Читать книгу Rincones tenebrosos - Fabián Sevilla - Страница 8

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2. El eco misterioso

—¿Y ese eco? –se preocupó Nahuel–. Si ninguno de nosotros dijo nada…

—Será alguien que anda por este lugar y también está jugando con el eco… –supuso Enzo.

Apenas dijo la última palabra y de nuevo la misteriosa voz les advirtió:

—No… estoy… toy… toy… jugando… ando… dooooo…

Las piernas de Nahuel se le volvieron de dentífrico y se abrazó a Delfina, a quien se le comenzaban a enrular los nervios.En un instante, nubarrones gigantescos y amenazantes habían cubierto el cielo.

Pero fue Magalí la que lanzó un alarido con el primer trueno. Y se puso peor cuando de repente se desató una tormenta igual de densa que una cortina, llenísima de viento, enceguecedora como una noche sin luna.

Los relámpagos quemaban el cielo y los truenos parecían explotar dentro de sus oídos.

Los cuatro corrieron sin saber hacia dónde. Y cuando se dieron cuenta, se habían separado. Para peor, apenas lograban abrir los ojos por culpa del aguacero.

—CHICOS, ¿DÓNDE ESTÁN? –gritó Enzo.

—Aquí… qui… quiiiii.

El chico no reconoció la voz que le había respondido, pero igual la siguió. Solo quería reunirse con los demás.

—DELFI, DECIME DÓNDE ESTÁS –pidió Magalí muy desorientada.

—Estoy… toy… delante… ante… tuyo… yooooo…

Esa no era la voz de su amiga.

Tampoco fue Nahuel quien le respondió a Delfina:

—Estoy… toy… muy… muy… cerca… ca… Delfi… fiiiii…


—Alguien quiere ayudarnos, pero nos está confundiendo –opinó Enzo–. Cantemos algo que nos sepamos todos así podremos volver a juntarnos…

Cantaron “Feliz cumpleaños” a gritos para hacerse escuchar por encima del rugido de los truenos. Y cuando por fin se reencontraron, se tomaron de las manos.

—¿Dónde queda el campamento? –preguntó Nahuel.

Enzo les informó que bajo la feroz tormenta no podía revisar la brújula.

—¡Nos perdimos! –se alarmó Magalí.

Un relámpago iluminó por un santiamén el paisaje y todos alcanzaron a ver una cabaña. No estaba muy lejos y con un poco de esfuerzo llegarían rápido.

—Usémosla como refugio –ordenó Enzo y corrieron sin soltarse de las manos.

Estaban tan desesperados que no le dieron importancia al eco intruso y misterioso, que de nuevo se inmiscuía para decirles:

—Vayan… ayan… en… en… otra… tra… dirección… ciónnnnn…

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