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I

Vanidad significa carencia de sustancia; apariencia vacía. Decimos “vano de la ventana”, “fruto vano”. El papel moneda, por ejemplo, es una vanidad. Apariencia no respaldada, apariencia de nada, eso es vanidad.

Llamamos vanidoso a un acto, cuando no es centrífugo, es decir, cuando no es manifestación de individualidad. Por ejemplo, el estudiar, no por gana, no por instinto íntimo, sino para ser tenido por estudioso.

Acto de vanidad es el ejecutado para ser considerado socialmente. Aparentar es el fin del vanidoso.

Vanidoso es quien obra, no por íntima determinación, sino atendiendo a la consideración social.

Vanidad es la ausencia de motivos íntimos, propios, y la hipertrofia del deseo de ser considerado.

II

La vanidad está en razón inversa de la personalidad. Es social, o sea, no puede existir en el hombre solitario. Es simulación, hurto de cualidades.

Un señor que venera la memoria de su hijo, que vive de la memoria de su hijo, que no habla sino de su hijo muerto, y que si tal hijo no hubiera muerto trágicamente, él lo habría matado, para llorar por él, para vivir del cuento de sus heroísmos y virtudes…: vanidad.

Una señora vieja que se dio a los pobres, a “la gota de leche”, a los ancianos, a los tísicos, y que si no hubiera pobres, niños hambrientos, ancianos míseros y tísicos, moriría de tristeza. Tal vieja rica tiene su gloria asentada sobre el dolor ajeno. Dice: “Si Dios quiere, habrá leche para los niños…”. Para ella, Dios es el mayordomo de su vanidad; los pobres le forman una corona de beatitud. Tal vieja es jefe del socialismo blandengue de León XIII…: vanidad.

Hay actos y usos que tienen su origen en instintos sociales, como el amor, y que se repiten como formas muertas; por ejemplo, la corbata.

III

La vanidad está en razón inversa de la personalidad. Por eso, a medida que uno medita, que uno se cultiva, disminuye.

La vergüenza es condición de la vanidad; un in-di-vi-duo no tiene vergüenza, no simula. El orgullo es fruto del desarrollo de la personalidad, por ende, contrario a la vanidad. El general Gómez era netamente personalidad, orgullo absoluto y nada vanidoso. Creó modos, usos, costumbres. Las formas manaban directamente de su individualidad; era fuente. En Suramérica hemos tenido dos: Bolívar, hombre etéreo, y Gómez, diabólico, entendiendo por eso que su plano de vida era con las fuerzas elementales, telúricas. Bolívar era cósmico. Maravillas ambos para el observador; maestro, instigador, Bolívar. ¿Entienden ya?

De esto resulta claro lo que he dicho a la juventud, en forma simbólica, en mis libros anteriores: la cultura consiste en desnudarse, en abandonar lo simulado, lo ajeno, lo que nos viene de fuera, y en auto-expresarse. Todo ser humano es un individuo, generalmente cubierto, que generalmente vive de opiniones ajenas. En Suramérica todos están en sueño letárgico; aquí nadie ha manifestado su individualidad, excepto Bolívar, Gómez y algún otro.

Oigan, pues, jóvenes estudiosos, o mejor, juventud que brega en la meditación: el hombre es un espíritu, un complejo, que debe manifestarse, que debe consumir sus instintos en el espacio y el tiempo; apareció el hombre para manifestarse, para actuar según sus motivaciones. La vanidad impide todo eso; el vanidoso muere frustrado, y tendrá que repetir, pues vivió vidas, modos y pasiones ajenos, o mejor, no vivió.

IV

Hemos agarrado ya a Suramérica: vanidad. Copiadas constituciones, leyes y costumbres; la pedagogía, métodos y programas, copiados; copiadas todas las formas. Tienen vergüenza del carriel envigadeño y de la ruana. ¿Qué hay original? ¿Qué manifestación brota, así como el agua de la peña? Bolívar y Gómez. ¿Cúyos sus padres y cúyos sus hijos? He meditado durante años y don Simón me queda inexplicable. Fue meteoro. Fue enviado por alguien. Gómez sí tiene padres: hijo de la guerrilla, del asesinato, del cataclismo racial; lo explican cien años de luchas atroces en la brega por fusionar todas las razas en este continente de la sensualidad. Genio elemental, astuto, frío, inconsciente, encarnación del diablo americano. ¡Qué soberbia personalidad, qué bella individualidad la de Juan Vicente Gómez! ¿Entienden ya por qué lo amaba y fuimos compadres?

¿Qué me importan la moral y la ley, a mí, el predicador de la personalidad, de la auto-expresión, a mí, que amo a Jesús y al diablo, a Bolívar y a Gómez…? No amo sino a los honrados con su propia alma. No escribo para los suramericanos que tienen un metro que les impusieron los frailes españoles; no escribo para los bogotanos (y bogotanos son en Quito, Lima, Santiago y Buenos Aires), que nada han parido, que rezan como en Europa, legislan como en Europa y que orinan como en Europa.

Yo, señores, fui el niño más suramericano. Crecí con los jesuitas; fui encarnación de inhibiciones y embolias; no fui nadie; vivía de lo ajeno: vivía con los Reverendos Padres… De ahí que la protesta naciera en mí y que llegara a ser el predicador de la personalidad. Mi vida ha estado dedicada a devolverles a los Reverendos Padres lo que me echaron encima; he vivido desnudándome. Soy el predicador de la personalidad; por eso, necesario a Suramérica. Dios me salvó, pues lo primero que hice fue negarlo, donde los Reverendos Padres. Tan bueno es Dios, que me salvó, inspirándome que lo negara. Luego le negué todo al padre Quirós. ¡El primer principio! Negué el primer principio filosófico, y el Padre me dijo: “Niegue a Dios; pero el primer principio tiene que aceptarlo, o lo echamos del Colegio…”. Yo negué a Dios y el primer principio, y desde ese día siento a Dios y me estoy librando de lo que han vivido los hombres. Desde entonces me encontré a mí mismo, el método emotivo, la teoría de la personalidad: cada uno viva su experiencia y consuma sus instintos. La verdadera obra está en vivir nuestra vida, en manifestarnos, en auto-expresarnos.

Precisamente en el hombre más inhibido, y en el país más inhibido y en el continente más vanidoso, tenía que aparecer la filosofía de la personalidad.

Resumiré aquí, para la juventud, las normas que encontré en mí mismo, al separarme de los reverendos padres:

PRIMERA.—El objeto de la vida es que el individuo se auto-exprese. La Tierra es teatro para la expresión humana; el hombre es cómico; la vida es representación.

SEGUNDA.—La sociedad no es persona: es forma, función de los individuos; es para uso de los individuos. El último fin de toda actividad debe ser el individuo. El socialismo, sobre todo el católico, es blandengue, negación de las ideas de Cristo. León XIII quitó al catolicismo todo lo que tenía de cristiano; fue anticristo; hasta su físico era el de Voltaire. Este Papa transó con la ciencia de cocina que impera en Europa. Por ejemplo, para Cristo, el pobre, en cuanto tal, era motivo de disciplina para los ricos; su caridad era asunto íntimo, motivación, escala; para los católicos, la caridad es social, negocio de viejas vanidosas, competencia de instituciones anónimas con la civilización de cocina y de máquina de Europa. La oración, en Cristo es íntima, individual; para los católicos es función social. El verdadero Cristo no era de rebaño.

TERCERA.—El ladrón y el honrado, el santo y el diablo, son igualmente buenos para el metafísico, pues ambos se autoexpresan.

CUARTA.—El individuo, al auto-expresarse, se acerca al Espíritu, pues se va desnudando, va perdiendo la vanidad.

QUINTA.—La cultura consiste en métodos o disciplinas para encontrarse o autoexpresarse.

SEXTA.—La pedagogía consiste en la práctica de los modos para ayudar a otros a encontrarse; el pedagogo es partero. No lo es el que enseña, función vulgar, sino el que conduce a los otros por sus respectivos caminos hacia sus originales fuentes. Nadie puede enseñar; el hombre llega a la sabiduría por el sendero de su propio dolor, o sea, consumiéndose.

Veamos, por ejemplo, la aritmética. Poco me importa que mis hijos sepan las tablas de multiplicar; que sepan efectuar las cuatro operaciones con enteros y quebrados; las leyes expresadas son cadáveres; lo único vivo es el espíritu. Que mis hijos mediten y vivan los problemas, para que se fortalezcan; el hombre crece de dentro para afuera. La emoción del conocimiento es lo que embellece. Me opongo a que les enseñen así: “Ocho por siete…”. Hay máquinas para eso. Basta conducirlos hasta que digan: multiplicar es sumar de una vez varias cantidades iguales. Que aprendan luego las tablas, pero en cuanto máquinas; en cuanto somos hombres, vivir la armonía, escuchar la música de los números.

Toda ley que se enseñe a un niño, sin que la haya vivido, descubierto en sí mismo, es vanidad. Toda ciencia está en nosotros; la escuela, si no está basada en la pugnacidad, en la creación, perjudica.

SÉPTIMA.—Lo esencial en los programas de la escuela, es la lógica. Toda ciencia tiene un método, un ritmo; todo hombre tiene su método y su ritmo; he ahí cuál debe ser la base de las escuelas. Programa que no comporte curso de lógica en cada año de estudios, es fracaso. ¿Qué importa la obra? Importa el artífice. La obra, una vez terminada, es objeto. Lo único dinámico, siempre prometedor y finalidad última es el espíritu.

En esto que llaman civilización, desde que el hombre abandonó la metafísica, no hay sino muerte. El hombre volador vale menos que el hombre de Moisés, pues nada vale lo físico sin lo metafísico.

Por ejemplo, el dibujo y la música. La finalidad debe estar en que, mediante el conocimiento vivo de las leyes de la luz, las formas y el sonido, el hombre se apropie el mundo. Un hombre culto vive en el universo, como el pez en el agua: naturalmente. El universo hace parte de su yo.

V

Antes de continuar, observaré que no hay que dejarse engañar por los actos; la motivación les da el valor. Por ejemplo, el que abandona la corbata, puede ser para distinguirse o porque ya no le encuentra sentido. Tenemos, pues, que la corbata nada significa. Hay corbatudos vanidosos y los hay geniales. Hay hombres desnudos que son vanidad. Lo importante, en la cultura, es que todas las manifestaciones manen directamente de la personalidad. Porque ahí me tenéis a Gandhi y al señor Anthony Eden: desnudo aquel y con bella corbata éste; pero ambos son aguas vivas, fuentes. En sir Anthony Eden, la ropa está articulada, irrigada por la energía. En ambos personajes, el espíritu sonríe en las manifestaciones.

Expresemos en otros términos estos fenómenos: Egoencia y Vanidad. Ésta es vacío; aquélla, realidad. El vanidoso simula y sus manifestaciones o formas carecen de la gracia vital. El egoente, haga lo que hiciere, tiene la gracia de la lógica; haga lo que hiciere, ya vaya roto o sucio, nos enamora, porque la vida es lo que nos subyuga. De ahí que no sea gracioso, sino repugnante, en las mujeres, su apasionamiento por ciencias, artes y letras. Cuando no son bellas y amables (y sólo es bella la mujer en cuanto promesa de hombres, en cuanto madre, sexualmente), toman la ciencia, el arte y las obras caritativas, como sustituto: es una venganza; es pura vanidad. Es la literata.

¿Qué es lo natural en la mujer? El amor. Y la práctica del arte y de la ciencia la embellece tan sólo cuando coadyuva a su destino amoroso. Que estudie y practique el arte y la filosofía, pero como perfección de su destino. Entonces es más amorosa aún. Cuando reniega del amor, de los niños, y estudia para votar, para gobernar, para ser virago, la mujer pierde la inocencia. Es ejemplar de vanidad. El destino amoroso de la mujer es evidente anatómica y síquicamente. Todo indica que la mujer es amante y madre. La mejor prueba está en las siguientes observaciones que todos pueden hacer:

1. Ningún ser tan vacío, más repugnante y ficticio que la bachillera, aquélla que reniega del amor y coge como sucedáneo o venganza las ciencias o las artes.

2. Ninguna hermosa es bachillera. Coincide el bachillerismo con la sequedad vital.

3. Siempre, por inteligente que sea una mujer, por sabia que sea, si no es madre, si no tiene vitalidad maternal en potencia, su trato repugna y esteriliza a las almas masculinas.

Un ser que carece de la acometividad fecundante del hombre y de la ansiosa receptividad femenina, es prototipo de vanidad. La vida no admite seres neutros. La bachillera, creación del maquinismo, del positivismo democrático-católico, es ejemplar repugnante de lo vano. La cortesana griega, esa sí practicaba la filosofía, las artes y ciencias, como ayudas genésicas. En ellas, arte y filosofía eran adornos, sonrisas de la fecundación y del parto. Una de ellas fue la que enseñó a Sócrates la ciencia del amor, origen del universo y de los dioses; otra fue la que perfeccionó a Pericles…, y se puede decir que la mujer griega no estuvo ausente un solo día en ese milagro mediterráneo.

VI

Colombia y Ecuador han sido y son tipos de vanidad. Venezuela es la que tiene más personalidad en Suramérica. No quiero decir que sea más rica, que esté mejor gobernada, más organizada, etc. Hablo desde el punto de vista biológico. Ella produce hombres originales, gobiernos originales, modos propios. En otras palabras, en Venezuela es donde tienen menos vergüenza.

Colombia produce hombres estudiosos, lectores, muchachos juiciosos. Ningún país más inducido. Toda teoría es recibida, toda ley y todo libro es plagiado. No hay revoluciones. Leen, hablan y hablan como si estuvieran rotos. ¿Es esto prometedor? Lo prometedor es la vitalidad, muchachos que tiren piedras, que maten pájaros y que no respeten al maestro. La mayor promesa biológica la veo en Venezuela. Pero Colombia es un gran elemento para la futura Grancolombia, por ser criadero de hombres que aman la paz, el estudio y las leyes. La Grancolombia necesita de este elemento apacible y fecundo, pues Venezuela es horno que consume. En la Guerra de Independencia, Venezuela dio los héroes y Colombia los juristas; dio muchos Santanderes, gente apegada a la vida, a los libros, a las clasificaciones. Venezuela dio a Bolívar, primer hombre cósmico, cuyos orígenes están oscuros para el sociólogo. Fue una muestra de lo que puede ser la raza suramericana, una vez que nos hayamos fusionado. Porque es evidente que sólo el hombre futuro de Suramérica, mezcla de todas las razas, puede tener la conciencia de todos los instintos humanos, la conciencia universal. El suramericano será el hombre completo. Suramérica será la cuna del Gran Mulato.

Desde este punto de vista, amo a Santander: fue la economía, el apego a la vida, el amor a su rincón y a sus ganancias; fue la media de lana en que la vieja guarda su tesoro, en frente de los leones llaneros que destruyen y que buscan lo desconocido y peligroso.

Es indudable que Colombia, debido a su pacifismo, legalismo y pasión por la lectura y la imitación, contribuirá en gran porcentaje a la aparición de la América bolivariana como factor en los destinos humanos. Contemplando la finalidad remota del continente, no puede el pensador dejar de aprobar a este país tranquilo, de hombres distinguidos apenas por su apego a las formas, abogados coloniales, bonachones que se creen pecadores, maridos caseros que se creen donjuanes, avarientos que se creen generosos… Contemplando los hechos desde cierta altura, aprueba el pensador a Caldas, el sabio bogotano-payanés que, llorando, suplicaba que le permitieran clasificar unas plantas…, antes de morir por la libertad, mientras que los llaneros eran atravesados y atravesaban a lanzazos. Aprueba también a Nariño, que durante el apremio guerrero discutía formas de gobierno; a ese buen Nariño, revolucionario de traducciones y de cafés, conspirador del patio de la cocina… ¡Son muy simpáticos desde el punto de vista del porvenir suramericano! ¿Qué hacer, qué porvenir, si todos fueran negros Infantes? Desde el punto de vista de un porvenir grancolombiano es interesante Santander, y lo son Florentino González, Azuero, Vargas… ¿Y Bogotá? Pues… ¡loor a Bogotá, que grita, que es blandengue, que cede y cede! ¿No es justo preguntar, desde este plano en que estamos: para qué una guerra con el Perú? Bogotá está bien. ¿Cómo existiría lo duro sin lo blando?

Se distingue, pues, la Nueva Granada por la vanidad. Su individualidad está tan cubierta por la imitación, que hasta puede decirse que se distingue en el mundo por la vanidad, que tiene la personalidad de lo vano.

¿El Ecuador? Para mí tengo que allí está lista para la fusión la sangre india, las virtudes indias: malicia, paciencia, intuición, aclimatación.

En el Ecuador está más oculta aún la personalidad. El indio ni imita ni se manifiesta. Hay una casta que explota; casta vana por excelencia. Obsérvese que las costumbres políticas fueron implantadas allí por el venezolano Juan José Flores, hijo natural. El Ecuador es pueblo indio sometido a la casta de politicastros más vanidosos de la Tierra.

El pueblo ecuatoriano es el más puro de la Grancolombia, pero está en letargia desde el drama de Cajamarca. Pizarro, Moyano (a. Belalcázar) y Almagro asustaron al indio para siglos. En Bolivia y Paraguay, el indio se expresa, no está asustado. Desde el drama de Atahualpa, el Ecuador no se expresa.

¿Por qué vive así, explotado por mestizos europeizantes, los más simuladores de la Tierra?

Primero, porque fue humillado atrozmente desde la conquista. Segundo, porque las ideas y costumbres cristianas de Europa son impropias para el aborigen americano. El indio no puede vivir en medio cristiano europeo; casi todos los indios colombianos de Antioquia, murieron. A pesar de que nuestros gobiernos gastan mucho para civilizarlos, los Reverendos Padres no pueden presentar uno solo que sepa leer, que sea cura o doctor; lo más a que llegan los Reverendos, es a cambiarles los nombres de Capilele por los de Alfonso López u Olaya Herrera; así es como los cristianan, y, cuando la ceremonia, alguna vieja rica obsequia el desayuno y la Compañía de Tabaco les da cigarrillos para el viaje a sus tierras. El indio no puede asimilar y vivir en el medio cristiano europeo. Por eso vemos a los departamentos indios de Colombia en esta situación: veinte o treinta familias señoritas, de alma colonial, explotando al rebaño sufrido e hipnotizado de aborígenes.

¿Tienen personalidad los indios americanos? La tienen completamente reconcentrada, humillada; caminan agachados, embrujados, entristecidos celularmente, los ojos alertados por el miedo. Tipos de vencidos. Pero no imitan, no desean parecerse a sus amos, no se prostituyen. Poseen un orgullo prometedor. El lector puede visitar a Boyacá o Cundinamarca; por allá, los únicos indios imitadores son Olaya Herrera y Armando Solano.

Pues bien, Ecuador es la parte de la Grancolombia en donde el indio está latente en su gran individualidad.

¿No es natural que los políticos, la clase intelectual y directora, en un pueblo que no se expresa, sea vana? En el Ecuador, la política no tiene nada de ecuatoriano; el arte popular es interesantísimo, pero lo oficial nada vale; tiene grandes secretos ese pueblo; su clase directora no vale nada, en ella todo es importación deforme. Basta con decir que allí el clericalismo fue peor que en Colombia, y que el liberalismo es una deforme monstruosidad, peor que en Colombia. El día en que un hombre como Velasco Ibarra logre devolver el Ecuador a su pueblo, veremos una novedad en el mundo.

Son muy semejantes los problemas de vanidad en Ecuador y en Colombia; parecidas son las clases directoras o usufructuarias del poder. En ambos países hay marxistas, bolcheviques, izquierdismos y derechismos, nombres de absoluta vanidad en tierras que no han principiado a vivir. La diferencia está en que Colombia tiene variedad de sangres, de riquezas, de problemas e inquietudes; cada departamento es entre nosotros un país; sobre todo, Colombia tiene al Departamento de Antioquia, vasco y judío, pueblo fecundo y trabajador que va unificando poco a poco a la República y que reniega de la vanidad.

¡Cuán impropia Europa, en sus doctrinas y sus instintos, costumbres y modos, para la América, en cuanto india! Está comprobado que el aborigen americano no puede sentir el Cristianismo y su llamada civilización: muere. Cada raza evoluciona a su modo, tiene su vida propia. El asiático no puede adorar a Dios en las formas del catolicismo. Éste es netamente italiano. ¿Por qué imponer formas, maneras que no estén acordes con la idiosincrasia racial? Es de observación corriente el hecho de que entre nuestros aborígenes es desconocido el adulterio y la prostitución, y que apenas los clérigos civilizadores los convierten y los casan católicamente, se prostituyen. ¿Por qué romperles el siquismo a los indios, burlándose de los nombres con que invocan al Espíritu y de las imágenes en que lo adoran? ¿Qué arte, religión y ciencia puede brotar de nosotros, si humillaron a nuestros padres? Pues bien, nuestros gobiernos, ya se llamen liberales, ya sea Alfaro o Alfonso López, siguen la prostitución de América, convirtiendo a los indios, por medio de eso que llaman misiones.

Lloraban las viejas vanas de las instituciones caritativas, cuando en 1935, durante el Congreso Eucarístico de Medellín, unos frailes españoles de las misiones de Urabá trajeron al cacique Capilele y a sus hijos, y en ceremonia solemne y vana les cambiaron los bellos nombres por los de Alfonso López y Luis Martínez Echeverri. ¿Qué diría Cristo al ver que su obra se convirtió en barbas castellanas?

Lo inteligente con nuestra raza indígena sería ayudarle a su desarrollo, instigar sus instintos creadores, sus formas religiosas y su arte. La obra verdadera está en comprenderlos; pedagogo es quien comprende, no quien enseña letanías. En América podría haber originalidad en la cultura, aporte al haber común de la humanidad.

¿Qué ha sucedido y qué sucede? Que todavía Europa, a través de nosotros, mulatos vanidosos, gobierna a Suramérica; que somos completamente vanos. Los instintos americanos no se han manifestado; nuestro pueblo está dormido en sueño de siglos.

¿Las causas? El indio fue humillado por la civilización más fanática, la cristiana, y Suramérica, por los más rudos de Europa, los españoles. De suerte que nosotros, los libertos bolivarianos, mulatos y mestizos, somos vanidosos, a saber: creemos, vivimos la creencia de que lo europeo es lo bueno; nos avergonzamos del indio y del negro; el suramericano tiene vergüenza de sus padres, de sus instintos. De ahí que todo lo tengamos torcido, como bregando por ocultarse, y que aparentemos las maneras europeas. Ayer estuve conversando con un señor de Bogotá, jefe político. Tenía los dientes torcidos, como bregando por esconderse en las encías; la color, como si lo negro y lo amarillo bregara por esconderse detrás de lo blanco, y las ideas y pasiones atisbando detrás de las lecturas del conde Keyserling: un verdadero hijo de puta. Hijo de puta es aquél que se avergüenza de lo suyo. Por aquí me han llamado grosero porque uso esta palabra, pero la causa está en que mis compatriotas son como el rey negro que se enojó porque no lo habían pintado blanco.

Porque somos hijos de padres humillados por Europa, simulamos europeísmo, exageramos lo europeo. Nuestra personalidad es vana. Por eso Suramérica no vale nada; pero el día en que se practiquen mis métodos de cultura, el día en que seamos naturalmente desvergonzados, tendremos originalidad. Creo firmemente que yo soy el filósofo de Suramérica; creo en la misión; me veo obligado a ser áspero y seré odiado, pero ¿podría cumplir mi deber con dulces vocablos?

Al mismo tiempo, lo europeo no es natural en nosotros. Somos seres frustrados. Todo el que aprende a leer en Suramérica, se avergüenza de ésta y de sí mismo y de sus padres; si es rico y viaja por Europa, gasta demasiado y simula vicios y lujos para hacerse perdonar su origen; si político, extrema las prácticas europeas. Guzmán, en Venezuela, y Núñez en Colombia, fueron rastacueros insignes. Cuando Schopenhauer y Werther, se suicidó aquí José Asunción Silva; cuando Marx y Lenin, aparecieron un negro del Chocó, llamado Córdova, un mestizo de no sé dónde, llamado Gaitán, y otro de cuyo nombre me acordaré luego, que aumentaron la obra de aquéllos.

Todo lo imitamos y nada es natural en nosotros. Un francés me decía: “¡Pero deme suramericanismo! Sería un triunfo si presentáramos en París lo suramericano…”. Le contesté que lo suramericano era lo parisiense, pero prostituido. Que las rameras, todo el vicio parisiense, en el ochenta por ciento, era de suramericanos.

Lo malo está en que hay grandes extensiones de América perdidas ya para la auto-expresión. La vanidad tuvo la culpa. Estados Unidos son europeos; Argentina es un mosaico, sin idioma, sin carácter.

VII

Todos creen que son Argentina y Estados Unidos los que valen en América. Para el biólogo, para el que medita en los destinos remotos, para el amante de la originalidad, esos países están perdidos. La Argentina nada vale para la posible originalidad. Allá nada hay americano: es mosaico. Puede igualar a Europa; puede llegar a ser europea, por la ciencia, por las máquinas, por ferrocarriles y edificios, pero ya no puede aportar matices al resultado de la cultura humana. Su alma aborigen se ahogó en la inmigración. Todos los sociólogos, todos los políticos, todos los filósofos, han cantado himnos a la Argentina, han dicho que la inmigración hizo de ella el mejor país de Suramérica.

Yo soy el que no ve posible originalidad sino en la Grancolombia: Nueva Granada, Venezuela y Ecuador. En las tres existen los elementos para una cultura original.

Detesto la vanidad, como lo habrá visto el lector; pero ya que mis compatriotas no han querido entender, les diré que el valor de mi obra está en la prédica de la cultura, en la oposición a la inmigración, en la incitación a la originalidad. He sido el discípulo de Bolívar, el que primero entendió que el gran mérito de éste consistió en su anhelo de libertar el alma suramericana, y no en su papel de hacedor de libertos políticos.

Nueva Granada, Venezuela y Ecuador: la Grancolombia, “madre de las repúblicas”, teatro de manifestación humana, fusión de razas, cuna del hombre unificado…

Del Amazonas para abajo tienen estaciones, están atraídos por Europa; son países llamados a ser copia europea. En la Grancolombia tenemos la originalidad física y humana: climas variados a causa de las montañas; presiones atmosféricas variadísimas; terrenos propios para todo cultivo; aguas las más abundantes y precisamente las cantidades de instintos, pasiones, etc., de todas las razas humanas necesarias para producir un tipo nuevo de cultura. Esto puede ser, indudablemente, el lugar de la renovación del hombre.

VIII

A nuestra tierra y a nuestra raza se han hecho críticas europeas, aceptadas y agrandadas por nosotros, y que han sido formuladas por el profundo interés que tiene Europa en conservarnos humillados, con almas de colono. La literatura y la sociología europeas han hecho circular y repetido hasta formarnos un complejo de inferioridad, las siguientes proposiciones:

1. El trópico es impropio para el hombre.

2. El producto de la mezcla de razas no sirve.

Con estas dos proposiciones, Europa nos ha tenido más colonos humildes, que España con sus virreyes y ordenanzas. A causa de ellas, que son las dos ideas que ocupan todo lo que se escribe acerca de nosotros, todos los gobernantes nativos que hemos tenido desde la Independencia, y todos los letrados, han vivido usando y propugnando el crédito extranjero, por misiones, por inmigración: plagiar, aumentar la vanidad. Ni un solo instante hemos vivido para nosotros mismos y de nosotros mismos. SURAMÉRICA NO HA SIDO LIBERTADA SINO APARENTEMENTE. BOLÍVAR MURIÓ SIN HABER REALIZADO SU OBRA. Un amigo tengo en Colombia, Alejandro López: su obra, El desarme de la usura, en su espíritu general, en la tesis que allí domina y que consiste en sostener que Europa nos mira como a colonos y que nos da literatura para mantenernos en tal estado, debe ser considerada como el evangelio. Y sin embargo, no hay veinte colombianos que hayan leído cuidadosamente a este autor. Alejandro López y otro, son los únicos escritores que se han libertado de la sugestión europea.

Los negroides

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