Читать книгу La guerra de Catón - F. Xavier Hernàndez Cardona - Страница 9

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Saludos de Escipión

Roma, Lucio marcha con Catón hacia el puerto de Luna. Días V, IV y III antes de las nonas de maius. Año 558 (3, 4 y 5 de mayo. Año 195 a. C.).

Lucio se puso a disposición de Anaxágoras, el liberto griego secretario del cónsul. Era un tipo parecido a Catón, gordo, calvo, y más o menos de su misma edad. Recordó que en el Foro bromeaban, y que los llamaban Pólux y Castor. Anaxágoras acreditó a Lucio como servidor de la República en misión especial. Luego le preguntó dónde debía ingresarle los emolumentos.

─ En la delegación del banco de Anaximandro de Alejandría, y quiero una cláusula que especifique que, en caso de muerte, las cantidades depositadas se hagan llegar a Friné, la dueña del hostal El Unicornio, de Emporion.

─ De acuerdo, dalo por hecho, pero te recuerdo que este no es un buen banco, está vinculado al banco de Antígono de Cartago... A ver si acabarás engordando a Aníbal.

─ Señor ─Lucio, que tenía una enemistad de manera permanente con los bancos, se excitó─, hoy por hoy, y que yo sepa, tenemos un tratado de paz con Cartago. Los bancos romanos me extorsionan, el de Anaximandro siempre me presta cuando necesito, por otra parte, que yo sepa, la plata no tiene patria... ¿No crees?

─ De acuerdo, lo que digas. ¿No quieres saber la remuneración que te corresponde?

─ No es necesario, viniendo del Estado seguro que es miseria. Esperaré a ver si sois capaces de sorprenderme.

Lucio volvió a la carrera, hasta su apartamento. Quería cerrar bien, tirar los restos de comida, tomar su espada y el puñal celtíbero de antenas que tanto apreciaba. Llegó sin aliento a la quinta planta. La puerta del apartamento estaba abierta, pensó que con las prisas del desalojo nocturno había olvidado cerrar. Pero su instinto le advirtió que algo pasaba. Avanzó con prudencia. Apenas entró un fuerte puñetazo se le estrelló contra su cara. Todo quedó oscuro. Notó cómo su cuerpo se desplomaba. Inmediatamente, sus costillas recibieron una lluvia de patadas, quedó sin respiración. A continuación, notó un acero frío acariciándole el cuello y pensó que había llegado el final... En una fracción de segundo hizo balance de su vida, no había ido mal, pero... pero... algo pasaba, el final se retrasaba. El pinchazo o corte no llegaba. Finalmente, enfocó la vista. Tres matones lo tenían inmovilizado, uno amenazaba con un puñal y los otros usaban cáligas claveteadas de tipo militar para pisarle el estómago y un brazo. Un cuarto individuo daba las órdenes y era el que hablaba.

─ Hola chico. Soy Lupus y... soluciono problemas, y tú eres un problema. Te estás portando mal. Escipión está molesto contigo. Vas por ahí diciendo que fuiste el artífice de la victoria de Zama. Esto... no está bien. Ahora dicen que vas con el cerdo tusculano. Esto al Africano tampoco le gusta. Sin embargo, no impediremos que vayas a... ¿Hispania?

Lucio aún no había recuperado plenamente la conciencia pero empezó a entender que pasaba. Escipión quería información de primera mano. En una campaña había transacciones y beneficios, informaciones útiles en política… y también en los negocios. Lupus continuó justo en el sentido que Lucio esperaba.

─ Escipión quiere saber si Catón tiene beneficios en la campaña, y tú nos informarás. Y también trabajarás para que el suministro de pertrechos quede en manos de Servius Sura. Sí, efectivamente... el hermanastro de Valentina, que, por si no lo sabías, es de nuestro partido... y que además, es cuñado del prefecto Antonino Varrón, ya sabes, el jefe de la policía.

Los matones acompañaron las explicaciones con una discreta sesión de golpes que recalcaban los puntos clave del discurso. Lucio, con poca fortuna, intentó asentir

─ Sevicius Puras, de acuerdo, de acuerdo...

La pronunciación no gustó a los matones que le dedicaron una serie adicional de patadas y golpes.

─ Es Servius, Servius, Ser-vi-us… Sura, cuñado de Antonino Varrón a quien, sin duda, debes conocer debido a la tu, digamos... ¿Amistad? con Valentina. Por cierto, mientras esperaba he leído unas cartas, probablemente femeninas, que he encontrado en tu baúl y en las que tú y una mujer, y espero sinceramente que no se trate de ella, jugáis a Medea y Jasón. Son muy cursis y describen una relación que tiene mucha gracia... Seguramente también le resultarán simpáticas a Antonino si las llega a leer. Las he dejado en su sitio, como muestra de buena voluntad... En fin, estás avisado, Sura debe ser el suministrador principal del ejército consular y sin ningún problema. ¿Lo has entendido? Tienes que apoyar a Sura, nadie le debe discutir los precios...

Los facinerosos clavaron en el cuerpo de Lucio una nueva tanda de golpes contundentes, después desaparecieron. Lucio empezó a maldecir las veleidades literarias de Valentina mientras guardaba en un fardo la espada, el puñal, un par de túnicas, unas cáligas de repuesto y una bolsita con monedas de plata. Quemó las cartas comprometedoras, escribió una nota para Valentina, bajó rápido a la fullónica de la viuda Antonia y le pidió permiso para lavarse en una de las tinas. La viuda, dulzona, se deshizo en sonrisas y le ayudó a desnudarse.

─ Lucio, ya no tienes edad para pelearte. ¿Has visto qué cara te han puesto? Cásate conmigo y olvídate de todo. No tendrás que trabajar y te mantendré gordo como un cerdito. ¡A ver! ¿Déjame inspeccionar los daños? ─Antonia empezó a comprobar los desperfectos en el cuerpo de Lucio─. Un ojo totalmente morado. ¡Mmmh...! Nariz sangrante, suerte que no te la han roto. Labio partido... moratones en las costillas... nada serio. Si todavía conservas los genitales me interesas, déjame hacerte la inspección.

─ Gracias Antonia, eres un encanto y tú y yo sabemos que algún día nos casaremos, pero ahora todavía no. Marcho a la guerra... con Catón. Toma esta nota, por favor, ya sabes a quién tienes que darla, a mi amiga, a Valentina. Que le llegue personalmente y con discreción. Los chulos de Escipión quieren mi piel, y mis genitales y, si vuelvo con ellos, podrás continuar la inspección.

─ Vaya, aquella flaca que te visita... Bueno, lo haré, ya sabes que simpatizo con Catón. ¡Umm! ¡Qué pedazo de hombre! ¡Qué olorcillo de cebollino! Cumpliré tus encargos pero tengo que recordarte que esa chica no te conviene. Olvídala, sólo te traerá problemas.

Lucio llegó a la carrera hasta la Curia Hostilia. Catón, su estado mayor, lictores y sirvientes, estaban montando en sus cabalgaduras y a punto de irse.

─ Vamos, Lucio que llegas tarde. ¡Vaya! Veo que has tenido una última conversación con alguno de tus amigos ─precisó Catón sin inmutarse pero escrutando las huellas de la lucha en la cara de Lucio.

─ Amigos míos no, han sido los tuyos. Parece que los sicarios de Escipión han descubierto muy deprisa que trabajo para ti.

─ Vaya, lo siento... espero que no te causen más problemas. Como ves, vamos a caballo, hay prisa...

El grupo salió al trote, con discreción y sin protocolo, hacia la puerta del Campo de Marte para tomar la carretera de Ostia. En cuatro horas llegaron a la zona de embarque e inmediatamente subieron a un quinquerreme. Claudio y Manlio, los nuevos pretores de Hispania, hicieron formar algunas tropas que vitorearon a Catón. Desde los quinquerremes y buques de transporte de la base centenares de marineros saludaron al cónsul. En los próximos días estas fuerzas también debían partir hacia la Ulterior y la Citerior. El cónsul levantó los brazos y correspondió al saludo desde el puente de la nave que, a golpe de remo, remontó el estuario del Tíber.

El quinquerreme pronto ganó mar abierto y viró hacia el norte. A la derecha se intuyeron sucesivamente Castrum Novum y Tarquinia. Al llegar frente a la ciudad de Cosa le esperaban diez grandes naves de los aliados, así como una veintena de naves más pequeñas cargadas de pertrechos. Allí pasaron la noche. El día IV antes de las nonas mayas, de madrugada, formaron un convoy. Las naves siguieron la estela del quinquerreme que, utilizando los remos, pronto las dejó atrás. Ya entrada la noche llegaron a Populonia.

La personalidad de Catón seguía sorprendiendo a Lucio. Hablaba muy poco, departía tranquilamente con el capitán y actuaba con gran sencillez, y compartía su comida con la marinería. Su cabina no tenía ningún lujo y sus tres asistentes mantenían con él una relación respetuosa pero al mismo tiempo muy franca. Frente a Populonia, organizó una pequeña conferencia con los responsables de la flota. Se decidió que las naves pequeñas de abastecimiento irían directamente a Elvia y Corsica para dirigirse a Olbia y Masalia. Las naves con tropas debían hacer navegación de cabotaje, pero las de abastecimiento podían avanzar directamente practicando navegación de altura. La madrugada del día III antes de las nonas mayas, el quinquerreme prosiguió la carrera hacia el norte, seguido por el resto de los barcos. Las costas de Etruria se deslizaban por la amura derecha. El paso del buque insignia fue la señal para que zarparan otras diez grandes naves aliadas del Puerto Pisanu, en la desembocadura del Arnús.

La guerra de Catón

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