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CAPÍTULO UNO

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Un año antes en el Hospital HCA Houston Healthecare de Texas…

Se encontraba Michael Morris, de veintinueve años, haciéndose todo tipo de pruebas. Había tardado en ir, por cabezota. Su capataz, Set, del rancho Morris en Olmos Park, a cuatro kilómetros de San Antonio Texas, ya llevaba tiempo diciéndole que tenía que ir al hospital o, al menos, al médico.

Todo comenzó casi ocho meses antes con veintisiete años. Se caía del caballo, tropezaba demasiado, se caía al suelo en pleno rancho y a veces no se sostenía. Pero él decía que sería cansancio.

Lo cierto era que desde que su madre murió de cáncer, se quedaron los dos hermanos solos con el padre. Su hermano mayor, dos años mayor que él, Robert, había tenido un año después de la muerte de su madre una gran bronca con su padre, porque este quería que se hiciera cargo del rancho con su hermano, y Robert dijo que no, que quería ir a la universidad antes para estudiar Derecho, tener una carrera universitaria como sus compañeros de instituto, y así poder llevar las cuentas y demás.

Siempre había querido tener un título universitario, era inteligente y solo serían cuatro años, no haría máster para no perder un año más, pero su padre, un gran trabajador y que era un tipo rudo, le dijo que no; Robert le comentó que su hermano podía ocuparse esos años mientras él volvía. Michael sabía llevar el rancho, y aunque también quería ir a la universidad, no dijo nada. Si dejaba a Robert, cuando este volviera pediría ir él, y le gustaba el rancho, aun así, el padre se negaba.

Por más que los quería convencer de que los dos llevarían el rancho junto a él, no dio su brazo a torcer.

—Si te vas, te irás sin un dólar, no voy a pagarte la universidad —decía el padre.

La cosa casi llega a mayores, si no es porque medió el menor de los hermanos, Michael, que había sido más de su madre y aún sufría por no tenerla.

Robert preparó una maleta con algo de ropa y se fue del rancho.

—Cuídalo, es un testarudo —le decía Robert.

—Hermano, no te vayas.

—Tengo que irme, Michael, tú sabes llevar esto, volveré dentro de cuatro años.

—Por aquí no vengas, nada será tuyo, mañana voy al notario. Jamás vengas a mi rancho —dijo el padre—. Nada será tuyo a partir de que salgas por esa puerta.

Pero Robert salió y se fue.

Ya habían pasado trece años y Michael se quedó solo, porque el padre con rabia, se marchó a la mañana siguiente a San Antonio a hacer un nuevo testamento, con tan mala fortuna de que tuvo un accidente antes de llegar y murió en el acto.

Y Michael se quedó solo a los diecisiete años en ese rancho, sin nadie, salvo Set, su capataz, que fue su padre, Nat, su mujer, su madre y los chicos que trabajaban en el rancho Morris.

Fue un gran golpe porque apenas era un adolescente para hacerse cargo de ese rancho sin su hermano y este no contestó a las miles de llamadas que le hizo ni él ni Set. Y se dieron por vencidos.

—Esperemos que Robert se entere y vuelva, Michael, no te preocupes.

Pero el tiempo pasaba y no volvió.

Él se hizo con el rancho, que ya de por sí era grande con más de 10000 cabezas de ganado. Y trabajó siendo un adolescente; lo dio todo por ese rancho, perdiendo parte de su juventud, porque él también hubiese querido ir a la universidad. Y a veces se preguntaba dónde estaría su hermano, lo echaba de menos, habían sido más amigos que hermanos y Robert siempre lo cuidaba, pero ni una carta, ni ninguna llamada hizo al rancho jamás en esos años.

Y allí estaba ahora, sin casi movimientos en sus músculos y sin saber qué le pasaba.

Se quedó dos días con Set en el hospital. Este daba instrucciones a los chicos por teléfono y a su mujer Nat desde el hospital y les dijo que volverían al día siguiente.

Michael se había dedicado al rancho descuidando un poco las casas y el barracón de los chicos y Set se lo decía.

«El año que viene», decía siempre.

Estaban sentados, Michael en una silla de ruedas y Set detrás de él en la consulta del doctor; este llevaba todos los informes médicos.

—Dígame, doctor, ¿qué me pasa?

—Lo siento, Michael, tienes una distrofia muscular rara que avanza a pasos agigantados.

—¿Es grave?

—Me temo que sí.

—¿Con veintinueve años?

—Lo siento, muchacho.

—¿Voy a morirme?

—Tienes un año por delante, poco más, si te cuidas, haz lo que siempre has querido, pero sí, te queda un año de vida. No voy a mentirte. Te daré para el dolor medicinas, ahí las llevas, pero esta enfermedad no tiene aún solución, los dolores se paliará al final con morfina, porque tus músculos van a estar rígidos cada vez más y al final será la circulación, la que no podrá hacer su función. Será como si tu cuerpo te atrapara.

—Un año solo…

—Sí, ahora estás bien, en menos de ocho meses vendrá lo peor. Lo siento.

—¿Tengo que venir?

—No, no hace falta, el doctor de Olmos Park puede llevar tu caso, hablaré con él para que te vaya recetando los medicamentos a medida que te vayan haciendo falta y le contaré tu caso, te aconsejo que contrates a un quiromasajista para alargar la atrofia muscular. Si fuese a diario, mejor.

Y le enseñó fotos de la enfermedad.

—Así es cómo vas a verte, lo siento. Sí, Michael, no voy a mentirte. No me gusta mentir a mis pacientes. No somos niños ya.

—¡Joder!

—Lo siento, muchacho.

—Medicinas, morfina, y al final, cuidados paliativos.

—Gracias, doctor.

Set salió llorando y él sin poder creerlo.

—Mi hermano, tengo que verlo, Set.

—Intentaremos encontrarlo, Michael.

—A mi padre no le dio tiempo de cambiar el testamento.

—Buscaremos en dos meses a ver si damos con él.

Y se fueron a casa.

—Set, ¿estás bien?

—Sí, llama a un contratista y a un investigador privado.

—¡Está bien!

—Y encárgate del rancho.

—Vale, pero deberías quitar esa sala de abajo y poner ahí tu dormitorio.

—Eso pienso hacer. Y una lista de lo que me gustaría hacer antes de morir, entre ellas, casarme y tener un hijo.

—¿Cómo?

—Que voy a tener un hijo. El doctor me dijo que me quedaba un año de vida, pero alargaremos al menos para tenerlo. Prepara la maleta, nos vamos a Las Vegas.

—Pero, Michael, ¿estás loco?

—Nos vamos, mientras hacen la obra.

—¿Qué obra?

—Todo lo que he dejado pasar estos años, para mi mujer.

—¿Qué mujer, Michael? ¿Estás loco?

—Voy a casarme en Las Vegas. Pero, haz lo que te digo.

Al día siguiente tenía al investigador privado allí. Le dio fotos antiguas y toda la documentación necesaria para encontrar a su hermano.

Le pagó la mitad y este quedó en ir llamándole.

Después tuvo al constructor de San Antonio. Y le dijo qué quería.

—La casa, nueva, preciosa y moderna, lo más moderno, con decoración incluida, la casa de Set, los barracones de los muchachos y un repaso a todo. Los útiles, tractor y camionetas, los he comprado nuevos el año anterior. Vallas blancas y altas y una nueva entrada preciosa, quiero un rancho bonito, tiene tres millones de dólares y está Nat, que se ocupa de lo que sea. Lo quiero antes de dos meses todo.

—Lo tendrá.

—Empiece por todo y cuando me vaya, la casa.

—Tengo una decoradora.

—Usted le paga, quiero todo nuevo para mi esposa y para mí cuando vuelva. Y abajo quiero un dormitorio con dos camas y un baño para minusválidos. Arriba el de matrimonio, dos baños y dos vestidores; el resto, una para un bebé y dos de invitados completos con baños y vestidores. Y buen gusto. Que no falte de nada. Este es mi teléfono. Me voy en un mes a Nevada, cuando venga quiero tenerlo todo hecho, contrate a quien usted decida.

—Estaremos en contacto —dijo el constructor, que se fue a echar un vistazo a todo.

Set entró en el despacho.

—Michael…

—Dime.

—Hay que vacunar a las reses y vender algunas.

—Vete con los muchachos y que se vacunen las reses, mientras hacen la obra, cuando estén con la casa, nos vamos.

—¿Estás seguro?

—Sí. pienso venir de Las Vegas casado.

—Tendrás que decirle…

—Sí, se lo diré y le dejaré mi rancho.

—Pero Michael, una mujer…

—No me importa, Set. Sabré elegir bien. ¿Crees que me importa, si lo vende y se va cuando muera?, será con la condición de que os quedéis todos trabajando. En cuanto me case, vamos al notario.

—Está bien, Set. Si es lo que quieres…

—Es lo que quiero, quiero tener una mujer para mí el tiempo que pueda, casarme, hacer lo que todos los jóvenes han hecho y quiero saber que tengo un hijo, quizá se quede y mi hijo crezca y tenga su rancho. Quiero dejar algo mío en el mundo, algo de mi sangre.

—¡Ojalá!, si eso es lo que quieres… —decía Set acongojado porque sabía que no iba a encontrar lo que buscaba.

—Sí, pido poco.

—¡Está bien!, en cuanto vuelva de la venta de las reses de Montana nos vamos a Las Vegas, si eso quieres.

—Sí quiero, contrata un quiromasajista, nos lo llevaremos a Nevada.

—Bien, espero que tengáis casas nuevas a la vuelta.

Cuando Set volvió de Montana con un buen dinero de la venta de los animales, Michael le terminó de pagar al contratista y el rancho ya se veía de otra manera. En la silla de ruedas vio los barracones preciosos que habían dejado a los chicos, a los animales, la pintura, estaban terminando las vallas, tenía una entrada nueva y la casa de Set y Nat, quedó preciosa.

—Mañana empezamos la casa nueva.

—Bueno, mañana nos vamos a Nevada, Set, coge una maleta. Matthias el masajista ya sabe que viene también.

—Quince días y estará como nueva —le dijo el contratista.

—Pues para quince días —le dijo Michael, que necesitaba un baño abajo preparado para minusválidos, una silla para bañarse, muletas y el quiromasajista se lo llevó junto con Set al día siguiente, cuando sacó los billetes y reservó un hotel en Las Vegas.

Al llegar al aeropuerto de Las Vegas, alquilaron un coche, lo metieron en el hotel y tomó de momento una habitación triple para minusválidos.

El masajista se ocupó de los medicamentos, estaría con él hasta el final e iría al rancho todos los días, era de Olmos Park. Matthias, un chico alto y fuerte que lo manejaba como un títere y eso que Michael era un tipo alto y fuerte también, pero estaba perdiendo masa muscular, peso y fuerza, sobre todo.

A veces lloraba por su mala suerte, la de toda su familia, pero necesitaba un poco de felicidad en su vida, siempre quiso casarse, tener una buena chica para él y su rancho, una familia, pero sabía que eso iba a ser imposible, el tiempo se le acababa, aun así, iba con ánimos y con optimismo.

Con el coche recorrieron Nevada y Las Vegas por la noche. Michael no apostaba ni iba a los casinos, pero acudían a ver las actuaciones. Y a las chicas.

Pasó por las capillas, y se entristecía.

Ya le quedaba una semana para volver, cuando vio a tres chicas, sentadas en la cafetería del hotel, en una mesa, y se acercó a ellas con su silla de ruedas.

Le dijo a su capataz y al masajista que lo dejaran solo.

Se acercó a ellas.

—¡Hola, señoritas!

—¡Hola! —le dijeron ellas, dos con cara de lástima al ver a ese chico rubio y de ojos azules precioso tan alto en una silla de ruedas—. Me llamo Michael y soy de Texas.

—¿Eres texano? —le dijo Olga. Era rubia de uno ochenta al menos y la más guapa de todas. Era trabajadora social como el resto de sus amigas—. Mira, te presento a mis amigas, Michael. Esta, es Tere —Era pelirroja de ojos verdes. Nunca le habían gustado las pelirrojas, tenían demasiado carácter para él y necesitaba tranquilidad lo que le quedaba de vida—. Y ella es Marian.

Marian era menuda y morena con una cola alta, y debía tener el pelo largo porque le caía por media espalda, con unos ojos color miel preciosos de largas pestañas y pecas en una nariz pequeña. Tenía un cierto atractivo que le gustó, no era tan exuberante como sus amigas, pero era guapa.

—¿Todas sois trabajadoras sociales?

—Sí, todas. Españolas, y de Cádiz. Hemos acabado la carrera y un máster y nos hemos venido a ganar dinero antes de irnos de nuevo. Es un viaje de fin de carrera —hablaba Olga.

—Y tú, ¿has venido a jugar? —le dijo Tere, la pelirroja.

—No, a casarme.

—¿Y la novia?

—La estoy buscando.

—Pues mira, Marian, es una buena oportunidad, quiere quedarse aquí y no tiene familia. Vive con su abuela paterna desde que murieron sus padres y es un ogro esa mujer —dijo de broma Olga que llevaba la batuta en la conversación.

—¿En serio?

—Sí.

—¿Puedo hablar contigo en privado? —le dijo a Marian y se miraron.

—¿Conmigo? No te creas lo que estas dicen.

—¡Ah!, os dejamos solos, tortolitos, iremos con tus amigos a jugar.

—Vale, aquí os esperamos —dijo Michael.

—Pero, chicas… —dijo Marian.

—No te preocupes, poco puedo hacerte en este estado.

—No es por eso.

—¿Quieres tomar algo?

—Sí, una coca cola.

Y él llamó al camarero para pedir dos coca colas.

—¿No bebes?

—No puedo, tomo medicación. Bueno, ¿es cierto que vives con tu abuela ogro?

—Sí. Pero me independizaré en cuanto encuentre trabajo. Ha sido un infierno vivir con ella. Pero si quería estudiar…

—¿Tuviste beca?

—Sí, así que le debo poco, la comida, no toda, y la estancia. Nunca quiso que mi madre se casara con mi padre, era pobre y ella tenía un solo hijo único y rico.

—¿Y eres feliz allí? Donde vives.

—Vivo en Cádiz, en España. —Y él sacó el móvil—. Es el sur, tiene costa.

—Sí, tiene unas playas preciosas.

—¿Y tú?

—Mira, Marian, cuando te dije que venía a buscar una mujer, no era una broma.

—Ah, ¿no?

—No. Te voy a contar a grandes rasgos mi vida.

Y cuando acabó, ella lo miró.

—¿Te queda un año de vida?

—Sí.

—Pero tienes veintinuve años…

—Sí, un hermano perdido que no volveré a ver, lo cual me duele en el alma, y un gran rancho. Dinero y, sin embargo, no me queda tiempo.

—Pero, eso es…

—Quiero proponerte algo.

—Dime.

—Quiero que te cases conmigo.

—Pero si no te conozco.

—Soy un buen chico, obtendrás la nacionalidad y no tendrás que volver.

—Pero tengo toda mi ropa allí.

—Te compraré ropa si tienes todos tus documentos y tus títulos.

—Los tengo, sí, si no, me los mandarían mis amigos. Pero…

—No he terminado. Tengo un gran rancho con más de 10000 cabezas de ganado.

—Y ¿qué sé yo de ranchos, Michael? Si soy trabajadora social.

—Me cuidarás junto con Matthias, el masajista para los músculos. Solo tengo una condición. Todo será tuyo, el dinero, mi rancho, todo. No tengo a nadie a quien dejarlo, si cuando me muera, me entierras con mis padres, ya te lo enseñaré, si quieres venderlo, Set te ayudará, pero con la condición de que mis hombres se queden trabajando todos en él. Lo estoy renovando, es una maravilla, te encantará. A tres kilómetros hay un pueblo, pequeño, y luego está San Antonio, al que puedes ir.

—Pero, Michael…

—No te pido que me seas fiel siquiera, pero sí quiero algo a cambio de todo lo que voy a darte.

—Dios mío, Michael, ¡estás loco!

—Sí, porque voy a morirme y no voy a vivir nada, solo he trabajado y me he ocupado de todo solo.

Y a ella le dio lástima y pena.

—¿Qué quieres a cambio, si me caso contigo y me voy al rancho? Caso de que lo hiciera.

—Quiero tener un hijo. Solo nos acostaremos hasta que te quedes embarazada, no te pido más.

—Por Dios…

—Quiero dejar algo de mí en el mundo.

Fue tanta la pasión que vio en ese chico tan guapo que solo pensar en volver a casa de su tía, prefería quedarse en el rancho, ser americana y cuidarlo, así que ella le dijo que sí.

—¿Sí?

—Sí, me casaré contigo, y no tanto por el dinero, que será de tu hijo, yo quizá herede lo de mi abuela, si no lo da a la caridad.

—Tienes dinero, tienes casa, y cuando me muera decides qué hacer.

—Me tienta quedarme. Estoy cansada del machaconeo de mi abuela y quiero mi vida.

—Tendrás una buena vida, cuando muera.

—Haremos que sea buena, mientras vivas.

Y él la miró.

—Me gustas.

—Tú también. Nos casamos, Michael Morris. Es la locura más grande que he hecho en mi vida, pero me caso contigo.

—Nos casamos, Marian Morris. ¿Qué edad tienes?

—Veinticuatro, ¿y tú?

—Veintinueve.

Cuando sus amigas supieron lo que iba a hacer…

—No, no harás eso, no te vamos a dejar irte con tres hombres que no conocemos.

—Hagamos una cosa —dijo Michael—. Os invito al rancho unos días y veis dónde se queda Marian, si eso os deja más tranquilas.

—En ese caso, sí.

—¿Te casas de verdad? —le dijo Olga

—Sí, y me quedo.

—Está bien.

Y se casó en una de las capillas de Las Vegas con sus dos amigas de damas de honor y con el masajista y Set, que no daban crédito, de padrinos, a que esa chica que no tendría un metro sesenta, se fuese a casar con él.

Cuando estuvieron a solas…

—¿Por qué lo haces?, ¿por dinero?

—No, porque creo que merece ser feliz, yo tengo más vida, pero él no.

—Me caes bien.

—Eso espero, Set.

Reservaron una habitación para ellos esa noche y al día siguiente salían para Texas. Michael se ocuparía de los billetes de vuelta y a la ida para sus amigas a las Vegas, antes de irse a España.

—¿Estás segura? —le dijo Tere.

—Sí, buenas noches.

—Buenas noches.

—Aún puedo acostarme solo. —Pero el masajista entró, lo bañó y lo acostó.

—Gracias, Matthias.

Ella hizo lo mismo, había cambiado su maleta a la habitación y llevaba en el dedo un anillo precioso y una alianza. Era de locos. Y se acostó a su lado.

—Sé que esto es raro, Marian.

—Sí que lo es.

—¿Te has acostado con algún chico aquí en Las Vegas?

—No, en España hace un año, en la universidad.

—Yo hace casi otro año. Quiero verte. —Y ella se desnudó—. Me gustaría poder hacerlo todo, pero tengo ya algunas atrofias.

—No importa.

Le quitó los slips y él estaba duro, además le comentó que echara las sábanas atrás que quería verla. Ella vio que estaba bien dotado y que tenía un buen cuerpo de vaquero sexy, a pesar de todo.

Se puso encima de él y sus cuerpos se unieron. Michael gimió.

—¡Ah, Dios, nena…!

Ella sentía el sexo duro de Michael en el suyo y fue bonito, sensual, erótico, hacía tanto tiempo que ella no lo hacía… Se besaron y Michael tocaba sus pechos y los lamía, fue mejor de lo que pensaba, era mejor que algunos hombres que estaban bien del todo, pero Michael era perfeto y tuvieron un orgasmo juntos.

—¡Ah, Dios, Marian!, ha sido lo mejor de mi vida. —Y se emocionó.

—Gracias.

—Vamos, Michael, no seas tonto, acabo de tener un orgasmo, eres bueno y estás bueno, vaquero.

—Sí, pero lo seré por poco tiempo.

—No quiero que tengas una depresión, nos hemos casado y mira qué bonito mi anillo y las alianzas, que te han costado el ojo de una cara, y que no sean para que te emociones. Sabemos el tiempo que tenemos y vamos a aprovecharlo de todas las maneras posibles.

—Gracias. Eres tan guapa, pequeña.

Ella lo besó y estuvieron besándose hasta que ella bajó a su sexo y le hizo el amor con la boca.

—¡Por Dios, Marian!, ¡joder, nena!, no te muevas tanto, que voy a explotar.

Y explotó como un águila madre batiendo sus alas en pleno vuelo.

—Cuando no podamos hacer esto, puedes ir al pueblo —decía Michael generosamente.

—No, no me he casado para serte infiel, eso no va a darse de momento, porque es un pueblo pequeño y porque no soy así, y sobre todo me he casado contigo para lo bueno y para lo malo.

—Creo que me he casado con una buena chica.

—Me parece que me he casado con el mejor de los hombres sin importarme como estés.

Esa noche volvieron a hacer el amor de nuevo, y al final se quedaron abrazados y dormidos; él fue el hombre más feliz del mundo, y como decía Marian, aprovecharían el tiempo que les quedara, eso era lo importante, vivirlo intensamente.

Mi rancho será tuyo

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