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Capítulo 1

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NATASHA estaba dando los últimos toques a un óleo, el anochecer en los montes de Ayers, cuando su padre asomó la cabeza por la puerta del estudio.

—Han venido a verte, Natasha.

Algo en su tono de voz hizo que ella levantara bruscamente la cabeza.

—¿Quién es?

—Tom Scanlon.

Natasha soltó el pincel sin darse cuenta. El corazón le había dado un vuelco en el pecho y parecía a punto de escapársele por la garganta. Habían pasado dieciocho meses desde la última vez que habló con su ex prometido y lo creía fuera de su vida para siempre.

Haciendo un esfuerzo, Natasha miró a su padre, intentando disimular la angustia que amenazaba con ponerla enferma.

—Dile que no estoy.

—Pero es que…

—Dile que tengo mucho trabajo —insistió ella. ¿Cómo se atrevía a ir a su casa después de lo que le había hecho? ¿Qué esperaba, que lo recibiera con los brazos abiertos?—. O, mejor aún, dile que no quiero verlo. Ni ahora ni nunca.

—Parece muy decidido a hablar contigo, hija.

—Y yo estoy decidida a no hablar con él.

Pero bajo aquella aparente resolución, su corazón seguía latiendo hasta ensordecerla.

¿Por qué Tom iba a visitarla dieciocho meses después de haberla abandonado?, se preguntaba. ¿Para saber si había conseguido sobrevivir sin él?

—Si no quieres volver a verlo díselo tú misma, Natasha.

Ella suspiró, apretando los dientes.

—Muy bien, Charlie. Dile que entre. Le daré un minuto.

Desde que, un año antes, su padre y ella se habían convertido en socios en la galería de arte, se había acostumbrado a llamarlo «Charlie», en lugar de «papá». Natasha temblaba al pensar qué habría hecho sin su padre durante aquellos dieciocho meses. Él la había mantenido ocupada, la había animado y le había dado una razón para seguir adelante… sin mirar atrás.

¡Y, cuando casi lo había conseguido, Tom Scanlon volvía a aparecer en su vida!

—Dale una oportunidad, Natasha. Escucha lo que tiene que decir. Parece que ha cambiado y… —empezó a decir su padre, que dejó la frase sin terminar al ver el brillo de furia en los ojos de su hija—. Voy a decirle que entre.

Pero antes de que llegase a la puerta, una alta figura apareció en el umbral.

—Hola, Natasha.

La habitación pareció girar a su alrededor y Natasha tuvo que sujetarse a la silla.

Su aspecto era muy diferente del que tenía un año y medio atrás. Tom Scanlon siempre había sido un hombre muy alto, de hombros anchos, impresionante, pero entonces era robusto, casi con problemas de peso. Natasha tuvo que tragar saliva al verlo. Estaba fantástico… más fuerte, más musculoso, más atractivo que nunca. Debía tener treinta y seis años, pero parecía mucho más joven.

¿Sería su nueva novia la responsable de aquel cambio?

Los ojos de Natasha se convirtieron en hielo. Había sido un error dejarlo entrar, aunque solo fuera para decirle que no quería volver a verlo en toda su vida. Su presencia despertaba toda clase de sentimientos… unos sentimientos que creía haber enterrado para siempre.

—Os dejaré solos —dijo su padre.

—¡No hace falta que te vayas, papá! —exclamó ella. El traicionero «papá» se le había escapado por los nervios—. El señor Scanlon va a marcharse enseguida.

Natasha volvió a mirar a su visitante y sintió un estremecimiento.

Aquel no era el Tom Scanlon del que ella se había enamorado. Era un extraño… un extraño bien afeitado con un aspecto completamente diferente. ¿Dónde estaban la barba rufianesca y el largo y rizado cabello castaño? ¿Dónde estaban los vaqueros gastados y la camisa con las mangas subidas? ¿Dónde las botas llenas de polvo y la gorra?

¿Y dónde estaba el cigarrillo que siempre tenía en las manos?

Llevaba una chaqueta de ante marrón, zapatos de piel y una camisa azul, aunque sin corbata. Eso sí que hubiera sido increíble; Tom Scanlon con corbata. Llevaba el primer botón de la camisa desabrochado. Pero solo un botón, no la camisa abierta como era su costumbre.

Se había cortado el pelo y lo llevaba cuidadosamente peinado hacia atrás, aunque un mechón rebelde amenazaba con caer sobre su frente.

Natasha disimuló su turbación y respiró profundamente, para reunir fuerzas.

—Vaya, vaya… Tom Scanlon —dijo, intentando parecer despreocupada—. El hombre que decidió que el matrimonio no era para él.

—Tash…

Tash. Natasha sintió una punzada de amargura. Tom era el único que la llamaba de ese modo. Una vez había sido un nombre muy especial… una vez. Pero, en aquel momento, no podía soportar que la llamara así.

—¡No te atrevas a llamarme Tash! —exclamó, con ojos relampagueantes—. No puedo creer que tengas la cara de venir a verme como si nada hubiera pasado.

«Justo cuando estaba empezando a olvidarme de ti… cuando estaba empezando a pensar que podría sobrevivir sin ti», pensaba.

—Todo eso ha quedado atrás, Tash… Natasha.

De modo que no había ido a pedirle perdón, pensó ella. No, ese no era el estilo de Tom Scanlon. «Todo eso ha quedado atrás», había dicho. Eso era lo que su relación había sido para aquel hombre. Natasha levantó la barbilla, el azul de sus ojos convirtiéndose en gris helado. Pasara lo que pasara, no iba a decirle el daño que le había hecho.

—Sí, el tiempo pasa y la vida sigue.

No le preguntó qué había estado haciendo durante aquellos dieciocho meses. Él y su nuevo amor. Ni si seguía viviendo en Sidney, ni qué clase de trabajo hacía desde que había dejado de pilotar helicópteros. Conociendo a Tom, estaría trabajando en cualquier otra cosa. Antes de hacerse piloto, había trabajado como domador de caballos salvajes, dinamitero, carpintero y otras cien profesiones más, pero nunca había trabajado detrás de un escritorio. Siempre había preferido hacerlo en espacios abiertos. Siempre había preferido la libertad…

¿Su nueva novia lo habría convencido para que trabajase en una oficina?, se preguntaba. Una vez le había dicho que también tenía el título de contable. Que lo había hecho porque le iría bien cuando tuviera su propio rancho… su sueño de toda la vida.

Pero solo era un sueño. Un hermoso sueño irrealizable.

Todo en Tom Scanlon era un sueño. Nada de lo que hacía o prometía era real. «Cuando encuentras al amor de tu vida, quieres sujetarlo con las dos manos y no dejarlo escapar», le había dicho cuando le pidió que se casara con él.

El corazón de Natasha se encogió al recordar el amor que habían compartido; las risas, las largas conversaciones, las noches de amor. Aunque sus diferentes profesiones los habían mantenido alejados durante gran parte de su noviazgo, habían estado tan cerca como dos personas podían estarlo… o eso había creído ella.

No se le había ocurrido pensar que nada pudiera interponerse entre los dos.

—Pueden pasar muchas cosas en un año y medio —dijo Tom entonces, buscando sus ojos, pero ella apartó la mirada—. No me he olvidado de ti, Natasha. He llegado a Brisbane esta mañana y lo primero que he hecho ha sido venir a verte para ver cómo va tu trabajo, cómo te trata la vida…

Y para saber si seguía amándolo, si su corazón seguía roto o había encontrado otra persona… como había hecho él, pensaba Natasha.

Quizá Tom se sentiría menos culpable si ella se hubiera enamorado de otro hombre. ¿O deseaba que no hubiera encontrado a nadie? Sin duda se sentiría muy satisfecho sabiendo que era irreemplazable.

—Como ves, estoy muy bien —dijo Natasha. Él no tenía que saber nada más, no se merecía saber nada más.

—Me alegro. Estás estupenda, Tash —dijo él, mirándola de arriba abajo como había hecho ella unos minutos antes. Era un escrutinio tan directo que sentía como si la estuviera desnudando.

Su aspecto pulido y elegante la hacía sentirse avergonzada de su desaliño y de las manchas de pintura sobre sus piernas desnudas. Llevaba el largo cabello rubio recogido en una cola de caballo de la que se habían salido varios mechones y, por la expresión de Tom, Natasha pensó que también tenía la cara manchada de pintura.

—No hace falta que me des coba. ¡Y te he dicho que no me llames Tash! —repitió, incómoda.

Se preguntaba cómo sería su nueva novia… la irresistible sirena que «le había robado el corazón», como él mismo le había dicho cuando la había llamado por teléfono desde Sidney para romper el compromiso. El recuerdo de la traición la hizo levantar la cabeza y mirar al hombre sin mostrar la angustia y el dolor que había sentido durante dieciocho meses… y que, de nuevo, volvía a sentir.

—Pues bien, ya has visto que no me he cortado las venas. Y ahora, si no te importa, tengo mucho trabajo que hacer. Charlie, ¿podrías acompañar a Tom? Se marcha ahora mismo.

Tenía que librarse de él antes de que se diera cuenta de que su corazón había vuelto a romperse.

—Lo siento, muchacho, has venido en mal momento —suspiró su padre—. Natasha está muy ocupada. Vamos, te acompaño a la puerta.

«¿Muchacho?» «¿Mal momento?» Natasha miró a su padre como si fuera un traidor. A Charlie siempre le había caído bien Tom. Más que eso; a pesar de su vida nómada y su espíritu aventurero, su padre se había quedado tan fascinado por su irresistible encanto varonil como ella.

Charlie no entendía por qué habían roto el compromiso tan de repente cuando parecían estar locos el uno por el otro, y Natasha estaba demasiado dolida y humillada como para contarle que Tom se había enamorado de otra mujer.

Después de la separación se había negado a hablar de él y simplemente le había dicho que Tom no estaba hecho para el matrimonio y quería seguir siendo libre. Eso había sido la mentira que Tom Scanlon le había contado hasta que Natasha le había obligado a confesar la verdad: que había conocido a otra mujer.

Tom dio un paso hacia la puerta y después se volvió de nuevo hacia ella, mirando el cuadro que estaba pintando.

—Has capturado perfectamente la esencia de la montaña. El color de la puesta de sol, las nubes… las sombras. Igual que aquella noche —murmuró.

«Aquella noche…»

El corazón de Natasha se aceleró. El recordatorio de que habían estado juntos la primera vez que ella había visto amanecer sobre la roca Ayers hizo que un montón de agridulces recuerdos se amontonaran en su cerebro. Había ido a Red Centre de excursión y Tom pilotaba del helicóptero que la había llevado desde Alice Springs hasta la roca Ayers. Se habían gustado inmediatamente y, durante dos maravillosos meses, se habían visto cada vez que sus profesiones se lo permitían. Natasha había estado tan segura de que eran almas gemelas, que querían las mismas cosas, que estaban hechos el uno para el otro… pero se había equivocado. El sueño se había roto cuando Tom la había llamado desde Sidney para decirle que había conocido a otra mujer y que lo suyo había terminado.

—Me alegro de que te guste —dijo ella, sin mirarlo.

—¿Está en venta?

Natasha se quedó atónita. ¿Tom quería comprarlo? ¿Sabría que sus cuadros se habían revalorizado durante el último año? Sus paisajes eran demandados en toda Australia. Incluso el Primer Ministro le había encargado uno para el Parlamento en Canberra. Y los precios se había centuplicado. Tom Scanlon no podría pagar uno de sus óleos… suponiendo que siguiera ahorrando cada céntimo para comprar un rancho, como hacía cuando estaban juntos.

Pero quizá habría abandonado su sueño desde que estaba con «la sirena de Sidney». «Necesito un cambio, hacer cosas nuevas…», le había dicho entonces. Había dejado su trabajo como piloto y Natasha imaginaba que quizá habría invertido sus ahorros comprando una casa en Sidney, la ciudad en la que viviría con su nuevo amor.

Natasha respiró profundamente, sintiéndose incómoda. ¿Dónde estaría aquella mujer? ¿La habría llevado a Brisbane con él? ¿Sabría su novia que Tom había ido a verla?

Tenía la pregunta en la punta de la lengua, pero no la formuló. No quería que pensase que tenía interés alguno en su vida. Porque no lo tenía.

—No está en venta —contestó, secamente.

Había pintado cuadros parecidos del amanecer en la roca Ayers y los había exhibido en una exposición unos meses antes. Se los habían quitado de las manos. Todos ellos. Y Natasha había vuelto a pintar aquel amanecer… para quedárselo. No sabía bien por qué y empezaba a arrepentirse. Despertaba en ella recuerdos muy dolorosos y ni siquiera tenía espacio para colgarlo. La casa y la galería de arte anexa estaban saturadas de obras suyas.

Pero, aunque lo pusiera en venta, no pensaba vendérselo a Tom Scanlon. Sería demasiado humillante saber que él compartiría un paisaje tan especial, una noche tan especial, con la mujer que la había reemplazado en su corazón.

—Es una lástima —dijo él, encogiéndose de hombros. Quizá se arrepentía de haber hecho la oferta. Tampoco él querría tener un recordatorio de aquella romántica noche.

Natasha miró a su padre, que acompañó a Tom a la puerta y después se volvió hacia el cuadro que estaba pintando, para que ninguno de los dos viera el anhelo que había en sus ojos, un anhelo que ni ella misma podía creer que sentía, después de lo que Tom Scanlon le había hecho.

Afortunadamente, su padre y ella se marcharían de viaje al día siguiente y no volvería a encontrarse con Tom en Brisbane. Aunque estaba segura de que volvería a Sidney inmediatamente. Volvería a los brazos de la mujer a la que había preferido.

Después de que Tom se marchara, Natasha no podía concentrarse en el cuadro y se acercó a la ventana. Estuvo mirando la calle durante largo rato, turbada por el encuentro con su antiguo amor. En su mente, seguían dando vueltas un montón de preguntas sin respuesta. Quizá había sido un error no preguntarle a Tom si seguía con aquella mujer, si había conseguido un trabajo en Sidney y pensaba quedarse allí para siempre… o si había vuelto a su vida aventurera y nómada. Con su curiosidad satisfecha, habría podido apartarlo de su mente y de su vida de una vez por todas.

Pero hubiera sido insoportablemente doloroso escuchar de sus labios que seguía enamorado de la mujer de Sidney, que le contara las innumerables cualidades de la sirena que había robado su corazón…

«Yo no quería que esto pasara Tash. Ocurrió de repente, sin que pudiera evitarlo», le había dicho.

Eso hizo que Natasha se preguntara si alguna vez había sentido algo por ella. Un brillo de amargura iluminó sus ojos. Desde luego, la había hecho creer que era así.

«He encontrado en ti mi alma gemela, Tash… Tú y yo estamos hechos el uno para el otro… Nunca había creído que pudiera amar tanto a alguien…»

Pero no había sido suficiente. Una semana alejado de ella y…

Natasha se irguió, incrédula. Acababa de ver a Tom Scanlon saliendo de la galería de arte. Entonces, no se había marchado inmediatamente. Se había quedado con Charlie en la galería…

Sus ojos brillaron de furia. ¿Cómo se atrevía a quedarse charlando con su padre cuando ella prácticamente lo había echado de su casa?

Si Charlie había estado hablando con Tom sobre ella, lo mataría. Dándose la vuelta, Natasha salió del estudio por la puerta que daba a la galería y encontró a su padre arreglando un marco en el almacén.

—¿Qué le has contado a Tom? —preguntó—. ¿Por qué se ha quedado tanto tiempo, Charlie? Tú sabes que no quería verlo. Está fuera de mi vida y quiero que siga fuera. Además, seguro que se ha… que se ha casado.

—¿Casado? —repitió su padre—. ¿Por qué dices eso? Rompió su compromiso contigo porque quería ser libre, ¿no es así? ¿Por qué iba a casarse con otra mujer?

—¡Es más fácil para un hombre decirle a una mujer que no está hecho para el matrimonio que admitir que quiere ser libre para seguir tonteando con unas y con otras! —exclamó ella. No había necesidad de decirle a su padre que Tom se había enamorado de otra mujer antes de romper su compromiso con ella. No quería que Charlie volviera a sufrir por ella, su única hija—. Bueno, ¿por qué se ha quedado tanto rato? ¿De qué habéis hablado?

—Tom quería echar un vistazo a la galería, Natasha —contestó su padre. ¿Estaba evitando su mirada? Charlie había agachado la cabeza, aparentemente muy ocupado con el marco—. De hecho, ha comprado un cuadro —añadió, en un murmullo.

Natasha parpadeó, sorprendida.

—¿Qué cuadro? —preguntó.

No solo había obras suyas en la galería, también tenían cuadros de otros pintores jóvenes. Eran obras de buena calidad y de precio más asequible que sus óleos y acuarelas.

—Uno de los tuyos —contestó él, sin mirarla—. El de los cerezos en el jardín botánico.

Natasha se quedó atónita. ¿Por qué iba a querer Tom Scanlon comprar precisamente ese cuadro? Una vez habían caminado de la mano por el jardín botánico, admirando los cerezos. ¡Incluso se habían besado bajo aquel en particular! ¿Por qué querría él recordar aquel momento? Para ella, había resultado muy difícil volver al jardín y pintar aquel árbol que despertaba tantos recuerdos.

El cuadro era uno de los más pequeños, una delicada acuarela, con un precio bastante más bajo que los cuadros más grandes. Quizá era el único que se podía permitir, pensó. Pero, ¿por qué querría comprar uno de sus cuadros?

Quizá porque era hermoso y quería llevarle un regalo romántico a su novia… Pero, ¿sería Tom tan insensible como para regalarle un cuadro pintado por ella?

Natasha no entendía nada. Aquel Tom no era el hombre que ella había conocido… o creía haber conocido. Aunque le daba igual en qué clase de hombre se hubiera convertido o por qué hacía las cosas que hacía. Tom Scanlon estaba fuera de su vida para siempre.

—¿Eso es todo? ¿Solo quería comprar un cuadro? ¿No habéis hablado de nada más?

Su padre la miró con una expresión burlona en los ojos.

—Si querías preguntarle algo, podrías haberlo hecho cara a cara.

—No tengo nada que preguntarle. Solo quería apartarlo de mi vista lo antes posible —replicó ella, levantando la barbilla. Pero estaba temblando. No solo su voz, todo su cuerpo estaba temblando.

—Natasha… —empezó a decir su padre—. El hecho de que haya venido a verte significa que le sigues importando… que sigue pensando en ti. Ha tenido dieciocho meses de libertad y quizá hayan sido suficientes. Si sigues queriéndolo…

—¡No! Papá, no lo entiendes —lo interrumpió ella. Lo había llamado «papá», un signo de que estaba asustada o se sentía vulnerable—. Me hizo mucho daño y no voy a dejar que vuelva a hacérmelo nunca más. No quiero volver a verlo en toda mi vida.

Su padre la miró largamente, estudiándola.

—Quizá yo te conozco mejor que tú misma, Natasha.

—¿Ah, sí? ¿No me digas? —replicó ella, irónica. Pero no podía evitar que le temblasen los labios.

—Yo creo que Tom te sigue importando mucho. Y creo que a él también le importas. El tiempo lo cura todo, Natasha.

—Papá… —suspiró ella—. Mira, no va a haber un final feliz, así que deja de soñar con ello. Lo que Tom y yo tuvimos una vez está muerto y enterrado. Él lo mató. Él… ¡él me dejó por otra, papá!

Por fin lo había dicho.

Charlie tomó su mano y Natasha volvió la cara para no ver la mirada de compasión en los ojos de su padre.

Había esperado sentir desprecio por el hombre que la había abandonado por otra mujer, pero no lo sentía. Eso era lo más horrible.

—Natasha, imagino que te haría mucho daño. Pero hay hombres que se asustan cuando se habla de matrimonio y compromiso. Quizá Tom solo quería una excusa para alejarse durante un tiempo… para estar solo. Quizá necesitaba sentirse libre para hacer lo que le diera la gana, para no recordar que iba a atarse para siempre y se lió con alguna mujer. Pero estoy seguro de que se ha arrepentido de ello y ha vuelto para ver si hay alguna esperanza de que le des una segunda oportunidad.

—¿Una segunda oportunidad? ¡Nunca! —exclamó Natasha—. ¿Quién te ha dicho que se arrepiente? ¿Te lo ha dicho él? ¿Te ha dicho que ya no está con… su novia?

—No —admitió Charlie—. Pero, ¿por qué iba a venir a verte, por qué iba a querer comprar un cuadro tuyo si estuviera enamorado de otra mujer?

—¡Qué ingenuo eres, papá! Porque su conciencia no le dejará dormir. Solo quería comprobar que yo había seguido adelante con mi vida para seguir él con la suya sin sentirse culpable —explicó ella—. Bueno, pues ya ha visto que estoy perfectamente y que me he olvidado de él —añadió, temblando—. Lo que no pienso hacer es ponerme simpática y encantadora como si nada hubiera pasado. No voy a darle esa satisfacción.

—No, claro —murmuró Charlie, mirando el marco que tenía en las manos—. Bueno, será mejor que siga con esto, Natasha… tengo que terminarlo antes de que nos marchemos mañana.

Natasha lo miró, irritada. No parecía darle ninguna importancia a la deslealtad de Tom. Obviamente, su padre estaba preparado para olvidar y perdonar… sin siquiera saber si Tom seguía viviendo con la mujer con la que la había traicionado. Era increíble.

—Yo también tengo cosas que hacer y aún no he preparado la maleta. La interrupción me ha desconcentrado —dijo ella, malhumorada—. Lo mejor será que olvidemos la visita de Tom. ¿De acuerdo?

—Lo que tú digas, cariño.

Natasha lo miró con suspicacia, pero la cara de su padre era una máscara indescifrable.

En cualquier caso, pronto se olvidaría de Tom. Al día siguiente, su padre y ella viajarían al parque natural de Kakadu, una de las más hermosas reservas salvajes de Australia, y estarían allí durante dos semanas. Se había comprometido a tener obra suficiente para una exposición en Sidney unos meses después y el tema serían los paisajes de Kakadu.

Kakadu estaba al norte del país, cerca de Darwin, y allí estaría a salvo de Tom Scanlon.

Una aventura salvaje

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