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Prólogo

La novela

Atrapados en el umbral es la narración de dos itinerarios paralelos y simultáneos, porque los recorre una misma persona. Es la historia de una experiencia doble, de una intensa vivencia emocional y estética protagonizada por Maurice Clichy, profesor de literatura española en la universidad francesa. Y es, también, una reivindicación de la riqueza patrimonial, cultural e histórica de Valencia.

El autor sorprende gratamente al lector con la enorme sensorialidad de su prosa. De la lectura surgen sonidos, colores, ambientes e imágenes con un verismo inusitado. La riqueza descriptiva es tal que consigue trasladar al mismo tiempo al protagonista y a los lectores hasta otras épocas, hasta otros ambientes e incluso hasta novelas distintas, que son evocadas por el autor. La historia cobra vida y, así, percibimos distintamente los rumores del mercado central, el silencio meditativo que reina en la catedral o la brutalidad y el morbo que flotan en el aire durante unas ejecuciones públicas del siglo XVI.

Maurice Clichy descubre Valencia a partir de su literatura, una ciudad real a partir de las ficciones que ha inspirado; y, junto a este descubrimiento, Clichy hace otro: su propia autoestima, la conciencia del valor de su talento y de su actividad profesional frente al desprecio de otros. De este modo, entretejido en esta rica urdimbre, confiriéndole más y más entidad literaria, está el hilo de oro de la profundidad filosófica. López Porcal nos enseña, por ejemplo, que las pasiones humanas pueden llegar a deformar e incluso a malograr por entero la personalidad original del individuo, o que la imagen falsa de la vida que ofrece la publicidad es fuente de frustraciones individuales y de importantes perjuicios en las relaciones humanas.

Maurice Clichy recorre Valencia, cautivado por su historia y su cultura busca respuestas para el enigma que le plantea una carta de Antonio Palomino, pintor de cámara de Carlos II y autor de los frescos de la iglesia de los Santos Juanes, a su discípulo Dionís Vidal, que pintó —a caballo de los siglos XVI y XVII— las bóvedas del templo dedicado a San Nicolás. Así, mientras indaga estas respuestas, va descubriendo sus propias cualidades personales y las bajezas de algunos de sus compañeros de trabajo.

El lector asiste sobrecogido al desarrollo de todos estos acontecimientos interiores, asombrado por la fuerza vital que desprenden, quizá por ser —siquiera en parte— autobiográficos.

Clichy siente que su autoestima está rota y que Valencia es una ciudad muy deficientemente conocida. Por estos motivos y en su lucha doble por conocerla y por hacer valer su labor como investigador universitario, consigue rescatar gran parte del tesoro cultural de la ciudad y curar sus heridas emocionales más graves.

Una ciudad que ha ido siendo a través del tiempo muchas ciudades distintas, debiéndoles, en cierto modo, a todas algo de su presente. Lo mismo pasa con las personas: las diferentes etapas de su evolución intelectual, sentimental y psicológica van dejando el poso que acabará constituyendo la esencia de una personalidad.

El lector se identifica con Maurice porque sus relaciones laborales, como las de mucha gente, son un caleidoscopio de la nobleza y de la vileza. Nos reconocemos en Maurice como reconocemos —excepcional prodigio narrativo— a Maurice en Dionís Vidal, el pintor del barroco. Rescatar del olvido a Vidal simboliza para Clichy rehabilitar su propio prestigio universitario.

Valencia

En este paseo imaginario —y, sin embargo, tan real— por Valencia, Maurice Clichy nos presenta una ciudad mucho más poliédrica de lo que dejan ver los conocidos lugares comunes. Pocas ciudades han generado tanta literatura sobre sí mismas como Valencia, tantas maneras de verla, tantos puntos de vista, decadentes o apologéticos, nostálgicos o premonitorios, frescos y luminosos o sórdidos y oscuros. Las luces y las sombras de Valencia están descubiertas, pensadas y noveladas, pero la ciudad permanece, paradójicamente, apresada en el convencionalismo, encerrada en una imagen pobre y uniforme. López Porcal redime a Valencia de la monotonía y el prejuicio, igual que su personaje redime del olvido al pintor de los frescos de San Nicolás. La sociedad contemporánea comete, con su indiferencia, una injusticia con el inmenso tesoro cultural que contiene Valencia; y Antonio Palomino, junto con sus contemporáneos, cometieron otra postergando a Dionís Vidal.

Valencia es retratada en su rico mestizaje arquitectónico, que solapa estilos en sus edificios mostrando el devenir histórico en las fachadas como se muestra también en las modas y en las costumbres. Valencia es presentada en la contradicción de unas plazas que llevan el nombre de personajes ubicados en otras. Valencia es exhibida en su pasado inquisitorial y desharrapado, en su ilustración intrigante y elitista y en su presente burgués de política, negocios y escándalos; en su luminosidad y en su tenebrismo; en su joie de vivre y en sus iniquidades.

El afecto que siente López Porcal por Valencia le hace multiplicar los enfoques, exhumar datos, recuperar libros y replantear conceptos. Leyendo Atrapados en el umbral aprendemos que observar con atención los elementos de la ciudad —como la escultura flamenca en la fachada de la iglesia de San Martín, que representa al santo partiendo su capa con Jesús pobre— nos permite descubrir símbolos cuyo mensaje sigue vigente como una denuncia silenciosa de los extravíos de nuestro tiempo.

López Porcal pasea, contempla, degusta la ciudad junto al protagonista de la novela, uniendo realidad y ficción, recogiendo una ciudad infravalorada por desconocida y devolviéndola como un manantial de belleza y cultura esperando ser aprovechado. Valencia es, a lo largo de las centurias, escenario y expresión de los vicios y virtudes de sus habitantes; y esta novela es un diálogo con ella, provocado por la prosa exacta, sugerente y detallista de Francisco López Porcal.

Hay tantas anécdotas llamativas, tantos pasajes históricos, tantas reflexiones interesantes, tantos rincones iluminados con la explicación erudita en esta novela que sus lectores quedarán totalmente fascinados por la capital del Turia.

Juan Vicente Yago

Periodista

Atrapados en el umbral

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