Читать книгу Tamara y Eduardo - Flor Carrillo - Страница 5
ОглавлениеMi nombre es Tamara Estefanía Ramírez López, os voy a contar la historia de mi vida, la quiero dejar plasmada, pero dejando en claro que, no siempre ha sido tan buena como yo creía.
6 de Agosto de 2016
Los problemas con mi padre crecían cada día. Casi nunca estaba en casa y cuando lo estaba quería que me comportara como si nada hubiera pasado.
El único lugar donde me gusta estar es en la escuela, y no porqué me guste estudiar, sino porque me paso las horas en la biblioteca leyendo. Mis novelas preferidas son las historias de amor, en ellas me hacen soñar con el chico que me gusta. Me gusta imaginarme a Eduardo y a mí caminando de la mano bajo la luz de la luna. Sí, suena algo cursi, pero me gusta tanto que a estas alturas ser cursi es lo que menos me importa.
Eduardo tiene los ojos más hermosos que podría ver en mi vida. Cuando lo miras es como si de repente todos tus problemas se esfumaran. Lástima que nuestras miradas se han cruzado muy pocas veces y su duración ha sido solo de segundos.
—¡Tamara! —Un grito me hace volver a la realidad de la peor manera, era Smantha.
—Mensa. —Digo en voz baja para que la bibliotecaria no me escuche.
—¿Qué haces? —sonríe sentándose a mi lado. Samantha siempre con sus locuras.
—Habla en voz baja por favor, que nos van a echar.
—Que gruñona…Saldremos esta noche, así que ponte guapa—. Me guiña un ojo, se levanta y se marcha como un vendaval tal como ha venido.
Samantha es la típica amiga que no sabe si va a poder salir, simplemente quiere que vayas con ellas y punto. Aunque esté medio loca y en ocasiones sea algo irritante, es mi mejor amiga y sin ella no sé qué haría.
—¿Dónde los coloco? —Una intrigante voz me hace girar hacía mi derecha.
Ahí está él, Eduardo, entrando en la misma sala con varios libros en su regazo. Es tan guapo y sexy… Me encanta.
—Sobre la mesa—. Dice el profesor Mateo apuntando con el dedo índice hacia la mesa justo enfrente de la mía.
Eduardo se acerca y los coloca como le han dicho, me mira y arquea una ceja, a lo que yo respondo girando rápidamente mi cabeza hacía otro lado. Seguidamente escucho unos pasos alejándose y suelto el aire retenido en mis pulmones inmediatamente.
—Gracias, Eduardo—dice el profesor Mateo.
—De nada—. Contesta él alejándose.
Y yo mientras se marcha solo puedo decir:
¡Adiós, amor de mi vida!