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Prólogo

Dicen que quien canta reza dos veces. Yo me atrevería a afirmar lo mismo de quien lee, escribe o pinta. Me explico. Quien lee guiado por el anhelo de la verdad, quien escribe con palabras gestadas en el corazón, quien pinta para plasmar la belleza que intuye en el mundo… todos ellos entablan un diálogo sincero, aunque no siempre consciente, con Aquel que es la fuente de la verdad, de la autenticidad y de la belleza.

En Orejas de colores, Fernando Cordero lee, escribe y pinta, y lo hace orando, él sí, con plena consciencia, porque todo el libro rezuma plegaria. El título es paradójico, pero de ningún modo es un artificio literario gratuito ni un simple recurso publicitario. Las orejas no son precisamente el órgano más invocado para aludir a la belleza del cuerpo. Los ojos le pasan siempre por delante y nos hacen olvidar la importancia de la escucha.

Fernando, tal como se hace patente en este libro, es un hombre acostumbrado a escuchar. Amante de la buena conversación, sabe estar atento a su interlocutor. Acoge lo que el otro dice y lo que el otro es. Esta es la clave de casi todo. Nos preocupamos mucho de lo que debemos decir y muy poco de escuchar lo que nos dicen. Escuchar es una manera de descentrarnos, de olvidarnos de nosotros mismos y abrir las puertas de nuestra casa a los demás. En definitiva, es una manera de amar. Y en el mundo de hoy, hay muchas voces que necesitan ser amadas-escuchadas.

Además, Fernando escucha lo que lee, lo que ve y, sobre todo, lo que vive. Solemos leer para polemizar con el autor escogido o para sentirnos confirmados en nuestras opiniones. Pero entonces solo nos escuchamos a nosotros. Leer se convierte en un monólogo solipsista. Encerrados en nuestras opiniones, creemos que ya no queda nada por descubrir.

No así el autor de Orejas de colores. Cada lectura es una oportunidad para dejarse sorprender con ideas nuevas o puntos de vista enriquecedores. En el libro encontramos numerosas citas de otros autores, no para hacer gala de una erudición envidiable, sino para reconocer con humildad que, casi siempre, somos deudores del pensamiento de otros.

Leer es orar si entre las voces de los escritores sabemos intuir el eco de la Palabra por la que todo fue hecho (Jn 1,3). Leer es orar si se convierte en el ejercicio de estar a la escucha, como María de Betania, de no dispersarse con tantas distracciones para ahondar en lo esencial. Este libro nos enseña a leer, a escuchar los libros, a buscar la verdad oculta tras las palabras escritas, a dialogar con los autores entrando en comunión con su experiencia.

Pero con las orejas de colores no aprendemos únicamente a alimentarnos de la lectura. Fernando nos enseña a escuchar la vida para transformarla en sabia experiencia. De poco sirve vivir acontecimientos, exponerse a las circunstancias, abrirse a las emociones si luego somos incapaces de captar el mensaje que llevan implícito.

Decía que Fernando lee, escribe y pinta. Y escribe muy bien. Sin caer en una retórica estéril, utiliza un lenguaje de una gran belleza que seduce al lector y lo adentra en el sentido del texto. Los títulos de los apartados son ingeniosos y provocadores. Cada capítulo es una monodosis de esperanza. Parte de una escucha, bien sea de un autor o de una vivencia. Este material rebosante de vitalidad alimenta una reflexión profunda para conducirnos a una oración que hermana experiencia y anhelo, sueño y compromiso, historia y eternidad.

Escribir puede ser un ejercicio de autocomplacencia o un servicio. Por supuesto nos encontramos frente al segundo caso. Una escritura que es esfuerzo personal para poner la palabra al servicio de la esperanza, porque en la construcción de un mundo mejor necesitamos palabras que lo describan.

Fernando es un artesano del lenguaje. Además de hacernos disfrutar con un estilo muy cuidado nos proporciona el instrumental necesario para interpretar nuestra realidad y empujarla hacia horizontes más justos y liberadores.

Y Fernando también pinta. ¡Nadie dirá que a este libro le faltan colores! Agrupar las diferentes meditaciones tras un cromatismo lleno de significado es de una originalidad simpática y llamativa. A veces el peso del día a día nos deja tan apesadumbrados que perdemos la capacidad de dar color a la vida. Entonces nos acostumbramos al simplificador «blanco y negro» o, peor aún, al aburrido, monótono y desalentador gris lánguido. En cambio, a través de este libro resuenan en nuestro corazón palabras exultantes de color que nos invitan a despertar a esta primavera que es la vida de la fe.

Y los colores se unen a las formas. Como muy bien confiesa Fernando, él es un «buscador de imágenes sugerentes», porque las palabras dibujan la realidad. Cuando vamos de excursión y parece que nos hemos perdido, agradecemos que alguien nos haga un croquis de nuestra situación: una montaña aquí, un pueblo acá, un río por allí, un camino por allá. Al verlo, lo reconocemos, nos reencontramos, nos ubicamos, sabemos adónde dirigirnos. No me extraña que Fernando sea tan amigo de Fano. Con un dibujo o una imagen nos hacen entender lo que resulta un galimatías para nuestras mentes resabiadas.

Y, por último, quisiera destacar un gran valor de este libro. Leerlo te hace sentir Iglesia. Mejor dicho, te hace sentir la alegría de ser Iglesia. Una Iglesia real, la de tantas parroquias, colegios y grupos de diversa índole, donde se reúnen hombres y mujeres con sus defectos y virtudes, pero con muy buena voluntad. Una Iglesia iluminada por una vivencia auténtica, vertebrada con sólidas complicidades, cimentada en esperanzas con fundamento, sostenida por heroicidades cotidianas. Una Iglesia que no elude el dolor sino que abraza a sus víctimas con compasión. Una Iglesia que escucha y que tiene mucho que decir. Una doble misión que ha asumido con gran acierto mi amigo Fernando Cordero, porque consigue hacernos rezar dos veces cuando leemos sus libros. Muchas gracias por Orejas de colores.

Josep Otón

Barcelona, 6 de enero de 2016

Orejas de colores

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