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ОглавлениеPALABRAS PRELIMINARES
Federico García Lorca.
El universo femenino en tres obras de García Lorca
El escritor español Federico García Lorca (1898-1936) fue una de las grandes figuras de la llamada Generación de 1927. Hijo de un hacendado granadino, estudió Letras y Derecho en Granada y Madrid, donde se estableció en una Residencia de Estudiantes en 1919. Al igual que los poetas de su generación, fue gran admirador de Góngora y redescubridor de la poesía popular. Además, fue dibujante, músico y excelente recitador. En su primer intento dramático, El maleficio de la mariposa (1920) se refleja la influencia de Juan Ramón Jiménez y de Rubén Darío, dominantes en la literatura de ese tiempo. El lirismo domina también su romance popular Mariana Pineda (1927), estrenado por la actriz Margarita Xirgú, con decorados de Salvador Dalí.
La poesía popular andaluza está presente en sus farsas para guiñol y para actores: Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita, Retablillo de don Cristóbal (1931), La zapatera prodigiosa (1930), Amor de don Perliplín con Belisa en su jardín (1933). Hacia finales de la década de los 20, García Lorca había alcanzado una gran popularidad con su libro de poesías Romancero gitano (1928). Viaja entonces a Nueva York y Cuba. Una corriente surrealista comienza entonces a reflejarse en parte de su obra, como en el libro Poeta en Nueva York y en la creación dramática Así que pasen cinco años, sobre el tema del paso del tiempo.
En 1932 participó en la creación del grupo teatral La Barraca, que viajó por las provincias españolas con un repertorio clásico. Desde 1933 fue promotor de los Clubes Teatrales de Cultura, cuyo objetivo era «hacer arte al alcance de todos». En ambas empresas fue director, autor y escenógrafo.
En 1933 estrenó Bodas de sangre, considerada como la primera parte de una trilogía dramática de la tierra española, caracterizada por ser una mezcla entre drama popular, realismo y poesía, a la que pertenecen Yerma (1934), Doña Rosita o el lenguaje de las flores (1935) y La casa de Bernarda Alba (1936), considerada su obra maestra, escrita poco antes de estallar la Guerra Civil y que jamás vio representada y que solo se estrenó en 1945. García Lorca fue asesinado en Granada a los pocos días de comenzada la guerra, cuando tenía 38 años.
Como se puede observar en los títulos de sus obras de teatro, hay en García Lorca una fuerte inclinación a retratar el mundo femenino de la España de su época. Y dentro de esa temática, la mayoría de sus obras giran en torno a una situación dramática básica, profundizada y enriquecida y que alcanza su punto más alto en La casa de Bernarda Alba: el conflicto entre el principio de la autoridad y el principio de la libertad. Estos preceptos básicos pueden tomar diversas encarnaciones, según cada una de las obras. Así nos encontramos ante una lucha donde por una parte están el orden, la tradición, la colectividad, y, por otro, el instinto, el deseo, la imaginación, la individualidad. Sus distintos elementos van tomando caracteres simbólicos como la tierra, el agua, la luna, los toros, la sangre, una navaja, ya que dentro de este teatro el factor poético anima desde su esencia a los personajes y sus historias.
La acción de La casa de Bernarda Alba transcurre en un espacio cerrado, hermético, y está enmarcada por la primera y última palabra que Bernarda pronuncia: silencio. Aquí, la autoridad (el autoritarismo, en rigor) está encarnado en esta mujer de férreo carácter, y la libertad está representada por las hijas. Bernarda Alba impone a los demás un universo cerrado, vigilante, sostenedor de una moral tradicional, al punto de convertirla en un personaje frío y despótico, dueña de todo el poder. El instinto natural de sus hijas, su anhelo de amor y afecto será lo que ponga en peligro dicha dominación.
Representación de la obra La casa de Bernarda Alba.
Al comenzar la obra viene de enterrar a su segundo marido. Debido al duelo, Bernarda impone en el hogar un luto que debe durar ocho años, donde no entrará «ni el viento de la calle». Profunda, aunque silenciosamente, sus hijas se rebelan ante la medida, ya que están en edad de tener novio y hacer vida social. Solo la mayor, Angustias, única hija del primer matrimonio, es rondada por Pepe El Romano, quien en realidad va tras el dinero dejado por el primer marido de Bernarda y que corresponde a la joven. Pronto se inicia una sorda lucha entre Angustias, Martirio y Adela por Pepe, hasta que esta última logra mantener con él una relación clandestina. Poco antes del matrimonio entre Pepe y Angustias se desata el drama: Bernarda descubre el amorío, dispara contra el hombre y Adela, creyéndolo muerto, se ahorca. La sentencia final de la madre cierra el círculo que se había abierto en el primer acto: «Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio! ¡A callar he dicho! ¡Las lágrimas cuando estés sola! Nos hundiremos todas en un mar de luto».
Por su parte, Yerma es también otro drama de mujeres, en este caso encarnado por una protagonista incapacitada para tener hijos, como su nombre lo indica (árida, vacía, estéril son sus sinónimos). Ella se ha casado con Juan, un rico labriego al que no parece amar sinceramente y en quien ve más al padre de sus hijos futuros que a un esposo. Pero a medida que transcurren los años no logra el embarazo tan deseado. Yerma se siente excluida de una sociedad que la mira con ojos acusadores, culpándola de una infertilidad que se le vuelve insoportable. Ella espera, sueña, lucha, se recrimina y se va llenando de odio y de silencio, hasta que finalmente decide aceptar su condición. Intuye -y también el espectador- que su auténtico amor por Víctor quizá le habría dado el hijo tan deseado, ya que pareciera que ese vínculo era ineludible para crear otro ser. Al igual que otros personajes femeninos de García Lorca, la protagonista de esta obra carece de libertad: no la tuvo para casarse ni la tiene para prescindir de su función maternal, porque socialmente es mirada de manera turbia, al punto de que su deseo se convierte en una obsesión absurda: «Lo tendré porque lo tengo que tener. O no entiendo el mundo».
Doña Rosita la soltera o El lenguaje de las flores fue escrita por García Lorca en 1935, solo un año antes de su muerte, cuando su fama de poeta estaba consolidada y había escrito no solo sus tragedias más conocidas, sino que otras obras de enigmático corte surrealista. Se trata, por tanto, de una creación de madurez y, como tal, aparecen aquí varios de sus temas más característicos, como el tiempo, la mujer y la frustración en el amor, representada en este caso por el tema de la soltería femenina española de clase media.
Representación de la obra Doña Rosita la soltera.
La obra se divide en tres actos, cada uno de los cuales corresponde a tres años distintos. El primero se desarrolla en 1885, cuando Rosita tiene apenas 20 años y su primo y enamorado decide marcharse a América, con su padre, pidiéndole que lo espere; el segundo en 1900, y el último en 1911, cuando el “mal de ausencia” que sufre la muchacha, desengañada ya por la boda del primo, se convierte en una dolencia crónica y desesperada. En su drama de tintes románticos, García Lorca quería mostrar la escisión total que existe entre el tiempo interno del personaje central -su inmovilidad, su inactividad más absoluta- y el tiempo externo que sigue su curso, que todo lo modifica, aunque sin consumir las ansias, esperanzas y lealtades de la protagonista.
La obra se desplaza desde la comedia al drama. Aquí es clave el contrapunto entre los dos primeros actos, y el tercero. Si al comienzo domina el color y la luminosidad, y un cierto tono destemplado, en la última parte, en cambio, la luz es escasa y plana y han desaparecido todos los elementos que le otorgaban tonalidades cálidas. En medio de ello deambula Rosita, vestida con un traje que recuerda ligeramente a un vestido de novia, anclada en su pasado y confirmando lo que el propio autor declaró respecto de la obra: “Yo quería realizar una comedia sencilla y amable. No me ha salido, sin embargo, sino este poema que a mí me parece que tiene más lágrimas que mis dos anteriores producciones”.
Juan Andrés Piña