Читать книгу 180 días en Siria - Fabricio Pitbladdo - Страница 5

Capítulo II: Estambul

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Como todas las mañanas mamá me despertó para ir a la escuela, como tenía que ir más temprano de lo normal, salí un poco antes y me crucé con toda la gente que va a su trabajo y hacer sus actividades... ¡qué mal que se viaja en Estambul!

La casa de Farah se encontraba en un típico barrio clase media en Estambul, Turquía, para puntualizar más en una esquina, en donde se encontraba la puerta principal de la casa sobre la calle Mehmet Aga Cd. y sobre la calle Gokce Sk. Se encontraba el garaje, en donde los padres de Farah guardan sus respectivos autos. Era una casa con un feo y muy llamativo frente amarillo chillón, el cual podía divisarse a kilómetros de distancia si uno se lo proponía. En la planta superior había 3 habitaciones, y el baño principal de la casa, las piezas se dividían en una para Farah con ventanas que daban a Mehmet Aga Cd. (al igual que la pieza de sus padres), una para los 2 hermanos, la ventana de esta daba a la otra calle de la casa y la habitación restante para los mayores de la casa. El hogar en su respectiva planta baja, para mayor puntualidad en el living, contaba con una sencilla escalera de estilo moderno, de escalones separados entre sí y con una baranda aún más simple a la derecha se iba al baño, después de haber esquivado los sillones y a la izquierda se iba al garaje, todo esto sobre un muy elegante piso de parqué, el cual cambiar por la gastada alfombra que estaba antes (cuando compraron la casa) le costó mucho dinero al padre de Farah, siguiendo unos pasos hacia delante, se encontraba la cocina comedor y como broche de oro, lo que la hacía un hogar... A las 6 de la mañana podían escucharse los gritos desde afuera.

—¡Farah, vamos! Despierta que se hace tarde para la escuela... —dice gritando a través de las escaleras la madre de Farah, Annesa.

La madre de Farah, Annesa Smith era nieta de un militar británico al que en la Primera Guerra Mundial lo habían mandado junto con escuadrón de 200 soldados a atacar una fábrica de municiones que se encontraba en las afueras del Imperio otomano —actual Turquía— durante los primeros días del mes de septiembre del año 1918, unas pocas horas antes de efectuar el ataque, fueron sorprendidos en una emboscada sangrienta por soldados del Imperio, de 200 solo sobrevivieron 20, de los cuales 16 murieron al caer la noche debido a las grandes heridas provocadas durante el ataque, de los 4 pobres hombres sin rumbo que quedaban, estaban entre intentar entrar al país, a través de la frontera o intentar escapar a algún país aliado, pero bien sabían ellos que eso era un suicidio ya que atravesarían toda la zona donde la guerra estaba al rojo vivo. Sin más remedio, decidieron entrar a Turquía e intentar mimetizarse con la gente de aquel —para ellos— lejano país hasta que termine la guerra, que para sorpresa de ellos, eso sería unos meses después, una vez terminado el conflicto bélico, ya podían andar libremente por las calles, se fueron a Estambul y 3 de los hombres decidieron volver a Londres. Víctor Smith se quedó, toda su familia había muerto en la guerra y él creía que en Inglaterra ya no había nada para él, en su infancia, antes de unirse a las Fuerzas armadas británicas, había pasado gran parte de su tiempo en una bicicletería, por lo que como era un gran conocedor del tema, decidió abrir una en Estambul, a los pocos años conoció a la mujer que sería su esposa y la madre de sus 2 hijos, Oscar y Nadia. La niña con un prodigioso oído para la música sería concertista en la ópera de Estambul y el joven Oscar sería arquitecto y posteriormente padre de 2 hijas, Annesa y Malak. La mayor de las hermanas, Malak, se convertiría en abogada, mientras que Annesa, mujer realmente hermosa hasta para el ojo más exigente, una piel morena que rozaba la perfección, ojos verdes que había heredado del inglés, de altura promedio pero de largas piernas. Fanática de los idiomas, a sus 22 años ya hablaba con fluidez el alemán y el inglés. La historia mundial y en especial de la Europa medieval habían sido el motivo de su vida, y por eso se las dedicó a la hora de elegir la docencia orientada a la Historia pero lo que podía enloquecerla era unas buenas pastas, siempre y cuando estén bien preparadas y algo mucho muy importante, que sean acompañadas con un vino francés, si usted no había probado vino con las pastas que se comen en los restaurantes de Estambul, usted entonces nunca había tomado vino —o eso decía ella— siempre había mostrado inclinación a la ayuda al prójimo y a la enseñanza, a finales de 2012 estaría cumpliendo sus 45 años.

—¡Ahí va, ma! —dice repetidas veces Farah, en la oscuridad de su cuarto y tapándose la cara con la sábana y con un enojo que fácilmente podía distinguirse.

Farah responde aun sin encender la luz de su habitación y aún un poco dormida se para en el frío piso de alfombra, el cual ella ya había pedido a su padre que sacara porque la hacía estornudar mucho, procede a vestirse y ponerse algo especial, estaba entre un vestido elegante que tenía o un jean con una camisa que a ella le gustaba mucho, pero termino decidiéndose por una pollera a cuadros roja con una camisa y, por ser un evento especial, no la obligaban a ir con el uniforme, ese día tenía una importante presentación ante sus compañeros y sus profesores de historia, geografía y alemán.

—¿Ya me hiciste el desayuno, ma? —pregunta Farah bostezando mientras baja las confusas escaleras caracol de bronce, recientemente colocadas.

—¿Te lavaste los dientes? —le responde su madre a los gritos desde la cocina, su voz desgastada por años de tabaco y alcohol atravesaba toda la casa.

—Eh... no. La embobada adolescente gira sobre su propio eje, teniéndose de las barandas, vuelve a subir en dirección al baño, con cerámicas azules en sus paredes y un llamativo blanco y negro en el suelo, adornado con un muy lujoso espejo y un lava manos sobre lo que había sido una cómoda de algarrobo.

—¡Ah! Y de paso despierta a tus hermanos —exclama la estresada mujer a los gritos desde abajo.

—Bueno, ahí va....—la adolescente ya más despierta que dormida vuelve a subir las escaleras caracol de su casa, una vez arriba entra a la habitación de sus hermanitos y los despierta.

—¡Khan, Abdel! Son las 6:30... DESPIERTEN QUE YA ES TARDE —grita con enojo y nada de paciencia en la pequeña habitación color celeste y con una cama cucheta, la de arriba de Abdel, el privilegio se debía por ser el mayor de los hermanos varones.

—Bien, iré a lavarme los dientes y terminar de vestirme —diciéndose a sí misma las cosas que tenía que hacer y decir en unas horas, Farah estaba haciendo todas las primeras actividades del día.

—Nena, ¿de qué es el trabajo ese que das hoy? —pregunta el padre de Farah mientras se abrocha la corbata y toma su café, el cual como para no machar el mantel de la mesa principal, decidió apoyarlo sobre su diario impreso hacía pocas horas.

—De la Segunda Guerra Mundial, pa, causas, consecuencias, conflictos y las características en general, y como está el profe de alemán y creo que el de francés, así que por las dudas, muchos nombres me los tengo aprendidos en alemán.

El padre de Farah, hijo de un matrimonio con creencia religiosa cristiana, y de ahí su fe en esta religión, el cual le incorporo a sus 3 hijos a través del bautismo y la comunión. Murat Pamuk de 45 años, 1,70 de altura, relativamente flaco pero ancho de hombros, de morena piel y ojos oscuros como la noche. Hombre de moral inquebrantable y de ideología marxista en lo económico y social pero se contradecía a sí mismo con su creencia religiosa y, por motivo de esto, muchas veces no era tomado en serio, tanto en la iglesia como en los lugares de debate donde le gustaba ir. Fanático del buen fútbol, de la caza, era un admirador incansable de las armas, tanto que a sus 18 años intentó enrolarse en el ejército, pero su pie plano le imposibilitó su sueño, ante esta decepción, decidió seguir una carrera universitaria en el extranjero. Había obtenido un máster en gerencia y contaduría en sus años de juventud, cuando estudió en una universidad en España, más puntualmente en Madrid, de ahí su facilidad para hablar el español y el inglés, ya que también lo había estudiado. Es el mayor de 3 hermanos, uno murió de joven debido a una grave enfermedad, que en su época era incurable y su otro hermano, Onur Pamuk de 39 años, se había inclinado de joven a la mecánica y como decía su madre "desarma todo lo que encuentra" y a eso le dedicó su vida, estudió ingeniería mecánica y dejó la carrera en 4.to año, por motivos del repentino embarazo de su novia y la que hoy sería su esposa y madre de sus 2 hijos.

—Ah, bien, no es tan difícil... ¿o sí?

—No, para nada... —responde Farah con mucha confianza mientras come algo de pan.

—Farah, ¿por qué no vas a ver por qué tus hermanos todavía no bajaron?

—Es cierto, ya deberían haber bajado... espera que me voy a fijar.

Mientras Farah se aleja de la cocina, escucha a Annesa preguntarle al elegante hombre de traje con su café y su diario.

—¿Cómo vamos a decirles, Murat? Farah vaciló un poco en seguir o detenerse unos segundos a escuchar la conversación a escondidas, pero lo consideró bastante descortés y asumió lo obvio, que sería una estupidez lo que a alguien tenían que decirle y decidió seguir su camino, subir por segunda vez las escales y ver por qué sus hermanos aún no había bajado.

—Farah... ¿Qué hora es? —pregunta Khan, su hermano de 11 años.

—6.45, nene... APURATE, ¿y Abdel?

—Ya se levantó y vistió, está en el baño —responde el joven niño mientras abrochaba su blanca camisa planchada cuidadosamente la noche anterior por su madre.

—¿Por qué gritas tanto, Farah? Qué ruidosa sos... —le dice desde atrás su hermano Abdel, de 14 años.

—Mira, no me enojo más, solo porque ya estás totalmente vestido...

No muchos minutos más tarde ya estaban los 5 integrantes de la familia en la mesa desayunando, cada uno contando lo que iba a ser su día, en lo que Farah corta la conversación con una pregunta algo incómoda a su padre.

—Pa... ¿a quiénes les tienen que contar algo importante? —pregunta la curiosa joven, simplemente la curiosidad había sido más fuerte que ella y prefirió quedar mal ante sus padres que quedarse con la duda.

La madre de Farah algo molesta interviene en la conversación.

—¿Estabas escuchando la conversación nuestra a escondidas? Nosotros no te hemos enseñado eso hasta donde yo recuerdo.

—No, Annesa, no hace falta el enojo... aparte me preguntó a mí —con bastante calma Murat maneja la situación—. Mira, lo que pasa es que en la empresa van a despedir a unos empleados y como soy el gerente de la sucursal de Estambul, el que les tiene que dar la mala noticia soy yo.

—¡Murat! ¿Me bajas las galletas? No llego. —La madre de los 3 niños golpea sus dedos uno por uno en señal de espera, del meñique al índice, repetidas veces contra la mesada de mármol negro—. Te dije que había que bajarla, la pusiste muy alta, ninguno de tus hijos llega...

—Ahí va, Annesa, ahí va... por Dios.

Cuando Murat deja su café sobre la mesa, el viento que provocó el flamante y recién ascendido gerente de la compañía Textiles Robbinson S. A. deja volar unas hojas del diario y Khan llegó a leer un fragmento de noticia.

11 de noviembre de 2011

Luego de las protestas en Siria con motivo de manifestar el desencanto con el régimen del presidente Al-Asad (asumido a través de un referéndum a principios de este siglo), dichas protestas llevan ya varios meses, dándose en distinta intensidad y en focos concentrados por cada rincón del país, el gobierno nacional en temor a un golpe de Estado, lleva reprimida cada una de estas protestas y como los manifestantes, en un importante número son guerrilleros, se arman pequeñas guerras en cada ciudad. Se estima que en lo que va del año los muertos superan el centenar de personas, aunque Naciones Unidas, pocos días después del paquete de sanciones impuesto por la Unión Europea en mayo de dicho año, asegura que los muertos rondan cerca de los 900, tanto civiles como paramilitares, provocando millones de dólares en pérdidas al Estado y al sector privado y el destrozo de la identidad que tiene este golpeado país y la deslegitimación del gobierno central.

El Gobierno en constate estado de sitio y aplicando la ley marcial, sigue en duda de qué hacer con los miles de detenidos políticos que lleva en este año, mientras que en la cumbre de G-8 siguen analizando el accionar militar contra del régimen [...]

—No leas cosas que a tu edad no vas a entender, hijo... —El padre le agarra la mano al niño y con la otra mano, le saca el diario y lo arruga—. De verdad está todo bien, preocúpate por tus cosas que nosotros con esta guerra no tenemos nada que ver.

—¿Están matando gente a solo unos kilómetros de acá? —pregunta el confundido niño con algo de incertidumbre y un tímido miedo,

—Seguramente y como en todos lados, pero nosotros no podemos hacer nada...

—¿De qué hablan? —mira extrañado Abdel a su padre y hermano.

—De nada importante, hijo, no te preocupes, ¿o no, Khan? —aprovechando que hacía unos instantes le había agarrado la mano, se la aprieta para que este, captara la indirecta bastante directa y no dijera nada.

—Pa... ¿Por qué van a echar gente? —pregunta Abdel sentado en la fina silla de roble que había sido un regalo por parte de su tío "el mecánico" como cariñosamente lo llamaban de cuando compraron la casa.

—Porque quieren abrir un nueva sede en Alepo, y bueno... hace falta desviar fondos —mira para abajo el señor Murat, quizás por algo de vergüenza o porque sabía que él iba a ser cómplice de que por intereses de personas que ni conocía iba a dejar a cientos de familias sin un plato de comida y sería el verdugo... toma su caliente café—. Lo más triste es que eran hombres con familia e hijos, pero bueno... a estos empresarios solo les importa sus ganancias, y que no son nada chicas.

—¿Cuándo la van a instalar? —Annesa pregunta mientras pelea con la canilla de la cocina que no quería andar, giraba para un lado, giraba para el otro y era inútil, el agua no quería salir—. Murat, Dios mío, tienes que hacer algo con esta canilla, desde la semana pasada te lo vengo diciendo y te haces el sordo.

—Ya sé, Anna... Dame tiempo por favor, estoy con todo con el tema de la empresa, la nueva sucursal y el tema de la pobre gente que van a echar, teneme paciencia unos días más. —Murat suspira por el golpe de estrés que había tenido—. Ehhh, no sé, no estoy muy seguro... En teoría, para febrero del año que viene ya está todo listo para trabajar... iba a estar lista para julio de este año, pero la situación inestable de ese país del demonio no lo permitió, así que siendo sincero, si te digo, te miento. —Murat no había mentido en ninguna de sus palabras, le estaba dedicando todo su empeño a la empresa, ya que él tenía un pensamiento muy lógico, "yo soy un trabajador más, para ellos soy un sueldo más que pagar... no tengo ningún valor, es feo pero es la verdad, y si echaron a 400 personas y dicen que según como se pinten los números podrían echar más, ¿qué hago si me echan a mí también? Tengo una familia que alimentar, hijos que ni siquiera terminaron la escuela, jamás permitiré que mis hijos tengan que salir a ganar el pan que yo no pude darles, que tengan que mendigar comida por la calle... TENGO QUE HACER TODO LO QUE ESTÉ A MI ALCANCE PARA QUE ESTO NO PASE". El pobre hombre trabajaba sus 8 horas reglamentarias diarias y a eso le sumaba otras 2 horas extras que las trabajaba gratis para darle buena impresión a sus jefes, él buscaba tanto esto a tal punto que, sin tener la necesidad de hacerlo, porque esa tarea no le corresponde a él, iba a poner la cara para los despidos de sus compañeros de hace más de 15 años... y en lo otro tampoco había mentido, en realidad no iban a echar a nadie y la nueva fábrica debía estar ya funcionando a su máxima capacidad hacía varios meses, pero para variar, nunca nada sale como uno lo planea y los platos rotos, también para variar, los paga el que no tiene nada que ver. Él bien sabía que le había vendido su alma al diablo, pero sus opciones a la hora de barajar eran realmente pocas...

—Y si es inestable... ¿Por qué tu empresa va?

—Como la inestabilidad provocó que muchas empresas privadas se vayan del país y la mayoría de las nacionales quebraron... quieren aprovechar la brecha y el mercado básicamente sin competencia alguna para meter sus productos por la fuerza. ¡Y sí, por la fuerza! Si hay un maldito monopolio a la gente no le quedará otra que comprarles y para maximizar aún más sus ganancias, hicieron un contrato con el gobierno para fabricar los trajes de los soldados del ejército y a cambio este le va a dar toda la protección necesaria, aparte de las enormes ganancias, claro.

—A vos no te van a mandar... ¿no? —La agotada mujer se agarra la pera con la mano derecha y lo mira fijamente a su esposo—. No vaya a ser cosa de que nos lleves a una guerra, solo por un buen empleo... —Annesa se prende un cigarro por el momentáneo estrés que generó esa pequeña reflexión—. Prefiero morirme de hambre acá en Turquía a vivir bien en el medio de una guerra.

—No, amor, por supuesto que no, aparte para los cargos importantes ya tienen todo elegido, y los obreros van a ser personas de Alepo... para propagandear que le dan trabajo a la gente de ahí, el gobierno de allí tiene que hacer buena imagen a como dé lugar, no puede permitirse perder el poco apoyo que le queda.

—Ma, es muy temprano todavía... no fumes que te va a hacer mal —exclama Farah moviendo la mano en el aire para desviar el humo producido por el cigarro recién encendido.

—Cuando llegues a mi edad, vas a entender lo que es soportar todo lo que tengo que soportar... ¿ya desayunaron todos?

—¡Sí! —dijeron todos al mismo tiempo.

Uno por uno, del más grande al más chico y del más chico al más grande comenzaron a pararse y organizar qué iban a llevar y qué no, Abdel (el del medio) guardó sus cosas de dibujo, ya que tenía una presentación con los profesores de arte, Khan (el más pequeño de los 3 hermanos) ordenó su mochila. Él no tenía nada importante que hacer o presentar ese día, para él era un día más. Pero para Farah no, guardó los mapas y láminas, mientras que por celular, arreglaba con sus amigas en cómo iban a dar la presentación ya que daban en la primera hora y debían organizarse qué decir cada una, el padre por su parte estaba terminando de apretar en nudo de su elegante corbata azul, procurando que esta no le quede ni una molécula de polvo o que no quede por debajo del cinturón, lo consideraba en extremo descuidado y la madre guardando unos libros de cuentos, ya que ella daba clases de primaria en un colegio cercano al que asistía Farah y así comenzó el día de cada uno... Los dos niños, por su parte, como iban juntos al mismo colegio, pero este distinto al que iba Farah, viajaron juntos y fueron en una dirección distinta al resto de la familia, el padre por su parte subió a su nuevo auto... un Mercedes gris que enamoraría a cualquiera ya que, según su opinión, el puesto que tenía requería un mejor auto... ¡Él no podía ser menos a la hora de ostentar! Y por último las dos mujeres de la familia, Annesa y Farah, como el auto de Annesa estaba en el taller mecánico del tío de Farah —Onur—, estas se vieron obligadas a tomar el transporte público y con todo lo que esto conllevaba, ya que la escuela de Farah se encontraba a unas pocas calles del Gran Bazar, al igual que la escuela donde Annesa daba clases al 3.er grado y a la tarde daba Historia a la secundaria.

—¡Qué mal se viaja en Estambul! —Farah no podía dejar de decirse eso a sí misma y a su madre, que estaban viajando paradas en el tranvía, el estar apretadas podía vencer el frío del invierno que aún no había llegado pero les estaba pisando los pies—. No conozco el camino con el tranvía, ma, siempre que vengo, viajo en auto o en bus... ¿Falta mucho?

—No, hija, en unos 15 minutos estamos —o eso creía ella—... paciencia. ¿Por qué no repasamos la lección mientras tanto? ¿Qué te parece? Al menos hablando, el viaje se hará más llevadero y de paso pueda ayudarte.

—Buena idea, ma. —La adolescente de 17 años abrió entusiasmada los ojos todo lo que pudo y movió la cabeza de la felicidad, ya que tenía muchas ganas de demostrarle a alguien, quien fuere, todo lo que sabía y había estudiado—. ¿Por dónde quieres que empiece?

—¿Por dónde quieres que empiece? Nena, ¿vos te volviste loca? ¿Cómo vas a empezar una lección con una pregunta? Ojo con esos descuidos, que según el docente que te toque, si es uno que tuvo un mal día puede pedirte que le hables del tema más difícil de todos y con eso perdiste.

—Mmm, ahora que lo pienso, tienes razón, ma... —dice riendo Farah en el incómodo asiento de cuerina verde.

—Obvio que la tengo... acordate que yo soy docente y por mi carácter, soy propensa a tener malos días. Sé cómo funcionan estas cosas y no quiero que te pasen a vos.

—Bueno. ¿Puedo, "señora profesora", empezar por los motivos de la guerra y cómo fue la preguerra? —pregunta Farah ironizando a su madre.

—¡Sí! "Querida alumna", puede empezar tranquilamente por ahí...

Y así en lo que restaba del viaje iban hablando sobre la Segunda Guerra, hasta que la madre bajó en la parada a la vuelta de su colegio, Farah ya sola en el colectivo, sacó sus apuntes y libros para ponerse a leer las partes que ella consideraba que tenía medio flojas, los 15 minutos restantes del viaje Farah se lo pasó leyendo, hoja por hoja, año por año, parecía estúpido todo lo que habían pasado tantas personas, tanto dolor... y ella solo se preocupaba por pequeñeces como la nota de su trabajo, pero a los 17 años aún no había aprendido a ver lo importante de la vida, corta y miserable, por eso que obliga a vivirla, la hermosa joven, perdida en su amor por los fríos libros que tanto tenían para ofrecerle, pasó por alto que se había pasado dos paradas de la suya, detalle que notó cuando levantó la vista.

—¡Uy! ¡Me pasé! —soltó un fuerte grito que hizo que todos se voltearan a verla—. ¡Chofer, parada por favor! —Farah guardó rápidamente todos sus libros en su mochila y bajó del colectivo.

Mientras Farah caminaba apurada por las largas y bastante transitadas calles del centro de Estambul, prácticamente más a trote ligero que a caminata, esquivando a todas las personas. —¡Perdón! ¡Disculpe! —, la niña ya corría toda despeinada por hacer esas 4 cuadras que parecían el doble. ¡Quizás el triple!, cuando estaba a solo 2 cuadras, nota que algo vibra en su bolsillo derecho, al principio pensó que era un síntoma de la adrenalina por correr, pero como ese incómodo cosquilleo no se detenía, se decidió a parar, y al apoyarse la mano en la pierna, notó que su celular estaba vibrando locamente.

—¿Quién será? —se preguntó Farah hacia ella misma... al sacar el celular, por el apuro se le cayó—. ¡Pero la puta madre! ¡No me sale una bien! —gritó Farah con todas sus fuerzas.

Como el celular era de buena calidad no se desarmó, ni se hizo nada, más de una persona que pasaba caminando la miró con algo de desprecio por la mala palabra que esta señorita acababa de decir, sin más remedio Farah se agachó, recogió el pequeño aparato electrónico y al abrirlo vio que tenía 6 llamadas perdidas de sus amigas, 4 de Elif y 2 de Aysel, mientras estaba sacando las notificaciones del celular, ya caminando de nuevo, Elif la vuelve a llamar.

—¿Hola? —dice Farah por teléfono, mientras esquiva gente, en su mayoría compañeros de ella, que atinaban a saludarla, pero poca atención ella les daba.

—¡Hola, Farah! Soy yo... ¡Elif! ¿DÓNDE ESTÁS?

—Estoy casi en la puerta, espérenme 2 minutos más. —Farah estaba mintiendo, ya que todavía le faltaba una cuadra.

—Bueno, pero apúrate porque ya rendimos. —Elif sin ton ni son le cortó el teléfono.

Farah, ya en la puerta de su colegio, el cual era un colegio religioso, antes había sido un iglesia y hoy era uno de los colegios con mayor renombre de todo Turquía. Enorme y muy antiguo, una entrada que parecía la de un castillo medieval, de corte neogótico, con puertas de más de 5 metros de altura por 3 de ancho de la mejor madera, tallada a mano hacía varios siglos, podía notarse a simple vista, en el descanso de la entrada, Farah se detuvo unos segundos a recuperar su aliento. —Qué enojona es esta chica... —La apurada joven, pero ya sin demasiadas ganas de apurarse más, estaba entre su taquicardia y un poco de risa por la situación, decidió entrar caminando, por fin a la escuela, con un enorme hall, saludó a los porteros sentados en una mesita en frente de la puerta, a su izquierda tenía la dirección y a la derecha el largo pasillo que la llevaba la primaria, a la derecha del pasillo a primaria, una extensa y lujosa escalera, con su baranda en el más fino roble, la cual era la que debía tomar Farah para llegar a su salón de clases, y opuesto a esto estaba la salida al patio del colegio, no muy grande, pero lo suficiente para las actividades que se hacían en él. Farah siguió de largo hacia la escalera, apurada subía escalón por escalón, 14 para ser exactos, el largo tiempo que ella llevaba ahí le fue suficiente para saber la cantidad de escalones, 14 escalones, descanso y 9 escalones más y ya estaba en el primer piso, solo hacía falta repetir lo mismo para llegar al segundo y último piso, en el cual se ubicaba el aula de Farah, contado de izquierda a derecha, era la sexta aula.

—Por fin estoy acá.

Farah se para en la puerta de su aula, para el tipo de edificio que era, las puertas de las aulas eran relativamente sencillas, pintadas de verde, madera bastante finita, abren hacia afuera por cuestiones de seguridad en caso de que todos los alumnos tengan que salir rápido, con una ventana que ocupaba aproximadamente 1/3 de la puerta y esta se encontraba en su parte superior, el final de la ventana estaba justo a la altura de la hermosa cara de Farah, lo cual esto le permitía ver lo que estaba ocurriendo adentro, y para suerte de ella y de sus compañeras aún era temprano, estaba rindiendo el grupo anterior a ellos y por lo que podía observarse, ya no les faltaba mucho. Sin mucho más pensamiento ni análisis se aventura a entrar...

—¡Buen día! —exclama Farah en voz baja para no llamar mucho la atención pero saluda igual ante las dudas por si le decían algo, muy despacio cierra la puerta y se dirige hacia donde estaban sus amigas.

—Buenos días, señorita Murat... ¿Le molestaría decirme el motivo de su llegada tan tarde? —El profesor de Historia de Farah la increpa y avergüenza frente a toda la clase.

—Disculpe, profe... es que mi papá tuvo unos problemas con el auto y tuve que venir en el transporte público y vivo muy lejos y es un viaje largo y encima el colectivo no venía y —el profesor la corta.

—Bueno, bueno, muchos "y" para una sola oración... Está bien. No pasa nada, ve a sentarte.

—Muchas gracias, profe... —Tarkan, el profesor de historia que les había tocado ese año, era conocido en la escuela como uno de más exigentes y duros, aunque se le tenía que reconocer que sabía explicar muy bien y llevar una clase como muy pocos pueden hacerlo pero a veces se le iba la mano con las exigencias. Por eso la benevolencia que había mostrado en ese momento le llamó la atención a Farah y a cualquiera que lo conociera al menos un poco.

—¿DÓNDE DEMONIOS ESTABAS? —preguntó Aysel tapándose la boca para hablar lo más bajo posible.

—Tardó mucho el transporte... no es mi culpa. Perdonen.

—Bueno, no pasa nada. Lo importante que llegaste a tiempo... ¿Preparaste bien todos los temas por las dudas?

—UY, NO... SOLO PREPARÉ 3 DE LOS 10.

—¿Me estás jodiendo? —le reclama Aysel sin nada de paciencia y agobiada por los nervios por aquel importante examen.

—¿Cómo voy a bromear con esto? —La joven quería aprovechar los nervios de la amiga para gastarle una broma pero pensó que quizás en ese momento no era lo más sensato, ya que eran más los nervios que su sentido de humor, que si bien por lo general era bueno, pero esta vez este parecía no existir—. Bueeeno, sí. Era una bromita de último momento —dice entre risitas en voz baja Farah.

—¿Qué tanto hablan por allá atrás? —La clase se detiene, los alumnos del quinto año dejan de dar la lección y se quedan mirando al profesor esperando su orden de seguir o de callar, pero este parecía estar interesado en el descontrol y desconcentración de los alumnos, entre ellos Farah que estaba hablando sin escuchar a sus compañeros.

—Eh, no, no, solo que, no... —tartamudea Elif sin saber bien qué decir. Por eso interrumpe Aysel que era más rápida a la hora de pelear, o defenderse.

—No, profe, por favor... Es que estamos ordenando todo —exagera ese "todo"— lo que sabemos y como es tanto, no sabemos por dónde empezar. Usted, como es tan buen profesor y sabe tanto, asumo que entenderá...

—Ehhh, bueno. —El profesor ante esa inesperada adulación, no sabía dónde meterse y optó por el camino más prudente que era el obvio, perder la batalla pero no la guerra, esta se las perdonaría pero se las cobraría en la lección—. Bueno, bueno, está bien, solo traten de ordenar todo ese saber en silencio para luego, si es verdad que son tantos... demuéstrenlo en el frente a la hora de la lección. —El astuto profesor les contesta con ironía y usa lo que la niña dijo para condenarlas. La joven era lista, pero no estaba a la altura del experimentado profesor.

—¿Viste? A este solo hay que chuparle un poco las medias para que afloje. —Aysel hablaba egocéntricamente de la maniobra que, según ella, había salvado al grupo de desaprobar.

—No es tanto, Aysel, tampoco te hagas la heroína —le recrimina Farah—. A todo esto, ¿cuándo rendimos nosotros?

—Em, no sé —responde confundida Elif—. Ahora está dando el grupo de Gabriel, supongo que después de ellos o no sé, junto con nosotros faltan otros 2 grupos. Así que no sé...

Mientras los grupos, en su mayoría ya habían pasado, solo quedaban el grupo de Farah, el de Gabriel, el que estaba rindiendo en ese preciso momento, y los grupos de Khan y de May. Había una bala con el nombre de cada uno, la verdadera pregunta era a quién le tocaría primero y la verdad era que esa lección le definiría el año a muchos... 2011 llegaba a su fin. Podía sentirse el nerviosismo y apuro de todos en el salón en aquella mañana de noviembre, incluso del profesor. Que según se decía a solo 4 meses de su divorcio ya tenía nueva novia y se iban a ir de vacaciones a Sudamérica al terminar con esos exámenes, ya que se había sacado las vacaciones y allá es verano para estas fechas, lo cual las hacía inmejorables. Ese día definitivamente era importante para todos.

—Bueno, ya está. —El profesor les da el basta a las alumnas que estaban dando la lección, ya habían completado y defendido todos los temas que les tocaban a ellos—. Descuelguen todo y vengan, así les digo su nota... será una por equipo para todos y una individual.

El anticuado profesor hizo descolgar todas las láminas y mapas a los chicos, como el aula al igual que todo el edificio era muy vieja, el final de los pizarrones era un poco alto, por lo cual los alumnos tuvieron que usar sillas para bajarlos. Todo el salón en silencio, todos los oídos a la escucha de las notas que habían sacado sus compañeros. "¿Cuánto sacaron?", preguntaba el vago de la clase que se había sacado una pésima nota y lleno de envidia —la cual era muy difícil de esconder— deseaba que a sus compañeros les vaya igual. Todo era incertidumbre a la hora de tener a ese hombre en la clase, no por nada le decían "La muerte silenciosa". Cualquiera que sería merecedor de un apodo así era dueño de una gran experiencia haciendo lo que hace, y él no era la excepción, llevaba más de 20 años dando clases, tanto en colegios como en universidades. Experiencia definitivamente le sobraba y más a la hora de las ocurrencias de los alumnos y de los que querían ser más que él o adelantarse a su juicio, absoluto e irrefutable, hasta para los más listos en la materia de historia y cultura en general.

—Listo. Perfecto... Pueden retirarse. —Los 5 jóvenes de uno en uno, dan media vuelta y se alejan del frente de la clase, 4 de ellos con caras alegres y el último, no tanto. Podía suponerse que en la nota general del trabajo le había ido bien, pero en la individual no tanto. Pero todo era especulación. Solo quedaban unos pocos por rendir y Farah estaba entre esos pocos—. Los siguientes... ¿Quiénes son? —Silencio sepulcral en el aula—. ¿Nadie? ¿Ningún valiente? No me hagan tener que llamar a mí.

—¿Qué hacemos? —pregunta Farah a su compañera de equipo—. ¿Abrimos la boca o esperamos a que el viejo nos llame?

—¡Ni loca hablo! Que nos llame él... —exclama Elif en voz baja y por las dudas tapándose la boca para asegurarse que no se escuche.

—Bueno. ¿Nadie va a pasar?

Los 2 grupos que quedaban se miraban entre sí, para ver quién era el primer traidor que mandaba a su compañero al muere, o quién era el valiente que decidía cargar la responsabilidad de condenarse a sí mismo y a todo su equipo. Pero parecía que los dos grupos iban a tomar el camino más sencillo y cobarde, este consistía en callarse la boca y esperar que el docente llame, dejando todo al azar... justo, 50 y 50, imparcial. Difícil decisión tenían por delante estos chicos

—Bueno, si nadie va a hablar, entonces hablo yo. —El profesor agarra unas hojas que estaban en su escritorio, podía suponerse que esa era la lista de los grupos—. De los 7 grupos que ustedes armaron, ya dieron 5, o sea que solo quedan dos. Y como no se deciden voy a llamar yo.

Todos los adolescentes que quedaban por rendir tragaron saliva, podía verse —si era un ojo atento el que observaba— cómo se habían dilatado las pupilas de todos ellos, ante un buen oído, la respiración de todos ellos se había acelerado al igual que su pulso cardíaco. Definitivamente el nerviosismo general había aumentado exponencialmente en ese instante en el que el verdugo había decidido tomar partida de sus destinos.

—A ver, quedan los grupos de: por un lado el de "Elif Jackson, Aysel Topal y Farah Pamuk". Y por el otro lado el de "Yizman Guney, Nicolas Ecevit, Ihan Balik y Mesut Demirci". Va a pasar el grupo de Topal, Pamuk y Jackson... Vamos, chicos, apúrense, así dan los dos grupos hoy.

Las 3 niñas se miran entre sí, para ver quién se paraba primero y la que tomó la iniciativa era la más extrovertida de todas, Farah.

—¡Vamos, chicas!

Un poco desganadas y con miedo, las chicas casi por la fuerza, se levantaron y desde la última fila se dirigieron hacia el frente del aula, lo que eran unos metros parecía una larga caminata. Ya una vez en el frente del aula, rompieron formación y comenzaron a desplegar todo su armamento en láminas y mapas, Aysel como era la más alta de las 3 chicas, buscó una silla para poder colgar los mapas y afiches que habían preparado unos días antes, mientras que Elif fue al escritorio del profesor a hablar unas cosas sobre la presentación con él, este a su vez le explicaba algunas cosas sobre su modalidad de evaluación, entre otras cosas sobre la materia y por último, Farah estaba ordenando sus cosas y las de sus amigas sobre una mesa que había dispuesto los grupos anteriores para apoyar sus apuntes, una vez todo aclarado y listo, las 3 chicas se pararon delante del viejo pizarrón, pero por detrás de la mesa, la cual estaba copada por todos sus apuntes y referencias y a la izquierda del profesor que las observaba muy detenidamente.

—Bueno, chicas... ¡comiencen cuando quieran!

Y así las 3 adolescentes, algo asustadas pero seguras de todo lo que habían estado leyendo en las últimas semanas, dieron comienzo a lo que sería una de las lecciones orales más importantes del año lectivo. Como no están seguras por cuál tema comenzar, y como Farah había llegado tarde, no pudieron concretar un "plan de ataque" para comenzar a hablar, así que estaban entre empezar a hablar o pedirle al profesor que les pregunte. Pero esto último no era una buena idea ya que estaba la idea entre los jóvenes de ese curso, que cuando ese profesor empieza a hablar, no se calla más, lo que significa el fracaso de la lección. Siendo muy conscientes de este mito —bastante corroborado— decidieron ir por el camino más seguro y el que más les permitiría hablar, decidieron comenzar por el final de la Primera Guerra y los temas que se trataron en la Paz de Versalles. Una vez concretado este importante tema, el equipo —que se autodenominó "Los fusiles del saber"— ya se sentía mucho más seguro de sí mismo, la emoción podía verla hasta el profesor, que se dejó disfrutar por la excelente clase que sus alumnas estaban dando. ¿Qué otra cosa puede alimentar más el ego de un profesor que ver a sus alumnos dando una clase tan buena como las de él? Definitivamente pocas... y Los fusiles del saber eso lo habían notado cuando le vieron la cara de felicidad de su viejo tutor. Por eso es que decidieron ir más para adelante que nunca y pasaron al tema de la República de Weimar y su fin con Hitler, la inestabilidad política de la Alemania en la preguerra y su economía basada en la obra pública. Los ojos de todos los presentes se abrían cada vez más. ¡De verdad eran un éxito! Y más ahora que estaban llegando al tema que a todos les interesa: LA GUERRA. Hasta para sorpresa del profesor, la clase estaba en absoluto silencio, la atención a Los fusiles del saber era demasiada, por momentos parecía que era aún mayor que la que él mismo generaba, las 3 niñitas eran más respetadas que él. La expansión alemana era incontenible, pasó de ser un país humillado, destrozado y endeudado a volver a ser potencia mundial. Septiembre del año 1939 sería la fecha que marcaría la infamia de la humanidad, Alemania invadía Polonia. ¡Vuelve a estallar la guerra en Europa! Y un poco antes de esto, el Imperio del Sol Naciente invadiendo a China (no menos importante, pero lo más anecdótico era la invasión nazi, y por este motivo, decidieron darle más importancia). La clase estaba entrando en su clímax y momento más importante para las jovencitas. Este era un tema que todos, en menor o mayor medida, conocían, y poder escuchar todo detalladamente y bien explicado; y más si lo explica un par suyo, daba aún más placer. La aprobación de sus compañeros la tenían ganada, solo faltaba la aprobación del profesor, que si bien parecía que ya la tenían, debía exprimir más aún la naranja y sacarle todo el jugo que pudieran. Sus voces se escuchaban fuerte y alto en aquella aula, del viejo edificio. Si se cerraban los ojos, si se dejaba uno llevar por sus palabras y se ponía a imaginar todo, si se miraba por la ventana y en vez de ver los autos y la gente caminando plácidamente, si se sacaba una foto mental y se cerraban los ojos, podían verse los soldados americanos avanzando en el frente francés, a los alemanes replegándose. Los momentos en que entraba el frío por la vieja y maltratada ventana, hacía a uno sentirse en la Operación Barbarroja, en el frío que habían sentido esos pobres soldados, estaba solo a un poco de imaginación de distancia. El final de la guerra, así como el del trabajo, ya se hacían no muy lejanos, Francia había sido liberada, la invasión a la Unión Soviética había fracasado, las tropas nazis se estaban replegando en todos los frentes, el fascismo de Mussolini había caído en manos aliadas. ¡Hiroshima y Nagasaki! Cientos de miles de muertos en solo un abrir y cerrar de ojos, la temperatura del núcleo del sol estaba al alcance de los norteamericanos y estos se lo habían demostrado a sus amigos y a sus enemigos. La renuncia incondicional del Japón había llegado y con ese hecho, el fin de la Segunda Guerra Mundial. Pero no terminaba ahí, como toda excelente comida, uno tiene que degustar de un buen postre, algo que le dé el fin a la reunión, eso serían los Tribunales de Núremberg, la formación de la ONU y próximo a eso, el nacimiento de una nueva guerra, pero esta será sin armas y duraría varias décadas... El trabajo concluyó.

—Bueno... muy bien. —El profesor, aunque admirado, debía permanecer serio, tal como su fama se lo ordenaba.

Todos los demás alumnos aplaudían, estos no tenían que esconder nada pero tenían todo por demostrar. No podía afirmarse que el grupo "Los fusiles del saber" había sido el mejor, pero sin lugar a dudas el más aplaudido por sus compañeros. Había defendido todos los temas por tratar y explicándolos a la perfección, había pensado también en hacer una vuelta de preguntas, pero pensaron que ya sería demasiado.

—Descuelguen todo y acérquense, así hablamos de la nota que les toca. —En un tono íntimo, el profesor las llama a su escritorio —. Bueno, como supongo que ya les habré mencionado, mi manera de evaluar este tipo de presentaciones es con 2 notas, una grupal por el trabajo y la otra individual, según como se expresó cada una a la hora de la lección. ¿Están de acuerdo? —finaliza el profesor preguntándole a las niñas.

—Sí, sí —dicen todas al mismo tiempo, mirándose entre ellas y al profesor.

—Perfecto... Entonces la nota grupal es un 10. La verdad está todo muy completo, no omitieron ningún tema, y hasta los menos importantes fueron mencionados y explicados, incluyendo también la considerable cantidad de información que tienen. ¿Están de acuerdo con la nota?

—Obvio, sí —dice Farah.

—Por supuesto —dice Elif

—Buenísimo, en cuanto a la nota individual. Farah, de lo que te tocó hablar a vos, no sé si se lo dividieron así, o si simplemente sabés poco, pero hablaste de pocos temas, pero tengo que reconocer que de lo que hablaste, sabés bastante, por lo que mi nota para vos es un 8. O sea que a vos te toca un 10 del grupal y un 8 del individual.

—¡Ay, gracias, profe! —exclama Farah con toda la alegría, viendo su esfuerzos dar frutos.

—En cuanto a Elif, fuiste la que más hablaste y la que más se desenvolvió. Tu nota por el oral es un 10, o sea que te quedaría 10 y 10. Y Aysel, tu caso es similar al de Farah, solo que al revés, hablaste sobre muchos temas, pero poco en ellos, tu nota va a ser que la misma que tu compañera, un 8 en el oral. O sea que quedarías con un 8 en el oral y un 10 en el grupal.

Las 3 jóvenes intentaban esconder su felicidad, pero la verdad es que no les salía para nada bien, tenían una sonrisa de oreja a oreja, y esta era bien merecida.

—¿Están todas de acuerdo con las notas que les tocó? —preguntó irónico el profesor.

—¡Sí! —exclamaron todas.

Ya teniendo las notas y la aprobación de su tutor, ya no tenían nada que hacer en ese frío frente... lapidario, habían sido condenados tantos compañeros como ellas. Pero esta vez ellas se salvaron, sus cabezas no rodarán como el profesor quería. Retirarse sería lo más prudente, cada una a su silla, esperando que la clase terminara, en silencio esperaron y esperaron. A todos alguna vez nos ha pasado... No había más nada que decirse, solo verse la una a la otra y sonreírse tímidamente hasta que sea el recreo y puedan hablar libremente.

—¡Ay, al fin terminó la clase! —casi grita Farah.

—¡Aprobamos, chicas! Al fin nos sacamos de encima a este viejo decrépito. —Aunque se esforzaba, Aysel no podía contener su felicidad—. Ahora cuando llegue a casa, me voy a hacer la siesta de mi vida.

El día fue transcurriendo, pasó el recreo. Las chicas hicieron un brindis con sus jugos y Coca-Cola que se habían comprado, con motivo de celebrar, lo que para ellas había sido una gran hazaña. Luego llegó la profesora de Literatura, con sus pesadas obras y novelas para que se aprendas. Terminada esa materia, llegaría la de inglés. El terror de los alumnos, mujer más mala y exigente que esa no había, aún peor que el de historia, ya que este era solo exigente y estricto, pero no mala persona. En cambio la de inglés disfrutaba ver tristes a sus alumnos, siempre hacía preguntas traicioneras, con doble y hasta un triple sentido, era de tomar lecciones y exámenes completamente sorpresa y siempre se escudaba diciendo "Está en mis facultades". O también muchas veces mandaba a hacer trabajos o tareas realmente complejas y a la hora de la entrega no los aceptaba diciendo "el cometido era que te esfuerces y aprendas". Superado eso, y para sorpresa de varios, esta vez no había salido con nada raro, solamente explicó un par de cosas y mandó tareas. ¡Ya era hora de volver a casa! Y todos tenían que saber la gran novedad.

—Farah, ¿me acompañas al centro? Tengo que ir a ver unas cosas —pregunta Aysel a Farah.

—Mmm, sí, dale... ¿Qué tienes que hacer? —respondió sin dudar demasiado.

—Tengo que ir a buscar unos estudios médicos de mi hermanita Nicol y si quieres podemos tomar un helado y charlar un rato de lo fea que es la vida —ríe irónicamente mientras mueve las cejas hacia arriba.

Ríe Farah del humor negro de su amiga.

—¡Bueno! ¿Vamos caminando?

—Sí, obvio, si estamos a pocas cuadras.

Elif se había ido durante la hora de Literatura porque se sentía mal, por lo que solo eran Farah y Aysel. Guardaron sus cosas, salieron del aula, caminaron los largos pasillos, bajaron las escaleras y al fin salieron del colegio

—¡Cómo amo el frío! Estambul en invierno es tan hermosa que se le podría dedicar toda una historia solo a ella —dice Farah con una alegría envidiable.

Y así las chicas, abrigadas hasta el cuello, comenzaron a caminar por las largas calles de Estambul, en dirección al centro, buscando al principio una heladería pero por el clima pensaron que sería mejor un café o simplemente alguna bebida fría. El pronóstico decía probabilidad de nieve y por eso las chicas decidieron apurar su paso, ya que de ser así, la temperatura bajaría fuertemente. Una vez estando en la avenida principal, se decidieron por una cafetería muy popular en Estambul, a la que ellas ya una vez habían ido y se habían hecho amigas del dueño, así que como mínimo las atenderían bien y hasta quizás les hagan un descuento. Uno nunca sabe.

—¡Entremos a esta que es la del Polaco! ¿Te acordás? —pregunta Aysel a Farah.

—Eh, sí, creo que sí. ¿Es a la que vinimos el año pasado?

—Esa misma. Dale, vení, ¡vamos!

Las dos chicas entran al barcito, se sientan en la mesa que daba a la ventana de la calle y cuando se les acerca el mozo, un joven robusto y muy apuesto para preguntarles qué iban a ordenar, Aysel lo asusta diciendo que las había mirado mal y que querían hablar con el dueño del lugar ya que eso era acoso.

—PERO, CHICAS... ¡YO NO LES HICE NADA! SOLO IBA A PEDIR SU ORDEN —exclamó con toda desesperación por miedo a perder su nuevo trabajo el mozo.

—ESTO ES IMPERDONABLE, POR FAVOR TRAEME A TU SUPERIOR ¡YA!

El mozo sin saber qué hacer y muy nervioso, ya que esto nunca le había pasado, corre a llamar a su jefe, sin darse cuenta de que había tirado una silla.

—¡Aysel! ¿Por qué hiciste eso? Si no nos hizo nada el pobre mozo...

Ríe Aysel agachando la cabeza y cubriéndose la boca con las manos para que no se la escuchara desde la oficina del gerente.

—Ya sé. Solo para reírme un poco, total el polaco a mí me conoce desde que soy chiquita, y te aseguro que me conoce bien. Ahora le aclaramos todo y lo invitamos al chico una Coca, que es bastante lindo...

—¡Ja! Qué loca que estás. —Farah no sabía muy bien qué decir, ya que conocía la salidas de su amiga, y como era todo una broma, un poco pesada pero broma al fin, decidió simplemente dejarla y reír con ella.

Desde la oficina del Polaco, podían escucharse la pequeña discusión que se había armado ahí dentro, por un lado el jefe reprochando a su empleado y, por el otro lado, el empleado tratando de defenderse y explicando que no había hecho nada.

—La cosa pinta seria. ¿No lo echarán? —pregunta algo preocupada Farah.

—Nah... Aparte el bar está vacío, no les haría esto con toda la clientela acá, ahora cuando vuelve le pido disculpas y listo, queda todo en el olvido. Quédate tranquila. —Aysel tranquiliza a Farah con su personalidad dominante y segura que tanto la caracterizaba.

—Bueno... Está bien. Pero que conste que estas cosas a mí no me gustan.

La joven comienza a reírse de nuevo.

—Ya sé, Farah, quedate tranquila... ¡Ahí vuelve! Seguime la corriente.

Con algo de cara de triste y mucha vergüenza salió de la oficina el mozo y detrás de él, efectivamente salía su superior, el jefe del lugar, el afamado "Polaco".

—¡Dale, camina! A ver qué cagada te mandaste... —exclama antes de salir de la oficina el Polaco algo enojado.

Caminaron los dos por el corto bar, debía tener unos 3 metros de ancho por unos 10 de largo, atravesaron las 4 filas de mesas hasta llegar a las chicas, ahí el no tan elegante dueño pudo ver quiénes eran...

—¡Son ustedes!... Era todo una broma. ¿No? —pregunta el Polaco sin saber qué cara poner.

—¡Sí! Era para que vengas vos a saludarnos...

—¡Tranquilo, Martin! Era todo una broma de estas pibitas... no te preocupes. —Como buen jefe que era, él sabía la clase de empleado que elige y bien sabía que el joven Martin era incapaz de hacerle algo malo a alguien—. Dejá, ya por hoy trabajaste... te doy permiso de irte antes, sigo yo solo por hoy. Acordate, mañana a la misma hora de siempre.

—Bueno... ¡Gracias, señor! —El joven empleado después de agradecer, se va a cambiar y se retira rápido del pequeño bar. No vaya a ser cosa que su jefe se arrepintiera y lo haga trabajar toda la jornada.

—¿Ven lo que hacen? —preguntó el Polaco algo enojado a las chicas—. Por culpa de ustedes lo tuve que dejar ir.

—¿Y qué tenemos que ver nosotras con esos? ¡Yo ni siquiera dije nada! —exclama Farah igual de enojada.

—Que por la culpa de ustedes tuve que dejar ir al pibe. No iba a dejar que se quede si unas amigas le hacen una broma así...

—Bueno, perdón. No lo hago más, lo prometo. —Aysel pone fin a la conversación con una sincera disculpa.

—Con eso me alcanza. Esperen que les traiga un chocolate caliente y me voy a la oficina que tengo que hacer unos papeles. ¡Ah! y obvio la casa invita. —El exitoso dueño del negocio va a la cocina y le pide al cocinero los pedidos—. ¡2 chocolates calientes! —La gruesa voz del obeso hombre retumba por todo el bar vacío de gente.

—Día largo. ¿No? —insinúa Aysel a Farah mientras apoya la cabeza sobre sus brazos estirados en la mesa.

—La verdad sí... ¿Estará bien Elif? —pregunta Farah frunciendo las cejas—. Me tiene algo preocupada.

—Por Dios, Farah, sí. Obvio que sí, quédate tranquila. —Aysel al ver a Farah algo distraída por no saber cómo se encontraba su amiga, se acerca y se sienta al lado de la joven deprimida para poderla abrazar y hablarle suavemente.

—Pero acordate que Elif sufre del corazón, es mi amiga hace mucho tiempo, no quiero perderla. Farah pasó a estar realmente triste y angustiada, imaginándose lo peor.

—No, no, no, no pienses todo esto, no te hagas mala sangre por algo que ni sabes si está pasando, aparte solo dijo que le dolía un poco el pecho, puede ser cualquier cosa. Yo ya le mandé un mensaje, cuando lo vea... Me lo va a contestar. —La joven al ver que sus palabras no tenían grandes frutos, le agarra los cachetes a Farah para doblarle la cara y que esta quede mirándola fijamente, para repetirle—. Una vez más, quédate tranquila.

—Bueno, está bien. Pero si no contesta, después me pongo peor. —Con algo de risas tímidas y la cabeza gacha afirma Farah.

—¿Para cuándo los chocolates?... —se pregunta Aysel a sí misma en voz alta. En lo que la atrevida y vivaz adolescente no tiene mejor idea que comenzar a llamar al dueño a los gritos—. POLACO ¿Y LOS CHOCOLATES PARA CUÁNDO?

Desde la cocina no hubo respuesta pero sí desde la oficina...

—¡AHÍ VA, NENA! —por el tipo de voz, podía reconocerse fácilmente que era la del Polaco.

—BASTANTE LENTOS SON, ¡EH!.... ¡ACORDATE QUE SOY TU CLIENTA FAVORITA! —exclama gritando la joven.

"Tu clienta favorita dice la pibita", podía escucharse desde las mesas eso susurrarse desde la cocina y las risas desde la oficina, definitivamente, para Aysel, era divertido y a Farah, algo de risa no le venía nada mal.

Entre risas más, risas menos, las chicas comenzaron a hablar nuevamente. Esta payasada que Aysel había hecho había servido para distraer a Farah y lograr hacer que piense en otra cosa, que era lo mejor para ella y no que suceda lo que siempre sucedía, que Farah se dejara llevar por la desgracia ajena, y acto seguido a eso, su depresión.

—¡AHÍ VAN LOS CHOCOLATES, CHICAS!

Quizás haya sido por los temas que hablaron o por las bromas que había gastado Aysel, pero esa espera de unos minutos se había hecho larga, más de lo normal. El olor del chocolate recién preparado podía olerse desde las mesas, como no estaban preparando nada más en aquel momento ya que estaban por cerrar, era lo único por oler. Las puertas se abren y sale el mozo con los dos vasos altos de exquisito chocolate, con dos vasitos de agua y 6 galletas.

—Ahí tienen, chicas... Lo único que les pedimos es que se apuren, porque en hora u hora y media vamos a cerrar. ¿Está bien?

—Sí, sí —dijeron las dos chicas.

—Perfecto. Buen provecho entonces —retrucó el mozo.

El mozo se retira y las chicas comienzan a degustar de lo que les habían regalado, como el chocolate seguía muy caliente, decidieron comenzar por las galletas, aún crujientes, ya que habían sido calentadas, su olor a recién cocinadas era enamoradizo. Todo lo que había sucedido en ese largo día daba pie para hablar un rato sobre todo tipo de cuestiones... era raro, parecía que tenía que hablar, tal vez esa sería la última vez que podrían hacerlo de esa manera.

—¿Y? ¿Me vas a contar o no? —insinuó Aysel sorpresivamente a Farah en la soledad del bar.

—¿Sobre qué, Aysel? —respondió algo confundida Farah.

Aysel comenzó a reírse y a mover en forma de negación la cabeza.

—¿Cómo qué? —Aysel rio—. Mentile a quien no te conozca.

—¡Pero no te miento! Solo no sé de qué me hablas...

—Sobre ese chico que miras todas las clases y que todavía, siendo tu mejor amiga, no me contaste nada de nada de nada. —Aysel triunfante da el primer sorbo de su chocolate, pero sin éxito porque aún seguía caliente.

—¿Nicolás? —ya sonrojada, Farah se vio obligada a responder.

—Si es el de ojos marrones y pelo largo... ¡Ese!

—Ay. ¿Cómo te diste cuenta?

—Te conozco, Farah... Aparte no le sacas la vista de encima.

—Es que es tan lindo. —Ríe Farah mientras agacha la cabeza—. Pero no le digas a nadie, sabes que soy tímida.

—Obvio, yo una tumba, como siempre... pero ¿no vas a hacer nada?

—¿Nada como qué?

—Y no sé... Podrías empezar por saludarlo o hablarle... ¿No estás pretendiendo que se dé cuenta de que lo miras para que te hable?

—No sé, Aysel. No soy como vos, no me salen tan bien estas cosas —replica—. Aparte, ¿qué le digo?

—¡Y no sé, Farah!

—¡Ah, viste! —dice en voz alta Farah—. Ya está, gané. —La joven comienza a reírse.

—Pero salúdalo, acércatele en un recreo o algo.

Entre el ida y vuelta de ideas, el chocolate ya se había enfriado, o por lo menos lo suficiente como para ser tomado, las galletas ya se les habían acabado a las dos chicas y la conversación había llegado casi a su éxtasis. Sobre todo se había hablado de chicos, chicas, amigas, amigos, familia, escuela... ¡hasta incluso de economía y política!

—¿Sabes, Aysel, algo que me da miedo?

—No, decime... ¿Es que Nicolás no se fije en vos? —Aysel le responde una estupidez para hacerla reír, como era su costumbre.

—¡No! —Farah le pega en el brazo a Aysel—. ¡Dale!, en serio...

—Bueno, decime.

—¿Viste que te comenté que a papá le van a hacer echar a un par de personas para abrir una sucursal en otro país?

—Sí... ¿Qué tiene? ¿Te da miedo que lo echen a él también?

—No, eso no. Bueno, quizás un poco, pero más que nada, que lo hagan a él ir a ese lugar.

—No creo, Farah, aparte ¿por qué lo mandarían a él? ¿Él no trabaja acá hace varios años?

—Sí y justamente por eso, porque sabe más del tema que nadie. Pero no sé, lo veo difícil... —algo preocupada, como ella ya había dicho estar, le pide opinión a su amiga—. ¿Vos qué decís?

—No creo, lo veo difícil yo también. Una pregunta... ¿Él estuvo metido en el proyecto desde el principio?

—No, no, para nada. —Farah intenta aclararle y explicarle—. Mira, él se empezó a meter más en el tema, y no porque quiso, sino porque lo obligaron más o menos. Ahora a lo último, que empezaron a echar gente para reducir gastos y para que a él no lo toquen, se hizo responsable más o menos de los despidos. Eso, también hace horas extras sin cobrarlas, entre otras cosas más para que esos hijos de puta no lo toquen a él también.

—Si es así... quédate tranquila, Farah, entonces. —Con algo de decepción y un rencor muy difícil de esconder, Aysel agrega—. De verdad, a esta gente no le interesa nada más que llenar sus bolsillos... Pero, bueno, de verdad quédate tranquila. A nuestro alcance, no hay nada e igualmente no va a pasar.

Con las palabras como solo una amiga sabe decir, hizo entrar en razón a Farah y hacerle entender que su miedo, no era ilógico pero era sin fundamentos y que debía quedarse en paz ya que poniéndose pensamientos malos en la cabeza no ganaba nada. Entre más trivialidades que fueron hablando de todo tipo, familia, colegio, amigos y amigas, economía y política. Y así se les ocuparon más de dos horas con la charla hasta que el polaco las empezaba a apurar y decidieron que era hora de irse, para que pueda cerrar el local sin ninguna molestia. Como las dos vivían en lugares de la ciudad distintos se despidieron y fueron cada una por su lado. El viaje para Farah significaba al menos media hora y obviamente parada, ya una vez en su casa, al ver que todavía no había llegado nadie, decidió comer una galletas que habían sobrado de la mañana y acostarse a dormir un poco. Al menos hasta que llegara alguien... esa espera no fue larga, Farah calcula que habrán sido unos 15 minutos, no más de 20. Pero lo suficiente como para descansar. Como la joven estaba descalza, no hizo ruido al bajar las escaleras, por lo que sus padres no la escucharon y no se detuvieron en su discusión y por eso ella pudo escuchar un poco.

—Y... ¿Qué vas a hacer? —pregunta realmente enojada Annesa a Murat.

—No sé, Annesa... yo tampoco quería esto y eso te lo puedo jurar.

El primer pensamiento que vino a la cabeza de Farah fue que habían echado a su padre del trabajo o que lo habían presionado con la amenaza de echarlo para que haga un arreglo que no sería nada bueno para ellos. Pero algo era seguro, era mejor un mal trato a estar desempleado y eso Murat lo sabía muy bien. Sea lo que sea, si Farah intervenía, la discusión cesaría y al preguntar, le mentirían... entonces lo mejor era no intervenir. Para error de Farah no habían pasado 20 minutos como ella creía, ya que alcanzaba a ver el reloj de la pared y había dormido más de una hora, eso significaba que seguramente llevaban un rato largo hablando.

—¿Pero qué? ¿Sos tan cobarde como para negarte?

—¡Entendé, Annesa! ¡Si me niego me echan a la mierda! ¿Querés que deje a nuestros hijos sin comida? ¿Qué no puedan llevarse unas monedas al colegio o no poder comprar ni siquiera los libros? —El estresado y muy desdichado hombre, por la bronca y el enojo, le pega una patada a la pata de la mesa, lo que hace temblar todo.

—Por mucho prefiero eso a ir a un guerra... —responde bastante cortante Annesa.

Ante el susto de escuchar un golpe y ya estando muy asustada e intrigad por la situación, Farah decide bajar a ver por qué demonios estaban peleando y qué tan serio era lo que desde afuera parecía un pleito.

—Ma, pa... ¿Qué pasa? ¿Por qué pelean? —preguntó muy consternada Farah.

—¡Farah! ¿Estabas acá?... No sabíamos, perdón —replica la madre de los 3 niños.

—Por nada, Farah... cosas de adultos —responde sencillamente el padre.

—¡Decile, Murat! Decile a tu hija a dónde nos mandaste... —sentencia la madre.

—Te lo digo a vos primero antes que a tus hermanos, no es nada seguro y me lo dijeron por encima. —Murat intenta alivianar lo que él sabía que era algo seguro—. Pero quizás nos tengamos que ir 6 meses a Siria por trabajo.

—Ni sé cuándo cae el día de los inocentes, pero decime por favor que es en broma. —Farah sin saber muy bien qué pensar, optó por preguntar suavemente agarrándose la cabeza mientras Annesa, queriéndose hacer la fuerte, se aguantaba las lágrimas.

—No... no lo es.

—¿Pero qué iríamos a hacer en Siria?

—No, no. ¡Ningún vamos! ¡A ese lugar te vas solo, pedazo de tarado! —Annesa sin poder controlar más su enojo , explotó y para mal—. Esto lo solucionas, yo y mis hijos no nos movemos de Estambul.

—Farah, lo único que te pido es que contengas un poco a tu mamá y que no les digas nada a tus hermanos —dijo mirando a los ojos Murat a Farah, con una gran tristeza—. Quedate tranquila que esto lo voy a solucionar.

Ante el gran enojo de su esposa y el poco y nada de apoyo que había demostrado su hija mayor, el padre de familia no tuvo más alternativa que ir a su trabajo a hablar, a ver qué tan en serio iba la cosa o si se podía negociar algo o cualquier cosa mejor antes que ese horrible arreglo. La verdad es que ni Farah ni Annesa sabía qué iba a pasar o si en verdad se iban a ir a Siria por 6 meses, para bajar un poco la locura que había causado el momento y para calmar un poco las aguas antes que vengan los dos niños, la madre decidió preparar un té para ella y Farah. Nada como unas tostadas con manteca y un rico té como para distender hasta el peor de los ambientes. Las dos mujeres no sabían si hablarse o no. ¿Qué decirse? ¿Qué tan mala sería su vida allá? ¿Romper la hermosa familia que tenían solo por una estadía de medio año y que quizás podía ser menos? ¿Que su marido renunciara y vivir solo con el salario que tenía ella como docente? Sabían que con la crisis no le alcanzaría para nada y la situación sería quizás peor, al menos allá vivirían holgadamente y jamás permitirían que sus hijos trabajaran y dejaran de estudiar. Pero se la jugaban a ir a Siria y encontrarse con todo lo que se decía en Turquía y todo Occidente que había allí, solo sangre, dolor y muerte. Era la decisión por tomar y una para nada fácil. Lo que parecía un sinfín de puro silencio, nada incómodo, era un silencio obligado, fue corrompido por el ruido de unas llaves y no era Murat, eran los dos niños.

—Farah, tratemos de que Abdel y Khan no se den cuenta de nada. —Annesa le agarra la mano a Farah—. Son todavía chicos y no lo van a digerir mucho, si llega a pasar... hablémoslo como tiene que ser: en familia y todos juntos —concluyó con una impresionante paz Annesa, quizás había entendido que peleando no solucionaría nada, y de esta tenían que salir todos juntos.

—¡Mami! ¡Farah! —grita con su fina voz desde la puerta Khan—. ¡¿Cómo están?!

—¡Khancito! —grita con una alegría un poco falsa Annesa.

Y detrás del más pequeño de la casa, entra su hermano mayor. Este entró más tranquilo ya que había tenido un mal día. Annesa le da un gran abrazo a su pequeño, se notó que no era un abrazo normal, este fue muy real, de esos que se dan cuando no se ve hace mucho tiempo a alguien. Tuvo que aguantarse las lágrimas, los niños no podían saber nada. Farah por su parte abrazó con un gran amor a Abdel, este aunque estaba algo enojado y muchas veces solía llevarse mal con ella... pero esta vez vio tristeza en los ojos de su hermana, por lo que decidió devolverle el abrazo y abrazarla con más fuerza, quizás sea porque no había vivido tanto como su madre, pero Farah no logró contener el llanto y derramó una lágrima sobre el hombro de Abdel, lo cual por fortuna él no notó.

—¡Cuenten! ¿Cómo les fue? —pregunta enérgicamente la madre con una fuerte intención de generar conversación y esconder lo que pasaba.

El primero en hablar fue Khan, el niño estaba realmente feliz y no se molestaba en esconderlo... todo lo contrario, estaba muy bien demostrándolo. Cuando empezó a hablar explicó cómo sus maestras lo felicitaron por lo buen alumno que era y que se había encontrado tirados 10 euros, gracias eso había comido dos hamburguesas y le había sobrado plata. ¡Su día no podía ser mejor! El problema fue cuando era el turno de hablar de Abdel, el jovencito mientras hablaba su hermano se mantuvo callado y lo más ajeno posible, lo cual llamó la atención de todos ya que era bastante charlatán. Su actitud rara hizo desviar la atención de todos a él, que irónicamente es lo que más quería evitar.

—¿Qué pasa, Abdu? —preguntó Annesa—. Estás muy calladito.

—Nada pasa, ma —respondió cortante el niño mirando hacia abajo.

—Hijo, te conozco... ¿Qué te pasó en la escuela? —siguió insistiendo la madre.

—Me fue mal en la presentación, ma...

—Bueno, hijo, no es la muerte de nadie desaprobar algo. ¡Ya lo vas a levantar en la próxima! —bastante comprensiva Annesa concluye con otra pregunta para que su hijo pueda expresarse—. ¿Eso solo o querés hablar de alguna otra cosa?

—El chico ese de España me estuvo molestando otra vez, no sé qué le pasa conmigo. ¡Yo no le hice nada! —Abdel con algo de enojo y tristeza se para, se agarra la cabeza y comienza a caminar por la cocina.

—Hijo, los occidentales son así... gente dura de palabras y violenta con los que no conocen. —La madre lo estaba intentando calmar con palabras en lo que Farah interrumpe.

—¡Y PEGALE, TARADO! ¡No te dejes bastardear por ese!

—Pero es más alto que yo y parece más fuerte... —con bastante decepción le respondió su hermano.

—No siempre vas a tener todo de tu lado Abdu, pero a veces tenés que ser valiente y defenderte de un infeliz opresor que quiere lastimarte —responde con bastante sabiduría espontánea Farah—. Además, más que comerte una patada no va a pasar. —Su sabiduría espontánea fue opacada por esa innecesaria broma y su burlona risa. Con lo que fue respondida con fea cara por su hermano.

Mientras la familia compartía una típica conversación, se había logrado olvidar la amarga noticia y gracias a eso estaban todos normales de vuelta. Pero por desgracia esto duraría poco, desde la cocina volvió a escucharse el ruido de unas llaves, como ya estaban todos en la casa, a excepción del padre, solo podía ser Murat que volvía de su oficina. La puerta se abrió y, efectivamente, era el hombre con cara de derrotado y el nudo de la corbata ya flojo hacía un rato largo, dejó caer su maletín a mitad de camino y agarrándose la cabeza llegó a la cocina para dar la noticia...

—¿Y? ¿Qué te dijeron? —preguntó mirando fijamente Annesa.

—No hay caso... es eso o me despiden y no piensan indemnizarme nada

—¿Qué paso? —preguntaron los niños que nada sabían de la situación.

—La empresa me quiere mandar 6 meses a Siria, a la nueva sucursal que abrió en Alepo. Es eso o me quedo sin trabajo.

—¿Y qué pensás decir? —increpó Abdel que de golpe había olvidado de todos sus demás problemas—. ¿Vas a aceptar? —concluyó con la pregunta más importante.

—Si entre todos decidimos que sí, sí. Si no, no.

—¿Allá tenemos todo pago? —preguntó Khan.

—¡Por supuesto que sí!, tenemos los boletos pagos, allá tenemos casa con auto y lo que voy a ganar por mes en Alepo va a ser 4 veces lo que gano acá.

—¿Es solo por 6 meses? —preguntó Farah.

—Sí, solamente 6 meses, es hasta que la producción se normalice y la fábrica funcione al 100% de su capacidad. De 6 meses, voy a estar la primera mitad controlando todo y la segunda mitad del semestre capacitando al nuevo gerente, una vez completado eso, yo no tengo más nada que hacer ahí. Que tu mamá se saque licencia por 6 meses, vamos a hablar a los colegios de ustedes y el año que viene están cursando de vuelta ahí con sus amigos. ¡Son 6 meses nada más, chicos!

—Dicho de esa manera, no es tan grave —mencionó Abdel.

—¡No! No lo es —replicó con bastante entusiasmo el padre.

—¿Cuándo nos iríamos? —preguntó algo consternada Farah.

—A fin de mes.

—¿EN 10 DÍAS? —comenzó a gritar la adolescente por el enojo—. ¿TE PENSÁS QUE VOY A ORGANIZAR TODO LO QUE QUIERO LLEVAR Y ME VOY A DESPEDIR DE TODOS EN 10 MISERABLES DÍAS?

El griterío volvió a apoderarse de la habitación en donde se encontraban, todos querían saludar a todos, y tenían cientos de cosas por organizar, dejar o llevar. Los 3 jóvenes querían despedirse de todos sus amigos y por qué no también de sus enemigos, Annesa estaba algo apurada para tramitar lo de su licencia, por lo cual dentro de un rato partiría al ministerio de Educación, el único que quería hacer todo lo más ágil posible era Murat. Parecía que él no tenía nadie a quien abrazar o saludar, ni daba mayor importancia al tema de qué llevar y qué no, solo quería ir y que pasen esos 6 meses para volver a su casa tranquilo. Cuando el ambiente volvió a calmarse, el silencio dominó al descontrol, y la rara confusión de sentirse sin saber qué hacer se había vuelto el lenguaje de todos. Annesa optó por salir rápidamente a la escuela y después al ministerio, Murat habló unas palabras más con sus hijos y luego se fue a hacer unas llamadas por teléfono, obviamente se sirvió un vaso de whisky añejo y comenzó a fumar, lo cual era raro en él, ya que nunca lo había tomado como un ámbito pero él estaba realmente estresado. Por su parte, Khan, Abdel y Farah lo habían tomado con una madurez realmente sorprendente, cualquiera hubiera esperado que se nieguen o hagan una escena importante, que llevaría toda la tarde remediar y solo haría todo más difícil, pero no. Hubiera estado bien que Murat se los agradezca, pero no lo hizo y eso es algo que en silencio molestó a Farah, que fue la que más odió la decisión de sus padres, pero como sabía que no quedaba otra opción, optó por cerrar la boca y apoyar a sus padres y en principal a su padre. El día se convirtió en noche, el teléfono no había dejado de sonar, la noticia ya estaba en boca de todos los que conocían a la familia Pamuk y dentro de 8 días ¡se haría una fiesta de despedida! Todos los conocidos asistían, amigos, hermanos, familiares, conocidos, desconocidos, compañeros, ¡todos!

—¿Hablaron con todos ya, chicos? —preguntó Annesa en la mesa.

Por motivo de la conmoción de todo, habían decidido preparar una de las comidas que más les gustaba a los chicos de la casa, pizza. Podía parecer estúpido o una pequeñez, pero estos detalles sumaban mucho y podían hacer la peor noticia mucho más llevadera.

—Sí, ma, ya hablamos con todos, o al menos yo sí, el sábado van a venir Nico, Kaan, Aydin y Serkan. —Con bastante exactitud respondió Abdel.

—¡Genial que ya hayas pensado a quiénes invitar! ¿Y ustedes? —La madre gira la cabeza en dirección a Farah y al pequeñín Khan.

—¡Ay! No sé a quiénes invitar, me da vergüenza contarles a mis amigos y traerlos a casa —respondió algo triste Khan.

—¿Y por qué te da vergüenza? Nos vamos por trabajo, no hay nada de malo en eso.

—No sé, supongo que porque soy tímido... —El niño sin más palabras agacha la cabeza por la vergüenza.

—¡Dale que nos vamos por un rato largo! Inviten a todos los que sean importantes para ustedes y no se dice más. Aparte, si bien no me gusta mucho esto, pero hagámoslo por tu papá —insiste Annesa—. El apoyo nuestro, y más que nada de ustedes, le va a hacer muy bien.

—Bueno, ma —replica Khan.

—¿Y vos, Farah? ¿Le avisaste a alguien? —preguntó Annesa.

—Sí, ma, les dije a las chicas nada más.

—Genial, entonces, chicos, inviten a todos para el sábado al mediodía. Su papá y yo vamos a invitar a todos sus tíos, sus padrinos y unos amigos más. Serán más o menos unos veintipico invitados, y ya mañana voy al colegio de cada uno de ustedes a hablar para que les guarden la vacante para el año siguiente, después de eso, vamos a empezar a empacar.

Y así fue, al día siguiente Annesa y Murat fueron a los colegios de sus hijos a hablar, y al principio con la excusa de que son colegios muy prestigiosos y mucha gente necesita esas vacantes se negaron, pero después de explicarles bien toda la situación, terminaron accediendo. Con ese obstáculo ya pasado, comenzaron a hacer las maletas y empacar todo. El ¿qué llevo? Se había vuelto una pregunta bastante difícil de responder para sorpresa de todos, pero con tiempo y paciencia, de a poco, iban decidiendo qué llevar y qué no, el auto rápidamente lo vendieron para tener más plata para llevar y la casa se la alquilarían 6 meses a un matrimonio joven amigo de Murat que se habían casado hacía muy poco y no tenían dónde vivir, con la condición de —como eran amigos— algunas cosas no tocarlas, como por ejemplo las habitaciones de los niños, ya que como serían 6 meses solamente y no tenían ningún hijo, no les darían ningún uso, solo podían entrar para abrir las ventanas, ya que esa condición era muy favorable, ahí guardarían todo lo que no querían que toquen. Le dejarían las llaves a su hermano Onur, para que este se las entregase a los inquilinos. Lo demás ya estaba todo cubierto, Annesa había sacado con éxito la licencia de 7 meses para su trabajo, y Murat ya había hablado en su trabajo para que le paguen los pasajes y le expliquen bien cómo sería el traslado. Irían en un vuelo comercial, saldrían el lunes a las 10 de la mañana y estarían aterrizando en Alepo a las 12 del mediodía aproximadamente, y llegando a su nueva casa, en un barrio residencial de la ciudad unas 2 horas después. Parecía que ya estaba todo listo, tenían el dinero para llevar, la casa estaría bien esos meses, en el trabajo y la escuela ya habían arreglado todo, los pasajes los pasarían a buscar el mismo día de partir, la documentación legal para salir del país estaba en orden y en teoría estaban todos de acuerdo con viajar, por momentos Farah se resistía y no le gustaba la idea, pero siempre terminaba resignándose y aceptando la realidad, ella toda esas dos semanas había dicho lo mismo "simplemente tengo un mal presentimiento de todo esto", y el tiempo demostraría que no se equivocó para nada.

—¡Chicos, pongan la mesa! —podía escucharse desde la calle los gritos de Annesa, mientras Murat preparaba la comida, Annesa estaba ordenando todo y los niños, bueno... mucho no ayudaban. ¡El día de la fiesta había llegado!, los hermanos de Annesa y Murat habían ayudado mucho con los preparativos, por toda la casa habían cartelitos de "Buen viaje", "Los extrañaremos" o algunos no tan formales pero sí más divertidos como "vuelvan más graciosos", "traigan dinero que salud sobra" o directamente "no vuelvan". Todo el living estaba lleno de ellos, como no había mucho espacio en la casa, decidieron sacar una gran mesa a la calle, todo con cerveza, vinos y comida típica turca. De a poco los invitados iban llegando, primero los hermanos del matrimonio, después varios amigos, vecinos de muchos años y confianza. Muchos de ellos habían puesto dinero para la fiesta y les habían dado un poco para que se lleven a Siria "por si acaso", y por último iban llegando los amigos de cada uno de los chicos, entremezclados llegaban los jóvenes, los que solo le veían la parte buena al tema, los que ayudaban con risas y no con llantos, como hacían los adultos... Fueron cientos los regalos de todos, grandes y pequeños, la fiesta había durado hasta casi las 7 de la tarde los que más se quedaron, abrazo hasta el cansancio para todos de parte de todos, también hubo risas y algunas lágrimas derramadas. Farah se preguntaba por qué algunos lloraban, si solo se iban 6 meses... Quizás era algo que solo los adultos podían ver y entender, o quizás ella no había madurado lo suficiente para sentir lo que ellos, o quizás simplemente no le daba tanta importancia. Fuera cual fuera el caso su última fiesta en Turquía había pasado, y la última vez que estaría con sus amigos y familia completa, la fiesta había terminado. Farah y Annesa se quedaron un poco más que todos ordenando la casa, lavando los últimos platos y limpiando toda la casa que había quedado hecha un desastre por motivo de la celebración, por algún motivo extraño y desconocido para ellas, ninguna había dicho ni una palabra en toda la hora que llevaban limpiando, hasta que una se animó a romper el silencio.

—¿Por qué estás tan callada, Farah? —preguntó Annesa mirando extrañada a su hija.

—Es que no sé, es muy raro todo y pasó muy rápido —aclaró Farah—. ¿Cómo será allá? —concluyó con la lapidaria pregunta.

—No lo sé, hija, tengo que serte sincera... la verdad, no lo sé. Sí sé que la situación allá no es la mejor, pero vamos a tener seguridad privada constantemente y estaremos viviendo en un barrio privado.

—Pero ma... —Farah sin saber qué hacer prefirió estar callada todo el tiempo para ayudar a sus padres pero ya habiendo terminado la fiesta de despedida, y estando sola con su madre... simplemente se dejó llevar por lo que había sido toda la emoción de esa semana. Sin más vueltas, se abrazó a su madre y quebró en llanto, había sido muy duro para todos esos días, pero para ella más que para nadie, porque nunca se quejó y se mantuvo fiel a todos hasta el último momento, ayudando en todo lo que podía y conteniendo a todos.

—¡Ey, Farah, no llores así! Si sos una chica muy fuerte ¡no tengas miedo!

—Pero tengo miedo, ma, es otro país, otra gente, otra cultura. ¡Es una locura ir! —exclama en el hombro de la madre la joven niña llorando

—Ya está, Farah, descárgate todo lo que puedas...

El 19 del último mes del año 2011 salieron de su casa, como habían vendido el auto, su tío Onur, el mecánico, los llevaría hasta el aeropuerto y ahí les darían las llaves de la casa. El vuelo 247 de Airlines Turcas saldría a las 10 de la mañana del Aeropuerto internacional de Estambul. La familia salió de la cama tipo 5 de la madrugada, el sol seguía durmiendo y ya estaban todos cambiados, desayunando y ordenando las últimas cosas, para que a las 7 los pasen a buscar. Efectivamente, a las 6:51 estaba Onur tocando bocina en la puerta de la casa, luego de subirse y acomodarse tuvieron un viaje de 45 minutos hasta el Aeropuerto, como siempre insoportable el tránsito de Estambul, debían ser cosas de las grandes ciudades. La despedida fue larga y triste, Onur los acompañó hasta donde los de seguridad del Aeropuerto se lo permitieron, los abrazos no se hicieron esperar y como un mar todos fueron ahogados en ellos, luego de abordar y de un viaje de 2 horas que no tuvo nada de especial, a las 12:05 hora de Turquía ya estaban en suelo sirio, aterrizando en lo que en teoría era el Aeropuerto internacional de Alepo, y digo en teoría porque la familia nunca había pisado Siria ni tenía mayor conocimiento del país que el nombre de algunas ciudades importantes de allí. Desde la ventana del avión se podía ver un aeropuerto bastante descuidado, pintando con un color amarillo oscuro bastante desagradable. Definitivamente lo primero que les llamó la atención fue la fuerte presencia militar cuidando todos los aviones y a los costados de la pista. ¿Era un indicio de que eso había sido una mala decisión? Ellos aún no lo sabían, pero de algo sí estaban seguros... eso irrefutablemente no era como Turquía, unos minutos después del aterrizaje, lo cual para decepción de los niños que nunca habían volado fue lo único turbio del viaje, el avión logró acomodarse en su puerta y ahí estuvo parado un rato largo sin que los dejen bajar, desde los altavoces del avión les decían que era por cuestiones de seguridad pero la verdad era que por la mala administración del personal del Aeropuerto todavía la escalera no había llegado. Luego de más de 20 minutos de espera, pudieron desembarcar del avión, bastantes abrigados por el frío y caminando por el exterior por la pista, pudieron entrar al Aeropuerto, una vez recogido su equipaje, un hombre delgado llamativamente alto, de aspecto descuidado, con una barba desprolijamente larga, con una severa calvicie, y con un cartel que decía "FAMILIA PADMUCK" en letras grandes y bastantes legibles los estaba esperando en la entrada de la sexta salida de abordaje en el Ala norte.

180 días en Siria

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