Читать книгу Habitación blanca - Erika Zepeda - Страница 3

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HABITACIÓN BLANCA

La mujer espera fuera de una cafetería. Trata de entretenerse con los detalles de la esquina poco concurrida, incluso el letrero escrito con gis de «Teatro alternativo», pero el aburrimiento ya se había instalado. Hace más de media hora que espera a alguien, ¿Adolfo, Gonzalo? Busca la cara del hombre entre los pocos transeúntes de ese apartado punto de la ciudad, pero no coincide con ninguno. Dobla con desesperación el tríptico y el par de boletos que le dieron en la taquilla. Se supone que debe entrar a la obra que se expone en el teatro escondido en la cafetería. Mira sus manos: un tic cuando está nerviosa.

Es hora. Parece que el hombre que la invitó a salir no aparecerá. Antes de entrar, mira la vieja marquesina que anuncia con letras chuecas la obra en escena: «Habitación blanca». Decide pasar a la cafetería, rodea la serie de mesas vacías y llega a la sala. Piensa que nadie irá a ver una obra como esa, pero el lugar está repleto; incluso hay niños llorando en las primeras filas y ancianos que parecen desmoronarse al primer soplo de viento. Busca dónde sentarse, y solo encuentra un asiento libre en todo el lugar. Trabajosamente camina entre las filas repletas de mujeres que comen palomitas rancias o de hombres de corbata y saco. El ruido que la gente produce en conjunto casi la hace olvidar el pensamiento que masca sin parar, ¿dónde diablos conoció al perdedor que la invitó? Pero solo alcanza un puñado de recuerdos enredados, una serie de citas tediosas, colmadas de silencios incómodos y caras de aburrimiento de un hombre sin nombre, ¿Adolfo o Gonzalo?

Alguien lanza palomitas desde el otro extremo de la sala, una mujer habla a gritos en su celular y un hombre ronca ruidosamente. «Prepárate para la aburrición, querida», se dice tratando de cobrar valor; mientras el escenario es iluminado de golpe como si la obra ya hubiera terminado. Nadie se mueve de su lugar, y por un momento incómodo todos guardan silencio en espera del inicio de la obra. En escena no pasa nada, solo hay una habitación a medio montar, como si los técnicos no hubieran alcanzado a realizar su trabajo y dejaron sin terminar la última pared del cubo que sería la habitación pintada de blanco. Parece que no les quedó otra opción más que cubrir el hueco con una cortina de plástico opaco, esperando que nadie lo note.

Alguien tose al fondo de la sala.

Un hombre sale a escena, viste un traje café a cuadros y se acerca lentamente a la habitación, mira de un lado para otro, incluso hacia el público. Luego alcanza la puerta a un costado del cubo blanco y trata de abrirla, pero es como si estuviera cerrada, forcejea un momento y luego se va por donde había entrado.

HOMBRE: ¡Señorita, no se vaya por favor!

En la fila donde está sentada la mujer se levantan el resto de las personas, nadie habla, solo empujan y la obligan a moverse de lugar, unos segundos después todos toman ubicaciones diferentes a los originales. La espectadora se asusta, pero luego cae en cuenta que debe ser una de esas obras modernas o interactivas o ridículas. En el escenario el hombre ha regresado junto a la habitación, y por segunda vez intenta abrir la puerta sin éxito.

HOMBRE: ¡Señorita, señorita!

Grita hacia algún punto desconocido tras escena, allá en la oscuridad. La espectadora se reacomoda en su lugar mirando hacia la puerta, trata de prestar atención, pero una pareja, dos filas atrás, discute a gritos y la distrae.

HOMBRE: ¿Hay alguien aquí?, ¿alguien me puede atender?

ALTAVOZ: Atención, atención. Es necesario el apoyo técnico en la zona diez. Atención, atención.

Una mujer de traje gris muy ajustado y zapatos altos, camina lentamente en dirección al hombre, sin mirarlo y removiendo los papeles que se enredan entre sus brazos torpes.

ANFITRiONA: Señor, bienvenido. Yo seré su anfitriona esta noche. Estamos contentos de que haya elegido nuestro servicio. Esperamos no volver a verlo nunca más.

HOMBRE: Gracias, señorita. Yo también espero eso.

ANFITRIONA: Esperamos que tenga un buen viaje y estamos para resolver cualquier problema…

HOMBRE: Pues parece que mi primer problema es que la puerta está cerrada.

ANFITRIONA: ¡Disculpe, ahora mismo lo resuelvo!

HOMBRE: ¿Está segura que esta es la habitación que me corresponde? Tres pasillos atrás vi que una mujer entraba a una habitación idéntica a la que pedí.

ANFITRIONA: ¡Eso es imposible! Jamás hemos cometido un error en nuestras instalaciones.

HOMBRE: Pues parece que sí, mire no puedo entrar a mi supuesta habitación.

Mientras el hombre vuelve a pelear con la puerta, la anfitriona desaparece tras el escenario, pero un momento después regresa con una enorme llave de hotel con el número diez. El hombre recibe la llave y entra a la habitación, la mujer se queda fuera, mira con curiosidad.

ALTAVOZ: ¡Atención equipo de ingeniería, presentarse en piso siete!

En escena, el hombre asoma la cabeza por la puerta y grita otra vez.

HOMBRE: ¡Señorita, señorita! Esto no es lo que pedí, es completamente diferente.

ANFITRIONA: ¡Oh, disculpe usted! Ese es el protocolo. La habitación se entrega completamente vacía.

HOMBRE: ¿Vacía? Por el precio que pagué deberían darme un castillo.

ANFITRIONA: Sí, lo sabemos, lo sabemos. Solo tiene que accionar el mecanismo y todo aparece de acuerdo a su gusto.

El hombre regresa a la habitación, cierra la puerta; dentro suena un clic y el estrecho cubo se ilumina con intensidad. Ciega por un instante a la anfitriona y a todos los espectadores de la sala, quienes aprovechan la oportunidad y se levantan de golpe cambiando de lugar como si estuvieran haciendo una fila. La espectadora avanza dos filas.

ANFITRIONA: ¡Listo! ¿Eso es lo que pidió?

El hombre abre la puerta y asoma la cabeza, por un momento piensa en su respuesta.

HOMBRE: Sí, creo que esto sí fue lo que pedí, ¿se pueden hacer cambios?

ANFITRIONA: Todos los que quiera, si así venía en su contrato.

HOMBRE: Sí, así se estipulaba.

ANFITRIONA: ¡Perfecto!

ALTAVOZ: Atención, atención. Pasillo veintitrés iniciando proceso de limpieza. Atención, atención.

El hombre entra a la habitación y cierra la puerta tras de sí. La anfitriona parece esperar algo, mientras que la espectadora ha caído en cuenta que sí, definitivamente fue plantada por el patán que nunca la llevó a un restaurante decente.

ANFITRIONA: Esperamos que tenga una buena estancia con nosotros, estamos felices de tenerlo aquí.

HOMBRE: Lo sé, lo sé.

ANFITRIONA: Aunque debe saber que este es un lugar exclusivo y siempre tenemos lista de espera. Como sea, póngase cómodo y enseguida será atendido. Puede abrir su ventana, no tiene que quedarse en la oscuridad. Si abre las cortinas se encontrará con un bellísimo paisaje.

HOMBRE: ¿Ah, sí? ¿Qué vista?

ANFITRIONA: Oh, no podría decírselo exactamente. Recuerde que su contrato…

HOMBRE: Lo sé, lo sé, yo selecciono todo.

El hombre mueve un poco las cortinas, sin dejar ver lo que hay, asoma la cabeza y pone cara de sorpresa.

HOMBRE: Es bellísimo.

ANFITRIONA: ¿Qué está viendo?, ¿podría describirlo para mí? Dicen que siempre es diferente.

El momento de interés de la espectadora pasa por completo luego que recuerda la hermosa boda de su prima la semana pasada y el hombre horrible que nunca le ha invitado ni un mugroso café… «La obra es espantosa, la peor que viera jamás».

HOMBRE: No puedo imaginar algo más bello.

ANFITRIONA (pegada a la puerta): ¡Dígame por favor! Yo, yo nunca he entrado… ¿sabe?

HOMBRE: Me imagino, no estaría del otro lado de la puerta.

ANFITRIONA: ¿Puede describirlo para mí?

HOMBRE: Es una montaña, parece que ha nevado, pero hay un camino que baja por la ladera.

ALTAVOZ: ¡Atención, atención, se solicita a una anfitriona en la puerta veintitrés!

El hombre se decide y abre completamente las cortinas que cubren esa pared de la habitación, y deja al descubierto su contenido: una cama, lámparas acumuladas, mesas, cajoneras repletas de hojas, tapices polvosos y libros.

HOMBRE: Sí, es justo lo que pedí. Parece mi vieja habitación, casi idéntica.

ANFITRIONA: Me alegro, estamos contentos de tenerlo como cliente. Aunque sabemos que nunca regresará por nuestros servicios.

El hombre se sienta en la cama y se quita los zapatos.

HOMBRE: ¿Podría dejarme solo un momento?

ANFITRIONA: Sí, claro.

La anfitriona se aleja, sus tacones resuenan en la oscuridad. El hombre gira sobre la cama dando la espalda al público.

ALTAVOZ: Atención, atención. Siguiente cliente preparándose para entrar. Habitación número cuatrocientos.

HOMBRE: ¡Señorita, señorita! Por favor, regrese.

Los pasos de tacones se acercan, la anfitriona sale de un costado.

ANFITRIONA: Dígame, ¿todo bien?

HOMBRE: No lo sé.

El público se pone de pie nuevamente, empuja, grita, lanza palomitas, el hombre y la anfitriona en escena parecen esperar que termine el movimiento para continuar. Al fin todos toman su nuevo asiento y prestan atención. La espectadora se descubre en la segunda fila, dobla con desesperación el tríptico que le dieron al comprar los boletos.

ANFITRIONA: Creo que es tiempo.

HOMBRE: No sé si esté listo.

ANFITRIONA: Pero lleva con usted todo lo necesario, ¿no es así?

La espectadora ya no lo soporta, se levanta con brusquedad de su lugar, su bolso cae al suelo haciendo un pequeño desastre, los actores la miran y detienen brevemente sus diálogos. Toma con prisa sus cosas y escapa de la sala, sorteando a los niños perdidos en el pasillo de la sala. Deja atrás el pequeño teatro escondido al fondo de otra cafetería igual de recóndita. Fuera, tomando grandes golpes de aire, mira el letrero junto a la puerta «Habitación Blanca» y tira el tríptico al suelo. Al diablo con la ecología, el mundo ya está jodido sin remedio.

Los autos pasan veloces, con ese impulso natural de asesinato. La espectadora tiene fantasías de suicidio y respira hondo para detenerse. Mira sus manos, nunca las ha controlado realmente, nunca ha decidido por sí misma, todo lo que hace debe ser supervisado por los demás.

ADOLFO O GONZALO: Querida, disculpa. Se me hizo tarde en la oficina.

Es el hombre horrible, que bien puede llamarse Adolfo o Gonzalo, el mismo quien siempre la invita a obras espantosas y nunca a un buen restaurante.

ADOLFO O GONZALO: ¿Ya se terminó la obra? La crítica dice que es revolucionaria.

La espectadora mira al hombre y luego sus manos. Toma una decisión. Se lanza al suelo para recuperar el tríptico arrugado. Deja hablando en la banqueta al hombre y regresa hacia el teatro. Pasa por la cafetería solitaria, tuerce por el pasillo y entra de nuevo a la sala completamente oscura y repleta, una pareja se besa en el fondo, una niña canta a su muñeco, dos hombres se abrazan y lloran. La obra ha continuado sin ella. La espectadora encuentra un lugar en la primera fila y presta atención a la escena.

ALTAVOZ: ¡Atención, atención! Equipo de limpieza profunda se solicita su presencia en la habitación doscientos treinta y cuatro.

ANFITRIONA: Adelante, tenemos listo al siguiente cliente.

El hombre se levanta de la cama, mira por la ventana.

HOMBRE: ¿Le dije que el paisaje es perfecto?

ANFITRIONA: Sí, sí lo dijo.

HOMBRE: Ahora atardece, es lo más bello que he visto. Buen día, señorita.

ANFITRIONA: Igualmente.

El hombre cierra las cortinas, la luz brilla intensamente y la señorita escucha por la puerta. La espectadora carraspea y la anfitriona la mira desde el escenario.

ANFITRIONA: Es su turno.

ESPECTADORA: Tengo miedo, vi todo lo que pasó.

ALTAVOZ: ¡Atención servicio técnico! Presentarse en zona de calderas y máquinas. Esto no es un simulacro, esto no es un simulacro.

ANFITRIONA: Lo sé, yo soy la siguiente en la lista para esta habitación. Siempre tenemos lista de espera ¿sabe?

La espectadora se levanta de su silla, se acomoda la falda y sube al escenario. En la primera fila las personas se levantan para recorrerse, y el lugar de la espectadora es tomado por una debilucha muchacha que parece a punto de morir de hambre.

ANFITRIONA: Bienvenida. Yo seré su anfitriona esta noche. Estamos contentos de que haya elegido nuestro servicio. Esperamos no volver a verla nunca más.

La espectadora saca el tríptico arrugado, trata de arreglarlo un poco y lo entrega a la anfitriona.

ANFITRIONA: ¿Este es su contrato firmado?

ESPECTADORA: Sí, espero que todo esté en orden.

ANFITRIONA: Sí, sí. Creo que tenemos todo listo para usted.

La anfitriona le entrega una llave de la habitación, puede que sea la misma que le había dado al hombre.

ESPECTADORA: No estoy segura todavía.

ANFITRIONA: Eso es perfectamente normal, pero ya es tarde, ya ha firmado el contrato y ya hay otro cliente esperando. Pase, por favor.

La espectadora mira hacia las sillas, el público no presta atención a la escena, observa a una mujer que discute con el que parece ser su esposo. Entra a la habitación, una luz intensa ilumina lo que hay detrás de la cortina.

TELÓN

Habitación blanca

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