Читать книгу Internet y vida contemplativa - Fray Abel de Jesu´s - Страница 4

INTRODUCCIÓN

Оглавление

La transición a la cultura digital ha sido una eclosión de consecuencias aún insospechadas. Mucho menor ha sido, sin lugar a dudas, la reflexión que se ha hecho en relación con la incidencia que esta puede tener en la vida religiosa. Por eso tiene ahora el lector ante sus ojos una reflexión que, sin ánimo de agotar todos los posibles temas que podrían tratarse, quiere dar un empujón a los discernimientos sobre las relaciones entre vida contemplativa e internet. ¿Puede el contemplativo ser habitante del continente digital? ¿Está beneficiando a los monasterios o casas religiosas la praxis actual en relación con el uso de los medios de comunicación en internet? ¿Qué incidencia tienen en la vida contemplativa las nuevas patologías asociadas a un uso indiscriminado de internet especialmente entre los jóvenes?

He pretendido dar valoraciones y respuestas, acaso parciales, a esta realidad. Su fin no es otro que ayudar a discernir, especial aunque no exclusivamente, a los acompañantes de los nativos digitales que quieren abrazar la vida contemplativa en su plenitud y, en definitiva, a cualquier persona que se tome en serio la dimensión contemplativa de su espiritualidad. Derribar la ingenuidad es, en todo caso, esencial. El desconocimiento es el primer factor de riesgo, nuestra mayor desventaja en los discernimientos de los procesos y en la toma de decisiones concretas. Lo repito: creemos que, en lo que al continente digital se refiere, sabemos qué es lo que tenemos entre manos, pero muchas veces ni lo sospechamos o ni siquiera queremos sospecharlo. Y es fácil andar en la ingenuidad: así lo quieren los que están en el otro lado de la pantalla, convirtiendo internet en la mayor plataforma de mercadotecnia agresiva del mundo. El marketing, al fin y al cabo, tiene mayor éxito cuando sus estratagemas son sutiles y pasan inadvertidas.

Quizá las novedades que trae consigo la cultura del smartphone son demasiado buenas para dejarlas a un lado de nuestra vida. Acaso sea imposible o, al menos, reconozcámoslo, cada vez más difícil. Y, sin embargo, habría que hacer un serio discernimiento sobre la proporción que hay entre las ventajas y los inconvenientes, entre sus beneficios y sus riesgos. Tristemente, me veo obligado a considerar, después de haber tenido durante cierto tiempo los ojos bien abiertos para comprobarlo, que tal discernimiento serio y concienzudo, de hecho, nunca ha existido. Quisiera detenerme, antes de comenzar nuestra reflexión, en los cuatro tipos de discernimientos que se pueden hacer al respecto: los tres primeros son, en lo que yo puedo ver, esencialmente erróneos, y dudo de que, de hecho, puedan ser considerados «discernimientos» en absoluto. El último de ellos, sin embargo, me parece adecuado, y es el que yo quisiera proponer en las páginas que siguen.

Hay, por tanto, cuatro formas de hacer el discernimiento:

1) La primera forma es demonizándolo todo. Esta es la perspectiva del terraplanismo práctico, de los fundamentalistas y supersticiosos que, de manera más o menos explícita, ponen todo lo novedoso bajo el estandarte del Anticristo. No por eso, sin embargo, los fundamentalistas se suelen privar de lo nuevo ni lo rechazan interiormente. Por lo que puedo intuir, un rechazo drástico de la modernidad esconde una profunda atracción interior no saludablemente asimilada. Digo que esta es una manera de cancelar cualquier tipo de discernimiento, puesto que cualquier intento de diálogo termina con un «pero Dios no lo quiere», que cierra la conversación. De este modo, cualquier intento de convencer a la persona no es más que un esfuerzo infecundo, pues en todo punto pensará que, si en algo la estás convenciendo, se debe a esto: a que las argucias del demonio siempre se presentan de manera sutilmente convincentes. Este libro, en todo caso, no está destinado a ellos.

2) La segunda forma de no discernimiento es considerar internet nuestra salvación. Esta postura no siempre se manifiesta de forma evidente, pero es una melodía de fondo en ciertas formas de pensamiento de tipo reivindicativo o liberal. La inmersión digital profunda, entonces, es vista simplemente como algo que hay que asumir para no quedarse atrás en la carrera hacia el progreso, y cualquier opinión contraria sería rápidamente tachada de retrógrada, medieval o carca. Internet se presenta como la esperada emancipación de las comunidades, especialmente de las femeninas, o como la esperanza abierta para un futuro vocacional prometedor que nos libere de la asfixia de la falta de relevo generacional. Esta segunda manera desatiende cualquier reflexión seria sobre lo que es la esencia de la espiritualidad contemplativa, sin trampas ni atajos, y sobre los peligros que internet puede suponer para quien en nuestra era se esfuerza por vivir una vida de oración. Todo se juzga rápidamente conforme a los criterios de utilidad, confort y adaptación a los tiempos modernos. Pero las grandes preguntas que este discernimiento exige quedan, en todo caso, sin responder.

Como veremos, esta segunda opción cae en la ingenuidad de pensar que lo moderno y lo progresista es asumir todas las propuestas del avance tecnológico mientras, secularmente, en ámbitos completamente ajenos a la Iglesia católica, una nueva marea de progresistas ha hecho hincapié, precisamente, en que es necesario abandonar ciertos modelos de desarrollo social intrínsecamente vinculados al modelo de negocio predominante sobre el que se sostienen internet, sus plataformas y sus redes sociales. Numerosos científicos, informáticos, filósofos, psicólogos, economistas, todos ellos de gran estima y renombre, alertan una y otra vez sobre la necesidad de poner freno a un modelo de comunicación que, por nutrirse y sostenerse sobre intereses económicos de ciertas personas malintencionadas, están destruyendo lentamente la sociedad. Muchos de ellos son, precisamente, los mismos creadores del continente digital, tal y como hoy lo conocemos. Un buen ejemplo de esto es Jaron Lanier, considerado el padre de la realidad virtual, que con su libro Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato (Debate, 2018) ha removido la conciencia de una cantidad ingente de personas. No en vano ha sido nombrado una de las cien personas más influyentes del mundo según la revista Time. Hoy en día, lo progresista es ser crítico con el sistema, no su rehén.

3) La tercera forma de no afrontar estas cuestiones es no prestándoles la debida atención, remitiendo a la supuesta madurez de cada uno de los miembros de una comunidad. El discernimiento se anula bajo la sentencia que dictamina: «Ya somos adultos». A lo que sea que se refiera esta aserción, no lo puedo entender. Los que defienden esta manera de afrontar el problema de internet identifican, de una manera asombrosa, que ser adulto implica ser maduro o responsable; que ser adulto, en cualquier caso, es suficiente para no ceder ante las presiones que las plataformas del continente digital ejercen sobre nosotros. O que un adulto no es susceptible de generar adicción o comportamientos ajenos a su estado de vida y a sus convicciones. O que un adulto, sencillamente, es capaz de cumplir todo cuanto se propone, sin divisiones entre lo que es, lo que hace y lo que debería hacer. Pero, pensándolo fríamente, tenemos que reconocer que son precisamente los adultos los primeros que sucumben ante las tentaciones del confort; mucho más que los niños, por cierto, que, por estar en un proceso de gestación de sus hábitos comportamentales, se muestran más permeables a los criterios de bien o mal, a procurar una conducta correcta y a rechazar las incorrectas. Como veremos, la proporción de adultos que han generado algún tipo de hábito perjudicial o adictivo en internet no tiene nada que envidiar a la de los nativos digitales.

Esta tercera forma arguye que, siendo adultos, cada uno debe ser individualmente responsable de sus propios actos y totalmente independiente para tomar sus propias decisiones. Aunque dudo que esto sea así ni siquiera en el ámbito secular, en la vida religiosa me parece un despropósito, al menos en comunidades regulares. Volviendo al tema de internet, creo que el principal error en nuestros discernimientos estriba en aquella otra máxima, también propia de los que desatienden el problema, que dicta: «Que cada uno haga lo que vea». Por supuesto, no quiero restar aquí ni un ápice al principio inviolable de la libertad humana. Lo que quiero decir es que el principio según el cual cada uno deba actuar, separadamente, conforme a su gusto espontáneo, puede llevar indudablemente a situaciones de profunda dependencia y esclavitud. Para los que consideramos que la libertad humana no hay que darla por supuesta, sino que se consigue conforme a un camino de renuncia y amor oblativo, esta respuesta no puede ser, ni mucho menos, suficiente para salvaguardar la integridad de nuestra pretendida madurez.

4) Pero hay una cuarta forma, que es, desde mi punto de vista, la más ponderada y oportuna: esta forma lleva el nombre de astucia evangélica. El discernimiento, al tiempo audaz y prudente, no desdeña lo nuevo, si de ello puede sacar un beneficio, y no teme prescindir de aquello de lo que puede verse perjudicado. Esta doble valentía, la de la asunción y la de la renuncia, ha movido al cristianismo desde sus comienzos. Es la valentía de la comunidad que acogió como palabra revelada aquello que el Salvador dijo: «Si tu mano te hace pecar, córtatela» (Mc 9,43). Y si, en definitiva, hay algo de lo que no se le puede acusar a la Iglesia de los siglos es de ingenuidad. Este es el coraje de grandes santos que desafiaron a su tiempo mostrando conductas impropias y asombrosas conforme a unos criterios poco comunes y que, al mismo tiempo, no tuvieron escrúpulos en valerse con libertad de los medios que tenían a su disposición para llevar a cabo la obra de Jesús en el mundo.

Hoy, como ellos, nos toca a nosotros hacernos cargo de la realidad. Y, repitámoslo de nuevo, no podemos hacernos cargo de ella sin conocerla en profundidad. Por eso, este escrito quiere hacer un tour por el continente más habitado del mundo para esclarecer dos cosas. En primer lugar, de qué manera se ha de preparar el religioso si quiere entrar en un mundo donde el silencio y la contemplación no tienen lugar, pues no son susceptibles de rentabilidad económica. En segundo lugar, dónde, cómo y cuándo la misión del contemplativo pueda tener un lugar en internet, o si debe tenerlo en absoluto. No se trata de canonizar ni condenar: eso corresponde, más bien, a las dos primeras maneras de discernimiento. Nosotros queremos que el sano realismo nos hable de la realidad de manera ponderada y honesta, con la astucia de la serpiente y la sencillez de la paloma.

El escrito, por supuesto, tiene unas buenas dosis de opinión personal y de intuición injustificada. Pero ello se debe, sin duda, a que a mis palabras le antecede un buen trasfondo de experiencia vital, en primera persona, de todo cuanto aquí se enuncia. Además, es muy poca la literatura al respecto que he podido encontrar. De modo que –reconozco con extrañeza– toda la bibliografía que adjunto es secular, nada en relación con la vida contemplativa, nada escrito desde la experiencia de la fe. La novedad de la cuestión conlleva, como veremos, que aún están todas las vías por explorar. Esto implica que, si mi deseo primigenio se realiza –que es aportar materiales de discernimiento para que sobre este tema se reflexione pronto y de manera más profunda–, mi trabajo quedará prontamente desactualizado, dando lugar a estudios mejores y más fundamentados. Por eso este escrito es urgente y provisional, ligero e incisivo. Y si en todos los conventos de este santo país resuenan críticas, discrepancias o incertidumbres con respecto a su contenido, entonces es que este libro habrá cumplido al fin su función.


* * *


Esta obra está constituida por siete capítulos de extensión desigual. El primero de ellos pretende explicar qué es el continente digital y la importante cuestión sobre por qué internet no puede ser considerado un medio de comunicación, sino una forma de existencia virtual que condiciona nuestra vida en todas sus dimensiones. El segundo capítulo analiza algunos datos muy sucintos sobre la situación actual de la sociedad, especialmente de los jóvenes, y la de los claustros. El tercer capítulo, por su parte, pretende analizar los pocos pronunciamientos magisteriales en relación con la cuestión de internet y la vida contemplativa, valorándolos y asumiendo sus principios. El cuarto capítulo ofrece una reflexión crítica más extensa sobre la influencia de internet en la vida contemplativa, con sus posibilidades y, sobre todo, con los peligros potenciales que nos podemos encontrar. El quinto capítulo, solo separado del anterior por su extensión, está dedicado a la cuestión de la pornografía, elegida entre otras posibles cuestiones por amenazar la vida religiosa de manera más notable que las demás. El sexto aporta propuestas y soluciones, especialmente a través de la construcción de monasterios y conventos ecodigitales, en los que se pueda aprovechar el potencial infinito de la red a favor de la vida contemplativa, sin que esto vaya en detrimento de sus principios esenciales en lo que a silencio y pobreza de sus espacios se refiere. El séptimo y último capítulo, más breve, busca a tientas aportar algunos criterios en el caso de una posible pastoral evangelizadora online desde el claustro.

Internet y vida contemplativa

Подняться наверх