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Prólogo

En el comienzo fue el control

Hace un par de años estaba abocada al estudio de los procedimientos de control en diversos ámbitos de la sociedad y la cultura. Me interesaba acechar las circunstancias que posibilitaron el pasaje del dispositivo de vigilancia al de control. Ambos dispositivos se basan en la supervisión minuciosa de conductas individuales o grupales y habitualmente se utilizan como sinónimos, pero en tanto categorías de análisis, se diferencian en que la vigilancia se ejerce en espacios cerrados y se limita a posibilidades humanas (observación, escucha, acechanza), mientras que el control se expande a cielo abierto e incorpora tecnologías digitales (cámaras, chips, radares). El control es la exacerbación de la vigilancia.

Sobre esa argamasa pensaba sostener mi libro. Pero en 2008, con el estallido de la burbuja financiera, asistí azorada al desgarro del poder económico que envolvía el mundo y que, en poco tiempo, recompensó a los especuladores y permitió el naufragio de gran parte de la población mundial. Cientos de miles de millones de dólares para el sistema financiero, nada para quienes perdieron sus trabajos o sus casas, y sólo unos pocos miles para preservar la agricultura global. Aunque no necesariamente para producir alimentos, ya que buena parte de ese capital se invirtió en transgénicos generadores de combustibles. Frente a este dislate, todo lo acontecido se podría reducir a un enunciado: hablemos del descontrol.

Fue en ese momento cuando di un giro de timón. El derrotero sigue siendo el mismo. Pero de ahí en más comencé a deconstruir el control tratando de atisbar sus rajaduras, sus grietas, sus imprecisos bordes. Encontré fisuras vergonzantes y otras liberadoras. Descontroles destructivos y otros creativos.

Así pues, el hilo conductor de este libro es un péndulo que oscila entre el control y el descontrol. Al ritmo de ese vaivén paseo por cuatro territorios diferentes: lo ciudadano, la técnica, los placeres y el arte en relación con el pensamiento. Reflexiono también sobre las contradicciones de la biopolítica. Lo que me apasiona de estas indagaciones es constatar que los estremecimientos que movilizan los grandes temas reaparecen en las singularidades, no porque lo micro refleje lo macro sino porque ambos son atravesados por las mismas intensidades epocales.

Comienzo recorriendo countries y villas miserias. Establezco relaciones entre dos galaxias diferentes que se aúnan en su condición de gueto. Exclusiones, inseguridades, vandalismo, privilegios de la abundancia, indefensión de la carencia. Me subo a un tren suburbano y choco con la discriminación llevada a extremos alarmantes. Escucho las voces de la farándula y de algunos políticos sobre la inseguridad y trato de mostrar la falacia de la tolerancia cero.

En segundo lugar, me enfrento a excelencias técnicas modernas y posmodernas publicitadas como benefactoras de la humanidad, pero descubro la parodia de la forma de vida experimental, el sexismo, la segregación y la manipulación deshumanizante de la ciencia, los cadáveres que respiran en las salas de terapia intensiva y los híbridos entre naturaleza y máquina de la biotecnología. Pareciera que estamos asistiendo a una vuelta de tuerca de la evolución en la que los seres humanos devenimos cosa, máquina, texto. Señales para ser leídas en clave poshumana.

Penetro luego en espacios habitados por el deseo y lacerados por la enfermedad. Navego por el devenir histórico del sida. El horror, los antídotos, los cócteles de drogas y la mutación gótica del flagelo que, a treinta años de su irrupción, se convierte en canto de sirenas para iniciados. Me asomo al mundo adolescente y contemplo anorexias, obesidades, embarazos y borracheras. Observo cómo las leyes biológicas y jurídicas se tornan imperativos morales y persigo la difusa línea que separa la prevención de la domesticación, la libertad del riesgo, la inmunización del veneno.

Finalmente me solazo con sonidos que supieron esquivar los códigos heredados de los conservatorios. La música del siglo XX y su apertura creativa surgió casi en la misma época en que la filosofía nietzscheana rompía los muros de la academia y liberaba expresiones que no son dramáticas, ni dialécticas, ni apolíneas, sino trágicas, tensionales y dionisíacas. Lenguajes musicales y filosóficos que atraviesan sus propios límites, huérfanos de sentidos más allá de ellos mismos. Intérpretes que devienen imperceptibles, filosofías no edificantes y musicalidades insignificantes.

Autores, alumnos, colegas y amigos que nutrieron este libro, reciban mi agradecimiento. También Mónica Urrestarazu por su estímulo, sus sugerencias y el cuidado de mi escritura, y Mario Margulis por su generosidad intelectual y el apoyo que me brindó para elπ primer capítulo.

En el comienzo fue el control, en el trayecto el caos. En el final, la aspiración de que los ojos que ahora le dan vida a estas páginas las sigan reinventando.

E. D.

Las grietas del control

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