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Introducción

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Desde 1996 (año en que se realizó la película ayacuchana Lágrimas de fuego) a la fecha se ha desarrollado de manera continua en el Perú un cine producido fuera de la capital de la República, que cuenta ya con alrededor de ciento cincuenta largometrajes, la mayoría de los cuales se ha exhibido comercialmente en su lugar de origen y sitios aledaños. Además, han sido elaborados decenas de mediometrajes y cortometrajes.

Las regiones de mayor actividad cinematográfica son Ayacucho, Puno, Junín y Cajamarca. También se ha hecho cine en Áncash, Arequipa, Apurímac, Cusco, Huancavelica, Huánuco, La Libertad, Lambayeque, Loreto, Pasco, Piura, San Martín, Tacna y Ucayali. En el presente libro llamaremos cine regional a este cine, producido y exhibido en las regiones fuera de Lima Metropolitana y Callao, realizado en soporte de película cinematográfica o video (digital o analógico), por empresas (formales o informales) domiciliadas en esas regiones y por cineastas que viven y trabajan allí.

En los últimos años se ha hecho notorio que no existe un solo tipo de cine regional, sino varios. Por lo menos tendríamos que distinguir dos: uno constituido por películas de largometraje de ficción, que emplean una narrativa de género y están dirigidos principalmente a un público popular y masivo; otro conformado por películas en su mayoría de cortometraje, que incluye filmes de autor, documentales y experimentales, dirigidas especialmente a un público universitario o de cinéfilos. El primero tiene como fuentes cinematográficas a los filmes de género de Hollywood (en especial películas de horror y acción), las películas de artes marciales de Hong Kong y los melodramas de la India. El segundo, al cine moderno y de autor. El primero es mayoritario en Puno, Ayacucho, Junín y Cajamarca; el segundo, en Arequipa, Lambayeque y Cusco. El primero guarda semejanzas con el llamado cine ecuatoriano “bajo tierra” o manabita y el cine en video de Nigeria y Ghana; el segundo, con el llamado cine independiente limeño. El primero es históricamente anterior, se considera como su punto de partida el filme ayacuchano Lágrimas de fuego, de 1996; el segundo podría fecharse, tentativamente, en el 2006, cuando el trujillano Omar Forero realiza su primer largo, Los actores, aunque él ya había dirigido antes cortometrajes, entre ellos La vida da vueltas (ganador del Festival de Cortometrajes Expecta-Cade en el año 2000). En el surgimiento de ambos tipos de cine tendría gran importancia el abaratamiento de la tecnología digital.

El primero de estos “cines regionales” tiene exhibición comercial, y el segundo mayoritariamente no comercial. La exhibición de las películas del primer tipo es itinerante, se inicia en la capital del departamento, se puede extender a otras provincias y regiones, los lugares donde se proyectan las películas son salas municipales, comunales, escuelas y al aire libre; pocos filmes han tenido exhibición nacional en multicines, pocos se han exhibido en festivales, y varios en el cineclub del Comité de Administración del Fondo de Asistencia y Estímulo de los Trabajadores del Sector Educación (Cafae-SE) en Lima, pero en este espacio de modo gratuito. En regiones como Ayacucho y Puno varias películas han sido vistas por decenas y hasta centenares de miles de espectadores, que han abarrotado los lugares donde han sido exhibidas. Los filmes del segundo tipo se muestran en salas culturales y algunos festivales, muy pocos han llegado a los multicines.

El perfil de los cineastas también varía. En el primer caso, los realizadores son de clase media, pero sus padres han emergido, en su mayoría, de sectores populares (algunos rurales o semirrurales); aunque casi todos tienen estudios superiores (hay, entre ellos, actores, artistas plásticos y profesores), solo algunos han adquirido formación académica en materia audiovisual. En el segundo caso provienen de hogares de clase media urbanos, y tienen estudios superiores en comunicaciones en universidades de su región.

Los cineastas de uno y otro tipo de cine regional han creado eventos (encuentros o festivales) para exhibir sus películas y establecer espacios de conocimiento e intercambio de experiencias. Ha habido encuentros en Ayacucho (2009 y 2010, organizados por la Asociación de Cineastas de Ayacucho, y 2015, organizado por Amaru Producciones, de Lalo Parra), Arequipa (2008 y 2013, organizados por Roger Acosta), Cajamarca (2013 y 2014, organizados por Héctor Marreros), Juliaca (2008, 2014 y 2015, organizados por Joseph Lora) y Huánuco (2014 y 2015, organizados por Elías Cabello), que han reunido a realizadores que cultivan el primer tipo de cine, y han tenido algún respaldo de gobiernos o instituciones locales, e inclusive del Ministerio de Cultura (en el caso del I Festival de Cine Regional Ayacucho 2015, cuyo proyecto ganó uno de los premios de gestión cultural en regiones otorgados por esa entidad).

Encuentros y festivales como Cinesuyu (Cusco); el Festival de Cine de Trujillo; el Festival de Cine Universitario “El cine que nos mueve” de Chiclayo, y Corriente - Encuentro de Desarrollo de Cine de No Ficción de Arequipa, son organizados por cineastas que practican el segundo tipo de cine, con apoyo –en algunos casos– del Ministerio de Cultura en cuanto obtuvieron premios a la gestión cultural en regiones.

La narrativa de género del primer tipo de cine regional tiene un fuerte componente de oralidad. Los géneros más abordados son el melodrama y el horror. Algunas de las películas de este tipo de cine son habladas parcial o totalmente en quechua (Supay, el hijo del condenado, de Miler Eusebio; Casarasiri, de Joseph Lora), y en los parlamentos en castellano se observa una construcción sintáctica heredada del quechua. El vínculo con la cultura popular y con la tradición es muy fuerte. En los filmes del segundo tipo, por el contrario, hay evidencia de una cultura letrada en los parlamentos de los personajes (Ana de los Ángeles, de Miguel Barreda Delgado), y especialmente en la voz de los narradores (Cable a tierra, de Karina Cáceres), y menos contacto con la tradición popular oral.

Los dos tipos de cine regional mencionados coexisten en algunas regiones con ciertos matices particulares. En Arequipa, Roger Acosta y Medardo Medina (este último específicamente de Mollendo) representarían al primero, y Miguel Barreda Delgado, Cecilia Cerdeña, la Asociación Monopelao, Karina Cáceres y los demás miembros del colectivo Okupas, al segundo. En Lambayeque, Óscar Liza se halla más cercano al primero, y Manuel Eyzaguirre se ubica plenamente en el segundo. En Iquitos, Dorian Fernández-Moris empieza a desarrollar su actividad a partir del primero, y Christian Bendayán y los cortos de la Asociación La Restinga se acercarían más al segundo. No obstante, la experiencia de la Asociación La Restinga hace pensar en un tercer tipo de cine promovido por organismos no gubernamentales que generan creaciones audiovisuales de artistas surgidos entre la población hacia la cual se hallan dirigidas sus actividades de promoción social.

Además, es preciso reparar en que existen peculiaridades en cada caso. No es igual el cine de horror ayacuchano que el puneño, y el melodrama cajamarquino tiene diferencias con el juliaqueño. El barroquismo de ciertos filmes experimentales cusqueños que se preguntan por la identidad nacional es casi opuesto al minimalismo descarnado de algunas películas chiclayanas y trujillanas que indagan sobre la soledad del individuo.

Debe añadirse que, pese a todo, existen vasos comunicantes entre ambos tipos de cine regional señalados. No solo afrontan problemas similares de exhibición y distribución, así como el escaso conocimiento o difusión de su existencia por parte de la prensa, críticos y académicos limeños, sino que sus representantes han compartido varias veces encuentros y escenarios. Chicama, de Omar Forero, fue seleccionada para el I Festival de Cine Regional Ayacucho 2015, lo mismo que Ana de los Ángeles, de Miguel Barreda Delgado, para el Encuentro de Cine Andino de Arequipa (2013), donde Barreda incluso tuvo a su cargo una conferencia sobre dirección de actores. Flaviano Quispe Chaiña, uno de los principales representantes del primer tipo de cine regional fue uno de los invitados en el Festival de Cine de Trujillo de 2014 (donde Omar Forero fue miembro del consejo consultivo).

Lo que revela, en general, el llamado cine regional es una variedad de tipos, formas y contenidos. Una riqueza que puede crecer con el debido respaldo institucional. Pero, a pesar de su evidente importancia, este cine no es suficientemente difundido en el ámbito nacional, y es casi invisible en Lima. A ello ha contribuido, sin duda, su escasa exhibición en el circuito comercial de los multicines (solo doce largometrajes estrenados allí), pero también la poca atención que le han dedicado los medios de comunicación, la crítica especializada, los cineastas de la capital, los centros académicos y las entidades del Estado.

Cabe anotar que el término cine regional que emplearemos en este libro es discutido por los mismos cineastas. Varios de ellos lo encuentran despectivo, al igual que la denominación ‘cine provinciano’. Prefieren que se hable simplemente de cine peruano; sin embargo, al llamar ‘cine peruano’ a este cine se corre el riesgo de invisibilizarlo. Durante años se ha identificado al cine peruano con el cine hecho en Lima. Algunos de los mismos directores entrevistados, al ser preguntados por las películas peruanas que recordaban, respondieron citando filmes limeños, y solo al pedirles que nombraran películas “regionales” mencionaron a las no producidas en la capital. El director arequipeño Miguel Barreda ha sugerido sobre el particular que se hable de “cine peruano arequipeño”, “cine peruano ayacuchano”, “cine peruano puneño”, etcétera; es decir, de cine peruano como producto con una denominación de origen específica. En cualquier caso, desde hace veinte años estamos ante un nuevo cine peruano que representa escenarios, prácticas culturales, vivencias y sensibilidades antes ausentes en las pantallas del país. Un cine cuyo desarrollo en el futuro depende no solo del talento y tesón de sus realizadores, sino, en gran medida, del apoyo institucional que se le brinde.

Las miradas múltiples

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