos que creía perdidos; han devuelto a mi memoria el olor a pan recién horneado y la textura de la miel. Me he saturado de olor a tierra, he cerrado los ojos y ha llegado a mis oídos el sonido del viento acariciando los juncos que nacen a la orilla del río. He sentido de nuevo el temblor en mis labios de ese primer beso torpe, de tan deseado. La narración me ha transportado a la época en que escuchaba el canto de los gallos en la madrugada, al lugar donde las palabras eran habladas con acentos entrañables. Todas están locas me ha extraído del subconsciente consejos olvidados, pero también ha removido sufrimientos antiguos que nunca debieron existir.

En este sentido, el libro es un canto a la libertad, al derecho a ser uno mismo, a la aceptación, al amor. Y en esta historia, más que ninguna otra cosa, el amor es un asunto de piel, como sus propias líneas gritan. Y también, en ocasiones, lo único que te puede salvar.

La fuerza de la novela es la misma que percibo en Eley Grey, una escritora reivindicativa, auténtica, ingenua y a la vez madura, que destila verdad y frescura. Este es un libro que se toca, se huele, se escucha, que tiene su punto de misterio, que te hace reír a carcajadas y a la vez te duele. Es crudo, en ocasiones amargo, pero igualmente veraz, divertido y, a un tiempo, elegante.

La escritura de Eley es de una belleza palpable: ella a veces se sentía como el agua, de nadie; o la simple existencia de ese gorro fucsia que aísla a Grisalda del olvido; o también esa imagen de las huellas sobre el barro, las huellas que dibujan el pasado que se deja atrás y se va borrando poco a poco…

Sus escenarios envuelven a unos personajes polícromos cuyo entorno familiar los modela, otorgándoles unos matices imborrables: Grisalda, el gran pilar, Álex y su potente mirada, Laura, bendecida con una sensibilidad tendente al desmayo, Marga, neurótica, sobreprotectora y de físico peculiar, Pilar y su desapego… Todo un mundo de contrastes que muestra su mejor gama en una trepidante y divertida escena en la última parte de la novela. La sensibilidad y el sentido del humor, a veces negro, rezuma en cada una de sus páginas y va in crescendo hasta desembocar en una explosión hilarante, caótica y surrealista hacia el culmen de la obra. Un final vertiginoso e inesperado en el que se mezclan supersticiones, viejas rencillas, celos, deseos incipientes, mala leche y vapores etílicos.

Por último, he de confesar que Todas están locas me ha arrollado con la magia que aportan ciertos fenómenos, sucesos y reacciones inusitadas. Porque este libro está lleno de señales que dan pistas sobre la singularidad de sus personajes y la intensidad de sus emociones, lo cual revela mucho de su autora, Eley Grey.

Pasen y lean.

Todas están locas

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