Читать книгу CEGADOS Parte III - Fran Sánchez - Страница 9

Оглавление

Al abrir los ojos, veo todo negro, o lo que es lo mismo, no veo nada, de todas formas no puedo mantenerlos abiertos, tengo los párpados como pegajosos. No sé qué ha pasado, tras el inexplicable resplandor me he quedado ciego. Tengo que reconocer que estoy nervioso, asustado, muy alarmado y a la vez ansioso por obtener respuestas, conocer y entender qué ha sucedido.

Permanezco un buen rato sentado en mi sofá preferido, con la vana esperanza de que mis pobres ojos vuelvan a funcionar. Tengo el ordenador caliente sobre mi regazo, ignorando las elementales normas sobre ergonomía, he estado tecleando encorvado un retoque a los últimos capítulos de mi obra. Llevo desde muy temprano pulsando las teclas con frenesí, las madrugadoras musas, susurrándome sin cesar al oído, me habían desvelado. Ignorando el hecho de mi nueva situación, me centré en mi primera preocupación, mi novela. Hace como más de una hora que no guardo el archivo y un miedo atroz a perder mi reciente trabajo invade mi atormentada mente. Tras unos interminables minutos de reflexión y valorar infinitas posibilidades, opto por depositar el portátil en el cojín contiguo, confiando en que la duración de la batería permita el autoguardado.

Ya puedo concentrarme en mí, soy consciente de mi debilidad, sin duda, necesito ayuda. Presto atención a los sonidos de la solitaria casa, el leve rumor del motor del frigorífico, el compás de mi respiración, los suaves pitidos de mensajes entrantes en mi móvil. ¡Mi móvil! No anda muy lejos, no recuerdo exactamente dónde, así que tanteo como puedo a derecha e izquierda. Por su pulido tacto y pequeña forma rectangular es indudable que lo he encontrado. Claro que ahora me surge otro problema, mi primera intención es llamar a mi esposa, que se encuentra trabajando, es profesora de francés. Cambio de idea, después de meses en paro, hoy es su primer día en ese elitista colegio privado. Ante la incertidumbre laboral, prefiero avisarla después de su jornada. Me quedo pensativo sobre la idoneidad de mi siguiente paso. Contactar con el servicio de ambulancias podría ser una solución. Al levantar el móvil, caigo en la cuenta de que es imposible marcar a ciegas. Recuerdo a uno de mis mejores amigos, experto en tecnología, días atrás me daba un consejo para activar y configurar la marcación por voz. ¿Por qué no le haría caso? De todas formas, me guardo el teléfono en el bolsillo.

Tengo ganas de orinar, me levanto con precaución y camino miedoso a ciegas con mis protectores brazos en posición horizontal. La punzada de la esquina de la gran mesa del comedor en mi abdomen me recuerda que debo ir con sumo cuidado. Cruzo el umbral de la puerta y apoyo mi mano en la pared del pasillo, la sigo lentamente mientras avanzo unos pasos, el roce con uno de los cuadros colgados provoca su desequilibrio, por instinto intento asegurarlo. El resultado es nefasto, la esquina del marco me impacta sobre el dedo gordo del pie, grito por el dolor y el vidrio del retrato se hace añicos al aterrizar sobre el suelo. En apenas cinco minutos ya llevo dos percances sobre mi persona. Como no espabile, esta situación no llegará a buen fin. Oigo el crujir de cristales bajo mis zapatillas al llegar a la cerrada puerta. Entro al estrecho aseo, orinar de pie, como es mi costumbre, no me parece hoy buena idea, así que me bajo los pantalones y me siento sobre la taza. Normalmente, me lavo las manos después de estos menesteres, pero dada la situación debería simplificar mis rutinas, aunque quizás me vendría bien un buen aclarado de ojos, quizás milagrosamente mejore. Media hora de agua sobre mi rostro no varía mi situación, sigo igual.

Apenas tomé un solitario café al levantarme, así que ahora tengo hambre. Desplazarme a la cercana cocina y preparar algo para comer se me antoja una ardua misión. Sopeso los pros y los contras, pero el ronroneo de mi estómago me convence por fin. Me pongo de nuevo en marcha, recurro al mapa mental que me proporciona mi memoria para ayudarme a llegar a la cocina, recorro la distancia con calma, sin prisas. Me desenvuelvo bastante bien, recuerdo la situación espacial de los muebles y dónde guardo cada cosa, claro que tampoco me complico mucho, un par de magdalenas y un pequeño zumo frío en tetrabrik es la dieta de hoy, hasta que retorne mi esposa.

Vuelvo al salón y me recuesto en el sofá, busco sobre la mesita el mando de la televisión, pulso uno a uno varios botones hasta que escucho el característico sonido de conexión. Con dificultad logro cambiar poco a poco de canal, pero no encuentro ningún noticiario en la emisión. Lo dejo en un importante canal nacional a la espera de que emitan un telediario. Debo repensar mi situación, quizás me interese buscar ayuda de los vecinos e incluso salir a la calle. Tengo muchas dudas, esa aventura me parece ya algo peligrosa y arriesgada. Puede que al salir me desoriente, me pierda y no sepa volver a casa. Si la puerta se cierra, me parece incluso muy complicado insertar la llave en la cerradura. Prefiero no arriesgarme, mejor me quedo en la comodidad de mi hogar, esperando a mi esposa.

Tampoco sé la hora que es, es tal mi desorientación que he perdido el control del transcurrir del tiempo. Durante las pocas horas de mi afección voy descubriendo cuán difícil y complicado es la vida de un ciego. Me siento indefenso y débil. Por lo inesperado, doy un rebote por el susto, de súbito mi móvil ha comenzado a sonar, tardo en reaccionar y cuando consigo extraerlo del bolsillo la llamada ha finalizado. Exploro los bordes del aparato y por la posición de las hendiduras y botones logro identificar su orientación correcta. Espero un rato y vuelve a sonar, intento responder, pero no lo consigo. Intuyo que es mi querida esposa quien llama. Menos mal que insiste, la suerte se halla de mi lado y consigo conectar para hablar con ella. Está muy preocupada, me narra su apocalíptico día, compañeros y alumnos están todos ciegos. Ella, sorprendentemente, no está afectada, se ha librado de chiripa. Ha intentado pedir ayuda oficial, pero no lo ha conseguido. Ingenuamente, me pide que acuda en su ayuda porque está desbordada. Llora con gran desconsuelo cuando conoce mi verdad. Desea acudir enseguida a socorrerme. Le respondo que no hay prisa, que de momento me defiendo bien. Creo que es mejor que espere a la ayuda gubernamental, los niños la necesitan mucho más que yo. Me ruega, me implora que no salga al exterior, que evite cualquier peligro, que tenga paciencia, ella llegará cuando las circunstancias se lo permitan. Nos despedimos con un beso, un te quiero, un hasta luego.

Algo más relajado, me concentro en el televisor, la emisión actual no me interesa, así que avanzo por los canales uno a uno sin conseguir nada de actualidad. Me viene a la memoria la posibilidad tecnológica de oír la radio en la televisión. Paso de cadena en cadena, deteniéndome a escuchar un rato, hasta que consigo algo interesante.

Un cansado locutor emite un corto y repetitivo parte de noticias. Narra que todo se ha iniciado con una potente luz cegadora cuya procedencia se desconoce. El presentador aventura varias hipótesis, ninguna contrastada. Podría ser por una bomba atómica, algo poco probable, no parece que exista la devastación que sabemos acompaña a este tipo de armas, además el país no sufría amenazas directas ni motivos para ninguna agresión de esta tipo. Aunque tampoco se descartaba algún nuevo tipo de ataque terrorista. Quizás la entrada de un gran meteorito en la atmósfera provocara una gran llamarada, otra posibilidad sería un desconocido efecto climatológico o alguna anomalía provocada por el sol, como una enorme erupción solar. El locutor continúa dando algunos consejos básicos, como que aventurarse en la calle podía ser peligroso, mejor permanecer en casa, por ser el lugar más seguro, y esperar a recibir ayuda.

Parece ser que, sensatamente, estoy haciendo lo más correcto, aunque la espera a oscuras es tan aburrida y tediosa que me vence el sueño.

––––––––


Volver al índice

CEGADOS Parte III

Подняться наверх