Читать книгу La guerra de los judíos. Libros IV-VII - Flavio Josefo - Страница 5
ОглавлениеLIBRO IV
NOTA TEXTUAL
EDICIÓN DE NIESE 1 | NUESTRO TEXTO |
40 (9) δαπανᾷ δ’ ἡ τύχη τι καὶ | παλίμπους δ’ ἡ τύχη L 1 |
58 (13) παρακλήσεως | παρακλήσει L 1 |
96 (11) † γνωσθήσεσθαι | γνώσεσθαι AM |
146 (3) προφάσεις | πρόφασιν L 1 VRC |
164 (21) † εἰ δεῖ μὴ | εἰ δὲ δεῖ coni. Thackeray |
164 (1) εἰμὶ | εἶμι Destinon, Thackeray |
193 (20) ἐλπίσαντας | ἀπελπίσαντας Destinon, |
213 (5) ὅπλοις | ὅλοις, MLVRC, Versio Latina |
367 (8) [ἡμῖν] | om. Versio Latina , Thackeray |
388 (23) † ἔνθα | ἐνθέων Holwerda |
517 (22) Ναΐν | Ἀΐν Destinon |
547 (1) Φρηγδίακον | Βηδριακὸν Hudson |
551 (12) Βήθηγά | Βηθηλά VRC |
552 (17) Χαραβὶν | Ταφαραβὶν Berol. 223, m. 2 Lips. gr. 37 |
569 (20) ὤν ἐκεῖ | ᾤκει Destinon |
598 (14) συνετηρήσαμεν | ἀλλὰ καὶ συνεργήσειν C |
SINOPSIS
DESDE EL ASEDIO DE GAMALA HASTA LA PARTIDA DE VESPASIANO A ROMA
(otoño del 67 - primavera del 70 d. C.)
1 . La conquista de Galilea. Gamala . – 11. Vespasiano en la toma de Gamala . – 54. Conquista del monte Itabirion . – 62. Final de la ciudad de Gamala . – 84. Rebelión de Giscala. Tito entra en acción . – 97. Huida de Juan de Giscala a Jerusalén . – 112. Caída de Giscala. Sumisión total de Galilea . – 121. Juan de Giscala en Jerusalén . – 128. Revueltas en Judea . – 135. Los zelotes en Jerusalén. Sus crímenes . – 158. Reacción del pueblo. Anano y su discurso . – 193. Anano se enfrenta a los zelotes . – 208. Traición de Juan de Giscala. – 224 – Los zelotes piden ayuda a los idumeos . – 233. Los idumeos en Jerusalén. El discurso del sumo sacerdote Jesús . – 270. Respuesta de Simón, jefe de los idumeos . – 283. Los idumeos acampan ante los muros de Jerusalén . – 288. Los zelotes permiten la entrada de los idumeos en la ciudad . – 305. Ataque de idumeos y zelotes contra Anano . – 314. Muerte de Anano y Jesús. Otras matanzas . – 334. Falsos tribunales. El caso de Zacarías . – 345. Retirada de los idumeos . – 353. Aumenta la crueldad de los zelotes. Muerte de Gorión y Níger . – 366. Vespasiano retrasa la toma de Jerusalén . – 377. Deserciones judías. Respuesta de los zelotes . – 389. Juan de Giscala y su tiranía . – 398. – Los sicarios ocupan Masadá. Su vandalismo en Judea . – 410. Vespasiano ocupa Gadara . – 419. Plácido en Jericó . – 437. Plácido somete toda Perea . – 440. Insurrección de la Galia. Vespasiano somete Judea e Idumea . – 451. La región de Jericó y el valle del Jordán. La fuente de Eliseo . – 476. El lago Asfaltitis. La región de Sodoma . – 486. Toma de Gerasa . – 491. Muerte de Nerón. Crisis política en Roma. Nuevo retraso del ataque a Jerusalén . – 503. Simón, hijo de Giora, en Masadá. Se enfrenta a los zelotes . – 529. Devastación de Idumea. La ciudad de Hebrón . – 538. Los zelotes capturan a la mujer de Simón . – 545. Guerra civil en Italia . – 550. Vespasiano concluye la conquista de Judea . – 556. Continúan las atrocidades de los zelotes . – 566 – Discordias entre los zelotes. Los idumeos frente a Juan de Giscala . – 577. Simón se hace dueño de la situación . – 585. Vitelio en Roma. Vespasiano es proclamado emperador . – 605. Vespasiano en Egipto. Descripción de Alejandría . – 616. La aclamación de Vespasiano recibe más apoyos . – 622. Liberación de Josefo . – 630. Muciano acude a Italia . – 633. Antonio Primo y Cecinna. Derrota de los hombres de Vitelio en Cremona . – 645. Guerra civil en Roma. Muerte de Vitelio . – 656. Vespasiano regresa a Roma desde Alejandría. Tito aume el ataque a Jerusalén .
La conquista de Galilea. Gamala
Después de la derrota de Tariquea 2 se [ 1] rindieron todos los galileos que, tras la conquista de Jotapata 3 , aún seguían enfrentados con los romanos. Estos últimos se apoderaron de todas las fortificaciones y de las ciudades, excepto Giscala 4 y las que se hallaban en el monte Itabirion 5 . A éstas se unió la ciudad de Gamala 6 , [ 2] situada frente a Tariquea al otro lado del lago 7 . Esta población estaba dentro del territorio de Agripa 8 , junto con Sogane 9 y Seleucia 10 , que pertenecían ambas a la Gaulanítide: Sogane formaba parte de la llamada Gaulanítide Superior y Gamala de la Inferior, mientras que Seleucia estaba al lado [ 3] del lago Semeconitis 11 . La anchura de este lago es de trienta estadios y su longitud de sesenta. Sus terrenos pantanosos llegan hasta Dafne 12 , un lugar encantador sobre todo por tener unas fuentes que abastecen al llamado Pequeño Jordán 13 , que discurre por debajo del Templo del Becerro de [ 4] Oro 14 hasta desembocar en el gran Jordán. Agripa se había atraído a los habitantes de Sogane y Seleucia por medio de de tratados al comienzo de la revuelta, si bien Gamala no se rendía, pues estaba confiada más que Jotapata en las dificultades [ 5] de su terreno. En efecto, desde una alta montaña se extiende un estrecho escabroso que en la mitad tiene una cresta, cuya elevación se prolonga tanto por delante como por detrás, de modo que presenta la forma de un camello. De aquí procede su nombre, pues los habitantes de esta zona no pronuncian el sonido exacto de esta palabra 15 . Por los [ 6] laterales y por delante está rodeada por barrancos intransitables; en cambio presenta menos dificultades de acceso en la parte de atrás, por donde se une a la montaña. Sus habitantes hicieron también complicado este paso mediante un foso, que excavaron allí en sentido transversal. Las casas que [ 7] había en la parte escarpada de la montaña estaban pegadas las unas a las otras de un modo asombroso. Parecía que la ciudad estaba suspendida en el aire y que desde arriba iba a desplomarse sobre sí misma. Estaba orientada hacia el sur y [ 8] el promontorio que miraba a este lado y que alcanzaba una inmensa altura constituía la ciudadela de esta población. Debajo había un precipicio sin muralla que llegaba hasta un barranco muy profundo y en el interior de la muralla había una fuente, donde acababan los límites de la ciudad.
Josefo amuralló y fortificó con galerías subterráneas y [ 9] con fosos 16 esta localidad, que ya por la naturaleza era difícil de atacar. Sus habitantes estaban más seguros que los de [ 10] Jotapata por la propia naturaleza del lugar, aunque el número de sus combatientes era inferior, pues, confiados en el terreno, no aceptaban a otras personas. A causa de la seguridad que proporcionaba la ciudad, ésta estaba llena de refugiados y por ello hizo frente durante siete meses a las tropas que Agripa había enviado para sitiarla 17 .
Vespasiano en la toma de Gamala
[ 11] Vespasiano salió de Amato (el nombre de esta ciudad podría traducirse por «baños termales», ya que en ella hay una fuente de agua caliente con propiedades curativas) 18 , donde tenía instalado su [ 12] campamento frente a Tiberiades 19 y llegó a Gamala. Dada la posición de la ciudad, no fue capaz de rodearla totalmente de guardias, por lo que colocó guarniciones donde pudo y [ 13] ocupó la montaña que dominaba la población. Una vez que las legiones establecieron su campamento, tal y como suelen hacer habitualmente 20 , Vespasiano empezó a construir terraplenes por la parte de atrás. En el este, donde estaba la torre más alta de la ciudad, se hallaba la legión décima quinta, en el centro de la ciudad actuaba la legión quinta y la décima [ 14] cubría los fosos y los barrancos. Entonces uno de los honderos dio al rey Agripa con una piedra en el codo derecho, cuando éste se acercaba a las murallas para intentar parlamentar sobre la rendición con los que estaban dentro. [ 15] Inmediatamente le rodearon sus hombres. La indignación por lo sucedido a su rey y el temor que sentían por sí mismos hizo que los romanos se dedicaran con mayor ahinco al [ 16] asedio, puesto que eran conscientes de que los que se han comportado de una forma salvaje contra una persona de su misma raza, que les daba un consejo en su propio interés, no escatimarían crueldad contra extranjeros y enemigos 21 .
Cuando se concluyeron con gran rapidez los terraplenes, [ 17] debido a la gran cantidad de manos y a la costumbre que tenían en hacerlo, los romanos acercaron las máquinas. Los [ 18] hombres de Cares y de Josefo 22 , que eran los más importantes de la ciudad, pusieron en orden de batalla a los soldados, a pesar de que éstos estaban asustados, pues pensaban que no iban a aguantar el asedio mucho tiempo al no tener suficiente agua y otras provisiones. No obstante, consiguieron [ 19] llevarlos a la muralla con muchas voces de ánimo, y durante poco tiempo hicieron frente a los enemigos que se aproximaban con las máquinas. Sin embargo, al ser alcanzados por las catapultas y las balistas 23 , se retiraron al interior de la ciudad. Los romanos se acercaron y atacaron la [ 20] muralla por tres puntos con los arietes. A través de las brechas abiertas penetraron no sin hacer mucho ruido con las trompetas y con las armas, y con gritos de guerra entraron en combate con los que defendían la ciudad. De momento [ 21] los judíos resisten la entrada de los primeros romanos, impiden que éstos avancen más dentro y les hacen frente con valor. Sin embargo, forzados por la muchedumbre que les [ 22] salía al encuentro por todos los sitios, se dirigen a las zonas altas de la ciudad y, como los enemigos les perseguían, se volvieron contra ellos, los empujaron por la pendiente y allí, acorralados por la estrechez y la dificultad del lugar, los [ 23] mataron. Y, al no poder defenderse de los que venían por arriba ni pasar a través de los suyos que los empujaban hacia adelante, se refugiaron en las casas de sus enemigos, que [ 24] tenían los techos pegados al suelo 24 . Pero, cuando se llenaron de gente y ya no podían soportar el peso, enseguida se derrumbaron. Con que se cayera una de ellas, hacía que se desplomaran otras muchas que estaba debajo, y éstas, a su [ 25] vez, hacían los mismo con otras. Esto acabó con la vida de un gran número de romanos; ante las dificultades saltaron sobre los tejados, a pesar de que veían hundirse la casas. Muchos fueron sepultados por los escombros y un gran número de ellos pudo escapar, aunque con heridas en alguna parte del cuerpo; la mayoría murió asfixiada por el polvo [ 26] que se levantaba. Los habitantes de Gamala creyeron que esto era obra de Dios y, sin tener en cuenta el daño que se hacían a sí mismos, continuaron su estrategia: empujaban a los enemigos hacia los tejados, mientras disparaban desde lo alto y mataban a los que resbalaban por las empinadas calles [ 27] y a todos los que caían. De los escombros sacaban gran cantidad de piedras, y los cadáveres enemigos les proporcionaban armas. Con las espadas de los que ya habían fallecido [ 28] remataban a los que tardaban en morir. Muchos romanos perdieron su vida al arrojarse desde las casas que se [ 29] venían abajo. No era nada fácil huir, ya que por no tener idea de las calles y al no reconocerse entre ellos mismos por la densa polvareda, volvían hacia atrás y caían los unos sobre los otros.
[ 30] Los que a duras penas encontraron la salida se alejaron [ 31] de la ciudad. Vespasiano, que siempre estaba junto a los suyos cuando se hallaban en una situación comprometida, se llenó de una gran pena al ver que la ciudad se había derrumbado sobre su ejército. Se olvidó entonces de su propia seguridad y, sin darse cuenta, poco a poco llegó a la parte más alta de la ciudad, donde se vio totalmente solo ante el peligro con un pequeño grupo de soldados. Su hijo Tito no [ 32] estaba en ese momento con él, pues lo había enviado a Siria junto a Muciano 25 . A pesar de ello, no le pareció seguro ni [ 33] conveniente volverse atrás. Al contrario, por el recuerdo de los esfuerzos que había soportado desde su juventud 26 y de su propia valentía personal, como si estuviera poseído por Dios 27 , hizo que sus hombres se protegieran sus cuerpos y sus armaduras con los escudos. Así aguantó el ataque que se [ 34] precipitaba desde lo alto sin temer la gran cantidad de soldados ni de flechas, hasta que los enemigos redujeron su embestida, al ver que el valor de su alma tenía un origen sobrenatural. Como entonces disminuyó el ataque, Vespasiano [ 35] retrocedió lentamente sin dar la espalda, hasta que se vio fuera del muro. Muchos fueron los romanos que perecieron [ 36] en este combate. Entre ellos se encontraba el decurión Ebucio, personaje que no sólo se distinguió en esta lucha, sino que también lo había hecho antes en otras partes 28 y había ocasionado innumerables males a los judíos. Un centurión llamado Galo, rodeado en medio del tumulto, [ 37] se introdujo en una de las casas con diez soldados. Como [ 38] el propio Galo y sus hombres eran sirios, entendieron lo que sus ocupantes hablaban durante la cena acerca de lo que el pueblo planeaba contra los romanos y en su propia defensa. Por la noche este centurión salió contra ellos, los mató a todos y con sus soldados se refugió sano y salvo en el campamento romano.
[ 39] Vespasiano consolaba a su ejército, que, sin conocer las desgracias, se hallaba desanimado por el hecho de que hasta entonces nunca había sufrido una derrota tan grande y, sobre todo, porque estaba avergonzado de haber abandonado a [ 40] su general solo ante los peligros. Vespasiano, sin hacer ninguna referencia a sí mismo, para que de ningún modo pareciera que les criticaba, les dijo que era preciso soportar valientemente los males que son comunes a todos, pues había que tener en cuenta la naturaleza de la guerra, ya que nunca se obtiene la victoria sin derramamiento de sangre y la Fortuna [ 41] es inconstante 29 . Sin embargo, tras haber matado a tantos miles de judíos, ellos habían pagado a la divinidad 30 [ 42] sólo un pequeño tributo. Y así como es propio de personas vulgares ensoberbecerse en exceso ante la prosperidad, así también es propio de gente débil hundirse ante las desgracias. «Pues el cambio de una situación a otra es rápido y es mejor aquel que se mantiene sobrio incluso en la buena suerte, para que pueda también enfrentarse con arrojo a la [ 43] adversidad. Sin embargo, los hechos de ahora no han ocurrido por vuestra debilidad ni por el valor de los judíos, sino que las dificultades del terreno han sido la causa de su éxito y de vuestra derrota. En relación con ello alguien os podría [ 44] echar en cara vuestro descontrolado coraje, pues, cuando los enemigos se refugiaron en la parte elevada de la ciudad, teníais que haber retrocedido y no ir detrás de los peligros que os sobrevenían desde arriba. Os debíais haber apoderado de la zona baja de la ciudad y desde un lugar seguro haber provocado poco a poco a entrar en un combate con garantías a los que habían huido arriba. Sin embargo, al perseguir la victoria sin mesura os habéis olvidado de vuestra seguridad. No es [ 45] propio de los romanos obrar irreflexivamente en la guerra y atacar a lo loco, pues nosotros hacemos todo según un orden y de acuerdo con la experiencia. En cambio, este comportamiento es algo propio de gente bárbara y en ello es en lo que precisamente más destacan los judíos 31 . Por tanto, hemos [ 46] de volver a nuestra propia virtud e indignarnos antes que desanimarnos por esta derrota inmerecida. Que cada [ 47] uno busque el mejor alivio con su propia mano, pues de esta forma vengaréis a los que han muerto y castigaréis a los que les dieron muerte. Yo por mi parte, como he hecho ahora, [ 48] intentaré en todas las batallas ir contra el enemigo delante de vosotros y ser el último en retirarme».
Con estas palabras reanimó al ejército. Los habitantes de [ 49] Gamala se llenaron de confianza durante un pequeño espacio de tiempo a causa de la inesperada e importante victoria que habían obtenido. Pero después, cuando se dieron cuenta [ 50] de que no tendrían ni siquiera la posibilidad de llegar a un acuerdo y cuando comprendieron que no podían huir, pues ya faltaban las provisiones, se llenaron de un terrible desánimo y se quedaron con el espíritu decaído. A pesar de todo [ 51] no se olvidaban, en la medida de lo posible, de su salvación, sino que los más valientes custodiaban las partes derribadas de la muralla y los demás permanecían en las zonas [ 52] que aún quedaban en pie. Cuando los romanos levantaron los terraplenes y de nuevo intentaron el ataque, la mayoría de los judíos salió corriendo de la ciudad por impracticables barrancos, donde precisamente no había guardias, y por galerías [ 53] subterráneas 32 . Todos los que se quedaron dentro de la ciudad por miedo a ser cogidos, murieron de inanición, ya que todas las provisiones habían sido requisadas para los que podían combatir.
Conquista del monte Itabirion
[ 54] Los habitantes de Gamala resistían tales calamidades, mientras 33 que Vespasiano, como un hecho más del asedio, se puso también en acción contra los que habían ocupado el monte Itabirion, que está entre la Gran [ 55] Llanura 34 y Escitópolis 35 . Este monte tiene una altura de treinta estadios y es casi inaccesible por el lado norte. En su cima hay una planicie de veintiséis estadios fortificada por todos sus lados 36 . [ 56] Josefo había levantado en cuarenta días estas murallas tan grandes 37 y les había provisto de agua y otros recursos traídos de abajo, ya que sus habitantes no disponían más que del agua de la lluvia. Como se había reunido allí mucha gente, Vespasiano envió [ 57] a Plácido con seiscientos jinetes. Al ser imposible entrar en el [ 58] lugar, exhortó a la mayoría de sus habitantes a llegar a un acuerdo de paz con la esperanza de que iban a obtener un buen trato y con el consejo de que lo aceptaran. Los de Gamala bajaron con malas [ 59] intenciones. Plácido 38 les hablaba con gran afabilidad, pues pretendía capturarlos en la llanura, mientras que los judíos, por su parte, descendían como si realmente le fueran a hacer caso, pero su intención era caer sobre él cuando estuviera desprevenido. Sin [ 60] embargo fue la artimaña de Plácido la que triunfó. Cuando los judíos iniciaron el combate, él fingió huir, arrastró a sus perseguidores un gran trecho por la llanura y volvió contra ellos su caballería. Así les obligó a huir, acabó con la vida de la mayoría de esta gente y al resto le cortó el camino y le impidió la retirada. Los que [ 61] habían abandonado el monte Itabirion se refugiaron en Jerusalén, mientras que la gente del lugar aceptó las propuestas de Plácido, pues ya les faltaba el agua, y se entregaron ellos mismos y el monte a Plácido.
Final de la ciudad de Gamala
Los habitantes de Gamala más audaces [ 62] consiguieron huir sin ser vistos, mientras que los débiles murieron de hambre. Los combatientes resistieron el asedio hasta [ 63] que el día veintidós del mes Hiperbereteo 39 tres soldados de la décimoquinta legión se arrastraron durante la guardia del amanecer 40 hasta la torre que tenían frente a ellos y la [ 64] minaron en secreto. Los centinelas que estaban sobre ella no se dieron cuenta de que estos soldados se acercaban, ya que era de noche, ni de que ya estaban allí. Los tres individuos, sin hacer ruido, echaron a rodar las cinco piedras más grandes [ 65] y se retiraron de un salto hacia atrás. La torre se vino al suelo súbitamente con gran estruendo. Los guardias se precipitaron abajo junto con ella, mientras que los demás centinelas [ 66] huyeron llenos de miedo. Los romanos aniquilaron a muchos de los que se atrevieron a abrirse paso, entre los que se encontraba Josefo 41 , al que un soldado hirió y mató [ 67] cuando se escapaba por la parte derribada de la muralla. Los que estaban dentro de la ciudad, asustados por el ruido, corrían agitados sin parar de un lado para otro, como si todos [ 68] los enemigos estuvieran ya en el interior. Entonces murió también Cares, que yacía enfermo, pues un gran temor había contribuido a que su enfermedad desembocara en la [ 69] muerte. Sin embargo, los romanos, que recordaban el desastre anterior 42 , no entraron hasta el día veintitrés de dicho [ 70] mes.
Tito, que ya estaba presente 43 , airado por la derrota que los romanos habían sufrido en su ausencia, reunió doscientos [ 71] jinetes, además de algunos soldados de infantería, y penetró en silencio en la ciudad. Los centinelas, cuando se percataron de ello, corrieron a gritos por las armas. Tan pronto como la gente de la ciudad se enteró de su llegada, unos cogieron a sus hijos y mujeres y los arrastraron para refugiarse en la ciudadela con llantos y gritos, mientras otros, que salieron al encuentro de Tito, perecían sin parar. Todos [ 72] los que no pudieron correr a la parte alta cayeron desconcertados en los puestos de guardia de los romanos. En todos los sitios se oían los innumerables gemidos de los que morían, y la sangre que fluía por las pendientes cubría toda la ciudad. Vespasiano [ 73] vino con todos sus hombres para colaborar en el ataque contra los que se habían refugiado en la ciudadela. La cima era [ 74] por todos los lados rocosa y de difícil acceso, pues tenía una inmensa altura y estaba llena de abismos que la rodeaban por todos los sitios y abierta a los precipicios 44 . Desde allí los judíos [ 75] atacaban a los enemigos que se acercaban con diversos proyectiles y con piedras, que hacían rodar desde arriba. Ellos, en cambio, al estar en una posición alta, no podían ser alcanzados por los disparos de los legionarios. Pero para su desgracia sobrevino [ 76] contra ellos una milagrosa tormenta que les atraía las flechas de los romanos, mientras que daba la vuelta a las suyas y las desviaba hacia otro lado. Los judíos en su posición escarpada, [ 77] por la fuerza del viento y la falta de suelo firme, no podían mantenerse en pie ni ver a los enemigos que se aproximaban a ellos. Los romanos subieron la cima, rodearon a los [ 78] hebreos y acabaron con la vida de los que se defendían y de los que les tendían sus manos en actitud de rendición. El recuerdo de los que habían perecido en el primer ataque 45 a Gamala encendió la ira romana contra todos. Muchos judíos, que habían perdido la esperanza de salvación, al verse rodeados por todas [ 79] partes se arrojaron ellos mismos, junto con sus hijos y mujeres, al barranco que debajo de la ciudadela se había abierto con una [ 80] gran profundidad 46 . En consecuencia, la cólera de los romanos parecía más suave que locura de los vencidos contra sí mismos. Cuatro mil judíos fueron degollados por los romanos, mientras que se vio que fueron más de cinco mil los que se precipitaron [ 81] por el barranco. No se salvó nadie, excepto dos mujeres 47 ; ambas eran hijas de la hermana de Filipo 48 . Este Filipo era hijo de un tal Jácimo, un varón ilustre que había sido comandante del [ 82] rey Agripa. Estas mujeres se salvaron porque escaparon al furor romano en la toma de la ciudad, ya que no perdonaron ni siquiera a los niños pequeños, sino que en varias ocasiones cogieron a muchos de ellos y los arrojaron desde la ciudadela. De [ 83] esta forma fue tomada Gamala el día veintitrés del mes de Hiperbereteo 49 , cuando su revuelta se había iniciado el día veinticuatro del mes de Gorpieo 50 .
Rebelión de Giscala. Tito entra en acción
[ 84] Solamente faltaba por someter Giscala 51 , una pequeña población de Galilea. Sus habitantes deseaban la paz, pues en su mayor parte eran agricultores y siempre tenían puestas sus esperanzas en las cosechas. Sin embargo, para su desgracia, se había introducido entre ellos una pandilla no pequeña de bandidos 52 , a los que se habían unido también algunos ciudadanos. A este grupo lo [ 85] dirigía e incitaba a la revuelta Juan, hijo de Leví, persona falaz, de un carácter muy astuto, dispuesto a tener grandes esperanzas y hábil para realizar sus ambiciones. Todos sabían que quería la guerra para obtener el poder 53 . Él fue el creador de [ 86] un grupo de sediciosos entre los habitantes de Giscala, que hizo que el pueblo, que tal vez habría enviado embajadores para negociar la rendición, esperara la llegada de los romanos en actitud hostil. Vespasiano envió contra ellos a Tito con mil [ 87] jinetes y se llevó la décima legión a Escitópolis. Mientras, él [ 88] mismo con dos de las legiones que le quedaban regresó a Cesarea 54 para que descansaran de sus múltiples fatigas y porque creía que de esta forma, con la abundancia de bienes de estas ciudades, revitalizaría sus cuerpos y sus ánimos para las luchas futuras. Pues veía el gran esfuerzo que aún le quedaba [ 89] por hacer en Jerusalén, una ciudad real, capital de toda la nación, donde acudían todos los que huían de la guerra. La solidez [ 90] natural de esta ciudad y la construcción de sus murallas hacía que su preocupación no fuera casual. Pensaba, además, que el valor y la audacia de sus habitantes serían difíciles de vencer, aun sin tener en cuenta las murallas. Por ello entrenaba [ 91] a sus soldados como atletas antes del combate.
A Tito, que se había aproximado a Giscala con la caballería, [ 92] le era fácil tomar por asalto la ciudad. Sin embargo, como sabía que, si se apoderaba de ella a la fuerza, toda su gente sería ejecutada por los soldados, prefería más bien ganar la ciudad mediante un acuerdo, pues él estaba ya harto de muertes y se apiadaba de la mayor parte del pueblo que era aniquilado sin distinción juntamente con los culpables 55 . [ 93] Por ello, dado que la muralla estaba repleta de hombres, que en su mayor parte pertenecían al grupo criminal, les dijo que se preguntaba con asombro en quién tendrían puestas sus esperanzas para hacer frente a las armas de los romanos ellos solos, cuando toda la ciudad había sido ya conquistada. [ 94] Pues habían visto cómo ciudades mucho más sólidas habían sucumbido con un único ataque, y cómo disfrutaban seguros de sus propios bienes todos los que habían confiado en los pactos con los romanos, precisamente los que ahora [ 95] él les ofrecía sin guardarles rencor por su insolencia. Se podía perdonar la esperanza de libertad, pero no la insistencia [ 96] en empresas imposibles. Si no confiaban en sus palabras amistosas ni en las pruebas de fidelidad que les daba, probarían la dureza de sus armas y pronto verían cómo las máquinas romanas abatirían la muralla, pues al confiar en ella demostrarían ser, ellos solos entre los galileos, unos prisioneros de guerra insolentes.
Huida de Juan de Giscala a Jerusalén
[ 97] No sólo no se permitió a nadie del pueblo responder ante estas palabras, sino ni siquiera subir al muro, ya que todo había sido ocupado antes por los bandidos. Había también centinelas en las puertas para que nadie saliera a negociar y para que no dejasen entrar [ 98] en la ciudad a ninguno de los soldados de caballería. El propio Juan dijo que le parecían bien estas propuestas y que convencería u obligaría a aceptarlo a los que se oponían a ello. Sin embargo, era preciso que Tito les respetara aquel [ 99] día, que era sábado, pues en esta jornada la ley judía prohibía hacer uso de las armas así como concertar un tratado de paz 56 . Los romanos no desconocían que, cuando llegaba el [ 100] séptimo día de la semana, los judíos no realizaban ningún trabajo, y que en este incumplimiento de la ley pecaba tanto el que obligaba a cometer tal impiedad como el que se veía forzado a ello. El retraso no produciría ningún daño a Tito, [ 101] pues por la noche qué otra cosa podrían emprender sino la huida, cuando, además, le era posible impedírselo si rodeaba la ciudad con su campamento. Para los judíos, en cambio, [ 102] tenía mucha importancia no transgredir la leyes sagradas, y convenía que la persona que les ofrecía una paz salvadora, que no se esperaban, respetara sus costumbres. Con estos [ 103] razonamientos Juan engañó a Tito, pues su mayor interés no era el respeto del sábado, sino su propia salvación. Tenía miedo de ser capturado nada más caer la ciudad y por ello ponía sus esperanzas de conservar la vida en huir por la noche. Era una obra de Dios 57 , que salvó a Juan para ruina de [ 104] Jerusalén, no sólo el hecho de que Tito se dejara persuadir con el pretexto de este retraso, sino el que acampara más lejos de la ciudad, cerca de Cidasa 58 . Era ésta una aldea fortificada, [ 105] en el interior del territorio de los tirios, que siempre había mantenido una actitud bélica y de odio contra los galileos. La base de las diferencias con la nación judía era su gran número de habitantes y su posición fortificada.
[ 106] Por la noche Juan, al ver que no había ningún guardia romano alrededor de la ciudad, aprovechó la ocasión y huyó hacia Jerusalén no sólo con soldados, sino también con numerosas [ 107] personas no armadas junto con sus familias. Pudo llevar con él a una multitud de mujeres y niños a lo largo de veinte estadios, a pesar de estar angustiado por el miedo de ser capturado y de perder la vida. Sin embargo, cuando hubo avanzado más adelante, aquella gente fue dejada atrás y eran terribles los gemidos de los que se vieron abandonados. [ 108] Pues cada uno de ellos, cuanto más se alejaba de los suyos, tanto más cerca creía estar del enemigo. Llenos de miedo pensaban que ya estaban próximos a ellos los que les iban a hacer prisioneros y se daban la vuelta al oír el ruido que ellos mismos producían en su carrera, como si ya estuvieran [ 109] encima los enemigos de los que huían. La mayoría fue a parar a lugares infranqueables y la rivalidad por adelantarse [ 110] unos a otros en el camino acabó con muchos de ellos. Era digna de lástima la muerte de mujeres y niños. Algunas mujeres tuvieron el valor de llamar a sus maridos y familiares [ 111] con súplicas para que las esperaran. Pero prevaleció la orden de Juan, que les gritaba que se salvaran a sí mismos y que huyeran allí donde pudieran vengarse de los romanos en el caso de que éstos capturaran a los judíos dejados atrás. Así pues, la multitud de los fugitivos se dispersó según la fuerza y rapidez de cada uno.
Caída de Giscala. Sumisión total de Galilea
De día, Tito se presentó ante las murallas [ 112] para concluir el tratado. El pueblo [ 113] le abrió las puertas, acudió allí junto con sus familias y le aclamó como benefactor y libertador de la guarnición que dominaba la ciudad. A la vez le informaron de la huida de Juan, le [ 114] pidieron que les perdonara y que dentro castigara a los rebeldes que aún quedaban. Tito dejó en un segundo plano las [ 115] peticiones del pueblo y envió una unidad de caballería en persecución de Juan. Los soldados no le capturaron, pues se había dado prisa en refugiarse en Jerusalén. Sin embargo mataron a unos seis mil hombres de los que habían escapado con él y apresaron a poco menos de tres mil mujeres y niños después de haberlos rodeado. Tito se sintió disgustado [ 116] por no haber castigado inmediatamente a Juan por el engaño, si bien fue suficiente consuelo para su decepcionado ánimo el tener un destacado número de prisioneros y de muertos. Entró en la ciudad entre aclamaciones y, una vez [ 117] que dio a sus soldados la orden de derribar una pequeña parte de la muralla en señal de que había sido sometida, refrenó más con amenazas que con un castigo a los que revolucionaban la ciudad. Muchos habrían delatado a inocentes [ 118] por odios personales y diferencias particulares, en el caso de que Tito buscara a los merecedores de una sanción. Por ello, era mejor dejar al culpable en la inseguridad del miedo que ejecutar con él a alguno de los que no lo merecían 59 . Pues [ 119] tal vez aquél, por miedo al castigo, podría ser sensato, al sentirse avergonzado por los males cometidos, mientras que el suplicio aplicado injustamente ya no tiene remedio. Se [ 120] aseguró de la ciudad con una guarnición con la que pudiera reprimir a los sediciosos y llenar de valor a los partidarios de la paz. De esta forma fue tomada toda Galilea, que con muchos sudores sirvió de entrenamiento a los romanos para la toma de Jerusalén.
Juan de Giscala en Jerusalén
[ 121] Con la entrada de Juan en Jerusalén todo el pueblo salió a la calle. Una innumerable multitud se agrupó en tomo a cada uno de los fugitivos y les preguntaba sobre las desgracias que habían padecido [ 122] en el exterior. Su respiración aún ardiente y fatigada evidenciaba el sufrimiento. Sin embargo, a pesar de estas desgracias, ellos seguían fanfarroneando, pues decían que no habían huido de los romanos, sino que habían venido para [ 123] luchar contra ellos desde una posición segura. Pues era ilógico e inútil arriesgarse con temeridad por Giscala y por poblaciones débiles, cuando era necesario reservar armas y [ 124] fuerzas para la defensa de la metrópoli. De esta manera dieron a entender que Giscala había sido tomada, y la mayoría de la gente entendió como huida lo que ellos por decoro [ 125] llamaban retirada. Cuando se conoció la noticia de lo acaecido a los prisioneros, se apoderó del pueblo una tremenda confusión y consideró estos hechos como claros indicios de la [ 126] toma de su propia ciudad 60 . Juan no se ruborizó lo más mínimo por los que habían sido abandonados atrás, sino que acudía a unos y a otros y les incitaba a la guerra con esperanzas. Les hacía suponer que los romanos eran débiles y exageraba su propia fuerza. Se burlaba de la gente inexperta [ 127] al afirmar que los romanos no podrían atravesar las murallas de Jerusalén, ni aunque tuvieran alas 61 , pues habían tenido dificultades en las aldeas de Galilea 62 y habían estropeado sus máquinas en el derribo de sus fortificaciones.
Revueltas en Judea
Con estas palabras arrastró a la mayoría [ 128] de los jóvenes y los empujó a la guerra. Sin embargo, no había ningún anciano ni persona sensata que no previese lo que iba a ocurrir y no llorase como si ya se hubiera perdido la ciudad. El pueblo se hallaba en tal [ 129] confusión, mientras que la gente del campo se había adelantado a la revuelta de Jerusalén 63 . Tito había partido de [ 130] Giscala a Cesarea, y Vespasiano de Cesarea a Jamnia 64 y a Azoto 65 . Conquistó estas dos ciudades, estableció guarniciones y se retiró con un destacado número de individuos [ 131] que se habían unido a él por un acuerdo 66 . En cada una de las ciudades se produjeron disturbios y luchas civiles 67 . Cuando los judíos se tomaban un respiro de la guerra con los romanos, se enzarzaban entre sí. Era muy dura la contienda entre los partidarios de la guerra y los que anhelaban [ 132] la paz. En primer lugar surgieron disputas en familias que antes habían estado en armonía, y, en segundo lugar, personas que eran muy amigas se rebelaron unas contra otras y cada uno se unía a aquellos que tenían sus mismas pretensiones, [ 133] de modo que así se enfrentaban por grupos. Por todos los sitios había sedición; los rebeldes y los que deseaban luchar predominaban por su juventud y por su audacia sobre [ 134] los ancianos y personas sensatas. Primero se dedicaron, cada uno por su parte, al pillaje entre los habitantes de su zona, luego, organizados en grupos, hicieron bandidaje por el resto de la región, de tal forma que sus compatriotas no veían ninguna diferencia entre éstos y los romanos a causa de su crueldad y su injusticia, y a los que lo sufrían les parecía mucho más soportable la sumisión a Roma.
Los zelotes en Jerusalén. Sus crímenes
Las guarniciones de las ciudades poco [ 135] o nada ayudaron a la gente afectada por estas calamidades, ya sea por temor a tener problemas o por odio hacia los judíos 68 . Hasta que los jefes de los malhechores de todos los lugares, hartos de hacer rapiñas en la región, se reunieron, formaron una banda del mal y penetraron en Jerusalén para llevarla a la ruina. La ciudad no tenía [ 136] jefe militar y, de acuerdo con una costumbre de sus antepasados, acogía sin tomar precauciones a todos los de su raza 69 . En aquel momento sus habitantes pensaban que todos los que venían lo hacían como aliados con buenas intenciones. Esto es lo que más tarde hundió a la ciudad, incluso sin [ 137] tener en cuenta la revuelta. Pues esta multitud de gente inútil y vaga consumió antes de tiempo las provisiones que habrían sido suficientes para los soldados, y así, además de la guerra, atrajo sobre la ciudad la discordia y el hambre 70 .
[ 138] Cuando llegaron a Jerusalén otros bandidos del campo y se unieron a los de dentro 71 , que eran peores que ellos, no [ 139] hubo iniquidad que no cometieran. No sólo se limitaron a rapiñas y robos, sino que llegaron incluso a asesinar, no por la noche, a escondidas y al primero que se encontraran, sino [ 140] abiertamente, de día y a personalidades distinguidas. En primer lugar cogieron y encerraron a Antipas 72 , miembro de la familia real y uno de los más poderosos de la ciudad, hasta el punto de que se le había confiado el tesoro público. [ 141] Luego hicieron lo mismo con Levia, uno de los notables, con Sifa, hijo de Aregetes, que también eran ambos de linaje regio, y después con los que ocupaban puestos destacados [ 142] en el país. Un espanto terrible se apoderó del pueblo y, como si la ciudad hubiera sido ya tomada al ataque, cada uno buscaba su propia salvación.
[ 143] No les bastó con encadenar a los prisioneros ni les pareció seguro custodiar así durante mucho tiempo a personajes importantes. [ 144] Pues sus familias, que no disponían de pocos hombres, podrían vengarse y, además, tal vez el pueblo se opondría [ 145] y se alzaría contra estos crímenes. Cuando decidieron acabar con ellos, enviaron para este fin a un tal Juan, que era el más experto asesino. En la lengua del país se llamaba «Hijo de Dorcas» 73 . Con él penetran en la prisión diez hombres armados con espadas y degollan a los cautivos. Para un crimen [ 146] tan grande fingieron una gran mentira y excusa: decían que ellos habían negociado con los romanos la entrega de Jerusalén y que habían ejecutado a los traidores de la libertad común. En resumen, se jactaban de sus audaces crímenes como si fueran bienhechores y salvadores de la ciudad.
El pueblo 74 llegó a tal punto de abatimiento y de terror, y [ 147] los malhechores a tanta soberbia que incluso estuvo en sus manos el elegir a los sumos sacerdotes. Dejaron sin vigor el derecho [ 148] de las familias, de las que se nombraban por sucesión a los sumos sacerdotes, y pusieron en este cargo a personas desconocidas y sin linaje noble, para que fueran cómplices de sus impiedades 75 . Pues la gente que consigue un alto cargo sin merecérselo [ 149] está obligada a obedecer a los que les han concedido tal honor. Con todo tipo de maquinaciones y calumnias provocaron [ 150] enfrentamientos entre las autoridades, pues así sacaban provecho de las disensiones internas de los que podían ser un obstáculo para sus empresas. Hasta que, hartos ya de cometer injusticias contra los hombres, volvieron su insolencia contra Dios y entraron en el santuario con sus sucios pies.
Entonces el pueblo se levantó contra ellos. Le dirigía [ 151] Anano 76 , el más anciano de los sumos sacerdotes, un hombre muy sensato que tal vez habría salvado la ciudad si se hubiera librado de las manos de los conspiradores. Éstos convirtieron el Templo de Dios en su propia fortaleza y en un refugio contra las revueltas del pueblo. El lugar santo fue [ 152] para ellos el centro de su tiranía. A estos males se añadió la [ 153] burla, que era más insoportable que sus crímenes. Para probar el abatimiento del pueblo y hacer alarde de su fuerza se dispusieron a elegir por sorteo a los sumos sacerdotes, cuando, según hemos dicho 77 , la elección era por sucesión [ 154] hereditaria. La excusa para esta artimaña era una antigua costumbre, pues decían que ya antes la elección del sumo sacerdocio era por sorteo 78 . Sin embargo, en realidad se trataba de la eliminación de una norma muy consolidada y una estratagema para obtener el poder y ser ellos mismos los que designaran los cargos.
[ 155] Mandaron llamar a una de las tribus pontificales 79 , llamada Eniaquim 80 , y eligieron a suertes al sumo sacerdote. El azar seleccionó a la persona que mejor puso en evidencia la ilegalidad de esta gente, un tal Fani 81 , hijo de Samuel, de la aldea de Aftia 82 , que no sólo no descendía de sumos sacerdotes, sino que por su incultura ni siquiera sabía con claridad qué era el sumo sacerdocio. A este individuo lo sacaron [ 156] del campo, en contra de su voluntad, como si estuviera en el teatro le pusieron una máscara que no le correspondía, una vestimenta sagrada y le enseñaron lo que era necesario hacer en tal ocasión 83 . Esta impiedad tan grande fue para ellos [ 157] motivo de risa y de juego, mientras que los demás sacerdotes, que observaban desde lejos esta burla de la ley, se pusieron a llorar y se lamentaban por la profanación de los honores sagrados.
Reacción del pueblo. Anano y su discurso
El pueblo no aguantó esta audacia, sino [ 158] que todos se alzaron como si fueran a destruir una tiranía. Los que eran considerados [ 159] ciudadanos principales, Gorión, hijo de José 84 , y Simeón, hijo de Gamaliel 85 , incitaron a la gente, cuando estaba reunida en asambleas, y de forma individual, cuando acudían a visitarla, para que castigara de una vez a los destructores de la libertad y [ 160] para que limpiara el Lugar Santo de estos homicidas. Los sumos sacerdotes más famosos, Jesús 86 , hijo de Gamala, Anano, hijo de Anano, que muchas veces en las asambleas habían reprochado al pueblo su apatía, le instigaban contra [ 161] los zelotes. Estos malhechores se habían dado este nombre como si tuvieran celo por realizar buenas acciones, y no por los tremendos crímenes que llevaron a cabo en exceso 87 .
[ 162] Se reunió, entonces, el pueblo en una asamblea y todos se indignaron por la ocupación del recinto sagrado, por las rapiñas y por los asesinatos, aunque no se decidieron a vengarse porque pensaban que los zelotes eran muy difíciles de derrotar, lo que realmente era cierto. Se levantó en medio de ellos Anano y, después de dirigir su mirada muchas veces [ 163] hacia el Templo, dijo con los ojos llenos de lágrimas: «Para mí hubiera sido mejor morir antes que ver la casa de Dios llena de tantos sacrilegios y los lugares impenetrables y sagrados [ 164] ultrajados por pies homicidas. Sin embargo, vestido con la túnica de sumo sacerdote y llamado con el más venerable de los nombres 88 , estoy vivo y sigo apegado a la vida, sin esperar para mi vejez una muerte gloriosa. Si es necesario, iré sólo y como en un desierto yo seré el único que entregue mi vida a Dios 89 . ¿Por qué hay que vivir con un pueblo [ 165] que no atiende a las desgracias y en el que ya no existe forma de oponerse a los males que han caído sobre ellos? Cuando os saquean, no os oponéis a ello, cuando os golpean, os calláis. Nadie se lamenta públicamente por los que han sido asesinados. ¡Ay, amarga tiranía! ¿Pero por qué critico a los [ 166] tiranos? ¿No han crecido éstos por culpa de vuestra resignación? Pues vosotros no hicisteis caso de sus primeras reuniones, [ 167] cuando aún eran pocos, y así aumentasteis su número con vuestro silencio. Al dejar que se armaran habéis vuelto sus tiros contra vosotros mismos, cuando debíais haber reprimido [ 168] sus primeras embestidas, en el momento que atacaban con ultrajes a sus compatriotas. Con vuestra despreocupación habéis incitado a los malvados a las rapiñas, sin que hubiera una palabra de protesta por las casas saqueadas. Por ello cogieron también a sus mismos dueños y, cuando los arrastraron por medio de la ciudad, nadie se opuso a ello. Ultrajaron con cadenas [ 169] a aquellos que vosotros les entregasteis, y no quiero decir cuántos y quiénes fueron. Pero nadie salió en ayuda de estas personas que habían sido encadenadas sin ser acusadas ni condenadas. La consecuencia de ello fue que llegamos a ver asesinada [ 170] a esta gente. Observamos los hechos, como cuando de un rebaño de animales irracionales se elige siempre al mejor para el sacrificio y nadie levanta la voz ni, mucho menos, alza la [ 171] mano. Por tanto, soportad, soportad el ver pisoteados los lugares sagrados y no sufráis por sus excesos, vosotros que habéis facilitado a esta gente impía los escalones de sus audaces crímenes. Pues, sin duda, ahora abordarían empresas mayores, si tuvieran para destruir algo más importante que el Templo. [ 172] Dominan la parte más fortificada de la ciudad, ya que ahora se ha de considerar el Templo como una ciudadela o como una fortaleza. ¿Cuáles son vuestros planes y contra quiénes vais a encender vuestra cólera, si tenéis una tiranía tan bien protegida y veis que los enemigos están por encima de vosotros? [ 173] ¿Es que esperáis que los romanos vengan en auxilio de vuestros lugares sagrados? ¿Tan extrema es la situación de la ciudad y a tantas calamidades hemos llegado, para que incluso los enemigos se apiaden de nosotros? ¿Vosotros, los más [ 174] desdichados de todos los hombres, no os vais a levantar, ni os vais a revolver contra los golpes, como vemos que ocurre con los animales, ni a defender de los que os atacan? ¿No os olvidaréis ninguno de vosotros de vuestras propias desgracias y, cuando tengáis delante de los ojos todo lo que habéis sufrido, [ 175] no aguzaréis vuestras almas para vengaros de ellos? ¿Ha muerto entre vosotros el sentimiento más honorable y más natural de todos, el deseo de libertad? ¿Nos hemos convertido en amantes de la esclavitud y de nuestros dominadores, como si hubiéramos heredado de nuestros antepasados el estar sometidos? [ 176] Pero nuestros padres sostuvieron muchas y largas guerras por la independencia y no sucumbieron ni ante el poder de los egipcios ni ante el de los medos 90 por no cumplir sus órdenes. ¿Y por qué hay que hablar de nuestros antepasados? [ 177] La guerra que ahora existe contra Roma, omito decir si es o no útil y beneficiosa, ¿qué finalidad tiene? ¿No es la libertad? Si no soportamos a los amos del mundo, ¿vamos a [ 178] tolerar a los tiranos de nuestra propia nación? Sin embargo se [ 179] podría achacar a la Fortuna, que de una vez por todas nos ha sido adversa, el hecho de obedecer a poderes extranjeros, si bien es propio de personas cobardes que han optado por esta actitud el someterse a unos compatriotas criminales.
Ya que he mencionado una vez a los romanos, no omitiré [ 180] deciros lo que vino a mi mente cuando pronunciaba mis palabras, a saber, que en el caso de que fuéramos vencidos por los romanos, ¡ojalá que estas palabras no lleguen a realizarse!, no tendremos que tolerar ya nada más duro que los males que esta gente nos está haciendo. ¿No es digno [ 181] de llanto el ver en el Templo las ofrendas de los romanos 91 junto con los despojos de los saqueos y de las matanzas de la nobleza de nuestra capital llevados a término por nuestros compatriotas? A estas personas que aquéllos han asesinado, los romanos las habrían perdonado, aunque [ 182] las hubieran vencido. Estos últimos nunca han cruzado el límite 92 de los profanos ni han transgredido ninguna de las leyes sagradas, sino que desde lejos han contemplado, llenos [ 183] de un temor religioso, el recinto del Templo. Mientras que algunos, que han nacido en este país, que han sido educados en nuestras costumbres y que se llaman judíos, deambulan en medio de los lugares sagrados con las manos [ 184] aún calientes por los homicidios de compatriotas. ¿Tal vez alguien sienta miedo por una guerra contra un enemigo extranjero y por unas personas que son mucho más moderadas que los de nuestra propia raza? Pues si hay que llamar a cada cosa por su nombre, se podría ver cómo los romanos son los protectores de nuestras leyes, mientras [ 185] que sus enemigos están dentro de nuestro pueblo. Pero creo que todos vosotros, antes de venir de casa, ya estabais convencidos de que estos conspiradores de la libertad son unos depravados y que no se podría discurrir contra ellos un castigo adecuado a sus crímenes, y me parece que antes de que yo hablara ya estabais encendidos contra ellos por [ 186] los sufrimientos que os han hecho pasar. Quizá la mayoría de vosotros estará aterrado ante su número y su audacia, así como también ante la superioridad del lugar en el que están asentados. Pero de la misma manera que estos hechos [ 187] han sucedido por vuestra desidia, así también ahora se agravarán si aplazáis más el problema. Cada día su grupo se hace más numeroso, pues todo individuo malvado se pasa a ellos para unirse a sus iguales. Hasta ahora ningún [ 188] obstáculo ha impedido inflamarse su osadía. Desde su posición elevada se servirán de ese lugar y de su armamento, si nosotros les damos tiempo para ello. Tened confianza [ 189] en que, si vamos contra ellos, serán más humildes por su mala conciencia y el pensar en sus crímenes eliminará la ventaja de estar en un lugar alto. A lo mejor la Divinidad, [ 190] airada, vuelve contra ellos sus golpes y los impíos serán destruidos por sus propias flechas 93 . Sólo con que nos vean quedarán deshechos. En caso de que nos sobrevenga [ 191] algún peligro, es hermoso morir delante de las puertas sagradas y entregar la vida, no en defensa de nuestros hijos y mujeres, sino por Dios y por el Templo. Yo os ayudaré [ 192] con mi consejo y con mi mano, y no dejaremos de preocuparnos por vuestra seguridad ni veréis que yo escamotee mi propia persona» 94 .
Anano se enfrenta a los zelotes
[ 193] Con este discurso Anano dio fuerzas a la multitud para ir contra los zelotes, sin ignorar que éstos eran difíciles de vencer por su número, su juventud, la obstinación de su espíritu y, sobre todo, porque eran conscientes de sus actos. Pues en esta situación extrema no iban a rendirse, al haber perdido toda esperanza de [ 194] obtener el perdón por sus crímenes. Sin embargo, Anano prefería cualquier tipo de sufrimiento antes que abandonar [ 195] los asuntos públicos en tal estado de confusión. La muchedumbre gritaba para que les condujera contra aquella gente a quien él les había exhortado combatir, y todos ellos estaban dispuestos a ser los primeros en exponerse al peligro.
[ 196] Mientras Anano seleccionaba y ordenaba a los que eran aptos para la lucha, los zelotes se enteraron de este plan, pues entre ellos había algunos que les contaban todo lo que ocurría en el pueblo, se enfurecieron, salieron del Templo en masa y en grupos y no perdonaron a ninguno de los que [ 197] se encontraron. Rápidamente Anano reunió una fuerza popular, superior a los zelotes en número, pero inferior en armas [ 198] y en adiestramiento. No obstante, en ambos bandos el ardor suplía las deficiencias: la gente de la ciudad estaba provista de una pasión más fuerte que las armas, y la del Templo de una audacia superior a cualquier número de personas. [ 199] Los primeros, porque pensaban que la ciudad sería inhabitable, si no acababan con los bandidos, y los zelotes, por su parte, al darse cuenta de que no se librarían de ningún tipo de castigo, si no obtenían la victoria. Así se enfrentaron [ 200] en la lucha empujados por estos sentimientos. En un principio, en la ciudad y delante del Templo, se lanzaban flechas y piedras recíprocamente desde lejos. Pero luego, cuando algunos huían en retirada, los vencedores sacaban sus espadas. Hubo muchas muertes en ambos bandos y también fueron numerosos los heridos. Sus allegados llevaban a [ 201] los heridos del pueblo a sus casas, mientras que los zelotes volvían a subir al Templo y ensangrentaban el pavimento sagrado. Se podría decir que solamente la sangre de los zelotes ha mancillado el Templo. En los combates siempre dominaban [ 202] los bandidos con sus incursiones. Las fuerzas del pueblo, que cada vez eran más, irritadas increpaban a los que se daban la vuelta, y los que estaban en la retaguardia hacían fuerza para impedir la retirada a los que escapaban; así hacían volver todos sus efectivos contra los enemigos. Éstos ya no resistieron [ 203] más la presión y poco a poco se retiraron al Templo, donde entraron con ellos los hombres de Anano. Los zelotes se llenaron [ 204] de miedo al perder el primer recinto 95 , y, tras refugiarse en el de más adentro 96 , rápidamente cerraron sus puertas. A [ 205] Anano no le pareció bien asaltar las puertas sagradas 97 , sobre todo cuando aquéllos les disparaban desde arriba. Pensó que sería un sacrilegio, aunque venciera, meter dentro a la multitud sin haberse purificado 98 . De entre todos eligió a sorteo a [ 206] seis mil soldados y los puso como guadianes de los pórticos. Otros tomaban el relevo a éstos y todos estaban obligados a [ 207] hacer guardia por turnos. Muchas judíos de clase alta, con el permiso de los que eran considerados sus jefes, pagaban a gente pobre y los enviaban a montar guardia en lugar de ellos.
Traición de Juan de Giscala
[ 208] El culpable de la ruina de todos estos hombres fue Juan, que, como dijimos 99 , había huido de Giscala, persona muy astuta que tenía en su interior un terrible deseo de tiranía y que desde hacía tiempo [ 209] maquinaba contra el Estado 100 . Entonces, aunque fingía estar de parte del pueblo, iba con Anano cuando deliberaba cada día con los poderosos y cuando recorría por la noche los puestos de guardia. Contaba a los zelotes los secretos y por su culpa todos los planes del pueblo eran conocidos entre los enemigos antes de que hubieran sido plenamente decididos. [ 210] Maquinaba para no despertar sospechas: mostraba desmedidas [ 211] atenciones con Anano y los jefes del pueblo. Pero con esta actitud consiguió lo contrario de lo que esperaba, pues por sus ilógicas adulaciones se hizo más sospechoso y el hecho de estar en todos los sitios, sin ser llamado, hizo [ 212] creer que contaba los secretos al enemigo. Se dieron cuenta de que los enemigos estaban enterados de todos sus proyectos, y nadie era más proclive a ser tenido por sospechoso [ 213] de estas revelaciones que Juan. No era fácil librarse de un hombre que era poderoso por su perversidad y, además, era una persona famosa que estaba rodeada de mucha gente de la que formaba parte de los Consejos Supremos 101 . Por ello pareció conveniente que jurase su fidelidad. Inmediatamente [ 214] Juan juró que sería leal al pueblo, que no revelaría a los enemigos ningún plan ni ninguna actividad, y que colaboraría, tanto con su mano como con su consejo, a repeler al enemigo. Los hombres de Anano confiaron en sus promesas [ 215] y aceptaron en sus deliberaciones a Juan sin sospechar nada. Incluso lo enviaron como embajador ante los zelotes para llegar a un acuerdo, pues se esforzaban para que, por su culpa, no se mancillara el Templo ni muriera en él ninguno de sus compatriotas.
Juan, como si hubiese prometido lealtad en favor de los [ 216] zelotes, en lugar de en su contra, pasó al interior del Templo, se sentó en medio de ellos y les dijo que muchas veces había afrontado peligros para informarles de todo lo que los soldados de Anano tramaban en secreto contra ellos. Pero [ 217] que ahora corría junto con ellos el mayor de los riesgos, a no ser que le sobreviniera una ayuda divina. Pues Anano ya [ 218] no tenía más paciencia, sino que había convencido al pueblo para que enviara embajadores ante Vespasiano y pedirle que viniera rápidamente a tomar la ciudad. Y que además había proclamado contra ellos para el día siguiente una purificación 102 , a fin de que sus soldados entrasen en el Templo, ya sea bajo la excusa de este rito o a la fuerza, y se enfrentaran a los zelotes. Por ello, no veía cómo soportarían el asedio o [ 219] resistirían a tantos enemigos. Añadió que por la Providencia divina él había sido enviado como embajador para llegar a un acuerdo, pues Anano les hacía estas propuestas para pillarles desprevenidos en el ataque. Para salvar la vida era [ 220] necesario que hicieran súplicas a los que les sitiaban o que [ 221] obtuvieran alguna ayuda del exterior. Los que estaban llenos de esperanza por conseguir el perdón, en el caso de que fueran derrotados, se olvidaban de sus propias temeridades o creían que debía producirse también la reconciliación de sus víctimas con ellos tan pronto como los culpables mostraran [ 222] su arrepentimiento. Pero muchas veces la contricción de la gente injusta resulta odiosa y la ira de los ofendidos se [ 223] hace más cruel cuando tienen poder. Los amigos y familiares de los muertos, así como una población numerosa, irritada por la abolición de las leyes y de los tribunales de justicia, acechaban a los zelotes; y, aunque una parte de ellos tuviera compasión, sin embargo este sentimiento sería eliminado por la indignación de la mayoría.
Los zelotes piden ayuda a los idumeos
[ 224] Con estas astutas palabras produjo un miedo general, y no se atrevía a hablar claramente de la ayuda externa, aunque insinuaba que se trataba de los idumeos 103 . En concreto, para irritar a los jefes de los zelotes acusó a Anano de crueldad y dijo que éste expresaba [ 225] amenazas sobre todo contra ellos. Estos individuos eran Eleazar, hijo de Gión 104 , que era el que más autoridad tenía entre ellos cuando planeaba lo que había que hacer y lo llevaba a la práctica, y un tal Zacarías 105 , hijo de Anficaleo. El uno y el otro pertenecían a una familia sacerdotal. Cuando [ 226] estos dos personajes oyeron, además de las amenazas generales, las que en particular iban contra ellos, y que los hombres de Anano llamaban a los romanos para mantener ellos el poder, pues también Juan había dicho esta mentira, estuvieron durante mucho tiempo sin saber qué hacer al sentirse agobiados en esta situación tan complicada. Efectivamente, [ 227] el pueblo estaba preparado para ir contra ellos de un momento a otro, y el hecho de que el ataque fuese tan rápido anulaba la llegada de ayudas del exterior, puesto que sufrirían todos los males antes de que ninguno de sus aliados se enterara de ello. Sin embargo, decidieron llamar a los idumeos. Inmediatamente [ 228] les escribieron una carta donde se decía que Anano había engañado al pueblo y que iba a entregar la metrópoli a los romanos, mientras que ellos se habían sublevado en defensa de la libertad y estaban sitiados en el Templo. En muy poco tiempo se decidiría su salvación: si [ 229] los idumeos no venían en su ayuda con rapidez, ellos caerían enseguida en manos de Anano y de los enemigos y la ciudad en poder de los romanos. Por su parte, transmitieron también a los mensajeros muchos recados para que se los comunicaran de palabra a los jefes idumeos. Para llevar la [ 230] misiva fueron seleccionados dos hombres activos que tenían dotes para la elocuencia y para la persuasión en lo referente a los asuntos públicos y, lo que era más útil de todo, sobresalían por la rapidez de sus pies. Sabían que los idumeos se [ 231] dejarían convencer inmediatamente, pues era un pueblo levantisco e indisciplinado, que siempre estaba abierto a la rebelión, que disfrutaba con las revueltas, y que sólo con una simple adulación estaba dispuesto a tomar las armas e ir [ 232] a la guerra, como si se tratara de una fiesta 106 . Se necesitaba actuar con prontitud en esta misión. De esta forma, los dos emisarios, que ambos se llamaban Anano, pusieron todo su afán para presentarse enseguida ante los jefes de Idumea.
Los idumeos en Jerusalén. El discurso del sumo sacerdote Jesús
[ 233] Los idumeos se quedaron sorprendidos ante la carta y las palabras de los emisarios y, como locos, fueron corriendo por el pueblo y proclamaron públicamente [ 234] la expedición militar. La muchedumbre se había reunido antes de que se hubiera dado la orden y todos cogieron las armas con el convencimiento de [ 235] que iban a luchar por la libertad de la capital. Formaron un ejército de veinte mil hombres y se dirigieron a Jerusalén bajo el mando de cuatro jefes: Juan, Jacobo, hijo de Sosas 107 , junto con Simón, hijo de Taceas 108 , y Fineas, hijo de Clusot.
[ 236] La salida de los mensajeros pasó inadvertida a Anano, así como a los centinelas, pero no ocurrió lo mismo con la llegada de los idumeos. Como tenía conocimiento previo de ello, les cerró las puertas y puso guardias en las murallas. [ 237] No le pareció totalmente conveniente entrar en combate con ellos, sino convencerles con palabras antes de llegar a las [ 238] armas. Jesús, el más anciano de los sumos sacerdotes, después de Anano, se situó en la torre 109 que estaba enfrente de los enemigos y dijo: «Entre los muchos y diversos desórdenes que dominan la ciudad no hay nada que me asombre más de la Fortuna que el hecho de que ésta colabore con la gente malvada incluso en las situaciones desesperadas. Vosotros [ 239] habéis venido para ayudar en contra nuestra a unos hombres de una gran perversidad con un ardor tan grande que no sería apropiado ni siquiera cuando la ciudad os llamara para ir contra los bárbaros 110 . Si yo viera que vuestro [ 240] ejército está formado por gente de la misma calaña que aquellos que os han llamado aquí, no sería para mí ilógico vuestro ardor, pues no hay nada que produzca tanta concordia entre los hombres como la similitud de caracteres. Y si ahora alguien examinara a estas personas una por una, se demostraría que cada uno se merece mil muertes. Son el desecho [ 241] y la inmundicia de toda la ciudad 111 , que tras derrochar sus propios bienes y practicar su locura en las aldeas y ciudades de los alrededores, han acabado por penetrar en la Ciudad Santa furtivamente. Son bandidos que por su tremenda [ 242] impiedad han profanado incluso el suelo que no está permitido pisar 112 ; ahora se los puede ver impunemente borrachos dentro de los lugares sagrados y con sus insaciables estómagos llenos de los despojos de la gente asesinada por ellos. El número de vuestras tropas y el buen aspecto de [ 243] vuestras armas es el que debería verse en el caso de que la metrópoli os hubiera llamado por decisión del Consejo 113 como aliados contra los extranjeros. ¿Qué otra cosa se le podría llamar a esto si no un agravio de la Fortuna, cuando se observa que una nación entera se arma para ayudar a una [ 244] panda de criminales? Llevo mucho tiempo sin saber qué es lo que os ha movido con tanta rapidez, pues sin una causa importante no habríais emprendido una guerra contra un [ 245] pueblo de vuestra misma raza en favor de unos bandidos. Y puesto que hemos oído hablar de los romanos y de una traición, ya que algunos de vosotros hace un momento lo gritaban y decían que estabais aquí para liberar a la metrópoli, ante estas palabras nos ha sorprendido más la invención de esta mentira por parte de estos malhechores que sus otras [ 246] osadías. No era posible que unos hombres, que por naturaleza aman la libertad y que sobre todo por ella están dispuestos a luchar contra los enemigos extranjeros, se alzaran contra nosotros por otro motivo que no fuera el hecho de [ 247] haber inventado una traición de la deseada libertad. Pero es preciso que vosotros penséis en quiénes son los calumniadores y contra quiénes dirigen sus ataques, y que lleguéis a la verdad no a partir de historias ficticias, sino de la realidad [ 248] de la situación política. ¿Qué es lo que pasa ahora para que nos entreguemos a los romanos, cuando desde el principio podíamos o bien no habernos rebelado contra ellos o, en caso de haberlo hecho, reconciliarnos enseguida, mientras aún [ 249] no habían sido devastadas las regiones de los alrededores? En cambio ahora, ni aunque quisiéramos, sería fácil hacer la paz, pues el sometimiento de Galilea 114 ha hecho soberbios a los romanos y tratar de reconciliarnos con ellos, ahora que ya están cerca, sería una vergüenza peor que la muerte. Yo, [ 250] por mi parte, preferiría la paz a la muerte, pero, una vez que ha empezado la guerra y las hostilidades, opto por morir en lugar de vivir como prisionero. ¿Qué dicen, que nosotros, los [ 251] jefes del pueblo, hemos enviado embajadores en secreto a los romanos o que el pueblo lo ha decidido por común votación? En el caso de que nos acusen a nosotros, que nombren [ 252] a los amigos que hemos enviado, a los emisarios que han negociado la traición en nuestro nombre. ¿Han cogido a alguien cuando salía de la ciudad? ¿Le han sorprendido cuando regresaba? ¿Se han apoderado de las cartas? ¿Cómo íbamos [ 253] a pasar inadvertidos a tantos ciudadanos, con los que estamos en todo momento, mientras que unos pocos, que estaban sitiados y que no podían salir del Templo para ir a la ciudad, conocían lo que se tramaba en secreto en el lugar? ¿Se han enterado de ello ahora, cuando deberían ser castigados [ 254] por sus audacias, y, mientras han estado en una situación segura, ninguno de nosotros ha caído bajo la sospecha de ser un traidor? Y si lanzan su acusación contra el pueblo, [ 255] sin duda el plan se decidió públicamente, sin que nadie faltara a la asamblea, de forma que la noticia os habría llegado con más rápidez y claridad que su denuncia.¿Qué pasa? ¿No [ 256] era necesario enviar también embajadores, dado que se había decidido por votación llegar a un acuerdo? ¿Quién fue nombrado para ello? ¡Que se diga! Pero esta actitud es un [ 257] pretexto de unos individuos que están a punto de morir y que intentan evitar el castigo que se les avecina. Si el Destino ha decidido que la ciudad sea traicionada, sólo podrían atreverse a ello los que nos han calumniado, pues a ellos únicamente les falta añadir la traición al conjunto de sus crímenes. Puesto que habéis venido aquí con las armas, es [ 258] necesario, y esto es lo más justo, que defendáis la metrópoli y que colaboréis con nosotros para acabar con los tiranos que han abolido los tribunales 115 , que pisotean las leyes y que [ 259] imparten justicia con sus espadas. Han apresado en medio de la plaza a hombres ilustres, totalmente inocentes, los han ultrajado con cadenas y los han matado sin atender a sus palabras [ 260] ni a sus ruegos. Es posible que cuando vosotros entréis en la ciudad, no por el derecho de la guerra, veáis las pruebas de lo que estoy diciendo: casas devastadas por los saqueos de aquella gente, mujeres y familiares de los muertos vestidos de luto 116 , llantos y gemidos por toda la ciudad, pues no hay nadie que no haya sido objeto de los ataques de estos impíos. [ 261] Han llegado a tal extremo de locura que no sólo han traído su audaz bandolerismo desde el campo 117 y desde las ciudades de alrededor hasta la cara y la cabeza de toda la nación, sino que también lo han hecho desde esta ciudad hasta el Templo. [ 262] Este lugar es su base de operaciones, su refugio y el arsenal donde se preparan las armas que utilizan contra nosotros. Este Templo, venerado por todo el mundo habitado y honrado, por su fama, por los extranjeros de los confines de la tierra 118 , es ahora pisoteado por bestias nacidas entre nosotros. Desesperados [ 263] tratan imprudentemente de enfrentar a pueblos contra pueblos y ciudades contra ciudades y de meter en la guerra a la nación contra sus propias entrañas. En consecuencia, como [ 264] he dicho, lo más hermoso y lo que más os conviene es que luchéis con nosotros contra los criminales y que os venguéis de su engaño, pues os llamaron como aliados, cuando debían teneros miedo como personas que les iban a castigar. Si sentís [ 265] repeto por la llamada de gente de esa calaña, aún os es posible deponer las armas, entrar en la ciudad como parientes suyos, asumir un papel intermedio entre aliados y enemigos para así convertiros en jueces de este caso. Y tened en cuenta lo que [ 266] ganarán al ser juzgados por vosotros por unos crímenes tan evidentes y tan graves, ellos que no permitían ni siquiera hablar a personas totalmente inocentes. ¡Qué consigan ese favor con vuestra llegada! Pero si no tenéis que compartir nuestra [ 267] indignación ni actuar como jueces, os queda una tercera vía: abandonamos a unos y a otros, no meteros en nuestras desgracias ni ayudar a los que conspiran contra nuestra capital. Si [ 268] tenéis sobre todo la sospecha de que hemos negociado con los romanos, podéis vigilar las entradas, y si de verdad se descubre alguno de los hechos de los que se nos ha acusado, venid entonces a defender la metrópoli y castigad a los culpables que descubráis. Pues los enemigos no se os podrán adelantar, dado que vosotros estáis acampados junto a la ciudad. Si ninguna de [ 269] esta propuestas os parece razonable y adecuada, no os extrañéis de que se os cierren las puertas mientras estéis armados».
Respuesta de Simón, jefe de los idumeos
[ 270] Esto es lo que dijo Jesús. Pero la multitud idumea no hizo caso, sino que se enfureció al ver que aún no podía entrar en la ciudad. Además los generales se indignaron por el hecho de que se les pidiera deponer sus armas, pues para ellos desarmarse, cuando alguien [ 271] se lo ordenara, equivalía a ser prisioneros. Simón, hijo de Caata 119 , uno de sus jefes, tras calmar a duras penas el alboroto de sus hombres y situarse en un lugar desde donde [ 272] le pudieran oír los sumos sacerdotes, dijo que no se asombraba de que estuvieran sitiados en el Templo los defensores de la libertad, pues algunos cerraban entonces al pueblo el [ 273] acceso a la ciudad, que es de todos, y se preparaban para recibir inmediatamente a los romanos, con las puertas adornadas con guirnaldas, mientras que parlamentaban con los idumeos desde las torres y les ordenaban entregar las armas que llevaban en [ 274] defensa de la libertad. Sin confiar la custodia de la capital a hombres de una raza emparentada con ellos 120 los hacen jueces de sus diferencias internas. Y mientras acusan a algunos de ejecutar a ciudadanos sin haberlos juzgado, ellos mismos condenan [ 275] a toda nuestra nación al deshonor. Ahora habéis cerrado a vuestros compatriotas una ciudad que antes había estado abierta [ 276] al culto para todos los extranjeros 121 . En efecto, nos hemos apresurado para acudir a las matanzas y a la guerra contra nuestros compatriotas, nosotros que nos hemos dado prisa con [ 277] el fin de salvaguardar vuestra libertad. Tales son las injusticias que habéis sufrido por parte de los judíos que están sitiados en el Templo y creo que así de verosímiles son las sospechas que vosotros tenéis contra aquéllos. Además vosotros, que tenéis [ 278] recluidos a todos los que se encargan de los asuntos públicos, que habéis cerrado la ciudad a un pueblo que está muy emparentado con vosotros y que habéis dado unas órdenes tan desvergonzadas, decís que os tiranizan y dais el nombre de déspotas a los que sufren vuestra tiranía. ¿Quién podría aguantar la [ 279] ironía de vuestras palabras, cuando se la compara con vuestros actos? A no ser que ahora os echen de la ciudad los idumeos, a los que vosotros mismos habéis apartado de los ritos de la patria 122 . A los que están sitiados en el Templo habría que reprenderles [ 280] con razón por haberse atrevido a castigar a los traidores, de los que vosotros por complicidad decís que son hombres insignes e irreprochables, y por no haber empezado con vosotros y así haber cortado las partes más vitales de la traición. Pero si aquéllos han sido más blandos de lo que era [ 281] necesario, nosotros, los idumeos, guardaremos la casa de Dios y combatiremos en defensa de la patria común contra los enemigos, tanto contra los que nos ataquen desde fuera como contra los traidores de dentro. Nos quedaremos aquí, [ 282] delante de las murallas, con nuestras armas hasta que los romanos se cansen de escucharos o vosotros os convirtáis en partidarios de la libertad».
Los idumeos acampan ante los muros de Jerusalén
La multitud idumea aclamó estas palabras, [ 283] mientras Jesús se retiró con el ánimo abatido, pues veía que los idumeos no tenían una actitud de moderación y que la ciudad iba a luchar dividida en dos facciones. Aquéllos no tenían sus ánimos tranquilos, pues [ 284] estaban indignados por el hecho de que no se les había dejado entrar en la ciudad, no sabían qué hacer y muchos se arrepintieron de haber venido cuando vieron que los zelotes no salían a ayudarles, a pesar de que creían que disfrutaban [ 285] de una posición fuerte. Pero la vergüenza de darse la vuelta sin haber realizado absolutamente nada prevaleció sobre el arrepentimiento de haber venido, de modo que se quedaron [ 286] allí, acampados de mala manera delante de la muralla. Por la noche estalló una inmensa tormenta, con fuertes vientos, lluvias torrenciales, continuos relámpagos, violentos truenos [ 287] y con unos terribles temblores de tierra. Esta confusión de los elementos del universo era una prueba evidente de la destrucción de los hombres y se podría conjeturar que era la señal premonitoria de una gran catástrofe 123 .
Los zelotes permiten la entrada de los idumeos en la ciudad
[ 288] Los idumeos y los que estaban dentro de la ciudad solamente tenían una idea: para los primeros Dios estaba irritado por la expedición militar y no podrían escapar de él por haber empuñado sus armas contra la capital, mientras que los hombres de Anano pensaban que ya habían vencido sin luchar y que Dios dirigía el combate [ 289] en su favor. Sin embargo hicieron mal sus predicciones sobre el futuro y profetizaron a sus enemigos aquello que [ 290] iban a sufrir sus propios hombres. Los idumeos estaban pegados unos a otros y así se daban calor con sus propios cuerpos y aminoraron el efecto de la lluvia al poner sus escudos unidos sobre sus cabezas. Los zelotes estaban más [ 291] preocupados por los idumeos que por el peligro que ellos mismos corrían. Se reunieron y consideraron la posibilidad de algún tipo de ayuda. Los más exaltados opinaban que había [ 292] que atacar violentamente con las armas a los centinelas, luego entrar en medio de la ciudad y a la vista de todos abrir las puertas a los aliados. Pues los guardias no resistirían, [ 293] atónitos por la sorpresa de su ataque y, en especial, porque la mayoría de ellos estaban desarmados y no tenían experiencia en la lucha, y sería difícil reunir a toda la multitud de la ciudad que se había visto obligada a encerrarse en sus casas a causa de la tormenta. Además, [ 294] aunque surgiera algún peligro, era más conveniente cualquier tipo de sufrimiento antes que permitir vergonzosamente que un número tan grande de gente muriera por su causa. En cambio, los más prudentes rechazaban la violencia, [ 295] pues no sólo veían que era muy numerosa la guardia que les vigilaba, sino que también la muralla de la ciudad estaba custodiada con esmero a causa de los idumeos. Creían, además, que Anano estaba presente en todos los [ 296] sitios y que en todo momento pasaba revista a los puestos de guardia. Esto sucedía en las noches anteriores, si bien [ 297] en aquella ocasión se relajó la vigilancia, no por desidia de Anano, sino porque el Destino 124 había ordenado que muriera aquel hombre y la totalidad de los guardias. El hado [ 298] hizo que al avanzar la noche y al arreciar la tormenta se durmieran los centinelas que estaban en el pórtico, y que los zelotes tuvieran la idea de coger las sierras sagradas 125 [ 299] y cortar los barrotes de las puertas. El silbido del viento y el continuo resonar de los truenos colaboró también a que no se oyera su ruido.
[ 300] Salieron del Templo sin que nadie se diera cuenta, llegaron junto a la muralla y con las mismas sierras abrieron la [ 301] puerta que daba a los idumeos. Al principio éstos se llenaron se temor, pues creían que les atacaban las tropas de Anano, y todos echaron mano a las espadas para defenderse. Pero tan pronto como reconocieron a los que se les acercaban, [ 302] pasaron al interior de la ciudad. Si se hubieran extendido por la ciudad, nada hubiera impedido matar a todo el pueblo, pues tan grande era su cólera. En primer lugar se apresuraron por sacar de la prisión a los zelotes 126 , pues éstos, que les habían hecho entrar, les habían pedido que no se olvidaran de aquéllos por los que habían venido en medio de los peligros y que no les expusieran a un riesgo aún más [ 303] grave. Si capturaban a los guardianes, les sería más fácil atacar la ciudad, pero si, en cambio, los movilizaban, aunque fuera mínimamente, ya no sería posible imponerse sobre [ 304] los judíos del interior, pues cuando estos últimos se enteraran se pondrían en orden de batalla y cerrarían los accesos a las zonas altas de la ciudad.
Ataque de idumeos y zelotes contra Anano
A los idumeos les pareció bien esta [ 305] idea y a través de la ciudad subieron al Templo. Los zelotes, desde arriba, esperaban con ansiedad su llegada, y cuando llegaron los idumeos salieron del interior del Templo llenos de valor. Los zelotes se mezclaron con [ 306] los idumeos y atacaron a los centinelas. Degollaron a algunos de los que estaban en los primeros puestos, que entonces dormían, y ante el griterío de los que estaban despiertos toda la multitud se puso en pie y, asustada, cogió sus armas y corrieron a defenderse. Mientras creían que los [ 307] zelotes venían solos a atacarles, se sentían animados pues tenían la confianza de que eran superiores en número. Pero cuando vieron que venían otros desde fuera, se dieron cuenta de la entrada de los idumeos. La mayoría de ellos [ 308] depuso sus armas, al mismo tiempo que se sintió desanimada, y empezó a lamentarse. Unos pocos jóvenes, formando una barrera unos con otros, hicieron frente con valor a los idumeos y durante un largo espacio de tiempo protegieron a la multitud, que había permanecido inactiva. Esta gente, con sus gritos, dio a conocer sus desgracias a [ 309] los que estaban en la ciudad, aunque ninguno de ellos se atrevió a ayudarlos, cuando se enteró de que los idumeos habían entrado allí. Dieron gritos y lamentos inútiles, y estalló un gran llanto entre las mujeres, pues cada una de ellas tenían algún pariente en peligro entre los guardianes. Los zelotes daban su grito de guerra al unísono de los [ 310] idumeos y la tormenta hizo que el clamor de todos fuera más terrible 127 . Los idumeos no perdonaron a nadie, dada su natural crueldad para matar 128 , y, maltratados por la tormenta, descargaron su furia contra los que les habían [ 311] cerrado las puertas. Hacían lo mismo con los que les suplicaban que con los que se defendían, y con sus espadas degollaban a muchas personas que les recordaban su parentesco y que les pedían que respetaran el Templo común. [ 312] No había ningún lugar por donde huir ni ninguna esperanza de salvación. Eran despedazados, amontonados unos sobre otros. La mayoría, como no tenía sitio para escaparse y los asesinos estaban ya encima de ellos, se vio obligada por la falta de perspectivas a arrojarse a la ciudad desde arriba. De esta forma, en mi opinión, sufrieron voluntariamente una muerte más terrible que aquella de la [ 313] que huían. Toda la zona exterior del Templo se llenó de sangre y el día siguiente se encontró allí con ocho mil quinientos muertos 129 .
Muerte de Anano y Jesús. Otras matanzas
[ 314] La cólera de los idumeos no se sació con estos hechos, sino que se volvieron a la ciudad, saquearon todas las casas y [ 315] mataron a todo el que se encontraron. Les parecía un esfuerzo inútil ir contra el resto de la población, por lo que buscaban a los sumos sacerdotes y la mayoría de ellos se dedicaba a atacar a estas [ 316] personalidades. Nada más capturarlos los mataban. Subidos sobre sus cadáveres se burlaban de Anano, por su benevolencia para con el pueblo, y de Jesús por sus palabras pronunciadas [ 317] desde la muralla 130 . Llegaron a tal extremo de impiedad que incluso dejaban los cuerpos sin enterrar, a pesar de que los judíos se preocupan tanto de las sepulturas 131 que aun a los que han sido condenados a la crucifixión 132 los descuelgan y los entierran antes de la puesta del sol. No [ 318] me equivocaría si dijera que la muerte de Anano fue el comienzo de la toma de la ciudad 133 y que desde aquel día fue derribada la muralla y aniquilado el Estado judío 134 , cuando vieron que se degollaba en medio de la ciudad al sumo sacerdote que luchaba a la cabeza por su propia salvación. [ 319] Pues, además de ser un hombre venerable y de una gran justicia, le gustaba tratar a las personas más humildes como si fueran sus iguales, a pesar de la importancia de su nobleza, [ 320] de su dignidad y de su honor. Amaba sobremanera la libertad y era un enamorado de la democracia: ponía siempre el interés público por delante de sus beneficios personales y prefería la paz por encima de todo. Sabía que era imposible vencer a los romanos. Y, sin embargo, se vio obligado a preparar la guerra para que, en caso de que los judíos no [ 321] llegaran a un acuerdo, pudieran luchar con dignidad 135 . En resumen, se podría decir que, si Anano hubiera vivido, se habría llegado a un pacto, ya que era hábil para hablar y para persuadir al pueblo y ya estaba convenciendo incluso a sus adversarios. O bien, en el caso de que se hubiera continuado la guerra, los judíos habrían producido a los romanos un gran retraso a las órdenes de un general de esta naturaleza. [ 322] Junto a él estaba Jesús, que era inferior en comparación [ 323] con Anano, pero superior a los demás. Creo que Dios, que había decidido la destrucción de la ciudad, ya contaminada, y que quería purificar con fuego el santuario 136 , quitó de en medio a los que estaban consagrados y amaban al Templo. A los que poco antes habían llevado las vestiduras sagradas 137 , [ 324] habían presidido el culto universal 138 y habían sido venerados por gente que de todo el mundo había venido a la ciudad, se los veía tirados, desnudos, para servir de comida a perros y bestias salvajes. Me parece que la misma Virtud [ 325] se lamentó de aquellos hombres, y deploró el hecho de que fuera vencida hasta tal extremo por la maldad. Tal fue el final de Anano y Jesús.
Tras ellos, los zelotes y la multitud idumea se lanzaron [ 326] contra el pueblo como una manada de animales impuros y provocaron una matanza. La gente corriente era degollada [ 327] en el sitio donde era sorprendida, mientras que a los nobles, que eran jóvenes, los cogían y los encerraban encadenados en la prisión. Aplazaban su ejecución por la esperanza de atraerse para sí a algunos de ellos. Ninguno les hizo caso, [ 328] sino que todos prefirieron la muerte a formar parte de un ejército de malvados en contra de su patria. Por su negativa [ 329] soportaron ultrajes terribles, fueron azotados y torturados, y cuando sus cuerpos ya no servían para los tormentos a duras penas se les consideraba dignos de morir a golpe de espada. [ 330] Los que por el día eran detenidos eran ejecutados por la noche. Llevaban y arrojaban fuera los cadáveres para que hubiera [ 331] sitio para otros prisioneros. El miedo del pueblo era tan inmenso que nadie se atrevía a llorar públicamente a sus familiares muertos ni a enterrarlos, sino que vertían lágrimas a escondidas, encerrados en sus casas, y gemían con cuidado para que no los escuchara ninguno de los enemigos. [ 332] Pues el que lloraba iba inmediatamente a sufrir los mismos padecimientos que aquéllos de los que ahora se lamentaba. Por la noche cogían un poco de polvo y lo echaban con las dos manos sobre los cadáveres, y también de día, si alguno [ 333] tenía la osadía de hacerlo. De esta manera murieron doce mil jóvenes de la nobleza 139 .
Falsos tribunales. El caso de Zacarías
[ 334] Cuando se cansaron de asesinar libremente, fingieron instituir tribunales y [ 335] juicios. Determinaron ejecutar a una de las personas más ilustres, a Zacarías 140 , el hijo de Baris 141 . Les provocaba el excesivo odio de este hombre al mal y su amor a la libertad. Además era una persona rica, de modo que no sólo anhelaban apoderarse de sus bienes 142 , sino también librarse de un individuo que era capaz de acabar con ellos. A través de una [ 336] orden convocan en el Templo a setenta ciudadanos notables 143 . Como si estuvieran en un teatro 144 , éstos representaron el papel de jueces, aunque sin autoridad, y acusaron a Zacarías de haber entregado el Estado a los romanos y de haber enviado una embajada a Vespasiano para acordar la [ 337] traición. No existía ninguna prueba ni ningún indicio de estas acusaciones, sino que ellos decían estar plenamente convencidos y consideraban que esto era prueba suficiente de verdad. Zacarías, sabedor de que no le quedaba ninguna esperanza [ 338] de salvación, pues le habían convocado con engaños ante una prisión, no ante un tribunal, renunció a la vida, pero no a expresarse con libertad. Se levantó, ridiculizó la verosimilitud de las acusaciones y en pocas palabras se deshizo de los cargos que le imputaban. A continuación dirigió [ 339] el discurso contra sus acusadores y expuso una por una todas sus ilegalidades y expresó un gran número de lamentos por el deterioro de los asuntos públicos. Los zelotes se [ 340] alborotaron y a duras penas pudieron dejar quietas sus espadas. Prefirieron representar hasta el final el papel y la parodia del juicio, pues, además, querían comprobar si los jueces actuarían con justicia a pesar del peligro que les acechaba. [ 341] Los setenta votaron todos a favor del acusado y prefirieron morir con él a ser tenidos por responsables de su muerte. [ 342] Ante la absolución se produjo un griterío entre los zelotes y todos se irritaron contra los jueces por no haber comprendido que se les había concedido esta autoridad de forma ficticia. [ 343] Dos de los más osados se presentaron en medio del Templo, mataron a Zacarías y, una vez caído, se burlaron de él con estas palabras: «Tienes nuestro voto y la más firme absolución». Seguidamente lo arrojaron desde el Templo [ 344] por el barranco que había debajo 145 . Llenos de soberbia golpearon a los jueces con sus espadas y los echaron fuera del recinto, les perdonaron la vida solamente con el fin de que al dispersarse por la ciudad anunciaran su esclavitud a todos sus habitantes.
Retirada de los idumeos
[ 345] Entonces los idumeos se arrepintieron de haber venido y manifestaron su descontento [ 346] por lo sucedido. Uno de los zelotes los reunió y en privado les fue explicando las ilegalidades que habían cometido en colaboración con los que les habían llamado y les expuso la [ 347] situación de la capital. Aquéllos estaban preparados para luchar porque pensaban que la metrópoli iba a ser entregada a los romanos por los sumos sacerdotes, y, en cambio, se habían encontrado con que no había ninguna prueba de la traición y que los que fingían ser los defensores de la ciudad se [ 348] atrevían a cometer actos bélicos y tiránicos contra ella. Por tanto, los idumeos tenían que haberse opuesto a ello desde el principio. Pero, dado que habían venido a participar en la guerra civil, debían poner límite a sus errores y no seguir prestando ayuda a los que destruían las leyes patrias. Y si algunos [ 349] estaban indignados porque se les habían cerrado las puertas y no se les había permitido entrar con sus armas, que sepan que los autores de estos hechos ya han sido castigados: Anano estaba muerto y en una noche había sido ejecutado casi todo el pueblo. Sabían que muchos de sus compatriotas estaban [ 350] arrepentidos de estas acciones y veían que la crueldad de los que les habían llamado era desmesurada y que no respetaban ni siquiera a sus salvadores. Ante los ojos de sus aliados se [ 351] atrevían a las más vergonzosas acciones y sus crímenes recaerían sobre los idumeos, mientras alguno no lo impidiera o no se apartase de sus delitos. Por ello, ya que era evidente que el [ 352] tema de la traición era una calumnia, que no se esperaba la llegada de los romanos y que el poder sólidamente establecido en la ciudad estaba bien protegido, era preciso que regresaran a casa, pues, si no participaban ya más con estos malvados, se les disculparía de todas las fechorías en las que se habían visto inmiscuidos con engaños.
Aumenta la crueldad de los zelotes. Muerte de Gorión y Níger
Los idumeos se convencieron ante [ 353] estos razonamientos: en primer lugar liberaron a unos dos mil prisioneros que estaban en la cárcel 146 , que inmediatamente huyeron de la ciudad y acudieron a Simón, persona de la que hablaré un poco más tarde 147 . A continuación abandonaron Jerusalén y se retiraron a su [ 354] país 148 . Su marcha fue una sorpresa para los dos bandos. El pueblo, que no sabía nada del arrepentimiento de los idumeos, se reanimó un poco, como si se hubiera librado de los [ 355] enemigos. Los zelotes, por su parte, se enardecieron aún más, no por haber sido abandonados por sus aliados, sino por verse libres de personas que les reprobaban y que les [ 356] apartaban de sus crímenes. Ya no hubo dilación ni reflexión en sus delitos, sino que se ideaban rapidísimos planes para cada una de sus acciones y llevaban a cabo sus decisiones [ 357] antes de tenerlas pensadas. Sus crímenes iban dirigidos en especial contra la valentía y la nobleza, en el primer caso lo hacían por envidia y en el segundo por temor, pues creían que sólo estarían seguros si no dejaban vivo a ninguno de [ 358] los poderosos. Entre muchos otros fue ejecutado también Gorión 149 , persona ilustre por su dignidad y por su origen noble, de carácter demócrata y lleno de amor por la libertad como nunca lo fue ningún otro judío. Sobre todo acabó con él su franqueza en el hablar, además de otras cualidades que [ 359] le destacaban. Ni tampoco Níger 150 , el de Perea, escapó a sus manos, un hombre que había sido muy valiente en los combates contra Roma. Fue arrastrado por medio de la ciudad mientras daba numerosos gritos y mostraba sus heridas. [ 360] Cuando fue llevado fuera de las puertas y perdió toda esperanza de salvarse, pidió que le enterrasen. Pero ellos le mataron, después de dejarle claro que no le iban a dar la tierra que tanto deseaba 151 . Durante su ejecución Níger les amenazó, [ 361] aparte de con la guerra, con la venganza de los romanos, con el hambre y con la peste y, además de todo esto, con luchas civiles entre ellos. Todo esto lo había decidido Dios contra los impíos, [ 362] e incluso lo que era todavía más justo, a saber, el hecho de que no mucho tiempo después iban a probar las locuras de unos contra otros en sus mutuas rivalidades. La muerte de Níger disipó [ 363] los temores de los zelotes por ser derrotados y no había una parte del pueblo para la que no se forjara un pretexto de acabar con ella. Pues eran asesinados los que ya antes habían tenido diferencias [ 364] con alguno de ellos, y a los que en tiempo de paz no se les habían enfrentado les imputaban acusaciones de acuerdo con las circunstancias del momento: el que no se les acercaba nunca era tenido por un soberbio, por el contrario, el que trataba con ellos con franqueza parecía que les menospreciaba, y quien les trataba con solicitud era sospechoso de conspirador 152 . La [ 365] muerte era el único castigo para las acusaciones, tanto para las más graves como para las más leves. Nadie podía escapar de ella, a no ser que uno fuera de una condición muy baja, ya sea por la clase social de su familia o por lo que la suerte le ha deparado.
Vespasiano retrasa la toma de Jerusalén
Todos los demás generales romanos, [ 366] que consideraban estas rivalidades internas de los enemigos como un prueba de su buena Fortuna, deseaban atacar la ciudad e instaban a ello a Vespasiano, pues él era el jefe de las operaciones. Le decían que la Providencia divina era aliada suya al hacer que los enemigos se enfrentaran [ 367] entre sí. Pero que este cambio de situación era pasajero y rápidamente los judíos se reconciliarían o por cansancio [ 368] de los males internos o por arrepentimiento. Sin embargo Vespasiano les dijo que la mayoría de ellos se equivocaban sobre lo que había que hacer, pues, como si estuvieran en un teatro 153 , deseaban ardientemente, no sin correr peligro, hacer demostración de su fuerza física y de sus armas, sin tener en cuenta la utilidad y la seguridad de esta [ 369] acción. En efecto, si emprendiese el ataque contra la ciudad, provocaría la reconciliación entre los enemigos y volvería contra sí mismo las tropas de los judíos que aún contaban con fuertes recursos. En cambio, si esperaba, se enfrentaría con menos rivales, ya que éstos habrían disminuido a causa de [ 370] las luchas civiles. Dios era mejor general que él al poner a los judíos en manos romanas sin ningún esfuerzo y regalar [ 371] la victoria al mando del ejército sin ningún riesgo 154 . De modo que, mientras los enemigos se destruían con sus propias manos con el peor de los males, como es el de la guerra civil, ellos, más bien, debían permanecer apartados de los peligros, como espectadores 155 , y no poner su mano sobre hombres que se matan y que están furiosos unos contra [ 372] otros. Si alguno cree que el honor de la victoria obtenida sin lucha tendrá menos lustre, que sepa que el éxito adquirido con tranquilidad es más útil que el que se debe a la incertidumbre [ 373] de las armas. Pues no hay que considerar menos dignos de elogio que los que sobresalen por su fuerza a los que obtienen idénticos resultados mediante el control de sí mismos y la inteligencia. Por otra parte, a la vez que los enemigos iban disminuyendo, su propio ejército se iba recuperando de las continuas fatigas y ganaba nuevas fuerzas. Además no era ésta la ocasión para aspirar a la gloria de la [ 374] victoria. Los judíos no se preocupaban de preparar las armas, [ 375] ni de las murallas ni de conseguir aliados, y si esto no fuera así el retraso sería en detrimento de los que se lo permitieran. Por el contrario, inmersos en la guerra civil y en la discordia sufren cada día males peores que los que les producirían los romanos si les atacasen y tomasen la ciudad. Por tanto, si hay que mirar por nuestra seguridad, es preciso [ 376] dejar que los judíos se aniquilaran a sí mismos, y si hay que tener en cuenta un éxito muy glorioso para nuestra empresa, no es necesario atacar a enemigos que están enfermos en su propia casa, ya que se diría con razón que la victoria no es de los romanos, sino de la discordia interna de Jerusalén.
Deserciones judías. Respuesta de los zelotes
Los generales estuvieron de acuerdo [ 377] con estas palabras de Vespasiano y enseguida se demostró la importancia militar de esta propuesta, pues todos los días llegaban huyendo judíos que desertaban de los zelotes. Era difícil escapar, dado que habían cubierto todas [ 378] las salidas con centinelas y al que cogieran en ellas le mataban por pasarse al bando romano. No obstante, se permitía [ 379] pasar al que pagaba dinero y sólo era un traidor el que no daba nada, de modo que el resultado fue que, como los ricos compraban su huida, sólo los pobres morían. Innumerables [ 380] cadáveres se amontonaban a lo largo de todos los grandes caminos y muchos de los que querían desertar preferían volver y perecer dentro de la ciudad, pues la esperanza de ser enterrados allí hacía que la muerte en su patria les [ 381] pareciera más tolerable. Los zelotes llegaron a tal extremo de crueldad que no permitieron sepultar en su tierra ni a los que fueron ejecutados en el interior de la ciudad ni a los que [ 382] acabaron su vida en los caminos 156 . Y dejaron a los muertos pudrirse al sol, como si hubieran acordado destruir a la vez las leyes de la patria y las de la naturaleza y ultrajar a Dios 157 , además de cometer crímenes contra los hombres. [ 383] La muerte era el castigo para los que enterraban a alguno de sus allegados, lo mismo que para los desertores: el que había dado sepultura a alguien, inmediatamente necesitaba [ 384] otra para él. En una palabra, en las desgracias de entonces no hubo un honroso sentimiento positivo que no se hubiera perdido tanto como la compasión. Irritaba a los malvados aquello que debería provocarles lástima, y pasaban su odio [ 385] de los vivos a los muertos y de los muertos a los vivos. Era tan exagerado el miedo que el que sobrevivía consideraba feliz a los que habían perecido, pues de esta forma habían puesto fin a sus males, y los que eran vejados en las cárceles creían que, en comparación con ellos, eran dichosos incluso [ 386] los que se quedaban sin ser enterrados. Toda ley humana fue pisoteada por los zelotes, lo divino fue objeto de burla y los oráculos de los profetas fueron ridiculizados como si de [ 387] invenciones de charlatanes se tratara. Estos profetas habían dado numerosos vaticinios sobre la virtud y el mal, que los zelotes, al transgredirlos, hicieron que se cumpliera la predicción [ 388] sobre su patria. En efecto, existía un antiguo oráculo de hombres inspirados por Dios que decía que la ciudad sería tomada y que el Templo sería quemado por la ley de la guerra, cuando estallara la discordia interna y manos de la propia patria profanaran el santuario de Dios. Los zelotes, a pesar de que habían creído en estas profecías 158 , se convirtieron ellos mismos en los artífices de su cumplimiento.
Juan de Giscala y su tiranía
En aquel momento 159 a Juan, que quería [ 389] convertirse en un tirano, le pareció poco importante tener el mismo honor que sus iguales. Se atrajo poco a poco a la peor gente y se separó del resto del grupo. No [ 390] hacía caso de las opiniones de los demás e imponía las suyas despóticamente, de modo que era evidente que aspiraba a un poder unipersonal. Unos se sometieron a él por miedo, [ 391] otros por simpatía, pues tenía habilidad para atraerse a la gente a través de la palabra y del engaño, y muchos también, porque pensaban que era más seguro para ellos que la responsabilidad de los delitos cometidos recayera sobre uno solo en lugar de sobre todos. La energía de su fuerza física y [ 392] [ 393] de su espíritu atrajo no pocos seguidores. Sin embargo, le abandonó un importante número de opositores, entre los que predominaba la envidia, pues les parecía humillante someterse a alguien que antes había sido igual a ellos. Si bien, la mayor parte de esta gente lo hizo por su temor al régimen [ 394] monárquico 160 . Pues pensaban que sería difícil acabar con él si se hacía dueño del poder absoluto y que él tendría un pretexto para estar en su contra por el hecho de que se le habían opuesto ya desde el principio. En consecuencia todos preferían sufrir lo que sea en la lucha antes que ser esclavizados [ 395] voluntariamente y morir en la servidumbre. Por ello los rebeldes se dividieron en dos facciones y Juan se convirtió [ 396] en señor absoluto en contra de sus adversarios. No obstante entre ellos se mantenían bajo vigilancia y, si alguna vez se llegaron a enfrentar con las armas, lo hicieron durante poco tiempo. A costa del pueblo ellos rivalizaban y [ 397] reñían por ver quién se llevaría más botín. En un momento en que la ciudad estaba inmersa en la tormenta de los tres peores males, la guerra, la tiranía y la discordia interna, en comparación con lo demás la guerra resultaba lo más leve de todo para la población 161 . Como consecuencia de ello, los judíos huían de sus compatriotas, se refugiaban entre los extranjeros y con los romanos obtenían la salvación que no podían conseguir entre los suyos.
Los sicarios ocupan Masadá. Su vandalismo en Judea
Un cuarto y diferente mal vino a contribuir [ 398] a la destrucción de la nación. No [ 399] lejos de Jerusalén había una fortaleza muy sólida, llamada Masadá 162 , que había sido construida por los reyes anteriores para guardar en ella sus riquezas en tiempos de guerra y para seguridad de sus propias personas. Se habían adueñado de esta [ 400] fortaleza los llamados Sicarios 163 , que hasta entonces habían hecho correrías por las regiones cercanas sin robar más que lo que necesitaban, ya que por miedo se abstuvieron de mayores rapiñas. Cuando se enteraron de que el ejército romano [ 401] estaba inactivo y de que los judíos de Jerusalén estaban divididos por la sedición y por la tiranía internas, se dedicaron a cometer crímenes más atrevidos. En la fiesta de [ 402] los Ácimos 164 , que los judíos celebran para recordar su salvación, cuando liberados de la esclavitud de Egipto llegaron a su tierra patria, por la noche, para que así no se enterara nadie y no pudieran impedírselo, saquearon una pequeña aldea llamada Engadí 165 . Dispersaron y expulsaron de la ciudad [ 403] a todos los que podían hacerles frente, antes de que echasen mano a las armas y les diese tiempo para reunirse, y a los que no eran capaces de huir, mujeres y niños, los degollaron en un número superior a setecientos. Luego hicieron [ 404] saqueos en las casas y regresaron a Masadá tras llevarse [ 405] los frutos más maduros. Desvalijaron todas las aldeas de los alrededores de la fortaleza y arrasaron con la totalidad de la región, pues cada día se les unía un nutrido grupo de gente [ 406] de todos los sitios. Los bandidos 166 , que hasta entonces habían estado inactivos, empezaron a moverse también en los demás lugares de Judea, como ocurre en el cuerpo, donde se ponen enfermos todos sus miembros cuando se inflama el órgano [ 407] más importante. Los malhechores que había por todas las regiones, a causa de las disensiones internas y de la revuelta de la metrópoli, tenían impunidad para sus saqueos y todos hacían rapiñas en sus propias aldeas y luego se retiraban al desierto 167 . [ 408] Se reunieron y por medio de un juramento se agruparon en compañías, inferiores en número a un ejército, pero mayores que una banda de ladrones, y así cayeron sobre los lugares [ 409] sagrados 168 y sobre las ciudades. Aquellos a los que atacaban sufrían las mismas consecuencias que si hubieran sido hechos prisioneros en una guerra, y, por el contrario, ellos se libraban de las represalias, dado que se escapaban con su botín, como hacen los ladrones. No había ninguna zona de Judea que no hubiera sufrido una destrucción similar a la de la capital.
Vespasiano ocupa Gadara
Vespasiano conocía estas noticias por [ 410] los desertores. Aunque los rebeldes vigilaban todas las salidas y ejecutaban a cualquiera que se acercara a ellas 169 , sin embargo algunos se refugiaban sin ser vistos en el bando romano y pedían al general que acudiera para defender la ciudad y para salvar lo que quedaba del pueblo. Pues [ 411] por su afecto hacia los romanos muchos habían sido asesinados y los que quedaban se hallaban en una situación peligrosa. Vespasiano, que ya se había compadecido de sus desgracias, [ 412] se puso en marcha, en apariencia para asediar Jerusalén, aunque en realidad era para liberarla del asedio. Era necesario [ 413] conquistar antes los enclaves que aún quedaban, para que no hubiera ningún obstáculo externo que se opusiera a la toma de la ciudad. Fue contra Gadara 170 , capital 171 fortificada de Perea 172 , y penetró en la ciudad el cuarto día del mes de Distro 173 . [ 414] Los notables del lugar, sin que los sediciosos se enteraran, le habían enviado una embajada para negociar la rendición, porque deseaban la paz y querían conservar sus bienes, [ 415] pues eran muchos los ricos que habitaban Gadara. Los rebeldes no sabían nada de la embajada y se enteraron cuando Vespasiano estaba ya cerca de ellos. Perdieron la esperanza de poder conservar ellos mismos la ciudad, pues eran inferiores en número a los enemigos de dentro y veían que los romanos no estaban lejos de allí. Decidieron huir y no les pareció bien hacerlo sin derramar sangre y sin vengarse de los [ 416] culpables. Cogieron a Doleso, pues éste no era sólo el más destacado de los ciudadanos por su dignidad y su nobleza, sino que además parecía ser el responsable de la embajada. Lo mataron y en su exceso de furor ultrajaron su cadáver, tras de [ 417] lo cual huyeron de la ciudad. Cuando llegó el ejército romano, el pueblo de Gadara acogió con aclamaciones a Vespasiano, recibió de él garantías de seguridad y una guarnición de soldados de caballería e infantería para hacer frente a las incursiones [ 418] de los fugitivos. Sus habitantes habían demolido la muralla, antes de que se lo hubieran pedido los romanos, como prueba de que deseaban la paz y de que, aunque quisieran, no podrían luchar.
Plácido en Jericó
[ 419] Vespasiano envió contra los que habían huido de Gadara a Plácido 174 con quinientos jinetes y con tres mil soldados de infantería, mientras que él se volvió a Cesarea [ 420] con el resto de sus tropas. Los fugitivos, cuando de repente vieron que les perseguía la caballería, antes de entrar en combate, se refugiaron en una aldea llamada Betenabris 175 . Allí se encontraron con una gran [ 421] cantidad de jóvenes, a los que armaron como pudieron, a unos voluntariamente y a otros a la fuerza, y salieron contra las tropas de Plácido. Los romanos cedieron un poco ante el [ 422] primer ataque y al mismo tiempo se las ingeniaron para llevar a los judíos lejos de las murallas. Entonces, cuando los [ 423] tuvieron en un lugar adecuado, los rodearon y los atacaron con flechas. Los jinetes cortaban el paso a los que huían y la infantería acababa enérgicamente con las masas de combatientes. Los judíos morían sin hacer otra cosa que mostrar su [ 424] audacia. Se arrojaban contra los romanos, que mantenían compactas sus filas, y cuyas armaduras eran como una muralla; no encontraban por donde lanzar sus flechas ni tenían fuerza para deshacer las líneas de los adversarios. Caían [ 425] atravesados por los disparos enemigos y de un modo muy similar al de las bestias más salvajes se arrojaban sobre el hierro. Unos perecieron golpeados de frente por las espadas y otros por detrás al ser dispersados por la caballería.
Plácido se encargaba de cerrarles el paso a la aldea. [ 426] Su caballería cabalgaba sin cesar en aquella dirección, luego, [ 427] cuando los sobrepasó, se dio la vuelta y con flechas mató con buena puntería a los más cercanos, a los que estaban lejos les hizo retroceder llenos de miedo, hasta que los más valientes se abrieron paso a la fuerza y se refugiaron en la muralla. Los centinelas no sabían qué hacer, pues no se [ 428] atrevían a cerrar el paso a los que habían huido de Gadara, a causa de sus compatriotas 176 , y, por el contrario, si los recibían les esperaba la muerte junto con ellos. Esto es lo que [ 429] sucedió. Por poco la caballería romana no se precipitó dentro de la ciudad con los fugitivos judíos, que fueron empujados hasta el muro. No obstante, aunque les dio tiempo a cerrar las puertas, Plácido les atacó y, después de luchar valerosamente hasta el atardecer, se apoderó de las murallas y de los que estaban en la [ 430] aldea. Fue masacrado el vulgo que no les servía para nada; los más capaces se dieron a la fuga y los soldados saquearon las casas [ 431] y quemaron la aldea. Los que habían escapado de Betenabris incitaron a la revuelta a los habitantes de la región: al exagerar sus propias desgracias y decir que todo el ejército romano venía contra ellos hicieron temblar de miedo a la totalidad de la gente en todos los sitios. Huyeron a Jericó cuando consiguieron [ 432] reunir un número mayor de efectivos. Porque ésta era la única ciudad que alimentaba sus esperanzas de salvación, fuerte como [ 433] era, al menos, por la gran cantidad de habitantes. Plácido, que estaba lleno de confianza por su caballería y por sus éxitos anteriores, los persiguió hasta el Jordán y mató a todos con los que se topó. Empujó hacia el río al resto de la muchedumbre y alineó sus tropas frente a ellos, cuando aquélla se tuvo que detener a causa de la corriente, que no se podía atravesar al haber aumentado [ 434] por las lluvias. La necesidad les llevó a luchar, dado que no podían huir por ningún sitio. Se extendieron lo más posible por las orillas 177 y así soportaron las flechas y las embestidas de la caballería, que hirieron a muchos y los arrojaron a la [ 435] corriente. Quince mil murieron a manos de los romanos, mientras que fue incalculable la cantidad de judíos que se vieron [ 436] obligados a tirarse voluntariamente al Jordán. Fueron capturados unos dos mil doscientos y un abundante botín de asnos, ovejas, camellos y bueyes.
Plácido somete toda Perea
Esta derrota que sufrieron los judíos [ 437] fue muy importante y parecía mayor de lo que era, por el hecho de que no sólo toda la región por la que huían se había llenado de muerte y el Jordán se podía cruzar pasando por encima de los cadáveres, sino también porque el lago Asfaltitis 178 estaba también repleto de cuerpos que en gran cantidad había arrastrado el río hasta allí. Plácido se [ 438] sirvió de este golpe favorable de la Fortuna y atacó las aldeas y pequeñas poblaciones de alrededor. Una vez que se apoderó de Abila 179 , Julia 180 , Besimot 181 y todas las localidades que había hasta Asfaltitis, estableció al frente de cada una de ellas a los desertores que le parecieron más idóneos. A continuación hizo embarcar a sus soldados y acabó con [ 439] los que se habían refugiado en el lago. Así, toda la zona de Perea hasta Maqueronte 182 se sometío o fue conquistada.
Insurrección en Galilea. Vespasiano somete Judea e Idumea
[ 440] Mientras tanto llegó la noticia del levantamiento de la Galia y de que Víndex, con los jefes del lugar, se había alzado contra Nerón 183 , acontecimientos sobre los que existen escritos más detallados 184 . [ 441] Este anuncio llevó a Vespasiano a hacer más intensa la guerra, pues ya preveía los conflictos civiles que iban a tener lugar y el peligro que caería sobre todo el Imperio. Creía que cuando pacificara el Oriente aliviaría los temores que amenazaban [ 442] a Italia. Durante el invierno aseguró con guarniciones las aldeas y pequeñas poblaciones sometidas: nombró decuriones para las aldeas y centuriones para las ciudades. También reconstruyó muchas localidades que habían sido [ 443] devastadas. Cuando empezó la primavera, cogió la mayor parte de su ejército y se lo llevó desde Cesarea a Antípatris 185 , donde restableció el orden de la ciudad en dos días, y al tercero reanudó su camino devastando e incendiando todas [ 444] las aldeas del entorno. Tras someter la toparquía de Tamna se dirigió a Lidia y a Jamnia 186 , que ya habían sido subyugadas, y dejó para que habitara en ellas un número suficiente de judíos de los que se habían entregado a los romanos. [ 445] Luego se marchó a Emaús 187 . Cuando se adueñó de los caminos que llevaban a la capital 188 , fortificó el campamento, dejó en él la legión quinta y se fue con el resto de sus tropas a la toparquía 189 de Betletefa 190 . Destruyó este [ 446] lugar con fuego, así como la región vecina y los alrededores de Idumea. Luego levantó fortalezas en los lugares adecuados. Tomó dos aldeas del centro de Idumea, Betabris 191 y [ 447] Cafartoba 192 , ejecutó a más de diez mil de sus habitantes e hizo prisioneros a más de mil. Al resto de la población la [ 448] expulsó de allí y estableció en el lugar una parte importante de sus propias tropas, que recorrían y devastaban toda la región montañosa. Vespasiano se volvió a Emaús con sus [ 449] otros efectivos militares, desde donde a través de Samaria, cerca de la llamada ciudad de Neápolis 193 , que los habitantes del lugar denominan Mabarta, llegó hasta Corea 194 y [ 450] acampó allí el segundo día del mes de Daisio 195 . Al día siguiente se presentó en Jericó, donde se reunió con él uno de sus generales, Trajano 196 , con el ejército de Perea, cuando ya estaban sometidos los territorios del otro lado del Jordán.
La región de Jericó y el valle del Jordán. La fuente de Eliseo
[ 451] Antes de la llegada de los romanos, la mayor parte de la población de Jericó se había refugiado en la región montañosa que hay frente a Jerusalén. Los que permanecieron en la ciudad, que no eran pocos, [ 452] fueron masacrados. Los romanos se apoderaron de una localidad desierta, que estaba situada en una llanura y dominada por una gran montaña desnuda y [ 453] árida. Por el norte se extiende hasta el territorio de Escitópolis y por el sur hasta la región de Sodoma y los límites del lago Asfaltitis. Toda esta zona tiene una superficie irregular y está deshabitada a causa de su esterilidad. En frente se alzan [ 454] las montañas que bordean el Jordán y que desde Julia 197 , en el norte, llegan al sur hasta Somora 198 , en la frontera de Petra en Arabia. Allí está la llamada «Montaña de Hierro» 199 , cuya extensión alcanza al país de Moab. Entre [ 455] las dos cordilleras se encuentra la región conocida por el nombre de Gran Llanura 200 , que va desde la aldea de Sennabris 201 hasta el lago Asfaltitis. Su longitud es de mil doscientos [ 456] estadios y su anchura de ciento veinte 202 ; la cruza por el medio el río Jordán y posee los lagos de Asfaltitis y de Tiberiades, que son de naturaleza opuesta, pues el primero es salado y estéril y el segundo es de agua dulce y fructífero. En verano la llanura arde de calor y por el exceso de [ 457] sequedad posee un aire malsano. Toda la región carece [ 458] de agua, salvo el Jordán, por lo que las palmeras que crecen en sus orillas están más floridas y tienen más frutos que las que nacen lejos del río.
No obstante, cerca de Jericó hay una fuente 203 abundante [ 459] y muy rica para el riego, que nace en las proximidades de la ciudad antigua, el primer enclave del país de Canaán que el jefe de los hebreos, Jesús, el hijo de Nun 204 , conquistó [ 460] con las armas. Hay una leyenda que dice que al principio esta fuente no sólo echaba a perder los frutos de la tierra y de los árboles, sino que también provocaba abortos entre las mujeres y, por decirlo en pocas palabras, causaba enfermedades y muerte, pero el profeta Eliseo convirtió en dulce su agua y la hizo muy propicia para la salud y muy fecunda. [ 461] Éste era discípulo y sucesor de Elías. Como fue acogido con hospitalidad por los habitantes de Jericó y tratado con un gran afecto, les recompensó a ellos y a la región con un regalo [ 462] que les durara siempre. Se acercó a la fuente y arrojó a la corriente una vasija de barro llena de sal, luego levantó hacia el cielo su santa mano derecha y derramó sobre el suelo libaciones propiciatorias. Pidió a la tierra que mitigara el amargor de la corriente de la fuente y abriera arterias más [ 463] dulces. Al cielo le suplicó que mezclara con las aguas un aire más fructífero y al mismo tiempo que concediera a los habitantes de la región abundancia de frutos y descendencia de hijos y que, mientras se comportasen con justicia, no les faltara esta agua prolífica. Además de estas súplicas Eliseo [ 464] hizo muchos movimientos rituales de manos, propios de su saber, y así transformó la fuente: el agua que antes había sido causa de orfandad y de hambre, desde entonces pasó a suministrar una gran descendencia y abundancia de bienes. [ 465] Esta fuente tiene tanta fuerza en el riego que con sólo tocar la tierra hace que sea más fértil que una gran cantidad de [ 466] agua que ha permanecido allí durante mucho tiempo. Por ello esta última agua tiene un rendimiento pequeño, por muy abundante que sea, mientras que el de la fuente es muy provechosa, aunque sea exigua la cantidad que se utilice. Riega [ 467] un terreno mayor que todos los demás: recorre una llanura de setenta estadios de largo por veinte de ancho y sustenta en ella jardines muy hermosos y floridos. Son muchos los tipos [ 468] de palmeras que reciben el agua de esta fuente, diferentes entre sí por su sabor y por sus propiedades medicinales. Las palmas más gruesas, cuando se las machaca con los pies, producen una abundante miel no de peor calidad que la auténtica 205 . La región es rica en abejas, también tiene opobálsamo 206 , [ 469] el más preciado de los frutos de la zona 207 , el ciprés y el mirobálano 208 , de tal manera que uno no se equivocaría si dijera que es una región divina 209 en la que florecen en abundancia los frutos más raros y bellos. Por el resto de los [ 470] productos que nacen en ella tampoco sería sencillo compararla con ninguna otra zona del mundo habitado, pues tanto es lo que produce lo que allí se siembra. Me parece que la [ 471] causa de ello es el calor del aire y la energía del agua: el aire estira y abre las plantas, mientras que la humedad da fuerza a sus raíces y las proporciona vigor durante el verano, época en la que en esta zona hace tanto calor por todos los sitios que no [ 472] es fácil que la gente salga al exterior. El agua que se recoge antes de salir el sol, cuando luego se la expone al aire, se vuelve muy fría y adopta un estado contrario a la atmósfera que le rodea. En cambio, en invierno ocurre lo contrario, el agua se calienta y resulta muy agradable para los que se bañan [ 473] en ella 210 . El clima del lugar es tan cálido que sus habitantes se visten con lino, mientras que en el resto de Judea [ 474] nieva. Jericó está a ciento cincuenta estadios de Jerusalén y a sesenta del río Jordán 211 . Hasta Jerusalén el paisaje es desierto y pedregoso, y hasta el Jordán y el lago Asfaltitis el territorio [ 475] es menos elevado, aunque también es desértico y yermo. Pero ya se ha hablado bastante sobre la buena situación de Jericó.
El lago Asfaltitis. La región de Sodoma
[ 476] Es conveniente también describir la naturaleza del lago Asfaltitis, que es, como dije 212 , de agua salada y éstéril. Gracias a su ligereza 213 mantiene en la superficie los objetos que se arrojan en ella, por muy pesados que sean, y es difícil sumergirse hasta el [ 477] fondo, aunque se intente con fuerza. Cuando Vespasiano acudió allí para verlo, ordenó que algunos de los que no sabían nadar fueran arrojados al fondo, con las manos atadas a la espalda, y el resultado fue que todos salieron a flote como si un viento les hubiera empujado hacia arriba. Además es [ 478] también digno de admiración su cambio de color, pues todos los días transforma tres veces su aspecto externo y refleja con una gran variedad los rayos del sol. En muchos [ 479] lugares el lago desprende trozos negros de asfalto, que flotan en la superficie y se asemejan, por su aspecto y tamaño, a toros sin cabeza 214 . Los obreros del lago se acercan, [ 480] cogen este conglomerado de betún y lo meten en sus embarcaciones. Cuando éstas están repletas, no es fácil despegar el asfalto, sino que a causa de su elasticidad la barca queda pegada a los filamentos de esta masa asfáltica, hasta que la separan con sangre menstrual de mujeres y orina, que es lo único ante lo que cede 215 . El asfalto es útil [ 481] no sólo para la juntura de las naves, sino también para la curación del cuerpo humano. Por ello forma parte de muchos compuestos medicinales. La longitud del lago es de [ 482] quinientos ochenta estadios, hasta Zoara 216 en Arabia, y la anchura de ciento cincuenta 217 . Cerca de él se encuentra [ 483] Sodoma 218 , tierra que antaño fue próspera por sus productos y por la riqueza de cada una de sus ciudades, pero que ahora [ 484] está totalmente quemada. Dicen que a causa de la impiedad de sus habitantes fue fulminada por los rayos 219 . Todavía hay señales del fuego divino y se pueden ver los restos de cinco ciudades, y aún hoy vuelve a salir ceniza en los frutos, que por su aspecto se parecen a productos comestibles, pero cuando son cogidos con las manos se convierten en humo y [ 485] ceniza 220 . La leyenda sobre Sodoma puede confirmarse por estas pruebas visibles.
Toma de Gerasa
[ 486] Para rodear a los habitantes de Jerusalén por todos los sitios, Vespasiano levantó campamentos en Jericó y en Adida 221 y puso guarniciones en ambas ciudades con soldados de las tropas romanas y de los [ 487] aliados. Envió a Gerasa 222 a Lucio Annio, al que entregó un destacamento de caballería y un nutrido grupo de infantería. [ 488] Éste tomó al asalto la ciudad y mató a mil jóvenes que no tuvieron tiempo de huir, hizo prisioneras a sus familias y dejó a sus soldados que hicieran pillaje con sus bienes. Después de haber incendiado sus casas, se dirigió a las aldeas de los alrededores. La gente que tenía fuerza huyó y los débiles [ 489] fueron aniquilados. Todo lo que dejaron fue pasto de las llamas. Al extenderse la guerra por la totalidad de la zona [ 490] montañosa y la llanura, los habitantes de Jerusalén tenían cortadas todas sus salidas. Los zelotes vigilaban a los que pretendían desertar y el ejército, que rodeaba la ciudad por todos los sitios, impedía la salida de los que no eran favorables a los romanos.
Muerte de Nerón. Crisis política en Roma. Nuevo retraso del ataque a Jerusalén
Cuando Vespasiano regresaba a Cesarea [ 491] y se preparaba para ir con todas sus tropas contra la mismísima Jerusalén, le llegó la noticia de que Nerón había sido asesinado, tras reinar durante trece años y ocho días 223 . No voy a hablar de cómo [ 492] este personaje abusó del poder al confiar los asuntos públicos a los más depravados individuos, Ninfidio 224 y Tigelino 225 , los más indignos de sus libertos; cómo fue abandonado [ 493] por todos sus guardianes, cuando fue objeto de una conspiración por parte de dichos personajes, y en su huida con cuatro libertos 226 de su confianza se suicidó en los suburbios de Roma; y también cómo los que le habían derrocado fueron [ 494] castigados no mucho tiempo después. Cómo llevó a término la Guerra de la Galia, cómo Galba fue proclamado emperador y regresó desde España a Roma, cómo fue acusado por sus soldados de vileza y asesinado a traición en medio del Foro Romano 227 , cómo fue nombrado emperador [ 495] Otón; ni tampoco mencionaré su expedición contra los generales de Vitelio y su destitución 228 , ni los disturbios que hubo luego contra Vitelio ni el combate en tomo al Capitolio, ni cómo Antonio Primo 229 y Muciano, después de aniquilar a Vitelio y las legiones germánicas, acabaron con la [ 496] guerra civil 230 . No he querido narrar con detalle todas estas cuestiones, pues son conocidas por todos y han sido contadas por muchos autores griegos y romanos 231 , sino que indico cada uno de estos acontecimientos de forma breve para que los hechos estén relacionados entre sí y para no interrumpir la historia.
En primer lugar Vespasiano dejó para más tarde la expedición [ 497] contra Jerusalén, pues esperaba con impaciencia ver sobre quién recaería el poder después de Nerón. Luego, [ 498] cuando se enteró de que Galba era emperador, no hizo nada, antes de que aquél le diera alguna orden relativa a la guerra, sino que envió ante él a su hijo Tito para presentarle sus saludos y recibir las disposiciones acerca de los judíos. Por este motivo el rey Agripa viajó con Tito a ver a Galba. Mientras navegaban a través de Acaya 232 en embarcaciones [ 499] de guerra, pues era invierno, antes de concluir su viaje, fue asesinado Galba, tras haber reinado durante siete meses y el mismo número de días 233 . A continuación se hizo con el Imperio Otón, [ 500] que ya antes había aspirado al mando. Agripa se decidió por continuar hasta Roma, sin sentir miedo por la situación de [ 501] inestabilidad. En cambio, Tito, movido por un impulso divino 234 , se embarcó desde Grecia a Siria y en poco tiempo llegó a [ 502] Cesarea junto a su padre 235 . Ambos, que sentían inquietud por la situación del Estado y porque el Imperio romano se tambaleaba, pusieron fin a la expedición contra los judíos y, por el miedo que sentían por su patria, creyeron que no era conveniente atacar a gente extranjera.
Simón, hijo de Giora, en Masadá. Se enfrenta a los zelotes
[ 503] Pero otra guerra estalló entre los habitantes de Jerusalén. Había un tal Simón 236 , hijo de Giora, natural de Gerasa; un joven inferior en astucia a Juan, que ya entonces era dueño de la ciudad, pero superior [ 504] a él en fuerza física y audacia. Por este motivo había sido expulsado por el sumo sacerdote Anano de la toparquía de Acrabatene 237 , que estaba bajo su dominio, y se había unido a los bandidos que ocupaban Masadá. Al principio éstos [ 505] sospecharon de este individuo. Por eso, le permitieron entrar junto con las mujeres que había traído con él solamente hasta la parte inferior de la fortaleza 238 , mientras que ellos habitaban la zona superior. Más tarde, a causa de su afínidad [ 506] de costumbres y porque parecía digno de confianza, le acompañaron en sus salidas a saquear y devastar las regiones próximas a Masadá. A pesar de sus exhortaciones no les [ 507] convenció a llevar a cabo acciones más importantes, pues estaban acostumbrados a permanecer en la fortaleza y tenían miedo de separarse mucho de ella, como si de su guarida se tratase. Sin embargo Simón, que aspiraba a la tiranía y a [ 508] realizar grandes empresas, cuando se enteró de que Anano había muerto 239 , se fue a la región montañosa y, como prometió públicamente la libertad a los esclavos 240 y una recompensa para los hombres libres, consiguió reunir a los malhechores de todos los sitios.
Cuando tuvo unos sólidos efectivos, hizo incursiones en [ 509] las aldeas de la montaña y, como cada vez se le iba uniendo más gente, se llenó de valor para bajar a la llanura. Por el [ 510] miedo que provocaba a las ciudades muchos de sus insignes personajes se dejaron atraer por su fuerza y por el éxito de sus acciones, de modo que ya no se trataba sólo de un ejército de esclavos y bandidos, sino también de un gran número de ciudadanos que le obedecían como a un rey. Recorrió [ 511] la toparquía de Acrabatene y el territorio que hay hasta la Gran Idumea 241 . En una aldea llamada Aín 242 levantó una muralla y se sirvió del lugar como una fortaleza para su seguridad. [ 512] En el valle de Ferete 243 amplió un gran número de cuevas y encontró otras muchas adecuadas, que utilizó para [ 513] guardar sus tesoros y como almacen para sus botines 244 . En ellas colocaba también los frutos que cogía en sus rapiñas y allí tenía su residencia la mayoría de sus grupos de bandidos. Era evidente que ejercitaba a sus tropas y que hacía preparativos para ir contra Jerusalén.
[ 514] Por consiguiente, los zelotes, que temían un ataque de Simón y querían adelantarse a un individuo que iba aumentando sus efectivos para ir en contra suya, salieron la mayoría de ellos con las armas en la mano. Les hizo frente Simón, quien tras entablar combate, mató a un gran número de zelotes y obligó a los demás a refugiarse en la ciudad. [ 515] Como aún no estaba suficientemente seguro de sus fuerzas, renunció a atacar las murallas, mas se decidió antes a someter Idumea. Con veinte mil hombres armados se dirigió a [ 516] las fronteras de este país. Los jefes de Idumea reunieron rápidamente los veinticinco mil hombres más belicosos de la región, encomendaron al resto de la población custodiar sus bienes de las incursiones de los sicarios de Masadá y aguardaron a Simón en la frontera. Este personaje luchó con los [ 517] idumeos y después de haber combatido durante todo el día, no resultó ni vencedor ni vencido. Simón se retiró a Aín, mientras que aquéllos se marcharon a su tierra. No mucho [ 518] después Simón atacó su país con una fuerza mayor, estableció su campamento junto a una aldea llamada Técoa 245 y envió a uno de sus compañeros, Eleazar, ante los guardianes del Herodio 246 , que estaba cerca, para persuadirles a entregar la fortaleza. La guarnición, que desconocía el motivo de [ 519] su llegada, le recibió con presteza, pero cuando les habló de rendirse le persiguieron con las espadas desenvainadas hasta que, sin tener por donde escapar, se arrojó desde la muralla al barranco que había debajo. Murió en el acto. No [ 520] obstante, a los idumeos, que temían el poder de Simón, les pareció conveniente tener información del ejército enemigo antes de enfrentarse con él.
Se ofreció voluntariamente para realizar esta empresa [ 521] Jacobo 247 , uno de los oficiales que planeaba traicionarles. Partió de Aluro 248 , pues en sus alrededores se había congregado [ 522] el ejército idumeo, y se presentó ante Simón. Acordó [ 523] entregarle primero su propia patria, tras recibir bajo juramento la promesa de que siempre ocuparía puestos de honor, y le prometió colaborar con él en la conquista de Idumea.[ 524] Por este motivo fue acogido con amistosa hospitalidad por Simón y enardecido con magníficas promesas. Cuando regresó a su patria, lo primero que hizo fue exagerar la [ 525] magnitud del ejército de Simón; luego recibió a los oficiales y a todos los soldados, por grupos, y les instó a aceptar a [ 526] Simón y a entregarle sin luchar el mando supremo. Mientras realizaba estas maniobras, mandó llamar también a Simón a través de unos emisarios y le prometió dispersar a los idumeos. [ 527] Así hizo. Dado que el ejército estaba ya cerca, fue el primero en montarse de un salto en su caballo y huir con los [ 528] que se habían dejado corromper por él. El terror hizo presa en toda la multitud y antes de entablar combate todos abandonaron sus puestos y se retiraron a sus respectivas casas.
Devastación de Idumea. La ciudad de Hebrón
[ 529] En contra de lo que se esperaba, Simón entró en Idumea sin derramamiento de sangre. En un ataque de improviso tomó la pequeña localidad de Hebrón, en la que consiguió un gran botín y arrebató [ 530] abundantes frutos. Según dicen sus habitantes Hebrón no sólo es más antigua que las ciudades de la región, sino también más que Menfis de Egipto 249 . En efecto, su historia alcanza [ 531] un total de dos mil trescientos años. Se cuenta que ella fue la morada de Abraham, el padre de los judíos, cuando partió de Mesopotamia, y dicen 250 también que sus hijos descendieron a Egipto desde aquí 251 . Aún se ven en esta aldea [ 532] sus tumbas 252 , hechas de un mármol muy bello y trabajadas con esmero. A seis estadios de la ciudad se muestra [ 533] también un grandísimo terebinto; según afirman, este árbol ha permanecido allí hasta hoy desde la creación 253 . A partir [ 534] de este lugar Simón hizo sus correrías por toda Idumea: no sólo saqueó aldeas y ciudades, sino que también asoló el campo. Pues, además de los soldados, iban con él cuarenta mil hombres, de modo que no eran suficientes para esta multitud los víveres que tenían. A esta necesidad se sumaba su [ 535] crueldad y su odio hacia la raza idumea 254 , motivos que tuvieron como consecuencia la completa devastación de este [ 536] país. Del mismo modo que después de pasar las langostas se puede ver todo el bosque sin hojas, así también al paso del [ 537] ejército de Simón todo quedaba desierto. Incendiaron algunos lugares, otros los destruyeron, hicieron desaparecer la totalidad de la vegetación del campo, al pisotearla o al servirse de ella como aprovisionamiento, y al pasar sobre la tierra cultivada la convirtieron en más árida que la de un terreno estéril. En resumen se puede decir que en las regiones asoladas no quedó señal de lo que había existido.
Los zelotes capturan a la mujer de Simón
Estos acontecimientos enardecieron de [ 538] nuevo a los zelotes. Temían enfrentarse abiertamente a Simón en un combate, por lo que prepararon emboscadas en los caminos y capturaron a su mujer y a muchos [ 539] de su servidumbre. Luego, como si hubiesen hecho prisionero al propio Simón, regresaron contentos a la ciudad, pues esperaban que enseguida vendría él a entregar sus [ 540] armas y a suplicar por su mujer. Sin embargo, a Simón no le entró compasión por este rapto, sino que se llenó de ira. Acudió ante la muralla de Jerusalén, como las fieras heridas que no han atrapado a los que las han atacado, y descargó su [ 541] furia contra aquellos con los que se encontró. A todos los que salían fuera de las puertas de la ciudad para recoger legumbres o leña, estuvieran desarmados o fueran ancianos, los cogía, torturaba y mataba. En el exceso de su furia poco [ 542] le faltó para probar la carne de los muertos 255 . A muchos les cortó las manos y los envió a la ciudad para que atemorizaran a los enemigos y al mismo tiempo para hacer que el pueblo se alzara contra los responsables de la situación. Les [ 543] había encargado decir que Simón había jurado por Dios, que todo lo ve, que si no le devolvían enseguida a su esposa, derribaría la muralla y haría lo mismo con todos los habitantes de la ciudad, sin perdonar a ninguna edad y sin distinguir a los culpables de los inocentes. No sólo el pueblo, sino también [ 544] los zelotes se asustaron ante estas palabras y le entregaron a su mujer. Entonces, durante un tiempo, se calmó y detuvo su continua matanza.
Guerra civil en Italia
No había rebelión y guerra civil únicamente [ 545] en Judea, sino también en Italia. Galba había sido asesiando en medio del [ 546] Foro romano 256 , y Otón, proclamado emperador, luchaba contra Vitelio, quien aspiraba al trono, pues le habían elegido las legiones de Germania. Cuando en Bedríaco 257 , en la Galia, tuvo lugar un [ 547] combate contra Valente y Cecinna, generales de Vitelio, el primer día el vencedor fue Otón, pero el segundo lo fue el ejército de Vitelio. Hubo una gran matanza, y, cuando Otón [ 548] se enteró de la derrota, se suicidó en Brixelo 258 , después de haber estado en el poder durante tres meses y dos días 259 . Su [ 549] ejército se unió a los generales de Vitelio, que en persona bajó a Roma con sus tropas.
Vespasiano concluye la conquista de Judea
[ 550] Mientras tanto 260 , Vespasiano salió de Cesarea el quinto día del mes de Daisio y marchó contra las regiones de Judea [ 551] que aún no habían sido sometidas. Subió a las montañas y se apoderó de dos toparquías, llamadas Gofna 261 y Acrabatene, y luego de las pequeñas poblaciones de Betela 262 y Efraín 263 , donde estableció guarniciones y marchó a caballo hasta Jerusalén. Hizo una gran matanza con los que hallaba en el camino y cogió [ 552] a muchos prisioneros. Uno de sus oficiales, Cereal 264 , con un destacamento de caballería y de infantería asoló la llamada Idumea Superior 265 . Tomó al asalto e incendió Cafetra 266 , que aunque parezca una pequeña ciudad, no lo es, se [ 553] dirigió a otro lugar llamado Carabin 267 y lo asedió. Su muralla era muy sólida, y, aunque él esperaba gastar allí mucho tiempo, la gente de dentro le abrió de repente las puertas y salió a entregarse a él como suplicante con ramas de olivo. Tras esta rendición, Cereal marchó a Hebrón, otra antiquísima [ 554] localidad, que, como ya he dicho 268 , está en la zona montañosa no lejos 269 de Jerusalén. Entró allí a la fuerza, ejecutó a toda la población joven y quemó la ciudad. Cuando [ 555] ya había sido sometida la totalidad de la región, salvo Herodio, Masadá y Maqueronte, enclaves que estaban en manos de los bandidos, los romanos pusieron entonces su punto de mira en Jerusalén.
Continúan las atrocidades de los zelotes
Después de que 270 Simón recobró a [ 556] su mujer de manos de los zelotes, volvió de nuevo contra lo que aún quedaba de Idumea. Al acosar a este pueblo por todas partes obligó a su mayoría a refugiarse en Jerusalén. Él mismo los siguió hasta la ciudad. Rodeó otra [ 557] vez la muralla y mató a todo el que cogía de los que salían a trabajar al campo. Para el pueblo Simón era, en el exterior, [ 558] más terrible que los romanos, en cambio, en el interior, los zelotes eran peores que los dos juntos. Entre estos últimos destacaba el grupo de los galileos por sus malvados designios y por su audacia 271 . Pues ellos eran los que habían elevado [ 559] a Juan al poder, y éste para recompensarles por la autoridad que le habían concedido, les permitía hacer todo lo que querían. Su deseo por saquear era insaciable; se divertían [ 560] registrando las casas de los ricos, matando hombres y violando mujeres. Lo que robaban lo devoraban con sangre 272 [ 561] y, cuando ya se habían hartado de ello, sin ningún tipo de vergüenza adoptaban costumbres afeminadas: se peinaban el pelo, se ponían vestidos de mujer, se llenaban de perfumes y se [ 562] pintaban sus ojos para parecer más bellos 273 . No sólo imitaban el adorno de las mujeres, sino tambén sus pasiones y por su desmedido libertinaje imaginaban amores antinaturales. Se revolcaban en la ciudad como si estuvieran en un prostíbulo y la [ 563] manchaban toda ella con sus acciones impuras. A pesar de su aspecto femenino, tenían unas manos asesinas. Se acercaban con paso suave y de pronto se transformaban en guerreros, sacaban las espadas de debajo de sus teñidos mantos de fina lana [ 564] y se las clavaban al que se encontraban. Simón acogía de forma aún más sanguinaria a los que huían de Juan: el que escapaba del tirano que había dentro de las murallas era ejecutado por el [ 565] que estaba delante de las puertas de la ciudad. Los que querían pasarse al bando romano tenían cerradas todas las vías para la deserción.
Discordias entre los zelotes. Los idumeos frente a Juan de Giscala
[ 566] El ejército se alzó contra Juan y todos los idumeos 274 , que formaban parte de él, se separaron y fueron contra el tirano por la envidia que sentían hacia su propio poder [ 567] o por el odio a su crueldad. Se enfrentaron a los zelotes, mataron a muchos de ellos y al resto le obligaron a encerrarse en el palacio real construido por Grapte, que era pariente de Iza, el rey de Adiabene 275 . Irrumpieron [ 568] en él los idumeos y, tras expulsar de allí a los zelotes hacia el Templo, se dedicaron a saquear los bienes de Juan. Pues éste vivía en el palacio antes mencionado y allí tenía [ 569] guardado el botín de su tiranía. Entre tanto, la multitud de [ 570] los zelotes que estaba dispersa por la ciudad se unió a los que se habían refugiado en el Templo. Juan se dispuso a llevarlos contra el pueblo y contra los idumeos. Estos últimos, que [ 571] eran mejores soldados que ellos, no temían tanto su ataque como sus arrebatos de locura, a saber, el hecho de que por la noche salieran del Templo para matarles a todos e incendiar la ciudad. Se reunieron con los sumos sacerdotes y decidieron [ 572] de qué modo había que protegerse de este ataque. Pero [ 573] Dios convirtió estas decisiones en su propia desgracia. Planearon un remedio para su salvación que fue peor que la destrucción. Pues, en efecto, para acabar con Juan decidieron aceptar a Simón e introducir entre ellos con súplicas un segundo tirano. Se llevó a cabo esta decisión: enviaron al [ 574] sumo sacerdote Matías 276 para pedir que entrara en la ciudad Simón, al que tanto habían temido. También le insistieron en esta petición los que habían huido de los zelotes de Jerusalén por el deseo de recuperar sus casas y sus posesiones. Él aceptó con arrogancia ser su jefe y entró con el fin [ 575] de liberar la ciudad de los zelotes, aclamado por el pueblo como salvador y como benefactor. Cuando ya hubo penetrado [ 576] con sus tropas, se preocupó de todo lo relacionado con su propia autoridad y consideraba enemigos tanto a los que le habían hecho venir como a aquéllos contra los que había sido llamado.
Simón se hace dueño de la situación
[ 577] De esta forma Simón se convirtió en dueño de Jerusalén el més de Jántico 277 , el tercer año de la guerra. Por su parte, Juan y la multitud de los zelotes tenían una difícil salvación, pues no podían salir del Templo y habían perdido sus posesiones en la ciudad, ya que los hombres de Simón habían saqueado rápidamente sus bienes. [ 578] Éste con la ayuda del pueblo asaltó el Templo, mientras que los zelotes, situados sobre los pórticos y en las almenas, rechazaban [ 579] el ataque. Cayeron muchos de los hombres de Simón y un gran número de ellos salió herido, pues los zelotes desde sus elevadas posiciones hacían sus disparos con facilidad [ 580] y con una buena puntería. Además de contar con un lugar privilegiado levantaron también cuatro enormes torres para [ 581] lanzar sus proyectiles desde más arriba: una en el ángulo que mira hacia levante y el norte, la otra por encima del Xisto 278 y [ 582] la tercera en el otro ángulo, frente a la Ciudad Baja 279 . La cuarta torre estaba construida encima de las habitaciones de los sumos sacedotes 280 que había en el Templo, donde, siguiendo la tradición, uno de los sacerdotes anunciaba con una trompeta, por la tarde, el comienzo del séptimo día de la semana y, por la noche, también tocaba el final de la jornada, pues de esta forma anunciaba al pueblo el cese y el comienzo del trabajo respectivamente 281 . En las torres colocaron oxibelas 282 , [ 583] balistas, arqueros y honderos. Entonces Simón aminoró [ 584] sus ataques, pues la mayoría de sus hombres flojeaba, si bien resistió porque era mayor el número de sus efectivos, a pesar de que los disparos hechos desde lejos por las máquinas mataban a muchos de sus combatientes.
Vitelio en Roma. Vespasiano es proclamado emperador
En este preciso momento se apoderaron [ 585] también de Roma grandes calamidades 283 . Pues había llegado de Germania [ 586] Vitelio con su ejército, que además arrastraba consigo otra gran multitud de gente. Como no halló sitio suficiente para todos en los lugares destinados a las tropas, convirtió a Roma en un campamento y llenó todas las casas de soldados. Cuando estos individuos, [ 587] cuyos ojos no estaban acostumbrados a ello, vieron la riqueza de los romanos y se encontraron rodeados por todas partes de plata y oro, a duras penas pudieron contener sus deseos para no dedicarse al pillaje y matar a los que les estorbasen en su propósito. Esto es lo que entonces ocurría en Italia.
[ 588] Cuando Vespasiano regresó a Cesarea, tras someter las regiones próximas a Jerusalén, se enteró de los disturbios de [ 589] Roma y del nombramiento de Vitelio como emperador. Esta noticia le llenó de indignación, a pesar de ser una persona que sabía tanto recibir órdenes como darlas, y manifestó su rechazo por un soberano que se había lanzado con furia sobre [ 590] el Imperio como si se tratara de un desierto. Muy afectado por esta desgracia no era capaz de soportar esta tortura ni de ocuparse de otras guerras, mientras su patria era destruida. [ 591] Pero al igual que le empujaba a vengarse su ira, así también le contenía el hecho de pensar en la distancia, ya que la Fortuna se le podía adelantar y jugarle aún bastantes malas pasadas antes de que él llegara a Italia en su travesía por mar, sobre todo por tratarse de pleno invierno. Por consiguiente reprimió la cólera que ardía con fuerza en su interior.
[ 592] Sin embargo, los oficiales y los soldados, reunidos en pequeños círculos, planeaban ya abiertamente un cambio e, indignados, decían a gritos que las tropas 284 que con lujo vivían en Roma y que no soportaban oír hablar de guerra elegían para el Imperio a los que querían y proclamaban a los [ 593] emperadores por la esperanza de obtener ganancias. En cambio, ellos, que habían pasado tantas fatigas y que habían envejecido bajo la armadura, entregaban a otros esta facultad de elegir emperador, cuando entre ellos tenían a la persona [ 594] que más méritos poseía para ejercer el poder. ¿Cuándo, mejor que ahora, iban a poder devolver a Vespasiano el afecto que él había tenido con ellos, si perdían la ocasión de este momento? En justicia Vespasiano tenía más derecho para ser emperador que Vitelio, como también lo tenían ellos frente a los que habían elegido a este último personaje. En efecto, ellos no habían luchado en guerras de menor calibre [ 595] que las de Germania ni eran inferiores con sus armas a los que habían traído de allí al tirano. No habría necesidad [ 596] de luchar, pues el Senado y el pueblo de Roma no soportarían el libertinaje de Vitelio en comparación con la prudencia de Vespasiano, ni preferirían un tirano cruel, en lugar de un buen jefe, ni un soberano sin hijos 285 , en lugar de un padre, pues es muy importante para la seguridad de la paz el que los reyes tengan sucesores legítimos. Por tanto, si el [ 597] mando debía recaer en la experiencia de la edad, ellos tenían a Vespasiano, y si debía hacerlo en la fuerza de la juventud, tenían a Tito. Pues de esta forma se unirían las ventajas de las edades de ambos. No sólo ellos, que tenían tres legiones 286 [ 598] y las fuerzas aliadas de los reyes, darían su apoyo al que fuera designado emperador de estos dos, sino que también colaboraría todo el Oriente y todas las zonas de Europa que han estado al margen del terror de Vitelio, así como sus aliados de Italia, un hermano de Vespasiano 287 y otro de sus hijos 288 . Al primero se le sumarían muchos jóvenes ilustres, [ 599] y al segundo se le ha confiado la protección de la ciudad, lo que constituía una parte importante para llegar al poder del Imperio. Resumiendo, si ellos se retrasaban en llegar, el Senado [ 600] enseguida nombraría emperador a un individuo al que desprecian las tropas, que han combatido junto a él.
[ 601] Esto es lo que hablaban los soldados en sus reuniones. Luego, tras congregarse y animarse entre sí, proclamaron emperador a Vespasiano y le pidieron que salvara el Imperio, [ 602] que entonces peligraba 289 . Hacía tiempo que se preocupaba por el Estado, pero nunca había querido mandar él mismo, pues, aunque se consideraba digno por las empresas que había llevado a cabo, sin embargo prefería la seguridad de la vida privada a los peligros de un cargo importante. [ 603] Ante su rechazo los oficiales insistieron aún más y los soldados le rodearon con sus espadas desenvainadas y amenazaron con matarle, si no aceptaba vivir con la dignidad que [ 604] se merecía. Después de extenderse en contarles los motivos por los que no aceptaba el mando, finalmente, como no les convenció, accedió ante los que le aclamaban como emperador.
Vespasiano en Egipto. Descripción de Alejandría
[ 605] Muciano 290 y los demás oficiales le pidieron que actuara ya como emperador, mientras que el resto de su ejército le demandó que le condujera contra cualquier tipo de enemigo. Ante estas peticiones Vespasiano se encargó primero de los asuntos de Alejandría, pues sabía que Egipto era la parte más importante del Imperio por su aportación de trigo 291 . Si se apoderaba de [ 606] este país y si la situación se prolongaba, tenía la esperanza de destruir por la fuerza a Vitelio, puesto que en Roma el pueblo no soportaría el hambre. Por otra parte, quería atraerse a las dos legiones de Alejandría 292 . También deseaba [ 607] tener esta región 293 como una defensa contra la inseguridad de la Fortuna, ya que es un lugar de difícil acceso por tierra y no tiene puertos en el mar. A Occidente la protegen [ 608] los desiertos de Libia, al Sur Siene 294 , que la separa de Etiopía, y las innavegables cataratas del río Nilo, a Oriente el Mar Rojo, que llega hasta Copto 295 . Al Norte hace de muralla [ 609] la tierra que llega hasta Siria y el llamado «Mar Egipcio», que carece totalmente de puertos 296 . De esta forma está Egipto protegido por todos los lados. Entre Pelusio 297 y [ 610] Siene hay una distancia de dos mil seiscientos estadios 298 , y por mar desde Plintine 299 a Pelusio hay tres mil seiscientos [ 611] estadios 300 . El Nilo es navegable hasta la llamada Ciudad de los Elefantes 301 ; más arriba las cataratas que hemos mencionado [ 612] antes impiden continuar adelante. El puerto de Alejandría 302 tiene un acceso difícil para los barcos, incluso en tiempo de paz, pues su entrada es estrecha y los escollos que hay bajo el mar obligan a hacer la trayectoria dando rodeos. [ 613] Su parte izquierda está protegida por muros artificiales y en la derecha se halla la llamada isla de Faros, que posee una altísima torre que alumbra a los navegantes hasta una distancia de trescientos estadios, para que así por la noche fondeen sus embarcaciones lejos, habida cuenta de los peligros [ 614] de acercarse a la costa 303 . Alrededor de esta isla se alzan unas enormes murallas, construidas por manos humanas. El mar, al golpear contra estos muros y romper contra los diques que se encuentra de frente, dificulta el acceso y hace [ 615] peligrosa la entrada a través del estrecho paso. No obstante, el puerto es muy seguro en el interior, con una longitud de treinta estadios 304 . A él llegan los bienes que le faltan al país para su bienestar y desde él se distribuyen a todo el mundo los productos que allí sobran 305 .
La aclamación de Vespasiano recibe más apoyos
Por consiguiente, era lógico que Vespasiano [ 616] quisiera hacerse cargo de la situación de Egipto para así asegurar el poder de todo el Imperio. Escribió inmediatamente una carta a Tiberio Alejandro 306 , gobernador de Egipto y de Alejandría, en la que le comunicaba la voluntad del ejército y le decía que al asumir, por la necesidad del momento, el peso del Imperio le había nombrado a él colaborador y ayudante suyo. Cuando Alejandro [ 617] leyó en público la carta, hizo jurar a las legiones y al pueblo fidelidad hacia Vespasiano. Todos obedecieron voluntariamente, ya que conocían el valor de este hombre por las campañas que había dirigido en las regiones vecinas. Tiberio [ 618] Alejandro, tras habérsele confiado ya la autoridad imperial, preparó la llegada de Vespasiano. Más veloz que el pensamiento, se extendió la noticia de que había sido proclamado un emperador en Oriente y toda la ciudad festejó la buena nueva e hizo sacrificios en su honor. Las legiones de [ 619] Mesia y Panonia 307 , que poco antes se habían alzado contra la audacia de Vitelio, juraron con grandísima alegría fidelidad a Vespasiano. Este último salió de Cesarea y se presentó [ 620] en Berito 308 , donde acudieron a él muchas legaciones de Siria y también de otras provincias 309 , que le trajeron de cada una de sus ciudades coronas y los acuerdos de felicitación [ 621] que se habían tomado en ellas. Se personó también Muciano, el gobernador de la provincia, para manifestarle el apoyo de la población y los juramentos que se habían hecho en cada localidad.
Liberación de Josefo
[ 622] Dado que la Fortuna por todos los sitios se ponía de su lado, de acuerdo con sus deseos, Y los acontecimientos le eran favorables en su mayor parte, Vespasiano empezó entonces a pensar que no se había hecho con el Imperio sin la intervención de la Providencia divina, sino que un justo hado le había entregado el poder [ 623] del mundo. Le vinieron a la memoria entre otras señales, pues eran muchos los presagios que por todos los sitios le habían vaticinado el Imperio 310 , las palabras de Josefo, que, en vida de Nerón, se había atrevido a llamarle emperador 311 . [ 624] Se inquietó por el hecho de que este hombre fuera aún su prisionero, mandó llamar a Muciano junto con sus otros oficiales y amigos y empezó por exponerles la valentía de Josefo y todo lo que había padecido por su causa en Jotapata 312 . [ 625] Después les contó las profecías, que él mismo había considerado una invención producida por el miedo del momento, pero que el tiempo y los hechos han demostrado que [ 626] son de origen divino. Por ello dijo: «Es una vergüenza que continúe en la situación de un prisionero de guerra y en la suerte de un encadenado la persona que me ha profetizado el Imperio y que es el ministro de la voz de Dios». Llamó entonces a Josefo y ordenó liberarlo. Como consecuencia de [ 627] ello se despertó en los oficiales la esperanza de conseguir para ellos mismos brillantes distinciones por el hecho de que Vespasiano había dado tales pruebas de generosidad con un extranjero. Por su parte Tito, que estaba junto a su padre, dijo: «Padre, es justo que con las cadenas de hierro quitemos [ 628] también a Josefo su deshonra, pues, si no sólo le quitamos las cadenas, sino que se las rompemos, será igual que una persona que nunca ha sido encarcelada». Efectivamente, esto es lo que se obra con los que han sido hechos prisioneros injustamente. Vespasiano accedió a esta petición, y uno [ 629] de sus hombres se acercó y cortó con un hacha las cadenas. Josefo recibió la plena libertad 313 como premio por sus predicciones y a partir de ese momento fue considerado digno de confianza para los acontecimientos futuros.
Muciano acude a Italia
[ 630] Vespasiano, después de conceder audiencia a las embajadas y de repartir los cargos entre todos de forma justa y de acuerdo con los méritos de cada uno, partió [ 631] a Antioquía. Allí pensó a dónde ir y consideró que era más importante la situación de Roma que el ir a Alejandría, ya que veía que esta ciudad estaba segura mientras que aquélla estaba revuelta por acción de Vitelio. [ 632] Envió a Muciano a Italia y le entregó un numeroso destacamento de soldados de caballería e infantería. Éste, que temía navegar en medio del rigor del invierno, condujo el ejército a través de Capadocia y Frigia 314 .
Antonio Primo y Cecinna. Derrota de los hombres de Vitelio en Cremona
[ 633] Entre tanto, Antonio Primo 315 con la tercera de las legiones que se hallaban en Mesia, donde se daba la circunstancia de que él era gobernador, se apresuró para [ 634] enfrentarse a Vitelio. Este último envió contra él a Cecinna Alieno con una gran tropa, pues confiaba mucho en este hombre por su victoria sobre Otón 316 . Cecinna salió inmediatamente de Roma y se encontró con Antonio en las proximidades de Cremona 317 , en la Galia, [ 635] ciudad que está en las fronteras de Italia. Cuando vio allí el gran número de enemigos y su disciplina, no tuvo valor para enfrentarse a ellos y, como juzgó que era peligroso retroceder, planeó una traición 318 . Convocó 319 a los centuriones y [ 636] tribunos que estaban bajo sus órdenes y les animó a pasarse al bando de Antonio. Para ello menospreciaba los efectivos de Vitelio y exageraba la fuerza de Vespasiano. Decía que [ 637] el primero tenía solamente el nombre de emperador, mientras que el segundo tenía el poder. Por tanto, era mejor que ellos tomaran la delantera, hicieran de grado lo necesario y se adelantaran al peligro con su decisión, ya que iban a ser vencidos por las armas. Pues Vespasiano era capaz, incluso [ 638] sin su ayuda, de conquistar lo que aún quedaba, mientras que Vitelio ni siquiera podía conservar con ellos lo que tenía.
Con muchas palabras de esta índole les convenció y se [ 639] pasó con su ejército a Antonio. Esa misma noche se apoderó [ 640] de los soldados un arrepentimiento y un miedo de que Vitelio, que era quien los había enviado allí, resultara vencedor en la batalla. Entonces sacaron sus espadas y se arrojaron contra Cecinna para matarlo, y habrían ejecutado esta acción, si los tribunos no se hubieran postrado ante ellos y les hubieran suplicado que no lo hicieran. Renunciaron a asesinarlo, [ 641] pero encadenaron al traidor y estaban dispuestos a enviárselo a Vitelio. Cuando Primo tuvo noticia de estos hechos, al instante puso en pie a sus hombres y los condujo armados contra los sublevados. Estos últimos resistieron [ 642] muy poco tiempo en formación de combate y enseguida se dieron la vuelta y se refugiaron en Cremona. Primo con la caballería les cortó los accesos, rodeó a un gran número de ellos delante de la ciudad y los mató; se precipitó al interior con los que quedaban y dejó a sus soldados que saquearan [ 643] el lugar. Allí perdieron su vida muchos comerciantes extranjeros 320 , una gran cantidad de sus habitantes y todo el ejército de Vitelio, treinta mil doscientos hombres. Antonio perdió cuatro mil quinientos de sus legionarios de Mesia. [ 644] Liberó a Cecinna y lo envió a Vespasiano para que comunicara lo sucedido. Cuando llegó, fue recibido por el emperador que cubrió el oprobio de su traición con inesperados honores.
Guerra civil en Roma. Muerte de Vitelio
[ 645] En Roma Sabino volvió a llenarse de valor, cuando tuvo noticia de que Antonio estaba cerca. Reunió a las cohortes que hacían la vigilancia nocturna 321 y se [ 646] apoderó del Capitolio. Al amanecer 322 se le unieron muchos ciudadanos ilustres y Domiciano, el hijo de su hermano, que constituía la parte más importante [ 647] de sus esperanzas de obtener el triunfo. Primo 323 apenas era para Vitelio una preocupación, aunque este último estaba furioso contra los que se habían sublevado con Sabino. Sediento de sangre noble, a causa de su natural crueldad, envió contra el Capitolio el destacamento del ejército que había [ 648] venido con él. Estos soldados y los que combatían desde lo alto del templo hicieron demostración de numerosas hazañas valerosas. Al final, las tropas de Germania, que eran superiores [ 649] en número, se adueñaron de la colina. Domiciano junto con muchos notables romanos se salvó milagrosamente 324 , mientras que toda la demás gente fue degollada. Sabino, llevado ante Vitelio, fue ejecutado y sus soldados saquearon las ofrendas e incendiaron el templo. Al día siguiente [ 650] Antonio llegó con su ejército. Los hombres de Vitelio salieron a su encuentro y entablaron combate en tres barrios de la ciudad 325 . Todos perecieron. Vitelio salió del [ 651] palacio borracho y con el estómago lleno, después de haber comido en un desenfrenado banquete más abundante que otras veces, como si se tratara de sus últimos momentos de vida. Arrastrado por la multitud fue ultrajado de todas las [ 652] formas posibles y fue degollado en pleno centro de Roma, después de haber reinado durante ocho meses y cinco días 326 . Creo que si hubiera vivido más tiempo, el Imperio no le habría bastado para su libertinaje. El número de los demás [ 653] muertos superó los cincuenta mil. Estos hechos acaecieron [ 654] el tercer día del mes de Apeleo 327 . Al día siguiente se presentó Muciano con sus tropas y puso fin a la matanza que hacían los hombres de Antonio, pues éstos todavía registraban las casas y asesinaban a muchos de los soldados de Vitelio y a numerosa gente del pueblo, como si fueran partidarios de aquél, pues su cólera les llevaba a no perder el tiempo en distinguir con exactitud entre unos y otros. Muciano llevó a Domiciano ante la multitud y le presentó como su jefe [ 655] hasta que llegara su padre 328 . El pueblo, liberado ya del miedo, aclamó a Vespasiano como emperador y celebró una fiesta en la que se festejaba tanto su llegada al trono como la destitución de Vitelio.
Vespasiano regresa a Roma desde Alejandría. Tito asume el ataque a Jerusalén
[ 656] Cuando Vespasiano llegó a Alejandría, recibió las buenas noticias de Roma y acudieron a felicitarles embajadores 329 de todo el mundo habitado, que ahora era suyo. Esta ciudad, que era la más grande después de Roma, resultó demasiado pequeña [ 657] para tanta gente. Dado que ya ahora, en contra de lo que se esperaba, todo el Imperio estaba bajo su autoridad y se había puesto a salvo el Estado romano, Vespasiano dirigió su atención a lo que aún quedaba por resolver en Judea. [ 658] Él deseaba embarcarse para Roma, ya que el invierno estaba acabando, y con rapidez dejó organizada la situación de Alejandría 330 . Envió a su hijo Tito con los mejores hombres [ 659] de su ejército a conquistar Jerusalén. Éste avanzó por tierra hasta Nicópolis 331 , que dista de Alejandría veinte estadios. Allí embarcó a su ejército en grandes naves y a través del Nilo, por el distrito de Mendesio 332 , llegó a la ciudad de Tmuis 333 . Desembarcó en este lugar y caminó hasta la aldea [ 660] de Tanis 334 , donde acampó. Su segunda etapa fue Heracleópolis 335 y la tercera Pelusio. Después de estar aquí dos jornadas [ 661] retomó la marcha con el ejército y al tercer día atravesó las desembocaduras del Nilo en Pelusio. Tras una etapa por el desierto 336 estableció su campamento junto al templo de Zeus Casio 337 , y al día siguiente lo hizo en Ostracine 338 . En este lugar no hay agua y sus habitantes se sirven de la [ 662] que traen de fuera. A continuación descansó en Rinocorura 339 , y de allí se dirigió en una cuarta etapa a Rafia 340 , ciudad donde empieza Siria. En la quinta jornada acampó en Gaza 341 . Luego llegó a Ascalón 342 y de aquí a Jamnia, después a Jope 343 y de esta ciudad a Cesarea, donde había determinado reunir el resto de sus tropas.