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II. ROSAL PÚRPURA

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¿Cómo olvidar tu boca de viuda arácnida?

Querida verduga, tú que pintabas

tulipanes azabache en tu prado

de preciosas pasiones inalcanzables.

Tú, que alentabas polillas, colibrí y hombre

en la febril danza de tu cólera desbordante,

en tu ficticio coito de sed y hambre…

Tú, que enajenabas con tu esperma enarbolado,

tu imperiosa vulva y aquella obsidiana lengua

a todo aquel ser que de la belleza amante se jactase.

Tú, mi tirana emperadora, siempre seductora.

¡Cuántas noches contemplé cautivo de tu boca,

aquellos tantos opulentos polinizadores

que te ambicionaban en sus copulas pretensiosas!

Yo, que lideraba tan miserable una incompetente

de lisiados zánganos prematuros escuadra.

¡Cuántas noches, cuántos días, tantas noches!

Superado por semejante empresa inalcanzable,

resignado resolví bajo la tierra ocultarme,

mas cuál fue mi asombro al presenciarlos

en tus francas picas, las incorruptibles magistradas,

todos ellos, harapientas víctimas decapitadas.

Nunca hubo del eclipse de tu polen ariete,

ni coraje, ni hedor que aspirara igualarte,

centinelas las beatas mantis regían tu rosaleda

precipitando el genocidio de la raza mía.

A sabiendas,

deslumbrado, amordazado,

tu irrefrenable corriente de sed irreductible

me arrastraba, propiciando mi exterminio,

en una pretensiosa migraña de enamorado primerizo.

Jardines del ánima

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