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INTRODUCCIÓN

Para una introducción general a la vida y obra de Estrabón, y concretamente al contenido y aspectos generales de su Geografía , remitimos a la introducción de J. García Blanco al primer volumen dedicado a esta obra en la colección Gredos.

La presente introducción está dedicada a comentar el contenido y los aspectos principales de los libros XV-XVII de la Geografía .

LIBRO XV

Tras una breve introducción genérica (XV 1, 1-10) en la que se refiere a los conocimientos procedentes de los primeros exploradores griegos de la India, a la poca fiabilidad de sus informes, a la escasa presencia de comerciantes griegos en la región, a la relevancia de las campañas de Alejandro, a los informes de Megástenes, a Eratóstenes y el escepticismo ante el mito, el libro XV de la Geografía tiene tres partes principales, pero de extensión desigual: Estrabón dedica casi dos tercios del total del libro a la India (XV 1, 11-73), y el resto a Ariana (XV 2, 1-14) y a Persia (XV 3, 1-24).

I. La India

La obra de Estrabón nos permite apreciar hasta qué punto los contactos entre Grecia y la India se intensificaron a partir de las campañas de Alejandro Magno, tras un conocimiento remoto y más superficial que se podría remontar hasta dos siglos más atrás como mínimo 1 . Esta expedición fue un hito muy señalado en los siglos posteriores también y vemos claramente hasta qué punto la parte correspondiente a esta región del mundo en la obra del geógrafo de Amasia depende en última instancia de personas que viajaron en el grupo macedonio, como se verá en las páginas que siguen.

Una parte muy importante del noroeste del subcontinente (que corresponde a los territorios de los modernos Pakistán y Afganistán [en su parte oriental en este caso] había caído hacia el 520 a. C en manos del Imperio aqueménida de los persas (Bongard-Levin, A History of India, pág. 11). En el mismo período, por cierto, los persas, liderados por Darío el Grande, estaban también presionando a los griegos, apoderándose de todas sus ciudades en Anatolia e incluso llegando al corazón de la Grecia europea, donde solo fueron detenidos tras las inestables alianzas de las ciudades estado griegas que dieron lugar a episodios heroicos como el de las Termópilas (480 a. C.), que trajo la gloria a los espartanos, o los de Maratón (490 a. C.) y Salamina (480 a. C.), que convirtieron a los atenienses en salvadores de la Hélade, con consecuencias políticas y culturales de primer orden en el desarrollo del período clásico heleno.

Hacia el final del período clásico, el rey macedonio Alejandro Magno, tras seguir los pasos de su padre, Filipo, en la unificación griega, inició una expansión colosal que le llevó, en primer término (tenía planes de hacer algo semejante en dirección oeste), al Oriente. Conquistó primero toda la Anatolia y lo que quedaba en su tiempo del Imperio aqueménida, alcanzando en una campaña dura y relativamente rápida las fronteras noroccidentales del subcontinente indio.

Ya en el año 331 a. C., el ejército macedonio había invadido Persia entrando fácilmente hasta Susa. En el 328 a. C., Alejandro invadió Bactriana, y en el 327 a. C., Sogdiana, que ofreció algo más de resistencia. Se casó allí con la princesa local Roxana, intentando congraciarse con la aristocracia local, y en el 326 a. C. Alejandro se centró en el subcontinente indio y cruzó el Hindu Kush con su ejército, iniciando las campañas de conquista del valle del Indo. Tras cruzar el Indo derrotó al líder local Poros, que controlaba la región del Panyab paquistaní, en la batalla del Hidaspes del 326 a. C., que tuvo lugar en la orilla oriental del río, en el entorno de lo que hoy es Bhera. Fue la última gran batalla de Alejandro. A partir de ahí tuvo cada vez más problemas de disciplina con su ejército, que no quiso adentrarse más en la India.

Alejandro decidió entonces iniciar el regreso y se dirigió hacia el sur. Tras superar duros combates y una grave herida, Alejandro dividió a su ejército, enviando una mayoría en dirección a Carmania (zona meridional del Irán moderno), a las órdenes de Crátero, y construyó una flota para navegar por el golfo Pérsico, poniendo a Nearco al mando. Al resto lo conduciría él mismo por el desierto de Gedrosia (hoy Irán meridional y la región paquistaní de Makrán). El viaje de regreso fue muy duro para los macedonios. El propio líder no podría llegar a casa. En junio del 323 a. C. Alejandro murió en Babilonia, a pocos días de cumplir treinta y tres años.

Las noticias que nos da el texto estraboniano acerca de la India en particular no son resultado de ningún viaje del de Amasia a este país, llamado hoy con frecuencia «subcontinen te», por lo que todo procede o bien de informes escritos a los que tuvo acceso (informes que en última instancia remontan a las campañas de Alejandro varios siglos antes de su vida), o bien de informaciones orales de viajeros contemporáneos. No obstante, todo ello de un modo fragmentario y poco sistemático 2 . El autor con frecuencia nos ofrece discusiones acerca de la fiabilidad relativa de una o de otra fuente, pero no de modo sistemático, y no muestra una solución clara a las dudas que le generan determinados datos, vacilando con frecuencia si debe prescindir de la información dudosa o simplemente indicar de modo expreso al introducirla que él la percibe como poco fiable; también parece no tener claro siempre si mostrarnos o no las discrepancias entre los «alexandrógrafos», sus fuentes principales 3 (ejemplos en 1, 33; 1, 68; 3, 7-8), pero no las únicas 4 . Por otro lado, la escasez de datos de alguna comarca le lleva a introducir informaciones escasamente relevantes para la geografía física o para la etnografía, y a romper con frecuencia el hilo del discurso 5 .

Da la impresión de que a algunos autores Estrabón no los conoce directamente, sino a través de Eratóstenes, lo que coadyuvaría a una visión generalmente no favorable a la opinión de estos cuando era discrepante de la del cirenaico 6 . El buen juicio que en cambio le merecen normalmente Nearco, Onesícrito y Aristóbulo también puede ser influencia de Erastóstenes 7 . Las menciones expresas a estos tres autores, además, son abundantes, aparte de que parece que a lo largo de la redacción de todo su texto son constantemente la referencia última para el de Amasia 8 . Cuando alguno de estos tres discrepa entre sí, Estrabón está presto a comentarlo (XV 1, 17; XV 1, 18; XV 1, 24; XV 1, 28; XV 1, 43; XV 1, 45; XV 3, 7; XV 3, 8). Biffi 9 dice de modo explícito que «Strabone ha seguito in parallelo l’esposizione dei tre storici e talora ha tratto dal loro pieno accordo la garanzia che gli eventi di cui sta discorrendo sono veritieri o quanto meno probabili». No obstante, alguno de los autores es el preferido para diferentes secciones: Nearco en la descripción de la costa occidental o la casi totalidad del capítulo 2 de este libro XV. Pero para la descripción geográfica general de la India, también Megástenes ha sido una fuente muy utilizada 10 . En cualquier caso, queda fuera de toda duda que el autor al que más respeta es Eratóstenes, en el que tiene plena confianza y con el que se siente liberado de ulteriores comprobaciones 11 .

En definitiva, como decíamos un poco más arriba, este modo relativamente poco sistemático de trabajar las fuentes justifica un poco que el texto pierda el hilo conductor en ocasiones y se produzcan saltos y falta de sistematicidad 12 .

Los aspectos que quiere incluir son, en primer término, los relativos a la geografía física de estas regiones, aunque en ocasiones, incluso dentro de este tema, no todos los asuntos pertinentes son tratados con la misma extensión (cf. XV 1, 26), por causas ajenas a su voluntad, como la falta de información fidedigna. Tras la geografía física viene la agricultura y la economía, y finalmente aspectos sociales y etnográficos de las comarcas descritas, de donde tiene la información o (en ocasiones es lo que parece) donde no tiene otra información que le parezca de interés.

Biffi 13 , a partir de una serie de indicios menores del propio texto, llega a la conclusión de que el libro XV de su Geografía fue escrito en algún momento entre el año 20 y el año 8 a. C.

La parte del texto del libro XV específicamente dedicada a la India comienza situando sus límites geográficos en las cadenas montañosas del norte (Paropamiso o Hindu Kush 14 , Emodo e Imeo 15 ), el río Indo por el oeste 16 , y el océano por el sur y el este. Menciona las dimensiones calculadas por Eratóstenes 17 como las que más confianza le inspiran (1, 10-11) 18 : las demás propuestas no le parecen fiables. Rechaza la propuesta de Ctesias (1, 12) de que la India es tan grande como todo el resto de Asia, o la de Onesícrito, que cree que ocupa un tercio de toda la oikoumene . Megástenes y Deímaco le inspiran comentarios más moderados, pero también considera equivocados sus cálculos 19 .

En el siguiente parágrafo (1, 13) habla de los ríos de la India, de la flora, de la fauna y del aspecto físico de los indios. Se detiene especialmente en la descripción de los ríos, numerosos y caudalosos en la India, en especial en lo referente al Ganges y al Indo y sus numerosos afluentes. Sin duda esto es un elemento llamativo en comparación con los capítulos dedicados a Egipto y Etiopía. Teniendo en cuenta la similitud latitudinal, podría haberse esperado condiciones geográficas semejantes. También puede influir el contraste con la propia geografía griega, pero a Etiopía y a Egipto los menciona de forma explícita al hablar del régimen de lluvias en la India y de los productos que es posible cultivar gracias a ello, o de la fauna de la región 20 . Termina el parágrafo con la comparación física de los nativos. Los del sur coinciden en color de piel con los etíopes, aunque sin el pelo rizado, supuestamente por la humedad ambiental, y los del norte son parecidos a los egipcios.

A continuación (1, 14-15) menciona la isla de Taprobane 21 , en una breve interrupción de su discurso acerca de los ríos y del régimen de lluvias indio, temas que parecen interesarle más. En 1, 16 hace, de hecho, referencia explícita a la celebrada descripción herodotea de Egipto como el «don del Nilo» 22 , señalando el paralelismo con la India, sus ríos y la fertilidad de sus tierras. Expone a continuación (1, 16-19) las explicaciones de Nearco y Aristóbulo sobre el régimen de lluvias de la India, no coincidentes entre sí (1, 18), con comparaciones repetidas con Egipto y Etiopía 23 , y con Eratóstenes como referente siempre.

Como una consecuencia lógica de la descripción de los ríos y de las lluvias surge el tema de la fertilidad de las tierras y de los productos agrícolas indios (1, 20). Relaciona las crecidas de los ríos y el limo que depositan en el terreno con una fertilidad prodigiosa, en lo que recuerda de nuevo el caso egipcio. Biffi 24 observa que tampoco nos da una lista de productos muy amplia en este punto. No obstante, deja espacio a lo maravilloso, como las referencias a ciertas plantas que pueden producir miel sin necesidad de la participación de abejas siquiera (1, 20) o al enorme tamaño de los árboles de la India y de sus hojas (1, 21).

Estrabón nos habla a continuación de la fertilidad comparada de la India, Arabia, Etiopía y Egipto, tanto en flora como en fauna, incluyendo en la reflexión, incluso, la fertilidad de las mujeres egipcias (1, 22). El tono maravilloso continúa al señalar que se dice que el agua de lluvia en la India cae ya caliente del cielo (1, 23).

El texto aborda a continuación el tema del color de piel de los indios, señalando el paralelismo con los etíopes (1, 24). Estrabón se esfuerza por entender la afirmación de Teodectes de que es la mayor «proximidad» al sol la que explica el color de piel de etíopes e indios. Aun estando de acuerdo con Onesícrito en que, técnicamente, el Sol está igual de lejos de todos los pueblos de la Tierra, interpreta que lo que quiere decir Teodectes es que el sol calienta más. De hecho, como es notorio, calienta más según las latitudes, aunque no sea por cercanía, sino por el grado de inclinación de los rayos.

Sigue el texto con una referencia a la situación geográfica de la India con respecto a Egipto y Etiopía (1, 25), y con un informe (1, 26) acerca de todos los ríos, afluentes del Indo, que discurren por el norte del país 25 , y que conocemos gracias a la expedición de Alejandro Magno: el río Cofes 26 y el Coaspes 27 (afluente del Cofes), y después del Cofes (1, 27) el Indo, después el Hidaspes, después el Acesines y el Hiarotis, y por fin el Hipanis 28 . Junto con los ríos menciona de paso a los pueblos que habitan esas comarcas: entre el Cofes y el Indo viven los astacenos 29 , los masianos 30 , los niseos 31 y los hipasios 32 , y más allá está la región de Asacano, con la ciudad de Masoga 33 . Y junto al Indo, la ciudad de Peucolaitis 34 .

Entre el Indo y el Hidaspes menciona Estrabón (1, 28) la región de Taxila 35 , con su capital del mismo nombre, y luego el reino de Abisares 36 , con sus gigantescas serpientes. Entre el Hidaspes y el Acesines, a su vez, se encuentra el reino de Poro (1, 29), momento en el que aprovecha para hablar de los monos de cola larga 37 . A continuación, Estrabón (1, 30) trata de Catea 38 y la región de Sopites 39 . Describe una curiosa obsesión por la belleza de los habitantes de Catea, así como su pasión por una raza muy agresiva de perros (1, 31).

Como Biffi 40 observa, Estrabón no tiene un esquema bien diseñado de cómo organizar los datos de que dispone, y simplemente sigue los informes de los «alexandrógrafos». Así, en 1, 32 el texto simplemente sigue las expediciones de Alejandro por esta comarca entre el Hipanis y el Hidaspes. En 1, 33, Estrabón nos dice que «la región que se extiende desde el Hipanis hasta el Hidaspes se dice que la ocupan nueve pueblos, y que las ciudades llegan a cinco mil», aunque él mismo no da credibilidad a estas cifras. En 1, 28 ya había hablado de los pueblos más importantes de esta comarca, pero añade ahora a los sibas 41 , a los mallos 42 y a los sidracas. Menciona el reino de Porticano y la ciudad de Patalene, y a continuación, el reino de Musicano, de rasgos utópicos (1, 34), algunos de ellos explícitamente comparados con rasgos laconios.

En 1, 35 nos señala que no cree la historia de Cratero que afirmaba que Alejandro habría llegado hasta el Ganges, de dimensiones variables según las fuentes. Menciona a continuación (1, 36) la ciudad de Palibotra (en la confluencia del Ganges y el Eranoboa, hoy Sone). El nombre en sánscrito es Pâtaliputra , hoy Patna, capital del estado de Bihar. Era la capital de los prasios, ribereños del Ganges, y de quienes es Megástenes 43 nuestra principal fuente.

Vuelve entonces (1, 37) sobre el río Hipanis, lamentando el alto grado de desconocimiento de sus fuentes acerca de toda la comarca que se extiende hacia el este, lo que le lleva finalmente a incluir historias paradoxográficas acerca de animales fantásticos, como las hormigas buscadoras de oro 44 , o los nativos llamados seras, que supuestamente llegaban a vivir más de doscientos años. Habla también Estrabón (1, 38) de que, según Megástenes, había en estas montañas un río Sila, en el que nada podía flotar 45 . Pero él explícitamente señala que la historia no es creíble.

Con esto termina la parte más puramente descriptiva de los límites y la geografía de la India y comienza el tratamiento de aspectos de la geografía humana, de la sociedad local, como las famosas siete castas 46 a las que dedica el grueso de los siguientes parágrafos. Comienza en 1, 39 con la referencia a la casta de los filósofos, la menos numerosa. En 1, 40 nos habla de la casta de los agricultores, y luego (1, 41), de la casta de los pastores y cazadores, punto en el que interrumpe su narración para tratar de algo tan exótico y llamativo para él y para sus lectores como es la caza 47 del elefante (1, 42-43), obviamente justo en el momento en que estaba hablando de los cazadores. Lo que ya no tiene tanto sentido es que vuelva a mencionar ahora a las hormigas buscadoras de oro (1, 44), o a los maravillosos reptiles o criaturas marinas (1, 45). Podemos especular que la fuente de Estrabón de la que ha obtenido la información sobre los elefantes seguía con esta otra fauna real o fantástica y el de Amasia la ha seguido fielmente sin importarle o sin percatarse de la inconveniencia, por la interrupción del relato sobre las siete castas. No obstante, a partir de 1, 46, trata de las cuatro castas 48 que le quedaban, sin más interrupciones:

— artesanos, comerciantes y trabajadores manuales (1, 46);

— militares (1, 47);

— inspectores (1, 48);

— consejeros y asesores del rey (1, 49).

En 1, 50-52 habla de las competencias de los magistrados, de los funcionarios municipales y de los responsables de los asuntos militares.

En los siguientes parágrafos, con un orden y estructuración internos más claros, repasa los usos y costumbres de la población local, en un retrato que trata de manera obvia de ser ejemplarizante acerca de valores en su opinión probablemente perdidos en la sociedad griega contemporánea. Menciona, por ejemplo (1, 53), que son amigos de la paz y que son sobrios y honrados, no roban, son ordenados, no beben vino, sino una especie de brebaje preparado con arroz; tampoco tienen leyes escritas ni hipotecas. Los funerales (1, 54) son sobrios también, pero, en cambio, son muy aficionados a los adornos en vida. Evidentemente, este contrapunto en la descripción de las virtudes de los indios suena un poco a crítica velada al exceso idealizador de los pasajes precedentes, atribuibles a Megástenes. De igual modo podríamos entender lo que sigue, más bien crítico también con la sociedad india, al menos desde el punto de vista de un griego como Estrabón: no muestran especial respeto por los ancianos, practican la poligamia, compran a sus mujeres a cambio de una yunta de bueyes, al mentiroso le amputan manos y pies, y dice que según Megástenes no practicaban la esclavitud. También señala, no obstante, que Onesícrito nos dice que esto era una peculiaridad de la región de Musicano 49 . Nos cuenta también que el rey (1, 55) está siempre bajo amenaza de conspiración y asesinato, y que no puede dormir tranquilamente siempre en el mismo lecho.

En los siguientes parágrafos se vuelve a perder un poco el orden. Estrabón nos informa de elementos variopintos, como relatos fantásticos de Megástenes (1, 56), tales como que «los que habitan el Cáucaso practican el sexo con sus mujeres a la vista de todos y se comen los cuerpos de sus parientes», elementos con los que da una pincelada de barbarismo a los indios. Añade a continuación historias fabulosas acerca de distintos animales, o (1, 57) de poblaciones locales de hombres muy pequeños, tipo pigmeos, y otros con un solo ojo, o con orejas de perro, etc.

Dejando a un lado estas historias fantásticas, pasa a hablar de los filósofos indios, uno de los elementos de la geografía humana de la región que más le llama la atención.

La filosofía india sin duda interesaba a Estrabón y a su audiencia, y nuestro texto le dedica nada menos que doce parágrafos 50 (1, 58-70). Nos hablará de los filósofos de la montaña y de los de la llanura (1, 58), de los brahmanes (1, 59), de los garmanes (1, 60), del testimonio de Aristóbulo cuando conoció a dos brahmanes (1, 61), de las extrañas costumbres de los habitantes de Taxila (1, 62), de los testimonios de Onesícrito sobre los filósofos indios (1, 63-64), de cómo estaban estos hombres sabios entrenados para sufrir (1, 65), del testimonio de Nearco acerca de la ausencia de leyes escritas (1, 66) o de la artesanía de los indios (1, 67). En el siguiente parágrafo (1, 68), Estrabón se refiere a la historia del filósofo indio Calano, y a las diferentes versiones transmitidas desde la época de Alejandro, aunque coincidentes en que murió voluntariamente al lado del rey 51 .

En 1, 69 se nos habla del culto de los indios a Zeus lluvioso 52 , al río Ganges y a las deidades locales. Y el texto nos menciona, con afán de detalle, los muchos objetos preciosos y riquezas. En 1, 70 llegamos a los gimnosofistas propiamente dichos, a los pramnas desnudos 53 , amigos de discutir y de argumentar. En 1, 71 se refiere al grupo particular de los pramnas urbanos, y en el siguiente (1, 72), al río Ganges, siguiendo a Artemidoro, al que acusa de tocar muchos otros temas, «pero de modo confuso y descuidado, por lo que no merecen que se les preste atención». Es cierto que el material de Estrabón nos aparece con frecuencia desordenado, pero resulta irónico ver al propio autor luchando con estas mismas sensaciones y filtrando y tratando de organizar el material del que él dispone.

En el siguiente parágrafo (1, 73), con el que acaba la sección dedicada a la India, se dedica a contarnos la muerte por suicidio en Atenas de un tal Zarmanocegas, transmitida por Nicolao de Damasco 54 .

II. Ariana

El segundo capítulo del libro XV está dedicado a Ariana, situada al oeste de la India, conquistada por los persas 55 . El primer parágrafo (2, 1) habla de sus límites, el mar, las montañas del norte, el río Indo, Carmania, etc. También menciona a sus principales grupos étnicos: los arbies 56 , los oritas 57 , los ictiófagos («comedores de peces»).

En 2, 2 describe la comarca de los ictiófagos, su geografía, su flora y su fauna. A continuación (2, 3) nos habla de la región de Gedrosia, un país árido, pero que produce nardo y mirra, plantas características de climas desérticos. La estación de lluvias es en verano. En 2, 4 Estrabón nos habla del trayecto del séquito de Alejandro por Gedrosia 58 , sin alejarse nunca mucho del mar. El viaje, en cualquier caso, resultó sin duda penoso por las condiciones, para las que el ejército no estaba preparado: la escasez de víveres, de agua; las condiciones de calor extremo; el terreno arenoso, e incluso los peligros de la fauna y la flora locales, etc., propiciaron un número importante de bajas (2, 5-7), algo que, no obstante, el texto presenta como un ejemplo de superación 59 .

A continuación, una vez descrita la parte meridional de Ariana 60 , «de la costa y de las tierras de los gedrosios y de los oreítas que quedan cerca», Estrabón da una visión de la geografía del resto de la región, siguiendo especialmente a Eratóstenes (2, 8). Hacia el interior, Gedrosia limita con el territorio de los drangas 61 , los aracotos 62 y los paropamisadas 63 . El límite oriental de Ariana es el río Indo, y el meridional, el gran mar; el septentrional, las montañas del Paropamiso y la cordillera que se extiende hasta las llamadas puertas del Caspio 64 . En cuanto al límite occidental sería la región montañosa en la que habitaban los coseos. En el mismo parágrafo nos da las diferentes estimaciones acerca de las dimensiones de Ariana de las que él dispone. En cualquier caso, en el plano étnico y cultural, Estrabón tiene claro que «Ariana se extiende hasta una parte de Persia y de Media e incluso hasta las tierras de los bactrios y los sogdianos por el norte; pues estos son prácticamente hablantes de la misma lengua, salvo por pequeñas diferencias».

En 2, 9 nos habla de los principales grupos étnicos de Ariana y de su disposición geográfica de estos pueblos, siguiendo a Eratóstenes 65 , aunque no lo diga de modo expreso: paropamisadas, aracotos, gedrosenos, arios, drangas, partos. Dado que las fuentes de Estrabón en la descripción de la región beben, en última instancia, en gran medida, en la expedición de Alejandro, se comprenden bien sus palabras al comienzo de 2, 10: «Uno comprendería mejor lo relativo a la región montañosa mencionada examinando en detalle el camino del que se sirvió Alejandro en su persecución de los del entorno de Beso desde el territorio de los partos hacia Bactriana». Se trataría de la vertiente oriental del Hindu Kush. Por allí (2, 11) se encontraba también Caarene 66 , la última región bajo el control de los partos antes de la India.

En este punto (2, 12), el texto hace un excursus sobre las ballenas del golfo Pérsico, de las que todos los navegantes por la zona habrían hablado con admiración y casi pavor 67 . En el siguiente parágrafo (2, 13) nos reproduce la refutación por parte de Nearco de la existencia de una isla mágica «que hacía desaparecer a los que fondeaban en ella». Para concluir la sección dedicada a Ariana, el texto de Estrabón (2, 14) hace una descripción somera de la comarca de Carmania, entre Gedrosia y la Pérside, con minas de oro, plata, cobre y minio. Pero también con un desierto 68 en el límite con Partia y con Paretacene. Describe también las costumbres de sus habitantes, étnicamente próximos a los persas y a los medos 69 .

III. Pérside

La última parte del libro XV de Estrabón son los 24 parágrafos dedicados a la Pérside, desde «la costa del golfo que recibe de él su nombre 70 , pero con una porción mucho mayor tierra adentro» 71 , «desde el sur y Carmania hasta el norte y los pueblos de la Media». La región se divide fácilmente en tres en términos geográficos: la costa, «tórrida, arenosa y desprovista de todo fruto salvo los dátiles»; la llanura 72 , muy fértil, buena para la cría de ganado y llena de ríos y de lagos, y, finalmente, la región septentrional, «invernal y montañosa». Como grupos étnicos principales destaca a los patescores 73 , aqueménidas 74 , magos, cirtios y mardos 75 .

Entre Babilonia y Persia se encuentra también la comarca de Susiana 76 con su capital, Susa 77 , donde los reyes persas establecieron su sede real. En 3, 3 describe con admiración el palacio de Susa, donde «los persas tenían sus riquezas, sus tesoros y sus tumbas». No obstante, desde la época del esplendor persa la región sufrió una decadencia notable.

En 3, 4-5, Estrabón vuelve a la geografía física y sitúa a Susa tierra adentro, a la orilla del río Coaspes, en el territorio por el que discurren el Tigris, el Éufrates y sus respectivos afluentes. La costa de Susiana es tierra de marismas y termina en el río Éufrates. A continuación de la desembocadura del Éufrates y la del Pasitigris (nombre que recibe el Tigris en la parte baja de su curso) está ya la costa de los árabes. Habla a continuación (3, 6) de los valles fluviales del Copratas 78 , el Pasitigris, el Ciro 79 , el Araxes 80 o el Medo 81 .

El texto vuelve a Alejandro y su expedición en 3, 7, donde nos cuenta su llegada a Pasargadas 82 , con su palacio y la tumba de Ciro. En 3, 8 es la tumba de Darío de la que se nos habla, siguiendo los testimonios de Onesícrito y de Áristo de Salamina. En 3, 9, Estrabón nos cuenta que Alejandro se llevó todas las riquezas de la Pérside a Susa 83 . Los tesoros de Susa y los de la Pérside tenían un valor aproximado de entre cuarenta mil y cincuenta mil talentos.

En cualquier caso (3, 10), el lugar favorito de Alejandro en la región fue Babilonia, tanto por el clima (Susiana era fértil, pero sofocante 84 ), como por el tamaño y esplendor general de la ciudad. En 3, 11 insiste en cuán fértil era Susiana. Habla después (3, 12) de Apoloniatis (antes Sitacene), sometida a los partos 85 .

La parte final del capítulo dedicado a Persia trata de sus usos y costumbres en el plano etnológico y comienza con su religión (3, 13), de la que destaca la ausencia de estatuas o altares, o sus sacrificios 86 , o su culto al cielo-Zeus, al Sol-Mitra 87 , «y a la Luna y a Afrodita, y al fuego y a la tierra, a los vientos y al agua» 88 . En 3, 14 describe sus sacrificios al fuego y al agua 89 . Y de aquí salta a la descripción de los sacrificios en Capadocia. Señala en 3, 16 que para los persas los ríos son sagrados, y por ello «nunca orinan ni se lavan en un río» 90 .

En 3, 17 trata de la monarquía hereditaria, de la poligamia y de la existencia de premios de natalidad. En 3, 18 el tema es la educación de los jóvenes, desde los cinco hasta los veinticuatro años, y en 3, 19, el servicio militar (entre los veinte y los cincuenta años), la falta de actividad comercial, la artesanía, la moda, las armas, la gastronomía o la decoración. En 3, 20 el texto habla de su afición al vino, o de las costumbres sociales como el beso entre iguales y entre diferentes, o los ritos funerarios o la sexualidad.

En 3, 21, Estrabón, siguiendo a Policrito 91 , nos cuenta cómo se implementó en Persia un sistema de impuestos, y en 3, 22, las consecuencias derivadas de la riqueza excesiva: la molicie de los reyes. En 3, 23 toca el tema de la interacción histórica de griegos y persas, «que llegaron a ser los más conocidos de todos los bárbaros entre los griegos, porque ningunos de los otros bárbaros que dominaron Asia llegaron a tener bajo su dominio gentes griegas». Concluye el capítulo dedicado a Persia hablándonos de cómo esa hegemonía persa es algo del pasado, de la época de Ciro 92 , y de Darío. Y que duró unos doscientos cincuenta años 93 . No obstante, en la época de Estrabón habían decaído mucho 94 .

LIBRO XVI

Una vez descrita la India, el país más oriental de toda la geografía conocida por los griegos, Estrabón retrocede en el libro XVI hacia occidente abordando los territorios que quedan sin describir al sur del Tauro en Asia Central y que se extienden hasta el Mediterráneo y Egipto. Después de Asiria (capítulo primero) pasa a describir Siria (capítulo segundo), las costas en torno al golfo Pérsico (capítulo tercero) y la península Arábiga, incluyendo las costas occidentales del golfo Arábigo, actual mar Rojo (capítulo cuarto). 95 Lo que unifica los territorios descritos en este libro es su pertenencia común al mundo semítico, que los griegos veían, sin duda, reflejada no solo en las relaciones lingüísticas, sino también en la comunidad de elementos culturales y religiosos, a pesar de haber entrado en contacto con estos pueblos cuando ya formaban parte de un amplio mundo persa. La relación entre Siria y Asiria estaba clara para los griegos, como refleja la onomástica y explica Estrabón en 1, 2. Por otra parte, los griegos eran muy conscientes de que había pueblos árabes dispersos desde antiguo por Mesopotamia, Siria, y, al sur de esta, en unos territorios casi desconocidos que se extendían por una parte hasta la mucho más civilizada Egipto y por otra hasta el mar Exterior 96 . A pesar de esta unidad y mezcla de pueblos, en la época de Estrabón existía ya un concepto muy claro de Siria y Arabia como países con entidad propia, y un concepto menos claro de ese territorio que correspondía a los antiguos imperios asirios y babilonios. Los distintos capítulos son muy diferentes, tanto por las fuentes usadas como por el grado de conocimiento del autor y el tipo de aspectos tratados, por lo que la introducción se hará de cada uno de ellos por separado.

Se pretende a continuación ofrecer al lector una visión general y organizada, y dentro del contexto de la tradición y los conocimientos de su época, de la información, rica pero muy dispersa, que Estrabón presenta a lo largo del libro: geográfica, etnográfica, histórica, cultual e incluso paradoxográfica, aspecto este último especialmente presente en este libro. A pesar de la variedad entre los capítulos, destaca el hecho de que Estrabón no conoce de primera mano la zona descrita en estos libros, por lo que depende de la información de algunos conocidos y sobre todo de fuentes helenísticas. Esto explica que su descripción de la costa occidental del mar Rojo se haga junto con la de la península Arábiga en vez de junto a la del resto de Egipto, o que la descripción de los territorios que en su época estaban en los límites con el Imperio parto, y por tanto eran bien conocidos, sea absolutamente superficial y rápida. La descripción detallada se limita a los centros de civilización helenísticos, como Babilonia, Seleucia, Apamea, Antioquía, Ctesifone o Petra. Su dependencia de fuentes helenísticas explica también que la mayor parte de los datos históricos que ofrece datan de una época anterior a la suya, e incluso estos son dispersos y no siempre los más importantes o los esperables. La razón de muchas omisiones o de la desigualdad en la información histórica puede deberse también a que él mismo había escrito ya en los años veinte a. C. sus Historika Hypomnemata , cuya información no querría repetir 97 . Especialmente relevante es la omisión de la campaña de C. César realizada en el 1 d. C. por las provincias orientales, que originó numerosos escritos en la época sobre Armenia, Partia, Mesopotamia, Siria y Arabia, y que sin duda era tema de conversación y lectura entre el público de Estrabón 98 . Tanto Biffi como Engels explican esta omisión mediante la hipótesis de que Estrabón terminó el libro XVI algunos años antes de esta expedición y de la publicación de los tratados de Juba II y de Isidoro de Carax 99 .

I. Asiria

Para unificar esa extensa zona que se extiende desde los territorios más occidentales descritos en el libro XV hasta Siria y Arabia, extensos pero además ocupados y dominados por pueblos muy diversos a lo largo de la historia, el autor recurre al término de Asiria, que aunque ya anacrónico en época helenística y romana, es el único que puede englobarlos. Los griegos tenían conocimiento de ese Imperio asirio del que habla Heródoto y, mucho tiempo después, Diodoro Sículo (II 1-32). Contaban con una tradición transmitida por los persas, de cuya época data la primera presencia significativa de griegos en Babilonia, y a cuya época responde la descripción topográfica de Diodoro, tomada de Ctesias. También disponían de una historia de Babilonia escrita por Beroso, un nativo; pero, curiosamente, los datos supuestamente históricos más tratados, aunque de formas distintas, por Heródoto, Diodoro y Estrabón son los relativos a Nino y a Semíramis, reyes en realidad legendarios que no menciona Beroso. Estrabón conoce la tradición sobre el pueblo asirio que encontramos en Heródoto, a la que responde la coincidencia en ambos autores de la descripción de las costumbres asirias, y la importancia de Nino y Semíramis como reyes edificadores, sin la aureola divina con que los cubre Diodoro.

El capítulo de Asiria en Estrabón recoge un amplio y variado grupo de territorios y pueblos que a lo largo de la historia han estado bajo el dominio de muy diversos soberanos, algunos de ellos pueblos cuya adscripción a un país u otro es tan difícil que Estrabón ya los ha mencionado más o menos detalladamente en el libro XI, como los gordieos o los coseos. De hecho, el autor solo es capaz de establecer como pueblos limítrofes claros Persis y Susiana al este (§ 1). Ya en el libro II (1, 31) comentaba la dificultad de delimitar la tercera esfrágide de Eratóstenes, la que corresponde más o menos a su Asiria, y en su comentario a la descripción de la tierra hecha por Posidonio (II 5, 32), tan clara en relación con la mayor parte de los países, los pueblos correspondientes a la Asiria de Estrabón quedan englobados en el apartado de países del Tauro exterior. Asirios son los babilonios y los pequeños pueblos que viven a su alrededor y, junto a las montañas, los pueblos vecinos a los armenios y Mesopotamia.

El término Asiria designa en origen el territorio de la ciudad de Assur. El núcleo del país era la parte occidental, pero sobre todo la oriental del río Tigris, correspondiente más o menos al norte de la actual Iraq. En inscripciones aqueménidas el término se utiliza para los territorios al norte de Mesopotamia y norte de Siria, a veces incluso como término de administración para referirse a Siria, ya que el núcleo propiamente asirio formaba parte de la satrapía llamada Babilonia. A este uso aqueménida parece deberse la abreviación de Asiria en Siria y la diferenciación en las fuentes griegas (cf. 1, 2). En Heródoto (III 155), Asiria engloba Babilonia y Mesopotamia. Este mismo sentido amplio, excluyente a su vez de Siria, es el que encontramos en Estrabón, consciente sin embargo de la relación entre sirios y asirios, como se deduce de su digresión en el parágrafo 2. Este autor sitúa el núcleo de Asiria en las regiones de Aturia y Adiabene, un término político geográfico este último que con el tiempo va sustituyendo al de Asiria. Es significativo que en el 115 d. C. Trajano restablece brevemente el antiguo núcleo asirio con el nombre de provincia de Asiria.

A pesar de que a partir de las conquistas de Alejandro Magno estas zonas se hacen mucho más cercanas a los griegos, siguen siendo de difícil acceso y conocimiento, y esta es la causa, junto con las numerosas repeticiones de topónimos, la falta de coincidencia en muchos casos entre límites geográficos e históricos 100 , y la diversidad y parcialidad de las fuentes, de los errores, ambigüedades y falta de claridad en la descripción de muchos de los pueblos por parte de Estrabón, especialmente patente cuando habla de los «puentes» (zeugmata ) del Éufrates, o de los pueblos al norte de Mesopotamia, como los gordieos y migdones 101 . De hecho, muchos de los pueblos aquí mencionados como componentes o limítrofes de los asirios aparecen ya en la descripción de Armenia, Media o el Tauro en el libro XI.

Lo que Estrabón describe como Asiria queda delimitado en 1, 1: los territorios al oeste de Persis y de Susiana hasta el Tigris, Babilonia, Mesopotamia y, al norte de esta, el territorio de los gordieos y los migdones, y además algunos territorios al oeste del Éufrates ocupados por sirios (luego no especificados) y árabes (los árabes escenitas al oeste de Babilonia). La descripción topográfica es muy escueta, siendo pocas las localidades mencionadas (muchas menos que las que se encuentran en Plinio o en Ptolomeo), y las referencias hidrográficas y orográficas se limitan a los accidentes más importantes. La descripción se centra sobre todo en datos de interés especial relativos a la producción natural y la importancia económica, como las explicaciones sobre la abundancia y preparación del asfalto y sobre los canales y sistemas de regulación de las aguas del Éufrates, que describe por extenso. Empieza hablando de Aturia al noreste, donde parece situar el núcleo de la antigua Asiria, con la ciudad de Nino, pero aparte de esta ciudad solo menciona a Gaugamela por su interés en relación con la derrota infligida a Darío por Alejandro. Despacha en un parágrafo (§ 4) el territorio desde Aturia hasta Babilonia, y centra la descripción de esta ciudad en sus conocidas particularidades urbanísticas: las murallas y los jardines con la tumba de Belo. También de Seleucia del Tigris, que sustituyó a Babilonia como sede real, destacan solo sus construcciones, lo que le permite mencionar la escasez de madera en la región a excepción de la de palmera. Al sur de Babilonia solo menciona a los caldeos y su ciudad Borsipa, los primeros por su reputada fama de filósofos y sabios, y la segunda por la particularidad de sus murciélagos. La descripción del país babilonio continúa con una delimitación de sus fronteras que habría sido más lógica al comienzo o al final, y sigue con cinco largos parágrafos dedicados a los ríos que bañan el país, los problemas de inundaciones y la construcción de canales, con las teorías al respecto de Aristóbulo, Eratóstenes y Policleto sobre el curso y desbordamientos de las aguas, e incluyendo al hilo de esta descripción hidrográfica y tecnológica un episo dio histórico: el plan de Alejandro de llevar a cabo la guerra contra los árabes, que le llevó a hacer cambios en los canales y a la construcción de barcos. Continuando con cuestiones de geografía natural, Estrabón habla de la riqueza agrícola de Mesopotamia y se explaya sobre el asfalto, su producción, tipos, particularidades y usos. En el parágrafo 16 retoma la descripción de lugares con Ctesifonte, de la que destaca su importancia como residencia real de los reyes partos, introduciendo así, aunque tan solo implícitamente, otro período histórico del país, la época de dominación parta. De ahí pasa a mencionar lugares y regiones al este de Babilonia y a describir las características de algunos de estos pueblos, más que al este al noreste, como los coseos, elimeos o paretacenos, sin diferenciar los que pertenecen a Asiria de los otros, y repitiendo mucho de lo que ya había dicho en la descripción de estos mismos pueblos en el libro XI. Un parágrafo especial (§ 19) está dedicado a la Adiabene, al hilo de cuya descripción menciona las luchas entre babilonios, medos y partos hasta la supremacía de los últimos en la región y la de partos y armenios después. Una nueva interrupción a la descripción de lugares aparece en el parágrafo 20 con una exposición de las costumbres asirias, pero solo de las que sin duda llamaban la atención a los griegos, coincidente en gran parte con Heródoto. De Mesopotamia, aparte de la mención muy anterior de su riqueza natural, solo nos habla de su delimitación por el Tigris y el Éufrates, de su forma, tamaño y distancias siguiendo en general a Eratóstenes. De la paroreia mesopotámica menciona a los migdones y a algunas de sus ciudades, sobre todo conocidas por las guerras entre partos y romanos, y a los gordieos, a quienes dedica información de carácter diverso y en relación con los cuales habla de nuevo brevemente de la ocupación de Mesopotamia por Roma y de la relación entre Roma y Armenia. La descripción del capítulo dedicado a Asiria termina, volviendo al sur, con los árabes escenitas y las tribus en general al oeste del Éufrates y sus relaciones con partos y romanos, desembocando en las relaciones de Partia con Roma y en concreto entre Fraates y Augusto.

La alusión a hechos históricos está condicionada, como en toda la obra de Estrabón, por la descripción geográfica, aunque a veces es un hecho histórico lo que lleva al autor a hablar de un determinado lugar, como en el caso de Gaugamela. El término Asiria se justifica en los primeros parágrafos con la mención de las fundaciones de Nino y la reina Semíramis, y de la labor de construcción y la expansión política llevadas a cabo por esta reina. Estrabón recoge aquí una tradición que aparece ya en Heródoto (y también, aunque con un desarrollo y mitificación que no encontramos en Estrabón, en Diodoro Sículo), con quien concuerda en la exposición de las costumbres asirias o en el comentario de que Nínive es mucho más grande que Babilonia (§ 3). La tradición de Nino y Semíramis como reyes fundadores y edificadores se ha interpretado como una trasposición a la Antigüedad más remota de la época del reino neobabilónico, con Nabucodonosor II (604-562 a. C.), época de la que datan muchas de las grandes obras arquitectónicas y de cuyo florecimiento podían tener noticia los griegos a través de los persas que subyugaron el país a continuación (cf. § 2), época a la que no hace mención Estrabón, como tampoco a la Babilonia de Hamurabi (siglo XVIII a. C.) o la de Nabucodonosor I (XI a. C). También Diodoro salta de Ninias, hijo de Nino y Semíramis, a Sardanápalo (Asurbanipal, a quien Estrabón menciona también como último rey asirio), con la justificación de que los intermedios no hicieron nada digno de mención (§ 22). Exceptuando aisladas menciones a reyes persas, como Darío I, hijo de Histaspes, o Darío III, derrotado por Alejandro en Gaugamela (§ 3), nada cuenta Estrabón de esta época. Curiosamente, la referencia más extensa a Alejandro Magno tiene que ver con su preparación en Mesopotamia y Babilonia (§ 11) de la guerra contra los árabes poco antes de morir, citando como fuente a Aristóbulo y apoyándose seguramente en otros historiadores de Alejandro, los mismos que sirvieron de fuente a Arriano y a Plutarco en sus relatos de los mismos eventos. Aparte, solo hace referencia a este rey y a los seléucidas en relación con la tumba de Belo y la ciudad de Babilonia, que el primero intentó restaurar y mantener pero en época de los segundos acabó por arruinarse, siendo trasladada la capital a Seleucia del Tigris. Mucho más frecuentes son las alusiones a los acontecimientos más cercanos a Estrabón, en los que Roma estaba claramente envuelta: la dominación de armenios, partos y romanos en la zona, mencionando en varias ocasiones la complicada cuestión de la ocupación y cambios de fronteras de los armenios y partos en el siglo I a. C., así como las enemistades y alianzas respectivas de estos pueblos con Roma (§ 19, 24, 26, 28). El final del capítulo es precisamente un resumen, aunque con el peso en un episodio concreto, de las relaciones entre partos y romanos a lo largo del siglo I a. C.

Característico de este capítulo es la ausencia de elementos que en otros aparecen como característicos de pueblos civilizados. La descripción de las costumbres asirias se centra en elementos llamativos y ajenos al mundo griego. No hay mención de personas ilustres, a excepción de algunos matemáticos caldeos (§ 6), referencia obligada dada la fama de estos sabios en la Antigüedad (cf. Diod. Síc., II 30-32), de Diógenes el filósofo estoico de Seleucia (§ 16) y, como figura mitológica de interés etiológico, de Gordis, hijo de Triptólemo, fundador de Gordiea (§ 25, cf. 2, 5). Tampoco hay descripciones de costumbres de otros pueblos o exposiciones etiológicas, tan del gusto de Estrabón. La escasa helenización y el conocimiento parcial e indirecto de toda esta zona, y por tanto la escasez y parquedad de las fuentes al respecto, explica sin duda estas carencias. El interés mayor se centra en cuestiones de producción, en general referi da a animales y productos extraños a los griegos. La fuente principal, aunque no siempre citada, parece ser Eratóstenes, y posiblemente también, aunque en menor medida, Posidonio. Eratóstenes es explícitamente citado como fuente en los comentarios sobre los desbordamientos del Éufrates (§ 12), sobre las propiedades del asfalto de Babilonia (§ 15, donde también se cita a Posidonio) y las medidas de las distancias entre el Tigris y el Éufrates (§ 21) o de la longitud de este último río (§ 22). Es significativo que el aspecto más largamente tratado, el de los canales, le es muy familiar a Estrabón referido a los canales egipcios, con los que lo compara, debido a su amistad y experiencia de un viaje por el Nilo con Elio Galo, de quien habla extensamente en el capítulo 4.

II. Siria

Con Siria, Estrabón entra en un territorio claramente mejor conocido y para el que dispone de fuentes más coherentes y más variadas.

Una larga tradición había familiarizado a los griegos con Siria, en cuyas costas llevaban mucho tiempo comerciando y de cuyos cultos y productos tenían noticia por este contacto y por los sirios que surcaban el Mediterráneo y se asentaban, entre otros puertos, en el Pireo. Las ciudades de Siria mejor conocidas, y desde más antiguo, eran las fenicias debido a su importancia comercial en todo el Mediterráneo y a su presencia en la literatura griega desde la época más arcaica, como señala Estrabón cuando menciona la presencia de Tiro en la Ilíada . Comerciantes de Tiro, Sidón y Árado eran bien conocidos en el Pireo en época clásica. Además, soldados griegos lucharon en los ejércitos aqueménidas contra Egipto o las revueltas fenicias, viajeros griegos hicieron descripciones de Fenicia, como Heró doto que habla de la circuncisión o las inscripciones de Sesotris, o Ctesias de Cnido, médico al servicio del gran rey.

A pesar de ello, como ocurre con el resto del territorio descrito en este libro, el conocimiento más profundo de este país, y el primer acercamiento, aunque todavía superficial, a la zona interior, comienza con la conquista de Alejandro Magno. Los datos que tenemos de la época de la conquista son los que nos han transmitido autores bastante posteriores a las fuentes originales, especialmente Diodoro Sículo, Quinto Curcio y Arriano; para la época de los diadocos contamos fundamentalmente con Diodoro y la Vida de Demetrio de Plutarco y, en general para toda la época helenística, nuestra información depende de autores de época augústea (aparte de Estrabón, Diodoro y Nicolás Damasceno), flavia (Flavio Josefo), del siglo II (Plutarco, Apiano, Arriano) o del III (Dion Casio). Sin embargo, en todos ellos los datos históricos sobre el país se reducen prácticamente a las guerras sirias entre seléucidas y ptolomeos y a los problemas dinásticos entre los seléucidas. A estos episodios pertenecen también las menciones de época helenística en Estrabón. Algo mejor se conoce la historia helenística de los judíos, sobre todo gracias a los libros de los Macabeos, a Flavio Josefo y a diversas obras de la literatura judeohelenística. Para la época romana hasta Augusto, las fuentes que complementan la información que nos proporciona Estrabón son Plinio el Viejo, Flavio Josefo y, en menor medida Dion Casio. Desde el punto de vista puramente toponímico, la fuente anterior a Estrabón más importante es el Pseudo Scylax. De época posterior, Plinio y Ptolomeo son el complemento principal 102 .

Como ocurre con la descripción de otras zonas, la parte mejor conocida y por tanto descrita con mayor detalle es la costera. Era la zona mejor conocida antes de Alejandro Magno, y en época helenística es la zona helenizada. Los fenicios, sin duda como resultado de un largo contacto, se adaptan fácilmente a la vida griega, y al norte de Siria nacen ciudades griegas en lugares estratégicos que influyen en la helenización de toda la costa. Durante la época seléucida se produce una fuerte helenización de los judíos, cuyo territorio, Judea, llevaba ya, como Fenicia, mucho tiempo de contactos con los griegos, aunque la conciencia de la existencia de judíos entre los griegos no parece clara antes de la época de Alejandro. La Siria interior aparece, en cambio, pobremente descrita en los textos griegos, incluido Estrabón. Hay que señalar que en general las fuentes tanto literarias como arqueológicas son muy pobres para este territorio durante la época aqueménida, en la que solo Damas tiene importancia, y que Heródoto solo conoce exclusivamente las ciudades costeras 103 . Todavía en la época helenística los griegos son, fuera de las ciudades de la decápolis, muy escasos en Palestina. Solo en época romana se va extendiendo la helenización y el conocimiento del interior en relación con el progreso urbanístico 104 . Es curioso que Estrabón no mencione a Palmira, ya conocida en el siglo I a. C. por su fama en la ruta caravanera y por su control del desierto sirio ente Emesa y el Éufrates, que dio lugar a una aristocracia camellera de la que salían los jefes de las caravanas atestiguados en las inscripciones palmirenas. De hecho, Siria produce la mayor parte de las mercancías que se venden en la India y en el sur de Arabia a cambio de las especias y seda de un sitio y los perfumes del otro.

La delimitación del país en el primer parágrafo es muy clara, tanto por los pueblos que utiliza como fronteras como por los accidentes geográficos. También es clara la división de Siria en cinco partes (Comagene, Seléucide al sur de esta, Fenicia en la costa al sur de Seléucide, y Celesiria y Judea en el interior de Fenicia). Menos clara, sin embargo, resulta la división en el curso de la descripción, donde salta de Fenicia a Celesiria, y a la inversa, sin dejar claro la pertenencia de los lugares a uno u otro país. La Siria de Estrabón es la Siria en sentido extenso, que abarca el cercano oriente semítico occidental, entre el Mediterráneo y el Éufrates o el desierto sirio-arábigo, incluyendo Fenicia y el Levante meridional, correspondiente a la satrapía aqueménida de Transeufratene 105 .

Una breve descripción de Comagene, con mención exclusiva de Samosata y Seleucia, da paso a la mucho más detallada presentación de Seléucide, donde se encontraban las ciudades griegas fundadas por Alejandro y sus sucesores. Comenzando por Antioquía y las ciudades cercanas en torno al Orontes, sigue hacia el norte con la Cirréstica para volver de nuevo al sur, esta vez por la costa, hasta Laodicea pasando por Seleucia y Heraclea. De allí salta a Apamea en el interior, a la que dedica una descripción más completa de lo que suele en esta zona (características urbanísticas, calidad de las tierras, fundación, importancia histórica y política). Continúa al este de Apamea con la Calcídica y los árabes escenitas y vuelve a la costa para enumerar las ciudades justo al norte y sur de Laodicea. A continuación habla de la costa de los aradios, considerándola parte de Seleucia, aunque dice de Árado (§ 13) que es fenicia. A esta ciudad dedica una atención especial, sobre todo a sus técnicas de suministro de agua y a su papel en la historia, que le produjo grandes beneficios. Continúa la descripción hacia el sur, hasta Theouprosopon, donde deja la costa para hablar de la Celesiria, que sitúa entre el monte Líbano (cuyo extremo está justo al lado de las últimas ciudades mencionadas) y el Antilíbano, y describe sus elementos geográficos y naturaleza del terreno, y especialmente sus dos llanuras principales, la de Macras y la de Masias, con mención de las ciudades de Calcis, Laodicea y varias plazas fuertes de bandidos árabes e itureos. Antes de seguir por las ciudades del interior, Estrabón habla de Biblo y Berito y de las localidades entre ambas, como si formaran parte de la Celesiria, y vuelve al interior, a la región de Damasco. Terminada así la descripción de la Celesiria, introduce un parágrafo dedicado a la delimitación de Celesiria, Fenicia y Judea, antes de comenzar la descripción de Fenicia (22), de la que dice que ya ha hablado en lo referente a la costa entre Ortosia y Berito. Continúa aquí con Sidón y Tiro. A ambas dedica un espacio mayor de lo normal, especialmente a Tiro, de la que describe su disposición natural, sus casas, su importancia en la tintura y el comercio marítimo, su colonización, su autonomía en relación con los distintos dominadores, seléucidas y romanos. Un parágrafo está dedicado a las habilidades científicas de Sidón y Tiro y otro a la fabricación del vidrio en Sidón. Continúa por la costa hasta Ptolemaís (= Ace) y luego hasta Pelusio, con indicaciones de distancias, y mención especial de Gaza, Rafia, Rinocolura y el monte Casio. Estrabón termina la descripción de Fenicia dando distancias generales de Siria y Fenicia según Artemidoro. Comienza a continuación (§ 34) la descripción de Judea, y después de establecer los límites y composición de la misma y de plantear la cuestión del origen de los judíos, dedica cinco parágrafos a Moisés (§ 35-39): a cómo establece a los judíos en Jerusalén y cómo su estado es luego corrompido, a cuestiones teológicas y sobre la importancia de que los estados tuviesen leyes divinas, tanto entre los bárbaros como entre los griegos, y a la función de los profetas y comparación de profetas griegos y de otros pueblos con Moisés. Después de mencionar unos breves datos históricos de Judea y especialmente la toma por Pompeyo de Jerusalén y varios centros de ladrones y tiranos, describe la llanura de Jericó y el mar Muerto (al que erróneamente llama lago Sirbonis) del que destaca en dos parágrafos la producción de asfalto y la técnica de recogida de los lugareños, y en otros dos, la naturaleza volcánica de la región y las propiedades del lago, nocivas y beneficiosas respectivamente en las localidades de Gádaris y Tariqueas. La descripción de Judea y el capítulo entero de Siria terminan con una información histórica relativa a Herodes, descendiente del sacerdote Hircano restablecido en Jerusalén por Pompeyo, y a quien Antonio concedió la autoridad regia, que Augusto confirmó.

A diferencia de lo que ocurre en el capítulo anterior, los aspectos tratados en este son muy variados, como es lo normal en las descripciones de zonas bien conocidas por los griegos y para las que hay fuentes diversas. Por una parte encontramos los esperables aspectos geográficos, como detalles sobre ríos, montes y llanuras (por ejemplo, sobre el Orontes en § 7, o sobre las llanuras de Celesiria en § 16); de producción natural (sobre el vino de Laodicea [§ 9], las cebollas de Ascalón [§ 29], las palmeras y el bálsamo en la llanura de Jericó [41] el asfalto en el mar Muerto, confundido aquí con el lago Sirbonis [§ 42], o el excelente pescado para salar en Tariqueas [§ 45]); de fenómenos naturales (como la naturaleza volcánica del mar Muerto [§ 44], o como el caso de las olas de mar semejantes a mareas que sumergen el terreno junto a Ptolemais y el monte Casio [§ 26], fenómeno que Estrabón intenta explicar, sin duda siguiendo a Posidonio, y que define como extraordinario, ); o de recursos técnicos en relación con los bienes naturales (las técni cas de suministro de agua de los aradios [§ 13], la vocación marinera y el arte del teñido de púrpura en Tiro [§ 23], la fabricación de vidrio en Sidón [§ 25], manteniendo así la tradición que hacía a Siria famosa por su producción artesanal). Pero además, son frecuentes los comentarios que reflejan una preocupación etnológica, en concreto las mezclas de pueblos que ya preocupaban a Estrabón, por ejemplo, en su descripción de los libros de Asia Menor, y que aquí expone al hablar de la mezcla de fenicios, árabes y egipcios en Judea (§ 34), o de la relación de idumeos y nabateos (§ 34), o del posible origen egipcio de los judíos (§ 34), o de la presencia de árabes en Siria. En relación con esta misma preocupación por los pueblos se encuentra su preocupación tan helenística y estoica, de la oposición entre civilización y barbarie, reflejada en sus frecuentes menciones a bandidos en relación con determinadas características geográficas (los de Gíndaro en la Cirréstica [§ 8], Zenodoro y otras bandas de bandidos cerca de Damasco [§ 20], los puertos de ladrones en la zona de Yope [§ 28], o los tiranos judíos [§ 40], a quienes muestra como cabecillas de grupos de bandidos que recuerdan a líderes de grupos similares en Cilicia mencionados en el libro XIV). De los aradios destaca que añadieron a la suerte prudencia y esfuerzo en sus asuntos marítimos y no se dejaron influir por la piratería de sus vecinos cilicios (§ 14), y contrapone a los árabes e itureos de las montañas de la Celesiria, a los que califica de malhechores, los agricultores que viven en la llanura (§ 18) 106 .

De las cuestiones religiosas, como en general en su Geogra fía , se limita a señalar la existencia de cultos (el de Apolo y Ártemis en Dafne, en § 6; el de Zeus Casio en el monte Casio junto a Egipto, en § 33; la veneración de Heracles por los tirios, en § 23) y relatos mitológicos relacionados con lugares descritos (mención de los descendientes de Triptólemo en Antioquía, en § 5; el mito de Tifón y los árimos en relación con el río Orontes, en § 7; el mito de Andrómeda expuesta al monstruo marino cerca de Yope, en § 28). En este capítulo encontramos sin embargo una larga digresión teológica dedicada a Moisés, que conlleva una crítica (común a judíos y griegos) a la religión de los egipcios que veneran a animales, una disquisición sobre las leyes divinas, y un paralelismo de Moisés con otros profetas y adivinos de la Antigüedad (§ 35-39), siguiendo una antigua tradición griega en parte, y una reciente tradición judeohelenística. La mención de elementos fantásticos aparece reflejada en la del dragón caído de la llanura de Macras en la Celesiria (§ 17) y el interés etiológico en la explicación del nombre de Rinocolura (§ 31). La relación del mito de Triptólemo con la fundación de Antioquía y Gordis (cf. § 5 y 25) es seguramente una tradición local que responde a un deseo, bien atestiguado en la época helenística por relatos semejantes, de vincular las nuevas ciudades del «nuevo mundo» a antiguas ciudades de la Grecia clásica.

Como es frecuente en las descripciones de ciudades griegas, helenizadas o de importancia internacional, Estrabón detalla aspectos en relación con las fundaciones de las ciudades de la Seléucide (reyes fundadores, explicación de los nombres, fases de fundación en el caso de Antioquía) y de Árado (§ 13); la fama de Sidón y Tiro en la literatura y la tradición (§ 22), la importancia de estas dos ciudades en astronomía y aritmética (§ 24), y menciona filósofos destacados, como Antíoco de Ascalón, o los gadarenses Filodemo el epicúreo, Meleagro, Menipo el autor de sátiras y Teodoro Rétor.

Los datos históricos son en este capítulo mucho más numerosos que en los otros del mismo libro, como es lo esperable debido al mayor contacto de Siria con el mundo griego y sobre todo a su pertenencia al reino seléucida. Hay que señalar, sin embargo, que la mayor parte de estos datos son de la época romana. De la época de dominación persa se destaca la importancia de Damasco (§ 20) y del papel que desempeña Ace como base de operaciones contra Egipto (§ 25). De Alejandro Magno se dice que asedia Tiro (§ 23) y que destruye Gaza (§ 30). Seleuco Nicátor alimenta en Apamea a sus elefantes, posiblemente los que recibió de Chandagrupta en el acuerdo al que llegaron en el 306 a. C. (§ 10). Se recuerda la lucha entre Seleuco Calinico y Antíoco Hierax por el trono de Siria (240 a. C.) al hablar de Árado, que se alía con el primero (§ 14), y al hablar de Rafia, la batalla que tuvo lugar allí en el marco de las guerras sirias entre Ptolomeo IV y Antíoco III el Grande en el 217 (§ 31). En el río Enoparas, en la llanura de los antioqueos murió Ptolomeo Filométor tras una batalla contra Alejandro Balas (146 a. C.), usurpador del trono sirio a Demetrio I, lo que Ptolomeo aprovecha para invadir Siria (§ 8). La usurpación del trono de Antíoco VI Epifanes por Trifón de Apamea, la destrucción por este de Berito y los enfrentamientos que tuvo en Ptolemais contra Seleuco II salen a relucir en los parágrafos 10, 19 y 26, respectivamente. De la historia de Judea menciona la proclamación de Alejandro Ianeo como rey en vez de sacerdote en el 103, y los problemas entre sus hijos Hircano y Aristóbulo por el poder, que llevan a la intervención y asedio por Pompeyo del templo de Jerusalén en el 63 a. C., la destrucción de las tiranías y guaridas de ladrones por este (§ 40) y su instauración de Hircano (erróneamente llamado Herodes) como sacerdote (§ 46), y la concesión por parte de Antonio de la autoridad de rey de Judea a Herodes, descendiente del sacerdote Hircano de Jerusalén (§ 46). De la presencia de los armenios en el norte de Siria recuerda el asesinato de Cleopatra Selene en Seleucia de Mesopotamia, cedida a Comagene por Pompeyo, a manos de Tigranes, que la había cogido priosionera en Ptolemais en el 69 a. C., en el transcurso de sus campañas para dominar toda Siria. También son mencionadas las luchas de Pompeyo contra bandidos y piratas, cómo liberó Biblo de Ciniras en el 64 a. C. (§ 18) y su muerte a manos de los egipcios (por orden de Ptolomeo XIII) cerca del monte Casio (§ 33). En el contexto de las ambiciones partas en la zona recuerda la muerte de Pacoro por Ventidio cerca de Heracleo y la lucha de este con Franipates en Trapezonte en el transcurso de la campaña de Antonio contra los partos, que se habían unido a Labieno para invadir Siria en el 41 a. C. (§ 8). El papel de Siria en las guerras civiles también queda reflejado en la mención del enfrentamiento del anticesariano Casio contra el cesariano Dolabela en Laodicea (§ 9), contra Cecilio Baso en Apamea (§ 10), o la alianza de Herodes el Grande, rey de Judea, con Augusto y la denominación en su honor de Samaria como Augusta al reconstruirla en el 25 a. C. (§ 34). La visión de la seguridad que proporcionaban las legiones romanas es transmitida al hablar de Berito, donde los romanos (Agripa) levantan de nuevo la ciudad destruida y le añaden territorios (§ 19), y de manera general en el parágrafo 20. El carácter independiente de muchas de las localidades sirias, aunque nominalmente formaran parte del reino seléucida, queda reflejado por la frecuente mención a tiranos locales (Dióniso en Bambuce, Berea y Heraclea [§ 7]; Sampsicéramo y Jámblico de Aretusa, Alcedamno de los rambeos, Ptolomeo de Calcis [§ 10]; Gambaro, Temelas [§ 11]).

No son muchas las fuentes expresamente citadas en este capítulo. Cita a Eratóstenes al hablar de la naturaleza volcánica de la comarca del lago Sirbonis; a Posidonio para la división en satrapías de la Seléucide (§4), para la historia del dragón muerto en la llanura de Macra (§17), al atribuir al sidonio Mono el origen de la teoría sobre los átomos (§ 24) y al hablar de las técnicas de recogida y manipulación del asfalto del lago Sirbonis (§ 43); a Artemidoro para las medidas de distancias generales de Siria y Fenicia (§ 33). En la descripción de la costa, Estrabón sigue una tradición de los periplos que encontramos en el Pseudo Scylax (cf. 104-106 para Siria y Fenicia), probablemente dependiente del mismo Artemidoro de Éfeso citado en algunos casos y ampliamente utilizado en toda la obra.

III. Arabia

Los pueblos árabes estaban diseminados en la Antigüedad por gran parte de Oriente Próximo, desde el norte de Mesopotamia hasta el sur de la península Arábiga, por las llanuras de Transjordania y el desierto sirio. El concepto de Arabia como país no existía entre los asirios, para quienes solo había pueblos árabes, generalmente nómadas con los que entraban en contacto. Según Heródoto (III 88), los árabes eran el único pueblo no sometido por los persas con quienes tenían una relación de amistad, puesto que permitían a estos el paso a Egipto a través de sus tierras. Los griegos entran en contacto ya con árabes sedentarios por motivos comerciales. Los términos griegos para el incienso ( «efluvio árabe» en un himno délfico a Apolo 107 ) y la mirra son semíticos. Los primeros conocimientos geográficos de Arabia datan del siglo VI a. C. La información que de su viaje por estas tierras dejó Escílax de Carianda es utilizada por Hecateo para su mapa de la Tierra, y este mapa es usado a su vez por Heródoto. Escílax llama árabes a los habitantes de las islas de Kamaran en el mar Rojo. Heródoto es el primero en el que encontramos la mención de un país llamado Arabia, que situaba en las tierras entre el Nilo y el mar Rojo, y a esta zona atribuye muchas características propias de la península Arábiga que conocía de oídas y tenía mal localizadas. Todavía en su época, lo que se conocía de la península Arábiga era considerado parte de Asiria.

La Arabia que conocía Alejandro Magno era la que se encontraba entre Palestina y Egipto, con la península del Sinaí, y también la zona del Antilíbano, donde pueblos llamados «árabes» por los asirios pastoreaban sus rebaños en el siglo VIII a. C. y donde Estrabón sitúa a los árabes e itureos, malhechores de las montañas, junto con las que llama montañas árabes, colinas al pie del Antilíbano (2,16,18). Con la expedición de Nearco se avista la península de Omán, que se considera parte de Arabia (Arriano, Anábasis, XXXII 6-7) y se conoce el golfo Pérsico, reconociéndose así la tierra entre este golfo y el Arábigo como una península. Pequeñas expediciones, sin rodear la península entera, aumentaron en gran medida el conocimiento que se tenía de Arabia, y se identificó el Yemen como la zona de donde provenían el incienso y la mirra. El concepto de «península arábiga» nace cuando los griegos se hacen conscientes de la magnitud de ese país y empiezan a llamar de forma común «árabes» a los distintos pueblos de Arabia Feliz, siendo ese término frecuente en la época romana para designar en particular a los pueblos de esta parte de Arabia. Aun así, Alejandro no llegó a conquistar Arabia, pues sus planes fueron frustrados por su muerte, y tampoco los seléucidas los continuaron. Aparte de las antiguas informaciones que transmite Heródoto, la mayor parte del conocimiento que los griegos helenísticos tienen de esta parte del mundo se debe a las expediciones que se realizaron sobre todo por instigación de Ptolomeo II Filadelfo (284-247 a. C.) para explorar las costas del mar Rojo, buscar zonas de caza de elefantes, o frenar la intervención y la superioridad de los nabateos en los viajes comerciales por la zona. El relato de uno de estos exploradores, de nombre Aristón, es la base del de Agatárquides de Cnido (transmitido por Diodoro Sículo y Focio), que utiliza a su vez Estrabón, en el mismo orden, a través de un resumen de Artemidoro de Éfeso de fines del siglo II a. C. Ilustrativo del papel de Ptolomeo II, «que hizo llegar al conocimiento de los griegos especies nunca vistas y asombrosas de otros animales», es el relato de Agatárquides (78) transmitido por Diodoro Sículo (III 36, 3-9) sobre la caza de una serpiente muy especial, de 30 codos, que regalaron al rey llevándola a Alejandría. Es muy posible que los griegos también obtuvieran información de los egipcios, como se deduce de términos como el de crocota para la hiena, que según Agatárquides era egipcio. Para el resto de las tierras árabes se tenían informaciones fragmentarias de otros exploradores, como Nearco el oficial de Alejandro (citado por Estrabón). La primera mención en las fuentes clásicas de los nabateos, uno de los pueblos árabes más conocidos en la época romana, se produce a raíz de la campaña de Antígono Monoftalmo contra ellos en el 312 a. C. (Diodoro Sículo, XIX 94-100). Es significativo que Diodoro Sículo, que utiliza como fuente a Ctesias de Cnido (siglos V-IV a. C.) considere a los nabateos nómadas; mientras que Estrabón (4, 21-26) los presenta ya como sedentarios, comerciantes importantes y de costumbres civilizadas 108 .

En la época augústea se recopila más información de la zona, en parte al realizar Juba de Mauritania su obra De expeditione Arabica como preparación de la expedición de Gaio César, que no llegó a realizarse, o gracias a la expedición de Elio Galo. De época algo posterior (entre el 40 y el 70 d. C.) data el periplo del mar Eritreo, al parecer escrito por un griego de Egipto, que supone (junto con Plinio y Ptolomeo) un complemento a los datos de Estrabón para la enumeración de lugares costeros y de productos de la zona, especialmente para la parte correspondiente al golfo Arábigo (mar Rojo actual), siendo el objetivo del periplo principalmente servir de instrumento para los comerciantes que recorrían el océano Índico desde Egipto hasta la India 109 .

En la época de Estrabón, Arabia era el territorio al sur y este de Palestina, incluidos el actual Negev, el sur de Siria, Jordania y el noroeste de Arabia Saudí (que formaron luego la provincia romana de Arabia), y, además, toda la península Arábiga, formando así uno de los países con mayor diversidad geográfica y climática.

Los capítulos tercero y cuarto del libro XVI de Estrabón están dedicados a este país, que Estrabón define en el primer parágrafo como el que se encuentra al sur del territorio que se extiende desde Judea y Celesiria hasta Babilonia y el valle del Éufrates, y lo divide en una parte norte habitada por escenitas, al sur de la cual se extiende un extenso desierto y a continuación la Arabia Eudaimon, limitada además por el golfo Pérsico, el Arábigo y el mar Rojo. El resto del capítulo tercero está dedicado a la descripción del golfo Pérsico siguiendo a Eratóstenes, aunque a veces contrapone otra fuente, como cuando dice que los de Gerra comercian por tierra, pero según Aristóbulo lo hacen con balsas hacia Babilonia y desde allí río arriba por el Éufrates. La información sobre la isla de Ogiris la atribuye a Nearco y Ortágoras, y termina el capítulo de una forma un poco desordenada hablando de la vegetación en el mar Rojo junto al Golfo, de nuevo sobre la expedición de Nearco y los griegos y la ayuda que les brinda Mitropastes, utilizando a Nearco como fuente, para terminar mencionando otra vez a los mirabilia de la zona, como la abundancia de perlas o el tamaño de los cangrejos y erizos de mar.

El interés de Estrabón por las fundaciones y colonizaciones resultado de movimientos o mezclas de pueblos se refleja en este capítulo cuando habla de la fundación de Gerra por caldeos exiliados de Babilonia (§ 3), o de Tiro y Árado, colonizadoras de las ciudades fenicias de igual nombre mencionadas en el capítulo de Siria (§ 4), y de las que sin embargo dice que tenían templos similares a los fenicios, lo que más bien implicaría una colonización a la inversa. El interés etiológico se muestra aquí particularmente con la dedicación de un parágrafo entero (§ 5) a las distintas explicaciones del nombre Eritras del golfo Pérsico, también llamado mar Rojo. Los mirabilia son una constante tanto en este capítulo como en el siguiente, también dedicado a Arabia: las casas hechas de sal en Gerra (§ 3), las perlas y piedras preciosas, la magnitud de los erizos y cangrejos de mar, los árboles que huelen a incienso en islas del golfo Pérsico (§ 7), los árboles que desaparecen cuando sube la marea (§ 6). La importancia del comercio se refleja en la mención de las mercancías y perfumes árabes con los que comercian los gerreos (§ 3). Respecto a los datos históricos, Estrabón hace referencia a la expedición de Nearco, almirante de Alejandro Magno en la zona, y la ayuda que los griegos reciben de Mitropastes, sátrapa de Frigia exiliado por Darío en la isla de Ogiris (§ 5, 7).

El último capítulo del libro está dedicado a la península Arábiga, incluyendo como parte del golfo Arábigo la costa oriental egipcia, que aparece como árabe en varias fuentes antiguas 110 , pero muchas de cuyas partes trata Estrabón también en la des cripción de Egipto. Como en el capítulo anterior, el desconocimiento de Estrabón sobre esta zona y la falta de transmisión abundante de datos hace que su descripción se estructure no tanto por un orden geográfico como por un orden marcado por las fuentes en las que se basa: Eratóstenes y Artemidoro (que sigue a su vez a Agatárquides), fundamentalmente. Comenzando por Mecene (sin duda error por Mesene), tierra colindante con el golfo Pérsico recién descrito y extremo nororiental de Arabia, como si fuese a hacer una descripción exhaustiva a partir de ahí, Estrabón parece interrumpir este proyecto para transmitir la exposición global que de Arabia hace Eratóstenes. La división básica en una parte nórdica desértica ocupada por pueblos árabes como los nabateos, cauloteos y agreos, y la parte sur llamada Arabia Eudaimon (Felix), a su vez dividida en una parte norte de agricultores, una intermedia de terrenos más árduos donde viven árabes escenitas y la parte sur, la más rica, con cuatro pueblos principales: los mineos, sabeos, catabaneos y catramotitas. Después de una exposición de las costumbres de los árabes «felices», pasa a hacer la descripción, siempre siguiendo a Eratóstenes, de las costas que bordean el golfo Arábigo por ambos lados. En el parágrafo 5 repite la descripción del golfo Arábigo, pero esta vez siguiendo a Artemidoro, de forma mucho más detallada y centrándose —como posiblemente hacía este— en la costa occidental. La descripción es prácticamente una enumeración de lugares desde Heroópolis en el norte hasta el promontorio de Deira, que cierra el golfo en el sur, con algunas divagaciones, por ejemplo; sobre las islas Ofiodes, famosas por sus serpientes y el topacio, sobre la superficie marina y su vegetación en la costa al sur del puerto de Soteira; sobre los pueblos que viven en torno a Méroe y la confluencia de los ríos Astabora y Astapo, que se denominan según sus costumbres alimenticias, o sobre las costumbres cazadoras de los habitantes de Endera. Más atención anecdótica dedica a pueblos que viven en la zona del estrecho de Deira, de quienes comenta sus costumbres, como los ordeñadores de perros, los comedores de elefantes, los comedores de pájaros, los comedores de langostas. La mención de estos pueblos le da pie para detenerse en las particulares costumbres de caza de estos animales o formas de prepararlos para su consumo. Interés especial dedica a los ictiófagos y a los comedores de tortugas, justo al norte de Deire. A continuación describe la costa hasta el cabo del Cuerno del Sur, a partir del cual señala que ya no hay nada escrito y no se conoce nada. De esta costa, donde se encuentran, entre otras, las tierras productoras de incienso, destaca la producción de incienso, mirra y canela, y la abundancia de localidades para la caza del elefante. A partir de aquí empieza una descripción de carácter diferente, que se semeja mucho, y sigue incluso el mismo orden, a la que hace Agatárquides y nos transmiten Focio y Diodoro Sículo 111 . Estrabón parece conocerla, sin embargo, a través de Artemidoro, como se deduce por alguna mención a este autor, lo que explicaría algunas diferencias y algunas omisiones, como, por ejemplo, y especialmente, los comentarios estoicos sobre la naturaleza que sí encontramos en Agatárquides y que posiblemente Estrabón habría mantenido de haberlo usado directamente. Retomando de nuevo el tramo costero entre el estrecho de Deire y el cabo Cuerno del Sur, se centra en los animales propios de la zona y sus características, sobre todo de los rinocerontes, las jirafas y las serpientes. Un último parágrafo dedicado a los trogloditas y sus costumbres, basado en Artemidoro pero coincidente con Agatárquides, cierra la descripción de la costa occidental del golfo Arábigo. Basado en la misma fuente comienza en el parágrafo 18 la descripción de la costa oriental, empezando por el norte, en Posidio, hasta los sabeos, mencionando especialmente a los naba teos, a los debas y a otro pueblo no identificado (seguramente los alileos y gasandros de Plinio) ricos en oro. En el parágrafo 19 comienza la descripción de la Arabia Feliz con los sabeos, de quienes se destaca su producción de plantas aromáticas, sus costumbres en relación con estas y su actividad comercial. Después de un excursus (§ 20) sobre la etiología del nombre del mar Rojo con que se denomina también al golfo Arábigo, de nuevo basado en Artemidoro y en parte coincidente con Agatárquides, vuelve al norte para hablar de Petra y los nabateos. A partir de aquí la descripción depende de fuentes más directas, especialmente de la información obtenida de Elio Galio (el prefecto enviado por Augusto a una expedición en Arabia Feliz), con quien realizó una travesía por el Nilo, y de su amigo Atenodoro de Tarso, fuente para su descripción de las costumbres de Petra. A pesar de ello, la descripción comienza con la adjudicación errónea de los nabateos a la Arabia Feliz y la también errónea atribución a estos y a los sabeos de incursiones en Siria, explicable solo a partir de concepciones más antiguas sobre estos pueblos. Después de la descripción de Petra, capital de los nabateos, relata por extenso la expedición de su amigo Elio Galo (sin duda informado por este mismo) y la traición de Sileo, mano derecha del rey Obodas de los nabateos, que le había prometido su ayuda. El capítulo termina con un parágrafo dedicado de nuevo a Arabia Feliz, pero esta vez siguiendo otras fuentes, lo que explica su alusión a «otro tipo de división», centrada en las diferentes ocupaciones, y su hincapié en las costumbres; un parágrafo dedicado de nuevo a los nabateos, esta vez centrado en las costumbres; un último parágrafo a modo de excursus sobre cuestiones de etnonimia que cierra el capítulo entero de los árabes con una discusión sobre el término «erembos» de la Odisea IV 84 y su posible relación con «árabes», y un comentario final sobre la intención de Alejandro Magno de establecer su sede real en Arabia Feliz como prueba de la prosperidad de esta.

Lo más característico de este capítulo es la descripción etnográfica, en parte de costumbres en el caso de los pueblos más conocidos (como los nabateos o la Arabia Feliz en general), pero, sobre todo de productos naturales, por los que Arabia era especialmente conocida en la Antigüedad. La imagen de una tierra de riqueza agrícola y especialmente de una tierra de fragancias y aromas queda continuamente patente a lo largo de la descripción. Son continuas las descripciones de características atmosféricas y del terreno que explican tipos de producción o costumbres, y sobre todo la mención de animales y plantas exóticas. Entre los datos costumbristas es muy destacable la cantidad de topónimos basados en la forma de alimentación de los respectivos pueblos (ictiófagos, etc.) en la costa occidental del golfo arábigo, topónimos posiblemente griegos que reflejan el escaso conocimiento directo que se tenía de estos pueblos y el tipo de vida tan extraño que tenían desde un punto de vista griego y luego latino.

El topónimo «país productor de la canela», al interior de la costa egipcia del golfo Arábigo, ya atestiguado en Heródoto, quizá se deba a la falsa localización por este en Egipto de tierras de la península Arábiga. Son numerosos los ejemplos de costumbres sin duda muy exóticas para los griegos, sobre todo las relacionadas con la alimentación y las formas de subsistencia de los pueblos llamados «comedores de…». Algunas de las costumbres, sin dejar de ser extrañas a los griegos, eran más conocidas por practicarlas los judíos y los egipcios, como la mutilación sexual atribuida a los comedores de carne (§ 9). Como era de esperar, se dedica una atención especial al comercio en Arabia Feliz y entre los nabateos (18). Solo hay indicación de distancias en determinados pasajes, siempre siguiendo a Eratóstenes, por ejemplo en las distancias generales del golfo Arábigo (§ 4).

Entre los datos históricos, el más antiguo es la mención al faraón egipcio Sesostris (de una dinastía vigente entre el tercer y segundo milenios a. C.) a quien se atribuían las conquistas de Etiopía, Nubia y el país de los trogloditas, y una invasión a Arabia (§ 4). De la época de Psamético (siglo VII a. C.), a quien los griegos conocían bien por su expedición a Nubia, en la que participaron numerosos mercenarios griegos, menciona el asentamiento en la comarca de Tenesis de los egipcios que desertaron de sus filas por sentirse abandonados en un puesto fronterizo de vigilancia (§ 8). La intención de Alejandro de invadir Arabia, ya expresada en el capítulo primero, reaparece aquí (§ 27), pero el resto de los datos relacionados con la historia helenística tienen que ver con Ptolomeo II Filadelfo, el rey que impulsó más expediciones por las costas del mar Rojo, creando estaciones de caza del elefante y promoviendo el comercio con los árabes. Se menciona la expedición en el 250 a. C. contra los nabateos por su pillaje de los comerciantes que navegaban desde Egipto, y destacan en la costa occidental del golfo Arábigo los topónimos derivados de nombres de oficiales ptolomaicos (§ 10, 14, 15) o de reyes ptolomaicos o parientes (Arsínoe, Filotera, Berenice, Ptolemaís), o topónimos alusivos a la caza del elefante (§ 4; cf. 14, etc.). El episodio histórico más largamente tratado en el libro entero es la expedición de Elio Galo, el prefecto egipcio enviado por Augusto a la conquista de Arabia Feliz en el 26 a. C., a quien Estrabón conocía personalmente y que fue fuente directa de su información.

Uno de los elementos que relacionan Arabia con Siria es la presencia de árabes a lo largo de la historia en el territorio correspondiente a la Siria de la época de Estrabón.

Estrabón menciona a árabes escenitas en Mesopotamia, donde ya Jenofonte había encontrado árabes en el 401 a. C.; Alejandro y Nearco los encuentran en la Mesene de Estrabón (4, 1), zona entonces considerada asiria 112 . Por diversas fuentes se conoce la ocupación progresiva por los árabes de la Siria oriental 113 . Todo el interior de Siria, hasta el Antitauro, está dominado por la penetración pacífica de árabes desde mediados del primer milenio que dan a la zona un carácter especial frente al resto de Siria y que explica su débil grado de helenización al comenzar la conquista romana y su marcada resistencia a las influencias mediterráneas 114 . La Siria central, al este de Apamea y hasta el Éufrates, estaba dominada por cabecillas árabes de la Parapotamia (2, 11), y la zona desde el sur de Apamea hasta los itureos (y árabes de las montañas junto al Antilíbano) por escenitas similares a los nómadas de Mesopotamia (2, 11). Como forma de gobierno mejor organizada de árabes, según Estrabón, más civilizados cuanto más cerca estaban de Siria, cita a Aretusa (Emesa, actual Homs). La relación en la costa es igualmente estrecha, como puede verse en el caso de Gaza, puerto comercial sirio (cf. ya Heródoto, III 5), pero sobre todo de los árabes. Heródoto dice, a la inversa, que la costa de Arabia estaba habitada por sirios (II 12). Estrabón menciona la presencia de tiranos y bandidos árabes en la costa, en torno al puerto de Yope. Muy significativa es la relación de los nabateos, uno de los principales pueblos árabes, con Siria, pues durante mucho tiempo tuvieron el monopolio del comercio de los productos desde Arabia del sur hacia Petra, Gaza y Rinocolura. Este contacto era lo suficientemente intenso como para que escribieran su lengua con un alfabeto derivado del arameo y no con escrituras sudarábigas. Los problemas políticos con reyes clientes, dinastas locales, mencionados frecuentemente por Estrabón, reflejan en parte esta mezcla de pueblos.

Desde el principio la descripción de los árabes en los textos griegos se basa en estereotipos, topoi y etimologías populares, muchas de las cuales sobreviven hasta hoy. En primer lugar, destaca la imagen de una tierra lejana y exótica, relacionada con el incienso, la mirra y los artículos de lujo, donde la canela y la casia se utilizan como leña para hacer fuego. Además es un pueblo con extrañas costumbres sexuales (4, 25?). Su rey vive en un gran lujo. Hay innumerables animales y plantas exóticas. La lista de Heródoto (III 107-113) se reencuentra en Estrabón pero tomada de Agatárquides, quien dedica especial interés a animales híbridos como el estruzocamello o el camellopardo (avestruz y jirafa). Los griegos intentaban explicar estos prodigios con argumentos como la inmensa fuerza solar de esa tierra, la mayor fuente de vida que engendra animales magníficos y de diferentes colores y todo tipo de piedras preciosas (Diodoro Sículo, II 51, 2; 52, 1). Y además, los árabes eran para los griegos un ejemplo de pueblo independiente, amante de la libertad, de quienes los persas prefirieron hacerse amigos antes que someterlos, y los únicos que se atrevieron a no enviar embajadas a Alejandro (1, 11).

El libro XVI de Estrabón no es solo la descripción del territorio de Asia que falta por tratar es la descripción de una encrucijada de culturas donde se une el mundo semítico con el indoeuropeo, el Mediterráneo con el Asia interior, y donde los productos exóticos y prohibitivos del Lejano Oriente y la Arabia «Feliz» se hacían accesibles al Mediterráneo, y donde, además, se crea un enlace con Egipto, final de la aventura estraboniana. Quizá más que ningún otro libro, éste destaca por su mezcla de civilización y barbarie, de helenismo e indigenismo, de racionalidad y paradoxografía.

LIBRO XVII

El libro XVII de la Geografía completa el recorrido por África, describiendo Egipto, Etiopía y Libia. Es una sobria des cripción del terreno, el clima, las ciudades, los pueblos, los puertos, los acueductos, la campiña, la flora, la fauna, los monumentos, los templos y cultos, con alguna digresión histórica, sin demasiados comentarios sobre las costumbres o el carácter egipcio, pues Estrabón no quería manifestar un juicio sobre las gentes egipcias, ni tampoco hacer demasiada referencia a la actualidad. Hace sin embargo referencia a antiguos reyes, que resistieron la importación y despreciaron a los comerciantes, especialmente los griegos. En su evaluación de los egipcios, Estrabón es positivo 115 . Viven una vida civilizada y digna de elogio, trabajan una tierra fértil, su estructura política y social está inteligentemente organizada, sus sacerdotes son doctos en astronomía, filosofía y geometría: recalca que Platón y Eudoxo pasaron trece años en Egipto aprendiendo de los expertos. Hace especial énfasis en estas características positivas para rechazar los «delirios» de Heródoto y otros autores, a los que acusa de haber divulgado fábulas falsas y sin sentido. Como veremos más abajo, tampoco manifiesta juicios negativos con respecto a la religión egipcia y el culto animal, que tanta crítica despertó por otra parte en los extraños.

La descripción de Egipto de Estrabón está marcada por tres características: la autopsia, el Nilo y los romanos. En primer lugar, la descripción está claramente influida por la visión personal alcanzada en el viaje en el que recorrió el país junto con el prefecto Elio Galo. Su presencia y la viveza de sus descripciones son mucho más claras que en cualquier otro libro de la Geografía.

En su descripción geográfica, el Nilo y la inundación anual, que fascinaron a los geógrafos desde Herodoto, aparecen con especial relevancia, pues afectan a cada aspecto de la vida so cial y económica de los habitantes, como también la naturaleza de plantas y animales (XVII 1, 3-4).

Por su amistad con Galo obtuvo información privilegiada sobre el sistema administrativo y militar de Egipto (XVII 1, 12-13). La presencia romana se describe en los hechos de César, Antonio y Augusto (XVII 1, 10).

Continúa en su descripción de África con Etiopía, para después saltar al norte de África, o sea, Libia, donde recorre de oeste a este, incluyendo Mauritania (XVII 3, 2), Cartago (XVII 3, 13) y Cirene (XVII 3, 21). Un factor dominante en la descripción de estas partes es la conciencia de Estrabón de estar describiendo lugares en el extremo, en los límites de la oikoumene , y, por tanto, de estar aportando a un conocimiento de estas regiones, que para sus contemporáneos era limitado. Abordaremos a continuación varios temas de interés que se refieren al libro XVII en particular.

La datación del libro puede delimitarse al año 20 a. C. 116 . Estrabón conoce el envío de embajadores etíopes a Augusto para tratar la paz, en Samos (XVII 1, 54), donde pasó el invierno del 21-20 a. C. Puesto que Estrabón no hace mención de la remisión del tributo impuesto a los etíopes, se puede pensar que la redacción al menos de un borrador del libro se hizo en el año 20. Luego pudo hacer una edición más o menos intensa del texto. La mención de Arquelao como último soberano de Capadocia, si entendemos que ya estuviera muerto por tanto, nos pone en el año 17 d. C.

1. El viaje a Egipto de Estrabón: la autopsia

El libro XVII de la Geografía cierra la obra de Estrabón con la descripción de Egipto, Nubia y Libia. Estrabón visitó Egipto cuando rondaba la treintena. Era por entonces prefecto en la provincia Elio Galo (27-25 a. C.). Durante sus estancias en Roma, Estrabón había establecido contactos con personalidades romanas relevantes. La más importante fue precisamente con Elio Galo, al que llama «amigo y compañero», y explica que cuando era gobernador de Egipto le acompañó: «subimos con él en el Nilo hasta Siene y los límites de Etiopía» (II 5, 12). Efectivamente, Estrabón acompañó a Galo y su corte de amigos y soldados en un viaje por Egipto que permitió al geógrafo visitar los lugares más afamados en persona, y describirlos a menudo en gran detalle, como vemos todo a lo largo del libro XVII. Esta asociación de un intelectual griego acompañando a un general romano y luego registrando sus hazañas por escrito no es una excepción en el caso de Estrabón y Galo. Otro ejemplo famoso es el de Polibio y Escipión Emiliano. Hay más ejemplos en el siglo I a. C., como Teófanes de Mitilene y Pompeyo, o Teopompo de Cnido y Julio César. Los generales romanos disfrutaban de compañía intelectual y los griegos obtenían favores, como la ciudadanía romana o beneficios para sus ciudades de origen 117 .

La estancia de Estrabón se prolongó después bajo la prefectura del sucesor de Galo, Petronio, que gobernó hasta el año 20 a. C. Durante este período, Estrabón remontó el río hasta los confines de la provincia, en compañía del prefecto, probablemente en el viaje inaugural de su cargo para la inspección de las tierras 118 .

Durante su prolongada estancia en el país del Nilo, Estrabón tuvo su residencia probablemente en Alejandría, y visitó, por tanto, el museo y la biblioteca y mantuvo contacto con la erudición de la ciudad (II 3, 5). Escribió una obra historiográfica, antes de emprender su proyecto geográfico. Sus descripciones de la ciudad de Alejandría incluyen comentarios de tipo personal, testimonio de su propia experiencia. En este período vio la inundación de Pelusio (I 3, 17), el sistema de seguridad romano entrar en el puerto de Alejandría (II 3, 5), y se familiarizó con plantas y animales egipcios (aparte de la sección en el libro XVII, véase también III 5, 10). Aprendió de los cristaleros y su producción local (XVI 2, 25). Es testigo de cómo, en el verano, la inundación del Nilo trae el agua del lago Mareotis a la ciudad, contrarrestando así los efectos contraproducentes del lago (V 1, 7, XVII 1, 4).

Su viaje por Egipto se deduce del norte al sur, como también se desarrolla la exposición en su descripción de Egipto. También es probable, puesto que las describe, que visitara todas las atracciones turísticas de la época 119 . Varias son las referencias en las que deja entender que sus descripciones son propias, no dependientes de noticias indirectas, y que visitó personalmente los monumentos de los que habla. De hecho, en su época era de postín el reclamar la experiencia autóptica, como el mismo Estrabón recalca en varios lugares de su obra 120 . Hay varios puntos en el libro XVII en que describe con viveza experiencias vividas personalmente y en las que claramente no depende de otras descripciones. Por ejemplo, en XVII 1, 15 menciona los campos de cíamo, que «proporcionan una vista muy agradable», lo cual es una nota personal que podemos pensar añadiera nuestro autor. Igualmente se refiere, ya de manera más directa, a su presencia en los lugares de los que habla, como en XVII 1, 29, cuando dice: «Aquí nos mostraron sin embargo las residencias de los sacerdotes y las escuelas de Platón y Eudoxo», o en XVII 1, 34: «Una de las cosas asombrosas que vi en las pirámides no merece ser omitida». Más directamente dice en XVII 1, 46: «Y yo, cuando estuve allí presente en compañía de Elio Galo y su séquito de acompañantes», refiriéndose a la visita a los colosos de Memnón. O su viaje mencionado en XVII 1, 50, en que aclara incluso el medio de transporte: «Nos dirigimos a File desde Siene en carro por una llanura muy plana por una distancia de unos cien estadios».

Las referencias que hace a ciertos aspectos prácticos de su viaje, como a los hitos en las carreteras (XVII 1, 13), el suministro de agua (XVII 1, 45), los «hostales» en los que pudo pasar la noche (XVII 1, 16), medio de transporte (XVII 1, 50), etc., son además testimonio, comparable a la información obtenida en las fuentes documentales, papiros e inscripciones, de este aspecto de la vida cotidiana en Egipto. Otras cuestiones prácticas de los viajes, como permisos y salvoconductos, guardas y escoltas, no aparecen mencionados por ser quizá detalles demasiado específicos 121 .

2. Las fuentes de Estrabón y otros autores sobre Egipto

No mencionaremos aquí, por no ser el lugar adecuado, las fuentes de Estrabón en general, sino las fuentes con las que contó para su descripción de Egipto, además de recordar otros autores que trataron el país del Nilo. En cuanto a la literatura clásica sobre Egipto, se puede decir sin dudarlo que prácticamente todos los autores clásicos desde Homero han mencionado de una u otra manera Egipto y su fascinación por este país es indiscutible, aunque también es variable 122 . Especialmente después de la conquista de Alejandro se produjo una explosión egiptológica, aunque la mayor parte de esta producción literaria no ha sobrevivido para que podamos leerla.

Ciertamente, su viaje al país del Nilo, constatado como ya se ha mencionado más arriba en sus referencias a experiencias personales, se completó con lecturas de autores diversos y fuentes a las que tuvo acceso en la Biblioteca de Alejandría durante su estancia en la ciudad. Después de los conflictos de la época Ptolemaica, la intervención de César y Antonio y la anexión de Egipto al Imperio romano, hubo un período de paz y estabilidad que permitió que los estudiosos, nativos o venidos de otras partes se asentaran en Alejandría a trabajar en la famosa biblioteca. Hemos discutido en notas a la traducción las fuentes concretas de cada pasaje, de las que hacemos elenco a continuación por los autores que cita: de Aristóbulo toma los nombres de los peces (2, 5); de Artemidoro, la correlación entre el nomo Menelaí ta y el héroe homérico (1, 18), la correspondencia entre la medida de longitud schoenus y el estadio (1, 24), el nombre de la ciudad Lynx en Maurusia (3, 2) y los ríos de la costa líbica (3, 10); de Calímaco toma la explicación de la posición del dromos en el templo egipcio (1, 28) y el nombre antiguo Caliste de la isla de Tera (3, 21); de Calístenes toma la visita de Alejandro Magno al oráculo de Amón (1, 43); de Cicerón, los tributos pagados a Auletes (1, 13); de Eratóstenes, la descripción del Nilo y sus afluentes (1, 2), la explicación del mito de Busiris (1, 19), el nombre Lixos para la ciudad que Artemidoro llamó Lynx y el testimonio de las poblaciones fenicias en la costa de Maurusia (3, 2 y 8); de Heródoto menciona las patrañas sobre las fuentes del Nilo (1, 52), pero le da crédito en su narración de la costumbre egipcia de moldear el barro con las manos pero de amasar la masa para el pan con los pies (2, 5); de Ifícrates (o Hipsícrates) toma la fauna de Etiopía (3, 5); de Nicandro cita los tipos de áspid (2, 4); de Ofelas cita el periplo de la Libia atlántica (3, 3); de Píndaro, el ritual de apareamiento de las mujeres con el macho cabrío de Mendes (1,19); de Polibio toma la descripción de las clases sociales de Alejandría en tiempos de Fiscón (1, 12); de Posidonio, la lista de los autores sobre el Nilo (1, 5), la distancia del istmo de Pelusio a Heroón (1, 21), la presencia de monos en la costa mediterránea de Libia (3, 4) y los ríos de la costa líbica (3, 10); de Tanusio (o Gabirio) cita la referencia a la tumba del gigante Anteo (3, 8); y finalmente, de Timóstenes, la ubicación —si bien equivocada— del promontorio Metagonio ante Massilia.

De estos autores destacan Eratóstenes, Artemidoro y Posidonio como fuentes principales. Estrabón mismo da cuenta en el propio libro XVII de su método de trabajo. Como hemos visto, a menudo desvela el origen de sus informaciones. Cita a sus fuentes y las compara, como en su discusión sobre la crecida, XVII 1, 5, en que aparecen Posidonio, Calístenes, que bebe de Aristóteles, y este, de Trasialco. Y dice: «Pues salvo en el orden de las materias, los textos son los mismos en ambos autores, tanto en la expresión como en el contenido. Yo, al menos, no disponiendo de copias paralelas para su comparación 123 , me remito de uno a otro». Da muestra de su carácter crítico al excluir a Heródoto de las fuentes principales.

3. Admiración y rechazo: el impacto de Egipto en la Antigüedad

Efectivamente, la producción literaria también iba acompañada de un crecimiento de los viajes a Egipto, incluso antes de la conquista de Alejandro. Estos «turistas» dejaron innumerables grafitos como testimonio de sus visitas. Egipto ejerció una gran atracción, revelada en los escritos de griegos y romanos, por su gran antigüedad y sus monumentos impresionantes, por la diferencia tangible con respecto a las otras provincias del imperio, y no solo por su cultura material, sino también por su extravagante naturaleza, como el río Nilo, mil veces nombrado, alabado y representado (vid ., por ejemplo, el mosaico de Palestrina 124 , u otros mosaicos nilóticos en Pompeya). La arquitectura egipcia se imitaba también, como vemos, por ejemplo, en el caso de Severo, de quien se decía que tenía en su villa un laberinto y una zona llamada Menfis 125 .

Pero junto a la fascinación también va de la mano el rechazo. De que el pueblo egipcio era volátil y levantisco es prueba la política que desde Augusto se aplicó estrictamente y que consistió en un control jerárquico de una población que había estado durante siglos subyugada a otros pueblos, persas y macedonios, y de cuya permanente rebeldía se nos ha conservado el testimonio a menudo en los textos históricos: Polibio (VII 2) describe la barbarie de las revueltas populares, en las que incluso participaban los niños. Cicerón (Pro Rab. Post. , 34-35) y el autor del Bellum Alexandrinum (I 83, 6-9) recalcan la gran irresponsabilidad y tendencia a la traición de los egipcios. Tácito también los describe como rebeldes y ariscos (Hist. , I 11). Filón, casi contemporáneo a Estrabón y habitante de Alejandría, en su tratado Contra Flaccum arremete contra los egipcios criticando los mismos aspectos mencionados anteriormente 126 . Como ya hemos dicho, sin embargo, Estrabón se reserva su opinión al respecto y no critica el carácter del pueblo egipcio.

A esto se suma el rechazo a uno de los aspectos más llamativos para los foráneos de la cultura egipcia: el culto animal, que parece claramente reflejado en Juvenal (Sat . 15): «Quis nescit, Volusi Bithynice, qualia demens Aegyptos portenta colat? » («¿Quién desconoce a qué monstruos rinde culto el de mente Egipto?».) El culto a toda suerte de animales, con una amplia jerarquía y redes de templos, con rituales de adoración y ritos funerarios, se extendía por todo Egipto y era visible y evidente para los visitantes. Desde Heródoto, los autores grecorromanos trataron de explicar esta veneración egipcia a los animales, o bien decantándose por una búsqueda de la explicación y el origen de dicho culto, o bien por un desprecio absoluto hacia una práctica considerada abominable 127 . Es cierto que en el mundo griego ciertos animales eran venerados, como la lechuza de Atenea, pero no de la misma manera. A pesar de esta crítica, esta práctica peculiar no tardó en recibir en su seno a los inmigrantes griegos y romanos 128 , que con igual fervor que los egipcios rindieron culto a toda especie animal.

Cada región tenía su propio culto: Sujo, el cocodrilo, en el nomo Arsinoita; el «pez de nariz afilada» en el nomo Oxirrinquita, al que de hecho dio nombre; el buey Apis en Menfis; Mnevis en Heliópolis, y Bujis en Ermontis. Como igualmente destaca Estrabón, las diferencias regionales también llevaban a conflicto. Un animal venerado en un lugar podía ser perseguido en otro 129 . Los animales vivos recibían durante toda su existencia veneración como dioses, y a su muerte recibían exequias públicas y ceremonias fúnebres de gran sofisticación, e incluso embalsamados y momificados, e identificados por tanto con Osiris, seguían recibiendo culto.

Como se ha dicho, se buscó una explicación a esta veneración egipcia por los animales. Pese a ser sus puntos de vista los de un foráneo, los autores pretenden haber aprendido sus explicaciones de fuentes egipcias. Había probablemente diferentes tradiciones en estas explicaciones del fenómeno: desde la asociación con el culto de Isis y Osiris en Manetón 130 (quien en sí representa la «visión interior»), pasando por la relación con el origen de los faraones y la capacidad protectora de ciertos animales, hasta el significado metafórico o poder simbólico de ciertos animales sagrados.

Heródoto (II 35-4; 65-76) es nuestra descripción más antigua del culto egipcio a los animales, y también la más detallada 131 . Está basada en su propia experiencia y en su uso de las fuentes, tanto escritas como orales, de las que dispuso allí. Destaca este autor la piedad de los egipcios, que le causó gran admiración. También aporta varios ejemplos de paradoxa o fenómenos considerados extraños, como el culto animal, la circuncisión, la momificación, la construcción de barcos y la gran antigüedad del país (II 145-146). Destaca que lo que es un dios para los egipcios es comida para los griegos. Hace una revisión de los cultos a diferentes animales (II 38, buey; 41, vaca; 42, carnero; 75, ibis; 65-76, otros animales).

Diodoro de Sicilia también tiene experiencia de primera mano de sus informantes nativos. Mientras que parte de su información viene de Heródoto o de Hecateo de Abdera, también recabó datos en su viaje del año 59 a. C. Mientras que se puede ver que Diodoro sigue la interpretatio graeca para los dioses, no encuentra paralelo griego al culto animal, y lo considera un aspecto incomprensible de las costumbres egipcias (I 83, 1; 86, 1), que por otra parte permanece inaccesible al foráneo por ser conocimiento vedado (aporrêton ). Recalca la piedad con la que los egipcios protegen a los animales y la dureza con la que castigan a quien voluntaria o involuntariamente daña a uno de estos animales sagrados. Plutarco, por su parte, insiste en que nada es irracional o fabuloso o carne de superstición o deisidaimonias (Isis y Osiris 353 e-f) 132 .

Estrabón nos ofrece una revisión detallada de las variaciones locales del culto animal. Visitó lugares religiosos y su Geografía sigue el patrón regular de la etnografía griega identificando las ciudades egipcias a través de sus tradiciones religiosas. No parece tener una visión crítica, sino más bien explicativa. Mientras que algunos animales son considerados dioses, otros son sin embargo simplemente sagrados. Su visión tiene toques de ironía, como, por ejemplo, la descripción del espectáculo con los cocodrilos en El Fayum (XVII 1, 38) o la descripción del halcón medio muerto de File (XVII 1, 49). La única crítica que se parece percibir es en la descripción de los templos egipcios, cuando explica que no contienen estatuas o imágenes de forma humana, sino solo de animales «irracionales» (XVII 1, 28), como una característica de los estoicos 133 . Pero en general su aproximación al culto animal es descriptiva y no entra en las polémicas en las que otros autores podían entrar. También conviene destacar que, siguiendo una costumbre general, Estrabón identifica los dioses egipcios con los griegos: como, por ejemplo, en XVII 1.19 Ouadjet con Leto; Neith con Atenea.

4. Egipto como destino turístico o de peregrinación: viajes por Egipto en el siglo I

Cuando Egipto se convirtió en parte del Imperio romano, los turistas y viajeros comenzaron a moverse por allí y visitar los lugares que habían adquirido merecida fama a lo largo de la historia. Estos viajeros llegaban por Alejandría y cruzaban por tierra hasta Giza, lugar de las famosas pirámides, y Menfis, la anterior capital de Egipto. Algunos seguían hasta Tebas y el valle de los reyes, para seguir luego a File y sus famosos templos en la primera catarata. Parece quizá la reproducción de un viaje a Egipto en nuestros días.

Estrabón no es, por tanto, el único «turista» que emprendió un viaje de ese talante, que incluía visitas a templos, maravillas naturales, peregrinación. Tenemos constancia de las visitas de turistas y peregrinos en la documentación papirológica, por ejemplo, P. Lond., VII 1973, del archivo de Zenón (siglo III a. C.), en que se menciona a griegos de Argos llegados a Egipto para visitar las curiosidades de Arsínoe.

Producto de sus notas durante este viaje, Estrabón nos proporciona en su texto una gran cantidad de anécdotas vividas personalmente, que dan gran frescura al relato. Será el primer escritor en notar el silbido o chasquido de las estatuas de los colosos de Memnón al amanecer (XVII 1, 46), un fenómeno que se convirtió en atracción turística. Puesto que no aparece en ninguna fuente anterior, se piensa que probablemente se debió a un desajuste en la estatua producido en el terremoto del año 26 a. C.

Erróneamente, Pausanias (I 42, 3) lo atribuye a la furia vandálica de Cambises. Se daban explicaciones de todo tipo a ese silbido o chasquido, como que eran voces humanas o cuerdas musicales. Estrabón parece atribuirles a los sacerdotes un truco para producir ese sonido 134 . Fuera lo que fuera el origen de ese fenómeno, se arregló en el 199 d. C. y la estatua dejo de vibrar o sonar. Estrabón da también una de las primeras descripciones del valle de los Reyes (1, 46). Dice que había cuarenta tumbas, finamente construidas y que, sin duda, merecían una visita. El testimonio que nos ofrece Estrabón del espectáculo de los cocodrilos (1, 38 y 1, 44) como una de las atracciones sorprendentes que se pueden ver en Egipto, y de su traslado a Roma (atestiguado en Plinio, VIII 96), la encontramos también en Filón de Alejandría, Prov. 2, 65, que se refiere a su crianza 135 . Aunque también dio descripciones de Tebas y el Nilómetro de Elefantina, su descripción más extensa es la de Alejandría y el Delta.

5. Alejandría

Alejandría, la célebre y más importante ciudad del Mediterráneo desde el siglo III a. C. hasta la Antigüedad tardía, fue fundada por Alejandro en abril del 331 a. C., sobre la preexistente población egipcia de Racotis (r‘-qdw , «en construcción»). Este nombre se mantuvo para denominar al barrio sur, fundamentalmente habitado por nativos egipcios. La ciudad se convirtió en la capital del reino ptolemaico, con una población privilegiada de origen griego y una administración diseñada sobre el modelo de las poleis griegas.

La ciudad fue diseñada por el arquitecto Deinócrates de Rodas. En su momento cumbre, la población de Alejandría llegó a tener medio millón de habitantes, en parte descendientes de los colonos de origen griego. Según Filón de Alejandría (Flac., 55) la ciudad estaba dividida en cinco barrios, denominados con las cinco primeras letras del alfabeto griego, de las cuales dos estaban fundamentalmente habitadas por la comunidad judía, de la que Estrabón apenas hace mención 136 . Los barrios estaban cuidadosamente trazados: Racotis, el barrio egipcio; Neápolis, el griego; Brucheion, los palacios reales con el museo y la biblioteca. Al este quedaban los suburbios de Eleusis y Nicópolis, y al oeste, las necrópolis.

Como sede real, en época ptolemaica, entró en competencia con la ciudad de Menfis, tradicional cuna de reyes. Algunos monarcas fueron coronados en Menfis, como Ptolomeo XII Neos Dionysos , de manos del Gran Sacerdote. Sobre Menfis, sin embargo, Estrabón apenas nos da datos: solo indica que es grande y populosa, la segunda después de Alejandría, y su población presenta una mezcla de razas (XVII 1, 32).

El elemento egipcio está presente, pese a ser una ciudad puramente helenística. La mezcla y el contacto cultural se dejan ver en multitud de aspectos en la cultura material rescatada de sus restos.

La descripción de Alejandría de Estrabón es de las más detalladas que nos ha transmitido la literatura clásica. También tenemos la de pseudo Calístenes (Alex . 1, 4) y la de Filón de Alejandría, mencionado más arriba. Aunque su experiencia personal añade valor a su exposición sobre Egipto, la descripción de Estrabón de la sociedad de Alejandría, sin embargo, depende en gran manera de Polibio (34, 14), que había visitado la ciudad tripartita y manifestó su disgusto. Esta división de la polis en tres clases: agricultores, artesanos y guerreros, y la clase alta educada, es la normal desde Platón. Bajo los últimos ptolomeos, la ciudad había caído a su punto más bajo. Estrabón insiste en la idea de que la toma de poder por Augusto fue la causa de un cambio radical a mejor en la ciudad, y una reorganización de la ciudad y de la administración general de todo el país. Se sustituyó a los oficiales inútiles. La representación negativa del período previo servía para enmarcar las hazañas de los gobernadores del nuevo orden romano.

Aunque vivió la situación política y social precaria de Alejandría, Estrabón, sin embargo, no entra demasiado en detalle. Prefiere dar una lista superficial de funcionarios (XVII 1, 12): el exegetes , que viste púrpura y recibe honores y vigila la economía de la ciudad; el hypomnematographos , el registrador; el archidikastes , juez máximo, y el nyktostrategos , responsable de la seguridad ciudadana. Parece lógico que todos estuvieran bajo las órdenes del prefecto. Es curioso que Estrabón no mencione a los oficiales gimnasiales, el gymnasiarchos y el kosmetes , y tampoco el agoranomos , aunque sabemos que efectivamente operaban en Alejandría en el período augústeo 137 .

Su descripción de la ciudad tiene también ciertas peculiaridades 138 : la lectura de Alejandría de Estrabón es una interpretación histórica que busca retratar la Alejandría de Alejandro Magno y los ptolomeos. Los monumentos de los ptolomeos estaban por toda la ciudad: el Faro, el Timoneion, construido por Antonio como retiro tras la batalla de Accio y el Cesareum, comenzado a construir por Cleopatra en honor a Julio César y finalizado por Augusto. Estrabón menciona solo de pasada el Serapeo, descrito detalladamente por otros autores, como Amiano Marcelino (XXII 16, 12), Aquiles Tacio (V 2), Aftonio y el autor de la Expositio Totius Mundi et Gentium .

Estrabón no es el único en seleccionar el gimnasio como edificio principal. Plutarco (Ant. 54-55) también sitúa las donaciones de Alejandría en el gimnasio (donaciones de tierras entre los hijos de Cleopatra y ruptura oficial de su matrimonio con Octavia). Estrabón destaca el tamaño del gimnasio, pero el lugar más natural para una asamblea del pueblo era el teatro. Su preferencia por el gimnasio se puede deber a que su construcción no estaba asociada a ningún hecho histórico, aunque, evidentemente, el gimnasio no era un terreno neutral, puesto que claramente lo que marcaba una de las diferenciaciones sociales de clase era tener una educación en el gimnasio, que daba entonces acceso a la ciudadanía alejandrina

En su descripción no incluye la biblioteca, lo cual se usa para decir que César ya la había destruido. Pero, sin embargo, sí que menciona los tratados históricos que leyó Eratóstenes, su tercer director, en una biblioteca tan grande como Hiparco la describe (II 1, 5), implicando que desde entonces la biblioteca habría disminuido en calidad y amplitud. También menciona su fundación, y la intervención de Aristóteles para ayudar a los ptolomeos en su fundación (XIII 1, 54). Lo que sí parece claro es que tuvo acceso a muchos libros, necesarios para su estudio, y que comparó autores (XVII 1, 5), lo que sugiere que, o bien tuvo acceso a las colecciones de la Biblioteca de Alejandría, quizá venida a menos, o al Serapeo. Más de veinte años después de su destrucción, durante la visita de Estrabón, los edificios destruidos en la isla de Faro no habían sido reparados (XVII 1, 6). No queda claro si el distrito real en la orilla opuesta, donde también estaba el museo, también quedó destruido. César se resguardó en el palacio (Bell. Civ. III 112), por lo que parece que esa parte de la ciudad se libró del fuego. Al menos Estrabón no lo menciona.

6. África

Después de la descripción de Egipto, Estrabón procede a completar su estudio geográfico con la descripción de África, comenzando por Etiopía y pasando después al norte de África, es decir, a Libia, y avanzando hacia el este, a Mauritania (XVII 3, 2), Cartago (XVII 3, 13) y Cirene (XVII 3, 21). Como ya hemos dicho, destaca en esta sección que Estrabón nos está informando sobre los territorios extremos, y recalca la limitación de nuestra información sobre estas zonas (XVII 3, 23) y el hecho de que gran parte de lo que sabemos está basado en la conjetura, pues es imposible llegar a estos lugares. Esto explica o justifica el hecho de que esta parte es mucho más esquemática que la anterior. Recuerda por el tipo de información que proporciona a textos del tipo del Periplo del mar Rojo 139 , en que se enlazan informaciones, todas de tipo práctico, sobre la geografía local, detalles marineros, población, tipo de mercancías que se pueden intercambiar. Estrabón nos proporciona una justificación a la división en provincias de acuerdo con la organización territorial y administrativa de Augusto (3, 24).

Cuadro cronológico

331Llegada a Egipto de Alejandro Magno
323Muerte de Alejandro
305-283Ptolomeo I Soter
285-246Ptolomeo II Filadelfo
En Etiopía Arkamani / Ergámenes
246-221Ptolomeo III Evergetes
221-205/204Ptolomeo IV Filopator
204-180Ptolomeo V Epífanes
En Etiopía Adilakhamani
180-145Ptolomeo VI Filometor
145-116Ptolomeo VIII Evergetes II Fiscón
116-80Ptolomeo IX Soter II Látiro
107-105Ptolomeo X Alejandro II Coques
80Ptolomeo XI Alejandro II
80-51Ptolomeo XII Filopator Auletes
58Ptolomeo XII en Roma
Berenice IV
55Ptolomeo XII restaurado por Gabinio
51-47Cleopatra VII Filopator y Ptolomeo XIII y Ptolomeo XIV Filopator
47-44Julio César en Egipto
48-46Cleopatra en Roma
46-44Marco Antonio en Egipto
41Cleopatra VII y Ptolomeo XV Cesarión
43-30Octavio César en Alejandría

NUESTRA TRADUCCIÓN

Nuestra traducción es la primera al español de los libros XV, XVI y XVII de la Geografía de Estrabón. Hay traduccio nes en otras lenguas, sin embargo, como la de H. L. Jones 140 (Loeb) al inglés, o las más recientes de N. Biffi al italiano 141 , o la de S. Radt 142 al alemán.

La traducción de los libros XV y XVI, de Juan Luis García Alonso, se realizó siguiendo principalmente el texto y traducción de N. Biffi, basado en la edición de Meineke 143 , pero con algunas variantes textuales que hemos adoptado como nuestras 144 . No obstante, cada pasaje se ha cotejado también con el texto y traducción de H. L. Jones, de un estilo muy diferente al de Biffi, siendo el nuestro, en principio, más próximo al de este último.

La publicación de la edición y traducción alemana de Radt fue posterior a la realización de nuestra traducción. Eso sí, como es obvio, esta nueva edición supuso una revisión pausada de nuestro propio texto, lo que inspiró correcciones menores a lo largo de los dos libros 145 .

El libro XVII, traducido y comentado por Sofía Torallas Tovar, se basó en un principio en el texto de Jones, pero la publicación del texto de Radt y los comentarios críticos de Biffi ayudaron a ajustar el texto y a tomar ciertas decisiones que influyeron en la traducción adoptada, y se han anotado en cada caso.

Nuestra traducción sigue el objetivo de alcanzar ese difícil equilibrio entre la fidelidad al original griego y la fluidez y corrección del uso de la lengua castellana. También se ha intentado reflejar el estilo del autor, con su estilo anacolútico en ocasiones, coloquial o descuidado, para acercar un poco al lector español a las características más particulares del geógrafo de Amasia. Cuando la fidelidad al original griego o al estilo del autor lo aconsejaban por amenazar la comprensión cabal de la idea, o bien nos alejábamos un poco del original o bien añadíamos notas aclaratorias al pie.

En cuanto a la cantidad, extensión y contenido de las notas, pensamos que estas aparecen en una medida tal que suponen una gran ayuda para la comprensión del texto, sin hacer pesada la lectura. Uno de los elementos recurrentes siempre en estas notas es la identificación de los lugares mencionados en el texto (o una presentación de las propuestas más relevantes cuando no existe seguridad, o una confesión de nuestro desconocimiento cuando es el caso), para lo que nuestras fuentes están indicadas en las notas y en la bibliografía específica, siendo la más relevante, sin duda, los propios libros de Biffi, así como el Barrington Atlas of the Greek and Roman World, Princeton-Oxford, 2000, editado por R. J. A. Talbert.

No aparecen en las notas las correspondencias en kilómetros de los estadios. Estrabón usa un estadio que equivale a 1/8 de la milla romana (= 1.500 m), es decir, a 187,5 m. Como Eratóstenes es una de las fuentes principales, la principal para las medidas de las grandes distancias, muy a menudo Estrabón utiliza el estadio eratosténico, que equivale a 157,5 m 146 . A veces es difícil saber qué tipo de estadio está utilizando el autor. A continuación ofrecemos una lista de correspondencias:





1 Cf. POLLET (ed.), India… (1987).

2 La sensación de lejanía se acentúa en las regiones interiores alejadas de las rutas de Alejandro.

3 Vid . KARTTUNEN , India in the Hellenistic World, págs. 2-4, 6.

4 El papel de Nicolás de Damasco, por ejemplo, y otros autores de época romana, es significativo, pero da la impresión de que no les sacó todo el provecho posible.

5 Vid . BIFFI , L’Estremo Oriente , págs. 18-19.

6 Esto señala BIFFI (L’Estremo Oriente , pág. 23) a propósito de Áristo en 3, 8, Patrocles en 1, 11, Deímaco en 1, 12, Megilo en 1, 18 y Clitarco en 1, 69.

7 BIFFI , L’Estremo Oriente, pág. 23. Vid ., no obstante también, AUJAC , Strabon XXXVIII.

8 Menciona a Nearco en XV 1, 5; 1, 12; 1, 16; 1, 18; 1, 20; 1, 25; 1, 33; 1, 43; 1, 44; 1, 45; 1, 66; 1, 67; 2, 1; 2, 5; 2, 11; 2, 12; 2, 13; 2, 14; 3, 5; 3, 11. A Onesícrito en 1, 12; 1, 13; 1, 15; 1, 18; 1, 20; 1, 21; 1, 24; 1, 28; 1, 30; 1, 33; 1, 34; 1, 43; 1, 45; 1, 55; 1, 63; 1, 64; 1,65; 2, 14; 3, 15; 3, 7; 3, 8. A Aristóbulo en 1, 17; 1, 18; 1, 19; 1, 20; 1, 21; 1, 22; 1,24; 1, 33; 1, 45; 1, 61; 1, 62 y 3, 7. Además de las menciones confesadas, es claro que estos tres autores están detrás de su texto de modo constante.

9 L’Estremo Oriente, pág. 26.

10 Cf. XV 1, 36; 1, 37; 1, 53; 1, 58; 1, 59; 1, 68. Es citado explícitamente en 1, 6-7; 1, 11-12; 1, 20; 1, 35; 1, 37; 1, 38; 1, 39-42; 1, 43; 1, 44; 1, 46-55; 1, 56-57; 1, 58-59; 1, 68.

11 Vid . BIFFI , L’Estremo Oriente, pág. 29.

12 Vid . BIFFI , L’Estremo Oriente, pág. 31.

13 L’Estremo Oriente , págs. 33-35.

14 Avistado por primera vez por Alejandro entre diciembre del 330 a. C. y la primavera del 329 a. C. En C. A. ROBINSON , «When did Alexander reach the Hindu Kush?», Amer. Journ. Philol. 51 (1930), 22-31.

15 El Himalaya según BIFFI , L’Estremo Oriente , pág. 155.

16 Vid . II 1, 22, donde también sigue a ERATÓSTENES (F III B, 19).

17 El libro tercero de la obra erastoténica (F III A, 2) era donde el de Cirene proporcionaba una imagen global de la oikumene , fijando, entre otras cosas, los límites de la India.

18 Cf. H. BERGER , Die geographischen Fragmente des Eratosthenes, Leipzig, 1880, 174, FFIII A 3-7.

19 Ya en el parágrafo 4 había señalado que no dispone de datos muy precisos o recientes acerca de la India, al no dar credibilidad al viaje marítimo supuestamente llevado a cabo por Eudoxo de Cízico en el 118 a. C. (cf. II 3.4). Vid. V. A. SIRAGO , «Roma e la via oceanica per l’India», en L’Africa Romana. Atti del XIII convegno di studio. Djerba, 10-13 dicembre 1998 ; M. KHANOUSSI , P. RUGGERI , C. VISMARA (eds.), Roma, 2000, págs. 239-240.

20 Al parecer, a partir de las teorías climáticas de Hipócrates, los geógrafos acompañantes de Alejandro elaboraron la idea de la analogía entre ambas regiones, de latitud semejante, fijándose además en los regímenes de lluvias, el consecuente caudal de los ríos y la fertilidad extraordinaria del terreno. Vid. KARTTUNEN , India in the Hellenistic World , págs. 121-128.

21 Ceilán o Sri Lanka. Vid. FALLER , Taprobane im Wandel der Zeit… , págs. 15-17. Es la expedición de Alejandro la que deja claro a los griegos que se trata de una isla (PLIN ., VI 81; SOLIN ., 53, 1-9).

22 HERÓDOTO , II 5.1. Para Heródoto esto era un descubrimiento de la escuela jónica, quizá del propio Hecateo (ARR ., Anáb. V 6, 5). Cf. BOSWORTH , A Historical Commentary II, pág. 251.

23 Cf. XVII 1, 5 C 790, en este mismo volumen. Vid. BIFFI , L’Africa , págs. 253-254, con bibliografía.

24 BIFFI , L’Estremo Oriente , pág. 8.

25 Era práctica habitual, como lo ha seguido siendo después, de las escuelas de geografía el servirse de los cursos de los ríos como guía en la división de las regiones. Eso sí, Eratóstenes opinaba que la mera división en regiones no tenía mucha utilidad práctica, pues, para empezar, cualquier división es siempre discutible. Cf. ESTRABÓN , I 4.8 C 66, y AUJAC , Strabon , págs. 206-207.

26 Hoy el Kabul, afluente del Indo.

27 El Swat o el Pangkora, según BIFFI , L’Estremo Oriente , pág. 180.

28 Se trata del Punjab moderno, entre el Jhelum y el Beas. El nombre tal y como lo da Estrabón (según BIFFI [L’Estremo Oriente , pág. 181] tomándolo de Aristóbulo) está más alejado del original local (sánscrito Vipāšā ) que la forma Hyphasis o Hypasis de las otras fuentes.

29 ARR . Ind. 1, 1. Quizá se puedan equiparar con los Astacani que menciona SOLINO (52, 24) y con los Aspagani de PLINIO (VI 79). BIFFI (L’Estremo Oriente : 182) lo relaciona con el antiguo persa Θattaguš , tratándolo como una variante del etnónimo Sattagydai (HERÓD ., III 91, 4), nombre de un pueblo que en tiempos de Darío el Grande formaban parte de la séptima satrapía del Imperio persa (LECOQ , 1997, pág. 143), entre lo que hoy son Pakistán centro-occidental y Afganistán meridional. Cf. EGGERMONT , Alexander’s Campaigns in Sind : 179, y ANDRÉ -FILLIOZAT , Pline l’Ancien. Histoire naturelle, Livre VI 2e partie, París, 1980, 108, n. 2.

30 No existen más menciones de este pueblo, no identificado.

31 Mencionados más arriba, en el parágrafo 8. Su región es nombrada y descrita por ARR . (Ind. 1, 6). Cf. BIFFI , L’Indiké , págs. 114-115.

32 Llamados Aspasioi en la tradición iránica, su nombre parece derivar de un sánscrito aśva , «caballo». Cf. BIFFI , L’Estremo Oriente , pág. 183.

33 en DIODORO (XVII Prooem. ) y en ARR . (Ind., 1, 8; pero Mavssaga en Anab., IV 26, 1; 28, 4). Estaría cerca de Bir-kot, sobre la orilla oriental del Gouraios /Pangkora, junto al lugar hoy llamado Chak-Dara. Cf. TUCCI , La via dello Swat , Roma, 1996, págs. 41-42.

34 ARR ., Ind. 1, 8 y 4, 11; Anáb. IV 22, 7 y 28, 6; PTOL ., VII 1, 44 PLIN ., VI 62 (Peucolatis ) y VI 94 (Peucolis ). Se trataría de Bala Hisar, cerca de Charsada, 30 km al noroeste de Peshawar, donde el río Kabul confluye con el Swat (cf. KARTTUNEN , India in the Hellenistic World , pág. 50; BIFFI , L’Estremo Oriente , pág 183), si es que no hubo dos ciudades con el mismo nombre, estando entonces esta más cerca del Indo, como sugiere BOSWORTH (A Historical Commentary, págs. 183-184).

35 Ya mencionada en el parágrafo 17. También lo hará después en el 62. La ciudad, llamada Taksaśilā en sánscrito, la más grande entre el Indo y el Hidaspes (ARR ., Anáb. V 3, 6), a 60 millas del uno y a 120 del otro, respectivamente (PLIN ., VI 62), se encontraría en el entorno del actual Hasan Abdal, unas veinte millas al noroeste de Rawalpindi. Cf. MARSHALL , J., Taxila. An Illustrated Account of Archaeological Excavation Carried at Taxila , págs. 1-3, Cambridge, 1951; M. TADDEI , «Taxila», en Enciclopedia dell’Arte Antica, Classica e Orientale , VII, Roma, 1966, págs. 630-637; TADDEI , M. Suplemento (de Enciclopedia dell’Arte Antica, Classica e Orientale , VII, Roma, 1966) (1970), 770-772, y M. KARTTUNEN , «Taxila Indian City and a Stronghold of Hellenism», Arctos , 24 (1990), 85-96.

36 En la región de la actual Hazara. Cf. STEIN , On Alexander’s Track… , pág. 123.

37 BIFFI (L’Estremo Oriente, pág. 187) se refiere a los dos tipos de simios que hay en la India, los cercopitecos, de cola más corta, y los colobidas, de cola más larga (cf. O. KELLER , Die antike Tierwelt I-II, Leipzig, 1909, pág. 9). Lo más lógico es que Estrabón se refiera aquí al segundo tipo, que además es más abundante. Cf. KARTTUNEN , India in the Hellenistic World, págs. 176-177.

38 Modernamente se ha situado entre Lahore y Amritsar, aunque parece que los argumentos no son en absoluto definitivos (BOSWORTH , A Historical Commentary , págs. 327-328).

39 El nombre indio es Saubhûti y designa a un líder local, bajo cuya jurisdicción no se encontraba solo la región entre el Chenab y el Ravi, sino también incluso las tierras entre el Chenab y el Jhelum. Cf. PĀNINI , Ganapatha IV, 275; PEARSON , The Lost Histories , 105, n. 83; GOUKOWSKY , Diodore de Sicile , pág. 248; ATKINSON , Curzio , pág. 529; BIFFI , L’Estremo Oriente , pág. 188.

40 L’Estremo Oriente, págs. 9-10.

41 Cf. parágrafo 8.

42 Opto por esta transcripción para evitar la incómoda homofonía con el castellano («malos»).

43 Cf. más adelante el parágrafo 53, así como también, del propio ESTRABÓN (II 1, 9 C 70). Vid. BIFFI (L’Estremo Oriente , pág. 200), STEIN (On Alexander , pág. 232), y BOSWORTH (A Historical Commentary , pág. 241 y «The Historical Setting», págs. 115-117).

44 JONES : «Apparently an imaginary creature (sometimes called “ant-lion”) with the fore-parts of a lion and the hind-parts of an ant. Herodotus (III 102) describes it as “smaller than a dog but larger than a fox”. Strabo elsewhere (XVI 4, 15) refers to “lions called ants”». En ELIANO (N. A . VII 47) estos myrmekes aparecen en una clasificación de felinos, junto a tigres, leones, leopardos, etc. Sobre estos extraños animales llamados «hormigas», vid . KINZELBACH , Tierbilder… , págs. 66-71.

45 La historia acerca de este río misterioso parece de origen local. En las fuentes indias antiguas Sila o Sida significaba «la piedra» y según la leyenda local cualquier objeto sumergido en sus aguas se convertía en piedra y se hundía. Cf. SCHWANBECK , Megasthenes , 37, n. 32; LASSEN , Indische, pág. 657, n. 2 y 3; KARTTUNEN , «The Country…», págs. 186-189.

46 MEGÁSTENES , F 19 b. Los indios estaban subdivididos, a partir de los siglos VI y V , en cuatro clases (varna ): la de los sacerdotes o brâhmana , la de los guerreros nobles o kśatriya , la de los hombres libres o vaiśya y la de los inferiores o śudra . Cf. J. DZIECH , «Graeci qua ratione Indos descripserint», Eos, 45 (1951), 61; AUBOYER , La vita, págs. 42-43. Fuera de estas clases estaban los «intocables» o candala , nacidos de matrimonios de individuos de distintas clases.

47 MEGÁSTENES , F 20 b.

48 La norma india era realmente muy severa con quienes se atrevían a romper los límites entre diferentes castas. Sus hijos entraban a formar parte de «los intocables». Cf. AUBOYER , La vita , pág. 55.

49 Lo que sí se puede constatar es que la esclavitud sí era conocida y practicada en muchas regiones indias, salvo quizá en Tamil, aun con la impresión de algún autor moderno que la considera algo más dulcificada que en otras regiones del mundo antiguo (SKURZAK , «En lisant…», pág. 74).

50 Vid . STONEMAN , «Naked Philosophers…», pág. 105. Megástenes seguramente veía paralelismos con el comportamiento de los pitagóricos y los cínicos. Cf. más adelante el parágrafo 65.

51 Las distintas fuentes (HANSEN , «Alexander…», 355, n. 6, y BIFFI , L’Estremo Oriente , pág. 238) corroboran este comportamiento no coincidente precisamente con la tradición de los brahmanes. Cf., no obstante, BOSWORTH , From Arrian to Alexander , pág. 182.

52 Sin duda es un caso más de una interpretatio de una divinidad indígena, quizá Indra, como sugiere BIFFI (L’Estremo Oriente , pág. 239). El Ganges y el resto de divinidades no tenían una fácil traslación a la mentalidad helénica y ni Estrabón ni sus fuentes siguieron el mismo proceso. Cf. KARTTUNEN , India in the Hellenistic World , pág. 90.

53 No hay acuerdo general sobre cómo valorar a este grupo. Hay estudiosos que consideran a los pramnas simplemente un grupo algo particular de la escuela de los brahmanes, pero para otros es un grupo claramente distinto de brahmanes y de garmanes. Pero hay incluso quien (DOGNINI , L’«Indiké» , págs. 140-141) piensa que el nombre es simplemente una variante lingüística del nombre de los garmanes. Vid. KARTTUNEN , India in the Hellenistic World , págs. 59-60, y BIFFI , L’Estremo Oriente , pág. 241.

54 El suicidio en Atenas de este sabio indio (cf. § 4, más arriba) lo mencionan también PLUTARCO (Alex. 69, 8) y DION CASIO (LIV 9, 10). BIFFI (L’Estremo Oriente , pág. 244) indica una plausible relación del antropónimo con el término sánscrito que designa a un asceta: śramạnạh .

55 Según los documentos oficiales del Imperio aqueménida esta región estaba encuadrada en la séptima satrapía del Imperio persa (vid. BIFFI , L’Estremo Oriente, págs. 244-245).

56 El original indio es Ãbhīra , señala BIFFI (L’Estremo Oriente , pág. 245). Vid. sobre ellos EGGERMONT , Alexander’s Campaigns in Sind , pág. 49. El río parece que es el moderno Hab, cuyo estuario está hoy a 22 km al oeste de Karachi.

57 También para ARRIANO (Anáb. VI 21, 3 e Ind. 25, 2 y 4) son un pueblo muy particular: visten como los indios y tienen su mismo armamento y demás, pero hablan una lengua diferente y tienen extrañas costumbres, como abandonar a sus muertos en la selva dejándolos como pasto de las fieras, algo más típico de algunos pueblos iranios (cf. más arriba § 1, 62). Vid. EGGERMONT , Alexander’s Campaigns in Sind , pág. 63.

58 Su marcha comenzó en Patala (cf. DIOD ., XVII 104, 4, y PLIN ., 6, 100) en agosto del año 325 a. C., un poco antes de la salida de Nearco, como señala Estrabón en el siguiente parágrafo. Hay dudas sobre el itinerario exacto de Alejandro en la travesía del desierto. BIFFI (L’Estremo Oriente , pág. 250) recoge las principales teorías, con referencias.

59 Etapas de hasta 110 km para un ejército tan grande, en terreno arenoso y por la noche no parece creíble. Cf. E. KORNEMANN , Die Alexandergeschichte des Königs Ptolemaios I. von Aegypten , Leipzig-Berlín, 1935, pág. 86; STRASBURGER , «Alexanders…», págs., 466 y 481; y BOSWORTH , From Arrian to Alexander , 175, n. 37.

60 Es la descripción que vimos en los parágrafos del 1 al 3.

61 Al norte-noroeste de Gedrosia.

62 Al norte-nordeste de Gedrosia.

63 Al norte de drangas y aracotos.

64 Sobre las puertas del Caspio y la controversia acerca de su identificación exacta y de su relevancia geográfica en la región, vid. BIFFI (L’Estremo Oriente , págs. 256-257), con bibliografía.

65 Fr. III B, 23.

66 Pese el parecido de los nombres, resulta dificultoso identificarla con la actual Kharan, por las distancias, aunque puede haber un error en estas. Vid. BIFFI , L’Estremo Oriente , pág. 264.

67 Las ballenas sin duda infundirían pavor a los navegantes, especialmente en el tramo frente a las costas de los ictiófagos. El punto de inflexión se habría producido al ser capaces de ahuyentarlas.

68 BIFFI (L’Estremo Oriente , pág. 268) señala el Dašt-i Lût y el Dašt-i Kavīr.

69 Cf. BRIANT , Histoire… , págs. 779-780.

70 Este tramo es descrito por ARRIANO (Ind. 38, 2; 39, 8).

71 3, 1.

72 Se trataría de la llanura del Araxes.

73 Parece una transliteración de un original persa Pātišuvariš , «che designa una compagine sociale fra le più prestigiose fra i Persiani, perché molto vicine alla familia del re», en palabras de BIFFI (L’Estremo Oriente , pág. 270). Cf. P. BRIANT , «Hérodote et la société perse», en Hérodote et les peuples non grecs (Entrétiens sur l’Antiquité Classique XXXV) , Ginebra, 1990, pág. 84.

74 Es un clan.

75 Sobre estos pueblos vid . P. BRIANT , «“Brigandage”, dissidence et conquête en Asie achéménide et hellénistique», Dial. Hist. Anc. 3 (1976), 195-209.

76 Corresponde más o menos con la moderna provincia persa del Hûzistân.

77 La ciudad se encontraba sobre la colina aún hoy denominada Suš, al sudoeste de Dizful, en la orilla izquierda del río Šavur. Cf. PINELLI , «Susa», págs. 567-571, y H. PITMAN , «Susa», en The Oxford Encyclopedia of Archaeology in the Near East , 5, Oxford, 1997, págs. 106-110.

78 Se trata del moderno Ab-i Dez, que desemboca en el Karūn. Cf. BOSWORTH , «Nearchus in Susiana», pág. 551, y SPECK , Alexander , pág. 20.

79 El moderno Pulwar, o, quizá, el Kur, que confluyen y desembocan en el lago Nīriz.

80 El moderno Rud-i Kur.

81 Verosímilmente el actual Pulwar.

82 Fue fundada por Ciro hacia el 546 a. C. y se encontraba a unos treinta kilómetros al nordeste de Persépolis, en el entorno de la actual Daš-i Murghab.

83 Ya nos lo había contado en el parágrafo 3.

84 En el pensamiento geográfico antiguo es de gran relevancia evitar los excesos del clima. Cf. CLARKE , Between Geography… , pág. 213.

85 ESTRABÓN menciona el lugar en otros libros (XI 13, 6; XVI 1, 1, y XVII 8, 11).

86 Cf. HERÓD ., I 131-132.

87 ESTRABÓN es el primer autor que señala esta identificación. HERÓDOTO (I 131, 3), erróneamente, identificaba a Mitra con Afrodita.

88 Cf. HERÓD ., I 131.

89 Se trata de las dos principales ceremonias del zoroastrismo: la libación del fuego o ātaš-zōhr , y la libación del agua o āb-zōhr .

90 Cf. HERÓD ., I 138, 2.

91 C. MÜLLER enmendaría el texto para leer Policleito. La idea la apoya Jones. Así lo lee también BIFFI (L’Estremo Oriente , pág. 303).

92 Ciro el Viejo. Reinó entre el 559 y el 530 a. C.

93 Es una cifra aproximada. En realidad son doscientos veintiocho años los que transcurren entre la subida al trono de Ciro el Viejo o Ciro II el Grande (558 a. C.) y la muerte de Darío III (330 a. C.).

94 La Pérside cayó bajo el dominio de los partos hacia el 140 a. C.

95 Cf. para una breve descripción geográfica y terminológica de la Siria y Arabia antiguas, SARTRE , L’Orient… , págs. 309-312.

96 Cf., aparte de las numerosas menciones de árabes en Siria y Mesopotamia en el libro XVI, por ejemplo I 2, 34, donde Estrabón defiende las palabras de Posidonio, según el cual Mesopotamia es un ejemplo de las numerosas características comunes entre armenios, sirios y árabes al estar integrada por estos tres pueblos.

97 Para las similitudes entre ambas obras, cf. BIFFI , Il Medio Oriente , págs. 19-20 y 171-172; ENGELS , Augusteische… , págs. 90-114.

98 Cf. la reseña de ENGELS a BIFFI , Il Medio Oriente , en Bryn Mawr Classical Review (2003.09.24), que menciona escritos importantes sobre esta campaña que Estrabón podía haber utilizado: la obra de Juba II sobre Mauritania, Arabia y Asiria (FGrHist. 275) o las Stationes párticas de Isidoro de Carax.

99 BIFFI , Il Medio Oriente , págs. 28-29, que cree que Estrabón compuso su Geografía a comienzos y mediados de la era augústea y que en época de Tiberio solo añadió algunos detalles; cf. ENGELS , loc. cit . Para la teoría, en cambio, de que el grueso de la obra fue escrita entre el 17 y el 23 d. C., cf. S. POTHECARY , «Strabo, the Tiberian Author: Past, Present and Silence in Strabo’s Geography», Mnemosyne 55 (2002), 387-438.

100 Cf. SYME , Anatolica , pág. 55.

101 Cf. SYME , Anatolica , págs. 51-57 para la cuestión de los puentes; págs. 95-110 para la Gordiene.

102 Para otro tipo de fuentes menores, locales o indígenas, y para la información transmitida a través de literatura no historiográfica, cf. SARTRE , La Syrie… , págs. 21-24. Para fuentes epigráficas, papirológicas y arqueológicas cf. op. cit. , págs. 24-33.

103 Cf. SARTRE , La Syrie …, págs. 46 s., quien señala que esta ausencia no es prueba de un interés aqueménida en la zona, esperable por otra parte dada su situación estratégica y la riqueza de su suelo.

104 Cf. SARTRE , L’Orient… , págs. 316, 335-339, sobre los distintos grupos de ciudades en relación con la helenización, el desarrollo urbanístico de Augusto en el interior y la fundación de ciudades por algunos reyes clientes, especialmente Herodes el Grande.

105 SARTRE , La Syrie …, pág. 12.

106 Sobre la oposición que establece ESTRABÓN a lo largo de su obra entre barbarie y civilización, y la relación que tiene la ocupación de la montaña, la guerra, y el bandolerismo y saqueo con la barbarie, y la que tiene la ocupación de la llanura, la agricultura y el carácter pacífico con la civilización, cf. P. THOLLARD , Barbarie et civilisation chez Strabon , París, 1987, esp., págs. 8-9.

107 J. U. POWELL , Collectanea Alexandrina , Oxford, 1925, pág. 141, l, 11; s. IV a. C.

108 DIODORO es, junto con ESTRABÓN , una de las principales fuentes sobre los nabateos (II 48-49; XIX 94-100). Sobre Arabia en general, sus partes y características cf. II 54.

109 Cf. para edición con traducción y comentario del periplo, CASSON , The Periplus… (1989).

110 J. DESANGES («Arabes et Arabie en terre d’Afrique dans la géographie antique», en T. FAHD (ed.), L’Arabie préislamique , págs. 413-430), muestra que la presencia árabe al este del Nilo es un fenómeno constante desde la Antigüedad.

111 Cf. D.MARCOTTE , «Structure et caractère de l’oeuvre historique d’Agatharchide», Historia 50 (2001), 385-435.

112 Cf. MACDONALD , pág. 248.

113 Cf. SARTRE , La Syrie …, págs. 52-58.

114 Cf. SARTRE , La Syrie …, págs. 52-53; SARTRE , L’Orient, pág. 315.

115 Vid . sobre esto E. S. GRUEN , Rethinking the Other in Antiquity , Princeton, 2011, pág. 100.

116 Vid . BIFFI , L’Africa , pág. 65.

117 D. DUECK , Strabo of Amasia. A Greek Man of Letters in Augustan Rome, Londres, 2000, pág. 87.

118 Para establecer la cronología de estos dos prefectos y, por lo tanto, el viaje de Estrabón, probablemente anterior a la desafortunada campaña de Elio Galo contra Arabia Felix, vid. S. JAMESON , «Chronology of the Campaigns of Aelius Gallus and C. Petronius», The Journal of Roman Studies 58 (1968), 71-84.

119 ADAMS , «Travel narrows…», págs 161-184.

120 Cf. I 1.2, VIII 3, 3; vid . M. PRETZLER , «Greek intellectuals on the move: Travel and Paideia in the Roman Empire», en C. ADAMS , J. ROY (eds.), Travel, Geography and Culture in Ancient Greece, Egypt and the Near East, Oxford, 2007, págs. 123-138.

121 Sobre los aspectos prácticos de los viajes en Egipto, ADAMS , «“There and back again”…», págs. 138-166. El papiro P.Oxy . XLII 3052 (s. I d. C.) es un itinerario, como también P.Ryl . VI 627-628, del siglo IV , el conocido itinerario de Teófanes desde Hermúpolis hasta Antioquía en Siria, pasando por Alejandría, donde se lleva un recuento detallado de los gastos, las paradas, el tipo de transporte, etc. Este quizá sería un paralelo del viaje oficial del prefecto, en el que también se llevaría una contabilidad del mismo. Vid . J. MATTHEWS , The Journey of Theophanes: Travel, Business, and Daily Life in the Roman East , New Haven, Yale University Press, 2006.

122 El estudio más amplio sobre la literatura griega sobre Egipto es el de C. FROIDEFOND , Le Mirage Égyptien… Vid. también BURSTEIN , «Images of Egypt…», págs. 591-604. VASUNIA , The Gift of the Nile… (2001). STEPHENS , Seeing Double… (2003), más recientemente, vid. también I. MOYER , Egypt and the Limits of Hellenism , Cambridge, 2011.

123 Probablemente Estrabón se refiere a que intentó acceder a los textos originales para esclarecer la cuestión del plagio. Esta referencia también nos permite comprobar que Estrabón escribe con conocimiento de causa y no se fía únicamente de rumores, sino que comprueba sus fuentes y hace un trabajo crítico basado en ellas.

124 P. G. P. MEYBOOM , The Nile Mosaic of Palestrina: Early Evidence of Egyptian Religion in Italy , Leiden, 1995.

125 Historia Augusta , Severus , 17, 4: Iucundam sibi peregrinationem hanc propter religionem dei Serapidis et propter rerum antiquarum cognitionem et propter novitatem animalium vel locorum fuisse Severus ipse postea semper ostendit. nam et Memphim et Memnonen et pyramides et labyrinthum diligenter inspexit . («Posteriormente, el propio Severo manifestó siempre cuán agradable le había resultado este viaje, debido a su devoción al dios Serapis, al conocimiento de las antigüedades y la novedad de animales y lugares. Pues efectivamente visitó detenidamente Menfis, Memnón, las pirámides y el laberinto.»)

126 Vid. también FILÓN , Contra Flaco 17, y FLAVIO JOSEFO , Contra Apión, II 69, para descripciones despectivas de los egipcios. Sobre este tema, la excelente monografía de PEARCE , The Land of the Body .

127 Sobre esto vid. K. A. D. SMELIK y E. A. HEMELRIJK , «Who knows not what Monsters Demented Egypt Worships? Opinions on Egyptian Animal worship in Antiquity as part of the Ancient Conception of Egypt», ANRW II 17, 4 (1984), 1852-2000. PEARCE , The Land of the Body, págs. 241-264.

128 D. J. THOMPSON , Memphis under the Ptolemies , Princeton NJ, 1989, pág. 190.

129 Además del ejemplo que tenemos en nuestro autor, vid. HERÓDOTO , II 69, sobre el cocodrilo; JUVENAL , Sat . XV 33-88, y PLUTARCO , Isis y Osiris, 380 a-c.

130 La mejor interpretación de Manetón, para mi gusto, en I. S. MOYER , Egypt and the Limits of Hellenism , págs. 84-141.

131 PEARCE , The Land of the Body , págs. 249-250.

132 PEARCE , The Land of the Body, págs. 250-253.

133 Para Filón de Alejandría, contemporáneo de Estrabón, la irracionalidad de los animales será un punto clave en la crítica de la religión egipcia y el culto animal. Vid . PEARCE , The Land of the Body , págs. 241-308.

134 Vid . ADAMS , «Travel narrows…», págs. 172-176.

135 En una carta en papiro, P. Tebt. I 33 (s. II a. C.), se menciona la visita de un personaje importante y se programan sus visitas turísticas, entre las que se cuentan la visita al laberinto y el espectáculo de los cocodrilos. Vid . ADAMS , «Travel narrows…»; ADAMS , ROY (eds.), Travel, Geography… , 2007, págs. 161-184; esp. 166; y A. VERHOOGT , Menches, Komogrammateus of Kerkeosiris: The Doings and Dealings of a Village Scribe in the Late Ptolemaic Period (120-110 B. C.), Leiden, 1998, págs. 9-10.

136 En una cita indirecta: por FLAVIO JOSEFO (Ant. XIV 117), Estrabón dice que los judíos en Egipto habitaban zonas aparte y que una gran parte de Alejandría estaba habitada por ellos. En Contra Apión (II 34-35), FLAVIO JOSEFO dice que fue el mismo Alejandro quien les concedió esa zona. El barrio judío más importante era la zona delta, al noreste de la ciudad. No hay que entender estas zonas como guetos, sino como barrios étnicos, lo cual se explica por la tendencia de las minorías o los grupos étnicos a agruparse en torno a edificios de culto o a mercados adecuados a sus costumbres.

137 ALSTON , The City , pág. 188.

138 ALSTON , The City, págs. 219-220.

139 CASSON , The Periplus… (1989).

140 H. L. JONES , The Geography of Strabo, VII. Books XV-XVI (LCL 241), Cambridge Mass., Londres, 1930 (= 1983); y The Geography of Strabo, VIII. Book XVII (LCL 267), Cambridge, Mass., Londres, 1932 (= 1982).

141 BIFFI , L’Africa di Strabone (1999), Il Medio Oriente di Strabone (2002) y L’Estremo Oriente di Strabone (2005).

142 S. RADT (ed.), Strabons Geographika , Band 4, Buch XIV-XVII: Text und Übersetzung , Gotinga, Vandenhoeck and Ruprecht, 2009. Sustituye a la vieja traducción de A. FORBIGER , Strabos Erdbeschreibung übersetzt und durch Anmerkungen erläutert, Siebentes Bändchen, Buch 16 und 17 , Berlín, 19083 .

143 A. MEINEKE , Strabonis Geographica , vol. III, Leipzig, 1853.

144 Para el libro XV, vid. BIFFI , L’Estremo Oriente , pág. 35. Para el libro XVI, vid. BIFFI , Il Medio Oriente, págs. 31-32.

145 Cuando la solución textual que adoptamos requiere una explicación o comentario específico lo señalamos en las notas al pie.

146 Para el estadio de Estrabón cf. F. HULTSCH , Griechische und römische Metrologie , Graz, 1971 (= 1882), págs. 59 s., 65. Las conversiones de Lasserre en sus notas a los libros XI y XII responden a una equivalencia de este estadio con 185 m. Sobre el estadio eratosténico vid . HULTSCH , Griechische un römische , págs. 60-64; AUJAC , Strabon …, págs. 176-179.

Geografía. Libros XV-XVII

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