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Hoy es lunes, Hugo. Y usted se murió hace cuatro años. ¡Cuatro años ya, pelotudo!

Yo estoy aquí: tirado junto al lago, mirando el cielo. Esperando que abran el colegio. Mirando el cielo… ¿Y usted dónde anda?: bien arriba, espero.

¿Se acuerda?: nos gustaba tirarnos en un pasto, bien cansados de correr tanto. Usted dijo un día: “Qué tal que nos cayera un meteoro encima…”: entonces nos paramos y fuimos a tirarnos en otro lado, me da risa. Si me cayera uno ahora… Lo vería venir, seguro: el cielo está más azul…

El otro día dibujé un muchacho así: tirado sobre el pasto, dos segundos antes de que lo aplaste un meteoro. Pero lo dibujé boca abajo para que no sintiera miedo. Y para que no le dañara los sueños el meteoro. Está soñando que un día será actor de cine, y que sería lindo hacerse famoso en una escena en que rueda por unas escaleras. Usted siempre se tiraba por unas escaleras… El muchacho tiene sueños en la cabeza, Hugo: y el meteoro se la va a aplastar… Pero nadie lo sabe: sólo yo. Porque yo lo dibujé, claro.

Eso es lo que no me gusta de los dibujos. Tía lo vio y dijo que estaba bien; pero creyó que la sombra que tiene el muchacho sobre la espalda es la sombra de una nube. “No es una nube; es un meteoro”, le dije. Y ella me miró más raro. Me dijo que le pusiera un título para que se entendiera: “Un meteoro cayendo” o algo así, dijo. Pero no se podía porque el dibujo se llama “Hugo”. Además, qué gracia tiene hacer un dibujo si hay que explicarlo.

Pero Leonardo sí lo entendió, yo creo. Porque yo se lo mostré y él dijo: “Dan ganas de decirle que se despierte”. Y a mí me dieron ganas de abrazarlo cuando él dijo eso, en serio… ¿Cómo sería?: abrazar a Leonardo todo. Pero abrazarlo muy largo para poder pensar despacio: “Lo tengo abrazado”. Al menos una vez pensarlo…: ¡uff! Debí regalarle ese dibujo a Leonardo. Pero ya se lo había prometido a Libia. Lástima: porque a Libia sólo le pareció bonito; a ella todo le parece bonito, es terrible. El otro día le regalé una boleta que compré en una papelería, de esas que dicen “Te quiero” con un dibujo de Snoopy: inmunda. Pero ella la vio y saltó hasta el techo como si se pusiera muy contenta. Y dijo que era muy linda y hasta se la puso en el corazón y todo… Y yo me sentí como una rata.

No debí regalarle esa boleta. Yo se la di sólo por no decirle mentiras: ¡cómo voy a decirle que la quiero si no la quiero! Pero Libia se lo tomó muy a pecho: me dio la misma, definitivamente… Al menos no tuve que decir nada: decir te quiero es jartísimo: tiene uno que poner cara de bobo y eso. Como en las películas. Claro que en las películas no se oye mal: “I love you”: ¿…?; pero “Te quiero” suena tan chistoso. En la televisión nunca lo dicen. O sí, pero cuando lo dicen uno sabe que es mentira. Si se lo hubiera dicho a Libia, tal vez ella hubiera sabido que es mentira, ¿no?… ¡y me habría terminado!: maldición; no debí regalarle esa boleta.

¿Qué voy a hacer con Libia?: ojalá me cayera encima un meteoro… No, eso no sería bueno: si yo me muriera hoy, mañana Libia va a estar pensando que me morí queriéndola. Se pondría muy triste y todo… O quién sabe. Pero si ella me quisiera de verdad, sí se pondría triste, seguro. Yo debería terminar rápido con Libia. Además, ella no tiene por qué quererme; uno sólo debe querer a alguien que lo quiera a uno. A alguien que lo haga feliz a uno: pa siempre dice eso. Claro que si yo me muriera, ella entendería que yo no puedo ya hacerla feliz ni nada: entonces dejaría de quererme. A los muertos nadie los quiere, eso se sabe. Cuando alguien se muere lo primero que hacen es enterrarlo. Pero no como se entierran los tesoros… A la final, está bien que sea así. Porque si yo estuviera aquí muerto, empezaría a ponerme muy podrido y todo: ¿cómo van a quererlo a uno cuando está podrido?… Yo no sé por qué tiene que pasarle a uno eso: como si no fuera suficiente con morirse… Pero yo digo: si alguien me quisiera, seguiría queriéndome así: bien carroña…

—Como yo quiero a Hugo…

De verdad: lo que yo más quisiera es sacar a Hugo del cementerio y abrazarlo. Así: con todos sus gusanos. Para que él sepa que yo lo quiero. Todavía.

—Qué cagada…

… Yo ya no puedo abrazar a Hugo.

O sí: dentro de un año, cuando lo saquen de la tumba…

Pero ¿para qué? Si él ya no va a sentirlo.

¿O sí?… Ah, si él existiera: su alma o lo que sea. Y si pudiera venir… Pero los malditos espíritus no existen; si no, ya se me habría aparecido Hugo para hablar conmigo. O para asustarme, al menos. Claro que a veces… ¡maldición!: es como si de verdad volviera: uno va por la calle y de pronto Hugo está ahí, parado en la otra acera como esperando un bus, con las puntas de los dedos entre los bolsillos, igual que siempre, y la cabeza echada a un lado, con el copete regado sobre los ojos y todo. Mejor dicho: como si nada. Pero yo no me pongo a pensar que ¡cómo es posible!, ni se me abren mucho los ojos y la boca, y no me pongo a gritar para morirme del susto y esas cosas… La primera vez sí me puse a temblar, pero fue como de alegría o algo así; además, yo siempre me pongo a temblar: es terrible. La primera vez sí. Ahora sólo me quedo mirándolo ahí parado. Viendo cómo se va desapareciendo, mejor dicho: porque él mueve un pie y se queda de una manera muy rara; y uno ve que esos zapatos que tiene no son los suyos, ni ese pantalón tan ancho, y además lleva las manos bien metidas entre los bolsillos: Hugo nunca se las metía así; o porque se peina el copete con una mano, y es como si se borrara la cara porque uno descubre que esa no es la cara de Hugo: ¡ni siquiera se le parece!… ¡Maldición: es como ver a Hugo otra vez morirse!

—Hugo siempre se está muriendo…

“Hugo siempre se está muriendo”…: debí ponerle ese título al dibujo.

Lástima que no se entendieran los dibujos: los míos, al menos. Un día voy a hacer una película: las películas sí se entienden. Se va a tratar de un muchacho que se enamora de una amiga del colegio, pero le da miedo decírselo. Durante todo el tiempo de la película él está queriendo decírselo, pero cada vez que está a punto piensa: “Mejor mañana”. Claro que no tratará sólo de eso, porque sería una película muy aburrida. Pero es como lo principal. Por ejemplo, también se trata de que los papás de él no se quieren…, o sea, sí se quieren, pero ninguno lo sabe: porque ellos no conocen la ternura ni nada. Ya tengo pensadas tres o cuatro escenas para mostrar cómo se quieren… Pero la historia principal es la del muchacho. Él juega fútbol, claro; y sueña que un día jugará en la Juve, y que entonces será muy rico y tendrá un carro…, mejor dicho, será una película muy real. Pero su mejor sueño es darle un beso a su amiga: él se imagina cosas como: “Si yo fuera el mejor jugador del mundo, ella querría besarse conmigo”; y es muy chistoso, porque se la pasa dándose besos en un espejo para ensayar (claro que eso ya lo han mostrado en otras películas, creo); pero también se queda mirándola en clase, a veces, imaginando que la besa, hasta que siente su mano toda mojada de babas porque se la ha estado besando mientras la mira (eso sí no lo he visto)… Lo malo es que él nunca se decide a hablarle porque piensa que ella no lo va a querer: uno siempre piensa eso (cuando uno se ha enamorado, claro). Y así se la pasa durante toda la película. Hasta que por fin una noche va por la calle y se decide, la llama y le suelta todo su amor por teléfono: y ella le suelta todo el suyo, porque sucede que ella también estaba enamorada de él. Y se quedan un rato, felices, diciéndose cosas de enamorados y que mañana se verán en el colegio y todo eso; hasta que él cuelga el teléfono de no saber qué más decirle. Entonces se da vuelta con una cara de contento que no se le había visto, y ve a dos tipos que estaban detrás suyo y que lo miran como si él les hubiera matado a la mamá o algo así; ellos tienen cuchillos en las manos: le van a robar, claro; quieren quitarle el reloj y todo lo que tenga: pero él no tiene reloj ni nada; entonces lo acuchillan y cae al piso muriéndose. Mientras los ladrones corren, él muere; y mientras él muere, ella mira un reloj sobre su mesa, y en su diario (porque ella tiene un diario) escribe: “8 y 16: él también me quiere”.

Y ahí se acaba la película.

Se llamará: Los ladrones de relojes.

Un día voy a hacer esa película. Si no me muero antes, claro. Se la dedicaré a Hugo, como hace Polanski en Tess…, y junto a la dedicatoria le pondré un dibujo de Snoopy, ¡qué güevonada!: Hugo ya no va a saber que se la dedico. Hugo ya no puede saber nada.

Y yo sigo aquí tirado, Hugo: esperando a que abran la puerta del colegio… Se oyen las ranas en el lago…

—¿Las oye?

Yo no me estoy pudriendo: ¿qué culpa tengo? Yo sólo estoy aquí; con los ojos cerrados: si los abro voy a ver las nubes… ah, no hay nubes. Si los cierro, veré negro. Y si los espicho con los dedos, veré figuritas en lo negro… ¿Hugo tendrá gusanos en los ojos?…: ¡seguro! Y a nadie le importa eso. Yo… yo pienso: si ahora viniera una bandada de buitres a picotearme, todo el mundo en este parque se vendría encima para espantarlos; pero si estuviera aquí muerto a nadie le importaría que un millón de gusanos acabaran conmigo: ¿y cuál es la maldita diferencia?: muerto o vivo, aquí estoy tirado y quieto. Estar vivo debe tener algo de importante, supongo.

El que está aquí tirado, Felipe, es importante. No hace nada. Pero es importante porque está vivo, parece. Él abre y cierra los ojos. Y puede mover los dedos…, sentirlos pasar por el cabello. Y todo eso. Puede pasar por los dedos esta nariz. Y estos labios. Bajando por el cuello tiene el pecho: debajo el corazón se mueve. Por aquí viene el vientre: si un dedo se mete en el ombligo, duele como una aguja; el aire se mete por debajo de la camisa y se siente el frío, la piel hacerse de gallina por el frío. Debajo de la pretina están los vellos. Y por allá las rodillas. Los pies están muy lejos…: pero allá están.

¡Dios!, yo tengo todo mi cuerpo vivo.

¿Y para qué me sirve tener tanto?, maldición. ¿Para qué quiero yo mi cuerpo?… Puedo levantarme y hacer cosas, claro. Con mis piernas juego fútbol y soy bueno: un día jugaré en la Juve. Si no soy futbolista, filmaré películas buenas y me haré famoso y rico: Felipe El Conquistador tendrá bajo sus zapatos el mundo como un balón…: ¿y para qué? Ah, yo sólo quisiera que Leonardo me amara; que él estuviera ahora a mi lado… y ser como de él.

Felipe sólo sueña ser el hombre más grande de este mundo, Hugo. Para que Leonardo lo desnude cuando quiera…

—Y haga con él lo que quiera…

Una estupidez de sueño, me digo, ahora que el timbre suena y las puertas del colegio se abren: otra vez estaré en el salón mirando a Leonardo la tarde entera. Ni siquiera podré hablarle porque hace días andamos de disgusto. Pero en el recreo Libia me buscará de nuevo para decirme “Te quiero”, claro; y yo le sonreiré para mentirle lo mismo…

Quién sabe: tal vez hoy tenga valor para no sonreírle, pienso.

Y siento miedo: hoy tendré examen de historia… ¡Maldición: no estudié nada!

Un beso de Dick

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