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LA CAUSA DEL “SACRIFICIO INCOMPRENSIBLE”
El tema de los ricos y de los pobres fue, desde entonces, el tema de mis soledades. Creo que nunca lo comenté con otras personas, ni siquiera con mi madre, pero pensaba en él frecuentemente.
Me faltaba, sin embargo, todavía, dar un paso más en el camino de mis descubrimientos.
Yo sabía que había pobres y que había ricos; y sabía que los pobres eran más que los ricos y estaban en todas partes.
Me faltaba conocer todavía la tercera dimensión de la injusticia.
Hasta los once años creí que había pobres como había pasto y que había ricos como había árboles.
Un día oí, por primera vez de labios de un hombre de trabajo, que había pobres porque los ricos eran demasiados ricos; y aquella revelación me produjo una impresión muy fuerte.
Relacioné aquella opinión con todas las cosas que había pensado sobre el tema... y casi de golpe me di cuenta que aquel hombre tenía razón. Más que creerlo por un razonamiento, “sentí”, que era verdad.
Por otra parte, ya en aquellos tiempos creía más en lo que decían los pobres que los ricos porque me parecían más sinceros, más francos y también más buenos. Con aquel último paso había llegado a conocer la tercera dimensión de la justicia social.
Este último paso del descubrimiento de la vida y del problema social lo da indudablemente mucha gente. La mayoría de los hombres y mujeres saben que hay pobres porque hay ricos, pero lo aprende insensiblemente y, tal vez por eso, les parece natural y lógico.
Yo reconozco que lo supe casi de golpe y que lo supe sufriendo y declaro que nunca me pareció ni lógico ni natural.
Sentí, ya entonces, en lo íntimo de mi corazón algo que ahora reconozco como sentimiento de indignación. No comprendía que habiendo pobres hubiese ricos y que el afán de estos por la riqueza fuese la causa de la pobreza de tanta gente.
Nunca pude pensar, desde entonces, en esa injusticia sin indignarme, y pensar en ella me produjo siempre una rara sensación de asfixia, como si no pudiendo remediar el mal que yo veía, me faltase el aire necesario para respirar.
Ahora pienso que la gente se acostumbra a la injusticia social en los primeros años de la vida. Hasta los pobres, que la miseria que padecen es natural y lógica. Se acostumbra a verla o sufrirla, como es posible acostumbrarse a un veneno poderoso.
Yo no pude acostumbrarme al veneno y nunca, desde los once años, me pareció natural y lógica la injusticia social.
Esto es tal vez lo único inexplicable de mi vida; lo único que ciertamente aparece en mí sin causa alguna.
Creo que, así como algunas personas tienen una especial disposición del espíritu para sentir la belleza como no la sienten todos, más intensamente que los demás, y son por eso poetas o pintores o músicos, yo tengo, y ha nacido conmigo, una particular disposición del espíritu que me hace sentir la injusticia de manera especial, con una rara y dolorosa intensidad.
¿Puede un pintor decir por qué él ve y siente los colores? ¿Puede un poeta explicar por qué es poeta?
Tal vez por eso yo no pueda decir jamás por qué “siento” la injusticia con dolor y por qué no terminé nunca de aceptarla como cosa natural, como lo acepta la mayoría de los hombres.
Pero, aunque no pueda explicarse a sí mismo, lo cierto es que mi sentimiento de indignación por la injusticia social, es la fuerza que me ha llevado de la mano, desde mis primeros recuerdos, hasta aquí... y que esa es la causa última que explica cómo una mujer que apareció alguna vez a la mirada de algunos como “superficial, vulgar e indiferente”, pueda decidirse a realizar una vida de “incomprensible sacrificio”.